68. Víctima o victimario

ADVERTENCIA: Sigue en vigor la misma que en los capítulos anteriores.

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Internado de Davleia, domingo 31 de enero

Una cama ancha con dosel. Un par de sillones tapizados. Restos de velas. Un mueble con vasos de vidrio cristalino. Una jarra con un culín de líquido olvidado en su interior. Sillas plegables amontonadas al lado izquierdo, como si estuvieran allí esperando ser dispuestas para presenciar algún espectáculo. Al fondo, en una esquina, una cortina de color bordeaux, de un tejido presumiblemente denso y pesado, ocultaba lo que parecía ser una zona de aseo. Al costado derecho, una puerta, y esparcidos por el suelo, cables que no conectaban con nada...

Afrodita dio un par de pasos, barriendo el espacio con la luz que proyectaba la linterna de su teléfono móvil, completamente mudo ante lo que, de buenas a primeras, se le antojó un escenario. Sin saber por qué se halló caminando hacia la zona donde había la pequeña colección de sillas de madera plegables y vio que, además, había unos tres paraguas fotográficos, cerrados y apoyados contra la pared.

─Me cago en la madre de todos los cristos...¿qué coño es todo esto?...

El sueco alargó la mano para estirar un trecho de esa tela que algún día había sido blanca, pero un fuerte estruendo descendiendo por la escalera le desbocó el corazón.

─¡Ay! ¡Por el amor de Dios! ¡Mi cadera!

─¡Dimitri! ¡¿Está bien?! ─Afrodita corrió hacia el cura, a quien vio sentado en uno de los peldaños inferiores, con una zapatilla puesta, la otra perdida y una bata de felpa, estampada con cuadros azules y negros, cubriéndole el esqueleto.

─Ay, hijo...la cadera...

─No me joda que se la ha roto... ─el viejo se agarró a la ayuda que le ofrecía el periodista y contuvo el aire cuando éste tiró de él para ponerlo en pie. Afrodita respiró con algo más de calma al comprobar que el cura se mantenía en pie sin problema y se apresuró a iluminar el suelo hasta dar con la zapatilla volada ─. Aguántese en mi hombro y alce el pie, que lo calzo ─indicó Afrodita, agachándose ante el viejo.

─¿Quién es Dimitri?

─Usted ─ver esas piernecitas repletas de protuberantes venas que dotaban la piel de un color azulado le hizo sentir un desconocido respeto al paso del tiempo ─. Le sienta bien este nombre. ¿No le gusta?

─Ah...bueno... Me bautizaron como Porfirio en realidad...

─Pues para mí es Dimitri desde ayer ─Afrodita se alzó y lo ofreció la mano para ayudarlo a terminar de descender─. ¿Y qué hace aquí? Creí que aún estaría durmiendo la mona...

─La cabeza está que me estalla, hijo...Y con los golpes que se ha dedicado a dar ¡¿cómo iba a poder dormir?! ─Dimitri acabó de bajar los dos peldaños que le quedaban de medio lado para poder apoyar la planta del pie entera, pero lo hizo como si fuese un bebé: de uno en uno y renqueando ─¿Qué has descubierto? ¿Alguna bodega secreta? ¿Un alijo de licores o algún lagar para hacer el vino de las misas?

─¿A usted qué le parece esto?

Afrodita volvió a enfocar la zona, deslizando el halo de luz de izquierda a derecha con pensada lentitud. Los ojos del viejo parecieron abrirse para escapar de sus cuencas, y la respiración se le cortó por unos instantes.

─Un dormitorio de lujo...

─Eso he imaginado yo también, pero...¿de quién? ─el viejo se encogió de hombros y se atrevió a dar unos pasos más mientras Afrodita se quedaba a los pies de la escalera, observando su figura encorvada y las piernecitas como palillos ─. Si se fija, a la derecha ─prosiguió, llevando la luz hacia el mentado punto─ hay otra puerta muy parecida a la de arriba. ¿La tiene ubicada por fuera? A mí me da que era un acceso secreto...

─¿Un acceso secreto para qué? ─inquirió el viejo, girándose lo justo para poder ver la silueta de Afrodita detrás de la luz que proyectaba su móvil.

─Piense mal, amigo Dimitri, y tal vez llegue a la misma conclusión que yo.

El viejo se puso una mano en la cadera afectada por el golpe y caminó arrastrando los pies hasta la gran cama cubierta por un quebradizo dosel. Palpó la mullida colcha y paseó su mirada por todos los rincones que alcanzaba a ver con la poca luz que Afrodita aportaba.

─No quiero pensar en ello...─murmuró, por primera vez desde que se habían conocido, con dolor en la voz ─Me niego...

─Aquí residían niños. Desde edades muy tiernas hasta bien entrada la adolescencia.

─No... por Dios... no...

─Hay material fotográfico. Sillas amontonadas. Una escenografía bien pensada. Una puerta que ahora vamos a ver si encontramos desde fuera...

Dimitri se tapó la boca y sus ojos hundidos se aguaron de rabia.

─Yo no fui un santo... ─dijo, con la mirada adherida a todo ese mobiliario lujoso y a la energía que aún emanaba de ellos─ adoraba estar con mujeres...

─Me dejó constancia de ello ayer por la noche...

─Pero ¿niños? ─continuó, ahora buscando la atención del sueco─. Niños jamás. Ni niños ni niñas. Siempre hay personas adultas dispuestas a jugar por propia voluntad. Siempre...

─Voy a dar con los buitres carroñeros que pasaban por esa puerta, se lo juro por su Dios y por todos los que se le ocurran.

─¿Y qué vas a conseguir con ello? ─Dimitri le miró con una expresión que Afrodita no supo discernir si albergaba pena, miedo o derrota sistémica.

─No lo sé, Dimitri... pero esto ya no trata únicamente sobre un solo individuo... esto se me está yendo de madre, así que...pienso convertirme en un jodido grano en el culo de la Iglesia. Así de claro. Y usted me va a ayudar a ello.

1979, Davleia

─Traedme a Hypnos.

El gran cuerpo se había sentado en uno de los sillones exquisitamente tapizados. Sobre uno de los reposabrazos repiqueteaban los gordos dedos vestidos de oro y gemas. Sobre el otro descansaba la mano que sujetaba un pesado vaso de cristal con un generoso dedo de whisky. La máscara negra que cubría su faz culminaba en una nariz achatada, la cual dejaba espacio para el uso de la boca, aunque parte de las mejillas también quedaban protegidas y ocultas.

─Por supuesto, su eminencia...

─Que siga todas las instrucciones que hallará en el regalo que le ofrezco.

─Sí, su eminencia...

Con altanería se adecentó la cruz pectoral de oro y piedras preciosas que colgaba sobre la casulla. Se repantingó bien cómodo, con las piernas abiertas, y bebió un buen trago de whisky para amenizar la espera de su chico predilecto.

El más guapo de rostro...

El más entregado...

El perfecto para poderlo presentar en círculos más selectos...

Hyppolitos abrió la nueva caja con la que era agasajado antes de acudir a su cita. Su cuerpo ya se presentaba perfectamente rasurado, pero todavía no sabía cuál sería la indumentaria que debería lucir en esa ocasión. Con la frialdad que iba caracterizándole desde unos años hacia esta parte, agarró la correa de cuero rojo con ambas manos: «el lazo, en el cuello» rezaba una nota escrita a mano. Hyppolitos obedeció la instrucción, pero dejó un buen espacio entre el cuero y su piel cuando ajustó la hebilla. Debajo encontró una picardía también de color rojo, y ropa interior femenina de encaje. Lo último que ocupaba la caja eran un par de zapatos de tacón del mismo color de todos los complementos anteriores, y un talón sin firmar con una cantidad más que generosa «para seguir adquiriendo formación y materiales para tu arte de ensueño. Se tan buen chico como siempre y al terminar te firmaré el cheque. Eres único, Hypnos...».

─Eres único...

El joven artista en pleno despunte se vistió con gestos mecánicos. Se maquilló como últimamente era requerido por los gustos de su mecenas. Cubrió su cuerpo con una túnica encapuchada de color negro y se deslizó como un fantasma desde su habitación individual y privilegiada hacia la puerta que moraba a su costado.

─Hypnos...dichosos son los ojos que te ven...los ojos que te adoran...las manos que te tocan...

«Eres pura perfección...»

«Eres un dios encantador...»

«Tu talento nunca conocerá sombra que lo opaque...»

«Tu cuerpo es una obra divina...»

«Ven...»

No se esperó que unos potentes focos le cegaran la mirada. Apenas tuvo tiempo de acostumbrarse al potente derroche de luz, que dos almas piadosas le despojaron de la túnica, dejándolo expuesto ante un objetivo que comenzó a filmar la escena.

Las gruesas manos, conocidas de años, ajustaron más la hebilla del cuello. Hasta no poder más. Hasta escuchar un gemido de incomodidad atascarse a la mitad de la garganta de su suculenta ofrenda. Acto seguido los dedos se enroscaron en la tira de cuero y tiraron de él hacia abajo, invitándole a presentar la protocolara genuflexión. Alargando el momento antes de alzar lentamente la sotana hasta dejar asomar la pulsante erección.

«Te he extrañado tanto, mi niña...Se buena... Se obediente y recibirás la recompensa de Dios...»

1 de febrero de 2016, 7:00 de la mañana, centro penitenciario de Korydallos

Hypnos quedó observándose el rostro largamente antes de proceder al afeitado. Había disfrutado de la ducha, no lo podía negar. Era una de las ventajas que tenía el hecho de salir del recinto penitenciario: aseo y sala para vestirse exclusiva para los individuos con dicho permiso. La toalla, enroscada a la cintura, dejaba a la vista un cuerpo que aún se apreciaba fuerte y apetecible a pesar de las magulladuras sufridas los últimos días.

«Nadie puede resistirse a ti, Hypnos...tu magnetismo es único, como el de tu arte...»

─Yo soy Hypnos... ─susurró, mirándose al espejo como si no hubiesen pasado treinta y seis años─. Soy Hypnos. El mejor de todos.

El afeitado se llevó a cabo con una destreza sublime. La muda interior, la camisa, el traje, la corbata y los zapatos aguardaban repartidos entre la silla y el perchero que había en un rincón de la pequeña sala. En el medio se hallaba una mesa sencilla con dos sillas metálicas, dispuestas para los encuentros con los respectivos abogados y, al otro lado, el mismo guardia que durante el fin de semana le había velado las comidas, esperaba paciente que Hyppolitos llevara a cabo todo su proceso. Una señal en su walkie le advirtió de la llegada del abogado y al cabo de pocos segundos, el sonido del desbloqueo de puertas dejó paso a Lune de Balrog.

─Estaré fuera, señor ─señaló el joven funcionario, dejándoles privacidad.

─Gracias.

Lune estaba más ojeroso que nunca, a pesar de lucir un acicalado perfecto. Emitiendo un largo suspiro, arrastró una de las sillas y tomó asiento en ella.

─Te estás recuperando bien de la agresión ─observó con ojo entendido, entrelazando los dedos sobre sus piernas recién cruzadas.

─Todo dolor físico acabo pasando.

Hypnos se esparció la loción aftershave por su rostro con varias palmaditas y luego enjugó un poco la piel con suaves toques de toalla, evitando friccionarla. Hecho esto se quitó la toalla que cubría sus genitales, olvidándose de cualquier tipo de reparo o pudor, y Luno pudo ver que los grandes moratones en su cadera todavía poseían ese color bajo el cual yace dolor. Ninguno de los dos añadió una palabra más. El artista se limitó a vestirse y Balrog no pudo ni quiso evitar pensar en cómo hubiese sido la vida si ese condenado hubiese amado a su hermana de verdad.

─Hoy te llamaré a declarar ─dijo de repente, con indiferencia en el tono.

─Lo imaginaba... ─Hyppolitos regresó ante el espejo y se peinó los cabellos hacia atrás, dejando que adoptaran una posición natural al caer rozándole los hombros. En ellos aún vivían más destellos rubios que canosos y la mirada con la que aprobaba con nota la imagen que iba a dar, refulgía de seguridad.

─Es inútil que este juicio se siga alargando con testimonios que no llevan a ninguna parte.

─Este juicio es inútil desde un buen principio ─. Apuntó Hypnos, mirándole a través del espejo con el ceño fruncido.

─Estoy de acuerdo.

─Es mi hermano el que debería ser procesado, no yo ─sentenció, ajustándose el nudo de la corbata lo justo para que su cuello no notase presión.

─Yo estoy aquí para defenderte a ti, no para presentar cargos contra el señor Thane Sifakis. De eso debería encargarse la Fiscalía.

─La Fiscalía está comprada por él. ¿Todavía no te has dado cuenta? ─en ese instante Hypnos se giró para encarar directamente a su abogado, pero al no recibir más respuesta que un frío cruce de miradas, devolvió la atención al espejo─. Está enfermo...siempre lo ha estado, pero nadie lo quiere ver...Nadie. Nunca...

Lune inspiró con fuerza, alzando la maltratada mirada hacia el techo amarillento.

─¿Te importa que empecemos haciendo un repaso detallado a toda tu trayectoria como artista?

Hypnos volvió a girarse hacia él, descolocado.

─No. ¿Por qué?

─¿Por qué te lo pregunto o por qué creo que es conveniente empezar por ahí?

Hypnos arrugó ceño y nariz a la vez que medio negaba con la cabeza.

─¿A qué viene esto, Lune? A mí me hablas con más deferencia, que por algo te pago.

Balrog se alzó, posicionándose delante de Hypnos para poder mirarle dentro de esos ojos que, efectivamente, poseían todo el magnetismo del mundo.

─Creo que es conveniente remarcar ante el jurado popular que tu condición de artista de renombre mundial siempre ha suscitado envidias, celos, relaciones tóxicas que se han acercado a ti para sacarte provecho, ya fuese desde tu influencia como artista, tal y como hizo Elsa Dou Garbellen, o de la fortuna que posees, como se ha beneficiado durante años tu hija bastarda.

Hypnos seguía sin saber dónde pretendía llegar su abogado, detalle que le estaba poniendo los nervios a flor de piel.

─¿Pero por qué hay que airear lo que sucedió con esa chavalita noruega? ¡De eso hace veinte años!

─Veintiuno.

─¡Qué más da veinte que veintiuno! ─comenzó a exasperarse Hypnos─. Esa niña se suicidó, ¡¿qué tiene que ver conmigo y con este juicio?!

Lune soltó la respiración por la nariz, largamente, dándose tiempo.

─Afrodita Eriksson publicó un artículo mencionando dicho suceso. Si no hablamos de él dará la impresión que lo rehuimos, y te aseguro que ese mequetrefe es un tipo muy leído. Por mucho que el jurado esté aislado de toda información externa, el público de la sala y de todo el país, no. Se estarán preguntando por eso, por el papel que tú jugaste en ese momento. Debemos dejar la escena de noruega bien limpia de sospechas de ningún tipo si quieres ser creído.

─¡Pregúntame lo que quieras! ─se enfadó Hypnos, alzando el brazo enérgicamente en un ademán de mandarlo todo a la mierda─. ¡Esa niñata estaba loca! ¡Se obsesionó conmigo cuando yo nunca le prometí nada!

─Pues vayamos a demostrarlo, Hyppolitos...─susurró Lune, acercándose lo suficiente a su cliente para sujetarle del brazo a modo tranquilizador─. Vayamos a demostrar que la vida te ha rodeado de personas con la mente turbada, que tú has sido sólo una víctima de sus celos y ambiciones...Hoy terminará todo. Te lo prometo.

Lunes 1 de febrero de 2016, Juzgados de Atenas

─Ayer por la noche Balrog me solicitó permiso para proceder con el testimonio de Hypnos.

─¡¿Hoy mismo?! ─Kanon expulsó el humo al mismo tiempo que habló, con el cigarrillo sujeto entre sus labios y las manos sin disposición alguna a abandonar las profundidades de los bolsillos de la chaqueta.

─Sí ─Saga inspiró hondo, sin disimulo, rodando la vista a un cielo despejado de nubes, pero el cual colocaba la primera mañana de febrero como la más fría del invierno en curso.

─¿Y el Juez Dohko ya lo sabe?

─Sí ─respondió Saga, exhalando una bocanada de vaho.

─¿Y no le ha dado un patatús?

─No todavía, al menos que yo sepa.

─Pues si no le ha dado un chungo con otro cambio, poco le debe haber faltado ─Kanon aspiró una nueva calada, extinguiendo casi por completo el cigarrillo, momento en que sí se dignó a liberar una mano para pinzarlo y proyectarlo peldaños abajo.

─Esta vez lo ha solicitado la defensa, no nosotros.

─Ah, claro...insinúas que a ti ya se te ha acabado el crédito pero que Lune todavía tiene un poco, ¿no?

─Algo más que yo, sí ─intentó sonreír Saga, mirándose de refilón a su gemelo─. No nos podemos engañar en que se las hemos hecho pasar canutas durante los últimos meses...

─Es juez Saga, tampoco vayas a sufrir por él ahora, que no curran tanto...─dijo Kanon dándose media vuelta, aprovechando el giro para tomar a su gemelo del brazo y darle unos amistosos golpecitos en el pecho─. Podrías planteártelo si algún día quieres dejar de ser fiscal. Estarías todo mono con la toga...

Saga se rio. Volvió a inspirar y decidió seguir los pasos de su gemelo quien, al parecer, esperaba su arrancada.

─No te negaré que alguna vez me lo he pensado. Igual que la docencia. Pero no sé... De momento sólo tengo ganas de acabar con esto de una vez y tomarme vacaciones. Unas largas y merecidas vacaciones.

─ Vacaciones... pues a ver si lo consigues esto de ser capaz de desconectar, y de paso te replanteas tu futuro otra vez...─propuso Kanon, paso a paso con Saga.

─¿Por qué lo dices? Soy plenamente capaz de estar días desconectado del trabajo.

─Sí, sí, claro...cuando un infarto se cruza en tu camino, sí...

─¡Kanon!

─¡¿Qué?! ¿Acaso me equivoco?

─Me estoy tomando la vida de otra manera, Shaka te puede dar fe de ello si todavía no lo has podido comprobar por ti mismo.

─Vale, vale, lo que tú quieras... ─Kanon sacudió la mano como si en vez de ideas espantara moscas─. Pero...¿la docencia? ¿te has vuelto loco? Esto sí que necesitas repensarlo bien y con calma.

─¿Y por qué no? Hasta podrías planteártelo tú... ─Ahí la faz de Kanon se ensombreció. Sus pasos los habían adentrado hasta la zona de control de metales y el menor de los gemelos comenzó a quitarse zapatas, cinturón, mechero, tabaco, llaveros y todo lo que salía de sus vaqueros con gestos muy mecánicos. Saga cogió una bandeja y dejó todas sus pertenencias susceptibles de pitar de manera mucho más ordenada─. ¿Qué? ¿No te seduce la idea?

─No.

La seca respuesta no dio paso a más intercambio. No al menos mientras ambos estuvieron medio atascados en la zona de control. Fue cuando ya estaban recuperando sus pertenencias que Kanon se acercó a Saga e hizo el amago de hablar. Un amago que, sin embargo, coartó con otro silencio.

─Escucha, que si quieres dejar la abogacía lo entiendo...─le susurró Saga.

─No es eso. O sí...No sé...

─¿Qué pasa, Kanon?

Una sonora inspiración le hinchó el pecho e hizo que su mirada viajara por todo su alrededor mientras llenaba los mofletes de aire y lo retenía ahí, como un hámster, antes de soltarlo de golpe.

─Pasa que este fin de semana, que lo he pasado entero con Rada ayudándole en el pub...pues que he pensado mucho.

─¿En qué? ─se interesó Saga, emulando el bajo tono de voz con el que le había hablado su hermano.

─En qué cojones hacer con mi puta vida.

Saga chasqueó la lengua ante la amargura que impregnaba la revelación de Kanon.

─Siempre estás igual, Kanon...─le dijo, mirándole de soslayo mientras cerraba su maletín─ el mundo no se acaba en un juzgado. Puede dedicarte a lo que te dé la gana.

─¡Lo sé!

─¿Entonces?

─Pues...siento que...─Kanon se detuvo. Puso las manos en jarra sobre su cadera y miró a Saga de frente─ Siento que necesito hablar con el inspector Camus. Y tal vez con Dohko también. Algo aquí dentro ─se señaló el pecho, golpeándolo con los dedos de la mano juntos en punta─ me empuja a confesar el atropello ─susurró, con voz apenas perceptible─. Y es una mierda, porque no quiero hablar de ti ni de DM, pero yo necesito sacarme esta podredumbre de dentro. Pagar por ello. Aunque sea pasándome dos o tres años desempeñando trabajos sociales, eso me la suda.

─Kanon, ahora no es momento de hablar de esto ─le medio regañó Saga, sintiendo un extraño vacío oprimirle el cuerpo.

─¡Joder, tú me has preguntado! Pues lo que pasa es esto. Te guste o no.

─Pues ahora te sugiero que dejes el tema para otro momento.

─Pues vale. Pero no me voy a olvidar de ello, Saga... es un runrún que tengo dentro y que me jode mucho.

Saga emprendió el camino hacia la sala procesal, con paso ligero y ganas de no seguir escuchando las cavilaciones de su hermano, quien ahora parecía obstinado en ello.

─¿Y qué sabes de tu amigo Afrodita Eriksson? ─le espetó Saga de improviso, deteniéndose a cierta distancia de todos los medios audiovisuales que esperaban por entrar.

─Vaya, mira por dónde qué manera más «elegante» de hacerme callar...

─O cambiar de tema, sí.

─No sé nada ─contestó Kanon, mirando a Saga fijamente, como si estuviese desafiándolo─. O muy poco. Desde que cerró el trato del articulo con la revista esa que quería que no suelta prenda. Lo último que sé es que ha regresado a Grecia, pero que no está en Atenas. Y que no le esperemos. Eso es lo que me puso en un whastapp que me mandó ayer por la tarde. A partir de ahí no ha ni leído mi respuesta ─agregó, mostrándole el contacto del periodista y la carencia de feedback.

─Será que por primera vez en su vida se está tomando su profesión en serio ─valoró el fiscal.

─Se ve que sí ─secundó Kanon.

1 de febrero, Davleia

─¡Vamos Dimitri! ¡Es para hoy!

Afrodita lo arreció desde dentro de su Mini Coupé, con la ventanilla bajada y el codo apostado en ella.

─¡Ya voy!

El viejo cerró el portalón de la iglesia con un candado que era más grande que su cráneo, asegurándose que la nota escrita con rotulador y pegada a la madera con cinta adhesiva estuviese preparada para resistir las inclemencias de incluso un tornado. Al tomar el camino hacia el coche, Afrodita no pudo dejar de sentir compasión por esa alma que arrastraba los pies y que a duras penas sostenía una bolsa de mano con cuatro pertenencias básicas. Un gorro de lana mantenía los cuatro pelos del viejo bien a cubierto y una raída bufanda a rayas se iba humectando gracias al goteo que el frío imprimía en su nariz y el vaho que salía de su boca y se quedaba estancado en el tejido.

─Venga querido, suba, que cerraré la ventanilla y le pondré calefacción.

─Hijo, cuando la Conferencia Episcopal se entere de mi deserción, volverá a arder Troya...

─La Conferencia Episcopal no debería temer su deserción, sino lo que de ella derive ─le recordó Afrodita, guiñándole un ojo─. Vamos a dejar la iglesia con el culo al aire. Seguro que en la carpeta que me dio hay la relación de todos los nombres y rangos, ¿no?

─Que sí, hijo, que sí...─ Dimitri no sabía cómo narices abrocharse el cinturón de seguridad, y fue el sueco quien tuvo que acudir en su ayuda─ Pero quizás estén todos muertos ya...

─Usted vive. Imaginemos que es la sangre de Cristo la que puede obrar su milagro y el de tantos otros más.

─Dios le escuche...

«Que tampoco me escuche tanto...a ver si acabo ardiendo yo antes...» reflexionó Afrodita para sí mismo mientras ponía el coche en marcha y embocaba la carretera secundaria que lo había conducido hasta allí.

─Dimitri, saque su móvil y active el gps ─ordenó─ y no me diga que no sabe que es usted un perro más viejo que el mismo diablo.

El cura se rio por lo bajín y extrajo el dispositivo de las interioridades de esa sotana que a Afrodita se le antojaba con profundidades infinitas.

─¿Y qué dirección pongo?

─La que a usted le chirríe más. Hagamos caso de su instinto.

─Pues esta, que está más cerca.

El hombre tendió el móvil a Afrodita y el sueco lo instaló en su soporte.

─¿Preparado? ¡Vayamos allá!