Capítulo 40:
Un Culp sn Tregua
El ambiente del salón de clases era opresivo, como si el aire se hubiera convertido en un manto pesado que ahogaba a los presentes.
Nadie hablaba, pero las miradas furtivas y los susurros entre dientes eran suficientes para encender el fuego de la tensión.
Todos sabían lo que estaba a punto de suceder, y ninguno se atrevía a intervenir.
Yuya estaba sentado en su lugar, con la espalda recta y una expresión neutra en su rostro, pero su mirada estaba fija en el aire junto a él, como si estuviera anticipando el siguiente movimiento de una partida que ya había comenzado.
Los pasos de Sawatari resonaron con fuerza creciente a través del salón.
Cada pisada parecía un desafío, una declaración de guerra que anunciaba su llegada.
Cuando finalmente estuvo frente a Yuya, se detuvo y lo miró con una mezcla de desprecio y furia apenas contenida.
—¿Por qué haces esto, Sawatari? —Preguntó Yuya, su voz tranquila pero cargada de un filo cortante.
Ni siquiera levantó la cabeza para mirarlo directamente.
Sawatari dejó escapar una risa amarga, tan forzada que parecía dolerle en la garganta.
—¿Que por qué hago esto? —Repitió con una voz impregnada de veneno. —¡No me vengas con esa actitud como si no supieras perfectamente lo que hiciste! —
Yuya finalmente alzó la mirada, y sus ojos, llenos de una calma inquietante, se encontraron con los de Sawatari.
—¿Qué es exactamente lo que crees que hice? —Preguntó con un tono medio serio, medio burlón, como si las acusaciones del otro fueran un mal chiste.
El comentario encendió algo en Sawatari.
Sus manos cayeron con fuerza sobre el escritorio de Yuya, haciendo que los papeles y útiles saltaran ligeramente.
—¡Lo sabes perfectamente! —Rugió, inclinándose hacia él. Su rostro estaba tan cerca que Yuya podía sentir la ira que irradiaba de cada palabra. —¡Desde el maldito estadio del LDS, todo en mi vida y en la de mi padre se vino abajo! ¡Todo por tu culpa! —
Los murmullos en el salón crecieron como olas chocando contra una roca, pero Yuya ni siquiera parpadeó.
Dejó que las palabras de Sawatari se acumularan como un torrente furioso, esperando su momento para responder.
—¿Por mi culpa? —Repitió Yuya, inclinando la cabeza con una ligera sonrisa incrédula. —¿No estarás proyectando, Sawatari? —
El comentario fue como una daga directa al orgullo del otro. Sawatari apretó los puños y su rostro se tornó aún más rojo.
—¡Mi padre perdió las elecciones porque tú lo arruinaste todo! —Escupió con una furia ciega. —¡Interveniste, llamaste a Arckumo, manipulaste la situación! ¡Todo porque no soportas verme ganar! —
Yuya entrecerró los ojos, como si estuviera evaluando la veracidad de las palabras, pero al final negó con la cabeza.
—Ah, claro… porque yo tengo tanto tiempo libre para preocuparme por los dramas de tu familia —Replicó con un sarcasmo suave, que parecía más peligroso que cualquier grito.
—¡Cállate! —Gritó Sawatari, agarrando a Yuya por la camisa y levantándolo de su asiento con una fuerza que sorprendió a los presentes. —¡No te atrevas a burlarte de mí! ¡Sabes perfectamente lo que hiciste! —
Yuya no se movió ni un centímetro, incluso con la tela de su uniforme arrugada bajo el puño del otro.
Sus ojos se clavaron en los de Sawatari con una intensidad que hizo que el agresor vacilara por un instante.
—¿Y si me cuentas lo que supuestamente hice? —Sugirió Yuya, su tono desafiante. —Porque hasta ahora, solo escucho tus excusas para cubrir tus propios errores. —
Sawatari lo soltó bruscamente, como si el contacto quemara.
Dio un paso atrás, pero su ira no disminuyó.
—¡No son excusas! —Vociferó, su voz quebrándose por la frustración. —¡Fuiste corriendo como un perro con el Señor Hoshiyomi! ¡Le contaste todo para que interviniera en el estadio y saboteara a mi padre! ¡Por tu culpa, perdimos nuestra posición, nuestra reputación… todo! —
Yuya ajustó su camisa con calma, sin apartar la mirada del otro.
Luego dio un paso hacia él, acortando la distancia con una confianza que no parecía propia del Yuya que todos conocían.
—¿Sabes lo que realmente pasó en el estadio, Sawatari? —Preguntó, su voz baja pero cargada de una peligrosa serenidad. —Tú planeaste una trampa para humillarme, y cuando salió mal, Hoshiyomi intervino. No porque yo lo llamara, sino porque vio lo patético que eras. —
El salón quedó en silencio absoluto.
Los murmullos se detuvieron de golpe, como si las palabras de Yuya hubieran congelado el tiempo.
—Eso no es cierto… —Murmuró Sawatari, pero su voz sonó menos segura.
—¿No es cierto? —replicó Yuya, alzando una ceja. —¿Entonces por qué tus propios "amigos" estaban ahí, riéndose antes de que todo se derrumbara? No soy yo quien te destruyó, Sawatari. Fuiste tú. —
La acusación golpeó como un mazazo.
Sawatari intentó responder, pero las palabras no salieron.
En su lugar, apretó los puños y se quedó inmóvil, su rabia chocando con la aplastante seguridad de Yuya.
—Así que, si quieres culpar a alguien —Continuó Yuya, con una frialdad que hacía temblar—, Mírate en un espejo. Porque yo no tengo nada que ver con tus fracasos. —
Yuya dio media vuelta, decidido a dejar el aula y a Sawatari con sus propias miserias.
Pero el destino no siempre permite salidas fáciles.
—¡¿A dónde crees que vas?! —Bramó Sawatari con una furia incontenible.
Antes de que Yuya pudiera dar otro paso, sintió la mano de Sawatari agarrar con fuerza su hombro, girándolo bruscamente.
La acción fue tan abrupta que los murmullos de los estudiantes cesaron por completo.
El tiempo pareció detenerse cuando el puño de Sawatari se alzó, temblando con la promesa de un golpe inevitable.
Para los demás, todo sucedió en un parpadeo.
Pero para Yuya, cada movimiento se desplegaba en cámara lenta.
Los recuerdos lo golpearon como una ráfaga de aire frío, nítidos y certeros, trayendo consigo la voz de aquel hombre que había moldeado su cuerpo y su mente.
Su entrenador de Zodiaco.
"Yuya, no olvides esto. La violencia no es algo que cualquiera escoge, pero cuando te enfrentes a ella, actúa con determinación. Si un puño se dirige hacia ti, evítalo. No importa cómo, pero evítalo."
Yuya había sido reacio al principio.
No creía necesitar entrenar para pelear, pero su entrenador insistió con la misma paciencia que la roca soporta al río.
"La violencia nunca es el primer recurso, pero si alguien intenta derribarte, debes responder con precisión. Evita prolongar la pelea. Neutralízalo rápidamente. Hazlo entender que contigo no hay segundas oportunidades."
El entrenamiento había sido riguroso, diseñado para fortalecer tanto su cuerpo como su mente.
Había aprendido a anticipar movimientos, a observar los patrones de sus oponentes, a no flaquear bajo presión.
En Zodiaco, la disciplina era absoluta, y aquel hombre le había inculcado no solo técnicas, sino una confianza inquebrantable en sí mismo.
Y ahora, frente a Sawatari, Yuya entendía la verdadera importancia de todo aquello.
El puño de Sawatari se dirigió hacia él como un relámpago, pero Yuya ya había visto venir el movimiento desde el momento en que su oponente perdió el control.
Con una precisión casi instintiva, inclinó la cabeza hacia un lado. El golpe pasó rozando su mejilla, dejando apenas la sensación del viento como un susurro de advertencia.
—Tch... —Sawatari gruñó, perdiendo el equilibrio por la fuerza de su propio movimiento.
"Lo segundo, Yuya: si ya intentaron golpearte, responde. No con odio, sino con el objetivo de poner fin al conflicto. Controla la situación antes de que se te escape de las manos."
Yuya no desperdició el momento.
Actuando con la agilidad de quien ha entrenado para sobrevivir, bajó su cuerpo en una fluida maniobra y tomó el brazo extendido de Sawatari.
En un giro calculado, lo dobló hacia su espalda con una firmeza que dejó a su agresor jadeando de dolor.
—¿Qué rayos estás haciendo? — Escupió Sawatari, tratando inútilmente de liberarse.
Yuya lo mantuvo inmovilizado, su rostro imperturbable salvo por una sonrisa ligera que destilaba una mezcla de sarcasmo y autoridad.
—¿No te han enseñado que iniciar una pelea en el salón de clase es una pésima idea? —Comentó con voz baja, pero cargada de burla. —Vamos, compañero, creo que este no es el lugar adecuado para tus rabietas. —
La fuerza de Yuya no era sorprendente pero su habilidad era abrumadora, especialmente para alguien como Sawatari, acostumbrado a intimidar y dominar a los demás.
Los estudiantes observaban en completo silencio, incapaces de procesar lo que estaban presenciando. Incluso Yuzu, quien había llegado al aula con dos almuerzos en las manos, se quedó congelada en la entrada.
La escena que se desarrollaba ante sus ojos era completamente ajena al Yuya que conocía.
Sin soltar el brazo de Sawatari, Yuya lo empujó con fuerza hacia la puerta.
—¡Déjame! —Vociferó Sawatari, pero su voz carecía de la misma convicción de antes.
—Oh, claro que te dejaré... pero no aquí —Respondió Yuya, mientras lo guiaba fuera del salón como si fuera un muñeco desechado. —Hablemos donde nadie nos interrumpa. —
Los pasos de ambos resonaron en los pasillos, el eco de sus pisadas convirtiéndose en un preludio de lo que estaba por venir.
Cuando finalmente llegaron al gimnasio, Yuya soltó a Sawatari de un empujón que lo hizo tambalearse.
El gimnasio estaba desierto, con las luces altas iluminando los bancos y el suelo pulido.
Era un lugar perfecto, un escenario lejos de las miradas curiosas y de las normas de "convivencia" del aula.
Sawatari giró hacia Yuya con los ojos llenos de furia.
—¡¿Qué te crees que estás haciendo?!—Gritó, sobándose el brazo que Yuya había inmovilizado momentos antes.
Yuya cruzó los brazos, su postura relajada pero con un aire de desafío que parecía cortar el ambiente como una cuchilla.
—Te estoy dando el espacio que querías, Sawatari. Aquí puedes gritar todo lo que quieras, pero al menos no tendrás a todo el salón viéndote humillarte más de lo que ya lo hiciste. —
Las palabras de Yuya fueron como gasolina arrojada a un fuego ya fuera de control.
Sawatari se lanzó hacia él de nuevo, pero esta vez Yuya estaba preparado.
Con un movimiento rápido, esquivó el ataque y puso distancia entre ellos.
—¿Eso es todo lo que tienes? — Preguntó Yuya, su tono burlón, casi divertido. —¿Golpes impulsivos? ¿De verdad crees que eso resolverá algo? —
—¡Cállate! —Rugió Sawatari, respirando con dificultad. —¡Tú arruinaste mi vida! ¡Arruinaste a mi padre! ¡Todo es por tu maldita culpa! —
Yuya dejó escapar una risa seca, que resonó en el gimnasio vacío como un eco que parecía amplificar la tensión.
—¿Todavía con eso? —Dijo, dando un paso adelante. —Déjame decirte algo, Sawatari: no fui yo quien planeó una trampa que terminó saliéndole mal. No fui yo quien expuso a tu padre a las críticas públicas. Eso lo hiciste tú, todo tú. —
Sawatari apretó los puños, temblando de rabia.
—¡Mientes! —Gritó. —¡Tú fuiste quien llamó al Señor Hoshiyomi! ¡Tú pediste su ayuda para destruirnos! —
Yuya negó con la cabeza lentamente, su expresión endureciéndose.
—Hoshiyomi vino porque quiso, no porque yo lo llamara. Y vino porque vio lo bajo que estabas dispuesto a caer para ganar. La única persona que destruyó a tu familia eres tú mismo, Sawatari. —
Sawatari avanzó hacia él de nuevo, pero Yuya no se movió.
Su mirada era firme, desafiante, como si estuviera enfrentando algo mucho más grande que el chico frente a él.
—Haz lo que quieras, pero no voy a cargar con tus culpas. —Sentenció Yuya, su voz firme y sin rastro de duda.
El gimnasio quedó en silencio, salvo por las respiraciones agitadas de ambos.
La tensión era palpable, pero Yuya no flaqueó. Por primera vez, se plantó con una seguridad que no dejaba espacio para dudas.
—Dime algo, Sawatari —Dijo Yuya finalmente, rompiendo el tenso silencio. Su voz era baja, pero lo suficientemente firme como para llenar el espacio vacío—. ¿En serio crees que gritarme y golpearme va a solucionar algo? —
Sawatari apretó los puños, pero no respondió.
Yuya dio un paso adelante, acortando la distancia entre ellos.
—¿Sabes por qué estás aquí ahora mismo, enfrentándome como si yo fuera el villano de tu historia? —Continuó Yuya, sus ojos clavados en los de Sawatari—. Porque es más fácil culparme a mí que admitir lo que tú hiciste. —
—¡Cállate! —Rugió Sawatari, dando un paso hacia él. Pero Yuya no se movió, no parpadeó siquiera.
—No, no me voy a callar —Replicó Yuya con dureza, su tono ganando fuerza—. Porque alguien tiene que decírtelo. Estás tan obsesionado con echarme la culpa que ni siquiera te das cuenta de que tú mismo arruinaste tu vida. —
—¡Eso no es verdad! —Gritó Sawatari, su voz quebrándose ligeramente—. Tú... tú y Hoshiyomi... ustedes... —
Yuya dejó escapar una risa amarga, sin alegría.
—¿Nosotros qué? ¿Te obligamos a actuar como lo hiciste? ¿Te pusimos una pistola en la cabeza para que tomaras las decisiones que tomaste? —
Sawatari abrió la boca para responder, pero no encontró las palabras. Yuya aprovechó el momento y dio otro paso adelante, dejando apenas un par de metros entre ambos.
—Mírame, Sawatari —Dijo Yuya, señalándose a sí mismo—. ¿Qué ves? ¿Al tipo que "destruyó" tu vida? ¿O a alguien que tuvo que soportar tus constantes ataques mientras tú te hundías solo? —
—¡Cállate! ¡Tú no entiendes! —Replicó Sawatari, su voz cargada de desesperación—. Mi padre... todo lo que pasó... —
Yuya lo interrumpió con un movimiento brusco de la mano.
—¡Claro que entiendo! —Espetó—. Entiendo que perdiste cosas importantes. Entiendo que es más fácil culpar a otros que enfrentarte a ti mismo. Pero, ¿sabes qué? Eso no cambia nada. No importa cuánto me grites o cuántos golpes intentes darme, no vas a arreglar nada hasta que mires tus propios errores. —
Las palabras de Yuya cayeron como un golpe, más fuerte que cualquier puño.
Sawatari se quedó inmóvil, su respiración acelerada, mientras las palabras de Yuya parecían resonar en su cabeza.
—¿Sabes lo peor de todo? —Continuó Yuya, su tono bajando, pero sin perder intensidad—. Tienes potencial, Sawatari. Siempre lo has tenido. Pero estás tan consumido por tu propio odio que no lo ves. —
Sawatari lo miró, los ojos llenos de algo que no era solo rabia, sino una mezcla de confusión y dolor.
—¿Crees que no me duele? —Preguntó Yuya, dando un paso más cerca—. ¿Crees que no entiendo lo que es perder algo? Pero al menos yo aprendí algo: el odio no te lleva a ningún lado. Solo te hace más débil. —
—¿Débil? —Murmuró Sawatari, como si esa palabra lo hubiera golpeado en lo más profundo.
Yuya asintió, inclinando la cabeza ligeramente.
—Sí, débil. Porque cuando culpas a otros por tus errores, te niegas a crecer. Te niegas a ser mejor. —
Por un momento, el gimnasio quedó en completo silencio.
Sawatari bajó la mirada, sus hombros hundiéndose ligeramente.
—Pero... yo solo quería... —Comenzó a decir, su voz apenas un susurro.
—Querías ser fuerte —Completó Yuya, suavizando su tono—. Querías demostrar que valías algo. Y está bien. Pero no es a través del odio como se logra eso. —
Sawatari apretó los puños nuevamente, pero esta vez no con furia, sino con una mezcla de frustración y autoconciencia.
—Tal vez... tal vez tengas razón —Admitió finalmente, su voz temblando—. Pero no sé cómo... cómo arreglar esto. —
Yuya lo miró durante unos segundos antes de suspirar y relajar la postura.
—El primer paso, Sawatari, es dejar de culpar a los demás. Mira tus errores, enfréntalos, y aprende de ellos. Es difícil, lo sé, pero es la única manera. —
Sawatari asintió lentamente, sin atreverse a mirar a Yuya a los ojos.
—Lo siento... —Murmuró, apenas audible.
Yuya lo escuchó, pero no respondió de inmediato.
En lugar de eso, se giró hacia la puerta del gimnasio, dejando que el eco de las palabras de Sawatari llenara el espacio vacío.
—Lo siento no siempre lo arregla todo, Sawatari —Dijo finalmente, sin mirarlo—. Pero es un comienzo. —
Caminó unos pasos hacia la salida, pero algo lo detuvo.
Un impulso, una pregunta que necesitaba respuesta.
Se giró de nuevo, su mirada ahora más seria, casi implacable.
—Antes de irme, dime algo... —Dijo Yuya, su tono ahora bajo pero cargado de intención—. ¿Por qué hiciste lo que hiciste en el estadio del LDS? ¿Por qué me atacaste de esa manera? —
Sawatari pareció tensarse ante la pregunta, como si le hubieran tocado una herida que aún no sanaba.
Desvió la mirada por un momento, pero finalmente exhaló con fuerza y enfrentó los ojos de Yuya.
—Fue por órdenes del LDS —Confesó, apretando los dientes mientras hablaba—. Dijeron que eras un riesgo... por tus cartas Péndulo. Que no debían estar en manos de alguien como tú. —
Yuya sintió cómo un frío calculador recorría su columna.
Las cartas Péndulo otra vez.
Había algo en ellas que despertaba una obsesión en los demás, pero esta vez no podía permitirse ignorarlo.
—¿El director del LDS fue quien ordenó eso? —Inquirió Yuya, dando un paso hacia Sawatari, su voz cargada de sospecha.
Sawatari negó con la cabeza, casi desesperado por despegarse de la responsabilidad.
—No lo sé. Yo solo recibí instrucciones de uno de los subordinados. Nunca dijeron quién estaba detrás de todo. —
Yuya asintió lentamente, procesando la información.
Su rostro permaneció neutral, pero en su interior, las piezas del rompecabezas comenzaban a encajar.
Si el LDS había estado detrás de esto, era hora de empezar a buscar respuestas.
—Entendido —Dijo al fin, con un tono gélido—. Espero no tener que inmiscuirme más en sus asuntos. Pero si lo hago... no me detendré hasta llegar al fondo de esto. —
Se giró hacia la puerta, decidido a marcharse. Sin embargo, antes de que pudiera salir, un grupo de voces y risas burlonas resonaron desde el pasillo.
Los amigos de Sawatari irrumpieron en el gimnasio, llenando el espacio con su energía despectiva.
—¡Sawatari! —Gritó uno de ellos, un chico alto de cabello oscuro—. ¿Qué haces aquí encerrado? —
Otro, más bajo y con una expresión arrogante, dirigió su atención a Yuya, soltando una carcajada burlona.
—¿Es en serio? ¿Otra vez tú, el bufón de siempre? ¿Qué pasa, Yuya? ¿Viniste a darle otra lección de humildad a nuestro amigo? —
Yuya mantuvo la calma, aunque su mirada se endureció. Sabía que enfrentarse a un grupo no era lo mismo que lidiar con Sawatari solo.
Sawatari, por su parte, pareció encontrar un alivio inesperado en la llegada de sus amigos.
Se enderezó, recuperando parte de su habitual arrogancia.
—Llegan tarde —Dijo, cruzándose de brazos como si nada hubiera pasado—. Estaba a punto de solucionar esto. —
Uno de los chicos, el más alto, avanzó y se colocó frente a Yuya, su sonrisa burlona transformándose en una amenaza velada.
—¿A dónde crees que vas, bufón? —Preguntó mientras cerraba la puerta del gimnasio con un golpe seco.
Yuya se detuvo, tomando aire lentamente antes de girarse.
Su expresión era diferente ahora, más oscura, y sus ojos brillaban con una intensidad casi intimidante.
—¿De verdad quieren hacer esto? —Preguntó Yuya, su tono tranquilo pero lleno de advertencia—. Les sugiero que reconsideren. —
Los chicos intercambiaron miradas, dudando por un momento. Pero antes de que alguien pudiera responder, Yuya esbozó una sonrisa maliciosa, como si ya supiera que tenía la ventaja.
—Bien... —Dijo finalmente, inclinando ligeramente la cabeza—. Si quieren jugar, juguemos. Pero no esperen que sea indulgente. —
La tensión en el gimnasio era palpable, como si el aire mismo se hubiera cargado de electricidad.
Los amigos de Sawatari se posicionaron, y este último parecía debatirse entre unirse al conflicto o detenerlo.
Yuya, por su parte, permanecía inmóvil, como si el caos que se avecinaba fuera algo que pudiera controlar con un simple movimiento.
Y luego, hubo caos.
En el aula, los murmullos comenzaron a crecer en intensidad apenas Yuya arrastró a Sawatari fuera del salón.
Yuzu, que había presenciado todo mientras sujetaba con fuerza los dos almuerzos en sus manos, no pudo evitar sentirse inquieta.
—¿Qué está haciendo? —Murmuró para sí misma, mordiéndose el labio inferior.
Era Yuya, después de todo.
Siempre metiéndose en problemas, siempre atrayendo las miradas de los demás como si fuera un imán.
Y esta vez, parecía que había cruzado la línea al llevarse a Sawatari.
"Si algo malo sucede, será su culpa", Pensó, tratando de convencerse de que no tenía que involucrarse.
Yuya siempre tenía que complicarlo todo. Pero, a pesar de su intento por mantenerse indiferente, una punzada de preocupación comenzó a germinar en su pecho.
—¿Viste cómo lo jaló? —Susurró uno de los estudiantes detrás de ella—. Yuya no es tan débil como parece. —
—Pero Sawatari no se quedará quieto... seguro que algo malo va a pasar. —
Los comentarios, dichos con un tono entre alarmado y morboso, llegaron a los oídos de Yuzu como un recordatorio de que la situación podía estar a punto de salirse de control.
Trató de ignorarlos, pero la imagen de Yuya yendo hacia el gimnasio con Sawatari no dejaba de repetirse en su mente.
"No puede ser tan idiota", Pensó, aunque sabía que Yuya sí podía serlo.
Al final, con un suspiro de frustración, dejó los almuerzos sobre el escritorio y salió del aula apresurada.
En el pasillo, casi chocó con un muro humano: Gongenzaka.
—¡Gongenzaka! —Exclamó, dando un paso atrás para evitar caer.
Gongenzaka, con su imponente altura y su porte sólido como una roca, se detuvo y la miró con seriedad.
—Yuzu, ¿qué sucede? Pareces alterada. —
—¿Viste lo que hizo Yuya? —Preguntó, señalando hacia la dirección del gimnasio—. Se llevó a Sawatari como si estuviera planeando algo. —
Gongenzaka asintió, cruzándose de brazos.
—Lo vi. No parecía correcto. —
—¡Claro que no es correcto! —Respondió Yuzu, exasperada—. Pero ya sabes cómo es Yuya. Seguro está provocando más problemas de los que puede manejar. —
Gongenzaka la miró con calma, pero sus ojos reflejaban preocupación.
—Yuya no busca problemas sin razón, Yuzu. Si actuó así, debe tener sus motivos. —
—¡Eso no cambia nada! —Replicó ella, aunque en el fondo sabía que Gongenzaka tenía razón. Suspira, sintiendo cómo su egoísmo luchaba contra un leve sentido de responsabilidad—. De todos modos, alguien tiene que hacer algo antes de que esto se salga de control. —
Gongenzaka asintió de nuevo, esta vez con determinación.
—Iré a buscarlo. Si las cosas se ponen feas, no permitiré que nadie lo lastime. —
Yuzu lo miró, sorprendida por la firmeza en sus palabras.
Gongenzaka siempre había sido así: un defensor inquebrantable de sus amigos y un seguidor de la justicia.
—Está bien —Dijo finalmente, tomando una decisión—. Tú ve al gimnasio. Yo buscaré a un maestro. —
Gongenzaka no perdió tiempo en responder.
—De acuerdo. Pero ten cuidado, Yuzu. Si algo pasa, asegúrate de que alguien sepa lo que está ocurriendo. —
Sin decir más, Gongenzaka se giró y comenzó a caminar hacia el gimnasio con pasos firmes.
Parecía un gigante avanzando hacia la batalla, su figura irradiando una fuerza tranquila pero contundente.
Yuzu lo observó por un momento antes de darse la vuelta y dirigirse hacia la oficina de los maestros.
Aunque a regañadientes, Yuzu no pudo evitar sentirse aliviada de que Gongenzaka estuviera dispuesto a intervenir.
Al menos alguien con cabeza fría estaba actuando.
Pero, mientras corría por los pasillos, no pudo evitar preguntarse qué tipo de caos estaría enfrentando Yuya esta vez.
El gimnasio era un espectáculo insólito.
El lugar, normalmente reservado para actividades deportivas, se había convertido en el campo de una batalla desigual... y sorprendente.
Sawatari y su grupo de amigos estaban esparcidos por el suelo, con sus uniformes desarreglados y manchas de sangre seca en los bordes de sus narices y labios.
Uno de ellos tenía un ojo hinchado que apenas podía abrir, mientras que otro intentaba contener un hilo de sangre que bajaba desde su labio partido.
Todos tenían moretones repartidos por sus rostros y brazos, y gemían en silencio, como si lamentarse demasiado alto pudiera empeorar su sufrimiento.
—¡¿Qué rayos les pasa a ustedes?! —Gritó Sawatari, sujetándose el brazo que Yuya había torcido previamente-. ¡Se suponía que éramos un equipo! ¡¿Cómo dejaron que uno solo los derrotara?! —
Los susodichos evitaron su mirada, avergonzados y, claramente, demasiado adoloridos como para responder.
Yuya, mientras tanto, estaba de pie en el centro del gimnasio, riéndose con una altanería casi teatral.
Su cabello estaba algo despeinado, pero, aparte de eso, no tenía ni un rasguño en su piel.
—¡Vamos, Sawatari! —Exclamó Yuya, limpiándose una lágrima de risa. — ¿Eso es todo lo que tienen? ¿En serio? Y pensar que se atrevieron a cerrarme el paso. ¡Patético! —
Con un movimiento exagerado, se inclinó hacia ellos, apoyando las manos en las rodillas como si hablara con niños pequeños.
—Díganme, ¿quieren más? Porque tengo mucho más de donde vino eso. —Sonrió, mostrando una confianza arrolladora. —Aunque, siendo sincero, no creo que aguanten otra ronda. —
Los amigos de Sawatari lo miraron, temerosos, y uno de ellos incluso se arrastró un poco hacia atrás, como si temiera que Yuya cumpliera su amenaza.
—¡Cállate, Yuya! —Gritó Sawatari, avergonzado y furioso a partes iguales. —Esto no se va a quedar así, ¿me oíste? —
—Claro, claro. —Yuya se encogió de hombros con una sonrisa burlona. — Pero por ahora, ¿por qué no se toman un descanso? Parece que lo necesitan más que yo. —
La puerta del gimnasio se abrió de golpe, y Gongenzaka apareció en el umbral.
Su expresión, normalmente seria, estaba cargada de preocupación.
Al principio, su mente corrió al recordar que su amigo necesitaba ayuda.
No podía dejar de pensar en lo mal que Yuya había estado durante su última confrontación. Tenía la sensación de que las cosas ahora habían empeorado.
Pero lo que vio al entrar le quitó el aliento: los chicos de Sawatari estaban tirados por el suelo, heridos y sangrando, mientras Yuya se mantenía erguido, intacto, con una sonrisa de satisfacción en el rostro.
Gongenzaka se quedó estupefacto, sin saber si reír o reprenderlo. Pero sabía que esto no era lo que había esperado encontrar.
—¿Qué demonios pasó aquí? — Preguntó, su voz profunda llenando el gimnasio con una autoridad que no dejaba espacio para dudas.
Yuya levantó un dedo, como si estuviera a punto de explicar algo muy lógico.
—¡Ah, Gongenzaka! No te preocupes, todo está bajo control. —Sonrió ampliamente y señaló a los chicos en el suelo. —Digamos que solo les di una pequeña lección sobre respeto. —
—¿Pequeña lección? —Repitió Gongenzaka, mirando a los más heridos con sorpresa. —No me lo creo. —
Antes de que pudiera decir algo más, la puerta se abrió en totalidad, esta vez revelando a Yuzu, que avanzaba decidida junto a un maestro.
—¡Yuya! —Exclamó Yuzu, claramente exasperada, al ver el desastre que había en el gimnasio.
El maestro, que la acompañaba, también entró, y al ver la situación, frunció el ceño.
—¿Alguien puede explicarme qué está pasando aquí? —Preguntó en voz alta, su tono autoritario cortando cualquier intento de evasión.
Los chicos de Sawatari, aún tumbados y con lágrimas en los ojos, señalaron a Yuya con desesperación, sus voces rotas de dolor.
—¡Fue él! ¡Él nos atacó! —
Yuya mordió sus labios, sintiendo cómo la presión aumentaba a su alrededor.
Un sudor frío recorrió su frente al escuchar las palabras de los chicos, pero antes de que pudiera decir algo, un recuerdo fugaz apareció en su mente.
La voz de su entrenador resonó en su cabeza, clara y firme:
"Si intimidas a alguien, solo asegúrate de que nadie te vea. De lo contrario, ganarás el odio del grupo contrario o te encontrarás con la policía. Cualquiera de esos dos casos, estarás en problemas."
Yuya apretó la mandíbula, recordando que no debía hacer esto, pero a la vez, no podía evitarlo. La rabia y la burla lo habían dominado.
El maestro, sin embargo, no parecía dispuesto a dejarlo pasar.
—Yuya Sakaki, acompáñame a la dirección. Y tú también, Sawatari. Quiero escuchar todo lo que sucedió, y no quiero excusas. —
Yuya suspiró dramáticamente, como si el mundo estuviera en su contra.
—Está bien, está bien. Pero les advierto, no fui yo quien comenzó esto. —
—¡¿Qué?! —Gritó Sawatari, aunque su voz sonó más débil de lo habitual debido a sus múltiples heridas.
Yuya miró a Gongenzaka con una sonrisa despreocupada antes de salir del gimnasio.
—Nos vemos luego, chicos. Traten de no meterse en problemas sin mí. —
La puerta se cerró detrás de ellos, mientras el maestro, Gongenzaka y Yuzu seguían su paso, sabiendo que las consecuencias de este encuentro no serían fáciles de esquivar.
La oficina del maestro estaba silenciosa, y la tensión entre los tres era palpable.
El maestro, con una mirada severa, observaba a Yuya y Sawatari, quien estaba sentado con la cabeza agachada. Yuya, aunque con una actitud algo desafiante, sabía que debía ser respetuoso con el maestro.
No era el momento de mostrar rebeldía.
—Yuya, Sawatari… —Comenzó el maestro, con tono firme pero controlado—, ¿qué sucedió en el gimnasio? —
Yuya mantuvo su postura, pero con un leve suspiro, comenzó a hablar.
—Maestro, yo… —Se detuvo un momento para organizar sus palabras—. Solo me defendí. Ellos comenzaron a provocarme, y no pude quedarme de brazos cruzados. Fue una situación difícil. —
Sawatari lo miró con una expresión frustrada, levantándose rápidamente de su asiento.
—¡Eso no es verdad! ¡Nos atacaste de manera injusta! ¡Tú…! —
Yuya lo interrumpió con rapidez, desafiándolo con una mirada.
—No te mientas, Sawatari. No me hagas parecer el villano aquí. Estábamos en medio de un enfrentamiento, y tú no fuiste inocente. —
Pero antes de que la situación escalara, el maestro alzó la mano, indicando con firmeza que se callaran.
—¡Basta! —
Su voz resonó en la habitación, obligando a Yuya y Sawatari a guardar silencio de inmediato.
El maestro los observó por un momento, su mirada penetrante mientras tomaba una decisión.
—Ambos, tanto Yuya como Sawatari, están involucrados en este incidente. No me importa quién comenzó, ambos tuvieron la culpa. —Dijo con tono tajante, cruzando los brazos—. Yuya, no debiste desafiar a todo un grupo, y Sawatari, no debiste permitir que esto llegara a este punto. —
Ambos chicos bajaron la mirada, sabiendo que el maestro tenía razón.
Aunque Sawatari no quería admitirlo, sabía que la situación había salido de control por su propia culpa también.
El maestro suspiró profundamente y continuó con su sentencia.
—Como castigo, ambos tendrán detención durante dos semanas. Quiero que se queden después de clases. No quiero que esto vuelva a suceder, ¿entendido? —
Sawatari resopló, claramente descontento con la decisión, pero sabía que no podía hacer nada al respecto.
Finalmente, asintió, aceptando el castigo, aunque de mala gana.
—Sí, maestro. —Dijo, mirando hacia el suelo, todavía con la frustración acumulada.
Yuya, solo asintió. Sin desear agregar más leña al fuego.
Y el maestro, al ver que los chicos comprendían la gravedad de la situación, añadió una última advertencia.
—Además, les daré un aviso, el cual debe estar firmado por sus padres o tutores para mañana. Si no lo entregan, el castigo se incrementará y pasarán a ser suspendidos por una semana. —
Yuya y Sawatari asintieron sin decir palabra, conscientes de que el maestro no estaba bromeando.
El castigo era claro, y no había espacio para más protestas.
—Vayan al salón. Y que esto sirva de lección. —Finalizó el maestro, dejando claro que no toleraría más incidentes.
Yuya levantó la cabeza, mirando al maestro con una expresión neutral. Mientras comenzaba a levantarse, sus pensamientos se tornaron hacia su madre.
"¿Qué le voy a decir a mamá?"
El castigo de la detención no era lo peor; lo peor sería enfrentar la decepción en los ojos de su madre, saber que ella esperaba más de él.
Aunque Yuya no lo dijera en voz alta, la incertidumbre de cómo reaccionaría ella lo perturbaba.
Pero no tenía más remedio. Era una consecuencia que debía enfrentar.
Con un suspiro, salió de la oficina, seguido de Sawatari.
El salón estaba sumido en un zumbido bajo de voces.
Conversaciones apagadas que apenas llenaban el aire mientras los estudiantes esperaban que la clase comenzara.
Cuando Yuya entró, nadie le prestó demasiada atención.
Para sus compañeros, él era el bufón de la escuela, el chico que siempre terminaba en problemas.
Su llegada, cargada de una energía extraña, apenas provocó unas pocas miradas curiosas.
Pero Gongenzaka y Yuzu no pudieron ignorarlo.
Algo en la forma en que caminaba, en su postura, les indicó que algo no estaba bien.
Sus hombros parecían más bajos de lo normal, como si cargara un peso que no podía soltar.
Yuya se dejó caer en su asiento sin decir una palabra.
Su mirada fija en el escritorio, sus dedos tamborileando de manera nerviosa contra la superficie.
—Yuya… —
Gongenzaka intentó llamarlo con suavidad, pero no recibió respuesta. Había visitado el salón para saber si su mejor amigo estaba bien, pero, era evidente que algo lo había afectado más de lo habitual.
Antes de que pudiera insistir, Yuzu se levantó de su lugar.
Caminó hacia Yuya con rapidez, su rostro una mezcla de preocupación aparente y algo más profundo: un destello de satisfacción controlada.
—Yuya, ¿qué fue esta vez? —Preguntó, su tono firme pero revestido con una capa de interés que sabía que él detectaría.
Yuya no levantó la vista.
Por un momento, parecía estar conteniendo algo, como si su mente estuviera peleando consigo misma.
Finalmente, su voz rompió el silencio:
—Déjame en paz, Yuzu. —
Su tono seco hizo que varios estudiantes alzaran la cabeza, sorprendidos. Yuzu, sin embargo, no se inmutó.
De hecho, por dentro, saboreó su reacción.
—¿En serio? ¿Ese es tu plan ahora? —Replicó, cruzando los brazos y mirando hacia abajo, directo a él—. ¿Ignorar lo que hiciste? —
Yuya levantó la mirada lentamente. Había algo en sus ojos, un cansancio, un filo que rara vez mostraba.
—No hice nada que deba explicarte. —
—Claro que no —Contestó Yuzu, con una sonrisa apenas perceptible que era más para sí misma que para él—. Porque siempre es igual contigo, ¿verdad? Metiéndote en problemas y esperando que los demás te saquen. —
Gongenzaka frunció el ceño.
Sabía que Yuzu estaba empujando demasiado, pero no intervino de inmediato. Conocía a Yuya y a su orgullo.
—Yuya, ¿qué pensará tu padre cuando se entere? —Agregó Yuzu de pronto, con un tono casual, casi inocente.
Las palabras golpearon como un mazo.
El silencio cayó sobre el salón, y Yuya se quedó inmóvil por un momento.
Sus puños se apretaron sobre el escritorio antes de que se levantara de golpe, su silla haciendo un ruido ensordecedor contra el suelo.
—¡Cállate! —Espetó. Su voz resonó, quebrada por una mezcla de furia y algo más. Una emoción que no podía controlar del todo.
Los estudiantes se quedaron quietos, mirando de reojo, mientras fingían no estar atentos.
Gongenzaka se fue preparado para intervenir si las cosas se salían de control.
—¿Qué te pasa? —Preguntó Yuzu, aparentando sorpresa, pero por dentro sentía una chispa de triunfo.
Había conseguido exactamente lo que quería: desestabilizarlo.
Yuya respiró profundo, intentando recuperar el control.
Pero algo en él cedió.
—No me importa lo que piense. —Su voz era más baja ahora, pero cargada de una intensidad que parecía absorber todo el aire del salón—. Él no tiene derecho a opinar sobre mí… ni sobre nada. —
Por un instante, sus palabras flotaron en el aire.
Un odio apenas velado se coló entre ellas, algo que no pasó desapercibido para Yuzu ni para Gongenzaka.
—¿Yuya…? —Comenzó Gongenzaka, pero Yuya levantó una mano para detenerlo.
—Déjalo, Gongenzaka. —Sus ojos estaban fijos en Yuzu, aunque la rabia en ellos comenzaba a apagarse, reemplazada por algo más triste, más cansado—. Ella no entiende. —
Gongenzaka dudó, pero asintió. Colocó una mano en el hombro de Yuya, un gesto silencioso de apoyo.
—Yuzu, basta —Dijo finalmente, con un tono más firme—. No es el momento para esto. —
Yuzu lo miró, y por un instante, algo parecido a la culpa cruzó su rostro. Pero desapareció tan rápido como llegó.
—Solo intentaba ayudarlo —Respondió, antes de dar media vuelta y regresar a su asiento.
Sin embargo, por dentro, se permitió una pequeña sonrisa satisfecha.
Había conseguido plantarle una espina.
El salón volvió lentamente a la normalidad, pero las miradas furtivas hacia Yuya no cesaron. Gongenzaka, en silencio, decidió no presionar más.
Sabía que Yuya no diría nada, pero había aprendido lo suficiente de su amigo para notar que esto era diferente.
Por lo que decidió retirarse apenas el nuevo maestro entro en el salón.
Yuya, por su parte, se dejó caer de nuevo en su asiento, cerrando los ojos por un momento.
No quería pensar en lo que acababa de decir, ni en lo que significaba que los demás lo hubieran escuchado.
En el fondo, le daba igual.
Cuando la escuela terminó, Yuya creyó que, al fin, podría respirar.
Pero las consecuencias del día apenas comenzaban.
El maestro había decidido que lo mejor era mantenerlo en un aula apartada durante cuatro horas cada día, lejos de Sawatari, para evitar otro incidente.
La decisión, aunque razonable, no dejaba de sentirse como un castigo cruel.
El aula era fría, silenciosa, y el tiempo parecía avanzar a paso de tortuga.
Yuya miró su disco de duelo, debatiéndose entre soportar el aislamiento o buscar un poco de consuelo.
Había algo que le revolvía el pecho, una necesidad que no podía ignorar más.
Necesitaba llamar a Hoshiyomi, y aunque era verdad que sintió el deseo de llamarlo, desde que su corazón supo que le pertenecía, deseaba haberlo hecho en otras circunstancias.
Habría querido hacerlo para compartir una alegría, una victoria, o simplemente para escucharlo hablar con su inigualable calidez.
Ahora, en cambio, era su propia vulnerabilidad la que lo empujaba a buscar esa conexión.
Respiró hondo y marcó el contacto que sabía que siempre le daría paz: Hoshiyomi.
Y pronto, la pantalla holográfica del disco de duelo proyectó la imagen de Hoshiyomi, como si estuviera allí frente a él.
Su rostro perfecto y sereno llenó el vacío del aula, y Yuya sintió un leve temblor en su pecho.
El rostro de Hoshiyomi se iluminó al reconocerlo, pero la sorpresa en su expresión fue breve, reemplazada rápidamente por una calma envolvente.
—Yuya —Saludó, su voz como un susurro cargado de calidez—. Qué sorpresa. ¿Qué ocurre? Es, la primera vez que me llamas. —
Yuya tragó saliva, su corazón latiendo con fuerza.
Las palabras se le atoraban en la garganta, y aunque deseaba explicarse, el peso de todo lo que había pasado le dificultaba articular una sola frase.
—Yo… —Intentó decir, pero su voz sonó quebrada.
Hoshiyomi frunció ligeramente el ceño, aunque su tono permaneció suave.
—¿Estás bien? —Preguntó, con un matiz de preocupación que Yuya nunca había escuchado tan claramente antes—. Yuya, respira. Puedes decírmelo. Estoy aquí. —
Las últimas palabras de Hoshiyomi se sintieron como un bálsamo. Yuya cerró los ojos por un momento, dejando que su voz lo envolviera, como si pudiera protegerlo de todo.
—Me castigaron —Confesó finalmente, con un hilo de voz que apenas podía oírse—. No puedo entrenar con Arckumo por dos semanas. Y… mamá. Va a estar muy enojada. —
El silencio al otro lado de la línea fue breve, pero Yuya pudo imaginar la mirada tranquila de Hoshiyomi.
Esa calma que siempre le daba fuerzas, aunque nunca entendiera del todo cómo lo lograba.
—Así que es eso... No te preocupes. —Respondió Hoshiyomi, su tono como una caricia—. Yo haré lo necesario. —
—¿Qué harás? —Preguntó Yuya, más por reflejo que por genuina curiosidad.
—Nada que deba preocuparte. Solo espera. —
Yuya bajó la mirada, sintiendo cómo el calor se acumulaba en su pecho.
Sabía que podía confiar en Hoshiyomi, incluso ciegamente.
Era su apoyo incondicional, y aunque no lo dijera en voz alta, estaba seguro de que lo amaba.
—Gracias —Susurró, y antes de que pudiera decir algo más, la llamada terminó.
Las horas que siguieron se sintieron interminables.
Yuya intentó descansar, apoyando la cabeza en sus brazos mientras las sombras del atardecer llenaban el aula.
Pero el silencio era ensordecedor, y la soledad, insoportable.
Estaba a punto de rendirse al sueño cuando un sonido lo sobresaltó: una silla siendo arrastrada frente a él.
—¿Quién…? —Murmuró, levantando la cabeza con el ceño fruncido. Pero al enfocar su vista, su corazón dio un vuelco. —Hoshiyomi… —
El nombre escapó de sus labios en un susurro lleno de asombro y alivio.
Allí estaba, sentado frente a él con esa presencia inconfundible.
La luz tenue del aula parecía danzar sobre sus cabellos dorados, mientras sus ojos azules lo observaban con una intensidad que lo hacía sentirse vulnerable y seguro al mismo tiempo.
—Hola, Yuya —Saludó Hoshiyomi, su voz baja y envolvente, como si estuviera diseñado para calmar cada tormenta dentro de él.
Yuya parpadeó varias veces, incapaz de procesar del todo lo que veía.
—¿Qué haces aquí? —Preguntó, con una mezcla de incredulidad y felicidad en su tono.
—¿De verdad creías que te dejaría solo? —Respondió Hoshiyomi con una sonrisa ligera.
Apoyó los codos sobre el escritorio y entrelazó los dedos, inclinándose ligeramente hacia él.
Yuya sintió cómo el peso que había cargado todo el día desaparecía de inmediato.
Su corazón latía con fuerza, pero no de miedo.
Era esa extraña mezcla de admiración y amor que siempre lo envolvía cuando Hoshiyomi estaba cerca.
—Pero… ¿cómo entraste? —Balbuceó, todavía sorprendido por su presencia.
La sonrisa de Hoshiyomi se amplió apenas un poco, lo suficiente para que Yuya supiera que no quería una respuesta directa.
—No hay nada que pueda detenerme cuando se trata de ti. —
Yuya sintió cómo sus mejillas se encendían al escuchar esas palabras.
Bajó la mirada, sintiéndose torpe y pequeño bajo la mirada de Hoshiyomi, pero inmensamente feliz de que estuviera allí.
—Gracias… —Murmuró, con una timidez que no podía ocultar.
Hoshiyomi se inclinó un poco más, hasta que sus ojos azules estuvieron a la misma altura que los de Yuya.
—Siempre estaré aquí para ti, Yuya. No importa lo que pase. —
Yuya lo miró, y por un momento, el mundo pareció detenerse.
Todo lo que podía ver era a Hoshiyomi, su héroe, su refugio, y el hombre al que amaba con todo su corazón.
—Eres increíble… —Susurró sin pensar, pero no se arrepintió.
Hoshiyomi sonrió, y aunque había algo profundamente inquietante en la intensidad de su mirada, Yuya no podía percibir más que amor y protección en ella.
En ese momento, nada más importaba.
Con Hoshiyomi allí, el aula ya no era fría ni solitaria, y Yuya sintió que todo volvería a estar bien.
