─Ya sabemos que miente, pero ¿cómo lo vas a demostrar? ─.Kanon se acercó todavía más a la oreja de su gemelo─. Años noventa, no me jodas, Saga. No había internet ni teléfonos móviles. Y aunque se pidiera un registro de llamadas, se trata de otro país. No es tan fácil...
─DM ha venido, ¿cierto? ─Saga susurró cubriéndose la boca con una mano mientras radiografiaba por encima a toda la concurrencia.
─Creo que sí... Sí, está ahí en el fondo, junto al inspector Camus.
─Pues ve y dile que pida este registro de llamadas.
─No has escuchado una mierda de lo que te acabo de decir, ¿no?
Kanon había arrugado el ceño sin darse cuenta. El timbre de su voz contenida tampoco había sonado amable
─Sí te he escuchado. Y sí, estoy de acuerdo contigo. Pero ahora ve hacia DeathMask y pídele este trabajito. Sin disimular. Y sin que disimule él tampoco. Déjale que nos maldiga y vocifere si le apetece. Mientras acabe abandonando la sala por un rato, que se haga notar la sangre italiana que corre por sus venas.
Kanon observó a DM. Luego devolvió la atención hacia Saga y lo miró por debajo de sus cejas fruncidas. A su vez, Saga lo estudió por el rabillo del ojo y entonces las nubes de la incomprensión comenzaron a disgregarse en la mente del gemelo menor.
─Quieres que monte un pollo...─reflexionó─. Pretendes que toda la sala, incluido Hypnos, se fije en él...
Saga dejó escapar un sonido de asentimiento y una media sonrisa estiró un poco sus labios cerrados.
─Sí. Y en su supuesto cometido ─susurró como colofón.
Ahí Kanon también sonrió, arrastró la silla hacia atrás y se levantó con todo el descaro del que fue capaz.
En el centro del tribunal, Lune seguía avanzando en un interrogatorio que permitía a Hypnos ir dibujándose como la víctima que siempre había sido.
─¿Mantuvo una relación sentimental con Elsa?
─Mantuve una relación de mecenazgo artístico.
─¿Y sentimental? ─insistió el abogado.
─No.
─Afirma pues que su relación se limitó siempre al trato de temas artísticos y nada más.
─Así es ─respondió Hypnos, respingando la nariz al tiempo que alzaba el mentón con aires de superioridad ─Nunca me propuse seducirla. Jamás le prometí ningún tipo de relación sentimental, pero como ya he mencionado, fue ella quien se enganchó a una idea que únicamente existía en su cabeza.
─Le agobiaba...
─Día y noche.
─¿Recuerda qué ocurrió el verano de 1994? ─preguntó Lune, girando el tapón del bolígrafo con el nervio de sus dedos.
─Creo que fue cuando la chavalita se suicidó.
Un tenue murmullo se esparció por la sala cuando Hypnos despachó esas palabras un tanto desdeñosas.
─¿Podría decirnos dónde estaba usted esa noche?
─¡¿Qué importa eso?! ¡La chica se quitó la vida ella solita! ¡Nadie la mató!
─¿Puede responder o no? Es importante alejar cualquier tipo de duda que pueda recaer sobre usted ─Balrog se obligó usar un tono cómplice y salvador.
─Estaba en una convención de Bellas Artes. Hubo una fiesta y estuve ahí hasta altas horas de la madrugada, como siempre que acudo a eventos de este tipo. Que son bastantes a lo largo del año ─matizó, orgulloso─. Recuerdo que ella acudió, y lo hizo en un estado lamentable: bebida y esgrimiendo un comportamiento totalmente inadecuado. Yo traté de hacerla entrar en razón. Aconsejé que regresara a casa y se calmara. Le llamé un taxi, di la dirección del loft, lo pagué por adelantado y regresé a la fiesta una vez me hube asegurado que la muchacha se dirigía hacia su domicilio.
Lune apretó los dientes y el bolígrafo que mareaba en su mano. Inspiró hondo y cerró los ojos por un instante. Quería decir muchas cosas, preguntar muchas otras. Los recuerdos de sus últimos encuentros con su hermana se agolpaban en su mente como diapositivas desbocadas, una estampa encima de la otra, culminando con las ráfagas de dolor que lo arrastraban otra vez hacia ese loft de Oslo, hacia esa laguna de silencios y desesperación convertida en sangre, hacia la incapacidad de dos jóvenes sobrepasados para poder hacer nada que revirtiera el destino elegido por su hermana. Lewis quería escupir toda la rabia que todavía seguía royéndole por dentro, pero Lewis estaba muy lejos de allí, y no podía permitir que se acercara a Lune. No todavía.
Hypnos respiró pesadamente después del último derroche de vanidad, y aguardó la siguiente estocada, aumentando su estado de alerta ante lo que se le antojaba un interrogatorio cada vez más hostil por parte de su propio abogado.
─Un episodio desgraciado para usted...─musitó Lune con voz grave.
─Uno de tantos. La envidia y los celos siempre me han acechado. Al final te vas acostumbrando a lidiar con personas de carácter débil y enfermizo.
─En el mismo año que suceden estos desgraciados hechos, usted acepta la contratación como artista personal de la familia Heinstein ─continuó Balrog, obligándose a seguir adelante.
─Exacto.
─¿En qué consistía su nuevo trabajo?
─La familia deseaba poseer una colección de retratos de todo su linaje, como hacían las casa reales y nobles de los siglos pasados ─Hypnos se removió en el asiento, cruzó las piernas de nuevo y aprovechó la rodilla para apoyar sus manos entrelazadas.
─¿Pasaba mucho tiempo en el domicilio de la familia?
─Obviamente. Mi trabajo requería realizarse in situ puesto que...
¡Y una mierda! ¡¿Os habéis vuelto locos?!
Todo el mundo se giró de sopetón al escuchar esta exclamación que proveía del fondo esquinado de la sala. Incluso Dohko pareció salir escopeteado de un estado de semi somnolencia provocado por la monótona declaración del acusado. Detrás de todas las nucas de los presentes, Death Mask se hallaba de pie al lado de Kanon, que trataba de acompañarlo hacia afuera mientras el italiano se zafaba de todos sus intentos de agarre con grandes aspavientos.
─¡No hay tiempo material de conseguir lo que pides!
─Se necesitan estos documentos lo antes posible, sólo tú puedes conseguirlo...─ le soltó Kanon, divirtiéndose con la materialización de la actitud de negación histriónica que acababa de augurar Saga.
─¡Estamos hablando de los putos años noventa! ¡De reclamar información a otro país! ─DeathMask cerró sus manos como pinzas y las sacudió para enfatizar la imposibilidad de lograr dicho cometido.
─Y tú puedes hacerlo, DM... ─le sonrió Kanon con los dientes apretados, arqueando las cejas y abriendo bien los ojos, con la impaciencia asomando en ellos.
Ahí DeathMask no rechazó el agarre que le profería el abogado y se dejó acompañar hasta el pasillo, dejando la sala atrás.
─¡Tú y tu hermano os habéis vuelto majaras! ─vociferó DeathMask una vez fuera, deshaciéndose del agarre con tanta mala leche que hasta se le salió una porción de camisa fuera de los pantalones ─.¡¿Cómo pretendéis que os consiga un registro de llamadas del siglo pasado en diez minutos?!
─Jodeeeeer, ¡piensa un poco!
La palma de la mano de Kanon se estampó contra la frente del italiano mientras este se ocupaba de adecentarse la camisa. El toque le molestó sobremanera, y no dudó en sacudirse el incordio del abogado con otro manotazo.
─Es imposible.
─Ya lo sé.
─¡¿Entonces?!
─El público no lo sabe. O no lo sabrá en el momento. Tú limítate a fingir que nos aportas todo lo que haga falta, que lo consigues con un puto chasquido de tus dedos. La gente verá que llega un papel importantísimo y creerán lo que sea.
DM soltó un resoplido y se acomodó la cintura de los pantalones. Poco a poco iba visualizando una posible táctica de las pruebas falsas.
─Vale, ya lo entiendo. Creo que ya sé qué queréis hacer...
─Cojonudo pues ─Kanon le agarró de un brazo y le palmoteó el hombro un par de veces─. Ahora puedes irte a tomar un café y fumarte uno de esos cigarrillos tuyos provenientes del inframundo mientras dejas pasar un poco de tiempo.
En el tribunal, Dohko reactivó todos sus sentidos con la necesidad de llamar al orden y recuperar la calma. Hypnos tragó saliva con pesadez por primera vez desde que había comenzado a declarar mientras que Balrog, aún quieto en el centro del tribunal, parecía haberse congelado en el tiempo.
─Háblenos de la familia por la que comenzó a trabajar como retratista privado. ¿Cuántos miembros la componían? ─pronunció, como si no se hubiese producido ningún tipo de revuelo a su alrededor.
─Fui contratado por Violet Heinstein y su esposo. Eran un matrimonio sin hijos por aquel entonces ─Hypnos tensó la mandíbula. Se podía apreciar la leve contracción de la pequeña musculatura cercana al oído durante unos segundos antes de proseguir─. Al año siguiente nació Pandora.
Ese fue el momento que había estado esperando el artista. El elegido para confeccionarse lágrimas, subirlas a los ojos y mirar de frente exhibiendo la compunción que le generaba pronunciar el nombre de su hija adoptiva fallecida. Balrog dilató la escena manteniendo un silencio que se podía leer respetuoso. Ahí pudo haberse referido a la declaración prestada por Thane Sifakis, donde el médium aseguraba que Pandora era su hija biológica, pero se abstuvo de ello y aprovechó el paréntesis para dirigirse a la mesa y apurar el vaso de agua. Un ujier se apresuró a rellenarlo de nuevo y Balrog cedió al impulso de tomar un pequeño trago más.
─Apreciaba mucho a la familia Heinstein... ─reflexionó Balrog, posicionándose un poco más próximo al estrado, aunque todavía mantenía una distancia formal con su defendido.
─Por supuesto. Su generosidad conmigo fue inmensa. Con el tiempo fuimos estrechando la relación. Me hacían confidencias. El señor Heinstein temía por la seguridad de su esposa y no dudó en hacerme partícipe de ello ─. Hypnos se enjuagó una lágrima que consiguió desprenderse de su mirada brillante y dorada.
─ ¿La seguridad de su esposa? ¿Qué temía exactamente el señor Heinstein?
─ ¡Pues la intromisión en su familia de mi hermano Thane!. Violet fue embaucada por él. Se sintió atraída por sus supuestas dotes espirituales y ese desgraciado no dudó en engañarla para sacarle todo el dinero que pudo. Thane se convirtió en un estafador y no paró hasta conseguir que nuestros caminos se cruzaran de nuevo y así seguir entrometiéndose en mi vida. ¡Disfrutaba con ello!
─El señor Thane Sifakis ya fue juzgado y sentenciado por ello hace veinte años─recordó Balrog, evitando desviar su mirada hacia el costado donde se hallaba Saga─. ¿Qué sucedió después? ¿Cómo continuó su relación con la familia?
Hypnos se tomó un par de segundos para inspirar hondo.
─Violet cayó en una profunda depresión, consecuencia de todas las sandeces que le había hecho creer mi hermano.
─¡Protesto! ─exclamó Saga─. Esta respuesta no se ciñe a la pregunta que le ha formulado su abogado, se basa en suposiciones propias.
─Aceptada ─convino el juez.
─Mi relación continuó en una dinámica de trabajo que combinaba con un apoyo emocional de gran valor ─manifestó Hyppolitos con cierta sorna, entregándose a las ganas de mirarse al fiscal con los ojos achicados por el desafío.
─¿Dónde estaba usted cuando, en 1995, se incendia la mansión de los Heinstein?─preguntó Balrog.
Kanon, que ya había regresado al lado de su gemelo, sacó un chicle del envoltorio y se acercó a Saga rozándolo un agradable aliento de menta.
─¿No te parece extraño el modo en que Balrog lo plantea todo?
─Totalmente ─asintió Saga─. Es como que va esparciendo cabos que no ata. Y lo más curioso es como que lo está haciendo adrede... Por esta razón apenas protesto. Quiero ver hasta dónde llega Balrog dejando flecos sin finiquitar. Qué propósito esconde detrás de esta anómala intervención.
Saga anotó un par de cosas en un papel y devolvió la atención al estrado. Kanon se cruzó de brazos y se recostó en la silla, tal y como si estuviese viendo la retransmisión del juicio desde la barra de un bar. Hypnos volvió a pasar saliva antes de responder la última pregunta planteada por su abogado. Era preciso mostrar bien esos latigazos de emoción y tristeza que le sobrevenían cada vez que se nombraba a su querida Pandora.
─Estaba con la niña, pasando el día fuera. No recuerdo dónde. Únicamente logro rememorar la petición del señor Heinstein de que la alejara de la casa porque su madre, Violet, estaba sumida en una crisis nerviosa y no quería que la pequeña la viera de ese modo ─una pausa necesaria, sembrando dolor y tensión─. Ya no pude regresar a la mansión. Esa tarde ardió desde los cimientos, dejando a los señores Heinstein atrapados dentro. Murieron calcinados.
Murmullos entre el público. Algún que otro flash. Tecleos en los portátiles de los periodistas y rápidas tomas de nota en libretas casi extinguidas.
─Según el atestado del equipo de investigación, el fuego se inició como consecuencia de una chispa escapada de la chimenea, que rápidamente prendió las alfombras, cortinas, etc, propagándose rápidamente por toda la mansión ─Balrog relató la resolución del incidente paseando su mirada por el jurado popular─. Esa tarde Pandora Heinstein quedó huérfana y sin familia directa conocida ─aclaró.
─Exacto.
─¿Qué hubiese sido de Pandora si usted no se ofrece a adoptarla y tutelarla hasta su mayoría de edad?
─Hubiese sido acogida por los Servicios Sociales. Internada en algún centro de tutelaje de menores o entregada a alguna familia que quisiera ocuparse de ella... ─otra oleada de emoción consiguió nublarle los ojos, incluso romperle un poco la voz─. Era muy chiquilla para dejarla abandonada a esa suerte. No dudé ni un momento en proponerme como adoptante. Ella me conocía desde que había nacido; no era un extraño para ella...
─Ni para su fortuna, no te jode...─ masculló Kanon entre dientes.
Saga le demandó discreción con una rápida ojeada por encima de su hombro y Kanon no pudo evitar echar la vista atrás y fijarse en Thane. En la mezcla de rabia y dolor que anegaba su mirada. En su presencia siempre estoica y calmada.
Balrog hizo rodar varias veces el tapón del bolígrafo que aún sufría entre los dedos de su diestra y cuando detuvo el movimiento, verbalizó la siguiente pregunta.
─¿Tenía usted conocimiento que Pandora era hija de Violet y Thane Sifakis?
─No tuve este conocimiento hasta hace relativamente poco ─respondió, abrupto.
─Violet nunca le confió dicha información.
─Jamás ─saltó Hypnos, casi pisando el eco de la afirmación plasmada por su abogado─. Violet siempre sostuvo que Pandora era fruto de su unión matrimonial.
Hypnos miró a Balrog con un fulgor que fue capaz de traspasar la pantomima de sus lágrimas. No le gustaba en absoluto la forma en que su abogado estaba enfocando las preguntas y apretó los labios al tiempo que respiraba de forma intensa y sonora. Lune hizo caso omiso de la rabia sorda que le llegaba desde la posición de su defendido, continuando con su cometido después de exhalar un pequeño suspiro.
─ En el año 2000 usted es propuesto y elegido como director de la Facultad de Bellas Artes de Atenas.
─Sí, exacto.
─Continuó ejerciendo su profesión de artista, la cual combinaba con su nuevo cargo de rector universitario.
─Sí.
─Al alcanzar la edad para cursar estudios superiores, Pandora eligió la carrera de Bellas Artes.
─Sí.
─¿Le incitó usted a ello?
─En absoluto. Lo eligió ella porque le fascinaba el mundo del arte. Sobre todo el relacionado con la orfebrería, terreno en el que comenzó a despuntar.
─¿Cómo era Pandora en casa y en la universidad?
─Era una chica normal ─un desvío de la mirada hacia el lazo que conformaban sus manos cruzadas y un nuevo esfuerzo para exhibir lágrimas─. Lo era hasta que comenzó a relacionarse con personas extravagantes y sus gustos peligrosos...
─¿Qué clase de gustos pueden ser peligrosos?
Hypnos le clavó la mirada, absteniéndose de enjuagar las lágrimas que se habían condensado sobre su fulgor dorado.
─¡¿Personas que consumen drogas, por ejemplo?! ¡¿Personas que frecuentan antros musicales de mala muerte donde se fomentan prácticas oscuras?! ¿¡Personas que se reúnen en criptas de cementerios para invocar deidades del inframundo?! ¡Esa clase de personas! ─Hypnos se había abalanzado hacia adelante sin ser consciente de ello. Lune tragó saliva y Kanon se retorció de ganas de saltarle al cuello por haber catalogado el pub de Rhadamanthys como un "antro de mala muerte"─. Una vez más, Thane ─remarcó con acritud, ubicándole con la vista al fondo de la sala─ regresó a mi vida para seguir desmenuzándola en mil pedazos.
─¿Dónde estaba usted la noche en que asesinaron a su hija Pandora?
Lune articuló la pregunta de forma mecánica, sin imprimirle ningún tipo de emoción. Hypnos se echó hacia atrás cuando se dio cuenta que se agarraba con ambas manos a la barandilla y esgrimió una mueca de desprecio.
─Me hallaba en mi domicilio ─silabeó el artista, visiblemente molesto.
Lune le sostuvo la mirada sin respirar y decidió abrir un paréntesis que probablemente necesitaba más él que el artista.
─Por el momento no tengo más preguntas, su señoría ─. Dijo, dejando a todo el mundo estupefacto.
─¡¿Qué?! ¡Solicito una reunión privada con mi abogado! ─Hypnos clavó sus dedos como garras en el extremo de los reposabrazos cuando se dirigió a Dohko, apuñalándole con la mirada rutilante de furia.
─Y se lo concederé ─le satisfizo Dohko─, una vez haya finalizado su turno de preguntas la fiscalía. Señor Samaras, cuando quiera.
Mientras tanto, en medio de una carretera secundaria...
Afrodita regresó al coche, mal detenido sobre el arcén y con los intermitentes de emergencia activados, protegiéndose del vendaval que atizaba sus cabellos hacia un sinfín de direcciones distintas a la vez. No recordaba haber echado nunca una meada teniéndose que preocupar de dónde soplaba el viento; conseguirlo sin que su ropa o calzado salieran salpicados había sido todo un reto. Dimitri parecía correr otra suerte: entre la sotana, los pantalones, su esqueleto frágil y la ventisca que revolvía la inmensa llanura en la que se encontraban, vaciar la vejiga se antojaba una actividad de alto riesgo higiénico.
El joven periodista no quiso saber cómo se las apañaba el cura. Por un momento se había visualizado a sí mismo sujetándole la sotana o, peor aún, el rabito de desagüe, dibujándose en su imaginación un panorama, como mínimo, desolador. Para entretener la espera revolvió en la mochila que descansaba sobre los asientos traseros y se hizo con una madalena que mutiló en un santiamén. Mientras masticaba trató de esclarecerse el desastre que el viento había obrado entre sus bucles traviesos, pero por el rabillo del ojo vio algo dando tumbos por la esplanada de hierba y Dimitri moviéndose a zancadas para ir en su búsqueda.
─¡La madre que lo trajo! ─se enfureció el sueco de golpe, disparando algunas migas de madalena.
Vio que el cura tropezaba, pero no descifró si lo hacía con sus propios ropajes o con las irregularidades del terreno. Acto seguido la silueta de Dimitri fue achicándose con cada torpe paso que daba y Afrodita lo auguró espachurrado por los suelos. Ese parecía el destino inmediato del viejo, pero de improviso recuperó el equilibrio y consiguió enderezarse lo poco que los años a su espalda le permitieron. La gorra seguía avanzando metros y metros y Dimitri, entregado a su carrera, acabó alzándose los faldones de la sotana para no engancharse más con ellos.
─¡Quieta, maldita sea! ─gritó─. ¡Detente!
─ Es que, hay que joderse...─ Afrodita salió del coche, sosteniendo la puerta ante el empuje del viento─ ¡Olvídese de ella! ¡Déjela! ─se desgañitó dándole órdenes de rendición, pero el viejo parecía haber amanecido tozudo. O sordo. O con ambas circunstancias a la vez─. ¡Mierda! ¡Mierda, mierda! ─exclamó al dar un portazo y salir corriendo en diagonal para interceptar la trayectoria de la gorra.
Dimitri corría por un lado. Afrodita por otro. Sus invisibles líneas de movimiento iban confluyendo hacia el mismo punto, y antes que una nueva oleada de viento se llevara la gorra un trecho más allá, el periodista se lazó sobre ella con el mismo estilo que lo hubiese hecho un experimentado jugador de rugby.
─¡Hijo! ¡La has atrapado! ─vociferó el párroco, casi dando brincos de alegría.
Afrodita se levantó con la agilidad que le proporcionaba su insultante juventud, estrujando la gorra en una mano al tiempo que trataba de sacudirse el fango que ahora rebozaba sus ajustadísimos vaqueros blancos.
─¡Arrrg! ¡Mire cómo me he puesto por su culpa! ¡Parezco un gorrino revolcado en barro! ─Dimitri quiso mirarle a la cara para agradecerle el gesto, pero no pudo. El viento creaba un tremendo remolino con los cabellos del periodista, siendo él quien decidió acercarse al viejo y embozarle la cabeza con el gorro lleno de briznas de hierba y algún que otro pegote de barro ─. ¡Y ahora, al coche! ¡No perdamos más el tiempo!
Una vez dentro del vehículo, Afrodita trató de peinarse haciendo uso de sus dedos, pero el desastre en su cabeza parecía no tener solución. El párroco hundió la nariz en la bufanda que no se quitaba, pero sí se sacó el gorro para limpiarlo de algunas hebras de hierba que parecían clavarse en su cabeza medio pelada.
─Menudo viento, ¿eh?. Por un instante he pensado que no ibas a poder cogerla ─dijo, soltando una risita que dejó a Afrodita congelado de movimientos, observándolo con exagerada sorpresa.
─¿Me está vacilando? ─El periodista sacudió la cabeza sin esperar ninguna respuesta esclarecedora de nada. Intentó que sus dedos cruzaran un nudo de dimensiones preocupantes que se había creado al lado de su oreja y acabó por sujetarse el encrespado de su melena con una goma. Un par de bucles todavía bien definidos caían juguetones sobre su mirada, la cual desvió de nuevo hacia su exasperante copiloto─. ¿Podemos arrancar o necesita satisfacer alguna necesidad más?
─Eres un poco impaciente, muchacho...─ un pañuelo surgió de ese fondo sin fin que parecía ser la sotana del viejo, y un fuerte sonido trompetero acompañó el desobturado de nariz.
─Yo estoy trabajando, no sé si lo recuerda. Es usted que parece que se va de vacaciones ─. Dimitri se sonó un par de veces más, arrugó el pañuelo y lo hizo desaparecer como por arte de magia.
─Pues trabaje, hijo. Arranque el coche y lleguemos al Monasterio de Dafni, que ya queda poco.
─¿Una hora y media es poco para usted?
─Ay hijo... me temo que para mí el tiempo corre a una velocidad distinta que para usted...
─No hace falta que lo jure, no...
─Lo que no sé es si Doroteo aún vivirá ─dijo con tono distraído.
Afrodita se resopló el mechón y puso el motor en marcha. Se abrochó el cinturón de seguridad y, sin esperar a ver cómo su acompañante tardaba siglos en conseguirlo, abrochó también el de Dimitri.
─Pero este Doroteo ¿cree que puede estar implicado?
─Ay, diría que no... Era un buen hombre, pero siempre estuvo al lado de cargos poderosos. Algo debe saber...
─Espero que si vive, tenga la mente fresca...─musitó Afrodita para sí.
El sueco quitó el freno de mano, puso primera y ojeó que no viviera nadie por detrás antes de incorporarse a la vía. Quedaba poco para dejar atrás la carretera secundaria que los alejaba de Davleia y que conectaba con la autopista que conducía de regreso a Atenas. El Monasterio de Dafni no se iba a mover de lugar, pero nadie le podía asegurar que allí quedasen vestigios entre los que poder escarbar.
