38. Cartas desde Lamia
Kanon había emprendido la marcha hacia Lamia alrededor de las 6 de la mañana. En el asiento del copiloto se había cambiado la compañía del Wyvern por la de las cartas que Saga le había entregado junto con las llaves del coche de Shaka. En esta ocasión le esperaba un largo camino de más de tres horas en soledad, y el abogado agradecía que, a pesar de ser persona de dormir poco, esa noche la hubiese pasado yaciendo como un condenado lirón. La realidad era que la intensa sesión de sexo con la que le había asaltado Rhadamanthys había contribuido muy satisfactoriamente a la consecución de un alto nivel de relajación que venía días necesitando.
A medio camino hizo un alto para repostar gasolina, visitar los servicios, tomarse un café y fumarse un cigarrillo mientras estiraba las piernas apartado de los surtidores de combustible. Ahí donde había parado el viento se apreciaba mucho más frío que en la capital, y Kanon agradeció el hecho de haberse vestido con una sudadera gruesa y haber pensado en el anorak de invierno en vez de su inseparable chupa de cuero gastado.
En esta ocasión ya se había procurado coger un cd con canciones en mp3 de su gusto y disfrute, las cuales le fueron amenizando el trayecto hasta la llegada a Lamia, donde no le hizo falta tirar de mapa ni de gps para llegar el hospital psiquiátrico. Las indicaciones de dicho centro aparecían desde la primera delimitación de perímetro municipal, y gracias a una carretera secundaria bien asfaltada llegó a la explanada que daba la bienvenida al recinto. Ahí avistó varios puestos para estacionar los vehículos; a un lado se veían las plazas reservadas para los trabajadores y al otro, también bajo el resguardo de amplias marquesinas, los dispuestos para las visitas.
- Joder, qué frío hace aquí…- al salir del coche la tela de los vaqueros se le enfrió de golpe y el vaho que se formaba al exhalar confirmó de inmediato sus percepciones. La capucha de la sudadera le vino de perlas y después de cubrirse la cabeza con ella, se enfundó el anorak y se cerró la cremallera hasta la nariz.
Al comprobar la hora en el móvil vio que eran alrededor de las diez de la mañana y se sorprendió al ver tan poco movimiento, puestos que en la zona de aparcamientos de los visitantes solo había otro coche y el suyo. Con el cuerpo encogido rodeó el vehículo, cogió la mochila que había tirado en el asiento del acompañante y lo cerró de un rápido portazo para poder llevarse las manos a la boca e intentar calentarlas con su aliento antes de meterlas bien hondo en los bolsillos del abrigo y echar a andar con paso decidido hasta el acceso controlado del hospital.
- Buenos días – dijo el hombre al otro lado del grueso cristal, tan abrigado como iba él, con guantes tipo mitón cubriendo sus manos y un termo de café del que se iba sirviendo tacitas calientes para mantenerse vivo y móvil.- ¿A qué paciente visita?
- Hola…- dijo Kanon por cortesía - ¿Paciente? No, a ninguno…vengo a hacer algunas averiguaciones. ¿Podría hablar con el director? ¿O directora? ¿O como se llame quien esté al cargo de esto?
- No.- Dijo el hombre, sorprendiéndose ante la absurdez que le acababa de soltar Kanon.
- ¿Cómo que no?
- Pues eso, que no. Las cosas no funcionan así aquí. Además…¿quién es usted?
- Vengo de parte de la Fiscalía General de Atenas. Necesito averiguar unas cuestiones sobre la época en que se fugó el interno Thane Sifakis.
- De acuerdo…
- ¿Me deja entrar, entonces?
- No.
- Hay que joderse…- gruñó Kanon, irguiéndose lo poco que el frío le permitía para echar la vista hacia la fachada e intentar comprender esa actitud tan reacia.- ¿Cómo tengo que decírselo? – Insistió, volviendo a agacharse para acercarse todo lo que pudo a la cristalera de separación.- Vengo de parte del Fiscal General de Atenas. Soy su asistente en el caso que están televisando por todo el puto país. Además, soy su hermano también.
- Estupendo, y yo soy el Jorobado de Notredame.- le replicó el hombre, comenzando a mostrarse molesto ante tanta insistencia absurda.- A mí no me venga con historias. Este es un centro hospitalario psiquiátrico de alta seguridad: o acude usted con una visita concertada o se queda fuera, así de simple.
- ¡¿Así como cojones lo tengo que hacer para poder hablar con quién esté a cargo de este lugar?!
- ¡Se lo acabo de decir! ¡Concertando una visita!
- Ay la madre que lo parió al tío este…- masculló Kanon con ese retintín que comienza a rayar la pérdida absoluta del buen proceder.- ¿Cómo lo tengo que hacer? ¿Dónde debo llamar? – ambas manos se agarraron al borde húmedo y helado que servía de repisa entre los dos y su rostro, arrebolado por el frío, con la nariz roja y a punto de moquear y la boca media escondida tras el cuello del anorak se acercó tanto a la separación que el vaho de su respiración se condensó sobre ella.- ¿Con quién debo tramitarlo?
- Primero identifíquese.- prosiguió el reacio recepcionista.- Como comprenderá, hay muchas personas como usted que intentan acceder sin más…
Kanon gruñó con la poca educación que le quedaba a punto de congelación. Buscó su billetera y le estampó en toda la cristalera su DNI, manteniéndola ahí mientras él mismo pronunciaba la información contenido en él.
- Kanon Samaras Trevi, nacido el 30 de mayo del 80, con número de identificación 776158882. ¿Le digo también cuándo me caduca? ¿Eh? ¿Le digo el número de identificación del Fiscal General de Atenas? ¡Porque es el mismo, sólo le cambia el 2 por un 1! – exclamó Kanon, hallándose al borde del colapso.
- De aucerdo, no se enfade…Llame a este número y exponga su petición…- aceptó el hombre al fin, pasándole por la pequeña rendija de la parte inferior del cristal un papelito con un teléfono anotado a mano.
La nota fue arrebatada de un desdeñoso tirón. Kanon guardó el DNI directamente en el bolsillo del anorak y sacó el móvil para teclear ese número salvador. Por suerte fue atendido casi al momento, y después de intentar exponer los motivos de su visita sin previo aviso cortó la llamada y lo guardó con gesto airado en el mismo lugar donde había dejado su tarjeta de identificación personal.
- Ahora le llamaran para darle la orden que de que me abra.- Anunció, hinchándose el pecho con el orgullo de saberse con la razón de su presencia ahí.
La anunciada llamada no demoró ni medio minuto en llegar, dejando al hombre con cara de vencido cuando se vio obligado a permitir el paso a ese extravagante malcarado con pintas de loco y actitud hostil.- Mantenga su identificación a mano – le advirtió, únicamente para ser él el poseedor de la última palabra en esa estúpida riña de tozudez – en el siguiente acceso se la volverán a pedir.
Nada de lo que sucedió después fue ni la mitad de complicado de lo que había resultado ser ese vigía amargado y aburrido. Ni los controles de identidad que tuvo que volver a pasar ni el encuentro con el director del lugar, quien se excusó ante la falta de información que él mismo podía brindarle dado su escaso tiempo en el cargo.
- Si es tan amable de esperar en esta sala, por favor – dijo el hombre, atento y servicial – Voy a ver si nuestro jefe de enfermería está disponible. Él es el más veterano aquí, por lo que si hay alguien que pueda recordar detalles de esa época no va a ser otro que Aldebarán.
- No hay problema.
Kanon se despojó del anorak. La capucha ya se la había bajado antes de encajar las manos por mera cortesía pero lo cierto es que la temperatura que había dentro de las instalaciones permitían el movimiento a cuerpo de camisa o incluso en manga corta. Las mangas de la sudadera se las arremangó hasta rozar el codo y la calidez del ambiente contribuyó a desatar el incómodo moqueo que se había estado gestando en su nariz durante la exposición a la fría intemperie.
Fisgonear por ahí fue algo que no pudo evitar mientras se sonaba con un providencial pañuelo de papel encontrado en su mochila, y analizando por encima ese cubículo sobriamente amueblado y bien perfumado, dedujo que debía ser un tipo de sala donde poner al día del estado clínico de los pacientes a los familiares interesados o preocupados por ello.
Una voz gruesa al otro lado de la puerta que el director había dejado entornada le llamó la atención. La gran mano que sujetaba la manija mientras la voz seguía conversando con otra que se intuía más lejana se le antojó enorme. El hombre que descubrió cuando la puerta se abrió del todo hizo que Kanon tuviera que alzar el rostro para poder mirarle a los ojos.
- Buenos días. Soy Aldebarán – dijo con tono afable, tendiendo la mano.
- Kanon.- respondió el abogado, correspondiendo el gesto.
Las manos se ensamblaron en un cordial saludo donde a Kanon le pareció perder la totalidad de sus dedos. Aldebarán sobrepasaba los dos metros de altura, de esto Kanon estaba seguro porque él casi rozaba el metro noventa y se veía obligado a elevar la mirada si no quería hablarle directamente a la nuez del cuello. La anchura de sus hombros era sobrecogedora, el fornido torso que se avistaba bajo el liviano ropaje de enfermero estaba cubierto por una capa de vello que se asomaba por el escote en pico de la camisa y que se esparcía a lo largo de los fuertes brazos, aptos para levantar cualquier tipo de peso sin dificultad, y el cabello, largo y castaño, lo llevaba sujeto a la nuca aunque algunos mechones fueran dejados libres de condena y le cayeran alrededor del anguloso rostro.
- Siéntate si quieres…- le ofreció Aldebarán, rodeando la mesa para tomar asiento en la silla de oficina que seguramente ocupaba en sus reuniones con las familias.- ¿Te importa que te tutee? Te ruego que hagas lo mismo conmigo. ¿Qué es lo que deseas saber, exactamente? – preguntó, mostrando una amable sonrisa que contrastaba estrepitosamente con su porte inmenso y apocador.
- Vengo de parte de la Fiscalía de Atenas…- se explicó Kanon después de haber aceptado la oferta de sentarse – Me gustaría esclarecer ciertos aspectos de la época en la que Thane Sifakis estuvo internado aquí. No sé si estás al corriente que ahora mismo está en marcha el juicio contra Hyppolitos Sifakis, hermano suyo…
- Como para no estarlo…- admitió Aldebarán, recostándose en la silla de tal forma que hizo gimotear todos sus anclajes. Ayudándose con una mano asentó una de sus piernas sobre la otra, y se quedó sujetándola por el tobillo mientras con la mano libre tomaba un bolígrafo que había en un bote, únicamente para entretener un proceder que Kanon asumió hiperactivo.- Pones la televisión y te sale el juicio. Abres cualquier periódico online y ¿en portada qué te encuentras?: el juicio. Parece que tiene todas las papeletas para ser el juicio del año y recién lo acabamos de estrenar – intentó bromear, aunque se notaba que no era una cuestión de su interés personal.
- ¿Ya estabas trabajando aquí cuando internaron a Thane? – inquirió Kanon, necesitando reafirmar el dato ofrecido por el director.
- Sí…a ver…¿cuántos años hace de eso?...- pensó, mirando al techo y picoteando la mesa con el bolígrafo.
- Veinte.
- Veinte…Sí…entonces tenía veintinueve, ya hacía unos tres años que trabaja aquí, como enfermero raso.
- Y como profesional de la enfermería, ¿qué opinión te merecía Thane Sifakis?
- No lo recuerdo como un interno problemático, sino todo lo contrario…Pero admito no haber tenido mucho trato con él. Como te digo…- Aldebarán bajó la pierna al suelo y arrastró la silla para quedar frente a frente con Kanon y aprovechar en cruzar sus manos y dejarlas descansar sobre la mesa – era un paciente tranquilo. Y yo en esa época estaba trabajando con los internos más…para decirlo suavemente...enérgicos. Supongo que el universo me procuró esta envergadura para poder manejarme mejor con personas en plena crisis psicótica. Lo cierto es que yo estaba en el pabellón contiguo a este, que es donde seguimos tratando a los pacientes que presentan altos grados de agresividad, ya sea hacia el entorno o hacia sí mismos. Thane Sifakis no era de estos. Es más, creo recordar que durante su estancia aquí algunos compañeros comentaban que ayudaba a otros internos, y que sus pronósticos clínicos mejoraron considerablemente sin introducirles cambios en sus tratamientos farmacológicos.
Kanon escuchaba atentamente, asumiendo como veraces las apreciaciones de ese hombretón hacia Thane, sobretodo gracias al haber podido establecer esa relación de proximidad y confianza con él que lo llevaba a considerar como un amigo.
- Esto es un hospital de alta seguridad, casi comparable a una cárcel…- dijo Kanon, cambiando el tercio de la conversación.
- Exacto.
- ¿Cómo puede escaparse alguien de aquí? – inquirió, olvidándose de las cartas que le habían conducido hacia allí para ceder a su curiosidad más básica.- ¿Se fugó sin más? ¿Sin dejar rastro? ¿Sin forzar alguna salida? Porque no creo que salir de aquí sin permiso sea tarea fácil…
Aldebarán inspiró hondo mientras su mirada se dirigía hacia el archivo de sus memorias.
- Recuerdo que hubo una investigación policial, pero todo se quedó en hipótesis. La más plausible, a mi parecer – remarcó -, fue que alguien de dentro le ayudó. Porque si no, no me lo explico tampoco.
- ¿Y quién pudo haber sido? ¿Te viene a la mente algún compañero que tuviera una buena relación con él? …
Aldebarán cerró la boca en una mueca pensativa y alzó las cejas en el momento en que volvía a inspirar, cruzándose de brazos.- No sabría decirte…Repito que yo estaba destinado en el pabellón contiguo, no me cruzaba mucho con los compañeros que trabajaban en el ala donde estaba Sifakis. Podría ser, no te lo niego…Sí sé y recuerdo que su condición de "médium" atraía mucho la atención, tanto de los propios internos como de colegas de profesión, e incluso alguna vez se hablaba de él en el comedor privado donde nos reunimos en nuestros momentos de descanso. Pero insisto, Sifakis no daba problemas de ningún tipo, por lo que su fuga tomó a todo el mundo desprevenido…
- ¿Por qué?
- Pues porque parecía ser un hombre que aceptaba su estancia aquí. No daba indicios ni de querer suicidarse ni de preparar ninguna fuga. Acataba las normas, los horarios, la medicación, las terapias individuales y grupales. Era un interno…modélico. Sí, modélico. Esta sería la palabra que le definiría.
Nada de lo que Aldebarán comentaba extrañaba a Kanon, y llegados a ese punto se hizo con la mochila para exponer sobre la mesa las cartas recibidas por su padre.
- Para ponerte en contexto rápidamente – dijo Kanon, extendiendo los papeles para que el enfermero jefe los pudiera apreciar sin problema – el fiscal que consiguió que Thane se pasara aquí dentro veinte años fue mi padre. Aspros Samaras se llamaba, no sé si te suena el nombre…- Aldebarán negó con la cabeza encogiéndose de hombros a modo de disculpa – No importa. La cuestión es que alguien que al parecer trabajaba aquí cuando Thane fue internado comenzó a enviar estas misivas a mi padre, alertándole del error que había cometido al condenar, según el punto de vista del ejecutor de estos mensajes, a un hombre en sus plenos cabales mentales.- Kanon posó ambas manos sobre los papeles para acercarlos más hacia Aldebarán, que aceptó la invitación a inspeccionar por sí mismo esos textos escritos con Word e impresos en papel común. El enfermero se acercó más a la mesa y los leyó con rapidez.- ¿Tienes idea de quién pudo haberlos escrito?
- Sinceramente…no. Lo siento.- Se lamentó Aldebarán, apoyando la espalda otra vez contra el respaldo de la silla.
- Lo suponía…- Kanon inspiró a la vez que amontonaba las cartas y las colocaba bien para volver a meterlas en su mochila.- ¿Puedo pedirte algo más? – preguntó, una vez hubo cerrado la cremallera.
- Claro.
- ¿Tenéis algún registro, archivo o documentación gráfica, tipo fotos y demás, de todas las personas que han ido trabajando aquí?
- Uf…eso es algo que tendrías que tramitar con dirección. Lo único que te puedo ofrecer sin tener que pasar por la lenta burocracia es la biblioteca. Ahí están los anuarios del hospital, que no son otra cosa que revistas donde se recopilan las actividades lúdicas que se realizan a lo largo del año. Son exclusivas para los familiares, puesto que contienen fotografías de algunos pacientes, y guardamos un ejemplar por año en la biblioteca. Si quieres, te acompaño y te dejo ahí un rato. Se acerca la hora de la medicación y debo estar presente en la farmacia para supervisar que cada interno vaya a recibir correctamente sus prescripciones.- Propuso Aldebarán, echando una rápida ojeada al reloj digital que cercaba su ancha muñeca.
- Cojonudo, tiempo tengo de sobras.- Le sonrió Kanon, mentalizándose por dentro que ese día debía ser su día para demostrar a Saga cuán aplicado podía llegar a ser si se lo proponía en serio.
El primero en salir de la sala fue el enfermero, seguido de cerca de Kanon, a quien le abofeteó el aroma a desinfectante que se esparcía por esos dominios donde ya se movían los internos.
- Te consejo que no mires a ningún paciente directamente a los ojos. Algunos de ellos se alteran cuando se ven observados por desconocidos. Es duro decirlo así, pero ignórales en la medida de lo posible.
- Oído.- Dijo Kanon, viéndose forzado a aligerar su paso si no quería perder el ritmo que marcaban las amplias zancadas del enfermero.
Al parecer tenían que cruzar esa gran sala en la cual se divisaba una televisión anclada en lo alto de la pared más alejada. Frente a ella había varias sillas, una de ellas ocupada, y en la pantalla Kanon pudo avistar la inconfundible figura de su hermano. Sus ojos se movieron articulados por voluntad propia hacia un reloj que adornaba la pared del otro lado del ángulo y vio que las manijas marcaban los alrededores de las once. La segunda jornada del juicio ya estaba en marcha y cuando su presencia llamó la atención del único espectador de la retransmisión en directo, la mirada del interno se ensanchó ante una ilusión que le hizo volver la mirada a la pantalla y otra vez hacia él, así sucesivamente y a cada segundo con más rapidez hasta que sus labios comenzaron a balbucear palabras ininteligibles y una de las manos se alzó para comenzar a golpearse la cabeza.
Un par de enfermeras corrieron hacia él para tratar de calmarle y evitar que se autolesionara con los golpes. Aldebarán detuvo su camino para acercarse también hacia el interno en pleno inicio de crisis psicótica y Kanon se vio empujado a agarrarle del brazo para detenerle y excusarse como pudo ante ese episodio del que se presentía instigador involuntario.
- Aldebarán, está viendo a mi hermano en la tele…Dile que somos gemelos…que…que somos iguales – aceptó apretando los dientes –, que no alucina...que…que no se pegue, joder…
Aldebarán se apresuró hacia la televisión y la apagó. Luego se unió a las dos enfermeras para ayudarlas a tener ese derroche de agresividad y cuando lo tuvieron calmado, Kanon vio cómo el jefe de enfermería se agachaba ante él, tomándole de las manos mientras se las acariciaba con ternura e intentaba hacerle entender la información que le había ofrecido el gemelo.
Algo más les ordenó a las enfermeras cuando se alzó ante el paciente aún disperso, porque una de ellas se sentó a su lado y le invitó a seguir mirando la televisión, aunque en esta ocasión Aldebarán eligió un canal donde emitían dibujos animados. La otra se dirigió hacia otra sala que abrió con una tarjeta magnética, similar a la que Aldebarán lucía colgada del cuello, y salió con dos vasitos de plástico en sus manos, uno con agua y otro con algún fármaco que contribuiría a calmar el estado ansioso en el que había entrado el interno.
Cuando Aldebarán alcanzó la posición de Kanon, le posó una mano en la espalda y le instó a que reanudara el camino con rapidez.
- Joder, lo lamento…En serio que yo no quería que_
- No te preocupes. Son escenas que a veces suceden, no le des más vueltas. Eso sí, apresurémonos a llegar a la biblioteca y evitemos cruzarnos con más internos.
Kanon obedeció sin ningún atisbo de queja y al llegar a la ansiada biblioteca se vio rodeado por una sobrecogedora soledad. La luz natural que supuestamente debía colarse por las ventanas superiores estaba codificada por la sombra que proyectaban los barrotes que las protegían, y la luz artificial no se hallaba gozando de las bombillas de mejor calidad.
- Es un lugar un poco lóbrego, pero la realidad es que casi nadie entra aquí…- se excusó Aldebarán.- Los anuarios están ahí. Siéntete libre de estudiar los que quieras, y espero que me comprendas lo que te voy a decir ahora mismo: voy a cerrar con llave para protegerte a ti y a los pacientes curiosos. Cuando quieras salir llámame a este número.- Aldebarán tomó un bolígrafo de los que llevaba asidos al bolsillo superior de su camisa azul y agarró un panfleto propagandístico del hospital que había sobre una de las mesas. Ahí anotó su teléfono personal y tendió el papel a Kanon.- Tienes máquinas con snaks, cafés y bebidas frías y un wc al fondo. Cualquier cosa que desees seguir comentando mi turno acaba a las dos del mediodía.
Kanon apenas tuvo tiempo de procesar toda esa retahíla informativa que se halló cerrado a cal y canto, sin poderse saciar las ansias de fumar que le ocasionaba el simple hecho de sentirse vetado de hacerlo y con un incordiante fluorescente parpadeante obligándole a elegir el rincón más apartado de toda la solitaria sala.
- Hay que joderse…- el paquete de tabaco que se había guardado en el bolsillo de los vaqueros lo metió con rabia dentro de la mochila, y después de removerle todo el fondo extrajo uno de chicles, del cual agarró dos y se los metió juntos a la boca.- A ver qué encentro por aquí…- Murmuró con la voz deformada por la rápida dedicación a conseguir una perfumada amalgama de chicle.
Sus rápidos cálculos mentales le transportaron al año 1995; la revistas elegidas se movían entre el 1993 y el 1998, y al abrir una por una página al azar vio una fotografía donde aparecían todo el equipo médico, de enfermería y de mantenimiento del hospital. Al pie de foto se leían los nombres de los protagonistas, pudiendo identificar sin problema la imagen de Aldebarán y su correspondiente inicial de nombre y apellido completo, leyéndose "A. Horne". A su alrededor había unas cien personas más, cada una con su correspondiente identidad escrita bajo la imagen.
Cien personas más con sus correspondientes rostros.
Con sus correspondientes miradas.
Con sus correspondientes sonrisas.
O la falta de ellas.
Un chico le llamó la atención. Joven. En la hilera de los agachados. Cabello corto. Negro. Con un mechón blanquecino naciéndole al costado de la frente. Serio. El único sin nombre, puesto que un mote parecía ser su seña identificativa.
Kanon hurgó otra vez en la mochila hasta dar con una libreta bastante manoseada y un bolígrafo Vic con el tapón remordido, anotando rápidamente esas letras que le convertían en alguien.
"GARBY"
Con el móvil sacó una foto de la foto y siguió buscando a ese muchacho en otras imágenes.
- Aldebarán…creo que me invitarás a comer cuando acabes el turno…- susurró, rascándose el cogote con el extremo del boli – este tío…algo me dice que este tío nos tiene que contar algo…
