Capítulo 21

Sabor a chocolate y desesperación

Nojiko se enamoró perdidamente del hijo de uno de los pescadores cuando cumplió once años.

El niño no le hacía ni caso, pero si le dirigía una mirada era porque le gustaba en secreto. Si coincidían en el camino era solo porque quería verla a ella. Y si estornudaba era porque moría poco a poco de amor por Nojiko.

La adolescente se pasaba el día suspirando con la mirada clavada en la ventana y Nami, que solo quería jugar, la encontraba insoportable. No entendía qué era tan maravilloso sobre el amor. Nojiko se había vuelto quejica, aburrida y una llorona. Era como si hubiesen cambiado de un día para otro a su hermana y hubiesen puesto en su lugar a una tonta. Así se lo hizo saber a Genzo y Bellemere un día, mientras los tres comían mandarinas en el campo de cultivo.

¿Por qué su hermana no veía que el amor era una chorrada?

Los dos adultos se echaron una mirada por encima de la cabeza de la niña y Genzo carraspeó antes de quitarse el molinillo de la gorra para ponérselo delante.

—Mira Nami, todos tenemos un molinillo dentro…

Ella resopló.

—¡Yo no tengo ningún molinillo!

El hombre, aturullado, intentó rectificar y Bellemere, con una risilla, puso una mano sobre las suyas y retomó ella la conversación.

—El amor es una sensación preciosa pero que da mucho miedo, Nami. Coges tu corazón en una mano y se lo das a otra persona. Es un riesgo, porque tienes miedo de que esa persona no quiera tu corazón o se aproveche de él. Por eso las personas cambian tanto al principio.

Ella arrugó la nariz.

—¿Por eso llora tanto Nojiko? Pues vaya tontería, ¿para qué quiere amar a nadie si se va a volver así de tonta y encima le pueden hacer daño?

—Ah, pero es que el amor es maravilloso, si esa persona a la que tú quieres es buena y trata bien tu corazón, claro. Es un riesgo que merece la pena.

Nami tiró un pedazo de piel de mandarina sobre sus rodillas y meneó la cabeza.

—Ya…

Esta vez fue el turno de Genzo de reír, que tomó la palabra con más confianza que antes.

—¿Te acuerdas del día que trajeron chocolate al pueblo y cuando lo probaste no querías comer otra cosa que no fuese chocolate?

La niña asintió.

—Cuando te lo comiste dijiste que sentías la barriguita caliente y te palpitaba tan fuerte el corazón que no podías dejar de rodar por el suelo. Recuerdo que incluso lloraste a tu madre para que te comprase una onza más de chocolate.

Ella gruñó una afirmación entre dientes, con el fantasma de aquella dulzura en la lengua.

—Pues el amor es diez veces mejor que el chocolate. Que digo diez, cien, doscientos… ¡mil veces mejor!

Nami se tiró al suelo y soltó un resoplido aún mayor, indignada.

—¡Sí, claro! El niño ese no se parece en nada al chocolate. Se mete el dedo en la nariz y estoy segura de que le gusta su amigo, no Nojiko. Y encima ella se ha vuelto tonta por él. ¡El amor es una tontería!

—El amor es ciego, Nami. Una nunca elige de quien se enamora, un día tu corazón empieza a latir de prisa y estás perdida. No puedes evitar caer. —Nami fue testigo de la mirada que su madre le dedicó a Genzo, que se sonrojó hasta las orejas. Tras aquel extraño gesto, bajó la mirada de nuevo a ella y le posó un beso chiquitito en la punta de la nariz, como si fuese el leve toque de una mariposa—. Así os conocí yo a vosotras. Te vi en brazos de tu hermana, con esa preciosa sonrisa, me mirasteis con esos cuatro ojitos de chocolate y ya no pude vivir nunca más sin vosotras. Mis dos pequeños bombones.

—¡Mamá eso no es amor!

Bellemere frunció la boca y la atacó por sorpresa con un millar de cosquillas en la barriga.

—¿Cómo que no, tunante? Si yo me volví ciega por vuestra culpa.

Entre risas y luchas Nami se retorció bajo los dedos juguetones de su madre y la conversación se perdió bajo los mandarinos.

Dos meses después el gran amor de Nojiko se echó novio y a su hermana se le partió el corazón. Definitivamente tenía que haber sido ciega para no verlo venir. Desde entonces, Nami decidió que a ella no le pasaría eso. Era sorda, pero nunca sería ciega y menos por culpa de aquella tontería llamada amor.

Unos años después, mayor y más triste, conoció a Carina y se cegó.

Estaba tan desesperada por un pedacito de paz y color, que cayó frente a la primera persona que encontró lejos de Arlong Park.

Fue tan maravilloso como el chocolate y tan trágico que, cuando la abandonó en una isla sola, sin un berri y a manos de la violencia, supo por primera vez lo que era tener el corazón partido. Le dolió más el corazón que la cara cuando terminó la paliza de aquellos piratas a los que no consiguió robar. El día que una ladrona de pelo morado le robó a ella su primer amor fue el día que se juró que nunca más volvería a comer de ese chocolate.

Y aunque hacía mucho que la conversación entre mandarinos pasó al olvido, su mente la volvió a conjurar mientras se lamía las heridas en una playa lejana a su hogar, rodeada de flores de ancusa y con el corazón destrozado.

Dos años después, tirada en un suelo del cuarto de baño, rodeada de su propia sangre y de los pedazos de su corazón roto, Nami volvió a conjurar el olor de las mandarinas.

Bajo la mirada de Luffy, que por una vez había perdido cualquier indicio de sonrisa, creyó saborear un recuerdo dulce bajo mandarinos.

Incapaz de sostenerle la mirada se dobló a la mitad y suplicó. Arlong le había enseñado a suplicar y llorar con la cabeza en el suelo y así se dirigió al hombre pesque la observaba.

—Lo siento. Lo siento mucho…

El pelo se le humedeció en contacto con el charco escarlata que empapaba el suelo. La posición la desestabilizaba y unida al dolor que la abrazaba y la pérdida de sangre la obligó a depender del agarre de Luffy sobre su muñeca.

—Por favor… Tenía que hacerlo. Lo siento…

Las pisadas de Garp llegaron como tumbos y la sombra enorme del hombre tapó la claridad que entraba por el pasillo. A su alrededor todo era silencio, terror y frío. Escamas y tijeras. Sangre y desesperación.

La tormenta se desató sobre su cabeza, llena de gritos y movimiento.

—¡¿Nami?! ¡Qué es todo…!

Antes de que nadie se pudiese acercar, Luffy se interpuso entre ella y el mundo con una espalda diminuta que creció y creció hasta convertirse en muralla. El movimiento se volvió una orden silenciosa que invocó al silencio. Su expresión era sería cuando se arrodilló, aún con la muñeca ensangrentada de Nami entre las manos. La miró a los ojos.

Ella bajó la vista mucho antes de que esos iris de sabor dulce pudiesen apuñalarla.

—Nami.

La adolescente dejó que las lágrimas fluyeran, pero se negó a sollozar, cabizbaja y aterrada. El sol, que hacía tiempo que se había marchado, hizo un amago de retorno entre las nubes. Las escamas del hombre que se encontraba en la puerta del baño se reflejaron en el charco de sangre. Nami retorció un poco el brazo para alejarse de la puerta, pero el agarre de su amigo era férreo. A pesar de todo, el hierro de las cadenas no le horadó la piel de las muñecas. Las manos de Luffy eran cálidas.

—Nami —volvió a repetir Luffy.

Garp avanzó hacia ella, pero su nieto lo detuvo.

Ella, llevada por una rabia más impotente que furiosa, apretó la mano en torno a las tijeras. Un alarido gutural se le escapó del pecho.

La poca sangre que aún tenía se le acumuló en las orejas y las mejillas. El dolor en el hombro se disolvió bajo el de los oídos.

—Nami.

La tercera llamada le hizo levantar al fin la mirada del charco escarlata y enfrentar los ojillos pequeños e incisivos de Luffy.

—¡¿Qué?! ¿Qué más quieres de mi? ¿Quieres dinero? Tómalo —sollozó.

Con dificultad subió el brazo que tenía libre, lleno de sangre y dolor para agarrarle con fuerza la camiseta. Su mano se quedó tatuada sobre la tela blanca retorcida bajo los dedos.

—¿Quieres mi alma? Te la regalo.

El sollozo la obligó a encogerse sobre sí misma.

—¿Qué quieres? ¿Comida? ¿Mapas? ¿Quieres pegarme? ¡Pues pégame!

Su voz se volvió chillido a pesar de las lágrimas y Ace, que se cernía sobre ella dio un paso hacía delante en un gesto difícil de interpretar entre tanta desesperación.

—¡Sí queréis mi vida matadme! Pero no me vendáis otra vez a Arlong. No se lo digáis, por favor —sollozó—. Mi aldea no merece morir por mi culpa.

El hombre pez se tambaleó en la puerta y a ella se le escapó un gruñido enmarañado entre sollozos.

—Por favor… Por…

Luffy apretó un momento el agarre sobre su muñeca y los ojos, de un negro encendido se volvieron de carbón, deslucidos y apagados.

Garp y Ace se apartaron de ella. Con el horror implícito en el movimiento.

—Jimbe es un amigo del abuelo, Nami. No viene a por ti.

Algo se revolvió entre sus entrañas, esperanza, hambre o temor. Pero ella se apresuró a negar entre sollozos.

—No, es mentira. Él ya está aquí. Lo llamasteis. No debería haberos dicho nada… Es mi culpa… Lo siento mucho. —Como pudo, mareada, muerta de dolor y aún sujeta por Luffy, se arrastró hacia la puerta, en dirección al Gyojin—. No lo voy a volver a hacer —sollozó.

En un intento por asir el kimono del hombre pez alargó la mano con la que se había aferrado a su amigo, pero entre el mareo y la sangre, tropezó hasta quedar postrada ante él.

—Por favor, no lo hagas. Mátame a mí, no a ellos.

Luffy golpeó el suelo con fuerza cuando se arrodilló a su lado. En cuanto le soltó la muñeca las tijeras cayeron al suelo y ella ocultó la cara entre las manos. Luffy la sujetó por los antebrazos en un intento por enderezarla. Ella se negó a obedecer. Incapaz de moverse, de respirar, de vivir.

—Nami, escucha.

La adolescente se revolvió bajo su agarre de nuevo, con la mirada enfocada en las baldosas rojas del baño. Se iba a ahogar en tanta sangre. Iba a…

Los ojos de Luffy se colaron frente a ella. El cuello, estirado como los de las serpientes, la rodeaba para acabar al final de su mirada. A pesar de la seriedad, de la sangre y el miedo, los ojos de Luffy volvían a ser dos onzas dulces y oscuras.

—¿Sabes que los escarabajos huelen con las antenas?

Ella no dijo nada, pero, con la confusión de aquel dato tan raro fue capaz de coger aire. Se le escapó otro sollozo con la desesperación colgada de las antenas de los escarabajos.

—Y hay gusanos que se encienden, como las bombillas. Ace se comió uno el verano pasado.

Por encima de sus cabezas Ace emitió un sonidito que a Nami le ayudó a tomar aire. Las lágrimas continuaban resbalando por las mejillas, pero las comisuras de la boca le temblaron. Luffy sonrió.

—Esperamos dos semanas a ver si cagaba el gusano pero nunca le brilló la caca.

Aquella vez Ace insultó a su hermano y Nami rió. La carcajada salió burbujeante y estridente, pero fue suficiente para que el peso que la aplastaba contra el suelo se elevase un poco.

En cuanto la lucha por la supervivencia la soltó un poco, el dolor tomó su lugar y un quejido se le escapó entre los dientes. La sonrisa de Luffy titubeó y esta vez fue Nami la que buscó sus manos.

—¿Por qué? —la pregunta le atravesó la boca sin previo aviso, hueca.

El frío de su voz se le instaló en los huesos frente a la duda que brillaba en las facciones de Luffy. Con la mirada afilada del gyojin en la nuca.

Sobre ella, la voz grave y profunda de Garp interrumpió aquel diálogo aplastado contra el suelo.

—¿"Por qué" qué?

Los dientes le castañearon y supo que no podía hacer la pregunta que le rozaba los dientes. No podía preguntar el por qué ella nunca merecería la pena. No valía la pena ponerle cara a aquella duda. En cambio, respiró, cerró los ojos y se obligó a ordenar las ideas que volaban por el ambiente.

Era evidente que Arlong había venido a por ella, pero él había hablado de traición y le había ordenado que robase a Garp. Garp, que se encontraba allí con el hombre pez de Arlong, intentando matarla. Pero Arlong le había pedido que le robase a él. ¿Por qué le habría ordenado aquello si trabajaban juntos?

A menos que… ¿Cuales habían sido sus palabras exactas abajo en el salón?

Se mareó al recordarlo y tuvo que abrir los ojos para no perder la consciencia.

Luffy le dio un apretón en los brazos. El charco de sangre se agitó cuando Nami soltó aire y buscó de nuevo seguridad en los ojos oscuros que la observaban.

—¿Me vas a ayudar?

Él muchacho esperó en silencio y ella supo sin lugar a dudas aquello que le pedía con la mirada.

—Luffy, ayúdame.

Era una frase corta, apenas dos palabras mal pronunciadas. Pero tras una vida viviendo con avaricia unos problemas que consideraba sólo suyos, le costó un mundo recitar aquellas sílabas tan dulces.

El chico se desestiró como una goma contraída y la arrastró a ella a un abrazo. Apretada entre aquellos brazos volvió a saborear una dulzura oscura y deliciosa. El recuerdo del chocolate, aquel que hacía tantos años se había prometido olvidar bajo la sombra de los mandarinos, la hizo suspirar con la nariz enterrada en el hombro de Luffy.

—Por supuesto que te voy a ayudar, Nami.


Bueno

.

Yo tampoco vi venir eso. Que sepais que empecé el fic con intención de hacerlo de 3 capítulos explorando la idea de: ¿qué hubiera pasado si Nami llegase a cartografiar la isla de Luffy?
Quería explorar la amistad y me topé con el amor.
Ni siquiera cuando empecé a escribir el capítulo sabía que esto iba a pasar...
En fin, a mi me encanta el resultado del capítulo, no sé a ti, pero la comparativa del chocolate me endulzó los labios 3
¡Nos vemos en el siguiente capítulo!