Capítulo 43:

Destino VS Experiencia


La escuela de la tercera contrincante se alzaba imponente en el horizonte, un castillo gótico envuelto en la niebla que reptaba por el suelo como si intentara proteger sus secretos.

Las torres afiladas parecían desgarrar el cielo nocturno, y las ventanas iluminadas con una luz espectral daban la sensación de que el edificio estaba vivo, observando cada movimiento.

El viaje había transcurrido en un cómodo silencio entre Yuya y Hoshiyomi.

Aunque las palabras no eran necesarias, la energía entre ellos era palpable: un juego sutil de miradas y pequeños gestos cargados de complicidad. Sin embargo, la tensión del destino por venir se sentía en el aire, como un peso invisible sobre sus hombros.

Cuando Hoshiyomi estacionó el auto frente al castillo, salió primero, su porte elegante y seguro dominando el espacio.

Caminó alrededor del vehículo y abrió la puerta del copiloto con la misma gracia controlada que siempre lo caracterizaba.

Yuya descendió, vestido aún con su uniforme escolar y a pesar de su pequeña estatura, que apenas le permitía llegar al pecho de Hoshiyomi, había algo en su postura que exigía atención.

La luna bañaba su cabello, arrancando destellos que lo hacían parecer irreal, y sus ojos brillaban con una determinación que contrastaba con el aire ominoso del castillo.

—Bueno... —Dijo Yuya con una sonrisa irónica mientras miraba la estructura—. Por lo menos, no es tan deprimente como un cementerio. —

Hoshiyomi dejó escapar una risa baja, profunda y rica como un acorde bien afinado.

—Técnicamente, es más como un mausoleo... pero entiendo tu punto. —Sus ojos se posaron en Yuya, y su expresión se suavizó un poco. Había algo en su actitud desafiante, en la manera en que enfrentaba lo desconocido, que lo fascinaba sin remedio.

Yuya se giró hacia él, alzando una ceja con un destello de picardía.

—¿Eso es un intento de hacerme sentir mejor? Porque, si lo es, estás fallando. —

—¿Fallando? —Hoshiyomi inclinó la cabeza con un aire de desafío elegante—. Yuya, si realmente quisiera, podría hacer que olvidaras el castillo y todo lo que hay dentro. —

Yuya lo miró con una sonrisa juguetona. Dio un paso hacia él, levantando la barbilla para compensar la diferencia de estatura.

—¿De verdad? ¿Y cómo planeas lograr algo tan impresionante? —

Hoshiyomi se inclinó ligeramente, reduciendo la distancia entre ellos, hasta que sus ojos se encontraron a medio camino.

—De muchas formas, pero creo que no tienes tiempo para descubrirlas ahora. —

El aire entre ellos se volvió más denso, pero Yuya rompió la tensión con una ligera risa. Dio un paso atrás y miró hacia el castillo, aunque su tono seguía cargado de ironía.

—Tienes razón. Hay cosas más importantes por hacer... pero antes de entrar, necesito pedirte algo. —

Hoshiyomi cruzó los brazos, observándolo con una mezcla de curiosidad y anticipación.

—¿Qué necesitas, Yuya? —

Yuya respiró hondo, su expresión volviéndose seria. Dio un paso más cerca, alzando la mirada hacia Hoshiyomi con algo que era una mezcla de nostalgia y determinación.

—Vísteme para la ocasión. Con tu magia. —Su voz era firme, aunque el leve temblor en sus manos delataba que el pedido tenía más significado del que quería admitir.

Hoshiyomi lo miró fijamente por un instante, como si estuviera leyendo más allá de sus palabras.

Finalmente, extendió una mano hacia él, y el aire a su alrededor cambió, cargándose con una energía vibrante y cálida.

—Como desees, Yuya. —

La magia de Hoshiyomi cobró vida con un destello tenue, envolviendo a Yuya en una danza de luces doradas.

El uniforme escolar desapareció lentamente, dando lugar a una nueva apariencia.

Una falda negra ceñida, con un vuelo lo suficientemente elegante como para permitirle moverse con libertad, tomó forma primero. Luego, unas botas altas de tacón, diseñadas para resonar con autoridad en cada paso, se materializaron sobre sus piernas.

La blusa negra ajustada apareció en su torso, acentuada por una chaqueta de cuero que parecía gritar poder y desafío. Por último, un maquillaje sutil realzó su rostro: un delineado oscuro que intensificaba sus ojos y un brillo suave en sus labios, dándole un aire de realeza desafiante.

Cuando la magia terminó, Yuya se miró en el reflejo de la ventana del auto. Por un instante, su expresión cambió, un destello de emociones cruzando su rostro: nostalgia, dolor y, finalmente, aceptación.

—¿Te gusta? —Preguntó Hoshiyomi, su tono más suave, aunque cargado de interés genuino.

Yuya giró hacia él, con una sonrisa que era mitad desafío, mitad gratitud.

—Es perfecto. Gracias, Hoshiyomi. —Su voz era baja, casi un susurro, pero la emoción detrás de sus palabras era innegable.

Hoshiyomi se inclinó ligeramente, colocando una mano sobre el hombro de Yuya.

—Solo es perfecto porque tú lo haces perfecto. —

Yuya alzó la mirada hacia él, sintiendo el calor en sus palabras, pero no dijo nada. En lugar de eso, giró hacia el castillo con determinación.

—Vamos. No tenemos tiempo que perder. —

Hoshiyomi lo siguió, caminando a su lado, sus pasos sincronizados como si fueran parte de un mismo ritmo.

Mientras cruzaban las puertas del castillo, el aire entre ellos no perdió esa tensión de atracción y complicidad, un juego constante que ninguno parecía dispuesto a detener.

El interior del castillo era aún más imponente que su exterior.

Las paredes estaban revestidas de piedra oscura, iluminadas solo por la luz tenue de candelabros de hierro forjado que proyectaban sombras danzantes.

El aire era frío y denso, impregnado de un aroma a incienso y cera derretida. Cada paso resonaba en el suelo de mármol negro, amplificando la sensación de que estaban siendo observados desde las sombras.

Yuya avanzó con cuidado, sus botas de tacón resonando en el vasto pasillo.

La penumbra hacía que cada paso pareciera un desafío, y aunque mantenía su compostura, sus movimientos eran más lentos de lo habitual.

Hoshiyomi, caminando a su lado con su porte elegante, notó la inseguridad en su andar y extendió un brazo sin decir palabra.

—¿Me ofreces tu brazo o tu compañía? —Preguntó Yuya con una sonrisa juguetona, mirando de reojo a Hoshiyomi mientras tomaba su brazo.

Hoshiyomi se inclinó ligeramente hacia él, acercando su rostro al oído de Yuya mientras respondía con voz baja:

—Ambos. Y, si lo necesitas, también mi fuerza para que no caigas. —

Yuya dejó escapar una leve risa, aunque su sonrisa traicionaba algo más: un rubor apenas visible que se mezclaba con su maquillaje.

—No planeo caer, pero si eso ocurre, preferiría que me atraparan tus brazos y no el suelo. —

—Eso no lo dudes. —Hoshiyomi lo miró con un brillo travieso en los ojos, mientras sentía la pequeña mano de Yuya apretar ligeramente su brazo.

El pasillo parecía alargarse interminablemente, y las sombras a su alrededor se movían de forma inquietante, como si estuvieran vivas.

Yuya, que rara vez se mostraba nervioso, se encontró agradeciendo la presencia de Hoshiyomi.

No era solo por la seguridad física; había algo en su porte tranquilo y protector que hacía que incluso el ambiente más hostil pareciera manejable.

—¿Esto es parte de las pruebas? —Murmuró Yuya, rompiendo el silencio mientras sus ojos analizaban el entorno.

—Probablemente. —Hoshiyomi hizo una pausa, su tono ligeramente irónico—. Aunque también podría ser que simplemente les gusta asustar a sus invitados. —

Yuya alzó la mirada hacia él, encontrando la chispa de humor en sus ojos, y respondió con una sonrisa que reflejaba la misma complicidad.

—¿Y tú? ¿Eres un invitado o una pieza clave en todo esto? —

Hoshiyomi bajó la mirada hacia Yuya, disfrutando del juego en sus palabras.

—Eso depende de ti, Yuya. Siempre lo ha hecho. —

Antes de que Yuya pudiera responder, llegaron a unas enormes puertas dobles hechas de madera oscura, adornadas con grabados intrincados que parecían representar constelaciones y símbolos arcanos.

Al empujarlas, un ligero crujido resonó en el aire, y el pasillo se abrió a un enorme campo de duelo.

El espacio era impresionante, con una arena en el centro rodeada de gradas vacías que se alzaban en múltiples niveles.

Desde las sombras de las gradas, comenzaron a emerger figuras encapuchadas, cada una vestida con túnicas negras adornadas con símbolos dorados. Su andar era lento y ceremonioso, como si formaran parte de un ritual.

Yuya sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero no soltó el brazo de Hoshiyomi. Las figuras se alinearon alrededor de la arena, observándolos en un silencio sepulcral.

—Vaya bienvenida —Susurró Yuya, su tono intentando ser ligero aunque su cuerpo se mantuvo alerta.

—Esto es más teatral de lo que esperaba. —Hoshiyomi dejó escapar una leve sonrisa mientras su mirada recorría a las figuras. Luego bajó la vista hacia Yuya, inclinándose ligeramente hacia él—. Aunque, si vamos a ser el espectáculo, al menos te ves espectacular. —

Yuya se permitió una sonrisa, su confianza restaurándose al instante. Se giró hacia Hoshiyomi.

—Espero que tú también estés listo para el espectáculo, porque no pienso perder. —

Antes de que Hoshiyomi pudiera responder, una de las figuras encapuchadas dio un paso al frente, levantando una mano con movimientos lentos y calculados. Una voz profunda y resonante surgió de debajo de la capucha:

—Bienvenidos al Salón de las Profecías. Aquí, no solo se practica el duelo, sino también el arte de ver más allá del velo del presente. Cada movimiento, cada carta, revela un fragmento del destino. ¿Están listos para enfrentar lo desconocido? —

Yuya soltó finalmente el brazo de Hoshiyomi, enderezándose y avanzando un paso hacia el centro del campo de duelo. Su voz, clara y decidida, resonó en el silencio:

—No solo estamos listos. Estamos aquí para ganar. —

La declaración de Yuya pareció resonar en las paredes, y Hoshiyomi, a su lado, dejó escapar una leve risa antes de seguirlo.

Mientras las figuras encapuchadas comenzaban a entonar un cántico bajo y rítmico, ambos se posicionaron en la arena, sus miradas cargadas de complicidad y determinación.

Por un instante, a pesar del entorno inquietante, no existía nada más que ellos dos.

Sin embargo, justo cuando la emoción estaba a punto de desbordarse, una risa estruendosa rompió el silencio.

—¡Señoras y señores! ¡Bienvenidos al duelo más emocionante que hayan presenciado jamás! —

Exclamó una voz teatral que resonó por todo el campo. La figura de un hombre apareció en el horizonte, dando pasos exagerados como si estuviera desfilando en una pasarela. Su sonrisa brillante parecía iluminar toda la arena, y su energía desbordante contagiaba a los presentes.

—¡Yo soy Nico Smiley y seré su apasionado narrador para este enfrentamiento! ¡Prepárense para lo inesperado! —

Yuya levantó una ceja, observando la entrada triunfal del hombre con una mezcla de sorpresa y diversión. Pero antes de que pudiera reaccionar, Hoshiyomi, que estaba de pie a su lado, dejó escapar un suspiro de exasperación.

—¿Quién lo invitó? —Murmuró entre dientes, su tono frío y distante. La indiferencia en su rostro era palpable, como si la presencia de Nico fuera solo un ruido de fondo molesto.

Yuya no pudo evitar sonreír ante el gesto de Hoshiyomi, pero su atención rápidamente volvió a la arena.

Desde las sombras que proyectaban las luces del campo, la tercer combatiente emergió con una elegancia casi etérea.

Su cabello danzaba levemente con un viento inexistente, y en sus manos sostenía un mazo de cartas que revoloteaban como si cobraran vida propia.

—El destino está escrito —Declaró con una voz suave, pero llena de autoridad—. Yo, Mieru Hōchun, soy la elegida para ganar este duelo. Las cartas no mienten… y tampoco el corazón. —

Nico Smiley no perdió un segundo y, con un salto dramático, extendió ambos brazos hacia ella como si estuviera presentando a una estrella en el escenario más grande del mundo.

—¡Ah, pero qué entrada tan deslumbrante! Señoras y señores, ¡la mística Mieru Hōchun, maestra de la adivinación, defensora del destino! ¡Un aplauso para su convicción! —

Mientras los murmullos de admiración comenzaban a crecer entre el público, Nico giró hacia Yuya con una sonrisa que parecía iluminar la arena entera.

—Y hablando de estilos deslumbrantes… —Dijo, haciendo un ademán exagerado hacia el atuendo de Yuya—. ¡Este es el nuevo look que todos deberíamos estar admirando! Yuya Sakaki, convertido en el epítome de la audacia y la elegancia. —

Yuya se rascó la nuca, claramente incómodo por la atención, pero no perdió la oportunidad de responder con una sonrisa confiada.

—Supongo que deberías acostumbrarte, Nico. Este será mi estilo de ahora en adelante. —

Hoshiyomi que se dirigió a las gradas, soltó un bufido desde su posición y cruzó los brazos, su expresión de fastidio clara como el día.

—Y más vale que lo recuerden bien.—Murmuró, apenas audible para Yuya—. De otra forma voy hacer que se arrepientan. —

Yuya, que había captado el comentario, no pudo evitar reírse entre dientes antes de girar su atención completamente hacia Mieru.

La mística duelista mantenía la mirada fija en él, aunque la decepción era evidente en sus ojos.

—Así que tú eres mi destino… —susurró con un tono algo desilusionado—. Pero las cartas me lo han dicho. Hoy, Yuya Sakaki, perderás. —

Yuya alzó una ceja y cruzó los brazos, manteniendo su postura relajada pero firme.

—¿El destino, dices? —Preguntó, dejando que un tono juguetón invadiera su voz—. Lo siento, pero yo prefiero escribir mi destino día a día. —

Nico, que parecía estar absorbiendo cada palabra como un poeta inspirado, dio un salto hacia el centro de la arena y levantó los brazos.

—¡Esto es exactamente lo que esperábamos, queridos espectadores! ¡Un enfrentamiento épico entre la convicción del destino y la audacia de un rebelde! ¡Pero no esperen más! ¡Es hora de encender el espectáculo! —

Con un movimiento dramático, Nico activó el sistema de Visión Sólida. Luces deslumbrantes llenaron el campo, creando un escenario holográfico que reflejaba una mezcla de elementos místicos y teatrales: estrellas brillantes en un cielo nocturno, un altar central rodeado por cartas flotantes y runas que parecían latir al ritmo de los corazones en la arena.

—¡Señoras y señores! —Anunció Nico, su voz resonando en cada rincón del recinto—. ¡En esta esquina, la mística de los secretos, la reveladora del destino, Mieru Hōchun! —

El público estalló en vítores mientras Mieru levantaba su mazo de cartas con una gracia calculada.

—Y en la otra esquina —Continuó Nico, girando dramáticamente hacia Yuya—, ¡el artista, el visionario, el irreverente retador que desafía las probabilidades: Yuya Sakaki! —

Yuya dio un paso adelante, con una sonrisa segura y los ojos brillando con determinación.

El ambiente era eléctrico, la emoción palpable. Incluso los encapuchados que observaban desde las gradas parecían contener la respiración mientras el duelo estaba a punto de comenzar.

Desde su posición, Hoshiyomi observó a Nico con una expresión de completo desinterés y alzó un hombro con una elegancia despreocupada.

—Exagerado como siempre, —dijo con voz baja, como si hablara consigo mismo—. Espero que al menos el duelo sea digno de tanto teatro. —

Yuya captó el gesto y le lanzó una mirada rápida, divertida, antes de concentrarse completamente en su oponente.

—Bien, Mieru, —Dijo mientras colocaba su primera carta en el disco de duelo—. Vamos a ver si tus cartas están preparadas para lo que les espera. —

Mieru cerró los ojos, sosteniendo una carta al azar de su mazo con una sonrisa confiada.

—El destino no necesita preparación. —

—Pues el espectáculo tampoco, —Respondió Yuya con una chispa de carisma.

Y con esas palabras, las cartas comenzaron a cobrar vida en el aire, marcando el inicio de un enfrentamiento que prometía desafiar las expectativas de todos los presentes.

Cada movimiento parecía preciso.

Cada carta colocada en el campo daba su propio grito de lucha antes de desaparecer en el campo adversario o propio.

Y aunque la mayoría esperaba que Yuya actuará como un maestro de ceremonias, Yuya tuvo sus propios planes.

El campo brillaba con una intensidad abrumadora mientras el duelo alcanzaba su clímax.

Mieru mantenía la ventaja, su monstruo más poderoso dominando la arena. Pero Yuya no mostró ni un atisbo de miedo.

Al contrario, sus ojos brillaban con una mezcla de desafío y diversión, como si estuviera disfrutando no solo del duelo, sino de la atención que recibía de cada mirada en el público.

Con seguridad calculada, Yuya inclinó la cabeza hacia Mieru, sus labios curvándose en una sonrisa que no era nada inocente.

—Estás jugando bien, Mieru, lo admito —Dijo con ese tono burlón que parecía capaz de desarmar cualquier intento de concentración—. Pero… ¿eso es todo? Estoy seguro de que puedes hacerlo mejor. Después de todo, no querrás que sea yo el único que impresione a este público, ¿verdad? —

El rubor en las mejillas de Mieru fue inevitable, pero sus ojos brillaron con determinación. No iba a dejarse intimidar por su actitud ligera.

—No necesito impresionar a nadie, Yuya. Las cartas hablarán por sí mismas. —

Yuya dejó escapar una risa breve, baja, casi un susurro que solo Mieru pudo escuchar. Una risa cautivadora, pero con un filo peligroso.

—¿Las cartas? —Repitió, su sonrisa afilándose—. Yo prefiero dejar que mi estilo hable. Y créeme, es bastante convincente. —

Con un movimiento firme, Yuya tomó una carta de su mano y la levantó, señalando a sus tres monstruos en el campo.

El aire pareció cambiar a su alrededor, como si la atmósfera misma respondiera a su voluntad.

—Es hora de darle un poco de drama a este espectáculo. ¡Tomo a mis tres monstruos como material de Invocación! ¡Hago una Overlay Network! ¡Invocación XYZ! —

Un torbellino oscuro envolvió a las criaturas mientras el aura de Yuya se transformaba.

Su energía ya no era la de un simple duelista buscando entretener. Ahora era la de un gladiador en la arena. Un depredador que acechaba a su presa con movimientos calculados y despiadados.

El público contuvo el aliento mientras una figura sombría emergía del vórtice. Su presencia era abrasadora, casi asfixiante.

—¡Aparece, heraldo de las sombras ¡Número 96: Dark Mist! —Anunció Yuya con una teatralidad que no necesitaba exageraciones.

Su voz sonó firme y certera, como un golpe directo. El monstruo apareció, envuelto en sombras que parecían devorar la luz misma.

Un murmullo de asombro recorrió la multitud, pero los ojos de Yuya no se apartaron de Mieru, cuya confianza tambaleaba visiblemente.

—E-eso no puede ser… —Murmuró, su voz temblando mientras daba un paso atrás, como si el aura del Número la empujara.

Desde las gradas, Hoshiyomi sintió su corazón detenerse por un instante.

"Ese Número. Ese poder."

Una ola de recuerdos lo golpeó con fuerza. La figura de su padre apareció en su mente, entregando esa carta a Yuya en Arckumo.

—Este Número será tu escudo y tu espada. Úsalo solo si tu vida depende de ello. —

Y ahora, ahí estaba, en manos de Yuya… quien lo manejaba con una destreza que escalofriaba.

"Ese estilo… esa agresividad controlada," pensó Hoshiyomi, su pecho apretándose mientras un anhelo desconocido lo invadía. "¿Podría ser...? ¿Recordará algo de su pasado? El anillo no ha vuelto a ser usado ni lo he activado, pero… ¿y si lo es?"

Cerró los ojos un instante, tratando de calmar sus pensamientos.

"O tal vez… solo sea mi deseo de recuperarlo lo que me hace pensar eso."

Aun así, no podía ignorar las pistas: Las miradas, los gestos pícaros, la forma en que dominaba el campo.

Algo en Yuya estaba cambiando.

Y él se prometió investigarlo.

"Si no hay prueba suficiente, haré que las haya."

Mientras tanto, Yuya avanzaba con una confianza abrumadora, cada movimiento suyo parecía casi coreografiado, pero no para entretener. No, esta vez no era un espectáculo.

Era una cacería.

—Dark Mist tiene un efecto especial que adoro —Dijo Yuya, su voz cargada de una mezcla de picardía y amenaza—. Cómo lo has notado sus puntos de vida son de cien, Pero su habilidad especial me permite absorber la mitad de los puntos de ataque de tu monstruo las veces que sean necesarias, Mieru. Y con eso… —

Hizo una pausa, alzando el rostro hacia el público. Una sonrisa traviesa se formó en sus labios, arrancando más de un suspiro entre los espectadores. Sus ojos parecían brillar con una intensidad eléctrica, como si disfrutara del control absoluto que tenía sobre el duelo.

—...me aseguro de que ninguno pueda derrotarlo.—

El ataque de Dark Mist fue despiadado.

Con cada turno, absorbía el poder de los monstruos de Mieru, dejando su campo completamente indefenso. Yuya no se detenía.

Golpe tras golpe, como un torero que hunde la espada con precisión mortal.

Un destello de furia pasó por los ojos de Mieru, pero era inútil.

Cada movimiento suyo era anticipado y contrarrestado con una facilidad escalofriante.

Finalmente, su monstruo más poderoso cayó, y con él, su esperanza de victoria.

—¡No! —Gritó Mieru, viendo cómo sus puntos de vida se desplomaban inevitablemente.

Yuya giró hacia ella, inclinándose ligeramente. Su sonrisa seguía ahí, pero ahora había algo más en ella. Una mezcla de compasión y desafío que hacía imposible apartar los ojos de él.

—¿Qué pasa, Mieru? Pensé que ibas a mostrarme algo inolvidable. —

Mieru no pudo evitar bajar la mirada hacia sus cartas, enrojeciendo ante su derrota. Pero Yuya no parecía cruel.

Extendió su mano hacia ella, con un gesto de camaradería que desarmaba cualquier resentimiento.

—Buen duelo. Espero que haya sido tan emocionante para ti como lo fue para mí. —

Mieru, todavía enrojecida, tomó su mano y sonrió tímidamente.

—Lo fue… más de lo que esperaba. —

Y mientras el público rugía de emoción, Yuya alzó los brazos, disfrutando del fervor.

Pero en el fondo de su mente, un recuerdo sombrío ardía.

Los duelos ilegales. Las descargas eléctricas. La brutalidad de un mundo donde cada error costaba caro.

"Ya no perderé. No dejaré que nadie me doblegue. No otra vez," pensó, su sonrisa transformándose en algo más serio.

Desde las gradas, Hoshiyomi lo observó con una mirada intensa. Aunque su rostro permanecía impasible, una llama ardía en su interior.

Los movimientos de Yuya, su carisma, y la manera en que había manejado el duelo confirmaban más de lo que él deseaba admitir. Pero cualquier emoción visible fue reprimida bajo una máscara de serenidad.

Mientras tanto, en el centro de la arena, Yuya disfrutaba del rugido del público, inclinándose ligeramente en una reverencia teatral. Su sonrisa era amplia, pero detrás de ella se escondía un leve cansancio.

Había sido un duelo intenso, y aunque lo disfrutó, las memorias que lo motivaron seguían rondando en su mente.

—¡Damas y caballeros, den un fuerte aplauso a este increíble duelista! —La voz estruendosa de Nico Smiley interrumpió sus pensamientos mientras el extravagante hombre ingresaba al escenario, su entusiasmo iluminando el ambiente—. ¡Yuya Sakaki, todos! ¡El maestro del espectáculo! —

Yuya alzó una ceja, claramente sorprendido por la entrada teatral de Nico, pero dejó escapar una pequeña risa mientras hacía un gesto despreocupado.

—Gracias, Nico, aunque creo que el público ya me dio su aprobación. —

—¡Oh, no solo el público, Yuya! —Nico se acercó, con los ojos brillando de emoción—. Tú me has robado el corazón con ese estilo único. Es tan diferente al de antes… más maduro, más audaz. ¿Qué inspiró este cambio? —

Yuya inclinó la cabeza, mostrando una sonrisa confiada.

—La vida tiene una manera interesante de enseñarte lecciones, Nico. Este nuevo estilo es solo una forma de expresar lo que he aprendido. —

Nico asintió, pero su entusiasmo lo llevó a hacer la pregunta que todos estaban esperando.

—Y hablando de cambios… Yuya, todos aquí se lo preguntan. ¿Planeas seguir los pasos de tu padre o forjar un camino diferente? —

El público guardó silencio, expectante. Yuya bajó la mirada por un momento, como si estuviera reflexionando profundamente. Luego, alzó la vista, su sonrisa más determinada que nunca.

—No seguiré el camino de mi padre, Nico. Forjaré mi propio destino. Uno diferente, único… como yo. —

El público rugió en aprobación, pero desde las gradas, Hoshiyomi sintió un leve estremecimiento. Las palabras de Yuya resonaron más allá de lo que cualquiera en ese lugar podría comprender.

Antes de que Nico pudiera continuar con su entrevista improvisada, Mieru apareció, caminando con un aire de determinación. A pesar de su derrota, su mirada estaba llena de una emoción diferente.

—Yuya. —

Él giró hacia ella, sonriendo amablemente.

—Mieru. Buen duelo, en serio. —

Ella sacudió la cabeza, ignorando sus palabras mientras se acercaba más.

—No, no es eso lo que quiero decir. —Se detuvo justo frente a él, alzando la mirada con valentía—. Yuya, me has impresionado más allá de las palabras. Y… creo que me he enamorado de ti. —

El público quedó en completo silencio, y la sonrisa de Yuya se congeló. Por primera vez, parecía realmente desconcertado.

—Mieru, yo… —

Ella tomó su mano con firmeza, ignorando su incomodidad.

—No tienes que responderme ahora, pero quiero que sepas que estoy aquí. Para ti. —

Yuya abrió la boca para responder, tratando de encontrar las palabras adecuadas para rechazarla sin herirla, cuando una sombra emergió detrás de él.

—Disculpen la interrupción. —La voz fría y controlada de Hoshiyomi resonó mientras aparecía a su lado, colocando una mano firme en el hombro de Yuya—. Creo que este duelista ya ha tenido suficiente atención por hoy. —

La mirada de Hoshiyomi era impenetrable, pero la intensidad en sus ojos hacía que incluso Mieru retrocediera ligeramente.

—Pero… —

—Otra vez será. —Hoshiyomi no dejó espacio para objeciones, tomando a Yuya del brazo y llevándolo consigo fuera del campo.

Yuya, todavía procesando lo que acababa de ocurrir, permitió que Hoshiyomi lo guiara, aunque su rostro mostraba una mezcla de sorpresa y resignación.

Mientras caminaban lejos de la multitud, Yuya murmuró en voz baja:

—¿Era necesario arruinar su momento así? —

Hoshiyomi no respondió de inmediato, manteniendo su mirada fija al frente, pero su agarre en el brazo de Yuya era firme, casi posesivo.

—Algunos momentos no valen la pena, Yuya. Y tú no necesitas palabras vacías. —

Yuya levantó una ceja, observándolo de reojo.

—¿Celos, tal vez? —

Hoshiyomi se detuvo abruptamente, girando hacia él con una mirada seria.

—No confundas mi interés por algo tan banal. —

A pesar de la firmeza de sus palabras, Yuya no pudo evitar notar cómo los dedos de Hoshiyomi temblaban ligeramente antes de soltarlo.

Una sonrisa astuta se formó en sus labios.

—Lo que tú digas, Hoshiyomi. —

Mientras ambos continuaban alejándose, el público seguía hablando entre ellos, asombrados por el espectáculo y el extraño aire que había envuelto a los dos duelistas.

Mieru, aunque desanimada, no pudo evitar mirar a Yuya con anhelo mientras desaparecía de su vista, llevándose consigo su corazón.


Cuando llegaron al auto, Hoshiyomi abrió la puerta del copiloto con un movimiento firme, pero Yuya no se subió.

En cambio, se quedó parado frente a él, cruzando los brazos y con una sonrisa juguetona que no hacía más que intensificar el latido descontrolado en el pecho de Hoshiyomi.

—Dime algo, Hoshiyomi —Dijo Yuya, inclinando la cabeza hacia un lado mientras lo miraba desde abajo, con esa diferencia de estatura que siempre aprovechaba para parecer más encantador de lo que ya era—. ¿Por qué la prisa? —

—No estoy apurado —Respondió Hoshiyomi con frialdad, pero evitó mirarlo a los ojos, dirigiendo su atención al horizonte.

—¿Ah, no? —Yuya dio un paso más cerca, tan cerca que apenas quedaba un resquicio de espacio entre ellos. Su sonrisa se tornó más dulce, pero su voz adquirió un matiz seductor—. Entonces, ¿por qué parecías tan desesperado por sacarme de ahí? —

Hoshiyomi endureció la mandíbula y alzó una ceja, intentando mantenerse impasible.

—No tenía intención de quedarme a escuchar tonterías innecesarias. —

Yuya dejó escapar una risa suave y melodiosa que provocó un leve escalofrío en Hoshiyomi. Alzó una mano y la colocó sobre el pecho de este, justo sobre su corazón.

—¿Tonterías? —Murmuró Yuya, alzando la vista para encontrarse con sus ojos.

La diferencia de altura lo obligaba a inclinar ligeramente la cabeza hacia atrás, lo que hacía que su mirada pareciera aún más inocente y provocativa a la vez.

—Entonces no te molestó que Mieru intentara confesarse frente a todos… —

—No me importa lo que ella haga —Respondió Hoshiyomi con tono cortante, aunque sus manos se tensaron a los lados al sentir el contacto de Yuya.

Yuya se mordió el labio inferior, fingiendo pensarlo un momento, antes de apoyarse más contra él.

—Hmmm, curioso… porque estoy bastante seguro de que vi a un hombre alto, elegante y ligeramente aterrador arrastrándome fuera como si le perteneciera. —

Hoshiyomi lo miró con una expresión estoica, pero Yuya notó el ligero temblor en sus labios, como si estuviera a punto de decir algo que no quería admitir.

—No estás tan importante como para provocarme celos, Yuya. —

Esa declaración arrancó una carcajada suave del chico, quien se puso de puntillas con total descaro y apoyó ambas manos en los hombros de Hoshiyomi para sostenerse mejor.

—¿No? —Preguntó Yuya con una dulzura melosa mientras alzaba una mano para tocar el rostro de Hoshiyomi.

Sus dedos recorrieron suavemente su mandíbula antes de detenerse en su mentón.

—Entonces no te importará que haga esto… —

Antes de que Hoshiyomi pudiera responder, Yuya se inclinó más, jalandolo y plantó un beso lento, pero firme, en sus labios.

Fue un gesto breve, pero lleno de intención, que dejó a Hoshiyomi completamente congelado en su lugar. Cuando Yuya se apartó, sonrió con satisfacción al ver el rubor que comenzaba a teñir las mejillas de Hoshiyomi.

—¿Sabes? Esos celos tuyos son realmente adorables —Murmuró Yuya, bajando de puntillas con una gracia deliberadamente coqueta, antes de subirse al auto con una risa suave.

Hoshiyomi permaneció unos segundos inmóvil, procesando lo que acababa de ocurrir.

Finalmente cerró la puerta del copiloto y rodeó el vehículo para sentarse al volante.

Encendió el motor con su habitual calma, pero la tensión en sus manos traicionaba su aparente tranquilidad.

—No estoy celoso —Dijo con firmeza, mirando al frente.

Yuya, todavía sonriendo, se giró hacia él mientras apoyaba la cabeza en el asiento.

—Claro que no, Hoshiyomi. Claro que no. —

El hombre apretó los labios, decidiendo que lo mejor era no responder, aunque su corazón aún latía desbocado.


En su habitación, Yuzu caminaba de un lado a otro, su rostro un cuadro de emociones entrecruzadas: rabia, confusión y un toque de resignación.

—¿Quién se cree que es? —Murmuró, apretando los puños.

El recuerdo de las palabras gélidas de Hoshiyomi resonaban en su mente, como un eco constante que se negaba a desvanecerse.

"No tengo tiempo para trivialidades."

Las palabras habían sido una puñalada directa. Pero cuanto más pensaba en ello, más convencida estaba de que no habían sido espontáneas.

—Tiene que haber sido Yuya —Declaró con firmeza, deteniéndose frente al espejo. Su reflejo le devolvió la mirada de una joven decidida, aunque dolida—. ¡Ese chico manipulador! Seguro le dijo algo a Hoshiyomi… —

Yuzu sabía que Yuya tenía una manera de encantar a todos. Su carisma parecía envolver a quienes lo rodeaban, y aunque a veces lo encontraba fascinante, en ese momento solo lo veía como una amenaza.

—Siempre es él. Roba la atención, los aplausos… incluso logró que Hoshiyomi se comportara de esa manera. —Sus palabras se tornaron un susurro amargo mientras apretaba los dientes—. Pero no puedo odiarlo. —

La última frase salió de sus labios como un suspiro. Por más que lo intentara, no podía ignorar el hecho de que Yuya había sido su amigo durante años. Había compartido risas, lágrimas y sueños con él.

—Es mi amigo… aunque sea un engreído. —

Yuzu suspiró y se dejó caer sobre la cama, abrazando una almohada contra su pecho.

Por unos momentos, permitió que el silencio la envolviera, pero pronto sus pensamientos tomaron otro rumbo. Si realmente quería resolver las cosas, tenía que ser proactiva.

Se levantó de golpe, caminando hacia su escritorio. Sacó una libreta y comenzó a trazar un plan, garabateando palabras y flechas con una determinación renovada.

—Si Yuya cree que puede interponerse en todo, entonces tengo que llegar al centro del problema. —

Sus ojos brillaron con resolución mientras escribía en grandes letras: Industrias Arckumo.

—Tengo que acercarme a ellos. Si Hoshiyomi escucha de mí directamente, entenderá quién tiene la razón. —

El plan comenzaba a tomar forma en su mente. Si lograba entrar en contacto con alguien influyente dentro de las Industrias Arckumo, tal vez podría aclarar las cosas.

No quería pelear con Yuya, no realmente. Pero tampoco iba a quedarse de brazos cruzados mientras él seguía quitándole el protagonismo y, lo que era peor, manipulaba a Hoshiyomi.

—Voy a arreglar esto… a mi manera. —

Mientras el reloj marcaba la medianoche, Yuzu cerró la libreta y se recostó nuevamente en su cama.

Esta vez, sin embargo, su mirada estaba fija en el techo, llena de una mezcla de esperanza y desafío.

—No dejaré que Yuya sea el centro de todo… no esta vez. —