53. No he sabido hacerlo mejor
Apenas hacía unos minutos que Hyppolitos había conseguido conciliar el sueño cuando un terrible estruendo de golpes metálicos le desbocó el corazón. Las luces comenzaron a prenderse por fases y los murmullos de descontento no se hicieron esperar.
A juzgar por los insultos que lanzaban los presos, Hypnos supo que esa situación no era desconocida para ellos y, aunque él todavía no la había experimentado, no le hizo falta pensar en exceso para saber qué era lo que realmente sucedía.
«¡Registro de celdas!» gritó una voz conocida. «¡Todos los putos culos fuera de las camas, las manos en la nuca y de espaldas a la puerta!»
El funcionario más joven de la cuadrilla parecía divertirse arrastrando la porra contra los barrotes de una baranda, golpeándolos con saña cada tanto para acrecentar aún más la excitante tensión que siempre generaban los registros nocturnos. Los otros tres se repartieron por las pasarelas y comenzaron con sus particulares juegos, dándose perversos paseos por delante de las celdas con la única intención de tentar el poco temple de los internos y hallar razones para poder blandir las porras impunemente.
«¡¿A quién lo tocará hoy?!» vociferó el mismo que durante la tarde se había quedado con ganas de incordiar a Hypnos. «Tic, tac, tic, tac, tic, tac...»
«Que descansen...¡las celdas con número par!» exclamó el joven que seguía arramblando la porra por la baranda.
Al exponerse el primer indulto de la madrugada se hicieron audibles algunos murmullos de liberación, contrastando con una nueva oleada de insultos y provocaciones que transpiraban a través de las puertas no premiadas. Hypnos cerró los ojos con fuerza y pasó saliva a duras penas, entrelazándose las manos en la nuca con nervio. Su compañero lloriqueaba con la cabeza hundida sobre el pecho y las manos arañándose la piel de los hombros; los años ahí dentro le habían moldeado el miedo gracias a buenas dosis de experiencia y esas redadas tardías jamás respondían a simples registros autorizados desde arriba.
«Ahora que descansen las celdas con número superior al...¡siete!»
El joven que llevaba la voz cantante parecía pasárselo en grande paseo arriba y paseo abajo, haciendo estallar la porra contra la baranda cada vez que se le antojaba interrumpir su peculiar concierto de percusión por arrastre.
En un santiamén las celdas con opción a premio se habían reducido considerablemente, e Hypnos sostuvo la respiración cuando escuchó unos pasos detenerse frente a la puerta de su cubículo. El otro preso rompió a llorar como una criatura y el funcionario cuya fijación estaba entregada al artista anunció la puerta ganadora.
«Y la celda afortunada de la noche es...¡la número tres!»
La porra del relator se ensañó contra la baranda a modo de traca final, sabiéndose acompañada de todos los vítores de morbo que con presteza se esparcieron por el pabellón. Hypnos sentía su cuerpo cubierto por una densa capa de sudor frío y el indeseado chasquido metálico que accionó el desbloqueo de su puerta le advirtió que esa sería su noche.
─Pero vaya, vaya...¿a quién tenemos aquí...? ¡Si es nuestro querido pintamonas come-niñitas!
Los otros dos guardias entraron a la celda. El primero arrastró al deshecho compañero hacia fuera y el segundo comenzó a desvalijarles las pocas pertenencias que entre ambos poseían: les deshizo las camas, les rasgó las almohadas con un cuchillo navajero, les vació el dentífrico embadurnándolo por la pared, les echó por la borda las mudas de recambio, les gastó todo el papel higiénico haciéndolo rodar por el mugriento suelo y cuando ya no halló nada más que destrozar, reparó en la colección de bocetos que Hypnos había estado haciendo desde el día de su ingreso.
─Mira, jefe...─dijo, con una enorme sonrisa de satisfacción asentada sobre sus ladinos labios ─ ¿esta nenita no se parece a la furcia que lo ha visitado esta tarde?
Hypnos seguía quieto, de pie en medio de la celda, dándoles la espalda con las manos en la nuca y la cabeza erguida con un orgullo cada vez más descascarillado.
─Sí que lo parece, sí...─masculló, lascivo ─ esto es material sensible, amigo mío. Habrá que analizarlo más a fondo, bajo una luz más adecuada...─agregó, permitiéndose el atrevimiento de rozarle la baja espalda y los glúteos con la punta de su porra ─ ¡Esposadle, lo sacamos de aquí!
El guardia que había amenizado la velada con sus aportes de percusión carcelaria acudió a bajarle los brazos de un tirón, sin importarle la lesión que todavía lucía en el hombro y sin molestarse a buscar un poco de consideración. Las esposas las ciñó todo lo que pudo y una vez se hubo asegurado de tenerlo bien amarrado, le conminó a salir de la celda de un desmedido empellón.
─¡Andando a la ducha, cerdo!
No hizo falta decir nada más para enardecer a los demás presos. Los silbidos jocosos, vítores e insultos varios no se hicieron esperar. El momento estaba siendo jaleado con una excitación tan morbosa como maléfica, y el compañero mutilado fue arrojado de nuevo dentro de la celda, quedándose hecho un ovillo sobre su colchón desventrado.
Hypnos apenas fue consciente de cómo transcurrió el trayecto hacia los aseos comunitarios. Solidarias manos se encargaron de agarrase a sus brazos y guiarle en un camino que pronto cambió de atmósfera y olor.
Sus pies resbalaron al pisar los perennes charcos que se burlaban de los desagües atascados y antes de caer de bruces a las garras del infierno, dos de los cuatro guardias lo aplastaron contra el mohoso alicatado de la pared. Las esposas que durante todo el trayecto le habían mantenido las manos sujetas a la espalda fueron aflojadas únicamente para cambiar de situación, eligiendo como nuevo destino una tubería oxidada que alimentaba la hilera de duchas.
A partir de ese momento Hypnos quedó anclado a un destino tan aberrante como inevitable, y todo lo que fue capaz de hacer se redujo en cerrar los ojos con fuerza, intentar estabilizar una respiración que comenzaba a delatar miedo y esperar...
Esperar y rezar a un dios que jamás le había prestado atención y al que hacía años se había jurado olvidar.
Mientras los demás participantes se aseguraban que su objeto de diversión no estuviese en disposición de huir, el guardia ideólogo de la fiesta se entregó a fisgonear la colección de dibujos expropiados con una mezcolanza de asco y admiración, tomando uno al azar para plantarlo a escasos centímetros del rostro de Hypnos, obligándole a abrir los ojos con un violento agarrón al cabello.
─¿Quién es esta monada? ─preguntó, escupiéndole a la cara al hablar, zarandeándole la cabeza con desdén ─¿Te pajeas mientras la dibujas? ¿eh? ¡responde, hijo de puta! ¡¿le das a la zambomba mirando los garabatos?! ─ Hyppolitos apretó la quijada hasta sentir dolor, y todo lo que hizo fue masticar un altivo y firme «no». El tipo soltó el agarre de los cabellos con gesto raudo y fue pasando bocetos, cada vez con más rabia y frustración, desilusionándose al no dar con ninguno que mostrara a esa criatura infantil en su más cándida desnudez. En todos se repetía la misma figura con una fijación enfermiza, sí, pero en contra de las expectativas obscenas de los guardias, esa criatura siempre aparecía ataviada con bellos vestidos y mostrando unas expresiones capaces de despertar compunción al corazón más perverso─. ¿Sabes lo que me jode soberanamente de ti, pedazo de mierda? ─dijo, arrojando con desprecio todos los bocetos al mojado pavimento ─ que eres bueno, puto cabronazo de los cojones...Muy bueno...Tus manos crean verdadera magia, por lo que pienso...¿y si te quedas sin ellas?
─¡No! ─rugió Hypnos desde lo más profundo de su alma.
─¿Cómo has dicho? ─el guardia alzó la porra y la deslizó por encima de los tensos puños que estaban sujetos al tubo, por encima de la cabeza del artista.
─Por favor...os lo suplico...─susurró Hypnos con desesperación ─, las manos no...Hacedme lo que queráis, pero las manos no...
─¿Lo que queramos?─El retintín con el que esgrimió esas palabras se asumió lascivo y jocoso ─¿lo habéis oído, chicos? Ha dicho lo que queramos...¿estás seguro, guapetón? ─ continuó, deslizando la porra por toda la espalda de Hypnos hasta colarla por debajo la goma de los pantalones y restregarla entre las nalgas ─. Mira que me estoy poniendo caliente como un puto perro...─advirtió, manoseándose la evidente erección a través de la ropa ─ ¿Y tú? ¿Estás cachondo? ¿o nosotros no te ponemos tan tieso como sí lo hacen las nenitas?
La porra se hundió un poco más, cambiando el ángulo hasta topar con los testículos, repitiendo el vaivén con perniciosa intención mientras el cinturón del uniforme era desabrochado con destreza y rapidez.
─¿Y si lo comprobamos, jefe? ─planteó otro, asiéndose a la goma de los pantalones de Hypnos con la intención de bajárselos.
─Ya estás tardando...
Un intenso gemido fue todo lo que pudo escapar de los labios sellados de Hyppolitos. Las manos se agarraron como pudieron a la tubería y el frío sudor que había humedecido sus cabellos comenzó a condensarse en gruesas gotas que descendían por su sien y entrecejo. Los pantalones cayeron a sus pies, los calzoncillos se los desgarraron de un doloroso tirón y la tormentosa cachiporra comenzó a presionarse contra su ano expuesto.
─¿Te gusta? ¿Quieres que te la meta ya o jugamos un poco...? ─ronroneó el guardia al mando del castigo, bajándose la bragueta para liberar su pene completamente tieso y dispuesto.
Un barrido de pie ejecutado a traición hizo que Hypnos perdiera la toma a tierra y quedara pendido de las esposas, las cuales se hincaron con fiereza en la piel de sus muñecas, siendo entonces el momento en que un alarido desgarrador quiso traspasar su garganta. Una insufrible oleada de dolor se esparció por todo su cuerpo. Sintió cómo la sangre comenzaba a deslizarse por sus antebrazos y al intentar recobrar el sostén de sus pies, dos de los cuatro funcionarios unidos al festín le sujetaron de los muslos, favoreciendo que su cuerpo quedara completamente a la merced de las sucesivas violaciones que esa noche iba a recibir.
Hypnos quiso gritar...
Gritar de dolor, de vergüenza y de desesperación. Necesitó lacerarse la garganta con cada penetración sufrida, con cada secuencia de estocadas frenéticas, con cada intromisión de objetos más duros y gruesos que las pollas que se masturbaban presenciando el escabroso espectáculo de su vejación. Creyó descarnarse hasta el alma con cada latigazo de humillación...Pero ningún alarido le traicionó un orgullo que debía mantener intacto. Hypnos se retuvo la urgencia de rogar piedad a riesgos de quebrarse los dientes apretando la quijada, aunque alguna lágrima de rendición sí osó mezclarse con la densa pátina de sudor que bañaba su cuerpo ultrajado.
Un cuerpo que finalmente quedó herido, maniatado y completamente abandonado a la suerte de las ratas que comenzaron a merodear por esas zonas húmedas y malolientes. Las fuerzas hacía tiempo que lo habían abandonado, el aroma de la sangre que bañaba sus brazos rendidos se mezclaba con el del orín, varios moratones relataban los golpes y agarrones que habían sufrido las caderas y diversos regueros de deshonra seca sembraban el interior de sus muslos todavía desnudos.
Nadie fue en su búsqueda durante horas.
Nadie se preocupó de su destino.
A nadie le importó que la muerte pudiera rondarle vestida con piel de rata hasta que un celador del cambio de turno dio con él y las sucias alimañas rondándole los pies. El joven guardia, todavía tierno y sin curtir, corrió hacia Hypnos para sostenerle el cuerpo en su estado de seminconsciencia, aflojando un poco la tortuosa tensión que le estaba despellejando las muñecas. De una patada asustó a los hambrientos roedores y la desesperación de descubrir semejante escena le hizo estallar en reclamos de una imperiosa ayuda que no demoró en llegar.
###
─Las lesiones que sufre en ambas muñecas son severas, aunque por fortuna no hay rotura de ligamentos ni tendones. Los daños que presenta la zona anal irán sanando poco a poco y las contusiones del torso y muslos son más aparatosas que graves...─el doctor entregó el informe a Balrog, que lo leyó con la presteza que otorga la costumbre ─. Ahora está bajo el efecto de los calmantes, consciente pero exhausto. Es probable que la dosis administrada le induzca a verbalizar pensamientos confusos o abstractos, razón por la que ahora mismo no recomiendo intentar mantener ninguna conversación coherente con él.
─¿Quienes le han infligido estos daños? Porque está claro que una persona sola no ha podido ser...─Lune seguía deslizando su experta mirada por toda la relación de lesiones y los tratamientos recetados─. Estos actos son denunciables, el señor Sifakis podría haber muerto por más de un motivo ─afirmó, observándole con dureza al tiempo que le devolvía el parte médico.
─Mi trabajo es curar las lesiones de los internos que llegan a mí y cuidar de ellos mientras su proceso de recuperación requiera permanencia en la enfermería, no decretar si los acontecimientos que los derivan hacia mí son condenables o no ─ Lune soltó un suspiro de aceptación y desvió la mirada hacia la camilla donde descansaba Hypnos─. Esto es una cárcel, señor, no un hospital...De gracias que yo le haya procurado todas las curas y paliativos que están en mis manos; otros compañeros tal vez se hubiesen esmerado menos. Su cliente no es precisamente un preso que despierte simpatía entre la comunidad de internos ─ aclaró con hiriente indiferencia
─¿Han sido los internos, entonces?─Lune no se creía las palabras del doctor, y corroboró sus sospechas cuando el facultativo se apresuró a obviar el tema.
─Si me permite, hay otros pacientes que requieren mis atenciones. Le dejo a solas con él, si necesita algo más estaré en la sala contigua.
Balrog asintió de mala gana y esperó a que el doctor de turno desapareciera para acercarse a la cama de Hypnos y moverse libremente. Esa era la primera vez en que podía observarle sin discreción y se fijó en detalles tan insustanciales como lo eran las sábanas extendidas hasta mitad de pecho, los brazos reposando sobre la tela blanca e impoluta, los gruesos vendajes que le nacían en la palma de ambas manos y se extendían hasta la mitad de los antebrazos. Hypnos parecía estar adormilado. La respiración era constante pero no llegaba a ser profunda, y Balrog no pudo evitar sentir una ráfaga de compasión. Se tomó todo el tiempo que quiso en ese peculiar trance de observación, hasta que se descubrió acercándose al gotero que seguía administrando suero y medicación para comprobar que todo estuviese funcionando correctamente.
─Lu...Lune...─la débil voz del pintor le sesgó la cándida intención de recalibrar la velocidad del goteo, obligando a Balrog a recomponerse de inmediato y recuperar el necesario traje de abogado.
─¿Sabes dónde estás, Hyppolitos? ─preguntó, tomando asiento en la gastada silla que había al costado de la camilla.
─En la...la enfermería...─ balbuceó, tratando de humedecerse la sequedad de los labios.
Hablar resultaba casi imposible e intentar reacomodarse el dolor sobre ese colchón se convertía en un deseo despiadado.
─¿Y sabes por qué? ─Hypnos medio asintió como pudo, y Balrog prosiguió con voz pausada─ Te han agredido, Hyppolitos...¿recuerdas quienes han sido?
Hypnos cerró los ojos con fuerza. Volvió a asentir con la cabeza y reiteró las ganas de pasar una saliva que no tenía.
─Sí...
─Dime sus nombres y presentaré una denuncia al alcaide.
─No...─ se apresuró a contestar.
─Hyppolitos, no podrás moverte de esta cama al menos durante un par de días. Y si por mí fuera, recomendaría que permanecieras aquí todo el tiempo posible. Las celdas no son un lugar seguro para ti. Hoy ha sido una agresión sexual masiva, mañana podría ser mucho peor...
En ese instante no hablaba Balrog, ni el abogado que dormía bajo ese nombre elegido sin azar, ni el implacable hombre en el que se convertía cuando su entrega a la ley se imponía en su nueva vida...no. En ese momento hablaba Garby y la innata compasión que siempre experimentaba su alma ante las personas fracturadas.
─No hagas nada, Lune...por favor...─rogó Hypnos─. Una queja...una señal de flaqueza y eso sí...eso sí sería peor...
─Ha sido gente de mando, ¿cierto?
Hypnos selló más los ojos y un par de lágrimas osaron resbalar por su pálida piel hasta perderse entre el laberinto de los oídos. Lune guardó un respetuoso silencio y se entregó a su calmada inspección, descubriendo los trazos que por primera vez dibujaban a ese hombre frío y calculador como alguien completamente frágil y vulnerable.
─Está bien ─dijo, al cabo de un largo lapso de silencio donde solo se escuchaban sus respectivas respiraciones ─. Entonces, dime lo que necesitas que haga por ti, Hyppolitos.
Una larga inspiración llenó los pulmones de Hypnos en la medida que el dolor se lo permitió, y cuando halló fuerzas para abrir los ojos, estos se avistaron enrojecidos y aguados.
─No soy mala persona, Lune...─musitó, descolocando por completo a Balrog─. Tú me crees...¿verdad?
─Por supuesto, Hyppolitos...
─Es él quien tiene la culpa de todo...él, no yo...─balbuceó Hypnos, conectando su dorada mirada con la urgente compasión de Balrog─. Su maldita oscuridad siempre ha estado manchando mi vida...y tú también lo sabes así, ¿cierto? Es Thane quien debería haberse podrido aquí dentro...él y su macabro «don»...No yo...Yo...únicamente he querido amar, Lune...
─Descansa, Hyppolitos...─recomendó Lune, augurando que el efecto de los calmantes comenzaban a confundirle la mente.
─Se lo he dicho a Phasy...yo la amo...siempre la he amado...pero ella no me cree y yo...yo..no he...
«...no he sabido hacerlo mejor...»
