Aquella carretera

Hace al menos unas tres horas que Leopold se está mirando en el espejo de su dormitorio de la mansión Mills. Está guapo de traje, sus ralos cabellos peinados hacia atrás y la respiración desacompasada de lo nervioso que está. Regina llama a la puerta y entra con cuidado, lo ve tan tenso que parece un mueble, duro. Ella carraspea, cierra la puerta y se acerca lentamente. Tiene un regalo en su mano que quería entregárselo algo antes de la ceremonia en los jardines de la casa. Dos billetes para Hawai con todos los gastos pagados para que él y el ama de llaves tengan la Luna de Miel de sus sueños. Fue idea de Emma, después de que le contara a Regina que Cora le había comentado que quería conocer Honolulu a la primera oportunidad. A Mills le resultaba curioso acordarse poco del tiempo que había convivido con Cora con anterioridad y acordarse mucho menos de haber escuchado algo como eso, a pesar de conversar mucho y ser tan allegadas como madre e hija. Pensó que tenía que enviarlos a otro país, darles más días para aprovechar la pasión de la boda, pero también sabía que Cora no iba a querer dejar la mansión por mucho tiempo. Después de tantos años de felicidad, Regina parecía emocionada cuando hablaba del ama de llaves. Ella merecía todo lo mejor y un poco más. Había prácticamente abandonado todo para cuidar de una adolescente malcriada como lo fue ella y después de sus hijos, de aquella inmensa casa. Era más que justo que fuera feliz y hubiera encontrado esa felicidad ahí mismo en los brazos del chófer.

El ruido del bastón en el suelo hueco despierta a Leo y siente un dolor en el cuello cuando lo gira para mirar a su patrona. Sus ojos, ya por lo normal demasiado abiertos, parecen dos aceitunas negras asustadas. No tenía miedo de la boda, pero sí de cómo se sentiría al ver a Cora en su vestido de novia. Imaginó mil cosas. ¿Y si ella se echaba para atrás? ¿Y si llegara al altar y dijera que no? ¿Y si de verdad a ella él no le gustaba? Leo no era el rey de los románticos, pero hace un esfuerzo cuando está con el ama de llaves y únicamente no le hizo ese pedido antes porque tenía miedo de verla marcharse de la mansión Mills. Lo sabía, era una idea tonta la que se le pasaba por la cabeza, pensar que ella se marcharía de repente solo porque se cansara de la vida de empleada de una familia rica, pero entonces sucedió aquel accidente con Daniel y los pequeños y el escenario cambió completamente. Quizás fuera hora de asumir sus sentimientos hacia ella. Ya se estaba haciendo viejo y ella también. Habían sufrido decepciones amorosas en el pasado, intercambiaban miradas cuando pasaban uno al lado del otro en el jardín hasta que se saludaron por primera vez, eso fue un mes después de que él llegara a trabajar en la mansión. Fue ella quién le preguntó a Leopold de dónde venía, por qué ese acento extraño que no se parecía a ningún acento de New Hampshire. Entonces él le dijo que venía de Alabama, era del sur, después ella empezó a invitarle al café de la tarde. Unos siete u ochos cafés después, comenzaron a conversar hasta más tarde, fuera, en el columpio de los niños cerca de la fuente. Él aún se acordaba cuando decidió besarla por primera vez, fue como si se hubiera tragado un puñado de mariposas. Leopold respiró hondo y se convenció a sí mismo de que estaba haciendo lo correcto y que Regina estaba ahí para decirle que podía estar tranquilo, que Cora no se había escapado repentinamente.

‒ ¿Todo bien, Leo? Fuera estamos listos para comenzar‒ dice Regina

‒ Creo que sí, señora. Estoy preparado desde hace tanto tiempo que incluso olvidé la hora. Cora no se ha echado para atrás, ¿verdad?

Regina se rio de su miedo y dijo que no con la cabeza.

‒ No. No se ha echado para atrás y está maravillosa. Se va a enamorar aún más cuando ella aparezca en el jardín. La he visto y puedo garantizar que nunca la he visto tan guapa‒ ella extiende los billetes y él los agarra ‒ Tome, es mi regalo de bodas para los dos. Debería darles algo mayor y que le dieran mejor uso, pero Cora jamás aceptaría, así que voy a cumplir un viejo sueño que ella tiene.

Leopold mira los billetes y vuelve a mirar a Regina, asombrado.

‒ Pero, señora…Dos billetes para Hawai…¡Vaya!

‒ Merecéis la mejor Luna de Miel posible. Está todo arreglado. Después de la boda, van al hotel y mañana temprano parten en el primer vuelo. Ya arreglé con la compañía para que dejaran un coche disponible para llegar al aeropuerto.

‒ Dios mío, ni sé cómo agradecer algo así, señora

‒ Agradézcamelo divirtiéndose, sacando muchas fotos del viaje y de su esposa. Decidí dárselo ahora para que Cora no tenga tiempo de devolverme los pasajes. Ella es demasiado modesta y no le gusta aceptar cosas que considera caro.

‒ Ciertamente me va a pelear por no haberlo rechazado, pero prometo que le voy a explicar que es un regalo. Muchas gracias, señora. Solo me preocupa el tiempo que vamos a estar fuera. ¿Cómo va a ir al trabajo?

‒ No se preocupe por eso. Emma ya se ofreció para ayudarme con todo. Va a quedarse unos días conmigo aquí en casa. Bien, ahora debemos dirigirnos a su boda. Están todos allí fuera esperando‒ ella ofrece el brazo para acompañarlo‒ ¿Preparado?

‒ Sí. Preparado.


Todo el mundo quería ver a Cora. Desde las amigas del curso de croché y bordado hasta sus primos de segundo grado que vivían en Kentucky. Ella nunca había visto a tanta gente reunida para celebrar algo con relación a ella desde su primer intento de casamiento, pero ya hacía tiempo que eso no le importaba. Quizás fuera la primera vez que se sentía tan hermosa después de todos esos años siendo el ama de llaves de los Mills. Tan hermosa que dejó a Leopold sin palabras cuando apareció vestida de novia en la alfombra extendida hasta el altar levantado en el jardín de la mansión. Ningún lugar era tan perfecto como aquel jardín que ella conocía bien. Fue allí cuando se cruzó con Leopold por primera vez y allí se habían besado, habían charlado escondidos hasta el punto de que todos en la casa sospechaban de ese romance. Estaba tan ansiosa como el novio y eso se podía ver en su rostro, en la sonrisa que se dibujaba medio torcida con la intención de aparentar tener el control de la situación.

Regina corrió hacia donde estaba Emma para tener tiempo de ver cómo Cora era recibida por Leo que estaba a punto de echarse a llorar de la emoción. La señora Mills enredó sus dedos en los de su compañera y ambas se quedaron junto al altar como dos espectadoras privilegiadas. Emma miró a la mujer y pensó en si un día estaría dispuesta a casarse con ella. Una petición no muy formal fue hecha una noche en que Emma sabía que no estaba lista, ni Regina. Pero hoy, cinco meses después de comenzar ese romance de literatura lésbica, tenía otras impresiones en cuanto a Regina, en cuanto a la mujer con quien quería pasar el resto de sus días. Tenía suerte, pues había encontrado a la mujer de su vida con menos de 40 años. Cora y Leopold eran un ejemplo para seguir, porque si tienes el sueño de amar alguien profundamente, no importa la edad sino la oportunidad. Aún así, Emma no quería quedar atrás, especialmente después de lo vivido con Isabelle y de cuanto se había entregado al disgusto y a la frustración. Pensando en su futuro con Regina, Emma apretó la mano de la morena con más firmeza y respiró hondo.

‒ Entregué los billetes a Leo. Se lo contará a ella cuando estén en el hotel, sin tiempo para que se eché atrás‒ Mills susurra a Emma

‒ ¿Sabes qué me dijo ella dentro? Que quiere poner mañana temprano la ropa de Leopold en su armario. Cree que va a trabajar esta semana‒ dice Emma bajito a Regina mientras los novios firman los documentos frente al juez de paz.

Las dos se ríen.

‒ Creo que Cora ha dedicado demasiado tiempo de su vida a los demás. Me recuerda a alguien, ¿sabes? ‒ Regina señala

‒ ¿Ah, sí? Entonces quizás necesite casarme también dentro de poco‒ Emma dice irónicamente, echándose a reír sola después

‒ ¿Ya has cambiado de idea? ¿Vas a aceptar mi pedido?

‒ No sé, Re. He pensado mucho en eso

‒ Estos días en que te vas a quedar aquí conmigo servirán de prueba, ¿hum? Ya conoces mi rutina, ya sabes lo que me gusta, lo que hago, cómo es la vida en esta casa…Piensa con cariño. Aún pienso que seremos más felices si vivimos juntas.

‒ He percibido lo mismo‒ Emma llevó su mano a su boca y la besó

El juez de paz declara a los novios casados y todo el mundo aplaude después de que ambos se besaran con cariño. La fiesta es agradable y más de lo que Cora podría pedir. Regina había pensado en todo antes que ella y lo había organizado todo velozmente. No hubo persona que no se acercara a elogiar la idea de la boda al aire libre. Finalmente, los recién casados terminaron el maratón de cumplimientos con los invitados y se acercaron a hablar con la patrona. Estaban tan hermosos juntos. Brillaban y sonreían tanto que los labios ya debían dolerles de repetir la acción tantas veces.

‒ No puedo marcharme a mi noche de bodas sin agradecerle a la persona que hizo todo esto posible. ¡Regina, muchas gracias! ‒ Cora la abraza, emocionada.

‒ Own, querida, mereces mucho más. Los dos. Quiero que sean muy felices‒ Regina retribuye

‒ Solo hemos venido a decirle que ya salimos hacia el hotel, señora ‒ Leopold le da el aviso

‒ Hum…Muy bien, hay un coche esperando en el portón. Hoy usted no conduce, Leo‒ Regina comenta mientras Cora le da un abrazo apretado a Emma.

Ella mira a Mills y se suelta de la rubia lentamente.

‒ Prometo estar aquí mañana bien temprano. Es probable que ni duerma esta noche.

‒ Ahm…Cora, quédate el tiempo que sea necesario en el hotel. Descansa, aprovecha, tienes que relajarte, ¿sabes? ‒ Emma agarra sus manos

‒ ¡Ya sé! Quieres tener tiempo con Regina. ¡Está bien! ¡Está bien! Voy a tardar un poco en volver para que disfruten la casa sin mi presencia‒ Cora comenta y todos se echan a reír.

Es tarde cuando ya todos se marchan y el jardín vuelve a ser el espacio único sin todo el montaje de la fiesta de la boda. Regina mira para allí desde la ventana del piso de arriba, ya con el pijama puesto, recibiendo un masaje tan bueno en los pies que lo único que quiere es quedarse descansando allí mismo en la silla frente a Emma. Mira a la rubia que aprieta sus dedos y el empeine con fuerza. Quizás Emma debiera estudiar para masajista, piensa. Recuerda que ya le había sugerido algo de esto mientras estaba convaleciente. La señora Mills suspira, toca la mano de su novia para que parase y sonríe tontamente, estirando los brazos para que la ayudara a ponerse de pie. Emma no dice nada entendiendo el recado. Se levanta de donde está, a corta distancia, y la agarra por las muñecas, ayudándola a erguirse. Regina coloca sus dos manos en sus hombros, parece que va a bailar con Emma, al igual que unas horas antes en medio de los invitados de Cora y Leo. Swan sabe que ella quiere pedirle algo, pero como Re no dice nada, ella solo pega su cabeza en su frente y las dos quedan paradas en el infinito.

Regina siente un apretón en el pecho, una ansiedad repentina, como si necesitara mucho aquel cariño del momento. Es extraño. Una sensación la abate súbitamente y antes de que Emma lo perciba, ella la abraza con una fuerza sofocante. Los ojos de la mujer se llenan de agua, pero no sabe exactamente por qué. Emma está allí con ella, acariciando su cuerpo por encima de la chaqueta de satén, tan agradable como acariciar directamente su piel. Algo va a suceder. Regina siente que está evitando una explosión. Su corazón comienza a latir de miedo y no de pasión como estaba acostumbrada cuando Emma estaba a su lado. Respira, aguanta el aire. El frío asciende por su barriga y mira a Emma a los ojos.

‒ Estoy exhausta, pero aún no tengo sueño. Sé que tú apenas has dormido a causa de la guardia de la noche pasada, viniste directa del hospital…¿Quieres descansar? Estás bostezando a cada momento‒ En el momento que lo dice, Emma bosteza de sueño

‒ Siendo sincera, ya no me aguanto en pie. Ni sé cómo he aguantado hasta ahora despierta, mi amor‒ responde la rubia

‒ Ven, vamos a acostarnos, te acaricio y espero a que aparezca el sueño‒ Regina se apoya en Emma y ambas se recuestan.

Cuando Emma apaga la luz de la lamparita y recuesta la cabeza en el regazo de Regina, el sueño se apodera de su cuerpo en cinco minutos. Mills está acostumbrada a dormirse primero, pero hoy es diferente. Aún nota el frío pellizcándole la columna, sus pensamientos confusos en su mente, sin destino cierto, sin dirección para correr. Tiene a Emma en los brazos, no tiene por qué tener miedo. ¿Sería porque Cora y Leo pasarían un tiempo fuera? Pero la casa era segura, Virginia se quedaría en lugar del ama de llaves hoy y el sistema de alarma estaba puesto. Nadie iba a invadir su cuarto y cogerlas desprevenidas. No. Era otra cosa. Regina cerró los ojos y vio la carretera. No cualquier carretera. Aquella carretera. Los abrió de nuevo y miró hacia el techo. La línea que dividía el yeso en el techo se parecía a la división de la carretera. ¿Por qué se estaba acordando de eso?

El sueño de Emma era bastante importante como para despertarla en aquel instante. Regina sintió la garganta seca y se sentó en la cama, dejando descansar a la rubia tranquilamente. Mira a Swan, acaricia el rostro angelical que aquella mujer tiene cuando duerme e intenta calmar su ansiedad de sabe Dios qué. No quiere bajar, no quiere salir del cuarto, pero al mismo tiempo necesita hacerlo. Regina mira hacia la puerta. No ve una puerta doble. Ve una línea. Sus ojos vuelven a cerrarse y allí está de nuevo la carretera, vacía y sombría. Eso solo puede ser una pesadilla. Sería un pecado despertar a Emma para pedirle un consejo sobre qué tomar cuando estaba teniendo alucinaciones, así que se levanta con cuidado y sale despacio del cuarto. Camina por el pasillo, baja las escaleras y llega a la cocina, tarda cinco minutos. La casa está en silencio y oscura, pero la señora Mills no tiene miedo mientras bebe un vaso de agua helada. Aún nota el frío en la barriga, aún siente hormigas por los dedos de las manos y quiere estar moviéndose de un lado a otro, aunque sea cojeando. Está bien, ya puede subir, pero Virginia puede haber dejado la puerta abierta, era tentar demasiado a la suerte. Regina camina hacia allí y cuando está buscando la llave, ve el coche estacionado en el garaje. Fue ahí, exactamente ahí que su vida cambió drásticamente.

Retrocede en el tiempo, a cuando Henry y Elisa aún corrían por la casa, en la noche en que todo cambió. Ella escucha sus gritos, felices. Mira en la dirección opuesta y los dos aparecen, saltando en la encimera de mármol de la cocina.

‒ ¡Virginia! ¡Virginia! ¿Puedes hacernos un pastel? ‒ piden los dos a la vez

‒ Sí, pero mañana. Si hago el pastel ahora, nadie va a cenar. Van a marcharse a una fiesta importante.

‒ Ah, pero vamos a tardar en llegar allá. Mamá dice que es una hora de viaje‒ Lisa mueve las piernas, agitada, mientras habla

Cora viene del pasillo y entra directamente para bajarlos de la encimera.

‒ ¿Ya estáis listos? ¡Henry! ¡Te has puesto la chaqueta al revés! ‒ el ama de llaves los echa de la cocina mientras los dos ríen, encontrándolo gracioso.

Regina escucha voces en el pasillo. Un momento después, ve a Daniel y a sí misma. Están discutiendo relativamente bajo para que los niños no desconfíen y miran atrás todo el rato. Virginia deja la cocina antes de que ellos entren. El coche de los Mills está estacionado en el garaje. Ahora Regina entiende lo que está recordando. La pareja se para junto a la ventana, ella coge la llave prendida al llavero y se la enseña al marido. Se ha arreglado mucho y Daniel también parece impecable.

‒ Conduzco yo. A fin de cuentas, es mi coche, Daniel ‒ dice la mujer y él la agarra por la muñeca, sin hacer fuerza, sin ser demasiado bruto.

‒ Si cuando volvamos no estás en condiciones de conducir, lo haré yo, incluso aunque estés en contra, ¿entiendes? No vuelvas nuestra relación más complicada de lo que ya está, Regina.

‒ Daniel, vamos a hacer un trato…‒ Mills le susurra ‒ No voy a beber durante la cena. ¿Está bien así?

Él sacude la cabeza, sin creer en ella.

‒ No aguanto más, Regina. No aguanto más escucharte mentir

La Regina del presente coge las llaves del coche reserva, el que había quedado. Mira de nuevo por la ventana, sale cojeando y entra en el utilitario. Sabe cómo hacer, ya llevaba dando clases de conducir con Leopold hacía días y recuerda exactamente lo que tiene que hacer. El miedo parece desaparecer de su mente, sencillamente enciende el motor y sale de la mansión como si estuviera obedeciendo una orden. Está conduciendo, está transitando por las calles, dejando atrás señales en medio de la noche, siguiendo una dirección que ni sabe a dónde la llevará. Sus ojos están fijados en la recta y todo lo que ve es la carretera. Aquella carretera. Sus ojos siguen mirando la recta. El coche se está alejando demasiado de la mansión, ¿a dónde diablos estaba yendo sola a aquella velocidad? 40 millas por hora. 50 millas por hora. 60. 70. 80…No había alma viva conduciendo delante de ella. Ni un coche de policía para obligarla a parar y avisarla de que se excedía en velocidad.

Las voces siguen danzando en su mente. Algo más tarde, Regina para el coche. No se cree dónde está. Aquella carretera. Aquella carretera. Estaba donde comenzaban las marcas de los neumáticos. Aprieta las manos en el volante con el coche parado. Ha aparcado a un lado, apaga el motor, y se baja fuera del asfalto. Está temblando y no es de frío. ¿Cómo ha ido a parar allí sola? Solo podía haber entrado en un trance loco para hacer tantas cosas sola y tambaleante como estaba. Miró a los lados. Todo estaba oscuro, sombrío y aterrador. Quería a Emma, necesitaba hablar con Emma, pero había dejado el móvil en casa, había ido a parar sola en aquel fin del mundo, no sabía por qué estaba allí, justamente allí donde el accidente había ocurrido. Se desespera. Comienza a llorar. El sonido que viene de los árboles, el viento batiendo con fuerza en los márgenes de la carretera la asustan y vuelve a entrar en el coche. Regina quiere tener valor para marcharse, volver a la seguridad de su cuarto y de Emma, solo tiene que mantener la calma. Cierra los ojos y respira. Toma aire profundamente y lo suelta por la boca. Voces de nuevo. Muchas.

Otra vez ve a Daniel, es él y un salón con personas conversando por todos lados. Daniel está solo con un vaso de refresco en la mano, lo mueve de un lado a otro. Ahora Regina también forma parte del salón, está a pocos metros del marido, pero en su mano la bebida en el vaso es otra. Ella lo observa de lejos, toma un sorbo de aquella cosa que tiene en el vaso y siente el fuego descendiendo garganta abajo. Sus hijos deben estar jugando con los hijos de los dueños de la casa en algún lado y solo tiene ojos para Daniel. Él habla con algunas personas, sonríe y asiente a otras. Regina lo nota distante de ella como nunca lo habían estado. Ella se siente tan infeliz, tan triste que necesita olvidar que está siendo ignorada desde que habían salido. Él ya no confía en ella. Daniel se apartó a propósito de Regina en aquella cena y tuvo la osadía de besar la mano de otras mujeres que le eran presentadas por sus amigos. ¿Qué estaba haciendo? ¿Pensando en traicionarla en su cara? Regina aceptó un nuevo vaso de bebida que el camarero le ofreció. Después ella misma llamó al camarero. No apartaba los ojos de Daniel para nada. ¿Y si solo estaba comportándose amablemente con la gente? ¿Si solo estaba hablando de negocios con aquellos tipos que fingían elogiarlo por el crecimiento extraordinario de Mills & Colter? Otro vaso. Otro trago garganta abajo. Nadie hablaba con ella. Nadie quería hablar con Regina Mills, pero querían hablar con Daniel, querían tener la atención de Colter y no de Mills. Eso estaba volviendo loca a Regina. No sabía cuántas copas se había bebido hasta ese momento. Todo bien, todo estaba bien, porque no se sentía mareada, solo estaba viendo a Daniel riéndose con personas a su alrededor.

El sonido de las risas penetró en la cabeza de Regina como dos alfileres perforando sus tímpanos, le dolió. Daniel finalmente vio a Regina y el último sorbo que ella le dio a la bebida. Se acercó a ella, era posible escuchar sus pasos. Él se fue acercando y ella huyo de él cuanto él más se acercaba. Regina corrió hacia fuera de la casa de los amigos que daban la cena. Daniel la siguió y la giró hacia él cuando la alcanzó. En el momento en que lo hizo, ella le cruzó la cara con una bofetada.

‒ ¡Canalla! ¡No te atrevas!

Él la agarró por el mentón, le restregó el rostro y volvió a mirarla con indignación.

‒ Regina, ¿cuánto has bebido?

‒ No es de tu incumbencia. Si querías dar tu show, podrías haber venido a esta mierda de cena sin mí, ¿no crees?

‒ Regina, ¿cuánto has bebido? ‒ repite él

‒ Tú me has hecho beber. ¿Cómo te atreves a flirtear con aquellas mujeres en mi cara?

‒ Yo no he hecho eso. ¡Estás viendo cosas!

‒ ¡Lo he visto, Daniel! Besaste la mano de la esposa de Clark. Estabas charlando con la muchachita que sale con Richards.

‒ ¡No he flirteado con nadie! Has bebido demasiado y nos vamos ahora mismo. Voy a buscar a los niños, ve al coche y conduzco yo‒ dice él enérgico, antes de marcharse a buscar a los hijos.

Regina tiembla, cierra los puños y grita de odio. Está a punto de un ataque de nervios. Intenta contenerse por los niños, sabe que está mal alterarse frente a ellos. Comienza a sentir los efectos de las altas dosis de vino. Está caminando de un lado a otro del coche cuando Daniel llega con Lisa en los brazos y Henry agarrando su mano.

‒ Mamá, tengo sueño‒ dice el pequeño y Regina lo pone en el asiento de atrás, amarrándole el cinto.

‒ Está bien, cariño. Ya nos vamos a casa. ¿Te has divertido con los niños de aquí?

‒ Sí. Estuvo guay‒ el pequeño habla mientras Regina lo mira una última vez antes de sentarse en el asiento del copiloto. Ella siente un encogimiento. El aire escapándosele del pecho a una velocidad impresionante cuando mira al hijo. Aquello es tan fuerte que le da un beso sobre los cabellos y el pequeño pega la cabeza en el asiento.

Daniel pone a Lisa, ya dormida, al otro lado y Regina también la mira. El arrepentimiento parece crecer dentro de ella y no contiene las lágrimas. Está de pie cuando Daniel decide abrazarla antes de marchar. Él sabe cómo ella se siente, sabe que tiene la culpa de que ella se haya vuelto una adicta, pero ya no sabe qué más hacer.

‒ Perdóname, Daniel…Soy tan débil, tan inmadura…

‒ Vas a vencer esto. Tienes que quererlo, Regina. Sé más fuerte por nuestros hijos, por ti‒ él ahoga el sonido mientras abraza a la mujer.

‒ Esto es una pesadilla. Yo solo quiero que acabe‒ ella solloza, lo mira a los ojos.

‒ Acabará. Un día acabará‒ Daniel limpia el rostro de Regina con un pañuelo y la besa en los labios durante largos segundos.

Regina siente que cada segundo que pasa es el último. Daniel estaba despidiéndose de ella, loco por llorar y decirle que la amaba mientras viviera. Él se soltó de ella y entró en el coche. Estaba todo listo para volver a casa. Daniel se sentó al volante y Regina de copiloto, conformándose con no poder conducir su propio coche de regreso a Amber City. Los dos permanecieron en silencio hasta la mitad del camino. Henry y Lisa dormían, cansados de jugar. Regina sentía nauseas y su irritabilidad estaba controlada. Lloraba al lado de Daniel, arrepentida una vez más por provocar un enfado entre los dos. Cuanto más perdía el control, más se perdía a sí misma y al marido.

Hubo un momento en que Daniel la miró. Él mantenía la velocidad en la carretera y conducía tranquilamente. Notó que Regina no pararía si no ponía un límite en sus actitudes con la bebida. Él se había liberado de los excesos, ella también podría. Iba pensando en cómo decirle que creía que sería mejor que se separaran, pero nunca encontraba las palabras correctas. Quién sabe si en ese momento, diciéndole cómo se sentía, ella entendiera que él prefería su curación antes que el amor que había entre los dos. Que aquel era un acto de amor de él hacia ella. Pensar en dejarla libre del vínculo del casamiento era una forma de ponerla contra una pared enorme que ella tendría que empujar para verse libre. Daniel quiso ser suave, pero no lo consiguió, incluso teniendo cuidado.

‒ Regina, tengo que decirte una cosa

Ella mira en su dirección. Tiene los ojos hinchados.

‒ Quizás necesites estar un tiempo sola. Quizás los dos necesitemos un tiempo solos. No puedo continuar a tu lado mientras estés así.

‒ ¿De qué estás hablando? ‒ Mills susurra, ladeando la cara sin entender-

Él mira hacia ella rápidamente, y sigue conduciendo el coche. Toma aire, se pasa la lengua por los labios y aprieta el volante. Se puede notar que está tenso.

‒ Quiero el divorcio.

Aquello suena como un trueno en sus oídos, exactamente como las risas de la cena. Agujas perforando sus tímpanos.

‒ Dani…Daniel…No puedes hacerme esto‒ ella habla alto. Grita.

‒ Será lo mejor para los dos. No podemos continuar este matrimonio de esta manera‒ responde él

Lisa y Henry, en el asiento de atrás, se despiertan.

‒ ¿Por qué están peleando? ‒ pregunta la niña asustada

‒ No, mi amor, no estamos peleando‒ Regina extiende la mano hacia ella, y vuelve a mirarlo a él ‒ Daniel, no puedes estar hablando en serio.

‒ Mira a tus hijos. Míralos. Ellos saben que necesitas ayuda. Yo ya no soy esa persona que puede ayudarte. No puedo. Ya no tengo esa capacidad‒ Daniel gira el rostro hacia ella, aún tiene el control del coche ‒ Vas a estar mejor sin mí. ¿Entiendes? Solo vas a curarte si yo no estoy cerca. No hay amor que soporte tu comportamiento.

‒ Fuiste tú quien me metió en esto. ¡Es tu culpa!‒ Regina rebate, llorosa

Él lleva un tiempo mirándola mientras seguía conduciendo. Regina lo mira y puede ver una luz que la ciega. Ella mira hacia delante. Las luces de unos faros vienen muy rápido hacia ellos.

‒ ¡CUIDADO!

Daniel se giró en una fracción de segundo, empujo el volante entero antes de que el camión los golpease y pisó a fondo el freno. ¡Riiiiiiiiiiiiiiiiiiii-RRRRRRRRRR! El coche se deslizó como jabón en suelo mojado, las ruedas no obedecieron y el montón de lata se volcó hacia un lado. El sonido era horrible. Regina es empujada contra el vidrio y este se rompe en mil trozos sobre su cara. El mundo gira y sus manos están en todas partes intentando protegerse al mismo tiempo en que todo sucede. Ella está dando vueltas, como si estuviera siendo batida en una batidora. Le duele enormemente.

Y de repente, en una de aquellas brutales embestidas en su cuerpo, todo oscurece de una vez.

La Regina del presente abre los ojos, temblorosa, sale del coche. Anda apresada hasta el trecho en la carretera y allí están las marcas. Se arrodilla y toca el asfalto. Allí fue donde perdió a Daniel y a sus hijos. Allí fue donde Regina Mills murió una vez. Allí fue donde el coche se dio la vuelta y se hizo añicos. Finalmente, había descubierto lo que había sucedido. Un accidente. Un completo accidente.


Emma y Virginia esperaban a Regina frente a la mansión cuando ella regresó. Eran casi las tres de la mañana y hacía mucho frío en Amber City. La empleada escuchó el ruido del coche cuando Regina salió con él del garaje. Era extraño y llamó a Emma para avisarla. ¿Qué diablos fue a hacer Regina con el coche? ¿Cómo cogió el coche para conducir sola? La cabeza de Emma estaba hecha un mar de preocupaciones en mitad de la madrugada. Estaba teniendo un mal presentimiento cuando Virginia mira en dirección de la calle y divisa el coche de Mills acercándose.

‒ Mire, señorita Swan, está de regreso

La rubia alza la cabeza y abre las puertas para que Regina entrara.

Mills detiene el coche en medio del camino al garaje y baja como si hubiera acabado de regresar de la guerra. Ve a Emma y no logra contener la tristeza frente a la rubia.

‒ Sé lo que sucedió, Emma. Ya lo sé. Me acuerdo de todo‒ dice la mujer, sufriendo.