El ambiente en la sala se respiraba pesado, como si durante los dos días sin jornadas judiciales no se hubiese aireado la tensión acumulada. Los medios de comunicación se apresuraban a ultimar la puesta a punto de todos sus dispositivos audiovisuales, y el asiento destinado al periodista sueco fue ocupado por otro redactor que había radiografiado su ausencia con buen ojo avizor. Saga no recordaba haber visto nunca el tribunal tan atestado de público y medios informativos; tanta expectación le secaba la garganta, no podía negarlo, aunque sí disimularlo a través de una calmada limpieza de las lentes de sus gafas y algún que otro carraspeo. Kanon se había quedado atascado en la esquina opuesta, justo al costado de la entrada, aprovechando la espera para hablar con Defteros, o contagiarse un poco de su calma aprendida con los años o, simplemente, beneficiarse de su cercanía y protección. Úrsula se mantenía alejada de lo que fuese que compartieran tío y sobrino, ajena al saludable color que ofrecían sus mejillas rejuvenecidas.
Dohko apareció después de la anunciación de su cargo y nombre, luciendo un rostro un poco más descansado que el ofrecido cuando abandonó la sala el último día. La tila llegó de las manos del funcionario que había accedido a la sala siguiendo al juez. Dohko dejó el papeleo sobre la mesa, sorbió la infusión sin siquiera deshacerse del saquito sumergido en el interior y chasqueó la lengua tras la quemadura de rigor. A partir de ese momento todo el movimiento del tribunal se aceleró: los periodistas ocuparon sus asientos; los técnicos audiovisuales pusieron en marcha todos sus mecanismos de grabación y difusión; el público fue acomodándose en los asientos libres y la llegada del jurado popular se zanjó sin incidentes.
Casi sincronizados, Hyppolitos apareció por la puerta de los imputados cuando Lune de Balrog lo hacía por el acceso principal. El letrado cruzó el pasillo central con paso firme. Las cámaras fotográficas se apresuraron a inmortalizar la llegada del abogado defensor siguieron ametrallándole la espalda con los flashes hasta que alcanzó su destino.
Lune no se sentó. Ni siquiera rodeó el espacio para dejar el abrigo que colgaba de su brazo y el maletín que llevaba consigo. Simplemente pasó sus pertenencias por encima de la mesa y las depositó en la silla. Hypnos le observaba de refilón, callado, ofreciendo las manos para que el policía con el que había entrado le retirara las esposas. El artista se llevó las manos a las muñecas una vez estas estuvieron libres y se masajeó la zona para aliviar el dolor que aún sentía enraizado allí. Acto seguido, y con un gesto mecánico, se desabrochó los botones de la americana azul marino y pinzó la tela de los pantalones hacia arriba para poder tomar asiento sin ninguna tirantez de ropa.
Saga también observó a Lune. Y Kanon, cuando al fin decidió presentarse al lado de su gemelo. Y toda la audiencia parecía estar concentrada en el estancamiento de movimientos que gobernaba al abogado de la defensa.
─Señor Lune de Balrog, puede proceder cuando quiera ─proclamó Dohko al ver que iban pasando los minutos y lo único que se sucedía allí eran juegos de miradas, toses de impaciencia y flashes.
Balrog carraspeó. Tomó un sorbo de agua del vaso que un ujier acaba de llenarle y se pasó el dedo índice entre el cuello y la camisa, como si quisiera aflojar el nudo de la corbata antes de centrarlo y acomodarlo bien.
─Sí, su señoría.
Cuatro pasos lo posicionaron en el centro del tribunal. Su mirada brillaba ante la ausencia de foco físico donde dirigirla y la colección de pequeños músculos de la mandíbula se tensaban de forma intermitente. Un pequeño murmullo se esparció entre los periodistas cuando la puerta se abrió con cautela y dejó paso al inspector Camus y a DM, que se aproximaron a la posición esquinada elegida previamente por Shura, quien había acudido acompañado de Phansy. Dohko entretenía sus dedos con movimientos circulares y repetitivos que retaban a sus pulgares a repelerse como los polos opuestos de los imanes, y no pudo evitar soltar un resoplido cuando la puerta de acceso volvió a abrirse, esta vez por obra y gracia del rezagado Thane, que gentilmente también la sostuvo para facilitar la entrada a una mujer acompañada de dos jóvenes adolescentes.
─ ¿Serán esos la esposa y los hijos de Balrog?
Kanon lo cuchicheó con su acostumbrada falta de delicadeza, suficiente para que Lune le escuchara, se diera media vuelta y recuperara su mirada perdida para focalizarla sobre la llegada de su familia. Ingrid esbozó una sonrisa y asintió levemente con la cabeza; Lune apretó los labios e imitó el asentimiento, exhalando un necesario suspiro mientras regresaba su atención sobre el tribunal.
─Su señoría, la defensa llama a declarar al señor Hyppolitos Sifakis.
La figura de Balrog pareció ser acechada por una bandada de buitres hambrientos equipados con móviles y cámaras fotográficas. El abogado pudo sentir el aliento de la ferocidad periodística cosquilleándole en la nuca, pero no se movió ni un paso. Se mantuvo sereno y firme, e únicamente se permitió inspirar hondo otra vez, cerrando los ojos durante el breve instante que duró su íntimo acto de concentración.
Hypnos se levantó de la silla haciendo gala de la altivez que le caracterizaba. Si ese simple movimiento causó algún tipo de dolor en su cuerpo todavía magullado, no dio muestras de ello; por el contrario, avanzó con determinación y sin bajar la mirada ni el rostro en ningún momento. El sonido apilado y repetitivo de los dispositivos realizando fotos no parecía incomodarle. Hyppolitos se exhibió todo lo que pudo antes de tomar asiento en la zona destinada para prestar declaración y se atusó el cabello y la ropa con su elegancia natural. La exposición de los datos personales y el juramento de verdad se realizó con rapidez, siguiendo el protocolo sin más intromisiones que la exagerada atención periodística.
─ ¡A toda la prensa! ¡Exijo silencio y quietud, por favor! ─exclamó Dohko, harto de tanto revoloteo.
Saga no había dejado de observar la escena. Imaginaba que Balrog había avanzado la comparecencia de su cliente debido a la precipitación de noticias que habían ido surgiendo durante los últimos días. Cuánto más tiempo dejara pasar, más reportajes e hipótesis sobre los mismos podrían estar alimentando el apetito de la voluble opinión pública, circunstancia que, tratándose de un juicio sumamente mediático, no le favorecería en absoluto. Lune de Balrog no le dedicó ni una fugaz ojeada, pero Hypnos sí que se tomó tiempo para conectar su mirada con la del fiscal y sostenérsela largamente. Saga aguantó. Le mantuvo el pulso y esperó a que fuera el artista quien se viera obligado a desviar el foco de su soberbia.
Lune se aclaró la voz y avanzó un paso, guardándose la mano zurda dentro del bolsillo de los pantalones color gris perla. Con la derecha sujetaba un bolígrafo caro que le proporcionaba un solidario tapón con el que engañar los nervios.
─Señor Sifakis, hagamos un repaso cronológico de su vida como artista ─propuso, reclamando así su atención mientras le ofrecía una sólida conexión de miradas─. ¿Puede exponer a toda la audiencia y al jurado cuándo se inició su carrera? ¿Cuándo alguien vio en usted el potencial que guardaba dentro?
─Siempre me gustó dibujar y pintar, desde niño ─un bufido de incredulidad escapó junto a una respuesta cuyo tono se apreció despectivo.
─¿Con qué pintura, dibujo u obra comenzó a captar la atención? ─Lune permanecía quieto en el lugar elegido, mostrándose sereno e impasible mientras nadie se fijara en el continuo bailoteo que sufría el bolígrafo preso de su mano─. Es un dato para que nos ubiquemos en sus inicios artísticos, no importa que se trate de un trabajo del que actualmente no queden restos...
─El mural sigue existiendo ─respondió, enfadado─. Hasta el día de hoy se puede contemplar su belleza, y se encuentra adornando el altar de la iglesia de Davleia.
─Davleia ─repitió Lune─. Allí fue donde usted y su hermano, el señor Thane Sifakis, pasaron su infancia y adolescencia, ¿cierto?
─Sí. Vivíamos en el internado. Estudiamos allí.
─¿En qué año pintó ese mural?
─En 1972. Tenía unos diez años.
Lune calló y desvió su mirada hacia el suelo. Parecía que iba desarrollando el interrogatorio sin seguir ningún tipo de esquema o guion. Una sonora inspiración acompañó el levantamiento de su vista y prosiguió con voz firme y calmada.
─¿Qué impacto causó su obra?
─Dejó maravillado a todo aquél que la apreciaba. Fue una obra colosal dada mi edad ─ Hypnos destilaba un extremo amor propio cada palabra empleada.
─¿Qué consecuencias tuvo dicho éxito sobre su desarrollo como artista?
─Los religiosos que velaban por el bienestar y la educación de todos los internos comenzaron a ofrecerme material para desarrollar mis dotes artísticas. Me financiaban clases privadas de arte. Me proporcionaban todo lo que necesitaba para poder expandir mi talento y mi don.
─¿Se podría afirmar que tenía un trato diferencial comparado con el de los otros chicos?
─Tenía un trato justo dadas mis altas capacidades artísticas.
─El señor Thane Sifakis afirmó que usted gozaba de habitación propia cuando todos los demás chicos compartían habitaciones de dos o incluso cuatro personas...
─Yo solo me gané este privilegio ─otra risita despectiva secundó esta convicción, como si no fuese obvio que era merecedor de dicho trato.
─¿Suscitaba celos entre sus compañeros?
─¡Continuamente! ─exclamó, abriéndose de brazos para enfatizar más la respuesta─. Lo que sucedía era que no entendían que ellos eran una sarta de mediocres y que yo brillaba por encima de todos ellos, incluido el enfermo de mi hermano.
─Su hermano, el señor Thane... ¿no compartía la alegría por su crecimiento como artista? ─se aventuró Lune, intuyendo que allí Hyppolitos explotaría.
─¡Mi hermano se dedicaba a esparcir habladurías sobre visiones del otro mundo! ¡Afirmaba que hablaba con los muertos! ¡Asustaba a los demás chicos con su sola presencia! ¡Incluso los sacerdotes recelaban de sus afirmaciones sobre voces y fantasmas! Ese pobre desgraciado estaba enfermo, poseído por el diablo. Y cuanto más brillaba yo, más enloquecía él. Nunca pudo soportar que yo fuera mejor que él. Nunca. Jamás.
─¿Nadie intentó ayudarle?, ¿procurarle asistencia psicológica?, ¿asistencia religiosa, incluso?
Estas preguntas sorprendieron al mismo Balrog, pero ya no podía retirarlas. Sólo esperar la respuesta de Hypnos, la cual auguraba agria y despectiva como todas las que tenían que ver con Thane.
Hypnos se rio por lo bajo, no dando crédito a unas dudas que para él poseían toda la luz y lógica del mundo.
─Todos nos desvivimos para sacarle de ese agujero. Pero no sirvió de nada. Su alma siempre ha estado condenada.
─¿Todos?
─Los sacerdotes del internado, los compañeros... Yo.
─¿Qué hizo usted para ayudar a su hermano? ─se interesó Balrog, avanzando un pequeño paso.
─Todo lo que se me pidió. Todo lo que pude.
─¿Puede detallar cómo se le pidió que le ayudara? ¿Qué hizo por él?
─Dios lo sabe.
─¿Es usted creyente?
─¡Protesto! ─Saga aprovechó para clavar los codos en la mesa y erguirse hacia adelante─. No veo qué relación pueden tener las creencias religiosas del señor Hyppolitos Sifakis con la supuesta cronología artística que pretende exponer su letrado.
─Se acepta ─Dohko lo dijo sin despegar la mejilla de soporto en el que se había convertido la palma de su mano.
─Creo en el destino de las personas ─Hypnos respondió haciendo caso omiso de fiscal y juez─. Creo en que hay destinos repletos de luz y otros en los que es imposible brillar.
─De acuerdo...─Lune carraspeó otra vez y se acercó a la mesa para beber un par de sorbos de agua ─. Sigamos. Pasan los años, usted va pintando varias colecciones de obras y comienza a exponer por todo el territorio griego, con gran éxito ─dijo Balrog, cuando se posicionó de nuevo en el centro.
─Así es.
─Llega el año 1991, y con ello, una de sus exposiciones internacionales. ¿Recuerda dónde fue?
─Expuse en la Galería Nacional de Oslo, Noruega.
─¿Puede explicar a los señores del jurado y a toda la audiencia qué acto se dio por primera vez allí?
─Propuse exponer mis obras conjuntamente con los trabajos de los estudiantes de Bellas Artes de Noruega, someter sus creaciones a votación popular y ejercer de mecenas del artista cuya obra fuese designada ganadora ─relató Hypnos, recostándose en la silla con el orgullo henchido─. Fue una iniciativa totalmente solidaria y desinteresada. Puesto que en mi juventud obtuve ayuda por parte de las personas que conocieron mi arte, me propuse hacer lo mismo con los artistas emergentes que se ganaran el beneplácito del público.
─¿El arte de quién se cameló al público y obtuvo el regalo de su mecenazgo?
─Una chiquilla que lo hacía bastante bien. Cabe decir que tampoco hubo mucha competencia en esa ocasión.
─¿Recuerda cómo se llamaba?
Hypnos hizo como que pensaba. Se llevó la mano al mentón y se lo frotó levemente mientras dirigía la mirada hacia el suelo.
─Elsa... Elsa no recuerdo qué más ─sacudió la mano al aire, como si no recordar el nombre le restara importancia.
─Elsa Dou Garbellen ─le ayudó Balrog, sintiendo cómo su corazón se iba acelerando ─como bien mencionó el fiscal Samaras días atrás.
─Sí, eso. Era buena, bastante...─dijo, cruzándose de piernas y atusándose la americana para escenificar un control absoluto de la situación ─. O lo hubiese sido de haber gozado de una salud mental equilibrada, pero era una persona muy depresiva ─avanzándose a cualquier pregunta que pudiera dejarlo en mal lugar, Hypnos se pasó una mano por los cabellos, se humedeció los labios y continuó con su particular opinión─. Como ya han divulgado los medios de comunicación y como dijo el fiscal, Elsa se suicidó.
─¿En qué se basa para esgrimir dichas afirmaciones sobre su salud mental?
Hypnos esbozó un rápido encogimiento de hombros y soltó una de sus risillas despectivas.
─Se apegó mucho a mí. No salía del domicilio que le proporcioné: un amplio loft en el centro de Oslo que contenía su zona de vivienda compartida con un extensísimo taller. Dejó de visitar a sus familiares. No veía a sus amistades. Comenzó a beber...─ Hypnos enumeraba todos los escenarios en los que el comportamiento de Elsa denotaba ciertos problemas psicológicos, y lo hacía con una calma y una indiferencia que consiguió encoger el estómago de su abogado ─. Su creatividad también empezó a verse afectada. Le crispaban los plazos para terminar las obras y poder armar las exposiciones que yo le conseguía.
─¿Y usted no hizo nada para ayudarla? ─preguntó Lune, con los dientes apretados para no escupir acritud.
─¡Por supuesto! ─Hypnos exclamó al tiempo que hacía el ademán de levantarse de la silla, aunque únicamente fuera para reacomodarse la americana con bastante teatralización ─Yo la llamaba varias veces al día cuando mi propia carrera artística me mantenía alejado de Noruega. Le recomendaba salir, airearse, estar con gente, socializar... ¡pero ella sólo exigía y exigía mi compañía! ¡No podía soportar que no estuviese siempre a su lado! ¡Se encaprichó de mí de tal modo que cuando acudía a su lado, me asfixiaba!
Entre el público, en una esquina, Shura bajó la mirada hacia la colección de notas que Phansy iba escribiendo en una libreta. Sentado al otro lado de la psicóloga, Camus tampoco perdía detalle de la concentración que tenía atrapada a su colaboradora. El sosiego del fin de semana y la compañía de esos dos hombres en los que confiaba, habían conseguido que Phansy fuera relajándose y reencontrándose consigo misma, hasta el punto de ofrecerse a ayudar con todo lo que sus conocimientos sobre psicología pudieran aportar.
─Aquí miente ─susurró, subrayando varias veces una frase anotada─. Y aquí también ─añadió─. Exagera los gestos. Alza la voz sin necesidad. Está manipulando la escena tal y como manipula a las personas... ─La mano con la que había escrito las notas estrujó el bolígrafo con tanta fuerza que se vio el blanco de los nudillos. Sus labios se apretaron con rabia y la mirada, clavada al estrado, comenzó a nublarse. Shura le tomó la mano tensa como una garra y trató de suavizar el nervio que la gobernaba─. Él no puede soportar que las cosas se salgan de su control. A mí me aisló incluso de mi propia madre, armó un muro alrededor de mi mente que no era capaz de traspasar. Lo mismo intentó hacer con Pandora, estoy segurísima... Lo mismo con la muchacha noruega... Pondría una mano en el fuego por ella, por su desesperación de verse aislada. Miente. No hizo nada para ayudarla...
Shura agarró la libreta que Phansy tenía en su regazo y el bolígrafo. Con rapidez y peor letra de la deseada, escribió unas pocas reflexiones medio codificadas. Arrancó el papel y lo dobló por la mitad antes de devolver la libreta y el boli a la joven psicóloga. Tratando de no erguirse en toda su altura, despegó el trasero del asiento y salió de la fila por el costado más corto, obligando a Phansy, Camus y DM a encoger sus piernas o incluso ladearlas todo lo posible para dejarle paso. Su avance se produjo como si fuera un felino al acecho de su presa, desplazándose pegado a la pared, tratando de pasar desapercibido hasta llegar a la zona ocupada por Saga y Kanon. Allí se agachó intentando no captar la atención de nadie y articuló algunas señales auditivas que no surtieron ningún efecto. Saga le quedaba más lejos y su nivel de concentración sobre el estrado era tal que se le antojaba imposible hacerse notar. Kanon estaba más cerca y más relajado, aunque curiosamente, nada disperso. Parecía tener vista y mente funcionando al mismo son y vertidas hacia el mismo foco, pero alargando el brazo pudo rozarle la cadera con la punta del papel.
─Psst, Kanon...─murmuró, frotándole el extremo del papel contra los pantalones─. Kanon, hey...
Un manotazo a la zona víctima de cosquillas casi hizo caer el papel al suelo.
─¿Qué cojones...? ¿Shura?
El español le hizo una seña para que se mantuviera callado y estoico.
─Leeros esto. Os puede servir.
Shura entregó el papel a Kanon y se escurrió hacia el final de la sala con la misma agilidad que se había acercado a ellos, sorteando con éxito cualquier mirada que pudiese estar distraída de la representación judicial.
Kanon dio un codazo a Saga y desplegó la nota sobre la mesa.
─Lo ha traído Shura.
Saga se colocó las gafas y posicionó el papel en medio de los dos. De inmediato detectó dos caligrafías distintas, siendo una de ellas la de su amigo. Al final de la hoja había anotado un consejo: «me la jugaría por aquí». Líneas y flechas enlazando reflexiones y conceptos, y una palabra escrita en mayúsculas y rodeada con varios círculos imperfectos, uno encima de otro.
MIENTE.
