En la superficie, el mundo parecía avanzar con el ritmo habitual. Los países celebraban acuerdos, los políticos debatían en parlamentos, y los ciudadanos comunes vivían con la ilusión de que sus vidas estaban dictadas por gobiernos democráticos o sistemas autoritarios bien definidos. Pero, como un teatro cuidadosamente dirigido, todo aquello no era más que una fachada.

Detrás de las luces brillantes y los discursos cargados de promesas, existía un entramado más antiguo y poderoso que cualquier nación. Las casas grandes, familias cuyas raíces se extendían a lo largo de generaciones, manejaban un tablero invisible para el resto del mundo. Eran los titiriteros que movían los hilos de los gobiernos, los mercados y las instituciones que mantenían en pie la sociedad.

Los Takamachi, Harlaown y otras familias poderosas no solo eran nombres venerados dentro de los círculos sociales más exclusivos. Eran actores principales de un juego que no conocía reglas ni límites. Para ellos, el honor, la lealtad y las alianzas eran tan efímeros como el humo. Lo único que realmente importaba era el poder y cómo este podía usarse para garantizar su supervivencia y dominio.

Los movimientos en este tablero no eran visibles para los ojos comunes. Un acuerdo comercial podía esconder un pacto de sangre; una guerra podía ser el resultado de un desacuerdo entre familias. En este mundo, los ejércitos eran peones, los políticos eran alfiles, y las casas mismas eran las reinas, siempre en busca de fortalecer sus posiciones.

Sin embargo, el equilibrio que había regido durante generaciones estaba comenzando a tambalearse. El vacío de poder dejado por la caída de Fortis, el líder de la casa Wertheimer, había desatado una lucha feroz por el control. Viejas rencillas salieron a la luz, y nuevas alianzas se forjaron en las sombras.

La familia Takamachi, encabezada por Shiro y Momoko, se encontraba en una posición de privilegio, pero también de vulnerabilidad. Con Nanoha como heredera directa, la casa había ganado una fuerza inesperada, pero con ella venía una presión insoportable. Cada decisión que Nanoha tomara sería observada, criticada y manipulada por aliados y enemigos por igual.

En este juego de sombras, incluso los actos más pequeños podían desencadenar consecuencias catastróficas. Cada alianza era frágil, cada traición calculada, y cada movimiento podía cambiar el destino de los jugadores y las piezas por igual.

El tablero estaba dispuesto. Las casas habían tomado posiciones, y el juego había comenzado una vez más. Pero esta vez, las reglas cambiarían para siempre.

Capítulo 1: Nuevos Comienzos

Fate Takamachi estaba sentada frente a un escritorio de madera lacada, con una pila de documentos y un cuaderno abierto frente a ella. La sala de estudio de la mansión Takamachi, decorada con elegancia minimalista japonesa, parecía más imponente de lo que debería, como si incluso los muebles supieran la importancia de las lecciones que allí se impartían. Para Fate, sin embargo, era un lugar de tortura.

A su lado, una mujer de cabello recogido en un moño perfectamente ajustado, lentes redondos y un kimono impecable, la miraba con el ceño fruncido. Su nombre era Harumi Kanzaki, una respetada profesora retirada que había servido como mentora de etiqueta y cultura a miembros de las familias más poderosas de Japón. Era delgada, de voz firme y de un carácter que no toleraba excusas ni errores.

—Señora Takamachi, por favor repita lo que le acabo de enseñar sobre la casa Fujimoto —dijo Harumi, ajustándose los lentes con un movimiento rápido y preciso.

Fate se tensó al escuchar el apellido que aún le costaba reconocer como propio. No importaba cuántas veces lo oyera, todavía no se sentía completamente cómoda con él. Tomó aire y, sin mucho entusiasmo, comenzó a recitar.

—La casa Fujimoto es conocida por su… ¿comercio de seda? —preguntó más que afirmó, frunciendo el ceño mientras buscaba con desesperación en su memoria.

Harumi golpeó suavemente la mesa con la punta de su abanico plegable, un gesto que parecía más un recordatorio que una reprimenda.

—Incorrecto, señora Takamachi. —La voz de Harumi era severa pero controlada—. La casa Fujimoto se especializa en el comercio de té, no seda. Por favor, concéntrese. Estas son familias con las que su esposa ya ha trabajado en varias ocasiones, y sería inapropiado que usted, como representante de los Takamachi, no las reconozca correctamente.

Fate dejó escapar un largo suspiro, apoyando la cabeza en una mano.

—Esto es demasiado. Son demasiados nombres, casas y… —hizo un gesto frustrado hacia los papeles frente a ella— …alianzas. ¿Cómo se supone que voy a memorizar todo esto?

Harumi la miró con calma, sin dejarse llevar por la queja.

—Señora Takamachi, todas las damas de su posición han pasado por lo mismo. La responsabilidad que ahora recae sobre sus hombros no es algo que deba tomarse a la ligera. Usted no solo es la esposa de la heredera de la familia Takamachi, sino también un pilar que fortalecerá esta casa. Cada error, cada vacilación, podría ser interpretado como una debilidad.

Fate apretó los labios, sintiendo el peso de las palabras de Harumi. A pesar de su frustración, sabía que la mujer tenía razón.

—Está bien… —dijo con resignación—. Intentemos otra vez.

Harumi asintió, satisfecha con la respuesta.

—Muy bien. Ahora, dígame, ¿quién lidera la casa Kisaragi y cuál es su principal área de influencia?

Fate cerró los ojos, intentando recordar las interminables lecciones. Finalmente, abrió los ojos y respondió, aunque con inseguridad.

—La casa Kisaragi está liderada por… Yukihiro Kisaragi, y… ¿su área es la construcción de barcos?

El abanico de Harumi golpeó nuevamente la mesa.

—Incorrecto otra vez, señora Takamachi. El líder actual de la casa Kisaragi es Yukiko Kisaragi, no Yukihiro. Y su área de influencia es la fabricación de componentes electrónicos, no la construcción de barcos.

Fate soltó un gruñido de frustración y hundió la cabeza entre sus brazos.

—Esto es un desastre. Nunca voy a aprender todo esto.

Harumi no mostró compasión, aunque suavizó ligeramente su tono.

—Señora Takamachi, lo que necesita no es quejarse, sino enfocarse. La repetición es clave. Ahora, comencemos de nuevo desde el principio. Dígame, ¿cuáles son las tres casas aliadas más importantes de los Takamachi?

Fate levantó la cabeza lentamente, parpadeando mientras intentaba recordar.

—¿Las casas… Harlaown, Fujimoto y… Yamauchi? —dijo con cautela.

Harumi dejó escapar un suspiro, pero no golpeó la mesa esta vez.

—Correcto, aunque con menos vacilación sería ideal. —Se inclinó ligeramente hacia Fate, ajustándose los lentes—. ¿Y cuáles son sus respectivas especializaciones?

Antes de que Fate pudiera responder, la voz familiar de Nanoha resonó desde la puerta.

—Creo que mi querida esposa ya ha estudiado suficiente por hoy.

Fate levantó la cabeza de golpe y giró hacia la puerta. Nanoha estaba apoyada en el marco, con una sonrisa suave pero divertida en el rostro. Llevaba un sencillo pero elegante yukata azul, y la calidez en su mirada bastaba para aliviar la tensión que Fate sentía.

—Señora Takamachi… —dijo Harumi, con un leve toque de desaprobación en su voz—. No hemos terminado con la lección. La etiqueta y el conocimiento no pueden aprenderse a medias.

Nanoha caminó hacia el escritorio con una gracia que parecía natural en ella, ignorando la reprimenda de Harumi.

—Con todo respeto, Kanzaki-sensei, creo que mi esposa merece un descanso. —Se volvió hacia Fate y le tendió la mano—. Ven, Fate-chan. Vamos a dar un paseo por los jardines.

Fate no lo pensó dos veces. Tomó la mano de Nanoha y se levantó, ignorando la mirada penetrante de Harumi.

—Gracias, Nanoha… eres mi salvadora —murmuró Fate mientras ambas se dirigían hacia la puerta.

Harumi observó a ambas salir, ajustándose los lentes una vez más.

—Señora Takamachi —llamó justo antes de que cruzaran el umbral—. Espero que recuerde que la próxima lección será aún más rigurosa.

Fate no respondió, pero en su mente ya se estaba preparando para el próximo desafío. Nanoha, por su parte, apretó suavemente su mano, recordándole que no estaba sola en este camino.

Fate caminaba junto a Nanoha por los majestuosos jardines de la mansión Takamachi. Los árboles rojos se mecían suavemente con la brisa, dejando caer algunas hojas que cubrían los caminos de piedra. Puentes adornados con detalles tradicionales cruzaban pequeños arroyos, y la luz del sol se filtraba entre las hojas, creando un ambiente mágico. Fate suspiró profundamente, deteniéndose un momento para mirar a Nanoha.

—Odio estas clases, Nanoha —dijo con un tono de fastidio infantil, cruzando los brazos como si fuera una niña en medio de un berrinche adorable—. Esos nombres, esas reglas, ¡todo es tan… innecesariamente complicado!

Nanoha rió con suavidad, tomándola de la mano y guiándola por el sendero. Sus dedos entrelazados eran un gesto de apoyo que Fate agradecía en silencio.

—Lo sé, Fate-chan, lo sé. Créeme, yo también tuve que pasar por esa tortura —respondió Nanoha con una sonrisa cálida—. Y no solo yo, Miyuki también, y hasta mi hermano mayor, Kyouya. Es como un ritual familiar.

Fate la miró con incredulidad, levantando una ceja.

—¿Quieres decir que esa profesora le ha enseñado a toda tu familia? —preguntó, su tono lleno de sarcasmo.

—Así es. La señora Kanzaki ha estado con nosotros por generaciones —contestó Nanoha, conteniendo la risa—. Aunque debo confesarte algo… Miyuki era su favorita.

Fate dejó escapar una risa breve, pero su comentario no se hizo esperar.

—¿Por qué será? —dijo con sarcasmo, mirando a Nanoha con una sonrisa traviesa.

Nanoha estalló en una carcajada, deteniéndose un momento para tomar aire. Fate la observó, y en medio de esa risa contagiosa, se dio cuenta de cuánto amaba a su esposa.

—Mira, Fate-chan —continuó Nanoha, aún con una sonrisa en los labios—. Sé que es difícil, pero aquí va un consejo, no intentes memorizarlo todo de una vez. Concéntrate en las familias clave primero, las que siempre están presentes en nuestras reuniones. Con el tiempo, las demás se irán quedando solas en tu memoria. Y si todo falla, sonríe y asiente. Nadie se resistirá a tu encanto.

Fate la miró, sorprendida y aliviada por el consejo. Nanoha siempre encontraba una forma de hacer las cosas más fáciles y de paso sacarle una sonrisa.

—Eres increíble, ¿lo sabías? —murmuró Fate mientras ambas retomaban el paseo, sus manos todavía unidas.

Siguieron caminando por los jardines, admirando los colores intensos del otoño. Fate, sin pensarlo demasiado, se apoyó en el hombro de Nanoha, dejando escapar un suspiro más suave esta vez.

—Aún no puedo creer que estemos casadas —confesó Fate, su voz teñida de emoción.

Nanoha se detuvo y la miró directamente a los ojos, su expresión llena de ternura.

—De todas las decisiones que he tomado, esta es la más importante, Fate. Y la que nunca, nunca me arrepentiré.

Las palabras de Nanoha resonaron profundamente en Fate, quien no pudo evitar abrazarla por el cuello y besarla suavemente. El beso fue lento, lleno de amor y promesas silenciosas, mientras el viento otoñal soplaba a su alrededor.

El momento fue interrumpido por un ruido proveniente de una de las habitaciones cercanas. Voces alzadas y pasos apresurados se escuchaban claramente. Fate y Nanoha se separaron lentamente, intercambiando una mirada de curiosidad y preocupación.

—¿Eso es… Alicia y Miyuki? —preguntó Fate con una sonrisa ligera, aunque su tono denotaba intriga.

Nanoha suspiró, ya acostumbrada a las discusiones de su hermana y su cuñada.

—Vamos a ver qué ocurre esta vez —respondió, tomando nuevamente la mano de Fate y guiándola hacia la dirección del alboroto.

La atmósfera en la mansión Takamachi estaba cargada de tensión. La suave luz del atardecer iluminaba los pasillos mientras las voces exaltadas de dos mujeres resonaban desde una de las habitaciones. Alicia Testarossa caminaba de un lado a otro como un león enjaulado, los mechones dorados de su cabello reflejaban su nerviosismo y frustración. Su ceño fruncido y la mandíbula apretada dejaban claro que no estaba en su mejor estado.

—¡Esto es una locura, Miyuki! —exclamó Alicia, deteniéndose solo para clavar su mirada en la figura firme de Miyuki Takamachi, quien la seguía sin perder la compostura, brazos cruzados y expresión inmutable, aunque sus ojos comenzaban a reflejar una mezcla de enojo y dolor.

Miyuki Takamachi permanecía de pie, con los brazos cruzados y una expresión de férrea calma, aunque sus ojos delataban el peso de lo que estaba a punto de confesar.

—No es algo que puedas evitar, Alicia —dijo Miyuki, con esa voz controlada que solía usar cuando estaba decidida a algo.

Alicia se detuvo en seco, girándose bruscamente hacia ella, la desesperación brillaba en su mirada azul celeste.

—¿Evitar? ¡Estás hablando de que yo tenga un hijo! —Su voz se elevó, quebrándose ligeramente—. ¡No es como si estuvieras pidiéndome que lave los platos, Miyuki! ¡Es una responsabilidad enorme! ¿Porque tengo que ser yo?

Miyuki dio un paso al frente, su postura firme pero suave, como alguien que sostiene algo frágil en sus manos.

—Porque solo puedes ser tú, Alicia —respondió con voz firme—. No hay otra opción.

Alicia parpadeó, sin comprender.

—¿Por qué? ¿Por qué yo? —preguntó, su tono oscilando entre enojo y confusión—. Si quieres un hijo, puedes buscar a cualquier mujer, a una cualquiera.

El comentario fue demasiado. Miyuki avanzó con rapidez, y sin pensarlo, levantó la mano y le propinó una bofetada seca y contundente. El golpe resonó en la habitación, dejando a Alicia completamente atónita mientras llevaba una mano a su mejilla, el ardor físico superado por el impacto emocional.

—No te atrevas a decir eso otra vez… —susurró Miyuki, con lágrimas acumulándose en sus ojos mientras miraba a Alicia con una intensidad desarmante—. No puede…, una cualquiera…. No puede una cualquiera llevar a mi primogénito.

Alicia quedó paralizada. Nunca había visto a Miyuki tan vulnerable, tan rota. La mujer que solía ser un símbolo de fortaleza e implacable seguridad estaba ahora frente a ella, con lágrimas recorriendo sus mejillas. Miyuki dio media vuelta, intentando marcharse.

—No… no te vayas —murmuró Alicia con desesperación, reaccionando finalmente. Corrió hacia ella y la abrazó por la espalda, aferrándose con fuerza—. Perdóname… lo siento, por favor.

Miyuki forcejeó débilmente al principio, sus hombros temblaban con cada sollozo.

—Alicia… déjame…

—No —respondió Alicia con firmeza, abrazándola aún más fuerte—. No voy a soltarte, ¿me oyes? No voy a soltarte.

El cuerpo de Miyuki finalmente cedió, y sus lágrimas fluyeron con libertad mientras permanecían así, en silencio, con Alicia aferrándola como si el mundo se desmoronara a su alrededor.

—No lo entiendes —susurró Miyuki finalmente, su voz quebrada—. Yo se que eres una imbecil, pero por si aun no te has percatado… yo no puedo tener hijos, Alicia, al menos no por mi misma. Yo no tengo útero.

Alicia dejó de respirar por un instante, ignorando completamente el insulto, el peso de aquellas palabras caló hondo en su pecho.

—Miyuki… —murmuró, apenas audible.

Miyuki se giró lentamente en el abrazo, enfrentándola con ojos llenos de lágrimas.

—Solo tengo esta oportunidad, Alicia. Mi sueño siempre a sido formar una familia, y quiero hacerlo contigo. Eres la única persona en la que confío para algo así y la que quiero que este a mi lado criando a mi bebe, nuestro bebe.

Alicia la miró con los labios temblorosos, incapaz de encontrar las palabras adecuadas. Bajó la mirada, avergonzada de su propia inseguridad.

—Es… es una gran responsabilidad —susurró finalmente—. Soy torpe y a veces tonta, siempre lo he sido. ¿Y si lo arruino? ¿Y si no soy suficiente? No quiero arruinar algo tan importante.

Miyuki tomó las manos de Alicia con delicadeza, sus pulgares trazando suaves círculos en la piel de su pareja.

—No lo harás sola. Estaré contigo en cada paso —le aseguró con voz calmada—. Confío en ti, Alicia. ¿Puedes confiar en ti misma?

Alicia suspiró profundamente, rindiéndose finalmente a las palabras de Miyuki. La miró con una sonrisa torcida y preguntó, casi como si estuviera hablando consigo misma

—¿Y quién será el donante?

Miyuki parpadeó, sorprendida por el cambio de tema, pero respondió con firmeza

—Alguien parecido a ti. Alguien rubio, de tez clara… quiero que el bebé tenga rasgos parecidos a los tuyos.

Alicia bufó suavemente, aunque su sonrisa era tímida y algo irónica.

—Nadie se parece a mí, yo soy única —respondió con falsa arrogancia, inflando el pecho.

Miyuki no pudo evitar arquear una ceja y replicar con un toque de humor, intentando aligerar el ambiente.

—¿Ah, sí? ¿Y Fate, tu hermana es casi tu gemela, no cuenta?

Alicia soltó una carcajada ligera y negó con la cabeza, dejando escapar un suspiro.

—Miniedades —respondió con un gesto despreocupado.

Ambas compartieron una sonrisa sincera. Sin embargo, la calma fue efímera, porque Alicia volvió a mirarla con una mezcla de nerviosismo y determinación.

—Entonces… cásate conmigo.

Las palabras hicieron que Miyuki parpadeara varias veces, desconcertada.

—¿Qué has dicho?

—Que te cases conmigo —repitió Alicia, con una sonrisa nerviosa—. Si vamos a dar un paso tan grande, quiero que estés conmigo para siempre y con todas las de la ley.

Miyuki llevó una mano a su frente, soltando una risa incrédula.

—Es la proposición de matrimonio más patética y sosa que he escuchado en toda mi vida, nunca dejas de sorprenderme.

Alicia rió entre dientes, encogiéndose de hombros.

—¿Qué puedo decir? Soy una minimalista… pero te amo.

El corazón de Miyuki latió con fuerza. Sin responder de inmediato, la rodeó con los brazos, escondiendo su rostro en el hombro de Alicia.

—Sí —susurró finalmente, su voz temblorosa pero firme—. Sí, Alicia Testarossa Harlaown, me casaré contigo.

Alicia la abrazó con fuerza, sus sonrisas encontrándose entre lágrimas. El peso de la decisión seguía presente, pero también lo estaba la certeza de que juntas podían con todo.

En el pasillo iluminado tenuemente por la luz cálida de las lámparas, Nanoha y Fate permanecieron estáticas, sus cuerpos pegados a la pared mientras las palabras provenientes de la habitación de Alicia y Miyuki resonaban con claridad. Nanoha, con los ojos abiertos como platos, no podía dar crédito a lo que escuchaba. Fate, en cambio, tenía la mirada baja, procesando cada palabra que cruzaba el umbral de la puerta cerrada.

"Quiero que seas tú quien lleve mis óvulos, Alicia. No hay nadie más en quien confíe para esta responsabilidad." Miyuki hablaba con una voz firme, pero impregnada de vulnerabilidad. El eco de esas palabras en los oídos de Nanoha y Fate se sintió como un golpe inesperado.

Nanoha apretó los labios para no emitir ningún sonido. Su mirada buscó la de Fate, buscando en sus ojos alguna reacción, pero su esposa mantenía el rostro neutral, como si tratara de desenmarañar los significados ocultos tras aquella conversación.

"Entonces… cásate conmigo." fue la frase que rompió el momento de silencio. Nanoha pudo escuchar cómo Miyuki respondía, su voz quebrada por la emoción, aceptando la propuesta de matrimonio de Alicia. En ese instante, el sonido de un abrazo apretado y las lágrimas de felicidad se colaron por la puerta, haciendo aún más palpable la intimidad del momento.

Nanoha se giró hacia Fate, completamente atónita. Fate levantó un dedo, indicándole que guardara silencio. Ambas sabían que no debían estar escuchando esa conversación, pero era imposible apartarse ahora. Cuando el sonido en la habitación se convirtió en un murmullo más bajo, Nanoha tomó la mano de Fate y le dio un ligero tirón.

—Vámonos —murmuró Nanoha en un susurro casi inaudible. Fate asintió, siguiendo a su esposa por el pasillo hasta que estuvieron lo suficientemente lejos como para no escuchar más.

Ambas se detuvieron finalmente en un pequeño patio interior, rodeado de árboles de arce cuyas hojas rojas y naranjas cubrían el suelo. Un farol colgante iluminaba el lugar con una luz tenue que proyectaba sombras danzantes. Fue ahí donde Nanoha soltó un largo suspiro, llevándose las manos a la cabeza en un gesto de incredulidad.

—¡No puedo creerlo! —exclamó finalmente, rompiendo el silencio. Caminó de un lado a otro, agitando las manos mientras hablaba—. Miyuki quiere tener hijos. ¿MIYUKI? Estamos hablando de la misma Miyuki que conocemos, la que siempre ha sido tan fría y racional… ¿Hijos?

Fate, sin embargo, permanecía en silencio, con los brazos cruzados mientras apoyaba su espalda contra la pared de madera. Observaba a Nanoha con una expresión serena, aunque sus ojos reflejaban pensamientos profundos. Nanoha se detuvo al notar su silencio y frunció el ceño.

—¿No tienes nada que decir al respecto? —preguntó Nanoha, mirándola directamente.

Fate levantó lentamente la mirada hacia ella y, tras una pausa, habló con un tono suave pero cargado de significado.

—Lo entiendo.

Nanoha parpadeó, completamente desconcertada.

—¿Le entiendes? —repitió, como si la frase le resultara incomprensible.

Fate asintió con firmeza.

—Sí, le entiendo. Entiendo su situación y lo que debe estar sintiendo. No poder tener hijos debe ser una carga emocional enorme. Y el hecho de que haya escogido a Alicia para que lleve sus óvulos… Eso dice mucho. Demuestra cuánto la ama y confía en ella. Le está confiando su legado, Nanoha. Y no hay nada más importante para Miyuki que eso, porque solo tiene una oportunidad.

Nanoha se quedó muda, dejando que las palabras de Fate resonaran en su mente. Poco a poco, su expresión de incredulidad fue transformándose en algo más introspectivo. Fate no apartó la mirada, su serenidad contrastaba con la reacción agitada de su esposa.

—Nunca lo había pensado así… —dijo Nanoha en un susurro, llevándose una mano al mentón mientras reflexionaba.

El silencio se instaló entre ambas por unos instantes, roto solo por el leve crujir de las hojas bajo sus pies. Nanoha miró nuevamente a Fate, esta vez con una expresión más suave, casi curiosa.

—¿Y tú? —preguntó finalmente, rompiendo la calma—. ¿Quieres tener hijos?

La pregunta tomó a Fate completamente por sorpresa. Sus ojos se agrandaron un poco antes de que desviara la mirada hacia el suelo. Su rostro adquirió un ligero rubor, y comenzó a jugar nerviosamente con sus dedos, un gesto que Nanoha reconocía como una señal de que estaba lidiando con algo que le costaba expresar.

—Tal vez… —murmuró Fate, tan bajo que Nanoha tuvo que inclinarse un poco para escucharla.

Nanoha sonrió ampliamente, acercándose a Fate y envolviéndola en un abrazo cálido. La sujetó con fuerza, acariciando su cabello rubio mientras murmuraba en su oído.

—Te amo —dijo con sinceridad, plantando un beso suave en su frente.

Fate se dejó mimar, recostando la cabeza en el hombro de Nanoha mientras las emociones se asentaban en su pecho. El momento era perfecto, una burbuja de paz que parecía intocable.

Pero entonces, un grito amortiguado llegó desde la dirección de la habitación de Alicia y Miyuki, seguido de sonidos de pasos y otro intercambio acalorado. Nanoha y Fate se separaron lentamente, intercambiando miradas de resignación.

—Creo que nuestras hermanas están teniendo un día interesante… —murmuró Nanoha con una ligera sonrisa.

—Eso es quedarse corta —respondió Fate, tomando la mano de su esposa mientras ambas se preparaban para regresar a la mansión y enfrentar lo que viniera.


El sonido de un tenedor chocando contra un plato rompía el silencio en el pequeño y acogedor departamento de Subaru y Morinoko. Subaru Nakajima estaba sentada en la silla del comedor, con el mentón apoyado sobre su mano derecha. Su expresión era una mezcla de aburrimiento y frustración, mientras que su dedo índice de la mano izquierda deslizaba de manera automática y monótona por la pantalla de su tableta. Su rostro reflejaba una comicidad involuntaria que hubiera sacado una risa a cualquiera, pero no a ella.

—Esto es un suplicio… —murmuró Subaru con un largo suspiro, sin despegar la vista de la tableta.

Desde la cocina, Morinoko Takeuchi volteó ligeramente hacia ella con una sonrisa. Estaba ocupada preparando la cena, una tarea que realizaba con evidente dedicación, a pesar de la muñequera que cubría su mano derecha. La fractura estaba sanando de maravilla, y aunque debía limitarse en ciertos movimientos, la muñequera le permitía usar los dedos, algo que agradecía profundamente. Cocinar, programar, y sus actividades de informática eran pasiones que no estaba dispuesta a abandonar.

Mientras agitaba el contenido de una olla con un cucharón sopero, Morinoko desvió la mirada hacia Subaru y dejó escapar una leve risa.

—¿Por qué no pones algún programa o película en la tableta? —sugirió con tono ligero, sin dejar de mezclar.

Subaru levantó la mirada hacia ella, su expresión de aburrimiento ahora mezclada con ligera indignación.

—Porque ya me vi todas las series que valen la pena —replicó, arrastrando las palabras—. No entiendo por qué seguimos pagando una suscripción de streaming si ya lo vimos todo.

Morinoko soltó una risita, dejando el cucharón en un pequeño soporte junto a la olla.

—Podrían agregar cosas nuevas, ¿no crees? —bromeó.

—Lo hacen cada mes, y cada mes me termino todo en dos días —se quejó Subaru, dejando caer la tableta sobre la mesa con un leve golpe antes de cruzarse de brazos y reclinarse en la silla—. Estoy aburrida.

Morinoko sacudió la cabeza con una sonrisa divertida mientras volvía a enfocarse en la comida. La relación entre ambas era ligera, llena de pequeñas bromas y momentos cálidos. Ella sabía que Subaru estaba desesperada por regresar a la acción, a la adrenalina que tanto le apasionaba, pero el médico había sido claro: reposo absoluto.

—Te queda solo un mes antes de que puedas entrar en acción de nuevo —dijo Morinoko mientras revisaba la temperatura de la olla. Su tono era amable pero firme.

Subaru se puso de pie de golpe, caminando hacia la cocina con determinación. Sin decir palabra, rodeó a Morinoko por la espalda, abrazándola con suavidad mientras apoyaba su barbilla en el hombro de su esposa. El calor del abrazo hizo que Morinoko sonriera y detuviera por un momento sus movimientos.

—Me siento perfectamente bien —susurró Subaru contra su cuello, depositando un suave beso en su piel—. Mejor vayamos al cuarto. Puedes dejar la comida así como está. No nos moriremos de hambre por un rato, ¿no crees?

Morinoko soltó una risa sincera, alzando el cucharón sopero que tenía en la mano izquierda y dándole un golpecito en la cabeza.

—¡Nada de eso! —le regañó con dulzura—. El doctor dijo nada de sexo hasta que estés completamente recuperada. Nada de inventar.

Subaru se apartó unos centímetros, llevándose una mano a la cabeza en un gesto teatral de queja.

—Pero ya me siento mejor… —protestó, poniendo una expresión casi infantil, como si quisiera convencerla.

Morinoko negó con la cabeza y volvió a centrarse en la comida.

—He dicho que no, señora Nakajima. Y no hay negociación posible.

Subaru dejó caer los brazos con frustración, retrocediendo con pasos pesados hasta el mueble del comedor. Se dejó caer sobre el asiento con un suspiro dramático, mirando al techo como si el mundo estuviera en su contra.

—¡Me voy a convertir en una gorda panzona si sigo así! —exclamó desde el comedor, alzando las manos al aire en señal de derrota.

El comentario fue tan exagerado que Morinoko no pudo evitar soltar una carcajada que resonó por toda la habitación. Su risa era tan contagiosa que incluso Subaru dejó escapar una sonrisa mientras seguía mirando el techo.

—Si eso pasa, será tu culpa por no haber encontrado algo más entretenido que hacer —bromeó Morinoko entre risas, secándose las lágrimas de diversión con el dorso de la mano libre haciendo lucir el anillo de bodas que brillaba con luz propia desde su dedo anular.

—No creo que el streaming me salve esta vez… —murmuró Subaru, acomodándose en el asiento con un puchero, pero ahora con el corazón más ligero al escuchar la risa de su esposa. A pesar de su frustración, momentos como estos le recordaban por qué amaba tanto a Morinoko.

Morinoko colocó con cuidado los platos en la mesa, cada uno con una porción generosa del estofado de carne y verduras que había preparado. Subaru, ya sentada, tomó los cubiertos y comenzó a comer casi de inmediato, dejando escapar un sonido de satisfacción tras el primer bocado.

—Esto está increíble mi amor, como siempre —dijo Subaru con una sonrisa, apuntando con el tenedor hacia su plato mientras hablaba—. No sé cómo lo haces, pero hasta algo simple como un estofado sabe como comida de un restaurante contigo.

Morinoko sonrió al escuchar los elogios, llevándose una mano al rostro con un gesto de falsa modestia mientras se acomodaba en su asiento.

—Si no cocino bien, mi querida esposa, la señora Nakajima se me aburriría más de lo que ya lo está —respondió con un tono de broma antes de alcanzar el control remoto y encender la televisión de la sala.

El sonido del noticiero llenó la habitación. Una presentadora con un rostro impasible aparecía en pantalla, acompañada de imágenes de campañas políticas en Sapporo. Su voz resonó con autoridad mientras hablaba.

—"En las últimas encuestas, los dos candidatos más votados para la gobernatura de Sapporo son Hiroshi Yamagata, miembro de una de las familias más influyentes de Japón, y el empresario independiente Ryota Taniguchi."

Subaru levantó la mirada de su plato, masticando lentamente antes de soltar un comentario con un toque de sarcasmo.

—Ahora los millonarios también quieren jugar a ser políticos. Como si no les bastara con sus riquezas, ahora quieren más poder.

Morinoko suspiró, dejando el control remoto en la mesa antes de tomar un bocado de su propia comida.

—Es algo típico de la gente con dinero —dijo con resignación—. Nunca se conforman.

Subaru apoyó el tenedor sobre el plato, cruzando los brazos mientras miraba a su esposa con una mezcla de frustración y acuerdo.

—Todos son cortados por la misma tijera —sentenció, moviendo la cabeza con incredulidad.

Morinoko giró hacia ella con una sonrisa traviesa, una que Subaru reconocía demasiado bien. Levantando una ceja, su esposa dejó caer su siguiente comentario con aparente inocencia.

—¿También tu nuevo amigo, el señor Shiro Takamachi?

Subaru, a medio bocado, se atragantó al escuchar el nombre. Tosió con fuerza, su rostro enrojeciendo mientras dejaba caer el tenedor sobre la mesa. Morinoko, aunque divertida, rápidamente le pasó un vaso de agua.

—Toma, tonta. Respira antes de ahogarte —dijo mientras contenía una risa.

Subaru tomó el vaso y bebió un largo sorbo, dejando escapar un suspiro de alivio. Luego, la miró con una mezcla de irritación y agradecimiento.

—Gracias… —murmuró antes de añadir con seriedad—. Y sobre el señor Takamachi, puede que sea diferente.

Morinoko no pudo contener la risa esta vez, soltando una carcajada mientras apoyaba un codo en la mesa y descansaba su mentón en la palma de su mano.

—Estás sonando como tu ex cuando hablaba de los Takamachi —bromeó.

Subaru levantó la mirada rápidamente, sus cejas arqueadas en una mezcla de sorpresa y alarma.

—¡Signum no es mi ex! —replicó con vehemencia.

Morinoko alzó ambas manos en señal de inocencia, todavía sonriendo.

—Yo no mencioné a Signum —respondió, dejando que sus palabras colgaran en el aire mientras observaba cómo Subaru desviaba la mirada, soltando un suspiro pesado.

—Mujeres… —murmuró Subaru mientras volvía a tomar su tenedor.

Morinoko rió a carcajadas, disfrutando del pequeño momento de victoria antes de volver a concentrarse en su comida. La televisión seguía con el noticiero, y la presentadora cambió de tema.

—"En otras noticias, el cuerpo de un hombre adulto ha sido encontrado en las afueras de Sapporo. Según los informes forenses, el individuo ha sido identificado como Nicolo Testarossa. Los detalles de su muerte aún están bajo investigación."

Subaru se detuvo a medio camino, su tenedor flotando en el aire mientras giraba la cabeza hacia la pantalla. Su expresión de aburrimiento se desvaneció por completo, reemplazada por una mirada seria. Los apellidos resonaban en su mente, y al terminar el informe, Subaru soltó un susurro, casi para sí misma.

—Nuevamente los Testarossa… —dijo, dejando caer el tenedor en su plato mientras fijaba su atención en la pantalla.

El ambiente en el departamento cambió de golpe, y Morinoko, aunque ya conocía todos los detalles, notó la inquietud en su esposa. Una tormenta parecía avecinarse en el horizonte.