46. Suerte de tenerte a ti

Hospital privado de Atenas

─Llevan horas sin decirnos nada...

Ingrid volvió a restregarse la nariz con el fino pañuelo de tela que tenía arrugado en su mano. Su cabeza reposaba contra el hombro de Balrog y este estrechó más el abrazo que les mantenía juntos, depositando un suave beso sobre los cabellos de su esposa.

─Ten paciencia, Ingrid. Deben querer asegurarse bien antes de compartirnos el diagnóstico.

─Si tan solo hubiese estado más pendiente de ella...Me hubiera dando cuenta antes...No soy una buena hija, Lewis...

El llanto volvió a romper la frágil compostura con la que Ingrid trataba de mantenerse firme y sobria. El puño con el pañuelo regresó a su rostro y la necesidad de sentir amparo le empujó a abrazarse al torso de su marido, ahogando la llorera contra su pecho al tiempo que se sentía rodeada y arropada por los brazos de Balrog.

─Angela está paralizada casi de cuerpo entero. Por desgracia las complicaciones respiratorias pueden ser frecuentes. No te culpes por ello...

─Claro que me culpo...─sollozó ella, liberando algunos de los sentimientos que le embargaban el alma ─ Me culpo porque no le tengo paciencia, porque desde que el ictus la dejó parapléjica no sé cómo relacionarme con ella, cómo tratarla, qué contarle...Me...me duele mucho verla de esa manera y...y suerte que te tengo a ti, porque ella te adora...te ama desde el día en que te conoció...¿te acuerdas, Lewis?

Lune no rompió el abrazo. Se afianzó un poco más al cuerpo de su esposa y se mantuvo en respetuoso silencio mientras Ingrid se permitía el derecho a expresar todo el dolor que tozudamente se negaba. Incluso sonrió, y lo hizo cuando las últimas palabras de su esposa le desempolvaron un recuerdo muy lejano donde ambos regresaban a casa de madrugada.

Una densa nevada, la primera de ese tempranero invierno, teñía las calles de blanco, pero el alcohol que fluía por sus venas les escudaba del frío. Y de la vergüenza al ser descubiertos besándose con descaro en el portal del edificio donde vivía Ingrid. La joven no recordaba que ese domingo su madre trabajaba en turno de mañana; Lewis hacía días que se moría de ganas de conocer el sabor de esos labios que se le ofrecían sin reservas, e Ingrid se había cansado de hacerse la chica difícil con la escenificación de en un estúpido boicot hacia los deseos que ella misma llevaba semanas incubando.

La apertura de la puerta de acceso al bloque casi ocasionó que su engarzamiento de pasiones se fuera de bruces al suelo. Ingrid se apresuró a recolocarse el jersey de lana bajo el cual la mano de Lewis se había atrevido a buscar algún pecho y él se apartó de un brinco, restregándose la manga del anorak por los labios inflamados de tanto uso.

"─¡Mamá! ¿Qué...qué haces aquí?

─Ir al trabajo, cariño. Hoy me toca guardia ─dijo Angela, mirándose a Lewis de arriba abajo, frunciendo el ceño ─. ¿Y tú eres...?

─Le_

─Lewis, mamá. Es...Lewis. El chico del que te hablé...¿recuerdas? ─ se adelantó ella, carraspeando a la vez que sus dedos jugaban a enredarse entre el cabello que nacía en la nuca.

─Aaahhh...sí...─ respondió Angela con retintín, divirtiéndose con su papel de madre ofendida ─ el futuro enfermero...

─Eh...sí, sí...espero...

─Ingrid me había contado que un amigo suyo empezaría las prácticas de enfermería en el hospital donde yo trabajo─ se explicó Angela, mirando primero a Lewis para acto seguido, fijarse en su hija ─ pero no me había dicho que se trataba de su novio...

─¡No somos novios, mamá! ─se molestó la muchacha.

─Ingrid...─ musitó él mirándosela con las cejas enarcadas, evidenciando lo inexcusable ─, nos ha visto...

─La nieve arrecia, chicos...¿os pensáis quedar en la calle o preferís seguir con lo vuestro arriba? Yo hasta las dos del mediodía no termino el turno.

─¡Mamá!

─Mejor en casa que en la calle, hija.

Angela besó la ruborizada mejilla de Ingrid y dio unos cariñosos besos de saludo a Lewis, susurrándole las advertencias que toda madre se sentía obligada a dar.

─Cuídamela, jovencito, porque te estaré vigilando en el hospital...No soy más que la administrativa de urgencias, pero no se me escapa nada. Nada de nada."

─ Tu madre te adora, Ingrid...─ Lune estaba completamente sumergido en su vertiente más humana, detalle que le empujó a besar de nuevo los cabellos de su esposa, acurrucada contra su pecho ─ Y sé que tú le amas con locura. Solo que estáis en un momento que no congeniáis. Te lo he dicho muchas veces: tu madre no es el ictus que la paralizó, sino la mujer peleona que te convirtió a ti en otra mujer maravillosa. Su mente está intacta.

─Lo estaba. Quizás ahora ya no sea así...

Ingrid se sentía incapaz de luchar contra ese sentimiento de culpa que la mantenía abrazada al llanto y Lune desistió el intento de racionalizar la situación, limitándose a estrechar un poco más el cerco de sus brazos alrededor del alma devastada de su esposa.

─¿Familiares de Angela Larsen?

La aturdida consciencia de Ingrid se activó de golpe. Habían estado esperando que apareciera algún médico por la puerta a través de la cual ingresaron a Angela, no por otra zona de acceso más lejana y solitaria, razón por la que la voz reclamando su presencia les tomó desprevenidos.

─¡Sí, aquí! ─ Ingrid se apresuró hacia el médico, seguida de Balrog ─ Soy su hija...─ anunció, con voz trémula ─ ¿Cómo está?

Sus manos, desprovistas de ancla, volvían a estrujarse entre ellas como sucedía siempre que los nervios hacían mella en ella, y Lune alzó su mano para detener ese maltrato y tomar una de ellas entre su firme calidez.

El médico exhaló un suspiro que ninguno de los supo cómo interpretar.

─ No se ande con rodeos, por favor ─ Lune rompió el tenso silencio que envolvía a los tres, ofreciéndole al doctor una libertad inusual ─. Estamos al corriente de su situación médica y somos conscientes de las complicaciones que puede haber ─ Su innato temple acompañó esas palabras y el médico viró la mirada hacia él, asintiendo.

─El cerebro no está dañado ─ informó, a modo de introducción ─. Debo decir que la persona que le ha desobstruido las vías respiratorias de la acumulación de mucosa sabía lo que hacía; si se hubiese esperado a la llegada de la ambulancia, ahora estaríamos hablando de un desenlace muy distinto.

─Ha sido él. Mi marido. Es enfermero...

Ingrid respiró con repentino alivio. Incluso se le iluminó la mirada al confirmar que la falta de oxígeno no había afectado el cerebro, pero Lune intuía que tras esa medida pausa en las explicaciones médicas se escondía algo más serio y difícil de plantear.

─Si no llega a ser por usted es probable que Angela hubiese fallecido ─ confirmó el médico.

Balrog asintió en silencio. Su mano seguía sujetando con firmeza los nervios que asaltaban a Ingrid, esperando la revelación del diagnóstico definitivo. Un diagnóstico que demoraba demasiado en llegar.

─¿Pero? ─ insistió, observando al facultativo con frialdad ─. Siempre existe un "pero" tras una introducción positiva.

El doctor exhaló un largo suspiro y sus siguientes palabas dieron la razón a Lune.

─ Los pulmones sufren una atelectasia severa.

Ingrid se miró a Balrog. Le interrogó con el miedo asomándose por sus ojos y Lune tragó saliva antes de ladear el rostro, conectar sus miradas y responder con la mayor claridad posible.

─ El no poder respirar con el ritmo y la fuerza adecuada ha ocasionado que el tejido pulmonar se haya encogido. La inmovilización de su cuerpo le ha debilitado la musculatura torácica, la circulación de oxígeno es menor de la habitual y el tejido pulmonar se va "resecando" y perdiendo capacidad para repartir el oxígeno correctamente.

La mirada de Ingrid volvió a licuarse, y la esperanza se adelantó a la razón.

─¿Pero es reversible? ¿Puede curarse?

─En pacientes con movilidad es una afección que se puede superar; en personas como tu madre, paralizadas de cuerpo entero, es mucho más complicado de tratar, Ingrid...

Un carraspeo por parte del médico llamó sutilmente la atención de Ingrid y, sin desacreditar ninguna de las explicaciones ofrecidas por Lune, se vio en la tesitura de ampliarlas un poco más.

─ Uno de los problemas derivados de la atelectasia es la acumulación de mucosas en el tejido pulmonar y la infección. Ahora Angela está conectada a un respirador y la hemos comenzado a tratar con antibióticos de amplio espectro. Debemos esperar unas cuarenta y ocho horas antes de poder proceder a una nueva valoración de su estado. De momento queda ingresada en la UCI.

─¿Puedo verla? ─ preguntó Ingrid, luchando para sobreponerse a la situación.

─Cinco minutos. Diez a lo sumo. Acompáñeme.

Lune esperó a que Ingrid y el doctor desaparecieran por la misma puerta que habían emergido las noticias y, cuando estuvo a solas, consultó el reloj que tenía guardado en los pantalones de grises de chándal: 04:13 de la madrugada.

El agotamiento que también experimentaba por fin se vio libre de manifestarse, y Balrog buscó tomar asiento en la misma silla que había estado ocupando durante las angustiosas horas de espera.

Clavó ambos codos sobre los muslos y se sujetó la incipiente migraña entre sus manos. Demasiados pensamientos corrían junto al cansancio acumulado durante un día eterno, y no hallaba luz en ninguno de ellos: sus hijos adolescentes se hallaban solos en casa, Ingrid estaba sobrepasada por el temor y los sentimientos de culpa que siempre emergen cuando menos se los necesita y, en menos de seis horas, se reanudaba una nueva jornada de juicio imposible de eludir.

Muchos frentes abiertos.

Demasiados para plantarles cara dignamente sin un necesario y merecido descanso.

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Alrededor de las 8 de la mañana.

En una cafetería cercana a los Juzgados...

─No Saga. Me niego.

─Por favor, DM...necesito que me ayudes con esto...

─¡Joder! Que te digo que no. Te lo advertí: no quiero volver a ser el DM de antes.

─No se trata de nada ilegal...─ susurró Saga, aún con esperanzas ─. Solo es cuestión de investigarle un poco, nada más...

─ ¡Que no! ¡Niente! ─ DeathMask apuró el café solo de un trago y sacó a relucir su arrugado paquete de tabaco negro, extrayendo un pitillo que prendió en seguida ─. Voy a ser padre. Helena ha vuelto conmigo. Estoy construyendo una familia que hace apenas unos meses no podía ni soñarla ─ dijo, exhalando el humo hacia el espacio abierto que les ofrecía esa pequeña terraza interna ─. No Saga. No, no y no. Búscate a otro.

Saga se recostó contra la silla, resoplando. Jamás había pensado que DeathMask pudiera llegar a ser tan tozudo, aunque lo cierto era que él no podía exigirle el favor.

─Necesito conseguir información sobre Balrog...─musitó, esbozando una fingida mueca de pena que no triunfó.

─Pues apáñatelas, Saga. Pero no cuentes conmigo ─ DM aspiró una nueva calada y al visionar la entrada de la cafetería, se le ocurrió la solución más rápida y sencilla ─ Que lo haga él. Tu fotocopia ─ señaló con un leve alzamiento de mentón hacia el recién entrado ─. Así le mantienes entretenido.

Saga se giró y vio cómo Kanon pedía algo a la barra y miraba de un lado hacia otro, buscándolos sin ubicarlos. Alzó el brazo para llamarle la atención y al comprobar el despiste que su hermano llevaba consigo, no le quedó otra que vociferar su nombre.

Finalmente Kanon aterrizó en el plano, señalando a la camarera cuál sería el destino de su café doble y del croissant de chocolate que lo acompañaba.

─¿No os podías esconder más? ─ esgrimió a modo de saludo ─. No solo elegís este antro de mala muerte en el callejón de los meados que encima os vais al fondo de todo.

─No te quejes tanto que he convencido a tu hermano de sentarnos en la terraza para poder fumar.

─Al lado de los wc...─ gruñó Saga ─. Un emplazamiento divino, DM...

─¿Y qué coño quieres que haga? Haber elegido tú una cafetería con una terraza más digna.

Kanon también se hizo con uno de sus cigarrillos. Encontraba de mala educación dejar sin compañía a DeathMask en una liturgia tan sagrada de todo fumador empedernido. Nada como estrenar el día con un café bien cargado y el humo de rigor.

Saga atizó el aire que se condensaba justo delante de él, amenazándole con envolverle y neutralizar el agradable perfume que emanaba de su ropa, pero ni Kanon ni DeathMask decidieron darse por eludidos.

─Has visto todo lo que te he mandado, ¿no? ─ preguntó, mirándose a su gemelo con los ojos achicados por la bofetada de humo nicotinoso.

─Aquí hay algo, Saga...─ Kanon se aparató de la mesa para dejar paso a la llegada de su desayuno, y sin apagar o darse tiempo a extinguir su cigarrillo, tomó el croissant y le mordió un cuerno ─. Este tío está jugando con nosotros. Y lo hace con todas las barajas de cartas que tienen en sus manos: la francesa, la española y hasta la del jodido UNO.

─Razón por la que creo conveniente investigarlo...─ apuntó Saga.

─Pues cojonudo ─. Kanon se miró a DeathMask, dando por sentado que sería el exinspector italiano quien llevara a cabo dicho cometido.

─Ya le he dicho a Saga que yo no me meto ─ se reafirmó DM.

─Venga, DM...si a ti te molan estas movidas...

─ No Kanon. Hazlo tú. Curra un poco.

─¡Hay que joderse! ¿serás cabrón? ¡Como si no estuviera currando nada!

─Él no puede ser, DM...─ Saga intervino para aportar algo de razón antes que la conversación se fuera al traste ─ Si está actuando como asistente externo de la fiscalía y siempre está ausente...es un poco...extraño. Puede levantar sospechas. Este juicio está muy mediatizado y, nos guste o no, estamos siendo analizados constantemente, tanto por los medios de comunicación como por los espectadores que lo siguen.

─Pues yo no lo voy a hacer. Habla con Camus.

─¡¿Con Camus?! ─ exclamó Kanon ─. Ni de coña. A ese sí que no le van estas movidas un tanto...digamos...excitantes. Es un soso de cuidado.

─Pues ya me dirás, Kanon. Piensa tú en alguien que nos pueda ayudar y que sea de confianza, porque yo ya no sé a quien recurrir.

Kanon inspiró una nueva calada. Pensó con la mirada vertida sobre la mesa y exhaló con larga calma. Y siguió pensando mientras tomaba el croissant y le mordía el otro cuerno.

─¡Lo tengo! ─ exclamó de sopetón, dibujando esa media sonrisa que tan bien le sentaba.

─Qué miedo me das...─ susurró Saga, temiéndose cualquier cosa descabellada.

DeathMask se rio con ganas, y apoyó la mano sobre el hombro de Kanon.─ Sorpréndenos. Muero de ganas de escuchar tu idea...

─ No sé si es de fiar...pero...

─ Kanon ─ se asustó Saga, dejando de lado cualquier atisbo de broma ─. Estamos frente a un cometido que no es muy limpio. No debemos correr ningún riesgo...

─Creo que puedo conseguir que lo sea. Todo es tan sencillo como pedir si tú también tienes algo que ofrecer. Algo suculento e irrechazable...

─De verdad, hermano...Ya me estoy arrepintiendo de seguir adelante con esto y aún no sé a quién tienes en mente...

─Tranquilo Saga, que no voy a ofrecer tu cuerpo para pasar una noche de locura, para eso me ofrezco yo, que salvaría el papel mejor que tú ─. Dijo, riéndose por la palidez que esa incertidumbre estaba esparciendo por el rostro del Fiscal.

─¡Por favor, Kanon! ¡Céntrate de una vez!

─Tranquilo, Saga. Déjame hacer...─ ahí Kanon también recuperó la seriedad ─. ¿O acaso te estoy fallando estos días? Confía en mí, hermanito...─ un desmedido pellizco en la mejilla de Saga consiguió que este repeliera la mano de Kanon de un empellón, pero sonriendo.

Levemente.

Con cautela.

─Que no se te vaya de las manos, Kanon...Hay mucho en juego...

─Lo sé.

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Zona destinada al aparcamiento de la prensa

Un MINI Coupé celeste con dos franjas blancas se estacionó en la plaza que su acreditación como periodista le facilitaba.

Afrodita emergió del coche cargando con su mochila bandolera colgada de un hombro, el ordenador portátil del otro y la chaqueta sujetada a duras penas.

Las llaves del coche se le precipitaron al suelo y al intentar agacharse para recogerlas se le cayó el abrigo.

─Mierda...

El joven reportero sueco enderezó su cuerpo y se concentró en cruzarse por el pecho la correa de la mochila. Luego se afianzó bien al maletín donde transportaba el portátil y sujetó la chaqueta bajo el otro brazo mientras sus dedos luchaban para dar con la tecla de cerrado del coche, el cual todavía tenía la puerta abierta.

Abierta y encallada.

Quiso cerrarla de un golpe, sin mirarla siquiera, pero algo se lo impidió.

Más concretamente, los brazos de Kanon cruzados y apoyados en la parte superior y su pícara sonrisa avasallándole sin compasión.

─Pero...¿qué narices? ¿qué haces tú aquí?

─Buenos días, Afrodita...Te invito a un café. Y no me vas a decir que no.