64. Perversión

─¡Elsa!¡Abre de una jodida vez!

─Lewis, quizá ni esté ─sugirió Ingrid al tratar de detener a su novio tomándole del brazo para evitar que siguiera aporreando la puerta─. ¿No había una convención de arte una noche de estas? Seguramente aún estará de fiesta...

─Mi hermana no está bien. Ha llamado de madrugada.

─¡No sabes quién ha llamado! ¡Si han colgado enseguida!

Lewis miró a Ingrid con la paciencia casi agotada y volvió a golpear la gran puerta de hierro. Ingrid se echó a un lado y negó con la cabeza, rindiéndose ante la cabezonería de Lewis, quien anduvo varios pasos atrás hasta dar con la puerta del ascensor. Ahí se detuvo, inspiró hondo y arrancó una carrera que acabó con una fuerte patada contra el cerrojo. Toda la pared se estremeció con el golpe, pero no fue suficiente para abrirse paso, por lo que Lewis se dispuso a repetir la acción.

Una vez más.

Dos...

A la tercera dio el embiste con todo su cuerpo y ahí sí. Ahí la puerta cedió.

La extraña mezcla de olores con la que les abofeteó el ambiente no resultaba nada agradable. Lewis abrió la puerta de par en par y cuando accionó el interruptor de la luz vio la inundación de agua rojiza que llegaba a rodear el sofá.

─Llama a una ambulancia, Ingrid ─le urgió.

─¿Por qué? ¿Qué pasa? ─preguntó ella, aún parada en el umbral y sin posibilidad de visión.

─¡Que llames a una puta ambulancia! ¡Ya!

Lewis corrió hacia el baño con el corazón a punto de salírsele por la boca, el estómago encogido y su intuición demasiado acertada. Vio a Elsa en la bañera, inconsciente; el brazo diestro estaba sumergido en una tina rebosante de sangre; el zurdo se apoyaba por encima del borde y seguía goteando sobre un suelo sembrado de cristales, agua, vino, sangre y rendición.

─Mierda, mierda, mierda...─murmuró para sí mismo, exasperado ─¡¿qué has hecho, Elsa?!

El primer impulso fue cerrar su mano entorno la muñeca de la joven con la intención de cortar la hemorragia. El segundo, casi instantáneo, comprobar el pulso en su cuello vencido hacia un lado. Aún había latido. Lento. Suave. Suficiente para intentarlo todo y traerla de regreso.

Sin saber cómo se desgarró la tela de la camiseta que vestía su torso y envolvió la herida de la muñeca izquierda, apretándola todo lo que sus fuerzas le permitieron. Con otro trozo de camiseta repitió la acción en la muñeca diestra. El pulso seguía sucediéndose, pero los segundos que separaban una señal de otra eran eternos. Lewis sumergió sus brazos en la bañera; tanteó el cuerpo de su hermana y, sintiéndose dotado de una fuerza que ni sabía que tenía, la alzó del agua y cargó con ella hasta el centro del loft. Hasta el sofá.

Allí la bajó sobre los cojines y cogió una de las telas protectoras para taparle la desnudez. De inmediato las manos volvieron a cerrarse alrededor de las muñecas y sus desorbitados ojos se clavaron en el rostro blanquecino y sucio de maquillaje que ya no podía devolver mirada alguna.

─¡La ambulancia, Ingrid! ¡la puta ambulancia! ─gritó, desesperado. Ajeno al pavor que invadía a su novia, pálida y temblorosa, repelida al rincón más apartado que su repentino estado de shock pudo encontrar.

─¡Está de camino! ─fue todo lo que Ingrid atinó a exclamar─ Está de camino...

Las lágrimas le abarrotaban los ojos. Sus pulmones habían entrado en un estado de hiperventilación que apenas le permitía articular palabras y una terrible flojera había tomado el control de sus piernas, las cuales fallaron y se doblaron hasta dejarla sentada en el suelo, con las manos tapándose la boca y la mirada atada a esa dantesca estampa.

Lewis ya no fue consciente de cuándo ni cómo un equipo sanitario lo apartó de su hermana. Subió a la ambulancia porque nadie fue capaz de quitarlo del área de acción, y le tuvieron que repetir hasta la saciedad que no podían hacer una transfusión fuera del hospital, por muy igual que fuera el grupo sanguíneo de los dos. Por muy sano que estuviese él. Por muy al límite del limbo que se hallara Elsa. Por muy inútil que ya fuera encontrar el camino de vuelta.

Ingrid no había podido conciliar el sueño. Hacía un par de horas que se había tumbado en la cama y se mantuvo inmóvil cuando escuchó que Lewis entraba. No tenía ganas de hablar con él después de la última discusión compartida, en la que salió a flote el tema que llevaban vetado desde hacía dos décadas. El nombre que él mismo se había prohibido volver a pronunciar desde el mismo día de su funeral.

Lewis se había curado las heridas que su rabia había abierto en los nudillos y ahora lucía un vendaje más suave y limpio, pero su cabello se presentaba desgreñado y sudado y seguía vistiendo la camiseta y el pantalón de chándal con los que su esposa lo había encontrado en el garaje.

Ella se replegó aún más en la cama, sin decir nada. Él rodeó el espacio y se dirigió a su lado, donde se dejó caer sentado, también adscribiéndose a un tenso silencio que únicamente rompían sus respiraciones. Así permanecieron unos minutos, hasta que Balrog prendió la luz de su mesita y deshizo la bola de papel que escondía en su puño cerrado:

«Perdóname Lewis, y no llores por mí. Ahora soy libre y sonrío al vernos juntos antes de partir».

Una nueva oleada de lágrimas acudió a sus ojos, y él las dejó salir, como no se había permitido hacer antes. Los sollozos que se gestaban en garganta eran débiles; habían gastado toda su fuerza en el estallido de dolor que lo había atravesado en el garaje, cuando su alma se atrevió a contemplar los últimos trazos de vida que Elsa había legado. Un suspiro atropellado llenó sus pulmones, y la seguida espiración le dejó una sensación de agotamiento y liberación difícil de expresar.

─Ahora tendría cuarenta y cuatro años ─susurró, con la voz tomada por el paso de un grueso llanto─. Tal vez sería madre y nosotros tendríamos sobrinos... o se habría convertido en una artista consagrada... o ambas cosas...─ imaginó con pesar ─ o se dedicaría a la enseñanza, compartiendo sus talentos... Tenía un mundo repleto de posibilidades por delante... una vida entera...

Ingrid cerró los ojos y de ellos escapó una lágrima que secó restregando el rostro contra el cojín antes de darse la vuelta en la cama y sentarse en ella.

─Lo sé... ─dijo Ingrid, acercándose un poco más a su esposo, sentado de espaldas a ella con la cabeza gacha─. A veces también me encuentro pensando en ella, en cómo sería su vida ahora si siguiera con nosotros...

─La extraño mucho, Ingrid... ─confesó Balrog con la voz débil y rota─ y te juro que me maldigo por no haber insistido en mis visitas, por no haberla sacado de ahí, por no haber llegado antes... sólo unos minutos antes...

Lune agachó la cabeza y escondió su rostro lloroso entre sus manos, dejando que los brazos de Ingrid le rodearan el cuerpo y que sus labios le besaran el cuello, quedándose ahí, en silencio junto a él. Abrazándole con ternura y compasión. Y con el dolor del mismo recuerdo compartido reflejándose tras sus párpados cerrados.

Prisión de Korydallos, celda de Hypnos

Hypnos no podía dormir. El dolor que seguía flagelando su cuerpo impedía que pudiera permanecer en una misma posición durante ratos prolongados. Su compañero de celda sí había caído en un profundo sueño; los ronquidos, uno de los pocos sonidos que salían de su garganta, resonaban entre las cuatro angostas paredes, e Hypnos decidió hacer lo único que todavía podía hacer: dibujar.

Tomó los papeles y el carboncito que guardaba en la mesa que ambos usaban como escritorio, los llevó hacia su colchón, el de la parte inferior de la litera, y prendió la mortecina luz que había sobre la almohada. Pensar en sentarse en la silla de la mesa se le antojaba un acto imposible debido al pulsante dolor que sentía trepanando toda su zona perianal, razón por la que se arrodilló sobre el frío pavimento, adoptando la imagen de un crío entretenido. Después de alisar la rasposa manta esparció los papeles sobre el catre y tomó un papel en blanco. En él comenzó a esbozar los trazos de la misma figura que llevaba dibujando los últimos días: una silueta infantil, con cabellos repletos de bucles aparentemente claros, un cándido vestido blanco y un espacio natural abierto a su alrededor; en la estampa que su talento estaba creando aparecieron nuevos elementos que en los demás dibujos no apreciaban: ahora se asomaba la silueta de un imponente edificio de piedra y la sombra de una persona adulta, situada a cierta distancia de la figura infantil, con unos ojos brillantes y afilados, fijos en la criatura. Luego, como poseído por una frenética necesidad de creación, cogió un nuevo papel en el que dibujó con presteza la misma figura infantil, esta vez de espaldas y dando la mano a la sombra adulta, forjada a base de gruesos trazos negros, andando por un pasillo que se iba achichando a lo lejos, como si no llegase a tener fin. En el último dibujo que hizo volvió a plasmar la cándida criatura, de bellísimas facciones y hermosos cabellos largos, repletos de bucles. Los ojos, grandes y soñadores, se apreciaban rebosantes de luz, igual que la tímida sonrisa que le dejaba una boquita de piñón. El vestido blanco, con margaritas bordadas en el bajo, llegaba a la altura de unas rodillas marcadas por la inquietud de la infancia y las manos, inocentes y confiadas, se cruzaban sobre los muslos, entrelazando a medias sus rollizos deditos.

Hypnos no se había dado cuenta que su derroche creativo hacía rato que estaba siendo observado por su compañero de celda, quien no podía evitar sentirse embelesado por la excelsitud que poseían todos y cada uno de sus trazos por sencillos que fueran y, cuando Hyppolitos reparó en su presencia y le miró, el hombre le señaló los papeles y el carbón, gesticulando al tiempo que su garganta suscribía sonidos parecidos a un reclamo.

─¿Qué quieres? ─preguntó Hypnos, observándole con dureza.

El hombre volvió a señalar los papeles y el carbón que el artista hacía rodar entre sus dedos enmascarados.

─¿Un papel? ¿Y el carbón? ─el preso respondió que sí e incluso sonrió un poco al saberse comprendido─ ¿Quieres dibujar tú también? ─una enérgica negación sacudió la cabeza del mayor e Hypnos insistió en su interrogatorio─ ¿Quieres escribir?

El compañero asintió, sonriendo otra vez. Hyppolitos resopló hastiado y se alzó del suelo a duras penas. Agarró un par de papeles y se los tendió al hombre sin lengua que le acompañaba la condena. Desprenderse del carboncillo le costó un poco más; era el último que le quedaba y no quería para nada que ese desgraciado lo agotara. Pero no fue así. El inquilino de la litera superior únicamente escribió un par de frases antes de devolverle el grafito, el cual Hyppolitos guardó dentro de su puño cerrado como si fuese su mayor tesoro, quedándose pensativo cuando el papel escrito se dio la vuelta ante sus ojos y leyó la inscripción:

─«Me gustan mucho tus dibujos, sobre todo esta niña preciosa» ─leyó con voz queda─«¿Quién es»... ¿Que quién es la criatura de mis dibujos? ─preguntó, mirándose al compañero, que le respondió con una sacudida de cabeza afirmativa ─. Es mi vida...

En algún local nocturno de Oslo...

Afrodita estaba frente al segundo vodka con limón de la madrugada. Sobre la barra del bar, el portátil abierto con los auriculares conectados. No es que le molestase la música techno del lugar, pero su atención estaba concentrada en las jornadas del juicio que se había perdido gracias a su repentino viaje a tierras escandinavas. A su derecha se encontraba el blog de notas que se habían ido engrosando a lo largo del día y sobre sus muslos cruzados, víctimas de un rítmico botar, la mano no cesaba de clicar el extremo del bolígrafo. Casi por inercia tanteó el espacio hasta dar con el vaso de tubo y apuró el contenido casi del tirón, dejando únicamente el par de hielos medio marchitos y el trozo de limón.

─Otro, por favor ─indicó al camarero cuando lo vio pasar.

El chico lo miró con una expresión medio pícara medio altanera, y se abstuvo de responderle. Continuó con sus cometidos y cuando se acercó al sueco con un nuevo servicio este sólo contenía agua, eso sí, amenizada con otro par de cubitos y una nueva luna de limón. El posavasos lo había sustituido por un pedazo de papel doblado por la mitad y aguardó divertido a que el atractivo desconocido cayera en la trampa que le acababa de tender.

Afrodita volvió a deslizar la mano por el aire mientras su mirada seguía fija en la pantalla del ordenador y cuando estrenó el nuevo pedido despertó de golpe en la realidad del bar.

─¿Qué narices...? ¿Agua? ─con el ceño arrugado miró al camarero, quien le tenía el ojo echado y apenas reprimió una seductora sonrisa antes de acercarse a una pareja recién llegada ─Será imbécil el tío este...─refunfuñó al dejar el vaso sobre la barra, momento en que reparó en el papel doblado─. Vaya...tu nombre es Andor...─susurró con una vivaracha sonrisa asentada en sus labios. Al costado del nombre también se leía un número de teléfono y cuando el joven de cabellos cortos y engominados regresó hacia la zona del periodista, este se quitó los auriculares y el coqueteo se hizo explícito ─. Andor, querido...creo que no me has entendido bien... Te he dicho que me sirvieras otro igual, no agua chirri... ─dijo , medio cruzándose de brazos sobre la barra mientras sujetaba el vaso por el extremo superior y lo mecía ante el rostro del camarero.

─Llevas dos bebidos casi de golpe. Date un respiro antes de emborracharte y acabar ensuciándome los baños o la entrada. Además... tu presencia aquí, en este ladito de la barra, me gusta.

─ Ah, ¿sí? ─Afrodita se sacudió con su gracia natural los bucles que caían sobre su frente.

─Sí. Pero no entiendo qué estás haciendo, con la cabeza hundida en tu ordenador... ─Andor seguía con los pedidos que tenía en marcha, pero sus ganas de charla estaban enfocadas al sueco─. Podrías estudiar el entorno... fijarte en lo que se mueve alrededor tuyo... tal vez haya ofertas que te interesen...

Afrodita se rio. Lo hizo con ganas y el camarero le devolvió la sonrisa, sabiéndose con las riendas de una noche prometedora. Las comandas llegaron a sus dueños y cuando el joven tomó el dinero para proceder con el cobro, se preocupó de exhibir bien su aspecto trasero, descargando todo su peso en una de las piernas de modo que el trasero quedara bien contorneado dentro de unos jeans estrechos de infarto.

El periodista se fijó en eso. Y en lo bien formado que estaba el chaval. En el descaro que exhibía y en lo apretujada que llevaba la mercancía delantera. Porque haberla, había. En cuestión de segundos su deseo comenzó a salivar y recordó amargamente que llevaba demasiados días de abstinencia absurda. Como tan absurdo sería rechazar esa ocasión que se le servía detrás de un vaso de tubo con hielo, limón y agua.

─Indudablemente la oferta es suculenta...─ ronroneó─. Lástima que tu teléfono no me sirva de nada, por la mañana me voy del país. Sólo estoy haciendo tiempo para ir al aeropuerto...

─Vaya...─el camarero sobreactuó una decepción terrible, sustituyéndola al acto por una expresión de morritos predispuestos a todo─ Pues sería bueno aprovechar el rato que te queda... ¿tienes ideas?─ flirteó el muchacho, irguiendo su cuerpo para mostrar con orgullo un torso bien musculado, vestido con una camisa de lycra gris brillante, muy ajustada, con los tres botones superiores abiertos para dejar al descubierto un buen trecho de piel perfecta y lisa.

─¿Ideas? ¡Soy un periodista de primera, querido! ─exclamó, con ganas de entrar al trapo en ese presunto juego sexual que su mente ya estaba visualizando ─Me sobran las ideas...

─Periodista...hummm...eso mola todavía más... Y deduzco que estás trabajando en algo...

Afrodita paseó su mirada por el ordenador y el blog de notas y asintió.

─Ahora mismo estoy con periodismo de investigación, querido... Eso de seguir pistas, datos, tirar de hilos...este tipo de cosas...

─¿Y cómo lo estás llevando? ─Andor se agachó sobre la barra, apoyando el mentón sobre la palma de su mano mientras contoneaba las caderas levemente.

─El vodka con limón me estaba ayudando, pero has decidido privarme de mis caminos hacia la clarividencia investigadora.

─No me digas, mira que me ofendo...

El sueco volvió a reírse. El muchacho le estaba cayendo bien. Esos divertimentos de bares con desconocidos siempre le habían gustado; seguirle el juego fue su modo de evasión ante tanta espesura en un reportaje cuyo avance parecía habérsele estancado.

─No te creo. Mientes. No tienes cara de ofenderte muy rápido...

Ahora el que se rio con una corta carcajada fue Andor.

─Tienes razón. En realidad soy una persona muuuy adaptable a las circunstancias...─coqueteó, acercándose a Afrodita con el atrevimiento de bajarle la pantalla del portátil─ Y tu circunstancia me gusta. La que estés aquí. Si te digo que con sólo imaginar qué escondes detrás de estos pantalones blancos e impolutos me estoy poniendo a mil...─ continuó, estirando el cuello para obtener un buen ángulo de visión sobre la entrepierna sueca.

─Me parece una información divina...─ Afrodita leyó las intenciones del descarado Andor y descruzó las piernas, removiéndose con gracia sobre el taburete; con un nuevo avance en la jugada se agarró los atributos con la mano y se los manoseó con la supuesta intención de acomodarlos bien, consiguiendo que la mirada del camarero se desbordara de deseo y que en su propio bajo vientre se comenzara a formar una erección─. Voy al baño, querido... Mi circunstancia lo requiere. Y apuesto a que la tuya también...

Afrodita subrayó el anuncio con un guiño de ojo, recogió sus pertenencias y desapareció en la zona de los servicios. Sabía que no tardaría nada en ser seguido y eligió el wc más apartado de los tres. No se lo podía negar: estaba caliente. Hacía días que no daba con quien aplacar su gusto por el sexo y ese muchacho era guapo. Su cuerpo era fuerte y perfectamente acicalado. Con un descaro que plantaba cara al suyo y que había conseguido excitarlo en un santiamén.

La espera duró apenas un suspiro. El camarero cerró la puerta con cerrojo y Afrodita se relamió los labios cuando sus miradas, dilatadas por el deseo, se conectaron. El sueco hizo el ademán de besar esa boca que se le antojaba más que predispuesta a recibir atención, pero sin casi darse cuenta se halló con la espalda pegada a la puerta y Andor sentado sobre la tapa del wc, con las manos magreándole la erección y la lengua humedeciendo los labios que sí, estaban predispuestos, pero no a recibir atención, sino a darla. Uno a uno los botones de la bragueta fueron cediendo y cuando su verga asomó la cabeza enseguida fue recibida por una serie de succiones que la acabaron de endurecer.

─Ahmm...─masculló Afrodita, mordiéndose los labios al tiempo que deslizaba sus manos por la cabeza de Andor─ eres un jodido pervertido...un delicioso depravado...

El camarero hizo un par de succiones más y se apartó, tomando el pene de Afrodita por el tronco y mirándole directamente a los ojos.

─Fui a un colegio de curas...¿qué esperas?

La mamada se reanudó de inmediato, y Afrodita se entregó al placer sin ninguna pizca de remordimiento, obnubilado totalmente por el perfecto trabajo bucal que lo estaba elevando hacia las mismísimas auroras boreales, aunque algo hizo clic en su subconsciente.