53. Lo bonito que pudo ser

Mismo día por la tarde. Prisión de Korydallos.

─Phansy, no tienes ninguna obligación de hacerlo.

Shura no aprobaba la decisión de la joven psicóloga. Tampoco la comprendía. Además, la misiva del abogado defensor simplemente exponía los deseos de un preso, y en ningún momento se sugería siquiera la necesidad de satisfacerlos. «Es mi deber informarle que el señor Hyppolitos Sifakis desea mantener una entrevista con la señorita Melnik. Su ubicación se encuentra en el ala oeste, sección C».

Hypnos únicamente pasó una noche en la sección B, la destinada a los presos comunes. Debido al aperitivo de apuestas, promesas de cariño, piropos altamente inflamables y la gran dificultad que tuvieron los funcionarios nocturnos para devolver el orden donde había resarcido el caos, el alcaide decretó el traslado hacia el ala de alta seguridad, manteniéndole acompañado por un preso de confianza cuya característica más visible era, literalmente, la falta de lengua; la otra extensión amputada de su cuerpo era ocultada por los calzoncillos y las razones de ello se leían en el preventivo asilamiento que también sufría.

─Debo ser valiente…─su dorada mirada viró hacia el funcionario que custodiaba el acceso, quien lucía unas pequeñas gafas desafiando el precipicio de la nariz ─. Aquí no puede hacerme daño, ni siquiera puede tocarme…

Shura le agarró de los brazos, obligándole a mirarlo de frente.

─No necesita tocarte para herirte. Y tú no necesitas demostrarle nada a nadie.

─A mí misma, Shura…─musitó la hermosa muchacha, con los ojos de nuevo llorosos y la voz empequeñecida─. Sé que si no me enfrento a él jamás conseguiré liberarme de su influjo, que siempre tendré su voz susurrándome al oído…─al inconsciente encogimiento de hombros le secundó el descenso de una lágrima ─. Lo intenté en el juicio y no pude…No me ayudes a rendirme, por favor…

Shura aflojó el agarré y soltó un golpe de respiración por la nariz.

─Está bien. Pero recuerda que tú decides hasta dónde quieres llegar, Phansy. Tú, no él.

Al notar la aproximación, el funcionario dejó las gafas colgando sobre su pecho, apartó el cuaderno de sudokus y procedió al chequeo de identidad para tramitar el paso de visitante. A su voluntad se abrió la primera de las tres rejas que Phansy debería cruzar. La mirada con la que la joven se desprendió de la protección de Shura hizo que él se abrazara al abrigo y bolso que tenía en custodia. El leve asentimiento con el que el abogado le respondió logró esbozarle una tímida sonrisa y después de inspirada la primera bocanada de valor, Phansy desapareció de su vista.

###

─Tú, pintamonas, tienes visita.

Hypnos dejó el carboncillo al costado del dibujo e inspiró profundamente, cerrando los ojos y balbuceando para sí unos vocablos que nadie alcanzó a comprender.

El compañero de celda bajó de la litera y se postró al extremo opuesto de la sala con las piernas separadas y las manos contra la pared, e Hypnos se posicionó delante de la puerta con las manos en la espalda. Cuando el cuadro estuvo asentado, el funcionario que no había hablado abrió la celda y el que llevaba la voz cantante se apresuró a esposar al artista.

─¿Puedo saber quién viene a visitarme? ─preguntó cuando fue invitado de malas maneras a salir del cubículo.

─Una niñita muy bien hecha, pero no solicita una vis a vis…qué lástima ¿verdad? ─le chinchó el hombre, el cual rondaba los cincuenta.

─Tío, cállate ─masculló el otro.

─Así que no te empalmes, que luego te la tendrás que pajear solito con el «sin lengua» mirándote…

Las risas del funcionario reverberaban en las paredes de los pasillos color sepia, su acompañante se mantenía ajeno a la provocación e Hyppolitos avanzaba tratando de hacer oídos sordos a esa colección de insultos que empezaban a ser un detalle común más en sus días de recluso.

─Que lo dejes, no merece la pena ─insistió el compañero.

─Pero, oye…que la que te está esperando es tu hija…la vi en el juicio…¿en serio te la cepillabas de cría, puto cerdo asqueroso de mierda? ─Hyppolitos cerró los ojos y apretó los dientes. No podía hacer otra cosa que aguantar lo que fuese que todo aquel que se cruzase con él quisiera escupirle, pero con lo que no contó fue con encontrarse los genitales estrujados a más no poder y el aliento rancio del tipo golpeándole el rostro ─. Te juro que te capaba aquí mismo…¿me oyes? ...te cortaba la polla, la freía en aceite hirviendo y te la hacía tragar entera…

Hypnos se medio encogió para ser capaz de soportar el dolor, siendo el otro empleado el que tuvo que sacarle al compañero de encima y poner orden al trayecto.

─¡Si no puedes lidiar con esto pídete reubicación de ala! ¡No podemos tocar a los reclusos sin motivo que lo justifique! ¡El preso 28.531 está teniendo un comportamiento ejemplar! ¡Tendré que reportar tu actitud, compañero!

Al escuchar los gritos aparecieron dos funcionarios más e Hyppolitos fue cambiado de manos. El intenso dolor seguía adherido a su entrepierna, pero no dio muestras de ello. Se focalizó en la incipiente visión de Phansy ante él y exhaló un largo suspiro con el que trató de ralentizar el latir de su corazón.

###

A Phansy se le cortó la respiración cuando le vio aparecer. El afán por enfrentar sus miedos le hizo elegir la sala de visitas comunitaria en lugar de los locutorios separados por un cristal, pero avistarle entrar por la puerta, luciendo el chándal gris claro que vestían todos los reclusos con ese porte altivo tan suyo, consiguió que una ráfaga de pánico le peinara el coraje y amenazara con arrebatárselo de un soplo.

El funcionario que había tomado el relevo le acompañó a la mesa asignada, le esposó las manos por delante y se apartó un par de metros, los suficientes para controlar la conversación y garantizar que se cumpliera la primera de muchas normas: el no contacto.

─Te llegó el mensaje de mi abogado…─dijo Hypnos, mostrando un rostro sin máscara─. Estoy muy feliz que hayas accedido a visitarme, mi pe_

─No ─Phansy mordió esa negación vestida de orden y se humedeció los labios en un vano intento de suavizar la sequedad de su boca ─. No me llames «pequeña». Ni «cielo». Ni «mi amor». Ni mucho menos «mi niña». Según tu abogado soy una puta resentida escenificando una pataleta ridícula porque no puedo sacar más provecho de la enorme generosidad que posees, y esta puta tiene un nombre. Un nombre que eligió su madre, y que es mucho más valioso que todo el dinero con el que has pretendido ocultar las consecuencias de tu pedofilia y efebofilia.

─¿Está hablando la psicóloga o lo hace mi hija? ─contraatacó él, aún sin alzar ni pizca la voz.

─¿Ahora soy tu hija? ¿Aquí? ¿Dónde los oídos de los que nos rodean no cuentan?

Hypnos la miró fijamente, en silencio. Dejó que pasara un segundo, dos, tres…los suficientes para ver cómo los dorados ojos de Phansy se iban diluyendo, convirtiéndose en el primer bastión caído de su reestructurado valor. Quiso romper la conexión de sus miradas. Necesitó bajarse del filo de ese abismo por el que siempre había andado de puntillas, a riesgos de partirse si dejaba caer el peso de sus culpas sobre la planta de los pies…pero no lo hizo. Se sostuvo ahí, con el corazón encogido y los pulmones respirando sin ser vistos, las lágrimas resbalando por sus mejillas apagadas y la mucosidad tentándole los labios.

─¿Por qué no me mataste? ─preguntó Hypnos, dejando escapar una duda que incluso parecía limpia ─. Pudiste, Phansy…Y no lo hiciste. ¿Por qué?

Ella se encogió de hombros. Por primera vez desde que se hallaban cara a cara ladeó el rostro y se lo limpió con el extremo de la manga. Los largos bucles de cabello dorado contribuían a proteger sus rasgos de la inspección directa, y cuando se supo con una nueva oleada de valor los apartó de una sacudida.

─Eres mi padre…─su voz falló. La mirada se volvió a inundar y tratar de añadir algo más ya fue imposible. Los brazos rodearon su propio torso y cruzó las piernas en un intento de replegarse sobre sí misma ─.Quise…te juro que quise hacerlo…─agregó, tragando aridez─, pero no pude… No…no pude hacerte daño…

Hypnos selló los labios y pasó saliva, apretando la quijada. Un extraño dolor comenzaba a nacerle en el mismo centro de su pecho y atestiguar la desnuda desolación de Phansy le hizo viajar a un pasado que se desdibujaba mucho en su mente perturbada.

─Yo jamás pretendí hacerte daño, Phansy…Yo solo quería demostrarte mi amor…

Phansy cerró los ojos con fuerza, permitiendo que las lágrimas siguieran fluyendo al tiempo que se cubría los labios con el puño de su jersey.

─«Tu amor»…─repitió ella, con ironía─. ¿Sabes que mis primeros recuerdos contigo son buenos? ¿Que me gustaba cuando llegaban los fines de semana que podía venir a tu enorme mansión? ¿Los helados que me comprabas? ¿Las muñecas nuevas que en cada visita encontraba en mi cama? ─Hypnos pasó saliva sin decir nada, observándola detenidamente, y Phansy se tomó unos segundos de pausa antes de proseguir con esa extraña catarsis que pugnaba por salir─. Me gustaba el olor de pintura que me abrazaba al llegar. Me acuerdo que me hipnotizaba verte pintar tus obras, sabiendo que ese era «nuestro secreto», que solo yo podía verlas antes que las presentaras a un mundo que ya te veneraba…Me hacía sentir importante…─Phansy ladeó el rostro y se restregó una nueva lágrima que caía por su mejilla, aunque su voz había conseguido asentarse en un tono suave y seguro─. Podría haber sido bonito, papá…Mi infancia podría ser recordada incluso como feliz, pero «nuestro secreto» comenzó a mutar cuando tus manos decidían dejar el pincel y rozar mis piernas. Cuando me tomabas de las manos y en vez de ofrecerles un helado, las guiabas a tocar tu cuerpo. «Este es otro secreto, si lo guardas bien la próxima semana te llevaré al parque de atracciones»…Me colmabas de palabras bonitas. De juguetes que no necesitaba. De vestidos que no podía ponerme fuera de tu casa, porque eran solo «para nosotros»…Aún así, a mí me gustaba venir a verte. A pasar los fines de semana contigo, porque asumía que nuestro secreto era un juego que nos unía y fortalecía. Que nos hacía tan cómplices como indestructibles. Hasta que nació Pandora…

Justo en ese punto, el peso de los recuerdos obligó a Hypnos a bajar la mirada por primera vez. Phansy se secó otro par de lágrimas y se sorbió los mocos con aire infantil, envalentonándose en su decisión de posar su mirada sobre él y no vacilar, por mucho que todos sus demonios internos intentaran abrasarle el alma desde dentro.

─Nunca debiste ponerte celosa. Yo seguía colmándote de atenciones…─masticó Hypnos, alzando una mirada que se apreciaba aguada.

─Claro…y qué atenciones…─replicó ella, herida y sarcástica ─. Te volviste repugnante…

─Te gustaba tocarme…─musitó él, esbozando una expresión de compunción en la que no cabía la vergüenza─ y te gustaba que te prestara una atención que no recibías en ningún otro lugar…En esos momentos existíamos únicamente tú y yo, Phansy…Tú y yo…

─Una niña de seis años no necesita tocar la polla erecta de su padre para existir junto a él. Le basta con colorear un cuento mano a mano. Le basta con un paseo al parque. Con ver una película de dibujos echados al sofá. Yo me…─el golpe de llanto que se atascó en su pecho hizo que la voz volviera a debilitarse, pero la mirada, aunque completamente difusa y aguada, seguía fija sobre esos ojos que le habían regalado el color ─ yo me derretía cuando me dejabas tomar un pincel y ensuciar un lienzo junto a ti…Entonces era feliz. No necesitaba más que poder pintar a tu lado y que de tanto en tanto fingieras observar mis creaciones con devoción y me dijeras lo bien que lo hacía y lo maravillosas que quedarían exhibidas al lado de las tuyas en tu próxima exposición. Ese amor quería yo…Ese…y sabías dármelo, papá…sabías hacerlo…Pero lo tuviste que joder…

─No lo entiendes, mi pequeña…─sollozó Hypnos, quien parecía estar sumido en un extraño estado emocional difícil de descifrar.

─Te he dicho que no me llames así, lo detesto...

─Todo lo que he hecho por ti es porque te amo, Phansy…Lo que teníamos era especial, único…fuiste tú quien lo echó todo al traste cuando te negaste a seguir conmigo…

Hyppolitos la miraba incrédulo y Phansy se halló negando con la cabeza repetidas veces mientras la impotencia la invitaba a rendirse.

─Estás enfermo, papá…Siempre lo has estado…

De un arrebato arrastró su silla hacia atrás y se alzó con prisas, llamando la atención del funcionario que custodiaba su entrevista.

─Phansy, no te vayas. Debes comprenderme…Sé que tú puedes hacerlo, mi niña…No me des la espalda ahora después de todo lo que hemos llegado a ser juntos…Eres lo mejor que me ha dado la vida, pequeña…Solo…solo hemos pasado una mala época, eso es todo…pero podemos volver a ser como antes…

─He terminado ─informó Phansy al funcionario.

─Phansy, no…no te vayas aún…─ella emprendió el camino hacia la salida, acompañada por otro celador e Hypnos fue levantado de la silla entre dos para cambiar la ubicación del esposado ─. ¡Phantasos, espera! ¡Vuelve! ¡Regresa! ¡No me ignores, maldita sea! ¡Si has llegado a ser lo que eres es gracias a mí! ¡Eres una puta desagradecida!

Phansy desapareció de la sala abrazándose a sí misma, pensando que fuera la esperaba el corazón más noble y puro que había conocido jamás e Hypnos tuvo que ser sujetado con fuerza por los dos funcionarios.

─Oye, maldito, o te calmas o te calmamos nosotros ─ le advirtió uno de ellos, apretándole con ganas el brazo.

Hyppolitos se contuvo la urgencia que lo conminaba a seguir escupiendo insultos y agachó las orejas. No quería saber lo que era el «agujero»; nadie hablaba maravillas de ese lugar que se asumía oscuro, húmedo y maloliente, por lo que tragarse el orgullo y las palabras era la opción más inteligente si todo lo que deseaba era sentarse ante la pequeña mesa y seguir con su nueva colección de bocetos al carboncillo, los cuales todos mantenían el mismo denominador común: una figura infantil de bellos rasgos, rubio cabello y un frágil cuerpecito cubierto con exquisitos vestidos de verano.

La luz que envolvía a la criatura era siempre diáfana, pero el entorno poseía una atmósfera oscura.

Densa.

Palpable…

Casi tanto como el sufrimiento que yacía agazapado tras esa mirada de ojos transparentes y miedos vetados.