Capítulo 42:

Como Piezas de Ajedrez


¿Y la cercanía que ambos crearon se quedó en las sombras?

No, no exactamente.

Especialmente porque Hoshiyomi era tan discreto como un dragón en un bazar, y Yuya… bueno, tampoco ayudaba mucho.

Sus miradas furtivas y risitas compartidas eran más evidentes que un letrero luminoso.

—¡¿Podrían dejar de cuchichear como si esto fuera una cafetería?! —Bramó Tokiyomi, azotando las manos contra la mesa de conferencias.

El golpe fue tan fuerte que hasta el proyector parpadeó, como si también quisiera escapar de la tensión.

Hoshiyomi, quien estaba cómodamente inclinado hacia Yuya, levantó la vista con la lentitud de alguien que se sabe intocable.

Una sonrisa burlona apareció en sus labios.

—¿Estás celoso? —Preguntó con un tono que parecía diseñado para enervar.

—¡Por supuesto que no! —Tokiyomi replicó demasiado rápido, lo que solo avivó las risas bajas del resto.

—Tokiyomi, tranquilo. —Intervino Michael, siempre el mediador del grupo, con una sonrisa cálida que parecía sacada de un comercial de té relajante. —Todos queríamos ver a Hoshiyomi feliz, ¿no es así? —

—¡¿Y eso a mí qué me importa?! —Tokiyomi giró los ojos como si estuviera al borde de un colapso, señalando a la pareja con un dedo tembloroso. —Esto es una reunión seria, no una telenovela. ¡Alguien, por favor, haga algo! —

Sus ojos buscaron apoyo desesperado y se posaron en Yuto, su última esperanza de cordura.

Pero Yuto estaba mirando a Yuya y Hoshiyomi con una expresión que bordeaba la admiración.

—¿Debería tomar notas? —Murmuró para sí mismo.

Astral, sentado junto a él, giró la cabeza lentamente como si hubiera escuchado el crujir de un hueso.

¿Notas? —Preguntó, su voz tan calmada como un volcán a punto de estallar.

Yuto, atrapado, trató de explicarse con nerviosismo.

—Bueno, es que… nunca fui muy bueno en esto del romance. En mi infancia no había ejemplos claros, y en la escuela solo nos enseñaron sobre reproducción humana. Así que me pregunto… ¿Así es como se supone que se comporta una pareja de novios? —

Un silencio incómodo siguió a su declaración.

Astral, que aún mantenía una sonrisa perfectamente congelada, no pestañeó.

Su mirada se clavó en Yuto como si estuviera evaluando si su hijo necesitaba clases intensivas o una intervención divina.

—¿Una pareja de novios? —Repitió, con una tranquilidad que helaba. —Yuto, ¿tenías novia? —

—Novio, en realidad. —Corrigió Yuto con naturalidad.

La palabra "novio" resonó como un gong en la mente de Astral.

Su mano, que sostenía una taza de té, se cerró con tal fuerza que la taza se hizo añicos, derramando el contenido caliente por toda la mesa.

Todos en la sala se sobresaltaron, pero Astral permaneció inmóvil, su expresión tan rígida como si fuera esculpida en mármol.

—¡Astral! ¿Estás bien? —Yuto dejó escapar un grito de alarma y se acercó, tomando su mano con cuidado. —¡Tu mano está sangrando! —

—Qué torpe soy. —Dijo Astral con una voz cargada de una calma casi aterradora. Y luego, como si nada, añadió: —Pero dime, Yuto… ¿no extrañas a tus padres? El mundo está lleno de peligros, ya sabes. Rufianes roba coles, villanos con muy mal gusto… es mejor estar en casa, lejos de todo esto. —

Yuto lo miró confundido mientras aplicaba un vendaje improvisado.

—Astral, no hables. Esto debe doler mucho. —

—Oh, sí. Duele. —Astral respondió con una sonrisa amarga que parecía a punto de desmoronarse. —Duele que ignores mis consejos. Pero bueno, quizás fue para mejor. —

Yuto parpadeó, sin entender del todo, y volvió a concentrarse en su tarea. Mientras tanto, Hoshiyomi, sentado al otro lado de la sala, tuvo que girar hacia un lado para ocultar su risa.

Ver a su padre perder la paciencia por celos paternales era un espectáculo digno de aplausos.

Habían pasado siglos desde la última vez que vio algo así, y si era honesto consigo mismo, era una de las cosas más divertidas que había presenciado en mucho tiempo.

—Ah… pobre papá. —Susurró para sí, mientras Yuya lo miraba sin entender.

—¿Dijiste algo? —

—Nada, mi amor. Nada en absoluto. —

Y mientras Hoshiyomi abrazaba suavemente a Yuya, Astral parecía estar planeando cómo construir una cúpula de protección para Yuto y enviar a Hoshiyomi a meditar sobre sus elecciones de pareja en una isla desierta.

Pero, como si algo en Yuto hubiera despertado como un instinto, intentó aplacar la extrañeza de Astral con palabras conciliadoras.

—Astral, no te preocupes tanto. Sé que esto suena extraño, pero estoy aprendiendo. —Yuto comenzó, su tono tan inocente que Astral tuvo que esforzarse para no suspirar. —Mira, Yuya y Hoshiyomi se ven… ¿cómo decirlo? Cómodos. Sí, cómodos. Yo también quiero aprender a ser cómodo con alguien, ¿sabes? —

Astral lo miró con la misma expresión que un maestro pondría ante un alumno que no estudió para el examen.

—¿Cómodo? —Repitió, como si la palabra en sí le doliera físicamente.

—Sí. Cómodo, como… bueno, ellos se ven felices, y supongo que eso es lo importante, ¿no? —Yuto sonrió, tan ingenuo que parecía no darse cuenta de que Astral estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano para no apretar otro objeto hasta romperlo.

—Feliz. Claro. Eso es lo importante. —La sonrisa de Astral temblaba como un castillo de naipes en medio de un huracán.

Michael, que había estado observando desde el otro lado de la mesa, decidió intervenir antes de que Astral explotara de frustración paternal.

—Yuto tiene un punto, Astral. Quizá lo mejor es tomar esto como una oportunidad para guiarlos, en lugar de... ya sabes, considerar ideas de islas desiertas. —

—¿Como sabes que...? Olvídalo. ¿Guiarlos? —Astral alzó una ceja, su tono apenas velando la ironía.

—Claro. —Michael sonrió con una tranquilidad desconcertante. —Tú eres el ejemplo perfecto de equilibrio y sabiduría. Ellos podrían aprender mucho de ti. —

Hoshiyomi, que aún abrazaba a Yuya, no pudo evitar reír por lo bajo al escuchar eso.

—Sí, Astral. Enséñanos cómo no perder la cabeza en situaciones tensas. Definitivamente necesitamos esa lección. —

Hoshiyomi, no me tientes. —La voz de Astral era tan gélida que hasta Michael decidió cambiar rápidamente de tema.

—En fin, Tokiyomi, ¿no tenías algo importante que decirnos? —Michael giró su atención al hombre que, hasta ese momento, estaba sentado en su lugar, con los brazos cruzados y una expresión mezcla de resignación y fastidio.

Tokiyomi dejó escapar un largo suspiro, recogió los restos de la taza rota y limpió el té derramado antes de mirar al grupo con ojos severos.

—Oh, ¿ya terminaron con su comedia romántica? ¿Puedo hablar ahora? —

El silencio en la sala fue tan inmediato que hasta el proyector dejó de parpadear.

—Gracias. —Tokiyomi se acomodó en su asiento, cruzó las piernas y entrelazó los dedos sobre la mesa. —Porque, mientras ustedes se dedican a explorar sus problemas emocionales, hay una misión importante que debemos planear. ¿O acaso esperan que los problemas se resuelvan solos? —

La seriedad en su tono hizo que todos enderezaran sus posturas, incluso Hoshiyomi, aunque no soltó a Yuya por completo.

—Bien, ahora que tengo su atención, discutamos las tácticas necesarias para evitar que esta organización termine como una fiesta de té descontrolada. —Tokiyomi lanzó una mirada significativa a Astral, quien fingió no notar el comentario.

La conversación cambió abruptamente a un tono serio, pero no sin que Hoshiyomi susurrara algo al oído de Yuya, lo que provocó que ambos rieran suavemente.

Tokiyomi cerró los ojos y respiró profundo antes de continuar.

Era evidente que, aunque las cosas intentaban volver a la normalidad, los elementos de esa mesa eran todo menos normales.

Tokiyomi se levantó de su asiento con un movimiento firme, llamando la atención de todos. La expresión en su rostro no dejaba lugar para bromas ni distracciones.

—Bien, escuchen. —Su voz resonó con autoridad, llenando el espacio. —Ya hemos perdido suficiente tiempo con charlas triviales. Es momento de poner las cartas sobre la mesa.

El aire en la sala se tensó al instante. Incluso Hoshiyomi, que momentos antes parecía despreocupado, aflojó su abrazo sobre Yuya y adoptó una postura más seria.

Tokiyomi continuó, su mirada pasando de uno a otro de los presentes.

—El torneo organizado por la Corporación Leo no es un simple evento. Es un teatro cuidadosamente diseñado para enmascarar algo mucho más grande. Nuestra tarea no es solo participar. Es asegurar que Arckumo logre lo que la Corporación Leo jamás imaginaría. —

Hizo una pausa, dejando que sus palabras calaran en todos antes de continuar.

—Yuya, Michael, Astral y Yuto. Ustedes serán nuestros representantes en el torneo. Pero su objetivo principal no es ganar. —La seriedad de su tono hizo que incluso Yuto, siempre calmado, tensara los hombros.

—Entonces, ¿qué se espera de nosotros? —Preguntó Michael, su habitual sonrisa amable ausente mientras su mirada se afilaba.

—Crear el escenario perfecto. —Hoshiyomi intervino, cruzando los brazos. —Necesitamos cortinas de humo, distracciones suficientes para que nuestros agentes puedan infiltrarse sin problemas en los sistemas de la Corporación Leo. Su tarea es asegurarse de que nadie sospeche. —

Yuya tragó saliva, sintiendo el peso de la responsabilidad caer sobre sus hombros.

—¿Qué buscan exactamente en esos archivos? —Preguntó con cautela.

—Todo. —Tokiyomi respondió sin rodeos. —Los registros secretos del torneo, los archivos confidenciales de la corporación, y lo más importante, cualquier información que hayan recolectado sobre Academia. —

La mención de Academia provocó un cambio visible en Astral, cuya expresión se endureció.

—¿Creen que la Corporación Leo sabe algo sobre Academia? —Preguntó, su voz fría pero cargada de tensión.

—Más de lo que deberían. —Hoshiyomi respondió, su mirada fija en Tokiyomi como si compartieran un entendimiento silencioso. —Pero eso no es lo peor. —

Tokiyomi asintió, su tono adquiriendo un matiz más oscuro.

—La Corporación Leo se ha dado cuenta de que algo acecha en las sombras. Algo que no pertenece a este mundo. Están acumulando información, recursos y estrategias porque creen que pueden enfrentarlo. —

—¿Y no pueden? —Preguntó Yuto, la confusión teñida de preocupación en su voz.

—No. —La voz de Hoshiyomi fue un susurro gélido que cortó el aire. —Lo que enfrentamos no es algo que ellos puedan manejar solos. Ni siquiera nosotros podemos, no completamente sin causar un cataclismo. Pero si no intervenimos, esta dimensión podría ser destruida. —

El silencio que siguió fue tan pesado que parecía aplastar a los presentes. Yuya sintió un escalofrío recorrerle la espalda mientras las implicaciones de esas palabras se hundían en su mente.

—Entonces, ¿por qué ayudarlos? —Preguntó Michael finalmente, su tono reflexivo pero serio.

—Porque, nos guste o no, estamos en el mismo barco. —Tokiyomi respondió, con un brillo acerado en los ojos. —Y si ese barco se hunde, nos hundimos todos. —

Astral cerró los ojos un momento, como si tratara de procesar la magnitud de la situación.

Cuando los abrió de nuevo, su mirada era más decidida que nunca.

—Entendido. Cumpliremos nuestra parte. —

Tokiyomi asintió, satisfecho, y tomó asiento una vez más.

—Entonces, manos a la obra. No hay margen para el error. —

El ambiente en la sala era ahora denso, cargado de propósito y tensión. Había mucho en juego, y todos lo sabían.

—Ahora. —Continuó Hoshiyomi mientras pasaba elegantemente su mano sobre la mesa.

La superficie reaccionó, encendiéndose con un brillo tenue mientras una inteligencia artificial se activaba.

"Bienvenido, señor Hoshiyomi. ¿Qué desea?"

—Necesito el objeto 976 de la bóveda. —

"En seguida."

La voz robótica ejecutó la orden, y pronto un maletín negro de acabado impecable emergió en el centro de la mesa.

Hoshiyomi lo tomó con una gracia casi divina, pero no sin antes recibir una daga de plata de Tokiyomi, quien se levantó para acercarse a él.

—¿Haces los honores? —Preguntó Tokiyomi, con un atisbo de complicidad en su tono.

—Por supuesto. —

Con movimientos precisos, Hoshiyomi hizo un pequeño corte en su dedo y dejó que la sangre fluyera hasta la cerradura del maletín.

La voz robótica respondió de nuevo, pidiendo una contraseña.

Sin inmutarse, Hoshiyomi murmuró algo en el idioma del mundo Astral, un sonido fluido e indescifrable para cualquiera que no lo conociera.

La cerradura cedió, y el maletín se abrió.

En su interior descansaban cuatro barajas, dispuestas con cuidado, como si esperaran ese momento desde hacía siglos.

—Podrían llamarme nostálgico —Dijo Hoshiyomi, dejando el maletín en el centro de la mesa. —Pero guardé lo que alguna vez les perteneció a cada quien. Por favor, tómenlas de regreso. —

Astral y Michael fueron los primeros en acercarse.

Michael tomó su baraja, observando las estructuras antiguas de las cartas con reverencia, mientras las colocaba sobre su pecho.

—Esto me trae recuerdos... —Susurró.

Astral, por su parte, sonrió levemente al tomar su propia baraja, las cartas de un azul brillante que parecían cargadas de historia.

—Esta baraja... La usé antes de irme de la Tierra, cuando enfrenté a Yuma. ¿Cómo es que terminó aquí? —Murmuró para sí mismo, sin esperar respuesta.

Hoshiyomi tomó una baraja violeta y la extendió hacia Yuto, quien la observó con el ceño fruncido antes de tomarla entre sus manos.

Un torrente de imágenes cruzó su mente: duelos, decisiones y rostros desconocidos que se desvanecían antes de cobrar sentido.

—Gracias... Había algunas cartas en mi otra baraja. —

—Esta te servirá mucho más que la otra —Aseguró Hoshiyomi.

A pesar de las palabras de gratitud, la confusión seguía presente en los ojos de Yuto.

Sentía que esa baraja era más que un arma, pero eligió guardar silencio.

No estaba ahí para buscar respuestas, sino para luchar contra Academia y vengarse. Lo demás no importaba... al menos, no ahora.

Finalmente, Hoshiyomi ofreció la última baraja a Yuya.

Este la tomó con manos temblorosas, reconociéndola al instante.

Su mente se llenó de fragmentos de su vida pasada: días oscuros en Zodiaco, duelos ilegales, y momentos donde estuvo al borde del abismo.

Respiró hondo, apretando las cartas contra su pecho.

No era el momento de hablar, de decirle a Hoshiyomi que algunos de esos recuerdos estaban volviendo.

Por ahora, el pasado debía permanecer en silencio.

—Gracias. —Su voz era un susurro, pero cargada de emociones que se esforzaba por contener.

Los minutos pasaron, dejando que cada uno se reconectara con el pasado, hasta que Hoshiyomi decidió romper el silencio.

—Estas barajas son entregadas pensando en nuestros objetivos —dijo, con firmeza. —Pero no estarán solos en el campo de duelo. Tokiyomi. —

Tokiyomi asintió, introduciendo un nuevo código en la mesa. Un maletín blanco emergió esta vez, y al abrirlo, reveló una selección de cartas adicionales: Fusión, XYZ, Péndulo y Syncro.

—Cada quien usará la invocación a la que más se adapten, pero eso no significa que no dominen las restantes. Tomen las cartas que consideren necesarias y completen sus barajas. —

Yuto examinó las cartas en silencio, permitiendo que su mente se enfocara en lo inmediato.

Mientras tanto, Yuya, aunque aún reflexivo, dejó que sus instintos lo guiaran en la elección de las cartas que más necesitaría para lo que estaba por venir.

Astral y Michael también se acercaron con caras decididas.

Pronto, cada uno de los duelistas estaba listo para lo que venía.

La atmósfera seguía siendo densa, pero ahora cargada de determinación.

Tokiyomi fue el primero en hablar, con una voz que resonaba como un eco calculado en la sala.

—Les recuerdo algo crucial. —Su mirada recorrió a los presentes con intensidad. —Las Industrias Arckumo confía en ustedes, pero recuerden: el error es humano. Sin embargo, en nuestro caso, es imperdonable. Un solo tropiezo podría significar la caída de todo. Piensen siempre que este será su último duelo... porque podría serlo. No se confíen. —

Sus palabras eran un recordatorio severo, casi gélido, que cortaba cualquier atisbo de comodidad.

Los cuatro duelistas asintieron en un silencio solemne, comprendiendo el peso de esa advertencia.

Hoshiyomi tomó la palabra, y su voz, aunque más suave, tenía un misticismo inconfundible, como si cada frase estuviera cargada de un significado profundo.

—El torneo comienza en una semana. Astral, Michael, sus datos ya han sido subidos a la red. No tendrán inconvenientes al registrarse. Yuto, lo mismo aplica para ti. Recupérate lo mejor que puedas... en siete días volverás al frente de batalla. —

Hizo una pausa, su mirada ahora posándose en Yuya.

—Yuya... tus dos duelos pendientes ya están programados. Los tendrás de forma consecutiva. Esta noche será el primero, y mañana el segundo. Espero que demuestres que mi confianza no ha sido en vano. —

Yuya enderezó la espalda, sintiendo cómo aquellas palabras encendían algo dentro de él. Apretó ligeramente las cartas en sus manos y asintió con firmeza.

—Déjamelo a mí —Respondió, su voz más segura que nunca.

Hoshiyomi observó a cada uno, como un estratega que evalúa a su equipo antes de la batalla final.

Finalmente, se levantó con un movimiento que parecía más un ritual que un acto casual.

—Bien. —Su tono era solemne, casi ceremonioso. —Hasta entonces, cada quien sabe cuál es su papel en esta guerra. Jueguen con sabiduría y no olviden: Arckumo no es solo un refugio. Es también su apoyo. No teman pedir ayuda si es necesario, porque este conflicto no se gana en soledad. —

Michael fue el primero en responder, levantándose casi al mismo tiempo que Hoshiyomi, como un caballero reconociendo a su rey.

—Gracias. Así se hará. —

Uno a uno, los demás siguieron su ejemplo, abandonando sus asientos en silencio.

No había necesidad de más palabras.

La reunión había terminado, pero la sensación de propósito seguía latiendo en el aire como un pulso invisible.

La sala, ahora vacía, se llenó de un extraño eco, como si las paredes mismas fueran testigos de una preparación para algo más grande, algo que solo el tiempo revelaría.


Yuto cerró la puerta de su habitación con un leve suspiro, dejando que la tranquilidad del espacio lo envolviera.

Se dejó caer en el sillón cercano, dejando la baraja que Hoshiyomi le había entregado sobre la mesa.

Intentó relajar los músculos tensos de su cuerpo, pero su mente seguía dando vueltas.

Aquella reunión había removido algo en su interior, un algo que no podía definir, pero que lo inquietaba profundamente.

Cerró los ojos, permitiendo que el silencio lo calmara, aunque fuera por un momento. Sin embargo, la quietud se rompió con un suave golpeteo en la puerta.

—¿Yuto? —La voz de Astral llegó del otro lado, calmada, pero con esa pizca de familiaridad que siempre lograba tranquilizarlo.

—Adelante —Respondió, levantándose para recibir al hombre detrás de la puerta.

Astral entró con una leve sonrisa, sus ojos dorados brillando con una mezcla de análisis y cariño. Se detuvo unos pasos dentro, mirándolo de pies a cabeza.

—Te ves mejor. —No era una pregunta, sino una afirmación que llevaba un toque de aprobación.

—Estoy bien —Dijo Yuto, enderezándose un poco, como si quisiera demostrar que esas palabras eran ciertas.

Astral inclinó la cabeza ligeramente, observándolo con atención antes de dejar escapar una sonrisa burlona.

—Espero que no sea porque tienes la cabeza en algo más... romántico. Ya sabes que no estoy muy a favor de que te distraigas con cosas así. —

Yuto rodó los ojos, aunque de forma falsamente molesta.

—Astral... —

—Está bien, está bien —Rió el hombre, alzando las manos como si se rindiera. —Solo me gusta recordártelo. —

Yuto soltó un leve suspiro, aunque en sus labios se formó una pequeña sonrisa.

Era difícil estar molesto con Astral; había algo reconfortante en su manera de ser, incluso cuando hacía comentarios como ese.

—¿Había algo más? —

—De hecho, sí. —Astral cambió rápidamente de tono, volviéndose más serio. Sacó una pequeña caja negra del interior de su chaqueta y la sostuvo frente a Yuto. —Se me olvidó entregarte esto antes, pero ya que te veo más estable, creo que es un buen momento. —

Yuto miró la caja con curiosidad.

—¿Qué es? —

—Ábrela. —

Con cuidado, Yuto tomó la caja y la abrió.

Dentro había un par de aretes largos y finos, su diseño delicado capturando la luz de la habitación de una manera casi mágica.

Al principio, parecían de cristal, pero bastó un segundo para que Yuto notara el destello único de los diamantes.

—Astral, esto es... —

—Un regalo. —La voz de Astral se suavizó, aunque en sus ojos había un brillo extraño, una mezcla de afecto y algo más profundo. —Por tu esfuerzo, por tu recuperación... y por lo que está por venir. —

Yuto levantó la mirada, desconcertado pero agradecido.

—No hacía falta... —

—Siempre hace falta reconocer el esfuerzo de alguien, Yuto. —Astral dio un paso más cerca, sus palabras cargadas de un peso que Yuto no logró comprender del todo. —Además, espero que te sirvan para mantenerte enfocado. —

Yuto asintió, tomando los aretes con cuidado.

Al sostenerlos, una corriente casi imperceptible recorrió su cuerpo, un eco distante que parecía resonar en los rincones más profundos de su mente.

—Gracias. Prometo no decepcionarlos. —

Astral sonrió, aunque la curva de sus labios ocultaba algo más.

—Eso espero. —Hizo una pausa, como si considerara algo. —Ah, y no olvides... Esos aretes tienen más valor del que aparentan. Úsalos bien. —

Yuto frunció ligeramente el ceño ante esas palabras, pero antes de que pudiera responder, Astral ya se había dado la vuelta, dirigiéndose hacia la puerta.

—Descansa, Yuto. Mañana será otro día. —

Con eso, Astral salió, dejando a Yuto solo con sus pensamientos y con los aretes aún en sus manos.

Miró las joyas una vez más, y aunque no entendía por qué, el eco en su mente se intensificó.

Había algo en ellos, algo que no podía explicar.

Lo que no sabía era que con cada segundo que pasaba sosteniéndolos, el pasado comenzaba a abrirse paso, fragmento a fragmento, reclamándolo de manera inevitable.


El trayecto hacia la escuela transcurría con la misma tranquilidad de siempre, pero dentro del auto, el ambiente era cualquier cosa menos calmado.

Había algo eléctrico flotando entre ellos, algo que no necesitaba palabras para hacerse evidente.

El sol del atardecer derramaba tonos dorados sobre las calles, iluminando el interior del vehículo con una calidez que parecía amplificar el roce entre ambos.

Hoshiyomi tenía una mano firme sobre el volante, pero la otra descansaba con la misma firmeza sobre la pierna de Yuya. Un gesto que, para cualquiera, sería casual, pero para ellos era algo más.

Era un contrato tácito. Una línea que ambos disfrutaban cruzar.

De vez en cuando, los dedos de Hoshiyomi se movían, trazando pequeños círculos o dando suaves pellizcos, arrancándole a Yuya risas nerviosas que él intentaba contener.

—¡Para, acosador! —Protestó Yuya, moviéndose en su asiento para intentar zafarse de la mano intrusa.

Hoshiyomi giró la cabeza apenas un poco, lo suficiente para lanzarle una mirada cargada de picardía. Sus labios se curvaron en una sonrisa lenta, segura, intencionadamente molesta.

—¿Acosador? —Repitió, arqueando una ceja con fingida inocencia—. Qué cruel eres conmigo, pequeño rebelde. Solo quiero asegurarme de que no te quedes dormido. Aunque… —Sus dedos se movieron de nuevo sobre la pierna de Yuya, provocándole un respingo—. Me gusta más cuando te ríes. Pero quiza lo que más me gusta es cuando no puedes ocultar que te encanta que te toque. —

El rubor de Yuya fue inmediato, pero en lugar de apartar la mirada hacia la ventana como solía hacer, esta vez le sostuvo la mirada. Desafiante, pero no lo suficiente.

—Eres un ególatra insoportable, señor perfecto. —Yuya alzó una ceja, intentando sonar molesto, pero la sonrisa en sus labios traicionaba sus palabras—. ¿Quién te dio permiso de ponerte tan cómodo conmigo? —

—Oh, cariño, no necesito permiso. —

La voz de Hoshiyomi era suave, pero había algo peligroso en su tono, algo que hacía que Yuya se tensara… y no del todo de disgusto.

—Tú me lo diste desde hace mucho, aunque no quieras admitirlo, pequeño terco.—

Yuya bufó, cruzándose de brazos y apartando la mirada hacia la ventana.

Pero Hoshiyomi no se dejó engañar. Esa sonrisa escondida en las comisuras de sus labios delataba que Yuya disfrutaba más de lo que decía.

—¿Sabes? Me sorprende que alguien como tú pueda mantener una actitud tan seria de vez en cuando. —Hoshiyomi volvió a hablar, su tono teñido de una burla cariñosa—. Es raro verlo, pero debo admitir que te queda bien. —

—¿Alguien como yo? ¿Y qué se supone que significa eso, señor arrogante? —

Yuya giró la cabeza lo suficiente para mirarlo de reojo, su tono cargado de fingida indignación. Hoshiyomi se encogió de hombros, pero su sonrisa se ensanchó, como si estuviera saboreando cada momento de la conversación.

—Significa que, incluso cuando intentas ser insoportable, sigues siendo increíblemente encantador. —Dejó que sus palabras flotaran en el aire unos segundos antes de añadir con una sonrisa traviesa—. Aunque, claro, yo soy el único que tiene la paciencia suficiente para soportarte.—

Yuya chasqueó la lengua, pero sus mejillas ya estaban encendidas.

Era un juego que ninguno de los dos quería perder, pero tampoco ganar.

—Pues qué suerte tienes, héroe mártir. —Respondió Yuya, intentando sonar despreocupado—. Aunque no sé si llamarlo suerte o mala fortuna. —

Hoshiyomi soltó una carcajada, esa risa ligera y sincera que lograba desarmar a Yuya.

Era tan irritante cómo podía ser tan encantador y tan molesto al mismo tiempo.

—Llámalo como quieras, pequeño drama. Lo único que sé es que no cambiaría esto por nada. —

Sus ojos brillaron con algo más que diversión cuando miró a Yuya de reojo. Algo más profundo, más sincero, que hizo que Yuya apartara la mirada rápidamente, su corazón latiendo con fuerza.

El silencio que siguió fue cómodo, pero no menos cargado. Era un descanso en el fuego cruzado, un momento para recuperar fuerzas antes de que alguno lanzara el siguiente ataque.

Después de unos minutos, Yuya rompió la pausa, su voz más tranquila, aunque había un matiz de duda en sus palabras.

—¿Crees que alguien haya notado mi ausencia? —Preguntó, sin mirarlo directamente.

Hoshiyomi negó con la cabeza, su semblante volviéndose ligeramente más serio, aunque no perdió ese aire de confianza que siempre parecía envolverlo.

—No te preocupes, mi rebelde. Nadie va a sospechar nada. —Le dedicó una mirada rápida, con esa sonrisa que siempre parecía saber algo que los demás no—. Además, ¿quién se atrevería a cuestionar a alguien como tú? Con esa carita de niño bueno… Nadie imaginaría que eres un desastre andante. —

Yuya resopló, sacudiendo la cabeza con un intento de indignación que no logró ocultar su sonrisa.

—Eres imposible, señor engreído. —Su tono era más ligero ahora, como si las palabras de Hoshiyomi tuvieran un efecto tranquilizador.

—Y tú lo adoras. —

La respuesta de Hoshiyomi fue tan segura, tan directa, que Yuya no pudo evitar soltar una risa breve, aunque negó con la cabeza como si quisiera desmentirlo.

Finalmente, el auto se detuvo frente a la escuela. El edificio parecía solemne bajo la luz del atardecer, pero para Yuya, el lugar nunca había parecido tan insignificante como ahora.

Hoshiyomi apagó el motor y salió del auto con una fluidez que solo él podía lograr. Rodeó el vehículo con calma y abrió la puerta del copiloto, extendiendo una mano hacia Yuya.

Un gesto tan simple, pero que decía mucho más de lo que las palabras podían expresar.

—Vamos, pequeño príncipe. No te quedes ahí. —La voz de Hoshiyomi tenía un tono juguetón, pero había algo más en sus ojos, algo más profundo y sincero. Yuya lo miró con una mezcla de sorpresa y resignación antes de aceptar la mano extendida.

El contacto fue breve, pero suficiente para que ambos sintieran ese extraño cosquilleo que los acompañaba cuando estaban juntos.

—Gracias, mi caballero en armadura brillante. —Respondió Yuya, con una sonrisa que intentaba ser sarcástica, pero que no pudo evitar volverse suave.

Hoshiyomi inclinó ligeramente la cabeza, como si aceptara el apodo con orgullo.

—Lo que sea por ti, mi desastre favorito. —Su voz era grave, pero contenía una calidez que hacía que Yuya se sintiera más ligero.

Yuya ajustó la correa de su mochila, dirigiendo su mirada hacia las puertas de la escuela.

—No tardaré mucho. Solo necesito que el maestro me dé la salida, y regresaré contigo. —

Hoshiyomi asintió, su expresión relajada y confiada.

—Aquí estaré, esperándote. Siempre. —

La última palabra quedó flotando en el aire, como una promesa que ambos entendieron sin necesidad de explicarla.

Yuya le dedicó una última mirada, sus ojos brillando con algo que ni siquiera él parecía entender del todo. Luego se giró y caminó hacia el edificio, dejando a Hoshiyomi apoyado contra el auto.

Hoshiyomi lo observó desaparecer, sus labios formando una sonrisa tranquila.

En el silencio que lo rodeaba, una verdad ardía en su interior: amaba a Yuya. Y cada segundo que pasaba con él solo hacía que ese sentimiento creciera.

—Mi pequeño desastre. —Murmuró para sí mismo, con una mezcla de ternura y adoración, mientras cerraba los ojos y dejaba que la brisa cálida acariciara su rostro.


La escuela estaba en completo silencio.

El eco de los pasos de Yuzu resonaba en los pasillos vacíos mientras salía al estacionamiento. El atardecer teñía el cielo de un naranja apagado, pero ella apenas lo notaba.

Su mente estaba demasiado ocupada, girando en torno a un solo pensamiento: Yuya. Siempre Yuya.

¿Por qué no podía dejar de pensar en él? Ese idiota. Ese insoportable bufón que nunca le hacía caso.

¿Por qué siempre tenía que ser ella la que intentaba que él hiciera las cosas bien, solo para que él la ignorara? Había soportado su indiferencia demasiadas veces, pero hoy… hoy estaba harta.

Todo lo malo que le pasaba era culpa de Yuya. Si no fuera por él, su vida sería diferente. Mejor.

Mientras avanzaba hacia la salida, algo llamó su atención.

Allí estaba Hoshiyomi, recargado contra un auto, con los brazos cruzados y los ojos cerrados, como si estuviera disfrutando del silencio.

La imagen era casi intimidante, como si cada detalle de su postura estuviera calculado para transmitir autoridad.

Yuzu se detuvo en seco.

Su primer impulso fue girarse y marcharse, pero algo en su interior la detuvo. Una chispa peligrosa se encendió en su mente: Él era la oportunidad perfecta.

Hoshiyomi estaba esperando a Yuya. Eso era obvio. Pero, ¿por qué no aprovechar su presencia para desquitarse? Tal vez no podía controlarlo a él, pero sí podía hacerle ver lo inútil que era Yuya.

Quizás incluso podía alejarlo de Yuya. Y si no, al menos se sentiría mejor destilando su ira.

Con pasos firmes pero cuidadosos, Yuzu se acercó, ajustando su expresión.

Hoshiyomi no era alguien a quien pudiera tratar con la misma hostilidad con la que trataba a Yuya.

No.

Con él, tenía que ser respetuosa, casi sumisa. Pero cuando se tratara de Yuya… ahí no tendría piedad.

—Señor Hoshiyomi —Dijo, deteniéndose a unos pasos de él, su voz modulada con una cortesía calculada—, qué sorpresa encontrarlo aquí tan tarde. —

Hoshiyomi no abrió los ojos de inmediato. Permaneció inmóvil, como si ni siquiera la hubiera oído. Pero cuando finalmente levantó los párpados, sus ojos azules se fijaron en ella con una intensidad que hizo que Yuzu titubeara por un instante.

No dijo nada, solo la observó, como si estuviera decidiendo si valía la pena prestarle atención.

—Es raro verlo por aquí… tan cerca de Yuya. —Continuó Yuzu, con una sonrisa tensa, intentando llenar el silencio incómodo—. ¿Está esperando a alguien? —

Hoshiyomi inclinó ligeramente la cabeza, una pequeña sonrisa apenas perceptible curvándose en sus labios.

Pero no respondió, lo que hizo que Yuzu comenzara a sentirse un poco más ansiosa.

—He notado que últimamente usted y Yuya están bastante… juntos. —El tono de su voz cambió, volviéndose un poco más frío, aunque seguía intentando mantener la cortesía—. Es extraño, ¿no le parece? Alguien como usted, tan distinguido, tan… por encima de todo, perdiendo su tiempo con alguien como él. —

Hoshiyomi finalmente habló, su voz baja, tranquila, pero con un aire de peligro que parecía envolver cada palabra.

—¿Y alguien como tú, Yuzu? —preguntó, sin molestarse en disimular su desdén—. ¿Qué haces aquí, hablando de Yuya conmigo? —

El golpe fue directo, pero Yuzu no se dejó intimidar.

No podía retroceder ahora. Había venido a desquitarse, y eso haría.

—Solo quería advertirle, señor Hoshiyomi —Dijo, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos—. Yuya no vale su tiempo. Es un desastre. Siempre lo ha sido. —

Hizo una pausa, disfrutando del momento, antes de continuar con un tono más venenoso.

—Su propio padre lo abandonó. ¿Qué clase de persona provoca eso? Es un payaso, un bufón. Nadie lo toma en serio. Todo lo que toca se arruina. —

Su voz se endureció, su hostilidad volviéndose más evidente.

—Y claro, todo lo malo que me pasa es porque él existe. ¿Sabe lo difícil que es aguantar a alguien tan… patético? —

El silencio que siguió se sintió como una bofetada. Hoshiyomi no respondió de inmediato.

En lugar de eso, la miró fijamente, su expresión completamente neutral. Pero había algo en sus ojos, algo oscuro y peligroso, que hizo que Yuzu sintiera un escalofrío.

Finalmente, dio un paso hacia ella, su sonrisa ahora más evidente, pero no menos inquietante.

Era la sonrisa de un depredador.

—¿Es eso lo mejor que puedes hacer, Yuzu? —Dijo, con una calma que solo hacía que sus palabras fueran más cortantes—. ¿Repetir los mismos insultos baratos que cualquiera podría inventar? —

Se inclinó ligeramente hacia ella, su mirada perforándola.

—Déjame decirte algo: Yuya, con todos sus defectos, es más fuerte de lo que tú serás jamás. Y, francamente, tú no eres más que una sombra patética intentando apagar la luz de alguien que ni siquiera te nota. —

Yuzu sintió que su pecho se apretaba, pero intentó no mostrarlo. No podía dejar que él ganara.

—Solo intento advertirle, señor Hoshiyomi. No quiero verlo perdiendo su tiempo con alguien tan… insignificante. —Su voz tembló ligeramente, pero se obligó a seguir sonando segura.

Hoshiyomi rió. Fue un sonido bajo, casi burlón, que la hizo encogerse internamente.

—¿Insignificante? —Repitió, su tono cargado de un desprecio helado—. ¿Sabes qué es realmente insignificante? Tus intentos patéticos de culpar a Yuya por tus propios fracasos. —

Hizo una pausa, dejando que sus palabras se hundieran antes de continuar.

—Dime, Yuzu, ¿qué se siente vivir tu vida entera obsesionada con alguien que no te debe nada? ¿Que ni siquiera te ve? —

La sangre de Yuzu se congeló. Intentó replicar, pero su mente estaba en blanco.

Él lo sabía. Sabía todo.

Hoshiyomi dio otro paso, su presencia envolviéndola como una sombra. Pero esta sombra no era reconfortante. Era asfixiante.

—Yuya no necesita mi protección —Dijo, aunque su tono y su mirada decían exactamente lo contrario—. Pero si alguien como tú se atreve a lastimarlo… —

Su sonrisa se volvió más amplia, pero no era una sonrisa cálida. Era peligrosa, como la hoja de un cuchillo.

—Tú ni siquiera entenderías lo que te espera. —

El peso de sus palabras cayó sobre Yuzu como una losa.

Intentó mantenerse firme, pero las lágrimas comenzaron a acumularse en sus ojos.

No podía soportarlo más.

Todo era injusto.

Yuya, Hoshiyomi, todo esto… Todo era culpa de Yuya.

Se giró y salió corriendo, las lágrimas desbordándose mientras se alejaba. No miró atrás.

No podía.

Hoshiyomi la observó desaparecer, su expresión volviendo a ser neutral. Se recargó nuevamente contra el auto, cerrando los ojos.

No había emoción en su rostro. Solo calma, peligrosa y amenazadora.

Porque Yuya llegaría pronto. Y Hoshiyomi estaría allí para él. Como siempre. Como debía ser.