55. Crónica desde Oslo

Invierno de 1991,Oslo.

El frío que barre estas tierras hiela hasta los deseos más candentes, y os lo corroboro yo, que he nacido en el país vecino y los infortunios climáticos de los meses más oscuros vienen a ser los mismos. La vida no se sucede en las calles, no durante estos interminables días de invierno donde la luz del sol apenas se deja ver y la noche es interminable, pero durante estos días de febrero del 91 algo (alguien) ilumina el sombrío rostro de la capital noruega: el joven artista Hyppolitos Sifakis.

"Hypnos" le han apodado en su Grecia natal. Dicen que sus obras son capaces de abducir al espectador hacia un plano rebosante de luz y esplendor. Cuentan que sus pinturas poseen un magnetismo hipnótico, que los trazos se antojan vivos, que cada elemento que conforma cualquiera de las escenas está sujeto a un constante y suave movimiento capaz de adormecer la furia de los mismísimos demonios del averno. Dicen muchas cosas sobre el inmenso talento de este joven pintor griego, y lo interesante de dichas afirmaciones es que todas, todas, todas, son ciertas.

"El valle de la virtud" es la obra central de esta llamativa exposición que vivirá durante varias semanas en la Galería Nacional de Noruega. La expectación que se ha alzado alrededor de este trabajo es casi tan inmensa como su tamaño. Al adentrarse en la sala y visionarla al fondo, cubriendo por completo todas las dimensiones del muro, uno tiene la sensación de sumergirse de lleno en esa particular visión de los Campos Elíseos mitológicos. Se puede afirmar que incluso la atmósfera de ese espacio es diferente. Un dulzón aroma floral copa el olfato y los pies dejan de pisar baldosa de mármol para saborear el esponjoso tacto de un césped fresco y esplendoroso. No en vano esta obra pasará a residir en el prestigioso Louvre de París dentro de unos cuantos años, pero nadie en el 91 aún lo sabe, por lo que mantendremos el secreto, ¿verdad queridos lectores?

Hasta aquí la crónica de la exposición es algo relativamente usual, pero hay un detalle que marca la diferencia, que la convierte en pionera de un proyecto que tiempo después otros artistas adaptarán a sus talentos. Un proyecto ideado por el mismo Hypnos. Un proyecto que ha conseguido sacar a flote la máxima expresión artística de los estudiantes de Bellas Artes de Noruega: la oportunidad de exponer sus primerizos trabajos junto a las obras del genio, «sí, genio, ¿por qué no llamarlo así?», Hyppolitos Sifakis, quien ha prometido mecenazgo al estudiante cuyas pinturas consigan crear más expectación entre el público asistente.

Huelga decir que las ganas de conseguir un puesto en la exposición han contribuido al nacimiento de bellísimos cuadros, pero...¿Qué os parece si avanzamos un poco más en el tiempo, estimados lectores? Ha habido una colección...¿cómo describirla?... «Stunning», dirían los ingleses. Una verdadera belleza. Si Hypnos es un artista escenográfico, digamos que plasma escenas completas donde puedes perderte horas y horas admirando la calidez de todos los detalles, el duendecillo que vive dentro de esta muchacha de apariencia tímida y reservada domina los rostros a voluntad. Los trazos, a priori rústicos y toscos, otorgan a las pinturas un relieve que si tienes el acierto de admirar las obras desde una distancia adecuada, crees poder ver cómo una lágrima está a punto de escapar de una compungida mirada, o cómo unas hebras de cabello van a ser mecidas por la estela de aire que deja cualquier alma al pasar. Tal es el realismo y la expresividad que destilan todas sus pinturas que ni el mismo Hyppolitos Sifakis ha podido obviarlo: Elsa Dou Garbellen ha sido la elegida y su logro se ha visto aclamado por unanimidad.

Pasan los meses en los que la joven artista disfruta del mecenazgo de Hyppolitos, se suceden nuevas exposiciones por todo el territorio nacional y acaba llegando el día en que la humilde y gentil Elsa estrena su primera exposición en solitario. La acoge una pequeña pinacoteca cercana a la Galería Nacional, y puedo asegurar que se queda todavía más pequeña el día en que se inaugura el evento. Sin duda, Elsa es la protagonista; aparece ataviada con un hermoso vestido de color vino tinto, el largo y oscuro cabello trenzado con inteligente sencillez y el cuello adornado con una finísima gargantilla de oro blanco y diamantes negros, regalo de debut, según sus propias palabras, de su generoso y atento mentor.

Varias son las lenguas que afirman descubrir algo más que una simple relación de mecenazgo en el cruce de sus miradas y, a juzgar por las instantáneas que inmortalizan estos presentimientos chismosos, me suscribo a ello: hay amor en el brillo de sus ojos, en la complicidad que reflejan las fotografías. Hay gestos cercanos que se sienten retenidos, sujetos a las ganas de culminarse y el deber de refrenarse...No puedo dejar de fijarme en una toma hermosa: Elsa está girada, luciendo una espléndida espalda desnuda puesto que el vestido es de escote completo posterior, y la mano...esa talentosa mano del astro griego suspendida a ciertos centímetros de esa esbelta cintura, debatiéndose entre el dejarse caer o el dejarse tentar y no ceder, el fulgor de sus ojos dorados admirando a su pupila con una devoción jamás antes apreciada en su apuesto rostro...Veo amor en él. Descubro correspondencia en ella...Y no alcanzo a comprender qué es lo que sucede para acabar derivando hacia ese pantano de silencios y oscuridad en el que su alma se vacía tres años después...

«Octubre de 1994. Elsa Dou Garbellen, de 23 años de edad, es hallada inconsciente en la bañera de su apartamento, con ambas muñecas seccionadas ofreciendo un cuadro sangriento y aterrador. El autor del hallazgo es su hermano menor, Lewis, de 21 años de edad, quien a pesar de practicarle todos los procedimientos médicos que están a su alcance para salvarle la vida, esta se escurre de sus venas antes de poder llegar al hospital».

Tristísimo desenlace para una joven muchacha que prometía convertirse en una gran artista de renombre mundial.

Y no menos preocupante la repentina desaparición de escena que protagoniza su laureado mentor.

¿Dónde está Hypnos en el momento en que Elsa decide quitarse la vida? ¿Qué ha sido de su relación de mecenazgo que tantos éxitos ha cosechado? ¿Por qué las únicas palabras públicas que pronuncia son un escueto pésame a la familia y la siembra de escabrosas sospechas sobre una supuesta fragilidad mental de la joven?

Muchas sombras emergen alrededor de un hombre que se caracteriza por ser faro y luz...

Muchas preguntas afloran acerca del talentoso Hyppolitos Sifakis...

Mucho rostro público, siempre elegante, siempre correcto, pero...¿qué hay del hombre detrás del genio?

Queridos míos, esta crónica es la primera de las que iré publicando cada día mientras dure mi inusitada excursión a Noruega. Si no podéis resistir la tentación de la curiosidad y os morís de ganas de observar las imágenes que respaldan mi relato, debéis registraros en el blog. Una vez ingreséis con vuestro usuario protegido, recibiréis una contraseña que os permitirá ver las fotografías, solo por unos segundos y una única vez. Así que si el morbo os puede debéis ser rápidos y asertivos.

Afrodita Eriksson, 29 de enero de 2016, Oslo.

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Afrodita apenas publicó ese primer artículo de investigación que las entradas en su blog se dispararon de inmediato. Las peticiones de registro aumentaron exponencialmente y en pocos segundos se puso en marcha el sistema de envío de contraseñas que el joven periodista había instalado, dotando de más intriga el contenido «escondido y prometido» con la total premeditación de avivar la llama de su incisivo reportaje.

Afrodita se quedó estupefacto, observando el creciente número de visitas como si estuviese ensimismado por su propio logro, y no pasaron más de un par de minutos que los comentarios comenzaron a sucederse sin cesar.

─No me lo puedo creer...─dijo para sí mismo, acercándose más a la pantalla de su portátil como si quisiese mezclarse con ese baile de números y opiniones que iban avanzando a velocidad de crucero ─Soy un puto genio cuando quiero...un-puto-genio...

Los demás clientes de la cafetería donde el sueco estaba trabajando y desayunando le miraron de reojo, esbozando negaciones con la cabeza y comentarios ácidos sobre lo que consideraban una actitud inapropiada y poco racional, pero en esos momentos de la mañana Afrodita se encontraba más allá de toda corrección social.

Su artículo de investigación lo estaba petando. El incontrolado aumento de visitas en el blog amenazaba con colapsar el servidor y él no cabía en sí mismo de gozo. En una libreta que yacía al costado del segundo croissant de la mañana aguardaban las notas para confeccionar su siguiente crónica, y el último trago de café que se disponía a dar casi le salió expelido por la nariz cuando el móvil comenzó a vibrar y bailotear por la mesa, mostrando el nombre del emisor.

─No...no, no, no...no puede ser...─Afrodita lo tomó con manos temblorosas y la voz bordeando la misma suerte─ ¿Hola...?

«Buenos días, ¿estoy hablando con el señor Christian Eriksson, apodado periodísticamente como Afrodita Eriksson?»

─Sí, soy yo, el mismo─ respondió, mordiéndose la uña del pulgar con auténtico frenesí.

«Permítame que me presente: soy el director de la revista griega Koinonía. Acabo de leer su artículo de investigación sobre el pasado del señor Hyppolitos Sifakis, actualmente en juicio en Grecia»

─Ahaaaa...─ los ojos le brillaban de emoción, el corazón quería escapársele del pecho y las piernas se habían afianzado a un nervioso botar que hacía de la espera algo insoportable ─ ¿le ha gustado?

«Me gusta la repercusión que está teniendo. Le ofrezco un trato, señor Eriksson»

─Soy toooodo oídos...─ dijo, cerrando los ojos con fuerza al tiempo que se agarraba de los cabellos y se mordía los labios.

«Le ofrezco todo el espacio que necesite para que siga con el reportaje en Koinonía si declina seguir haciéndolo en su blog y en la web del periódico digital por el que trabaja».

─¡Sí! ¡Sí, sí, sí! ¡Acepto! ¡Acepto! ─ Afrodita saltó de la silla, se paseó ansioso por todo el espacio libre que ese pequeño café le ofrecía, consiguió que las miradas de desaprobación se intensificaran ante su alborozada actitud, le importó todo tres cominos mientras el director de su codiciada revista le cantaba las condiciones y él sucumbía al impulso de agarrase a una de las camareras y estamparle un sonoro beso en todos los morros ─ ¡Sí, joder! ¡Sí, sí y sí! ¡Qué bueno soy, me cago en todo! ¡Lo he conseguido! ¡¿Me oís todos?! ¡Lo he conseguido! ¡Koinonía es mía!

La chica se divirtió con la locura que estaba atacando a ese joven exultante de felicidad, pero los adustos clientes se violentaron cuando a Afrodita le dio por subirse a la silla y vociferar su éxito a los cuatro muros. El dueño del local se vio en la tesitura de invitarle muy directamente a que abandonara el lugar y una vez fuera, en medio de ráfagas de viento y azotes de nieve, no pudo resistirse las ganas de ejecutar una llamada.

Una llamada que poco tardó en ser atendida y que seguramente dejó sordo a su nuevo interlocutor.

─¿Kanon? ¡Lo he conseguido! ¡Te juro que si ahora te tuviera delante te pegaba el morreo del siglo! ¡Estoy a mil, tío! ¡A mil! ¡Koinonía ha venido a mí!