Na:1) Aviso importante al final de capítulo. 2) Bienvenidos al final. 3)Por problemas en la página decidí subir este capitulo de Revenge por acá.
REVENGE
~Capítulo 49~
El centro comercial estaba repleto de luces brillantes y escaparates relucientes, cada tienda exhibía sus mejores productos en vitrinas perfectamente decoradas. El murmullo de la gente, el aroma a café recién hecho y la música de fondo creaban un ambiente animado y vibrante. Izumi caminaba con paso tranquilo, disfrutando del momento después de su sesión de compras que tuvo con Haruna antes que tuviese que retirarse.
~Hace unos minutos~
Las luces brillantes de la boutique reflejaban su resplandor sobre los delicados tejidos de seda, encaje y satén que colgaban de los percheros con una elegancia casi etérea. El ambiente olía a perfumes florales y cuero fino, y una suave música instrumental flotaba en el aire, añadiendo un toque de exclusividad al lugar.
Haruna caminaba entre los estantes con una expresión de satisfacción en el rostro. Observaba cada prenda con ojo crítico, deslizando sus dedos sobre las telas con la naturalidad de alguien que sabía exactamente lo que buscaba. A su lado, Izumi miraba con menos entusiasmo, aunque no podía negar que había piezas realmente hermosas.
—Debo admitir que esta tienda tiene buen gusto —comentó Izumi, cruzándose de brazos mientras observaba un vestido de corte sirena en tono burdeos.
—Por supuesto que sí —respondió Haruna con un tono de orgullo—. A la gran diseñadora Izumi a cualquier lugar.
Izumi esbozó una sonrisa.
Haruna sacó un vestido color esmeralda de uno de los estantes—. Mira este, ¿no es hermoso?
Izumi ladeó la cabeza, observando la prenda. Era un vestido de seda con un sutil brillo, de tirantes finos y un escote en V elegante pero sin exageraciones. La falda caía con fluidez, resaltando la silueta de una manera sofisticada y refinada.
—Es bonito —admitió Izumi, alzando una ceja—. Aunque no estoy segura de que me quede bien.
—¿Por qué no?
—Es para el cuerpo de una modelo.—Respondió la rubia.
—Tú tienes un cuerpo de modelo.
—Con todo lo que como, no tanto.— Señaló su vientre.
—¡No digas eso! Eres perfecta, muy hermosa...—Comentó Haruna y tomó su mano— Y estoy segura que este vestido se te verá genial.
—¿Tú crees?
—Solo hay una manera de averiguarlo —dijo la castaña con determinación, empujándola suavemente hacia los probadores mientras le colocaba el vestido en los brazos—. Ve y pruébatelo.
Izumi suspiró, pero tomó el vestido sin protestar demasiado. Se dirigió a los vestidores y, tras unos minutos, salió con la prenda puesta.
Haruna la observó con atención, sus ojos brillando con aprobación.
—Te ves preciosa, Izumi.
Izumi se miró en el espejo de cuerpo entero, observando cómo la tela abrazaba su figura de manera delicada, resaltando su porte elegante. Se giró ligeramente, evaluando el vestido desde distintos ángulos.
—¿Tú crees?
La castaña asintió: —¡Te ves, bellísima!—Comentó—¿Te gusta?
—Sí, me gusta —admitió, sonriendo de lado—Se me ve bien.
Haruna chasqueó los dedos con entusiasmo.
—¡Entonces es tuyo!
Izumi la miró con los ojos muy abiertos.
—¿Qué?
—Te lo regalo —dijo Haruna con naturalidad, tomando la etiqueta del vestido y dirigiéndose a la caja sin esperar una respuesta.
Izumi frunció el ceño y la siguió rápidamente.
—Haruna, no tienes que hacer esto.
—No tengo que hacer nada, pero quiero hacerlo —replicó Haruna con un tono desenfadado—. Eres una diseñadora increíble, pero sé que rara vez te das un capricho para ti misma. Así que lo haré por ti.
Izumi suspiró, sintiendo una mezcla de gratitud y resignación. Sabía que discutir con Haruna era inútil cuando se le metía algo en la cabeza.
—Gracias —dijo al final, con una pequeña sonrisa.
Haruna le guiñó un ojo mientras entregaba la tarjeta para pagar.
—Para eso estoy aquí.
~Actualidad~
Izumi llevaba en la mano una bolsa con el vestido que Haruna le había regalado, mientras suspiraba con una sonrisa de satisfacción. La jornada había sido más que solo ir de compras; había sido un respiro en medio del caos de su vida.
Suspiró con una leve sonrisa, disfrutando del raro instante de tranquilidad mientras recorría los pasillos iluminados. A su alrededor, la gente caminaba de un lado a otro, ocupada en sus propios asuntos, sin reparar en ella.
Sin embargo, cuando dobló una esquina, su paso se detuvo abruptamente.
—No puede ser… —murmuró, sintiendo un súbito vacío en el estómago.
Parpadeó varias veces, como si su mente necesitara confirmar lo que sus ojos estaban viendo.
A unos pocos metros, en un rincón del centro comercial, Rika y Ryo estaban besándose. No era un beso fugaz ni un gesto casual. Se besaban con intensidad, con una cercanía que no dejaba espacio a dudas.
¡Oh no!
Ryo abrió sus ojos sorprendido ante el beso inesperado que Rika le dio.
Pero rápidamente se obligó a alejarse.
—Rika, no, por favor.—Rogó— Esto no está bien.
—Pe-pero...
—Rika yo también te quiero.—Declaró el oji-azul.
—¿Entonces?—Preguntó Rika— ¿Por qué no sigues luchando por esto?
—Porque hay muchas cosas en juego.—Respondió Ryo.
—Tal vez el problema no es lo que la gente piense. Tal vez el problema eres tú, que no puedes aceptar lo que realmente quieres.
Ryo cerró los ojos por un momento, como si procesara sus palabras, y luego dejó escapar una risa sarcástica.
—Tal vez tengas razón. Pero eso no cambia nada.
Rika se puso de pie con un movimiento brusco, sintiendo que su paciencia se agotaba.
—No puedo obligarte a quedarte, Ryo. Pero quiero que...—Intentó hablar, pero justo en ese momento fue interrumpida.
—¿Rika qué haces aquí?— Una voz
El rostro de Yamato se quedó completamente inmóvil por un instante, como si su cerebro necesitara más tiempo para procesar lo que acababa de escuchar.
—¿De qué demonios estás hablando, Takeru? —preguntó finalmente, su voz más tensa de lo que esperaba.
—Sabes perfectamente de qué hablo —replicó Takeru, sin apartar su mirada de su hermano.
—No.—Yamato movió la cabeza— No lo sé.
—¡Sí lo sabes!—Exclamó el menor—. Dejemos las mentiras a un lado. Escuché todo.
Yamato sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Su instinto le decía que debía mantener la calma, pero el hecho de que Takeru mencionara a Mimi Tachikawa lo hizo entrar en alerta.
—No tienes idea de lo que dices —soltó Yamato, enderezándose en su asiento y cruzando los brazos, en un intento de mostrarse firme—. No hay ninguna conexión entre Mimi Tachikawa e Izumi o Nene.
Takeru apretó los labios, claramente esperando esa respuesta.
—No me mientas, Yamato —su tono era firme, inquebrantable—. Te escuché. Te escuché a ti y a nuestro padre hablando de ella. Busqué información y la encontré.
—¿Información?
—¡Sí!— Exclamó Takeru— Sé quien es Mimi Tachikawa, sé que ella es la madre biológica de Izumi y Nene...
Yamato sintió un vacío en el estómago. Su mente trabajaba a toda velocidad, buscando la manera de manejar la situación, pero Takeru no le dejaba espacio para maniobras.
—Estás sacando conclusiones erróneas —insistió Yamato, aunque incluso él sintió lo débil que sonaban sus palabras.
—¿Erróneas? —Takeru dejó escapar una risa seca, llena de incredulidad—. No te atrevas a decirme que todo lo que escuché fue una coincidencia. No te atrevas a decir que lo que descubrí fue erróneo. ¡Yamato deja de mentir!—Fue así como lanzó una carpeta en el escritorio.
—¿Qué es eso?
—Mi investigación.—Declaró el rubio— Mejor dicho, la información que recaudó Ikuto Noguchi.
Yamato sintió cómo la sangre se le helaba, al escuchar el nombre del amigo detective policial de Takeru.
—¿Le pediste ayuda a tu amigo que me investigara?
Takeru asintió: —Tengo el caso policial de Mimi. ¡Tengo todo! ¿Enserio continuarás negando?
Yamato movió su cabeza y abrió la carpeta, efectivamente ahí estaban los acta de nacimiento oficiales de Nene e Izumi, ambos con el nombre de Mimi Tachikawa.
—¿De dónde sacó esto?
—Pueden sacar todo de internet, pero nada de Koseki, Nene e Izumi son hijas de esa Mimi Tachikawa.—Declaró Takeru— Pero, que no te sorprenda...—Alzó un papel— No solo madre de tus hijas, también es tu esposa.
Yamato abrió los ojos sorprendido "Certificado de aceptación de notificación de matrimonio" ¡Era su certificado de matrimonio con Mimi!
—Casado con Mimi Tachikawa.—Declaró el menor— Pero que no te sorprenda...—Habló— Aun queda más...—Indicó la carpeta.
Yamato bajó su mirada hacia la carpeta y comenzó a ver todos los papeles con manos tensas. Su mirada recorrió los documentos y se detuvo en dos actas de nacimiento oficiales. Nene e Izumi. Ambas con el nombre de Mimi Tachikawa en la casilla de madre.
El mayor de los dos hermanos dejó escapar un suspiro pesado, pasando una mano por su cabello, frustrado.
—No sabes lo que estás haciendo, Takeru —murmuró, su tono ahora más grave—. No tienes idea de lo complicado que es esto.
—No me importa lo complicado que sea —replicó Takeru de inmediato—. Lo que me importa es la verdad. Y quiero que la digas. Quiero que me lo confirmes con tu propia boca. ¿Mimi Tachikawa es la madre de Izumi y Nene? ¿Sí o no?
Yamato lo miró, su rostro una mezcla de rabia, frustración y algo que parecía... ¿miedo?
Takeru lo sabía. Había dado con la verdad. Y ahora, su hermano mayor estaba acorralado.
Justo en ese momento, la puerta de la oficina se abrió con un leve chirrido, interrumpiendo la pesada atmósfera que se había instalado entre los dos hermanos. El sonido metálico de las bisagras chirriando resonó por la habitación. Yamato, con la mirada fija en los papeles frente a él, levantó la cabeza. Takeru, por su parte, apenas movió un músculo, como si estuviera esperando lo que sucedería a continuación.
En la entrada, Hiroaki hizo su aparición, acompañado por tres hombres que Yamato y Takeru reconocieron al instante. Eran alemanes, conocidos socios comerciales con los que la familia Ishida mantenía un trato directo, y que solían venir a discutir acuerdos confidenciales de alto nivel. La tensión en el aire se hizo aún más palpable al verlos. Los tres hombres, de aspecto serio y formal, se mantuvieron en la puerta, esperando instrucciones.
Yamato y Takeru se pusieron de pie casi al mismo tiempo, reconociendo la seriedad de la situación. Aunque la reunión que su padre había mencionado claramente no era una opción que quisieran enfrentar ahora, sabían que no podían evitarla. Hiroaki, con su carácter firme, no tenía intención de posponerla.
—Buenas tardes.—Musitó el castaño.
—Padre...—Habló Yamato— ¿Qué haces aquí?
—Acaso ¿olvidas que tenemos reunión?—Preguntó Hiroaki y luego dirigió su mirada hacia su hijo menor— Takeru ¿tú también estás aquí?
El menor hizo una mueca y volteo con mirada seria hacia su padre.
—Señor Ishida...—Uno de los alemanes se acercó a Yamato y estrechó su mano.
El padre de Nene correspondió el gesto.
—Buenas tardes.
—Buenas.—Respondió Yamato.
Takeru dirigió su mirada hacia su carpeta y rápidamente comenzó a ordenar todo.
—Es hora de la reunión, los alemanes están aquí para cerrar el acuerdo—dijo Hiroaki con voz grave, su tono no dejaba lugar a dudas. Señaló a los tres hombres alemanes detrás de él
—¿E? Pa-padre...—Habló Yamato— ¿Debe ser ahora?
—¡Pues claro!— Exclamó Hiroaki—. Ellos están esperando, y no tenemos tiempo que perder.
—Estábamos ocupados.—Declaró Takeru.
—Luego podrán seguir hablando.—Respondió el castaño.
—Señor Yamato, si no es mucho molestar, pero tenemos asuntos que atender.—Declaró uno de los alemanes— Necesitamos comenzar cuanto antes la reunión.
—Entiendo, pero...
Takeru no podía ocultar su desagrado por la interrupción, pero, al mismo tiempo, comprendió que no podían retrasar más los asuntos de negocios. La tensión entre él y Yamato seguía creciendo, pero las circunstancias lo empujaban a mantener la compostura. Se quedó en pie, mirando a su hermano, esperando que diera alguna respuesta. Sin embargo, Yamato no dijo nada. Su mente seguía ocupada con el caos que acababa de desatarse.
—No te preocupes.—Tk le habló a su hermano— Luego continuamos hablando.
Hiroaki, sin siquiera mirar a Takeru, se dirigió directamente a Yamato, quien aún parecía atrapado en sus pensamientos, los ojos fijos en la carpeta con la documentación sobre Mimi.
—Vamos —insistió Hiroaki—. No tenemos tiempo para tus juegos, Yamato. La reunión es prioridad. Si no puedes manejar ambas cosas, entonces la situación se complica aún más.
Yamato, sintiendo la presión de su padre, tomó una respiración profunda antes de cerrar la carpeta y dejarla de lado, sin mirarla por un instante más. Sabía que el momento de enfrentar lo que había estado ocultando aún no había llegado, pero por el momento, no tenía otra opción que cumplir con la reunión.
—Está bien, padre —dijo Yamato, su voz tensa. Dirigió una mirada fugaz a Takeru antes de caminar hacia los tres hombres alemanes que esperaban. Aunque su actitud era firme, había algo en su postura que delataba su incomodidad. No podía evadir lo que estaba pasando.
Takeru observó la escena, sintiendo cómo cada vez más se desmoronaba la imagen de su hermano mayor. Pero por ahora, había algo más urgente que requería su atención. Mientras caminaba junto a Yamato y los demás hombres hacia la sala de conferencias, no pudo evitar pensar en lo que acababa de descubrir. El rostro de Hiroaki mostraba una tranquilidad fría, pero algo en su mirada revelaba que estaba al tanto de las tensiones familiares. La verdad, al final, siempre encontraba la forma de salir a la luz.
Kouji parpadeó, como si necesitara un momento para procesar lo que estaba viendo. No esperaba encontrarse con Damar al abrirse la puerta de la casa de su madre, y, por la expresión en el rostro de la joven, ella tampoco lo esperaba a él.
Damar sintió un extraño peso en el pecho y, sin darse cuenta, dio un paso hacia atrás. No era miedo ni rechazo, pero la repentina aparición de Kouji la había tomado completamente desprevenida. No lo veía desde hacía tiempo, y la última vez que lo había hecho, su relación no había terminado en los mejores términos.
—Kouji… —musitó Damar, sin poder evitarlo.
—Damar.
Kouji frunció el ceño ligeramente, recuperando la compostura con rapidez. No era un hombre que se dejara llevar por las emociones fácilmente, pero ver a Damar allí lo desconcertó más de lo que estaba dispuesto a admitir.
—No esperaba verte aquí —dijo con voz neutral, aunque sus ojos delataban una chispa de sorpresa.
Antes de que Damar pudiera responder, Tomoko apareció en el pasillo, secándose las manos con un paño de cocina.
—¿Quién era, querida? —preguntó con curiosidad antes de detenerse abruptamente al ver a Kouji en la puerta.
Sus ojos se agrandaron y una mezcla de alegría y emoción se reflejó en su rostro.
—¡Kouji!
Tomoko no dudó en acercarse rápidamente para abrazar a su hijo. La calidez en su voz y el brillo en sus ojos demostraban lo mucho que lo había extrañado. Kouji, aunque aún parecía algo rígido por la sorpresa, correspondió el abrazo de su madre con una ligera sonrisa.
—Hola, mamá —dijo con voz más relajada.
Damar observó la escena en silencio. La calidez del reencuentro entre madre e hijo era evidente, pero, aun así, la tensión entre ella y Kouji no desaparecía. Aunque ninguno lo mencionaba, ambos sabían que había asuntos sin resolver entre ellos.
Tomoko se separó ligeramente de su hijo, sin dejar de sonreír.
—Me sorprende verte.
—Disculpa por no avisar.—Respondió el joven.
—No te preocupes.—Contestó la mujer— Tú sabes que puedes venir cuando quieras, esta es tu casa.— Inevitablemente pasó su mirada por Damar— Veo que, se reencontraron.
Damar y Kouji intercambiaron miradas rápidas.
La castaña sintió un escalofrío recorrerle la espalda cuando los azules ojos de Kouji se encontraron con los suyos. La intensidad en su mirada le hizo recordar que, aunque el tiempo había pasado, las heridas del pasado no habían desaparecido por completo. No era el momento ni el lugar para hablar de ello, pero la presencia de Kouji en ese espacio que ella consideraba un refugio removía algo dentro de ella que prefería mantener enterrado.
Kouji, por su parte, mantuvo su expresión impasible, pero en su mente se desataban pensamientos encontrados. No esperaba ver a Damar allí, y mucho menos tener que lidiar con el peso de lo que ambos habían dejado inconcluso. Aun así, no podía ignorar la sensación de familiaridad y el leve tirón en su pecho al verla después de tanto tiempo.
—¿Sabías que Damar regresó a la ciudad?
Kouji asintió: —Hace unos días nos encontramos.
—¿A sí?— Tomoko se sorprendió y pasó su mirada por la castaña.
Damar simplemente asintió, pero rápidamente bajó la mirada.
—No sabía que Damar estaba aquí.—Musitó el Minamoto.
—Vino a visitarme.—Respondió Tomoko— Cuando supe de su regreso le pedí a Ryo que la invitara, y aquí está.
Kouji no supo exactamente que contestar: —Que bueno, madre.— Fue lo único que atinó a decir.
El silencio nuevamente se hizo presente.
Tomoko, al notar el silencio entre ambos, entrecerró los ojos con perspicacia, pero decidió no mencionar nada al respecto. En su lugar, optó por aliviar la tensión con su tono maternal y acogedor.
—Hijo, estábamos a punto de tomar té con unas galletas que hice.—Comentó— ¿Te gustaría acompañarnos?
—¿E?—Balbuceo el Minamoto y pasó su mirada por Damar, luego volvió hacia Tomoko— Madre, solo vine a hablar con Ryo.
—Ryo no está.—Respondió Tomoko.
—¿No?— Preguntó Kouji—¿Dónde fue?
—No sé.—Contestó la mujer— Solo me envió un mensaje y me dijo que iría al cine. Ya sabes, él es grande, no tiene que pedirme permiso para todo.
—¿Y cuando regresará?
—No lo sé.—Musitó la mujer— Pero puedes esperarlo y de paso nos acompañas a tomar té. Con Damar estábamos apunto de comer.
Damar se mordió el labio inferior ante esto, no sabía si esa idea fuese la mejor, sabía que no era del agrado de Kouji. Y la verdad es que ella tampoco quería tener que soportarlo.
Kouji nuevamente pasó su mirada por ella: —No quiero molestar.
Damar simplemente desvió la mirada y pensó seriamente en la opción de inventar una excusa para irse del lugar.
—No molestas hijo.— Respondió Tomoko.
—¿E?—Balbuceo la castaña— Bueno, entonces, yo me iré.
—¿Por qué?—Preguntó la mujer.
—Ya es tarde y debo irme a mi departamento.—Contestó Damar.
—Pe-pero aun no has comido ni una galleta. Y-y recién íbamos a tomar té.— Inevitablemente balbuceo Tomoko ante esto.
—N-no...—Habló Damar— Pero será mejor que me vaya, tengo cosas que hacer y creo que es prudente, no quiero incomodar, prefiero darles privacidad, así pueden tener un momento madre e hijo.
—No incomodas.—Respondió rápidamente Tomoko— Al contrario, para mí es una alegría tenerlos a ambos aquí...—Musitó con una sonrisa— Luego de tanto tiempo...—Suspiró y bajó la mirada— Apuesto que si Kouichi estuviera aquí estaría tan feliz como yo.
El nombre de Kouichi provocó que la tensión del lugar se convirtiese en melancolía.
"Kouichi"
Un nombre muy importante tanto para Tomoko, como para Kouji y para Damar.
"Kouichi"
Quien un día fue hijo, hermano y mejor amigo.
—Por favor, quédate.—Tomoko le rogó a Damar y tomó su mano, luego volteo hacia Kouji— Quédense los dos.
Damar sintió un nudo formarse en su garganta cuando Tomoko mencionó a Kouichi. No importaba cuánto tiempo pasara, su ausencia seguía siendo un vacío imposible de llenar. Miró de reojo a Kouji, tratando de descifrar su reacción, pero su expresión era indescifrable. Sin embargo, conocía lo suficiente de él como para saber que, por dentro, esa mención le dolía tanto como a ella.
Se mordió el interior de la mejilla, indecisa. No quería quedarse, no quería estar en la misma habitación con Kouji por más tiempo del necesario, pero tampoco tenía el corazón para rechazar a Tomoko en un momento así.
Kouji, por su parte, permaneció en silencio por unos segundos antes de suspirar levemente.
—De acuerdo —dijo finalmente—. Me quedaré.
Damar parpadeó sorprendida. No esperaba que él cediera tan fácilmente.
Tomoko sonrió con alivio y volvió a apretar suavemente la mano de Damar.
—¿Y tú, querida?
Damar sintió el peso de la mirada de Kouji sobre ella, expectante pero sin presionarla. Al final, suspiró y asintió con resignación.
—Está bien…
—¡Genial!— Exclamó Tomoko— Vamos.—Fue así como la mujer tomó la mano de su hijo y se encaminó hacia allá.
Kouji avanzó tras su madre, Damar se movió hacia un lado para permitirles el paso, sintiendo el roce fugaz de Kouji al pasar junto a ella. El contacto fue mínimo, pero suficiente para hacer que su piel se estremeciera. Él tampoco pareció indiferente, pero no dijo nada.
Ya en el comedor, Tomoko comenzó a servir una taza de té para su hijo mientras le hacía preguntas sobre su viaje y su trabajo. Kouji respondía con calma, con su tono usualmente reservado, pero a medida que la conversación fluía, su expresión se relajaba. Damar se mantuvo en silencio, fingiendo estar concentrada en su taza de té, aunque en realidad cada palabra de Kouji llegaba a sus oídos con una claridad perturbadora.
La lluvia seguía cayendo con fuerza, empapando la ciudad en un manto gris. Ryo permanecía de pie bajo la marquesina de la parada de autobús, con las manos en los bolsillos y la cabeza gacha. Su mente estaba lejos de ahí. No podía dejar de pensar en lo que había sucedido hace apenas un rato.
El beso.
Rika.
El simple recuerdo hacía que su corazón latiera con fuerza, como si estuviera atrapado en una tormenta más intensa que la que caía sobre la ciudad. Cerró los ojos con frustración y dejó escapar un suspiro. No entendía qué le pasaba. Nunca había sido el tipo de persona que se quedaba atrapado en un solo momento, pero esta vez… esta vez era diferente.
Podía sentir todavía el leve roce de sus labios contra los de ella, la calidez fugaz del contacto, la manera en que todo pareció detenerse por un instante. Pero no solo era el beso lo que lo tenía tan inquieto, sino la confusión en los ojos de Rika después de hacerlo. Como si ella tampoco supiera por qué lo había hecho. Como si ambos hubieran cruzado una línea que no estaban seguros de poder volver a traspasar.
Ryo se pasó una mano por el cabello mojado, tratando de alejar esos pensamientos. Pero no importaba cuánto lo intentara, su mente regresaba a la misma escena una y otra vez.
Se giró hacia la calle, intentando distraerse. Llevaba demasiado tiempo esperando y su paciencia se estaba agotando. La lluvia había retrasado todo el tráfico, y ya estaba harto de permanecer en el mismo sitio, sintiendo que se ahogaba tanto en sus pensamientos como en el maldito clima.
Entonces, a lo lejos, vio aparecer las luces de un autobús abriéndose paso entre los charcos y la neblina.
—¡Al fin! —pensó con un suspiro de alivio.
El autobús se detuvo con un chirrido y las puertas se abrieron frente a él.
Ryo subió de un salto, sacudiéndose el agua de la chaqueta mientras avanzaba por el pasillo con pasos apresurados. El interior del vehículo estaba húmedo y caluroso, un marcado contraste con el frío exterior.
Sus ojos recorrieron rápidamente los asientos hasta que encontró a Takuya, sentado junto a la ventana, con los audífonos puestos y la mirada perdida en la pantalla de su teléfono.
Ryo esbozó una pequeña sonrisa y se acercó.
—Oye, Kanbara. —Le dio un leve golpe en el hombro.
Takuya levantó la mirada con sorpresa, como si estuviera demasiado absorto en lo que sea que estuviera viendo en su teléfono.
—¡Ryo! —exclamó, quitándose uno de los audífonos—. No te esperaba aquí.
—Ni yo. —Ryo se dejó caer en el asiento vacío junto a él y dejó escapar un largo suspiro—. Pero con este clima y el tráfico de locos, no tenía muchas opciones.
Takuya asintió con comprensión y guardó su teléfono en el bolsillo.
—Sí, el tráfico ha estado horrible. ¿Por qué no tomaste un taxi?
—No tenía ganas de gastar dinero en un viaje que iba a tardar lo mismo que el autobús —respondió Ryo, mirando a través de la ventana empañada.
Takuya lo observó con atención por un momento antes de sonreír con diversión.
—Tienes cara de estar pensativo. ¿Algo pasó?
Ryo se removió en su asiento y desvió la mirada.
—Nada importante.
Takuya arqueó una ceja y cruzó los brazos.
—¿Seguro? Porque esa respuesta suena exactamente como cuando algo importante sí pasa, pero no quieres hablar de ello.
Ryo chasqueó la lengua, frustrado porque su amigo lo conocía demasiado bien.
—Es complicado.
Fue así como Ryo comenzó a hablar.
Mientras tanto Izumi y Rika se encontraban en el auto de la rubia.
—No puedo creer que te hayas juntado con ese chico.— Declaró la mayor—Se supone que, te mantendrías lejos de los problemas.
La pelirroja hizo una mueca antes de hablar:
—Izumi, entiendo que te haya sorprendido verme con él.
—¿Sorprenderme? —repitió la rubia, cruzándose de brazos—. Sorpresa es decir poco.
Rika suspiró con resignación.
—¡Te estabas besando con ese tipo! —exclamó Izumi, su mirada verde centelleando con incredulidad—. ¿Eres siquiera consciente de lo que estás haciendo?
—Por supuesto que lo soy —respondió Rika con firmeza.
—No, no lo eres realmente —replicó Izumi sin vacilar—. Tú sabes tan bien como yo que ese chico no es para ti.
—No digas eso —protestó la menor—. No tienes cómo saberlo.
—Claro que lo sé —afirmó Izumi, su expresión endureciéndose—. Papá jamás lo aceptará… y con justa razón. ¿Ya olvidaste que él fue el responsable de la explosión en nuestra empresa?
Rika apretó los labios y negó con la cabeza.
—Él no tuvo nada que ver con eso.
—Sí lo tuvo.
—No, no lo tuvo —insistió Rika con vehemencia.
—No intentes defenderlo.
—No lo estoy defendiendo, solo estoy diciendo la verdad —declaró Rika, su voz cargada de convicción—. ¡Ryo no fue el culpable! Y si lo hubiera sido, dime, ¿por qué sigue en libertad? ¿Por qué no está tras las rejas?
Izumi abrió la boca para responder, pero se quedó en silencio. Rika tenía un punto.
Aun así, la rubia no estaba dispuesta a ceder tan fácilmente.
—No lo sé, Rika —admitió al fin—. Pero lo que sí sé es que papá jamás lo aceptará, y no es solo por la explosión. Por su culpa tuviste demasiados problemas con nuestros padres, ¿ya olvidaste todo lo que pasaste?
Rika desvió la mirada por un instante, pero cuando volvió a encontrarse con los ojos de Izumi, su determinación no había cambiado.
—Eso no cambia lo que siento por él.
Esto llamó la atención de la rubia.
—¿Lo que sientes por él?
Rika asintió: —Yo lo quiero.
—Rika, no puedes querer a un chico como él.
—Ya suenas a Toshiko, Hiroaki y a nuestro padre.—Comentó la pelirroja.
—En cierto modo, tienen razón.—Habló Izumi— Pero no lo digo solo por eso. Ryo es mayor que tú. Ya tiene una vida hecha. Tú apenas estás en último año de preparatoria. No es correcto.
—¿Correcto?— Cuestionó Rika—No creo que sea adecuado que digas esto. No me saques esto en cara, tú el otro día te besaste con Takuya y no te dije nada.
—Takuya es diferente.
—No lo es, es de la misma clase de Ryo.—Declaró la menor— Y para variar, es amigo de Ryo.
—Aunque sean amigos, Takuya es diferente.
Rika se cruzó de brazos: —No tienes forma de saberlo.
—Lo sé, la muestra está en todo lo que Takuya ha hecho, es buen chico, siempre está con nosotros en momentos tristes y no causa problemas.
—Ryo también me apoya, está conmigo, y los problemas en los cuales se ha visto involucrado es mi por mi culpa.—Declaró la pelirroja.
Izumi movió la cabeza: —Rika, por favor, no intentes justificar tu fanatismo por ese chico. No está bien que estés con él.
—¿Me quieres dar clases de moral? Tú que besaste a Takuya aun cuando estabas de novia con Kouji.—Comentó Rika— Así que, no me vengas a dar una clase de moral.
Izumi apretó su puño ante esta declaración.
—Tú no sabes nada.—Gritó.
Rika miró a Izumi con una mezcla de rabia y desafío, pero antes de poder soltar otro comentario, un sonido extraño interrumpió la conversación.
El motor del auto comenzó a hacer ruidos secos y entrecortados, como si estuviera teniendo dificultades para seguir funcionando.
—¿Qué fue eso? —preguntó Rika, su tono ahora más serio.
Izumi frunció el ceño y revisó rápidamente los indicadores del tablero.
—No lo sé... —murmuró, sintiendo un ligero nudo en el estómago.
De repente, el auto empezó a desacelerar sin que Izumi pisara el freno.
—Izumi... ¿qué pasa? —insistió Rika, ahora con un atisbo de preocupación en la voz.
—¡No lo sé! —repitió Izumi, golpeando el volante con frustración—. ¡No estoy haciendo nada, el auto simplemente se está apagando!
El vehículo se detuvo en medio del camino y, de inmediato, un humo denso comenzó a salir del capó. Afuera, la lluvia golpeaba con fuerza el parabrisas, convirtiendo la carretera en un torrente oscuro y resbaladizo.
—¡Rayos! —exclamó Izumi, soltándose el cinturón de seguridad apresuradamente—. ¡No puede ser!
—¡¿Qué demonios hiciste?! —espetó Rika, quitándose su propio cinturón mientras miraba el humo con ojos alarmados.
—¡No es mi culpa! —Izumi le lanzó una mirada furiosa antes de abrir la puerta.
Apenas lo hizo, una ráfaga de viento helado y un chaparrón la recibieron de golpe, empapándola al instante.
—¡Maldición! —soltó entre dientes mientras se cubría con una mano.
—¡Cierra la puerta! —chilló Rika, pero Izumi ya estaba afuera.
Bufando con resignación, la pelirroja abrió su propia puerta y salió del auto. Tan pronto como puso un pie en el suelo, un charco helado le mojó las zapatillas y el agua de la lluvia empapó su ropa en cuestión de segundos.
—¡Esto es una pesadilla! —protestó Rika, sujetándose los brazos y temblando—. ¡Nos vamos a enfermar aquí afuera!
—¡Deja de quejarte y ayúdame! —espetó Izumi, forcejeando con el capó del auto mientras el agua le corría por el rostro y pegaba su cabello oscuro a su piel.
Cuando finalmente logró abrirlo, una nube densa de humo blanco salió disparada, envolviéndolas. Izumi retrocedió tosiendo y agitando una mano para disiparlo, pero la lluvia y el viento lo esparcieron rápidamente.
—¡Demonios! —soltó entre toses—. Esto no se ve bien…
Rika, tiritando, se cruzó de brazos y observó la escena con escepticismo.
—Te lo dije, esto es un desastre…
Izumi le lanzó una mirada asesina, su ropa chorreando agua y pegada a su cuerpo.
—¡Si solo vas a criticar, mejor ayuda a encontrar una solución!
Rika suspiró, mirando a su alrededor. La carretera estaba completamente desierta, solo el sonido de la lluvia golpeando contra el pavimento y el trueno ocasional rompían el silencio de la noche.
—Estamos en medio de la nada… —murmuró, estremeciéndose.
Izumi se cruzó de brazos, temblando—. ¡Y con lluvia!
—Genial… —Rika rodó los ojos y se abrazó a sí misma para conservar el calor—. ¿Y ahora qué? ¿Vamos a empujar el auto hasta encontrar ayuda?
Izumi dejó escapar un suspiro frustrado mientras miraba el vehículo envuelto en humo.
—No lo sé, pero quedarnos aquí discutiendo bajo este aguacero no va a solucionar nada…
La tarde había caído lentamente, envolviendo la casa en una suave penumbra. La luz del sol se filtraba a través de las cortinas, tiñendo la habitación con tonos dorados. El aroma del té recién servido flotaba en el aire, mezclándose con el dulce perfume de los muffins de Tomoko. Sin embargo, a pesar de la calidez de la habitación y el alegre murmullo de Tomoko, había algo palpable en el aire, algo que se sentía como una corriente eléctrica entre Damar y Kouji.
Ambos se sentaron a la mesa, frente a una tetera humeante y una bandeja de pastelitos, pero sus movimientos eran tensos, casi automáticos, como si estuvieran en una especie de suspensión, esperando que algo se rompiera o se dijera.
Tomoko, completamente ajena a la carga emocional que flotaba sobre los dos, seguía sonriendo con entusiasmo, disfrutando de la compañía de su hijo después de tanto tiempo. Sus ojos brillaban mientras miraba a Kouji, como si no pudiera creer que él estuviera allí, compartiendo ese momento con ella. La alegría de su madre era evidente en cada palabra que pronunciaba, mientras se inclinaba hacia Kouji, preguntándole sobre su trabajo, sus amigos, su vida.
—¡Me alegra tanto verte tan bien! —dijo Tomoko, mientras levantaba su taza de té con una mano, dejando que el vapor se elevara hacia el techo—. Cuéntame, ¿cómo te va en el trabajo? ¿Tienes mucho estrés?
Kouji, algo incómodo pero tratando de mantener la compostura, la miró con una sonrisa, pero sus ojos pasaban, casi sin querer, de Tomoko a Damar y de vuelta a su madre.
—Sí, un poco de estrés, ya sabes... —respondió, mientras jugueteaba con la taza entre sus manos—. Pero todo va bien. Nada que no pueda manejar.
Sin embargo, su tono no era tan seguro como normalmente lo era. Cada vez que sus ojos se encontraban con los de Damar, había una especie de fricción no resuelta, algo que tiraba de su interior. No sabía si era el hecho de que había pasado tanto tiempo sin verla o si todo lo que había sucedido entre ellos antes le seguía pesando. Lo cierto era que no lograba encontrar el ritmo de la conversación, y eso lo hacía sentir incómodo.
Damar, por su parte, no podía dejar de sentir esa extraña presión en su pecho. Estaba allí, en la misma mesa que él, con su madre, pero a la vez tan distante. A pesar de su sonrisa, su mente estaba llena de pensamientos entrelazados. No podía evitar recordar los momentos pasados, las promesas no cumplidas, las palabras no dichas. Su mirada, en ocasiones, se deslizaba hacia Kouji, notando cómo él, aunque intentaba mostrar su usual confianza, no dejaba de sentirse incómodo. Y esa incomodidad la contagiaba, la hacía sentir aún más distante.
Ella se había preparado para este momento, pero ahora que estaba aquí, todo parecía tan fuera de lugar. La manera en que Kouji se movía, sus gestos, sus silencios... todo parecía hablar más de lo que sus palabras podían expresar. Damar quería hablar, quería romper la barrera que existía entre ellos, pero no encontraba las palabras correctas. El peso de la historia que compartían era demasiado grande, demasiado denso.
Por un momento, los tres se quedaron en silencio, Tomoko sonriendo sin saberlo, como si todo estuviera perfectamente en su lugar. Damar, sin embargo, mantenía la mirada fija en su taza de té, casi como si fuera la única cosa que podía controlar en ese instante. Su mente pasaba de un pensamiento a otro, intentando encontrar una forma de aliviar la tensión, de disminuir la distancia, pero el tiempo parecía estar en su contra.
Kouji notó la quietud de Damar, el leve temblor de sus manos cuando sostenía su taza, y sintió una punzada en el pecho.
La lluvia golpeaba el parabrisas del auto con una intensidad ensordecedora, y el sonido de los limpiaparabrisas apenas podía opacar el incesante tamborileo de las gotas contra el techo del vehículo. Sora frunció el ceño, ajustando el agarre en el volante mientras maniobraba con cautela por el camino de entrada a su mansión. Las luces delanteras del auto cortaban la oscuridad de la noche, reflejándose en los charcos que se habían formado en el asfalto.
Con un suspiro, extendió la mano y presionó el botón de su llavero para abrir el portón eléctrico. Sin embargo, justo antes de que este comenzara a moverse, una figura solitaria en la entrada de la mansión llamó su atención.
Sora frunció el ceño. A pesar de la oscuridad y la lluvia, distinguió la silueta de un hombre parado junto al portón principal. Su ropa estaba completamente empapada, y parecía haber estado allí por un buen rato.
Desconfiada, Sora avanzó unos metros con el auto hasta quedar más cerca de la entrada. Luego, bajó lentamente la ventanilla, permitiendo que el viento frío y la lluvia le azotaran el rostro.
—¿Quién es usted? —preguntó con voz firme, manteniendo su mirada fija en el desconocido.
El hombre se giró hacia ella, parpadeando bajo la lluvia mientras se pasaba una mano mojada por el rostro.
—Llevo rato tocando el portón… —dijo con un tono que delataba cierta frustración—. ¿Esta es la mansión Ishida?
Sora entrecerró los ojos y asintió.
—Sí, esta es la mansión Ishida. Yo soy Sora Ishida. —Su tono no mostraba ni una pizca de calidez—. ¿Qué necesita?
El hombre pareció quedarse en silencio por un momento. Luego, la miró con intensidad, como si quisiera asegurarse de que realmente era ella.
—¿Sora Ishida? —repitió en un tono más bajo, casi como si no pudiera creerlo.
Sora asintió nuevamente, ahora con más impaciencia.
—Sí, soy yo. ¿Quién es usted y qué quiere?
El hombre inspiró hondo y dio un paso hacia adelante, con el agua escurriendo de su cabello y su ropa.
—Necesito hablar con usted. Es importante.
La lluvia caía en cortinas gruesas sobre la ciudad, empapando el pavimento y formando charcos en cada rincón de la calle. El sonido constante del agua golpeando el techo del auto de Izumi se mezclaba con el incesante claxon de los vehículos que estaban detrás de ellas, atrapados en el tráfico debido a la repentina avería del coche.
—¡Te lo dije, Izumi! —reclamó Rika, cruzada de brazos y con el ceño fruncido—. ¡Eres un desastre!
Izumi, que estaba dentro del auto con las manos aún en el volante, suspiró pesadamente antes de inclinar la cabeza hacia atrás en el asiento.
—No empieces, Rika…
—¡¿Cómo que no empiece?! ¡Estamos en medio de la calle, bajo un diluvio, y los conductores nos están maldiciendo! —gritó, señalando con un gesto brusco a los autos que hacían sonar sus bocinas sin piedad.
Izumi se masajeó las sienas, intentando mantener la calma, pero el constante escándalo del tráfico la tenía al borde de los nervios.
—No es mi culpa que el auto haya decidido morir justo ahora.
—¡Pues claro que es tu culpa! —replicó Rika con una mueca de fastidio—. Papá te dijo que fueras responsable con este auto cuando te lo regaló. ¡Pero no! Tenía que ser Izumi la descuidada, la que nunca revisa el motor, la que no lleva el auto al taller.
—¡Dios, Rika, ya basta! —exclamó Izumi, girándose hacia su hermana—. No soy mecánica, ¿de acuerdo? ¿Cómo iba a saber que esto pasaría?
Rika bufó y apoyó las manos en su cintura, mirando a su alrededor. Los autos seguían tocando la bocina, y un autobús se asomó por la ventanilla para gritarles algo que quedó ahogado por el ruido de la lluvia.
—¡Genial! ¡Ahora todos nos odian! —se quejó Rika, mirando con frustración el auto detenido—. ¿Llamaste a alguien?
Izumi sacó su teléfono y lo miró con impotencia.
—El 4% de batería que me quedaba murió cuando intenté buscar ayuda hace cinco minutos.
Rika cerró los ojos y tomó aire, como si estuviera reuniendo paciencia de un rincón inexistente en su interior.
—Perfecto. Justo lo que necesitábamos.
El agua seguía cayendo sin piedad, empapando la ropa de Rika y formando pequeños ríos en el parabrisas del auto. Izumi tamborileó los dedos en el volante y luego miró de reojo a su hermana.
—Mira… En lugar de gritarme, ¿por qué no piensas en una solución?
Rika la fulminó con la mirada.
—La solución era haberle hecho mantenimiento a este pedazo de chatarra antes de que nos dejara varadas en plena tormenta.
Izumi resopló y apoyó la cabeza en el volante.
—Odio cuando tienes razón.
—Y yo odio cuando tienes la mala costumbre de ignorar lo que te dicen.
Las bocinas seguían resonando, la lluvia seguía cayendo, y el auto de Izumi permanecía inmóvil en medio del desastre.
Toshiko caminó con paso firme por los pasillos del centro de detención, sus tacones resonando en el suelo con cada movimiento calculado. Había visitado este lugar en contadas ocasiones, y aunque nunca le había resultado agradable, hoy tenía un propósito claro. Su expresión era fría, imperturbable, como si nada pudiera sacudir su temple.
El guardia la guió hasta la sala de visitas y, tras unos segundos de espera, vio a Shuu entrar. Él vestía el uniforme de prisionero y su mirada, aunque confiada, reflejaba una impaciencia evidente. Se sentó frente a Toshiko con los codos apoyados sobre la mesa metálica, sin apartar la vista de ella.
—¿Lo descubriste? —preguntó sin rodeos, sus ojos oscuros analizando cada mínimo gesto de Toshiko.
Ella inclinó ligeramente la cabeza, con una expresión inescrutable.
—No.
Shuu entrecerró los ojos, su mandíbula se tensó.
—¿Cómo que no? Pensé que estabas investigando.
Toshiko apoyó las manos sobre la mesa, entrelazando los dedos con calma.
—Lo hice, pero no hay pruebas suficientes para determinar quién presentó la demanda. —Su tono era sereno, pero había una dureza subyacente en sus palabras—. Además, eso no cambia nada.
Shuu la miró fijamente.
—¿Qué quieres decir con eso?
Toshiko suspiró, como si la conversación le pareciera innecesaria.
—No voy a retirar la demanda.
El silencio entre ambos fue casi ensordecedor. Shuu la observó incrédulo, como si no hubiera escuchado bien.
—¿Qué?
—Lo que oíste —repitió Toshiko con la misma frialdad—. No tengo intención de retirar la demanda.
Shuu se inclinó hacia adelante, su expresión endurecida por la rabia.
—¡Tú puedes hacer que esto termine, Toshiko! —exclamó—. ¡Podrías anular todo esto con un solo movimiento!
Ella no se inmutó.
—No quiero hacerlo.
La respuesta fue cortante, definitiva. Shuu apretó los puños contra la mesa, respirando con dificultad.
—¿Por qué? —gruñó—. ¿Qué ganas con esto?
Toshiko ladeó la cabeza, analizándolo con indiferencia.
—Me conviene que estés aquí.
La frase cayó como un bloque de hielo entre los dos. Shuu sintió un escalofrío recorrer su espalda.
—¿Qué estás diciendo?
—Lo que escuchaste —repitió Toshiko, mirándolo con una gélida determinación—. Mientras estés en prisión, todo está bajo control. No tengo razones para sacarte de aquí.
Shuu la observó con una mezcla de furia y desconcierto. No podía creer lo que escuchaba.
—¿Así que eso es todo? ¿Simplemente vas a dejarme pudrirme aquí porque te conviene?
Toshiko sostuvo su mirada sin pestañear.
—Exactamente.
Shuu golpeó la mesa con ambas manos, su paciencia agotada.
—¡Maldita sea, Toshiko! ¡Pensé que querías ayudarme!
—Pensaste mal —respondió ella sin emoción.
—¡No puedes hacerme esto!— Exclamó Shuu— Tú bien sabes que yo sé muchas cosas de ti.
—¿Y?
—¿Cómo que y?— Preguntó el hombre— Tú sabes que te puedo perjudicar con eso.
—¡Por favor!— Exclamó la castaña—Nadie te va a creer.
Shuu apretó los puños con fuerza, tratando de contener la rabia que hervía dentro de él.
—¿De verdad crees que puedes deshacerte de mí tan fácilmente? —escupió entre dientes—. No eres intocable, Toshiko.
Ella dejó escapar una risa fría, carente de cualquier emoción.
—Sí lo soy, soy intocable. A diferencia de ti Shuu que eres insignificante —respondió con calma—. Nadie te va a escuchar. Nadie va a mover un dedo por ti.
Shuu sintió cómo la desesperación se apoderaba de él. No podía permitir que lo dejara allí, no podía quedarse encerrado mientras ella se salía con la suya.
—Toshiko, escúchame —dijo con un último intento de razonar con ella—. No tienes que hacer esto. Podemos negociar.
—No hay nada que negociar —lo interrumpió ella con frialdad—. No me importa lo que hagas, ni lo que digas. No pienso ayudarte.
Shuu la miró fijamente, buscando algún rastro de duda en su rostro, pero solo encontró indiferencia absoluta.
—Eres una maldita… —susurró con odio.
Toshiko se inclinó levemente hacia él con una sonrisa que no alcanzó sus ojos.
—Y tú un estorbo —respondió—. Disfruta tu estadía en prisión, Shuu.
Toshiko se levantó con elegancia, ignorando la mirada de odio que Shuu le dirigía. No había nada más que decir. Sin siquiera volverse, salió de la sala con la misma calma con la que había entrado, dejando tras de sí a un hombre atrapado en una jaula que ella no tenía intención de abrir.
La lluvia seguía cayendo con intensidad, golpeando el asfalto con furia, mientras el auto de Izumi permanecía inmóvil en medio de la calle. El tráfico se había convertido en un caos absoluto. Primero fue un par de bocinas sonando con impaciencia, pero ahora parecía que todos los conductores habían decidido unirse en una sinfonía de desesperación y enojo.
¡PIIIIII!
¡PIII! ¡PIIIIIIII!
—¡Oh, por Dios! —exclamó Rika, tapándose los oídos—. ¡Esto es una pesadilla!
Izumi, aún aferrada al volante, cerró los ojos con frustración mientras el ensordecedor sonido de las bocinas continuaba. Autobuses, autos particulares, incluso motocicletas hacían sonar sus cláxones sin piedad.
¡PIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII!
—¡¿Por qué demonios todos tocan la bocina?! ¡¿Acaso creen que eso va a hacer que el auto se mueva solo?! —gritó Izumi, sacando la cabeza por la ventana con desesperación.
Un taxista bajó su ventanilla y gritó:
—¡Muévanse o hagan algo! ¡Al menos pongan las luces de emergencia!
—¡Oh, claro, qué idea tan brillante! ¡No lo había pensado! —contestó Izumi sarcásticamente, pero cuando intentó presionar el botón de las luces, nada ocurrió—. ¡No puede ser! ¡Ni siquiera eso funciona!
—¡¿Es en serio, Izumi?! —Rika la miró con incredulidad—. ¡Esto no es solo un desastre, es una maldita película de terror!
¡PIIIIIIIIIIIIIIIIII! ¡PIIIII! ¡PIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII!
El claxon de un camión retumbó tan fuerte que Izumi sintió que le vibraban los huesos.
—¡Por el amor de todo lo sagrado, que alguien nos ayude antes de que me vuelva loca! —se lamentó, golpeando el volante.
—Eso nos pasa por confiar en ti y en este trasto viejo… —murmuró Rika, masajeándose la sien con exasperación.
Otro auto se asomó por la ventanilla.
—¡¿Se van a mover o qué?!
Izumi les dedicó una mirada asesina y levantó ambas manos en un gesto de "¿qué quieres que haga?".
—¡¿No ves que el auto está muerto, idiota?!
¡PIIIIIIIII!
Ryo y Takuya se balanceaban ligeramente con cada sacudida del autobús, observando con fastidio la larga fila de vehículos detenidos bajo la lluvia torrencial. El sonido de las bocinas era ensordecedor, y la desesperación de los pasajeros empezaba a notarse en sus expresiones cansadas.
—Esto es ridículo —murmuró Ryo, cruzado de brazos—. ¿Cuánto llevamos aquí? ¿Media hora?
—Más o menos —respondió Takuya, suspirando—. No hemos avanzado nada.
Ambos intercambiaron una mirada y, casi al mismo tiempo, se levantaron de sus asientos. Con paso firme, caminaron hasta el frente del autobús, donde el conductor estaba recostado contra el volante, golpeándolo levemente con los dedos en un gesto impaciente.
—Disculpe —habló Ryo—, ¿qué ocurre?
El conductor giró la cabeza y los miró con cansancio.
—Ni idea, muchachos. Al parecer, un auto quedó detenido en medio de la calle. Nadie puede avanzar y, con esta lluvia, nadie quiere salir a ayudar.
Takuya y Ryo intercambiaron miradas.
—Esto va para largo… —dijo Takuya—. Lo mejor será tomar el tren.
—Sí, buena idea. —Ryo asintió y ambos se dirigieron a la salida.
Tan pronto bajaron del autobús, la lluvia los golpeó sin piedad. Se subieron las capuchas de sus chaquetas y empezaron a caminar a paso rápido por la vereda. Sin embargo, cuando pasaron junto a la larga fila de autos detenidos, algo llamó su atención.
—Oye… —Takuya frunció el ceño—. ¿Ese no es el auto de Izumi?
Ryo también lo vio y se detuvo en seco.
—Es su auto —confirmó.
Pero lo que los dejó aún más sorprendidos no fue solo ver el auto verde de Izumi en mitad de la calle, sino la escena caótica que se desarrollaba a su alrededor.
Izumi e Ishida Rika estaban paradas junto al auto, completamente empapadas. Izumi gesticulaba con furia mientras Rika la señalaba acusadoramente.
—¡Te lo dije! ¡Papá nos advirtió que debíamos ser responsables con el auto!
—¡No me regañes ahora, Rika! —protestó Izumi, cruzándose de brazos—. ¡No soy mecánico!
A su alrededor, los conductores seguían tocando sus bocinas con furia, gritando maldiciones por la demora.
—¡¿Por qué demonios todos están tan desesperados?! ¡No vamos a hacer que el auto se mueva con su ruido infernal! —chilló Izumi con desesperación.
—¡Muévanse o llamaremos a una grúa! —gritó un taxista desde su auto.
—¡Sí, claro, como si eso hiciera que la grúa llegara en menos de una hora con este tráfico! —Izumi le devolvió la mirada con furia.
Ryo y Takuya se quedaron observando la escena unos segundos antes de volver a intercambiar miradas.
—Dime que esto no es un espejismo —murmuró Ryo.
—No es un espejismo… pero definitivamente es un desastre.
Sin más remedio, ambos avanzaron entre los autos y se acercaron a las dos Ishida.
—¿Necesitan ayuda? —preguntó Ryo con calma.
Izumi y Rika giraron bruscamente para mirarlos.
—¿Takuya?—La rubia pronunció el nombre del Kanbara.
—¿Ryo?—La pelirroja se sorprendió al ver al oji-azul.
Los chicos se acercaron.
—¿Qué hacen aquí? —preguntó Izumi, aún con el ceño fruncido y los brazos cruzados.
—Podríamos hacer la misma pregunta —respondió Takuya con una leve sonrisa—. Pero creo que la respuesta es obvia.
Rika suspiró y señaló el auto averiado.
—Nos quedamos atrapadas en medio del tráfico y el auto decidió morir justo aquí.
—¿Y por qué no llamaron a una grúa? —preguntó Ryo con una ceja en alto.
—Porque no tenemos batería en los celulares —admitió Izumi con fastidio.
Ryo y Takuya intercambiaron miradas ante esto.
—Nosotros podemos ayudarlas.—Declaró el Kanbara.
—¿Enserio?— Preguntó Izumi.
—¡Por fin alguien sensato! —exclamó Rika, señalando a Izumi—. ¡Explícale a esta inútil que debería haber revisado su auto antes de sacarlo!
—¡Oh, claro! ¡Porque seguro iba a predecir que esto iba a pasar! —espetó Izumi con sarcasmo.
—No, pero podrías revisar tu auto.
—¡No me vengas a decir lo que debo hacer!— Exclamó la rubia.
Takuya suspiró: —Chicas, tranquilas.
—No discutan.—Rogó Ryo y miró el auto.
Izumi y Rika intercambiaron miradas molestas.
—¿Intentaste encenderlo de nuevo?
—Lo intenté.—Respondió la mayor— ¡No responde!
—¿Tiene gasolina?
Izumi se quedó en silencio.
—… Creo que sí.
—¿Creo?— Preguntaron Takuya y Rika a la vez.
Izumi simplemente sonrió.
Rika puso los ojos en blanco.
—No puede ser...—Musitó el Kanbara decepcionado—¿Cómo no sabes?
—¡Ay, cállate! ¡No necesito otra persona que me regañe!
Mientras la lluvia continuaba cayendo, empapándolos por completo, Ryo y Takuya se resignaron a intentar solucionar el problema. Pero, viendo la situación, ambos sabían que no iba a ser fácil.
El fuego de la chimenea crepitaba suavemente en la sala principal de la mansión Ishida, proyectando sombras danzantes en las paredes decoradas con retratos familiares y cortinas de terciopelo. La lluvia seguía azotando con fuerza las ventanas, su golpeteo constante acompañando la tensión que se respiraba en la estancia.
Sora Ishida estaba sentada en uno de los sillones de cuero oscuro, con las piernas cruzadas y los brazos apoyados en los reposabrazos. Su mirada fija en el hombre que tenía frente a ella, el desconocido que se presentó en el portón de su hogar en medio de la tormenta.
El hombre, Rui Ōwada, se quitó el abrigo empapado y lo dejó cuidadosamente sobre el respaldo de una silla antes de sacar su billetera y mostrarle su identificación.
—Mi nombre es Rui Ōwada —dijo con voz firme, extendiéndole el documento—. Soy abogado y represento a Layla.
Sora parpadeó, desconcertada.
—¿Layla? —repitió en un susurro.
Ese nombre le provocó un escalofrío. Layla había sido una de sus empleadas más leales, una mujer de confianza que trabajó en la mansión Ishida durante años antes de fallecer en circunstancias trágicas.
—¿Abogado? —Sora frunció el ceño—. No sabía que Layla tenía un abogado…
Rui asintió con seriedad.
—Nadie lo sabía. Fue algo que ella decidió mantener en secreto.
Sora apretó los labios, sintiendo una mezcla de confusión y desconfianza.
—¿Qué hace aquí? —preguntó con cautela—. ¿Por qué ha venido a hablarme de Layla?
El abogado inspiró hondo antes de responder.
—Antes de su fallecimiento, Layla dejó algo para usted —dijo con calma—. Es una carta póstuma.
El corazón de Sora dio un vuelco.
—¿Una carta? —susurró, sin poder ocultar su sorpresa.
Rui asintió.
—Así es.
—¿Por qué haría algo así? —preguntó Sora, sintiendo un nudo en el estómago—. ¿Qué contenía esa carta?
El abogado la observó con una expresión tensa, como si midiera sus palabras.
—No puedo revelarle su contenido… al menos no todavía.
Sora frunció el ceño.
—¿Qué significa eso?
—La única forma de recibir la carta es firmando un documento —explicó Rui—En la notaria, ella lo dejó bajo poder notarial, y solo usted puede recibirlo.
Sora alzó una ceja sorprendida: —¿Yo?
Rui asintió.
—¿De qué trata?
—No le puedo decir.—Respondió el hombre— Mi único deber es informarle de esto y asegurarme de que vaya a la notaria, y en lo posible, mantenga esto en secreto.
Sora lo observó sorprendida—¿En secreto?
Rui asintió— Layla dejó algo muy importante ahí y usted debe ir.
La noche había llegado, y el reloj indicaba que ya era hora de partir. Damar se levantó lentamente de la mesa, agradeciendo a Tomoko por su hospitalidad y compañía. Aunque la conversación había sido difícil y cargada de tensiones no resueltas, la calidez de la madre de Kouji le había brindado algo de consuelo. Era evidente que Tomoko estaba contenta de verla nuevamente, algo que Damar también compartía, aunque de una manera más cautelosa.
—Gracias por todo, Tomoko —dijo Damar con una sonrisa suave, levantando la mano en una despedida. Sus ojos reflejaban un brillo de gratitud sincera—. Fue muy bueno volver a verte después de tanto tiempo.
Tomoko se levantó, caminando hacia ella para darle un cálido abrazo. Había algo en el abrazo de Tomoko que transmitía no solo cariño, sino también un cierto alivio. Tomoko echó de menos a Damar, y ahora que estaba de nuevo allí, se sentía feliz, aunque un tanto nostálgica.
—¡Ay, Damar, qué alegría verte! —exclamó Tomoko, abrazándola fuerte—. Espero que pronto regreses. Ya sabes, mi casa siempre será tu casa.
Damar asintió, intentando mantener una sonrisa genuina. Le agradaba ver que Tomoko estaba tan feliz, pero dentro de ella había una mezcla de sentimientos que no lograba entender completamente. A veces, deseaba que las cosas fueran más simples.
—Lo haré, lo prometo —respondió Damar con una leve sonrisa.
Cuando se separaron, Tomoko observó a Damar mientras tomaba su chaqueta y se preparaba para salir.
—¿Uno de tus hermanos vendrá a buscarte? —preguntó Tomoko, con algo de curiosidad, como si intentara aliviar cualquier preocupación sobre el viaje de Damar.
Damar negó suavemente con la cabeza.
—No, Takato está en su nuevo trabajo y Taiki tiene su clase de inglés—respondió, mientras se ajustaba la chaqueta. No quería preocupar a Tomoko, pero la verdad era que a veces no había mucho que hacer con su apretada agenda familiar.
Tomoko se mostró algo preocupada al escuchar su respuesta y no tardó en expresarlo.
—No puedes irte sola tan tarde, Damar —dijo con firmeza, su tono suave pero lleno de preocupación—. Es peligroso.
—No te preocupes, estoy acostumbrada.
—Pero es de noche y está lloviendo.
Damar, sintiendo la incomodidad de la situación, intentó calmarla, pero antes de que pudiera decir algo más, fue Kouji quien, desde un rincón de la habitación, intervino.
—No es necesario que se vaya sola —dijo Kouji, levantándose de su silla con un tono casual, aunque su mirada revelaba una determinación que Damar no pudo pasar por alto—. Yo puedo irla a dejar.
La declaración de Kouji dejó a Damar sorprendida. No esperaba esa oferta, y por un momento, no supo cómo reaccionar. Sus ojos se cruzaron con los de él, y la tensión entre ambos, que había permanecido latente durante toda la tarde, pareció intensificarse.
—No es necesario —respondió rápidamente Damar, sintiendo que un simple gesto de amabilidad podía complicar aún más las cosas entre ellos. Su voz sonó algo más firme de lo que ella hubiera querido.
Kouji, sin embargo, no pareció inmutarse. En su tono había algo de insistencia, pero también una calma que dejaba claro que no estaba ofreciendo algo por obligación.
—No tengo problema —continuó, como si fuera la cosa más natural del mundo—. Después de todo, yo también tengo que irme, Ryo se tardó en llegar y yo tengo cosas que hacer.
Damar lo miró, considerando la oferta. Sus pensamientos se entrelazaban, y la idea de estar a solas con Kouji, en ese tipo de situación, le resultaba algo incómoda. Pero lo que más le preocupaba era lo que todo eso podría significar para su relación con él, aún no resuelta.
—De verdad, Kouji... no es necesario —volvió a insistir, esta vez con un tono más suave, aunque seguía sin querer aceptar la oferta.
Pero Tomoko, que estaba escuchando la conversación con atención, no tardó en intervenir nuevamente. Había algo en su expresión que reflejaba una mezcla de cariño y preocupación, algo que parecía ir más allá de la simple cortesía.
—Por favor, Damar, acepta —dijo Tomoko, con una expresión que dejaba claro que no había más espacio para discusiones—. Ya es tarde, y podría pasarte cualquier cosa. Kouji se ofrece amablemente, no te cuesta nada aceptar.
Damar, que había estado intentando resistirse a la idea, finalmente bajó la guardia al ver la preocupación genuina en los ojos de Tomoko. Sabía que era tarde y que, aunque no le gustara aceptar favores, en ese momento no podía rechazar su insistencia.
Suspiró, dejando escapar un suspiro de resignación, y asintió finalmente.
—Está bien... —dijo en un tono suave, pero con una ligera sonrisa, reconociendo que, a veces, aceptar ayuda no era tan malo—. Gracias, Kouji.
Kouji asintió con una pequeña sonrisa de satisfacción, pero no dijo más. La tensión que había entre ellos seguía ahí, pero al menos, por un momento, estaba siendo suavizada por la cortesía de la situación. Tomoko, al ver que la situación se resolvía, no pudo evitar sonreír también, satisfecha por saber que su hija de corazón no tendría que hacer el viaje sola.
—¡Qué bien! —exclamó Tomoko, como si un peso se levantara de sus hombros—. ¡Cuídense mucho! Y Damar, por favor, no olvides regresar pronto. ¡Te esperaré con mucho gusto!
Damar, aún un poco sorprendida por lo que acababa de suceder, sonrió suavemente.
—Lo haré. Hasta pronto, Tomoko —respondió, antes de mirar una última vez a Kouji, que estaba listo para acompañarla.
A pesar de todo, al menos había algo de calma, y esa calma, aunque fugaz, era lo único que realmente podía pedir en ese momento.
Koushiro estaba sentado en uno de los lujosos sofás de la sala principal de la mansión de Haruna Anderson. El lugar irradiaba una elegancia imponente, con lámparas de araña colgando del techo, muebles de madera tallada y una alfombra persa que amortiguaba cada uno de sus pasos. Sin embargo, a pesar de la opulencia del lugar, Koushiro no estaba ahí para disfrutar del lujo.
Con el teléfono móvil en mano, presionó el auricular contra su oído y esperó. El sonido de la llamada conectándose fue seguido por un leve clic.
—¿Joe? —preguntó Koushiro, manteniendo la voz baja pero firme.
—Koushiro.
—Hola.—Respondió el pelirrojo— ¿Llegaste a tu destino?
—Sí, acabo de llegar a Miami, Florida —respondió Joe del otro lado de la línea. Su voz sonaba un poco distorsionada debido a la conexión, pero seguía siendo inconfundible.
Koushiro se enderezó en su asiento, apoyando un codo en el reposabrazos del sofá mientras con la otra mano ajustaba sus lentes.
—¿Tienes la información clara? —preguntó sin rodeos.
—Sí —afirmó Joe—. Repasé toda la información que me diste antes de tomar el vuelo. Sé exactamente qué buscar.
Koushiro asintió para sí mismo, complacido con la respuesta. Había pasado semanas rastreando información, recopilando datos sobre un hombre cuyo nombre había aparecido en los archivos secretos que había descifrado:Taichi Kanbara.Un nombre que, al principio, parecía insignificante, pero que poco a poco había cobrado un significado alarmante.
—Bien. Recuerda que esto debe hacerse con total discreción —advirtió Koushiro—. Si alguien sospecha de ti, podrías perder la oportunidad de obtener información valiosa.
—Lo sé, lo sé —respondió Joe, sonando un poco exasperado—. No es mi primera vez en una misión de este tipo, Koushiro.
Koushiro entrecerró los ojos. Sabía que Joe tenía experiencia en investigaciones y encubrimientos, pero esto era diferente.Estaban lidiando con alguien peligroso.
—Escucha, necesito que confirmes si Taichi Kanbara es realmente quien creemos que es —continuó Koushiro—. Si nuestras sospechas son correctas y él es más que un simple ciudadano.
Joe dejó escapar un suspiro al otro lado de la línea.
—Voy a empezar en el puerto. Según la información que me diste, Kanbara vive por estos lados, luego iré a su lugar de trabajo —comentó— aunque, tengo ciertas dudas. ¿La DEA?
—Es lo que pude hallar, pero no estoy seguro.
Koushiro miró por la ventana de la mansión de Haruna, observando la lluvia que comenzaba a caer con suavidad.Esto no era solo una simple investigación.Había algo más, algo oculto tras la identidad de Taichi Kanbara, algo que podría cambiarlo todo.
—Mantente en contacto —dijo Koushiro finalmente—. Si descubres algo, no dudes en avisarme de inmediato.
—Lo haré —aseguró Joe—. Y Koushiro… ten cuidado. Si estamos en lo correcto, esto podría ser más peligroso de lo que imaginamos.
Koushiro apretó los labios y asintió lentamente.
—Lo sé. Por eso debemos adelantarnos antes de que ellos lo hagan.
La llamada terminó con un leve bip, dejando a Koushiro sumido en sus pensamientos.Si Joe lograba descubrir la verdad, entonces la pieza final del rompecabezas encajaría.
Y con ello, la guerra silenciosa que se estaba librando en las sombras finalmente tomaría un rumbo definitivo.
La lluvia caía con fuerza sobre la oscura carretera, formando charcos en el asfalto y golpeando sin piedad las hojas de los árboles que se mecían bajo el viento. En medio de la tormenta, Izumi y Rika estaban de pie junto a un automóvil que había decidido dejar de funcionar en el peor momento posible.
Ambas estaban completamente empapadas. Sus cabellos, pegados a sus rostros, goteaban sin cesar, y sus ropas se adherían incómodamente a sus cuerpos, intensificando el frío que se filtraba hasta sus huesos.
—Esto es un desastre… —murmuró Rika, cruzando los brazos sobre su pecho en un intento inútil de calentarse.
—No puedo creer que justo hoy haya olvidado mi paraguas… —susurró Izumi con un suspiro resignado.
Rika le lanzó una mirada de incredulidad.
—¿Crees que un paraguas habría hecho la diferencia?
Izumi se encogió de hombros, demasiado cansada para discutir. La batería de su celular se había agotado antes de que pudiera llamar a alguien para pedir ayuda, y el de Rika estaba en la misma condición. La situación no podía ser peor…
O eso pensaban, hasta que vieron dos siluetas acercándose entre la cortina de lluvia.
—¿Izumi? ¿Rika? —la voz de Takuya se alzó por encima del sonido de la tormenta—. ¿Qué hacen aquí bajo la lluvia?
Takuya y Ryo se detuvieron frente a ellas, ambos con el cabello mojado pero no tan empapados como las dos chicas.
—Nuestro auto se averió —explicó Rika con un resoplido—. No pudimos llamar a una grúa porque no tenemos batería en los celulares.
Ryo frunció el ceño, sacando su teléfono del bolsillo de su chaqueta.
—Hubieran entrado al auto en vez de quedarse aquí bajo la lluvia —dijo, mientras deslizaba la pantalla de su celular—. Lo mejor será llamar a una grúa.
Izumi y Rika se miraron con algo de vergüenza, pero antes de que pudieran responder, Takuya sonrió y sacó también su celular.
—No se preocupen —dijo con tono tranquilo.
—Yo llamo.—comentó Ryo antes de sacar su smartphone.
Izumi dejó escapar un suspiro, sin levantar la mirada. Sus brazos cruzados eran una barrera invisible, un escudo contra cualquier intento de acercamiento. Takuya frunció el ceño, observándola con atención mientras la lluvia seguía cayendo sobre ellos.
—Izumi… —llamó su nombre con suavidad.
Ella no respondió de inmediato. Su cabello mojado cubría parte de su rostro, y su postura rígida dejaba claro que algo la molestaba más allá del frío y la tormenta.
—No es nada —murmuró al final, aunque su voz carecía de convicción.
Takuya suspiró. La conocía lo suficiente como para saber que eso no era cierto.
—Nada —murmuró, aunque su tono decía lo contrario.
Takuya no se dejó engañar. Frunció el ceño y se inclinó un poco, intentando captar su mirada.
—No pareces convencida de eso.
Izumi cerró los ojos con un suspiro cansado. No tenía energía para discutir, pero tampoco quería abrirse en ese momento. El frío, la lluvia y la situación en general la tenían de mal humor.
—Vamos, dime qué pasa.
Izumi apretó los labios.
—Es frustrante… —admitió en voz baja—. El auto se arruinó, nos quedamos sin batería, estamos empapadas y congelándonos en medio de la nada, nos han gritado todo este rato llamándonos inútiles y tienen razón…ahora ustedes tienen que venir a salvarnos como si fuéramos unas inútiles.
Takuya alzó una ceja y soltó una leve risa.
—¿Eso es lo que te molesta?
Izumi alzó la vista para fulminarlo con la mirada.
—No es gracioso.
—No me estoy riendo de ti —dijo él con una sonrisa—, sino de lo absurda que suena tu queja.
Izumi frunció el ceño, claramente molesta.
—¿Absurda?
—Sí —afirmó Takuya con tranquilidad—. Todo el mundo tiene días malos, Izumi. Y eso no significa que seas inútil. Además, pedir ayuda no es algo malo.
Izumi suspiró, desviando la mirada.
—Lo sé… Es solo que… odio sentirme así.—Comentó— Odio sentirme inútil. Odio fallar...—Musitó— Pero lamentablemente es lo único que he logrado por el momento.
—No digas eso.—Respondió— No has fallado, al contrario, muchas veces ocurren cosas malas en la vida, pero es parte de ella.
Takuya se quedó en silencio por un momento antes de dar un paso más cerca de ella.
—Sé que eres fuerte e independiente —dijo con seriedad—. Pero eso no significa que no puedas dejar que alguien te ayude de vez en cuando. No siempre tienes que cargar con todo sola. Pedir ayudar no es sinónimo de ser débil o de haber fallado.
Izumi parpadeó sorprendida.
—Además —continuó él con una sonrisa—, si te sirve de consuelo, te ves adorable cuando estás enojada bajo la lluvia.
Izumi lo miró con incredulidad.
—¿Me estás tomando el pelo?
—Claro que no.—Respondió el moreno— Te ves hermosa.
Izumi intentó mantener su expresión seria, pero el leve calor que subió a sus mejillas la delató.
Takuya se quitó la chaqueta y, sin darle tiempo a protestar, la colocó sobre los hombros de Izumi.
—Ten. No quiero que te enfermes.
Izumi bajó la mirada hacia la chaqueta, sintiendo su calor envolviéndola.
—Pero...—Habló— Te vas a mojar.
—No importa.—Respondió el moreno— Prefiero que tu estés bien.
El corazón de Izumi comenzó a latir con fuerza, mucha fuerza y el rubor en sus mejillas se hizo más intenso.
—Gracias… —susurró, casi con vergüenza.
Takuya sonrió con satisfacción.
—No hay de qué. Ahora deja de preocuparte tanto. La grúa llegará pronto, y cuando todo esto termine, te invito algo caliente. ¿Te parece?
Izumi no pudo evitar sonreír levemente.
—Supongo que podría aceptar.
—Así me gusta —dijo Takuya con un guiño.
Por primera vez en todo ese momento, Izumi sintió que la lluvia ya no se sentía tan pesada.
Ryo, por su parte, ya había terminado la llamada y guardó su celular.
—La grúa estará aquí en veinte minutos —informó.
Rika se acercó a él y sonrió de lado: —Muchas gracias...—Habló— Por ayudarnos.
Ryo dirigió su mirada hacia ella— No te preocupes, es lo menos que puedo hacer.—inevitablemente sus ojos recorrieron su figura empapada y, sin dudarlo, comenzó a desabrochar su propia chaqueta.
—No quiero que te enfermes —murmuró, colocando la prenda sobre sus hombros con suavidad.
Rika lo miró con los ojos muy abiertos, sintiendo un inesperado calor recorrer su cuerpo, pero se obligó a apartar la vista.
—No es necesario… —intentó decir, pero su voz fue apagada por el sonido de la tormenta.
—Sí lo es —respondió Ryo con simpleza.
Izumi y Rika permanecieron en silencio, cubiertas con las chaquetas de Takuya y Ryo, mientras la lluvia seguía cayendo sobre ellos. A pesar del frío y la incomodidad de la situación, había algo reconfortante en la calidez de las prendas que ahora llevaban puestas.
Tal vez, después de todo, la noche no era tan mala como pensaban.
Takeru observó a través de la ventana. La lluvia caía sin cesar, y aunque la oscuridad de la noche ya se había apoderado del edificio, las luces de la ciudad se reflejaban en los cristales, creando un contraste sombrío. Cada gota parecía golpear con fuerza, como si el cielo mismo estuviera tratando de liberar algo atrapado en su interior. A través de la ventana, el sonido de la tormenta creaba una atmósfera pesada, llena de tensión y un vacío que parecía coincidir con lo que sentía en ese momento.
La reunión había sido más larga de lo esperado. Lo que originalmente se había planeado como un encuentro de unos pocos minutos para cerrar algunos acuerdos comerciales, se convirtió en una negociación interminable, llena de intercambios que solo él y Yamato entendían en su totalidad. Ahora, la empresa estaba desértica, con las luces de los pasillos apagadas y un aire desolado que invadía el lugar. A esa hora, solo quedaban las personas imprescindibles: los alemanes, el abogado de la empresa, Mizuki y, por supuesto, Hiroaki, Yamato y él.
Takeru giró lentamente hacia el centro de la habitación, observando cómo Yamato y Hiroaki intercambiaban palabras con los alemanes, una conversación formal que estaba a punto de terminar. Los hombres alemanes se levantaron de sus asientos, haciendo un gesto de despedida, y Yamato les estrechó la mano con una sonrisa, aunque Takeru podía notar la tensión palpable en su rostro. Hiroaki, por su parte, permanecía serio y elegante, asegurándose de que todo transcurriera según lo planeado. Los alemanes se dirigieron hacia la puerta, y con un último asentimiento, se marcharon, dejando tras de sí un pesado silencio.
El abogado de la empresa, un hombre de rostro calculador, se acercó a Hiroaki, comenzando una conversación que parecía ser más privada. Hablaron en voz baja, con gestos breves, mientras Takeru los observaba desde su lugar, con el ceño ligeramente fruncido. No podía evitar pensar en todo lo que había ocurrido en las últimas horas. Cuanto más veía a su padre y a su hermano actuar, más se convencía de que había algo profundo, algo que se les escapaba a los ojos de todos, pero que él podía sentir en cada palabra no dicha.
Al cabo de unos minutos, el abogado extendió la mano para despedirse de Hiroaki, Yamato y, finalmente, Takeru. Después de una breve conversación, el abogado se retiró también, dejando el sonido de sus pasos resonando en los pasillos vacíos.
Takeru suspiró. Estaba solo con ellos, con su hermano y su padre. Tenía intenciones de hablar, de exigir respuestas, de confrontar la verdad que había descubierto más temprano. Pero, justo cuando abrió la boca, unos pasos se escucharon y una mujer apareció frente a ellos.
Era Mizuki. La eficiente secretaria de Yamato, con su porte impecable, entró con paso firme, sosteniendo una carpeta en una mano y su teléfono móvil en la otra.
—Señor Ishida —dijo Mizuki, con tono profesional, aunque su mirada denotaba una ligera tensión—. Le informo que he dejado todo organizado en su escritorio, así como también en el del señor Hiroaki. Todo está listo para mañana.
Yamato asintió lentamente, mirando a Mizuki con una leve sonrisa.
—Gracias, Mizuki —respondió con voz grave, su rostro cansado. Hiroaki también asintió, sin decir nada más.
Mizuki, con una sonrisa cortés, hizo una ligera reverencia.
—Me voy entonces, señor —dijo, antes de dar media vuelta y marcharse tan silenciosamente como había llegado.
Takeru no pudo evitar relajarse un poco. ¡Finalmente, estaba solo con ellos! Con su padre y su hermano. Ahora era el momento. La verdad, la pesada verdad, tenía que ser dicha. Su mente giraba, llenándose de preguntas y pensamientos que necesitaban respuestas. Sentía una necesidad imperiosa de enfrentar a Yamato, de sacarle todo lo que escondía. Pero algo en el aire, algo en la forma en que los miraba, le hizo dudar por un segundo.
Mizuki se había ido. El abogado también. La oficina estaba vacía. El silencio ahora reinaba, tan denso como la lluvia que caía sin cesar. Takeru se acercó un paso hacia adelante, con la mente en ebullición, y pensó:¡Al fin!
El silencio que llenaba la habitación se volvió casi insoportable, pero fue Hiroaki quien lo rompió primero. Se giró lentamente hacia Yamato, sus ojos fríos y calculadores, como si la conversación con los alemanes aún estuviera rondando en su mente.
—Creo que hemos avanzado bastante hoy —dijo Hiroaki, su voz grave y calmada—. Aunque hay detalles que aún debemos cerrar. Los alemanes no van a esperar mucho más, y sabemos cómo manejan los negocios.
Yamato asintió, cruzando los brazos sobre su pecho, un gesto que reflejaba la incomodidad que sentía, más allá de la fachada de control que intentaba mantener.
—Lo sé, padre. He dejado todo bien claro con ellos —respondió Yamato, aunque sus palabras sonaron menos seguras de lo que le gustaría—. Pero aún hay ciertos aspectos que necesitan revisión. La logística, el acuerdo final... no es tan sencillo.
Hiroaki lo miró detenidamente, con una expresión que parecía evaluar no solo sus palabras, sino también su actitud.
—Tienes que ser más firme, Yamato. Los alemanes no están aquí por nada. Saben lo que quieren y no lo van a esperar para siempre. Si les damos espacio para dudar, todo podría desmoronarse. No estamos en posición de ceder, sobre todo con lo que está en juego.
Takeru observó a su padre, su tono de voz implacable, y notó un leve destello de preocupación en los ojos de Yamato. Era claro que las negociaciones lo estaban afectando más de lo que admitía.
—Lo sé, padre —respondió Yamato, un poco más tenso—. Pero también debo considerar las repercusiones de presionar demasiado rápido. Necesito tiempo para manejar todos los frentes, y no quiero que nos apresuremos. No es solo el acuerdo con los alemanes, hay más cosas en juego.
Hiroaki se acercó al escritorio, sus movimientos meticulosos, como si estuviera buscando algo en el caos de papeles que aún quedaban sobre la superficie.
—A veces, el tiempo no es un lujo que podamos darnos, Yamato. Los negocios no esperan. Es mejor que termines lo que empezaste con firmeza.
La tensión en el aire se hizo palpable mientras ambos hombres se miraban, como si las palabras pudieran armar o destruir algo mucho más grande. Takeru sintió la presión de la conversación, pero su mente aún daba vueltas en torno a la verdad que había descubierto antes, aquella que se ocultaba tras las máscaras que ambos portaban.
Finalmente, Hiroaki dio un paso atrás, rompiendo el contacto visual.
—Espero que no me defraudes.
Takeru lanzó una carcajada: —¡Ja!—Llamando la atención de los demás— Irónico ¿no?...
Hiroaki y Yamato voltearon hacia él.
—¿Irónico?—preguntó el castaño—¿Qué es irónico?
—Tu actitud.—Respondió el menor— Tu actitud es irónica, Hiroaki Ishida.
El mayor frunció el ceño: —¿Por qué me dices eso?
—Porque lo es...—Comentó Takeru con firmeza—Es irónico ver como te esfuerzas por la empresa, resaltando que es importante para nuestra familia, exigiéndonos rendir bien...—Habló— Cuando la realidad es que es solo una fachada para ocultar tus sucios negocios.
Esta declaración sorprendió tanto a Yamato como a Hiroaki.
La noche era tranquila mientras el auto avanzaba por la carretera. La luz de los postes se filtraba a través de las ventanas, proyectando sombras sobre el rostro de Damar, que miraba pensativa hacia adelante. Kouji iba conduciendo, pendiente en la carretera.
Ambos no llevaban ni siquiera un minuto ahí y sentían la tensión. Sí, tensión. Algo completamente diferente a lo que fue su relación hace tres años atrás.
Damar pasó su mirada por Kouji y luego observó el auto. Así que, Kouji finalmente logró cumplir su sueño de tener este auto que tanto quería. Aun recordaba cuando Kouji le expresó que si algún día tenía un auto sería este, un deportivo azul, en lo posible último modelo. Damar bromeó a Kouji por tener gustos caros, como el príncipe que era (al menos para ella) y Kouji le dijo que no era un príncipe, pero le prometió que, si llegaba a tener ese auto móvil...Ella sería la primera persona que llevaría.
Damar sintió una presión en su pecho. Una horrible presión. A su mente solamente vino una melodía.
Y me robaste la esquina
Y me quedé tan perdida
¿A dónde vuelan mis sueños?
A un callejón sin salida
Y me quité mi vestido
Que tanto te gustaba
Total me siento desnuda
Total ya no tengo nada
Pero no vino nunca, no llegó
Y mi vestido azul se me arrugó
Y esta esquina no es mi esquina
Y este amor ya no es mi amor
Pero no vino nunca, no llegó
Y yo jamás sabré lo que pasó
Me fui llorando despacio
Me fui dejando el corazón
Cerró sus ojos intentando alejar esa canción de su cabeza.
El silencio continuó en el lugar.
Kouji, después de unos minutos de silencio, aprovechó la oportunidad para romper el hielo, sus palabras colgando en el aire como si dudara de cómo empezar.
—Entonces… ¿qué ha sido de tu vida? —preguntó finalmente, su voz suave, aunque cargada de curiosidad.
Damar, quien se había perdido en sus pensamientos, volvió en sí y le dirigió una rápida mirada.
—¿E?—Balbuceo— Bueno… hace un año que terminé la preparatoria —respondió, eligiendo sus palabras con cierta cautela, como si no quisiera decir demasiado.
Kouji asintió, sin apartar la vista del camino. El comentario le resultaba un recordatorio de cuánto tiempo había pasado desde que sus caminos se habían separado y también de cómo sus vidas habían tomado diferentes direcciones. Hacía tiempo que no tenían una conversación así, y, aunque la situación era inusual, Kouji estaba decidido a conocer más.
—¿Y qué piensas hacer ahora? —preguntó tras un momento de silencio—. ¿Tienes algún plan?
Damar dudó por un segundo antes de responder, pero finalmente dejó escapar un suspiro.
—Estoy intentando trabajar y ahorrar algo de dinero para entrar a la universidad —dijo, con un tono que mostraba una mezcla de esperanza y resignación—. Es difícil, pero… quiero intentarlo.
Kouji la miró por un instante antes de volver a concentrarse en la carretera, asimilando sus palabras. Había algo en su tono que revelaba la determinación de Damar, no le sorprendía, siempre fue una persona decidida.
—¿Qué quieres estudiar? —preguntó con genuino interés, sin dejar de lado su seriedad.
Damar lo miró, sorprendida de que la pregunta le resultara tan sincera e inesperada.
—Aún no estoy completamente segura.
—Creí que te dedicarías a la música.
La castaña hizo una mueca: —Es algo que amo, pero no creo que sea lo mejor estudiar algo relacionado con eso.
Kouji pasó levemente su mirada por ella, totalmente sorprendido por esa respuesta.
El silencio nuevamente se hizo presente, con él la incomodidad.
—¿Y tú?—Damar le preguntó al Minamoto rompiendo el silencio.
Kouji lanzó una breve mirada a Damar antes de devolver los ojos al camino. La pregunta lo tomó un poco desprevenido, aunque no tenía razones para sorprenderse: después de todo, ella también debía tener curiosidad por saber en qué había cambiado su vida. Kouji dudó un instante, como si buscara las palabras adecuadas, y luego respondió con calma.
—Estoy estudiando en la universidad… y también trabajando en la empresa Ishida.
—La empresa de la familia de Rika y Takeru ¿no?
Kouji asintió— Me encargo de las acciones de mi familia...—dijo, con un tono neutral, casi distante. Fue algo inevitable, no quería sonar frío, pero era difícil dejar esta fachada.
Damar asintió, entendiendo un poco más sobre el peso que Kouji llevaba. Sabía que la familia de Kouji siempre había sido de renombre, y que su vida probablemente estaba marcada por grandes responsabilidades desde muy joven. Sin embargo, escuchar que estaba trabajando a la par de sus estudios le hizo sentir una mezcla de respeto y una ligera tristeza, imaginando lo abrumador que podía ser.
—Debe ser agotador —comentó, suavemente—. No es fácil intentar equilibrar ambas cosas.
Kouji soltó una risa seca, pero sin dureza; era una risa resignada, como si estuviera acostumbrado a la rutina.
—A veces lo es, pero… ya es algo natural para mí. Supongo que, en cierto modo, me acostumbré a llevar esa carga. —Hizo una pausa, como si estuviera considerando hasta dónde abrirse—. No puedo negar que a veces desearía que las cosas fueran diferentes, pero… esto es lo que hay.
—Entiendo.—Respondió Damar.
Damar suspiró y dirigió su mirada hacia la ventana, dejando que su vista se perdiera en el paisaje que se extendía ante ellos. No quería seguir pensando en lo mucho que Kouji había cambiado, en la diferencia que ahora sentía entre ambos. Pero, por más que intentara ignorarlo, la sensación de estar junto a alguien que alguna vez conoció y que ahora le resultaba casi un extraño era inevitable.
Kouji, por su parte, intentó mantener la vista en el camino, aferrándose a su fachada de seriedad. No quería demostrar ningún tipo de emoción, mucho menos ahora, cuando Damar estaba allí, a su lado, como si el tiempo no hubiese pasado. Pero, sin darse cuenta, su mirada se desvió disimuladamente hacia ella.
Y entonces, por un instante, su expresión cambió.
Damar ya no era la niña que él recordaba.
Sus ojos grandes, de un color café-grisáceo, reflejaban una profundidad que antes no había notado. Su cabello, una mezcla entre castaño claro y rubio oscuro, caía en suaves bucles sobre sus hombros, enmarcando su rostro con delicadeza. Y su figura… definitivamente había cambiado. Ahora era una mujer, con curvas definidas y una presencia que capturaba la atención sin esfuerzo.
Kouji se obligó a apartar la mirada de inmediato, sintiendo una extraña sensación apoderarse de él. No debía reaccionar así. No podía permitirse el lujo de perder la compostura. Pero por más que intentara convencerse de ello, no podía negar la verdad.
Damar ya no era una niña.
Y eso lo tenía completamente anonadado.
Kouji volteo su concentración a la calle, no habrá pasado mucho cuando Kouji giró el volante, auto dobló hacia la derecha y ambos llegaron a un edificio.
El auto se detuvo.
—Llegamos.—Anunció el Minamoto.
Damar observó la ventana, efectivamente habían llegado.
Era irónico
Pensó Kouji.
Damar vivía en el mismo edificio de Hikari, la ex novia de Takeru, y Takuya. Estaba más cerca de lo que esperaba y no se dió cuenta.
—Bien, me iré.—Musitó Damar— Muchas gracias por traerme, Kouji...—Fue así como dirigió su mirada hacia su cinturón y dirigió sus manos derecha hacia el anclaje del cinturón.
—Espera...Damar...—Kouji tomó la muñeca de Damar.
La castaña alzó su mirada sorprendida encontrándose por milésima vez con esos ojos azules, pero esta vez de mucho más cerca y sintió que la respiración salió de sus pulmones. La intensidad de esa mirada era mucha. Como siempre, la dejaba sin palabras, siempre amó sus ojos azules.
—Muchas gracias.—El chico pronunció esas palabras.
Damar alzó su mirada sorprendida: —¿Gracias?— Repitió sorprendida— ¿Por qué?
—Por venir a ver a mi madre.—Respondió el oji-azul— A ella...—Suspiró— Le hace bien que personas que ella quiere la visiten.
—¿A sí?— Musitó la castaña sorprendida, no por el comentario, sino de la persona quien lo decía.
Kouji asintió: —Verás, ella está en tratamiento de aquí a un tiempo el doctor siempre comenta que, es bueno que esté bien, anímicamente. Le hace bien que le suban el ánimo.—Declaro— Y yo sé lo mucho que te valora, es evidente que quedó feliz por tu visita.
Damar sonrió— No me agradezcas, yo la aprecio y quiero mucho.
—Lo sé, pero de igual forma me gustaría que, ojalá vayas más seguido para subir su ánimo. Le hará bien.—Declaró el Minamoto.
—Créeme, no es necesario que me lo pidas, lo haré seguido. Haré lo posible para que se sienta bien...—La castaña depositó su mano sobre la mano de Kouji, de manera inconsciente.
Ante esto el oji-azul bajó su mirada y Damar cuando se dio cuenta de esto, rápidamente alejó su mano.
El aire dentro del auto se volvió denso por un momento, y ambos se miraron con rapidez, como si intentaran encontrar algo que decir para romper la repentina tensión, mejor dicho, el nerviosismo ambos sentían.
Damar sintió sus mejillas sonrojarse. El gesto, aunque inocente, había sido un movimiento impulsivo, y ahora sentía una incomodidad palpable al ver la forma en que Kouji había reaccionado.
Kouji, por su parte, también sintió una punzada de nervios al ver cómo Damar apartaba su mano rápidamente. Aunque había sido algo tan fugaz, no pudo evitar notar la suavidad de su contacto y la calidez de ella.
Ambos se quedaron en silencio, sin saber qué decir. Damar miró hacia el suelo, intentando ocultar su rostro ligeramente ruborizado, mientras que Kouji despejaba su garganta, sintiendo una incomodidad inexplicable.
—¿E?—Balbuceo la castaña— Cre-creo que es momento de que me vaya.— Fue así como rápidamente se quitó el cinturón de seguridad y volteo en dirección a la puerta.
—Espera...— Kouji habló.
Damar se detuvo y volteo hacia el oji-azul—¿Qué sucede?
Kouji dirigió su mirada hacia la parte trasera de su auto y sacó un paraguas: —Toma.
La castaña observó el paraguas— Kouji, no es necesario.
—Afuera está lloviendo.—Respondió el Minamoto— No digas que no lo necesitas, no quiero que te mojes.
Damar dudó por un momento, mordiendo ligeramente su labio inferior. Su mirada iba del paraguas a los ojos de Kouji, quien permanecía serio, con el brazo extendido ofreciéndoselo.
—Pero es tu paraguas… —murmuró, aún sin tomarlo.
Kouji suspiró, como si su terquedad le resultara predecible.
—No me hará falta. Ahora me iré a mi casa y el estacionamiento está techado —respondió con calma, encogiéndose de hombros.
Damar aún titubeó unos segundos, sintiendo el peso de la situación en su pecho. No era solo un simple paraguas. Era el hecho de que Kouji estaba insistiendo en protegerla, en asegurarse de que no se mojara. Había algo en ese gesto que la hacía sentir… especial.
Finalmente, con un leve suspiro, tomó el paraguas entre sus manos.
—Gracias… —murmuró, bajando la mirada para evitar que él notara lo nerviosa que estaba.
Kouji asintió con un ligero movimiento de cabeza.
—Solo devuélvemelo cuando nos veamos de nuevo.
Damar lo miró sorprendida. No por la petición en sí, sino por la naturalidad con la que Kouji dijo "cuando nos veamos de nuevo", como si fuera un hecho asegurado, como si él realmente esperara volver a verla pronto.
Su corazón latió un poco más rápido.
—Claro —dijo en voz baja, aferrando el paraguas con más fuerza.
El silencio volvió a invadir el auto por unos segundos. Damar sintió que debía salir rápido antes de que su rostro se tornara más rojo de lo que ya estaba, así que giró la manilla de la puerta y la abrió.
El sonido de la lluvia golpeando el pavimento la recibió.
Damar dio un último vistazo a Kouji antes de bajar del auto.
—Nos vemos.
—Nos vemos —respondió él con un tono más bajo, aunque su mirada la siguió hasta que estuvo fuera del auto.
Ella abrió el paraguas y se apresuró a caminar hacia su casa. No pudo evitar sonreír un poco.
Sujetar aquel paraguas en sus manos se sentía más importante de lo que debía.
El silencio que siguió a las palabras de Takeru fue pesado, denso como la tormenta que arreciaba fuera de la oficina. Hiroaki y Yamato se quedaron inmóviles, con el aire de incredulidad flotando entre ellos. Takeru, por su parte, no apartó la mirada, manteniéndola fija en los dos hombres que había comenzado a conocer de una manera mucho más profunda de lo que le hubiera gustado.
Hiroaki fue el primero en reaccionar, su rostro endureciéndose en una máscara de control absoluto. Sus ojos, normalmente calculadores, ahora destilaban una ira contenida, pero también una cierta sorpresa, como si las palabras de Takeru lo hubieran golpeado más de lo que estaba dispuesto a admitir.
—¿Negocios sucios? —repitió Hiroaki, casi como si estuviera probando la frase en su boca, buscando si tenía algún sentido en lo que acababa de escuchar—. ¿De qué estás hablando, Takeru?
Takeru no titubeó. Avanzó un paso hacia adelante, el rostro serio, cada palabra pesada como un yunque.
—Sé lo que estás haciendo, padre. No te creas que no lo sé —dijo, la voz firme, pero cargada de una mezcla de rabia y decepción—. Las reuniones clandestinas, los acuerdos con empresarios que no tienen ni un solo escrúpulo, las transacciones que no aparecen en los papeles. Todo tiene un precio, y tú lo pagas, sin importar a quién se lleve por delante.
—¿Qué estás insinuando, Takeru? —La voz de Hiroaki era controlada, pero su tono llevaba consigo una amenaza silenciosa. Podía sentir la furia bajo su calma.
Takeru no se amedrentó. No le importaba lo que su padre pudiera decir o hacer. Ya no le importaba nada.
—No estoy insinuando. ¡Estoy asegurando!— Exclamó— ¡Sé que estás involucrado en la trata de blancas!
Hiroaki se quedó paralizado por un instante, sus ojos fijándose en Takeru con una mezcla de furia y sorpresa. La acusación que acababa de recibir era tan directa, tan mordaz, que por un segundo, el hombre de negocios no supo cómo responder. Sus labios se apretaron en una línea fina, y su respiración se volvió más pesada.
—¡Eso es una mentira! —gritó, dando un paso hacia adelante, su tono de voz cargado de ira—. ¿Qué clase de acusación es esa, Takeru? ¡Estás fuera de lugar! ¡No sabes de lo que estás hablando!
Takeru no retrocedió ni un centímetro. Su mirada se mantenía fija en los ojos de su padre, desafiándolo, dejándole claro que no iba a detenerse.
—No estoy equivocado, Hiroaki. ¡Sé lo que estás haciendo! —su voz se elevó aún más, llena de desprecio—. He estado observando, he seguido las pistas, he entendido lo que has intentado ocultar. Tus negocios no son lo que aparentan. No es solo cuestión de dinero, ni de poder. Tú... estás jugando con vidas. Y lo peor de todo, lo estás haciendo a espaldas de nuestra familia.
La atmósfera en la oficina se volvió insoportable. Hiroaki, que siempre había sido un hombre calculador y lleno de control, estaba perdiendo ese control frente a su hijo. No podía dejar que esa acusación quedara en el aire, no sin intentar defenderse.
—¡No tienes ni idea de lo que estás diciendo! —vociferó Hiroaki, su rostro rojo de furia—. ¡Esto es una locura, Takeru! ¡Estás destruyendo todo por una idea absurda! ¡No tengo nada que ver con esa clase de cosas!
Pero en ese momento, Yamato, quien había permanecido en silencio hasta ese instante, rompió el silencio con una voz que era una mezcla de autoridad y una frágil desesperación.
—Padre, no lo niegues. Díselo. —Yamato se levantó lentamente de su asiento, su rostro lleno de una incomodidad palpable, pero también de una especie de desilusión que comenzaba a asomarse. Había estado escuchando, pero las palabras de Takeru lo habían golpeado como una bofetada.
Hiroaki giró rápidamente hacia su hijo mayor, sus ojos destilando furia.
—¡Yamato, no tienes idea de lo que estás diciendo! ¡Esto no tiene sentido!
Pero Yamato no retrocedió. Su mirada era fija, y aunque su voz temblaba ligeramente, no dejaba de ser clara.
—No sigas mintiendo, padre. ¡Ya lo sabe!
Takeru pasa su mirada por Yamato: —Sí, lo sé.
El mayor de los Ishida parecía estar al borde de perder la calma, pero al mismo tiempo, sentía que ya no podía seguir cubriéndole las espaldas a su propio padre. Algo dentro de él estaba quebrándose, y la verdad, esa verdad que había estado eludiendo durante tanto tiempo, ahora lo obligaba a enfrentarse a la realidad.
Takeru, sin apartar la mirada de Hiroaki, respiró hondo, como si supiera que el siguiente paso que iba a dar podía cambiarlo todo.
—Sé lo que has hecho. Sé todo lo que has hecho. El dinero sucio, las personas que has dejado atrás, el daño que has causado... —Takeru hizo una pausa, y sus ojos brillaron con una determinación feroz—. Y no voy a quedarme callado. No importa cuánto intentes negar lo que está claro, porque yo sé la verdad, y nada de esto va a desaparecer solo porque lo niegues.
Hiroaki dio un paso hacia atrás, como si las palabras de su hijo lo hubieran golpeado con fuerza. Pero antes de que pudiera reaccionar, Takeru continuó, su voz llena de una rabia contenida.
—Este juego de poder que has estado jugando, las alianzas sucias que has tejido... todo lo que has hecho no es solo para proteger a la familia. Todo es para ti. Todo es por tu ambición. Y a mí ya no me importa lo que tengas que decir para intentar justificarlo. ¡La verdad está ahí, y tú ya no puedes esconderla!
El aire en la oficina estaba tan cargado de tensión que se podía cortar con un cuchillo. Hiroaki, que había pasado su vida manipulando situaciones, controlando a los demás con su poder, ahora se encontraba atrapado en su propio juego. No había palabras que pudieran salir de su boca para defenderse.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, Hiroaki habló, su voz grave y llena de veneno.
Hiroaki frunció el ceño, su mirada llena de desdén y desconcierto. Por un instante, parecía estar buscando una salida, un resquicio por donde escapar de la verdad que Takeru había desenterrado. Pero no la encontró. La tensión en la habitación se intensificó, y finalmente, con una calma que solo podía indicar el control absoluto de la ira, Hiroaki preguntó con voz grave:
—¿Cómo lo supiste?
Takeru no pestañeó. Su mirada era tan fija como una daga, penetrante y decidida. El silencio que siguió a la pregunta de Hiroaki parecía durar una eternidad, y cuando finalmente Takeru habló, su voz era fría, cortante.
—Así que, finalmente lo vas a admitir, Hiroaki. —La ironía en sus palabras era palpable, como si todo estuviera saliendo a la luz de una vez por todas—. ¿Sabes qué? No me importa cómo lo supe. Lo único que importa es que ya no puedes ocultarlo. La mentira ya está expuesta, y ahora todo está claro.
Hiroaki, al escuchar esas palabras, se tensó aún más. La presión de la situación lo estaba acorralando, y su rostro, aunque aún se mantenía duro, comenzaba a mostrar signos de una lucha interna.
—Dime, ¿quién, rayos, te lo dijo? —exigió Hiroaki, su tono algo más bajo pero cargado de furia. Su mente no dejaba de girar, tratando de encontrar un culpable, alguien a quien culpar por la exposición de su oscuro secreto.
Takeru lo miró directamente a los ojos, su expresión ahora implacable.
—No importa quién me lo haya dicho —respondió con un tono que dejaba claro que ya no había espacio para más evasivas—. Lo que importa es que tengo una familia mentirosa, mentirosa y tres mil veces mentirosa.—Habló— No solo mienten con respecto a la empresa. Sino también...—Suspiró— Mienten con respecto a su propia familia.
—¿A qué te refieres?
Takeru lanzó una carcajada seca e irónica: —A las mentiras...—Respondió— Que nos han dicho todo este tiempo tanto a mis sobrinas como a mí.
—¿Perdón?—Musitó Hiroaki— ¿Mentiras? ¿Qué mentiras?
—¿E? Takeru...—Habló Yamato— No creo que sea necesario que lo digas...
—¿Por qué no?— Preguntó Tk— ¿Quieres que mi padre crea que sigo siendo un niño ingenuo?
—¿A qué te refieres?— Cuestionó Hiroaki.
—A Mimi Tachikawa.—Respondió el menor— ¿Te suena?
Hiroaki abrió los ojos sorprendido.
—Finalmente, descubrí quien es esa mujer.
Toshiko Takenouchi estaba sentada en la elegante sala de su casa, con una taza de té humeante entre las manos. La tarde transcurría con calma, el suave murmullo de la música clásica llenando el espacio. Siempre había sido una mujer meticulosa, acostumbrada a controlar cada aspecto de su vida y, por supuesto, de la de su hija.
El tintineo de la porcelana contra el platillo fue interrumpido abruptamente por el sonido del timbre resonando en la estancia. Toshiko apenas alzó la mirada, manteniendo su porte sereno mientras tomaba otro sorbo de té.
A los pocos segundos, su empleada apareció en la puerta de la sala con expresión mesurada.
—Señora —anunció con tono respetuoso—, la buscan.
Toshiko dejó la taza sobre la mesa de cristal con un movimiento pausado antes de mirar a la mujer con una leve inclinación de la cabeza.
—¿Quién es?
—El abogado de la señorita Sora, el señor Nakamura. Quiere verla.
El gesto de Toshiko permaneció imperturbable, pero sus dedos se crisparon apenas sobre el reposabrazos del sillón. Después de un instante de silencio calculado, tomó aire y se incorporó con la misma elegancia de siempre.
—Hazlo pasar.
La empleada asintió con una leve inclinación de cabeza y se retiró. Toshiko aprovechó esos breves segundos para recomponerse por completo, alisando la falda de su vestido azul marino y acomodando un mechón de su cabello detrás de la oreja. No le gustaban las sorpresas, y menos aún si provenían de Sora.
El sonido de pasos firmes sobre el suelo de mármol anunció la llegada del visitante. El señor Nakamura apareció en la entrada de la sala, impecablemente vestido con un traje gris oscuro y un maletín de cuero en la mano. Su expresión era seria, casi hermética, como la de todo buen abogado.
—Señora Takenouchi —saludó con una leve reverencia.
Toshiko le indicó con un gesto que tomara asiento en uno de los sillones frente a ella.
—Señor Nakamura —respondió con su tono refinado, aunque frío—. ¿A qué debo su visita?
—Vengo en representación de su hija, Sora Takenouchi. Tengo una notificación legal para usted.
Los ojos de Toshiko se entrecerraron y su expresión pasó de la sorpresa al escepticismo en cuestión de segundos. Tomó el sobre con manos firmes, pero su interior ya estaba hirviendo de indignación. Con un gesto rápido, lo rasgó y extrajo los documentos, escaneando las primeras líneas con creciente incredulidad.
—¿Qué clase de tontería es esta? —dijo, su voz subiendo un tono mientras releía el contenido.
—Su hija ha iniciado un proceso legal para cuestionar su participación en la empresa —explicó Nakamura con calma—. En base a la documentación que hemos recopilado, ella argumenta que los fondos con los que adquirió su participación accionaria provenían de la herencia de su difunto esposo, Haruhiko Takenouchi, y que, en consecuencia, esas acciones le pertenecen legítimamente a ella.
Toshiko sintió un escalofrío de furia recorrer su cuerpo. Sus labios se apretaron en una delgada línea y su agarre sobre los documentos se tensó.
—Esto es absurdo —espetó, sus ojos centelleando de enojo—. Yo invertí en esa empresa cuando Sora no tenía nada. Sin mi apoyo, jamás habría podido hacerla despegar. Ahora, ¿pretende deshacerse de mí como si fuera una mera inversionista sin importancia?
—Señora Takenouchi, lo que su hija busca es recuperar el control total de la empresa sin interferencias externas. Usted aún puede negociar con ella antes de que esto escale a un proceso más largo y costoso —respondió Nakamura, manteniendo su tono neutral.
—¿Negociar? —Toshiko soltó una risa amarga y burlona—. Sora siempre ha sido testaruda, pero esto es una traición en toda regla. ¿De verdad cree que me quedaré de brazos cruzados mientras intenta arrebatarme lo que me pertenece?
Su corazón latía con fuerza, una mezcla de rabia y decepción agitándose dentro de ella. Miró nuevamente los documentos, como si de alguna manera las palabras pudieran cambiar, como si lo que estaba leyendo no fuera real.
—Voy a hablar con mi hija personalmente —declaró, alzando la mirada hacia Nakamura con una firmeza cortante—. No permitiré que se me trate como una extraña en una empresa que ayudé a construir.
—Por supuesto, está en su derecho —dijo Nakamura con una leve inclinación de cabeza—. Sin embargo, le aconsejaría que lo hiciera a través de los canales adecuados. Sora está decidida a seguir adelante con esto, y tiene un caso sólido.
Toshiko le dedicó una mirada glacial, con la mandíbula apretada y el orgullo herido reflejado en sus facciones.
—Veremos qué tan sólido es cuando termine con esto —musitó antes de girarse sobre sus talones y cerrar la puerta con un golpe seco.
Se quedó de pie en la entrada, respirando hondo para calmar el temblor de su pecho. No podía creerlo. Su propia hija le estaba declarando la guerra.
Y si eso era lo que Sora quería… entonces Toshiko no pensaba quedarse atrás.
La lluvia golpeaba con fuerza el parabrisas del auto, formando un sinfín de gotas que parecían competir entre sí en una carrera hacia los extremos del vidrio. Mimi apretó el volante con ambas manos, sus nudillos tensos por la fuerza con la que se aferraba a él.Odiaba conducir.Lo detestaba con cada fibra de su ser, pero la tormenta la había obligado a hacerlo.
—¡Por qué demonios no le pedí a Koushiro que me trajera! —exclamó con frustración, mientras sus ojos se mantenían fijos en la carretera.
El sonido constante de la lluvia repiqueteando contra el techo del automóvil le resultaba ensordecedor. Aunque el aire acondicionado mantenía la temperatura agradable dentro del vehículo, Mimi sentía su corazón latiendo desbocado.El solo hecho de estar al volante le provocaba ansiedad.
Las luces de los semáforos parpadeaban a través de la cortina de lluvia. Los autos avanzaban lentamente, sus luces reflejándose en el pavimento mojado, creando un efecto hipnótico que la hacía sentirse aún más insegura.
—Podría haberme empapado un poco y tomar un taxi... —murmuró, su ceño fruncido mientras maniobraba con cuidado.
Pero no, no había querido arriesgarse a arruinar su atuendo. Mimi suspiró con pesar. ¿De qué le servía estar seca si ahora sentía el pecho apretado por los nervios?
Cada vez que otro auto pasaba a su lado, levantando agua con sus neumáticos, Mimi contenía la respiración.Odiaba esto.
El tráfico era lento, pero eso no le brindaba alivio.Si aceleraba demasiado, podía perder el control.Si iba demasiado lento, se volvería una molestia para los demás conductores.¡No ganaba en ninguna situación!
El sonido de un claxon la sobresaltó y pegó un pequeño salto en su asiento.
—¡Ay, por favor! —exclamó molesta—. ¡Si tengo que estar sufriendo aquí, al menos tengan paciencia!
Mimi apretó los labios y trató de enfocarse en la carretera.Faltaba poco.Solo debía llegar al estacionamiento subterráneo de la empresa de Yamato y entonces estaría a salvo.
Solo unos minutos más.
Con cuidado, giró en la última intersección antes del edificio. Ya podía ver la gran estructura de cristal y acero al final del camino, imponente como siempre.
Activó la señal de giro y descendió con precaución por la rampa de acceso al estacionamiento subterráneo. La iluminación artificial parpadeó momentáneamente al entrar, dándole un respiro de la intensa lluvia.
Finalmente, después de lo que le pareció una eternidad,Mimi estacionó el auto.
Exhaló con fuerza y soltó el volante, sintiendo el hormigueo en sus dedos por la tensión acumulada.Lo había logrado.
Pero aún así, no podía evitar murmurar para sí misma:
—Definitivamente, la próxima vez consigo un chofer.
Lo peor de todo es que venía hacia la empresa para hablar con Yamato y no estaba convencida de esto.
~Recuerdo~
La lluvia golpeaba con fuerza contra las ventanas, dibujando surcos irregulares en los cristales mientras el cielo gris anunciaba que el mal clima se extendería por horas. Mimi, de pie frente a su espejo de cuerpo completo, evaluaba las opciones de ropa extendidas sobre su cama con un leve fruncimiento en el ceño.
—No puedo salir vestida como si fuera verano —murmuró para sí misma, tomando un abrigo largo de tela gruesa y sosteniéndolo frente a su figura.
Izumi la había llamado hace unos minutos, insistiendo en que se vieran, y Mimi, no dudó en aceptar. Le hacía falta salir, despejar su mente, distraerse. Pero en especial,necesitaba estar con su hija.Pero la lluvia no se lo pondría fácil.
Tomó un suéter de lana beige de cuello alto y unos pantalones ajustados oscuros, acompañándolos con unas botas largas resistentes al agua. Encima, decidió que su abrigo largo color crema sería la mejor opción. No estaba dispuesta a sacrificar el estilo por el clima, pero tampoco quería terminar empapada y temblando de frío.
Justo cuando se estaba colocando los pendientes, su smartphone vibró sobre la cómoda, iluminando la pantalla con un nombre que le provocó un escalofrío involuntario:
"Yamato"
Mimi detuvo sus movimientos y lo observó fijamente, sintiendo cómo su cuerpo se tensaba. No quería contestar. No tenía razones para hacerlo. Lo dejó sonar hasta que la llamada se cortó por sí sola.
Respiró hondo, tratando de ignorar la inquietud que se había instalado en su pecho, y volvió a concentrarse en su apariencia. Sin embargo, apenas tomó su bolso, el sonido insistente del smartphone volvió a invadir la habitación.
Otra vezYamato.
Mimi apretó los labios con molestia y tomó el teléfono.
Pero Yamato no se rendía.
El tercer tono hizo eco en la habitación y Mimi sintió su paciencia agotarse.
—Hola.—respondió.
—¿Haruna?— Escuchó la voz del rubio.
—Hola Yamato.—Habló la castaña intentando no sonar tan cortante.
—¿Cómo estás?
—Bien… —dijo con tono neutro—. ¿Por qué me llamaste tantas veces?
Se hizo un pequeño silencio antes de que Yamato respondiera con un tono más bajo:
—Lo siento… —musitó—. Me dijeron en la oficina que llamaste para pedir el día libre.
Mimi arqueó una ceja.¿Eso lo tenía tan preocupado como para insistir tanto?
—Sí, lo pedí.—Respondió.
—¿Por qué?
Mimi suspiró: —Porque necesito tiempo.
—¿Tiempo? ¿Para qué? ¿ocurrió algo?
—Nada grave...— Eso esperaba— ¿Por qué preguntas?— Cuestionó la castaña— ¿Ocurrió algo?
—No, nada.—Habló Yamato con la voz levemente temblorosa—Solo es que me preocupé por ti. Cuando me dijeron que no venías. Por un momento pensé que, no vendrías por lo que está ocurriendo entre nosotros...—
—¿Entre nosotros?
—Bu-bueno...—Balbuceo el rubio— Creí que estabas enojada por mi insistencia, por mi, ya sabes, por mi culpa.
Mimi suspiró: —No fue por eso. Solamente que se me presentó algo y preferí tomar uno de mis días libres.—Declaró— Espero que no te moleste.
—No.—Respondió el oji-azul— No me molesta.—Contestó— Pero, dime ¿tienes un momento?
—¿Un momento?
—Sí.—Contestó Yamato— Necesito hablar contigo.
Mimi alzó una ceja: —¿Hablar conmigo?
—Sí.—Musitó el rubio— Sé que el último tiempo no he actuado bien y te he incomodado, necesito hablar contigo.
—Yamato, no creo que sea necesario hablar.
—Sí lo es.—Respondió Yamato. Se notaba nervioso— Siento mucho lo que sucedió ayer y sé que todo esto muy confuso, los besos, las palabras...—Comentó— Necesito que hablemos de eso. De lo nuestro.
—¿De lo nuestro?—Preguntó la castaña— No hay "lo nuestro"
—¡Lo sé! Pero necesito verte, por favor.—Contestó el rubio— Necesito que nos vemos.
Mimi hizo una mueca: —No sé si podamos...—Murmuró—Tengo la tarde ocupada.
—¡Bueno! Entonces juntémonos más tarde aun.—Respondió Yamato— Tengo una reunión con mi padre y unos posibles inversionistas. Más o menos a las ocho estaré disponible. ¿Nos vemos en la cafetería de en frente?
—¿En una cafetería?—Preguntó la oji-miel.
—Sí.
—No creo que sea lo mejor, Yamato.—Contestó la mujer— Si alguien nos ve podría comenzar a especular cosas y no quiero.
—Bueno, entonces en la empresa.—Insistió el oji-azul del otro lado— ¡Por favor! Necesito que hablemos.
Mimi hizo una mueca, se sentía un poco indecisa. Sabía que, por un lado no era correcto por todo el estrés de la situación. Sin embargo, por otro, Yamato se veía empecinado en hablar con ella. Insistía en verla...Eso era lo quería conseguir ¿no?
Suspiró.
—Está bien.—Respondió— Nos vemos en la empresa. A las ocho.
—Bien.—Contestó Yamato.
~Fin del recuerdo~
Mimi descendió del auto completamente agotada. No sabía si realmente quería hablar con Yamato. Algo dentro de ella le decía que no era buena idea. Suspiró y cerró la puerta con suavidad, tratando de despejar su mente de aquella inquietud.
Se dispuso a voltear para dirigirse hacia la entrada del edificio cuando el sonido de un motor captó su atención. Un auto ingresó al estacionamiento, y en cuanto Mimi vio el vehículo, lo reconoció al instante.
Era el auto de Nene.
Sus ojos se iluminaron al instante.¿Nene estaba aquí?Se apresuró a acercarse unos pasos para confirmar su sospecha, y efectivamente, dentro del auto, en el asiento del conductor, estaba su hija.
Mimi sonrió con calidez, sintiendo una punzada de emoción en el pecho.
Nene maniobró con habilidad y estacionó el auto en uno de los espacios vacíos. Luego, apagó el motor y salió con movimientos fluidos, elegante como siempre.
—¡Nene! —exclamó Mimi con alegría, acercándose rápidamente hacia su hija.
Nene alzó la mirada y sus ojos oscuros se posaron en ella. Durante un segundo, su expresión fue neutral, pero luego, un leve atisbo de sorpresa y afecto cruzó su rostro.
—Haruna… —saludó con un tono más suave, mientras cerraba la puerta del auto y se ajustaba la chaqueta.
—Hola...—Mimi se acercó a ella y besó su mejilla.
Nene correspondió al gesto.
—Me alegra verte.—Comentó la mayor— Y me sorprende, pensé que ya no trabajabas aquí.
—Pues no, ya no trabajo aquí.—Respondió la joven— Pero mi abuelo me citó porque quería hablar conmigo.—Musitó—¿Y usted?—Preguntó— ¿Viene saliendo del trabajo?
—¿E? No.—Respondió Mimi— Tuve unos problemas y pedí el día.—Comentó—, no obstante, al parecer surgió un inconveniente, ya que, Yamato me pidió que vienese.
Medio mintió, Yamato la había llamado, pero no exactamente por una emergencia.
—Inconveniente y mi padre en la misma oración...—Comentó Nene— No sé porque no me sorprende.
Mimi hizo una mueca: —¿Aun sigues enojada con él?
Nene suspiró— Sí.—Respondió— Pero no quiero hablar de eso...—Señaló la entrada— ¿Entremos?
—Bueno.—Respondió la oji-miel.
Fue así como ambas caminaron hacia la entrada.
La lluvia caía con fuerza sobre la ciudad mientras el lujoso automóvil negro avanzaba por la carretera en dirección a la mansión de Sora Takenouchi. Dentro del vehículo, Toshiko Takenouchi permanecía inmóvil, con la mirada fija en la ventanilla, observando cómo las gotas de agua se deslizaban por el cristal. Sus labios estaban apretados en una delgada línea y sus manos, enguantadas en cuero negro, se cerraban con fuerza sobre el bolso de diseñador que descansaba sobre su regazo.
Cuando el automóvil llegó a la imponente entrada de la propiedad, el conductor se apresuró a abrirle la puerta, pero Toshiko apenas le dirigió una mirada antes de salir y caminar con pasos firmes hacia la mansión. No se molestó en usar un paraguas. La furia que bullía en su interior la mantenía ajena al frío y la humedad.
Subió los escalones de mármol y tocó.
¡Ding, dong!
No habrá pasado mucho tiempo cuando Sora abrió la puerta.
—¿Madre?— La pelirroja se sorprendió al verla.
—¡Sora! —su voz resonó con autoridad y sin pedir permiso ingresó a la mansión.
—¡Hey!—Exclamó Sora—¿Qué haces aquí?—Cerró la puerta tras ella—¿Por qué entras así?
—¿Enserio preguntas?—espetó Toshiko mientras observaba con furia hacia su hija, cada paso resonando en el suelo de mármol—. ¿Cómo te atreves?
Sora suspiró y cruzó los brazos.
—Si viniste a gritarme, podríamos hablar en otro momento.
—¡Oh, no! Vamos a hablar ahora mismo. —Toshiko sacó los documentos de su bolso—. ¿Qué es esto? ¿De verdad crees que puedes deshacerte de mí como si fuera un obstáculo en tu camino?
Sora tomó los papeles con calma y los acomodó en un solo montón antes de levantar la mirada hacia su madre.
—No estoy intentando deshacerme de ti, madre. Solo quiero lo que me pertenece.
—¿Lo que te pertenece? —Toshiko dejó escapar una risa amarga—. Si no fuera por mí, esa empresa jamás habría visto la luz. Yo te ayudé a construirla, yo invertí cuando nadie más lo hizo.
—No tengo nada que agradecerte —respondió Sora sin titubear—. La empresa es mía y la levanté con el dinero que mi padre dejó como herencia para mí, no para ti. Tú utilizaste esos fondos para obtener participación en mi compañía sin consultarme.
Toshiko entrecerró los ojos, su voz bajó a un tono peligroso.
—Ese dinero era mío, yo era la esposa de tu padre.
—Pero ¡yo soy su hija! heredera directa.—Comentó la pelirroja— Pero aprovechaste que yo era menor de edad para tomarla y hacerla tuya.—Musitó— No me dejaste tomar ni un centavo.
—Porque solo hubieras hecho estupideces, dándosela a tu bastardo y a Taichi.
Sora apretó los labios.
—¡No menciones a mi hijo!— Exclamó—Estamos hablando del dinero que me corresponde. Lo que hiciste fue una jugada sucia, madre. Y ahora es momento de corregirlo.
—¿Corregirlo? —Toshiko avanzó un paso, inclinándose sobre la mesa—. Lo que estás haciendo es una traición, Sora. Después de todo lo que hice por ti…
Sora cerró los ojos un instante, respirando hondo antes de responder.
—No se trata de traición, se trata de justicia. No quiero que sigas interfiriendo en mi empresa, no quiero que sigas tomando decisiones por mí.
—¡Porque sin mí no serías nada! —La voz de Toshiko retumbó en la sala—. ¿De verdad crees que puedes manejar todo esto sola?
Sora sostuvo la mirada de su madre con determinación.
—Lo he estado manejando sola desde hace mucho tiempo. Tú simplemente has hecho acto de presencia para alardear y fastidiar.
El silencio cayó entre ambas, solo interrumpido por el golpeteo de la lluvia contra los ventanales.
—Muy bien —murmuró, enderezándose con dignidad—. Veamos qué tan bien te va sin mí, entonces.
Sora no respondió. Solo la observó mientras su madre recogía su bolso y giraba sobre sus talones, caminando con la misma elegancia con la que había llegado.
El eco de sus tacones resonó en el pasillo hasta que la puerta principal se cerró con un golpe seco, dejando a Sora en la soledad de su mansión.
Y a pesar de la victoria legal que había conseguido, la sensación de vacío en su pecho le decía que algo se había roto entre ellas. Y que tal vez, nunca se repararía.
La tensión en la sala era palpable. Takeru, con el rostro enrojecido por la furia, no podía dejar de mirar a Yamato y a Hiroaki, sus ojos brillando con un enojo intenso que parecía querer explotar en cualquier momento. Los tres hombres estaban frente a frente, las palabras cargadas de reproche flotaban en el aire, y Takeru no podía callar más.
—¡¿Cómo nos mintieron toda la vida?!—gritó Takeru, su voz temblando de rabia. Sus palabras retumbaban en la habitación como un golpe sordo—. ¡Nos mintieron durante años, Hiroaki! ¡Y tú, Yamato! Nos ocultaron la verdad sobre nuestras propias vidas.
Hiroaki se mantuvo estoico, pero había un destello de culpa en sus ojos. Yamato, por su parte, trató de mantener la calma, aunque la tensión en su rostro no pasaba desapercibida. Sabían que las palabras de Takeru eran solo el principio de una tormenta que se desataría.
—Lo hice por el bien de todos—respondió Hiroaki, su tono bajo pero firme.
—¿El bien de todos?— replicó Takeru, y su tono de incredulidad no se disimuló en lo más mínimo.
—¡¿De qué bien hablas?! ¡¿De esconderle la verdad a tu propio hijo?! ¡¿De qué bien hablas cuando sacrificaste todo para mantener un falso mundo en pie?!
Yamato levantó una mano, intentando calmar a su hermano, aunque la rabia de Takeru era un torrente que no podía detenerse.
—Takeru, no podemos cambiar el pasado, no podemos hacer que lo que hicimos se borre. Hicimos lo que creímos que era necesario para proteger a todos— dijo Yamato, su voz grave y serena, pero también con una sombra de arrepentimiento.
—¡Proteger a todos!—Takeru exclamó, acercándose más a su hermano y a su padre. —¿Protegerme? ¡¿A mí?! ¿Y a mis sobrinas? ¿Acaso pensaste en ellas también cuando decidiste ocultarles quien era su madre? Al no dejarlas decir y obligarlas en llamar a Sora madre.
Hiroaki dio un paso al frente, su rostro severo como siempre, y sus palabras fueron cortantes:
—Ya basta, Takeru. No hagas esto más grande de lo que es. No tienes idea de las razones por las que tomamos esas decisiones. Fue por su bien. Todo lo que hicimos fue por protegernos a todos de lo que hubiera pasado si la verdad salía a la luz.
Takeru los miraba como si estuvieran fuera de sí. Su frustración solo aumentaba con cada intento de justificación de parte de ellos. No podía soportarlo más.
—¡No! ¡No me vendas esa mentira!—gritó, su voz rasgada por la impotencia. —¡Algún día Nene e Izumi se van a enterar! ¡Y cuando eso pase... van a saber que no son hijas de Sora Takenouchi, sino que son hijas de Mimi Tachikawa!
—¡Eso no debe ocurrir!— Exclamó Hiroaki— Izumi y Nene nunca deben enterarse que su verdaderamente madre es Mimi ¡La mujer que asesinó a Natsuko!
Las palabras de Hiroaki eran como una bomba. El lugar quedó en silencio, todos paralizados por el impacto de sus palabras. La revelación golpeó a los dos como un mazo, aunque ambos intentaron disimularlo. Takeru no dejaba de mirar a su hermano, buscando en sus ojos una respuesta, una reacción.
Justo en ese momento, la voz suave y temblorosa de Nene interrumpió la tensión en el aire. Estaba parada en la puerta, sus ojos fijándose en los tres hombres con una mezcla de confusión y miedo.
—¿Qué...?—dijo, su voz cargada de incertidumbre.
El mundo pareció detenerse en ese instante. Todos se giraron hacia Nene, quien había escuchado todo. La shockeada expresión en su rostro dejaba claro que la verdad había caído sobre ella como un torrente imparable.
Takeru la miró, el dolor reflejado en sus ojos, pero también la preocupación por lo que había hecho. Había hablado impulsivamente, sin pensar en las consecuencias de sus palabras. Nene estaba allí, en el umbral de la puerta, con su vida entera dando un vuelco por una sola frase.
—Nene...—dijo Takeru con voz quebrada, acercándose a ella lentamente, como si temiera que cualquier movimiento repentino pudiera romperla más.
Pero Nene no retrocedió. Su mirada era fija, aunque sus ojos brillaban con una mezcla de desconcierto y angustia. No entendía lo que acababa de escuchar, pero lo que sí sabía era que algo importante acababa de cambiar, algo que jamás imaginó.
—¿Es cierto...?—preguntó, apenas en un susurro, su voz temblorosa.
Yamato intentó intervenir, pero la situación ya estaba fuera de control.
—No es el momento, Nene. Te lo suplico, no escuches esto. Lo que escuchaste... no es algo que debas saber.
Nene sacudió la cabeza lentamente, el miedo invadiéndola.
—¡¿Qué significa esto?!—exclamó, sin poder evitar las lágrimas que empezaban a acumularse en sus ojos.
Hiroaki pasó su mirada por su nieta, Yamato por su hija, Takeru por su sobrina y junto a ella apareció una mujer de ojos miel.
¡Oh no!
Haruna también había escuchado.
Elpróximo será un capítulo fuerte, en algunos aspectos.
Yaquí es donde llega el fin de temporada. Termina con Nene descubriendo todo. El próximo capítulo va a ser un capítulo crucial. Pero especial. Nos vemos.
Cuandollego a los capítulos finales me gusta que escriban un comentario, ojalá, dándome sus impresiones de esta temporada, ya sea, que personaje les gustó, que cosas no le gustaron de la historia, que cambiarían, que escena amaron, etc, etc, etc. Me gustaría esaber sus impresiones.
BethANDCourt:¡Holi! ¿Enserio? ¡Wow! que mal, pero tranqui, entiendo que eso ocurre, (yo por eso opté por revisar siempre las historias que me gustan para evitar perderme una actualización, porque me estresaba saber que actualizaban y yo no leía ToT) Nene es un personaje complejo, tiene rasgos que provocarán que en algunos momentos la odien, igual que Izumi, eso se debe a que son manipulables. Mimi debe luchar contra las manipulaciones que sus hijas tienen. Incluso, en la segunda temporada conocerán otra situación más compleja, que incluso la coloqué en Chat GPT para profundizar en la psicología de Nene. Y fue ¡wow!...Entiendo que estés decepcionada por arruinarle el momento a Sora, pero es parte de su carácter...Son 200 mil yenes, investigué y el sueldo de Hikari no alcanza, va a tener que ahorrar. Lo sé ¡la curiosidad mata! pero ya veremos que ocurrirá. Con respecto a los encuentros jajaja Muy buena clasificación, están los que quieren estar juntos Ryo y Rika, y aquellos que quieren alejarse Kouji y Damar. Sí, fue feo que Ryo dejara a Rika, pero se debe a toda la situación, Ryo no quiere correr nuevamente riesgo, Mimi se lo ha rogado mucho. Con respecto a Kouji y Damar, tengo muchas cosas planeadas para ellos dos, pero creo que se entiende su historia, Kouji no puede estar con ella y tiene que mantener su fachada, Damar está triste. Sí, triste. No quiero dar spoiler pero Damar sufrió mucho y Kouji también. Que bueno que te gustara la conversación entre Izumi y Mimi, he intentado dar momentos entre Mimi y sus hijas, de a poco ellas confían en su madre, en especial Izumi, siento que es más vulnerable y fácil de que tenga una conexión con ella. Bueno, con respecto a Takuya, él es hijo de Sora, el examen salió positivo, así que, no hay dudas. Ahora en lo que hay dudas es en Taichi. Pero con respecto al tercer hijo o hija de Mimi no diré nada jsjs Tranqui, tranqui, viene segunda temporada.
