La guerra había terminado, Voldemort había caído, eran libres.

O al menos eso creyó al principio. Poco después llegaron los aurores a Hogwarts, y sin nada qué decir, ni para agradecer a los que habían peleado o compadecerse de los fallecidos, caminaron con la vista fija en sus víctimas: mortifagos.

Sin darles tiempo de escapar, usando magia no verbal los aprisionaron con cuerdas.

Los presentes se sobresaltaron con su repentina aparición, pero no dijeron nada; se veían satisfechos con su captura.

Excepto uno. El salvador.

—¿¡Qué creen que hacen?! —gritó desde lo lejos; su voz se escuchó fuerte e imponente.

—Petición del Ministerio —contestó uno de los hombres y pasó de largo frente al niño-que-vivió.

—Suéltalo —ordenó, con su vista fija en un chico de cabello platinado.

El guardia siguió la mirada del moreno, y al darse cuenta de quién se trataba, soltó una risilla.

—Es culpable, como todos los que tienen la marca.

—Me ayudó.

—Por miedo. Es un cobarde —escupió el pelinegro con asco.

Harry esperó algún reclamo de Malfoy diciendo que él no le temía a nada, pero nunca llegó. Supo que la persona que había conocido desde la tienda de túnicas desapareció. Y no lo culpaba; él y todas las personas que presenciaron y actuaron en la guerra, ya no serían nunca más los mismos. Les habían arrebatado gran parte de sí.

—Merece otra oportunidad.

—Eso lo decide el Ministro. —Hizo un gesto con la cabeza a su compañero que sostenía a Malfoy para que siguiera su camino.

—Entonces llama a tu superior que se escondió en las faldas de su mami y no peleó en la batalla para que libere a un adolescente que no tuvo opción en su destino.

Harry y el auror, una cabeza más alta que el primero, dieron un paso enfrente, desafiando al otro. Con la mirada fija en la contraria, ni uno deseoso de ceder antes las demandas.

—Basta de tanto drama, Potter. Siempre te gustó llamar la atención, ¿no es así? No solo te bastó salvar a todo el mundo mágico, también quieres hacer lo mismo por mí. Tu complejo de héroe nunca te abandona, aun sabiendo que es lo que merezco. Participé en las filas del señor Tenebroso, es un castigo justo.

—¿Lo oyes? Hasta él sabe el ser de porquería que es...

Todos miraban atónitos la situación, no sabiendo si intervenir o quedarse callados. Su mente ocupaba otros pensamientos; otras personas rondaban en su mente, personas que no verían de nuevo.

—Es más valiente de lo que todos ustedes —su mirada pasó por todos los uniformados—; él no me delató, me dio su varita, arriesgó su vida y la de su familia para mi victoria, ¿y ustedes dónde estaban?

—Cállate, no toleraré ni un insulto más. —La varita del auror se posicionó en el cuello del moreno.

—Suéltalo —repitió Harry, con sus ojos opacos y oscuros, cegados por la ira burbujeante en su interior—. O los mataré a todos.

Su voz sonó como el susurro de una serpiente, pero tan fuerte como el trueno de una tormenta. El auror retrocedió alarmado; en su mirada se veía el pánico.

Del vencedor emanaba una magia cargada de poder. Ya no se veía a ese chico de radiante sonrisa que buscaba la liberación del mundo, no. Ahora se encontraba la persona que estaba dispuesta a lastimar a todo quien se interpusiera en su camino.

Harry le daba la espalda a los guerreros y a lo que un día fue el colegio, pues su atención estaba fija en sus oponentes que se atrevían a no cumplir lo que él deseaba.

Estaba cansado de seguir ordenes, cansado de ser usado, cansado de tener que ver a gente morir por el bien mayor y cansado de no tener opción.

Toda la ira acumulada por los años fue detonada en ese lugar.

Hoy murió un señor para que el otro renaciera entre las cenizas más fuerte que el anterior.

Estaba listo para ser él quien pusiera las reglas.

Hermione y Ron miraban a su amigo con sorpresa. Ambos compartieron una mirada entre sí y asintieron al mismo tiempo que caminaban hasta llegar al lado de Harry y alzaron su varita hacia los aurores.

—Les daré la última oportunidad de soltarlo. Solo quiero a Draco.

—Insolente, muchachito, ¿te crees invencible por asesinar a Voldemort?

Un bufido salió de la boca de Harry.

Sin pronunciar palabra o hacer un movimiento, un hechizo de luz verde esmeralda salió disparado directo hacia el pecho del auror que cayó muerto en los escombros del castillo.

Se sintió extrañamente bien tener el control, un alivio y un cosquilleo recorrió su cuerpo.

Solo era el comienzo.

Los aurores quedaron petrificados de miedo; veían como más personas se sumaban al bando de Potter.

Neville, Luna, George, Fred, como también algunos Slytherin, pasaban al frente.

Los estudiantes los superaban en número, y si bien ellos no tuvieron entrenamiento de combate como los mayores, habían peleado en una guerra y, sobre todo, sobrevivieron a ella.

Los aurores tomaron valor, y de igual forma levantaron sus varitas listos para contraatacar.

—¡Ahora! —gritó uno de los uniformados.

Los encantamientos fueron lanzados a todos los jóvenes, sin embargo, ni uno aterrizó en una persona, ya que fueron desviados a distintos puntos del campo donde no pudieran herir a nadie.

—¿Es lo mejor que tienen? —retó Harry—. Mátenlos.

Los leales a Potter atacaron la orden sin dudar o pensar en lo que hacían.

Quienes observaban el conflicto, permanecieron en silencio, bajando la cabeza, prefiriendo no intervenir en los deseos del más poderoso.

Uno por uno fue derribado. Los oficiales intentaban huir o protegerse con algún hechizo, sin embargo, no les duraba mucho gracias a la magia oscura de Harry que empleaba en sus encantamientos.

El combate terminó a la luz de la luna. El bando de Harry estaba cansado, pero ninguno herido, aunque no se podría decir lo mismo del contrario. Los participantes yacían en el suelo sin vida.

Harry estaba satisfecho.

Así es como siempre tuvo que terminar. Si no puedo tenerte, entonces nadie podrá.

La gente temía los actos de los guerreros que los habían salvado de Voldemort. Sabían que se habían librado de uno, pero ahora tenían uno más fuerte en el poder.

El silencio e incertidumbre reinaba en Hogwarts.

—Quien ose lastimar a quienes amo, terminarán muertos de la manera más dolorosa que se puedan imaginar. —El fuego en su mirada demostraba el poder y la decisión de sus palabras.

—¡Viva Harry Potter! —gritó Neville alzando la espada de Gryffindor.

—¡Viva Harry Potter! —siguieron sus seguidores al unísono.

Con las manos llenas de sangre ajena, miraban a Harry con devoción.

—Ven conmigo, Draco.

El nombrado caminó a pasos lentos hacia Harry.

—Nadie podrá lastimarte ahora —susurró, ablandando su mirada para ver al chico al lado suyo, con su cabello rubio opaco y su piel pálida con marcas rojizas de las cuerdas.

—Viva Harry Potter... —En sus ojos grises se detectó un brillo de admiración y respeto; con una entonación libre de emoción, salió de sus labios en un susurro casi opacado por el rugir del viento.

Alzó su varita al cielo estrellado y conjuró un humo tan oscuro como el mismo lago negro que de a poco se fue transformando en una cabeza de león, al menos en su parte derecha; en la izquierda se encontraba una serpiente sobresaliendo de su rostro, traspasando sus escamas a la piel del felino.

Harry sonrió y asintió, viendo el horizonte, su hogar destrozado, pero con las personas que quería a su lado. Contemplo lo que era suyo, las personas que lo seguirían y amarían en cualquier lugar, tiempo y decisión, y contemplo las personas a las que se entregó, todos dispuestos a luchar por él. Y él estaba dispuesto a matar por ellos.

Fin.

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