El sol caía con fuerza sobre nuestras cabezas mientras recorríamos las calles vibrantes de Ubud. El aire estaba impregnado con el aroma de especias, incienso y frutas exóticas. Por donde mirara, había algo que llamaba mi atención: pequeñas ofrendas de flores y arroz en la entrada de cada tienda, el bullicio de los vendedores en los mercados y los turistas maravillados con la belleza del lugar.

Jacob caminaba junto a mí con su actitud relajada y segura, como si hubiera nacido para estar en cualquier lugar del mundo. Con una sonrisa en el rostro y sus gafas de sol en la cabeza, se detenía cada pocos minutos a señalar algo interesante.

—Esto es increíble —dijo, girándose hacia mí—. ¿No crees?

—Definitivamente… diferente —respondí, porque "increíble" aún no era la palabra que usaría.

A pesar de todo, el peso de Edward todavía flotaba en mi mente. Había venido a Bali para escapar de él, para dejar de pensar en su mirada furiosa, en la forma en que me había exigido explicaciones que no le debía.

Pero, como siempre, Edward Cullen se aferraba a mis pensamientos como una espina imposible de arrancar.

Jacob me sacó de mis pensamientos al detenerse frente a un pequeño puesto callejero.

—No sé si estás lista para esto, Bella —dijo con una sonrisa traviesa.

—¿Para qué exactamente? —pregunté con recelo.

Tomó una pequeña fruta con una cáscara escamosa y rojiza y la partió con facilidad entre sus dedos, revelando una pulpa blanca.

—Salak. También la llaman fruta de serpiente.

Fruncí el ceño al escuchar ese nombre.

—Eso no suena nada apetitoso.

Jacob rió.

—Confía en mí.

Dudé un momento, pero cuando sus ojos ámbar se fijaron en los míos con diversión, mi cuerpo reaccionó traicionándome con un sonrojo repentino. No entendía por qué me pasaba esto con Jacob últimamente.

Aun así, tomé un pedazo y lo probé.

—¿Y?

—No está mal —admití, tomando otro bocado.

—¿Ves? Deberías confiar más en mí.

Rodé los ojos, pero no pude evitar reírme. Por un momento, el recuerdo de Edward se disipó.


Nuestro siguiente destino fue el Bosque de los Monos de Ubud.

Desde el momento en que entramos, me sentí en otro mundo. Árboles gigantescos se alzaban a nuestro alrededor, con templos cubiertos de musgo escondidos entre la vegetación. Los monos saltaban de rama en rama, observándonos con descaro.

—Cuidado con estos pequeños bribones —advirtió Jacob mientras un mono se acercaba demasiado—. Si tienes algo brillante, te lo roban en segundos.

Di un paso atrás, pero el mono me miró con atención, como si supiera que estaba nerviosa.

—No traigo nada brillante —aseguré, revisando mis bolsillos por si acaso.

Jacob se rio y se agachó, dejando que uno de los monos trepara sobre su brazo con naturalidad.

—¿Ves? Son inofensivos.

Observé con asombro la facilidad con la que se movía, como si nada pudiera inquietarlo. Pero antes de que pudiera responder, sentí algo tirando de mi cabello.

—¡Espera! ¡No, no, no!

Un mono estaba subido en mi hombro y tenía un puñado de mi cabello en su manita peluda.

—¡Jacob, haz algo!

Jacob se dobló de la risa mientras el mono tiraba suavemente de un mechón de mi pelo, como si estuviera inspeccionándolo.

—Creo que le gustaste, Bella.

—¡No es gracioso! —intenté moverme con cuidado, pero al dar un paso hacia atrás, mi pie se resbaló con el suelo húmedo y perdí el equilibrio.

En un segundo estaba en el suelo, sentada torpemente con el mono aún aferrado a mi cabello.

Jacob se inclinó para ayudarme, aunque su risa apenas le dejaba hablar.

—Dios, Bella… Eres un imán para los problemas.

Con el orgullo herido, me puse de pie y sacudí mis pantalones.

—No me hables —refunfuñé.

Jacob extendió la mano y quitó al mono con facilidad, que saltó sobre una cerca cercana y nos observó con expresión burlona.

—Debiste haberlo visto, fue increíble.

—Si vuelves a reírte, te juro que te tiro al suelo —dije, pero el rubor en mis mejillas no ayudó a mi amenaza.

Jacob se pasó una mano por el cabello, todavía sonriendo.

—Eres adorable cuando te molestas.

Y ahí estaba otra vez. Mi cara ardiendo, el corazón acelerado.

Me giré rápidamente y comencé a caminar, sin atreverme a mirarlo.

"Este viaje se supone que era para olvidarme de Edward, no para enredarme en más problemas", pensé, mientras Jacob seguía riéndose a mi lado.


Por la tarde, nos dirigimos a Tegalalang, las famosas terrazas de arroz de Bali.

Era como estar en un cuadro. Campos de un verde vibrante se extendían en escalones perfectos, reflejando la luz del sol como espejos naturales. Caminamos por los senderos angostos que bordeaban las plantaciones, y cada vez que levantaba la vista, me encontraba con los ojos ámbar de Jacob.

Cada vez que nuestras miradas se sostenían demasiado tiempo, sentía cómo el calor subía a mis mejillas.

—Siempre quise ver esto en persona —dijo Jacob, apoyándose en la baranda de un mirador.

—¿Lo habías visto antes?

—Solo en fotos. Siempre quise venir a Bali, pero nunca encontré el momento.

Me mordí el labio, observándolo de reojo.

—Gracias por traerme.

Jacob giró la cabeza hacia mí, y su expresión se suavizó.

—Bella, no tienes que agradecerme. Estoy feliz de que estés aquí.

Mi corazón dio un pequeño vuelco. Miré hacia el paisaje para evitar que notara mi sonrojo.

¿Por qué me afectaba tanto?

Quizás, solo quizás, estaba aprendiendo a dejar atrás todo lo que me perseguía.

Tal vez incluso a Edward