Capítulo 41:

Entre Deseos y Privilegios


Un eco tenue de risas contenidas llenaba el salón frío y vacío, alejado del bullicio de los demás. Era tarde, tanto que los pocos alumnos que pasaban cerca preferían ignorar lo que ocurría dentro, pensando que una parejita había decidido ocupar el espacio para un rato a solas.

No estaban del todo equivocados, pero tampoco comprendían la singularidad de la escena.

Yuya, sentado despreocupadamente sobre el pupitre, sentía el calor de la proximidad de Hoshiyomi, quien inclinaba su alto cuerpo hacia él, dejando que sus labios apenas rozaran la línea de su oído. Sus palabras, un murmullo bajo, eran más que suficientes para hacerle estremecer.

Las manos de Hoshiyomi, grandes y cálidas, se posaban de vez en cuando en su cintura, trazando círculos ligeros que arrancaban risitas involuntarias de Yuya, como si cada toque estuviera diseñado para provocarle.

—Basta... —Protestó Yuya entre risas, aunque no hizo el menor esfuerzo por apartarlo.

—¿Basta? —Replicó Hoshiyomi con una sonrisa que bordeaba lo travieso, acercándose un poco más, tanto que el aliento de sus palabras se mezclaba con el calor que subía al rostro de Yuya. —Pero si apenas estoy empezando. —

—¡Hoshiyomi! —Yuya trató de sonar firme, pero la risa en su voz lo traicionó.

—Dime algo —Susurró Hoshiyomi, sin detener el juego de sus dedos. — ¿Es cierto que soy malo por enseñarte cosas nuevas? —

—¿Cosas nuevas? —Repitió Yuya, frunciendo el ceño.

—Claro. Como que los castores usan a sus crías como moneda de cambio por comida. —

Yuya giró su rostro para mirarlo, lo que solo permitió que la nariz de Hoshiyomi quedara peligrosamente cerca de la suya.

El contraste entre ambos era evidente: la estatura imponente del mayor, sus facciones marcadas y esa presencia casi envolvente que siempre lograba dejar a Yuya sin palabras.

—Eso no puede ser cierto. —Su tono era incrédulo, pero sus ojos brillaban con diversión.

—¿Quieres apostar? —Respondió Hoshiyomi con una mueca entre divertida y seductora. —¿No decías que también estudias biología? —

—Sí, pero... —

—Entonces deberías saberlo. —

Hoshiyomi lo atacó con nuevas cosquillas, obligándolo a doblarse hacia adelante mientras reía sin control.

La sensación de esas manos firmes y seguras en su cintura le arrancaba más que risas; era como si cada toque encendiera una chispa que Yuya no sabía cómo apagar.

Pero la alarma sonó, un recordatorio estridente que rompió el momento. Cortesía de Hoshiyomi.

—Oh... —Yuya se enderezó de inmediato, mirando hacia la puerta con ojos algo nerviosos. —Ya viene el maestro. Hoshiyomi, deberías irte. —

—No quiero. —

La respuesta fue inmediata, infantil, mientras Hoshiyomi rodeaba los hombros de Yuya con sus brazos y apoyaba su barbilla en su cabeza.

—Hoshiyomi, en serio. Si te ven, tendrás problemas. —

—Déjame quedarme un poco más. —El tono de Hoshiyomi era una mezcla de súplica y obstinación.

—No puedes. —Yuya trató de sonar convincente, aunque por dentro su resolución flaqueaba. —Esto no es un juego. —

Hoshiyomi soltó un suspiro teatral, retrocediendo apenas lo suficiente para mirarlo a los ojos.

—Bien, tú ganas. Pero no me iré. Me quedaré aquí. —

—¡Hoshiyomi! —Yuya alzó la voz, con los brazos cruzados en un intento por parecer severo. —¿Cómo puedes llamarte adulto si actúas como un niño? —

—Eso no importa. —Hoshiyomi le sostuvo la mirada, luego inclinó la cabeza con un gesto que solo podría describirse como misterioso. —Si el problema es que me vean... entonces, simplemente no lo permitiré. —

Yuya frunció el ceño, desconcertado.

—¿Qué estás diciendo? —

Antes de que pudiera obtener una respuesta, la puerta se abrió.

El corazón de Yuya dio un salto, y trató de empujar a Hoshiyomi para esconderlo, pero el mayor le sostuvo las muñecas con facilidad, inmovilizándolo con esa fuerza que siempre parecía tener bajo control.

El maestro entró al salón, su presencia llenando el espacio con la misma autoridad de siempre.

—¿Sakaki? ¿Todo está bien? —

Yuya parpadeó.

El maestro lo miraba directamente... solo a él.

—¿Eh? —Yuya apenas pudo articular una respuesta, mientras la figura de Hoshiyomi seguía allí, tan cerca, tan palpable.

—Dile que todo está bien. —La voz baja de Hoshiyomi resonó en su oído, y el calor de su aliento hizo que Yuya se estremeciera.

Confundido pero obediente, Yuya asintió.

—Ah, sí, todo está bien. Solo estaba... cansado. —

El maestro arqueó una ceja, pero no pareció notar nada extraño.

—Bueno, ya puedes irte. Pero no olvides que mañana también debes estar aquí. —

—Lo haré. —Yuya tragó saliva, observando cómo el maestro daba media vuelta y salía del salón.

El silencio regresó, pero Yuya no pudo evitar girarse hacia Hoshiyomi, sus ojos cargados de preguntas.

—¿Cómo es que no te vio? —

Hoshiyomi simplemente sonrió, esa sonrisa tan suya, tan llena de misterio y un toque de malicia.

—Tal vez no soy tan fácil de percibir. —

Yuya no sabía si temblar o sentirse fascinado.

Aprovechando que Hoshiyomi aún sostenía firmemente sus muñecas, Yuya lo miró directamente, los ojos ligeramente abiertos por la confusión.

Su respiración se aceleraba a medida que el desconcierto se apoderaba de él. Aun así, intentó mantener un tono firme, aunque su voz tembló.

—Ni intentes mentirme. Eso no es normal. ¿Qué hiciste? —

Hoshiyomi dejó escapar una risa baja, cargada de diversión. La situación lo deleitaba más de lo que debería. Su rostro se inclinó un poco más, reduciendo la distancia entre ambos.

—¿Mentirte? —Susurró, dejando que su aliento cálido acariciara la piel de Yuya. —Nunca haría tal cosa. Quizá... simplemente soy un mago. —

Yuya frunció el ceño.

Era absurdo, pero había algo en el tono de Hoshiyomi, en la forma en que lo decía, que lo hacía dudar.

—¿Un mago? —Repitió, intentando procesar lo que escuchaba.

Hoshiyomi inclinó la cabeza, su sonrisa burlona amplificada por la luz tenue del lugar.

—Exactamente. —

Yuya intentó apartar la mirada, pero sus ojos parecían atrapados en los de Hoshiyomi, como si aquella profundidad azul tuviera un hechizo propio.

Su incredulidad no podía ocultarse.

—Eso no puede ser verdad. Los magos no existen. —

—Oh, claro que existen. —La voz de Hoshiyomi era seductora, casi hipnótica. —Y yo soy uno de ellos. —

—Pruébalo. —El reto salió de los labios de Yuya antes de que pudiera pensarlo, un impulso que no logró controlar.

Hoshiyomi soltó una suave risa antes de chasquear los dedos.

Fue un sonido sutil, pero el efecto fue inmediato.

Yuya sintió un escalofrío recorrer su cuerpo cuando algo cambió a su alrededor.

Bajó la mirada, sus ojos ensanchándose al descubrir que su ropa ya no era la misma.

La blusa blanca de cuello alto se ajustaba con delicadeza, acentuando su figura de una manera que lo hizo estremecer.

Los pantalones de cuero negro, ajustados pero cómodos, marcaban cada curva. Y los botines de tacón alto... Nunca habría imaginado que algo tan peculiar se sentiría tan natural.

Sin embargo, lo que más le impactó fue el escote en su espalda, dejando expuesta una piel que nunca antes había sentido tan vulnerable.

Su respiración se volvió irregular mientras su mente intentaba comprender lo que acababa de suceder.

Quiso hablar, decir algo, pero las palabras se le atascaban en la garganta.

—Esto es... —Murmuró finalmente, más para sí mismo que para Hoshiyomi.

El mayor, disfrutando plenamente del espectáculo, se inclinó un poco más, reduciendo la distancia entre ellos hasta que sus rostros quedaron apenas a centímetros de distancia.

—¿Ahora me crees? —Susurró, su tono cargado de una confianza juguetona que encendió algo dentro de Yuya.

Yuya abrió la boca, pero no encontró palabras.

Su corazón latía con fuerza, y su mente era un torbellino de emociones.

La incredulidad por la magia, el asombro por el truco, y aquella cercanía...

Era demasiado. Intentó enfocar sus pensamientos, buscar respuestas racionales, pero la presencia de Hoshiyomi lo desarmaba.

—¿C-cómo es que...? —Logró articular, aunque su voz temblaba.

—Yuya... —La voz de Hoshiyomi era un susurro grave, pero cautivador. Su mirada permanecía fija en los ojos de Yuya, como si pudiera ver directamente dentro de él. —Hay cosas en este mundo que no necesitan explicaciones. ¿Realmente quieres que te explique cómo funciona la magia? Podría tardar días, semanas... siglos. —

El tono de su voz descendió, volviéndose decadente, envolvente.

Yuya sintió su pecho tensarse, como si algo dentro de él intentara resistirse, pero... confiaba en Hoshiyomi.

Siempre lo había hecho.

—Hoshiyomi... —Susurró, su voz cargada de una mezcla de fascinación y confusión.

El mayor sonrió ante su reacción. Sus manos, que aún rodeaban las muñecas de Yuya, se trasladaron hasta la cintura, y comenzaron a moverse con suavidad, explorándolo lentamente.

Las caricias no eran invasivas, pero llevaban una intención clara.

Yuya lo sabía, pero su cuerpo no podía responder. Estaba atrapado entre el deseo de apartarse y el anhelo de quedarse.

—¿Quieres que haga otro truco? —Preguntó Hoshiyomi, su tono una mezcla perfecta de desafío y provocación.

Yuya intentó enfocar su mente, encontrar alguna respuesta coherente, pero sus pensamientos eran un caos.

Los labios de Hoshiyomi apenas rozaron la piel de su cuello, dejando un rastro cálido que lo hizo estremecer de pies a cabeza.

Su respiración se volvió errática mientras cerraba los ojos, rindiéndose momentáneamente a la sensación.

—¿Un... truco? —Murmuró, apenas capaz de articular las palabras.

—Entonces prepárate. —Hoshiyomi sonrió contra su piel antes de dejar un beso suave, uno que rápidamente se volvió más firme, dejando en claro que él tenía el control. —Esto apenas comienza. —

El beso que comenzó apenas como un roce en su cuello pronto se transformó en algo más profundo, más intencionado.

Hoshiyomi, como si quisiera mostrarle un destello de todo lo que podía ofrecerle, abrió los labios, dejando que su lengua dibujara círculos lentos y calculados sobre su piel.

El toque cálido y húmedo hizo que Yuya se estremeciera, un escalofrío delicioso recorriendo cada fibra de su ser.

Sus manos, inicialmente perdidas y posadas sobre los hombros de Hoshiyomi en un intento torpe de apartarlo, se convirtieron en prisioneras de su propio deseo.

Sus dedos, que deberían empujar, se apretaron con fuerza, como si quisieran aferrarse a él para no dejarlo ir.

Su cuerpo estaba en guerra consigo mismo, un campo de batalla donde el deseo y la incertidumbre chocaban sin tregua.

Yuya intentó razonar, buscar algún pensamiento coherente, pero su cabeza, antes erguida con orgullo, se inclinó casi instintivamente, ofreciendo el acceso que Hoshiyomi tanto había buscado.

El momento fue breve, un instante que podría parecer insignificante, pero que lo cambió todo.

Hoshiyomi, con la precisión de alguien que entendía el arte de la seducción, dejó un rastro de besos y pequeñas succiones que encendieron cada centímetro de la piel de Yuya.

Sus manos comenzaron a recorrerlo con más audacia, jalando suavemente la blusa blanca para abrir paso a su lengua, que exploraba con un hambre contenida.

Cada caricia, cada contacto, parecía derretir a Yuya y reconstruirlo al mismo tiempo.

—Hoshiyomi... —Gimió Yuya, su voz apenas un susurro lleno de vergüenza y anhelo.

Hoshiyomi sonrió contra su piel, esa sonrisa que mezclaba picardía con un cariño profundo.

Sabía que Yuya estaba perdido en las sensaciones, que cada roce hacía su piel más sensible, más receptiva.

Y aunque su propio deseo ardía con intensidad, aunque cada fibra de su ser le pedía seguir, supo detenerse.

Quería más, lo anhelaba con cada parte de su ser, pero también sabía que Yuya merecía elegir, sentirse seguro.

Así que, con una de sus manos deslizándose suavemente por el escote, dejando un rastro cálido en su camino, se inclinó hasta su oído.

—¿Me permites continuar? — Preguntó en un susurro, su voz cargada de deseo, pero también de respeto. —¿Puedo tocarte? —

Yuya tembló al oírlo.

El susurro era como un eco dentro de su mente, pero la pausa de Hoshiyomi le dio un instante de lucidez.

Claro que quería.

Quería que lo tocara, que lo mirara de esa manera que lo hacía sentir como si fuera lo único importante en el mundo. Pero también... necesitaba estar seguro.

Quizás era su propia inseguridad, o el miedo de que algo pudiera salir mal, de que su impulsividad los dañara a ambos.

Tomando una bocanada de aire, Yuya se atrevió a acercarse, sus labios temblando mientras depositaba un suave beso en la mejilla de Hoshiyomi.

Fue un gesto tímido, delicado, pero lleno de significado. Sus labios rozaron lentamente hasta casi llegar a los de él, pero al final, se detuvo y negó suavemente.

—Lo siento... —Susurró, su voz entrecortada pero firme.

Hoshiyomi cerró los ojos un momento, respirando profundamente mientras controlaba el fuego que ardía dentro de él.

Lo había anticipado, pero la intensidad de ese deseo no disminuía.

Aun así, levantó una mano, acariciando la mejilla de Yuya con la yema de sus dedos, como si quisiera transmitirle todo el amor que no podía expresar con palabras en ese momento.

—No te preocupes. —Sonrió, su tono calmado y genuino. —Yo esperaré. —

La sinceridad en su voz fue suficiente para que Yuya lo mirara a los ojos, encontrando en ellos no solo deseo, sino una promesa silenciosa de respeto y paciencia.

Fue entonces que, como queriendo agradecerle por entenderlo, Yuya se inclinó hacia él una vez más.

Esta vez, sus labios rozaron los de Hoshiyomi en un beso suave, dulce, como un pétalo rozando el agua.

No era un beso apasionado, sino un gesto lleno de gratitud y ternura, una manera de decirle sin palabras que su decisión no era un rechazo, sino un aplazamiento, un deseo de que el momento perfecto llegara cuando ambos estuvieran listos.

Hoshiyomi correspondió al gesto con la misma suavidad, permitiendo que Yuya marcara el ritmo.

Y en ese instante, rodeados por la calidez de su conexión, no hubo prisa ni urgencia, solo la certeza de que el amor podía esperar.

Cuando llegó el momento de separarse, Hoshiyomi permaneció estático por un instante, como si su mente se resistiera a abandonar aquel momento que acababan de compartir. Luego, riendo suavemente en un murmullo que solo Yuya pudo escuchar, confesó:

—Yuya, creo que no podré apartarme de ti de ahora en adelante. ¿Me culparías por ser invasivo? —

Yuya, sorprendido por sus palabras, se alejó apenas lo suficiente para mirarlo a los ojos. Sus mejillas lucían un sonrojo suave, pero sus labios dibujaron una sonrisa tímida que reflejaba el torbellino de emociones que sentía.

—¿Culparte? ¿Por qué lo haría? Creo que me pasará lo mismo. —

—¿En serio? —Preguntó Hoshiyomi, aunque su corazón ya conocía la respuesta.

—En serio. —

Yuya asintió con una convicción dulce, y antes de que las palabras llenaran demasiado el espacio entre ellos, se inclinó de nuevo, dejando un beso ligero en los labios que acababa de descubrir podían llevarlo a las puertas del cielo.

Hoshiyomi respondió con igual suavidad, dejando que el beso fuera una promesa silenciosa de lo que sentía.

Su amor por Yuya era tan puro como apasionado, y aunque su deseo aún ardía intensamente, eligió contenerlo.

Había algo más grande que su necesidad: el tiempo y el respeto que Yuya merecía.

Con un autocontrol admirable, Hoshiyomi se separó lentamente, ayudando a Yuya a bajar del pupitre donde había estado sentado todo ese tiempo.

Sus manos fueron firmes pero gentiles, como si temiera romper algo valioso.

Mientras Yuya acomodaba su ropa, Hoshiyomi notó un papel en la banca cercana, un aviso que no había prestado atención antes.

Sus labios formaron una sonrisa traviesa mientras lo recogía.

—Yuya, dime algo... —Preguntó, mostrando el papel. —Cuando te castigan en esta escuela, ¿llaman a tus padres? —

Yuya frunció el ceño, desconcertado.

—¿Eh? No, solo si es algo grave o no se resuelve el problema. Pero, ¿por qué lo preguntas? —

La sonrisa traviesa de Hoshiyomi se amplió, y alzando el aviso como si fuera un premio, dijo con fingida inocencia:

—¿Qué tal si lo firmo yo? —

Yuya lo miró como si acabara de escuchar la cosa más absurda del mundo.

—¡¿Qué?! —

—Vamos, piénsalo —Insistió Hoshiyomi, acercándose un poco más—. Si solo necesita una firma para demostrar que tu madre lo vio, puedo hacerlo yo. Así evitas un problema innecesario con ella. —

Yuya suspiró profundamente, sabiendo que no debería estar considerando tal idea, pero... no quería ver la mirada decepcionada de su madre.

—Está bien —Aceptó finalmente, aunque señaló a Hoshiyomi con un dedo acusador—. Pero que quede claro: la firma debe parecerse a la de mi madre. —

Hoshiyomi alzó ambas manos en señal de rendición, con una sonrisa que no ocultaba su entusiasmo.

—Por supuesto. Déjamelo a mí. —

Yuya entonces explicó rápidamente cómo era la firma de su madre, y Hoshiyomi, con una precisión alarmante, la imitó en el papel.

—¿Y dices que no se darán cuenta? —Preguntó Yuya, aún un poco escéptico.

Hoshiyomi negó con confianza.

—Para nada. Cuando era joven, falsificaba las firmas de mis padres todo el tiempo. —

Yuya abrió los ojos de par en par. —¿Qué? —

—Sí, siempre funcionó... hasta que me atraparon, claro. —Hoshiyomi soltó una risa despreocupada, y Yuya, a pesar de querer reprenderlo, terminó riendo también.

—Eres un desastre —Murmuró Yuya, pero no pudo evitar sentir cómo su corazón latía más rápido al ver la sonrisa de Hoshiyomi.

Y cuando ya todo estuvo listo, ambos salieron de aquel salón.

Los pasillos oscuros de la escuela habrían resultado aterradores si no fuera porque Hoshiyomi caminaba a su lado, su presencia haciendo que todo pareciera más cálido, más seguro.

—¿Quieres que te lleve a casa? —Preguntó Hoshiyomi mientras salían del edificio.

Yuya se acercó y tomó su brazo con confianza, apoyándose en él como si fuera su refugio.

—Me encantaría —Respondió, su voz llena de un cariño sincero.

Y juntos caminaron bajo la luz tenue de la noche hacia en auto del mayor, dejando atrás el edificio que, como un cómplice silencioso, guardó su pequeño secreto.


Al día siguiente, Yuya intentó seguir con la rutina que apenas había empezado a construir para sí mismo.

Sin embargo, tan pronto como cruzó las puertas de la escuela, los murmullos comenzaron.

—¿Lo viste? Aún tiene la cara de venir aquí. —

—Claro, como si nada hubiera pasado. —

—Dicen que fue peor de lo que cuentan. —

Palabras mezcladas con miradas furtivas lo seguían a cada paso.

Aunque Yuya mantenía la cabeza en alto y fingía que no le importaba, había algo en esas voces que, en el fondo, conseguía herirlo.

No eran los rumores en sí, sino el hecho de que, entre ellos, también estaba la voz de alguien que alguna vez llamó amiga.

Yuzu.

Ella lo alcanzó en el pasillo, cruzándose en su camino con esa mirada severa que parecía querer perforarlo.

—No puedo creer que no te arrepientas, Yuya. Lo que hiciste estuvo mal. —

Yuya la miró, cansado. Sabía exactamente a dónde iba esta conversación.

—Yuzu, no voy a caminar con la cabeza baja. Esos días terminaron. Lo que haga o deje de hacer ya no tiene por qué importarte. —

Pero Yuzu no se detuvo.

Al contrario, se cruzó de brazos, adoptando un aire de superioridad moral que hacía que Yuya quisiera reír, aunque por dentro hervía de frustración.

—Ese es el problema —Dijo con una falsa preocupación que apenas ocultaba el juicio en su voz—. Me importa porque soy tu mejor amiga. Y como tal, es mi deber hacerte entender que lo que hiciste estuvo mal. Tu padre estaría decepcionado. Y yo también lo estoy. —

—¿Ah, sí? —Replicó Yuya, alzando una ceja.

Ella asintió, como si realmente creyera que estaba en lo correcto.

—Sí. Y hasta que aprendas la lección, no pienso hablarte. Tal vez así vuelvas a ser el Yuya que conocí, no este... tonto que veo ahora. —

Yuya apretó los labios, dejando que su ira se asentara antes de responder con calma, aunque con una firmeza que sorprendió incluso a Yuzu.

—Perfecto. Me haces un favor. —

Sin esperar más, se dio media vuelta y comenzó a alejarse.

Sabía que ella lo miraba, probablemente esperando que se detuviera, que retrocediera y pidiera disculpas.

Pero Yuya no tenía intención de volver atrás.

"¿Qué, pensaste que iba a suplicarte? No, niña. Eso se acabó."

Mientras avanzaba, una mano firme se posó sobre su hombro. Yuya giró rápidamente, preparado para otro enfrentamiento, pero se encontró con la mirada tranquila de Gongenzaka.

—¿Qué pasa? ¿Vienes a decirme algo también? —Preguntó, con el ceño fruncido.

Gongenzaka negó con la cabeza y esbozó una pequeña sonrisa.

—No. Quería saber si quieres almorzar conmigo. Mi papá me dio un bento extra, y no quiero comer solo. ¿Qué dices? —

La propuesta era tan sencilla, tan genuina, que a Yuya le tomó un momento procesarla.

—¿De verdad? —Preguntó con cautela.

—Claro. Vamos antes de que el patio se llene. —

Yuya entonces, no pudo evitar sonreír.

Asintió y dejó que Gongenzaka lo guiara hacia un rincón tranquilo del patio.

Durante el almuerzo, la calidez de su amigo disipó un poco la amargura que Yuzu había dejado atrás.

"Al menos no todos son malos," Pensó, disfrutando de aquella compañía sincera.

Cuando el día terminó, Yuya se dirigió al aula donde cumpliría su castigo, sintiendo que, a pesar de todo, podía soportarlo.

Estaba colocando sus cosas sobre el escritorio cuando una presencia familiar llenó la habitación.

Hoshiyomi entró con la misma elegancia despreocupada que la noche anterior, y la habitación pareció volverse más pequeña bajo su aura imponente.

Yuya, aunque intentaba no demostrarlo, sintió un pequeño escalofrío recorrerle la espalda.

—¿Sigues castigado? —Preguntó Hoshiyomi con una sonrisa que bordeaba lo pícaro.

—¿Qué te parece? —Respondió Yuya, cruzándose de brazos, aunque su tono carecía de verdadera dureza.

Hoshiyomi se acercó, sus pasos resonando en el suelo vacío.

Cuando llegó frente a Yuya, se inclinó ligeramente, lo suficiente como para que sus ojos se encontraran.

—Entonces, ¿qué dices? ¿Quieres que use mis poderes mágicos para que vayamos a entrenar en Arckumo? —Dijo con una confianza que era tan encantadora como irritante. —Tu próximo combate ya está programado, por cierto. —

Yuya quiso replicar, pero terminó riendo.

Había algo en la forma en que Hoshiyomi se movía, en cómo hablaba, que hacía imposible tomarlo en serio, y al mismo tiempo, lo llenaba de una calidez que apenas comenzaba a reconocer.

Yuya sabía que no debía, pero...

—Está bien —Dijo finalmente, extendiendo una mano hacia él.

Hoshiyomi tomó su mano con naturalidad, como si aquello fuera lo más normal del mundo.

Yuya dejó escapar un suspiro, preguntándose cómo alguien podía ser tan exasperante y fascinante al mismo tiempo.

—Vámonos antes de que alguien más venga a darnos un sermón. —

Con un elegante movimiento de su mano, Hoshiyomi hizo aparecer dos capas que se posaron suavemente sobre sus hombros.

Su magia las envolvió con un encantamiento que los volvía casi invisibles, o al menos, completamente ignorados por los demás.

Y como si fueran dos amantes escapando de miradas inquisitivas, caminaron juntos con paso sereno hacia una de las puertas de la escuela.

Al cruzarla, el mundo detrás quedó olvidado, y el único universo que importaba era el que ambos estaban creando a cada paso.