─Señor Hyppolitos Sifakis...─si Lune se había mantenido alejado de su cliente, Saga había optado por posicionarse bien cerca del estrado, tanto que incluso podía percibir el agradable perfume que vestía la piel y la ropa del acusado─, ¿sabe lo que es la empatía? ─murmullos entre los presentes, la mejilla del juez deformada contra el ojo por la presión de la palma de su mano a modo de soporte y la incomprensión asentada en la dorada mirada de Hypnos─. Una persona empática es aquella capaz de identificarse con otra persona, compartiendo sus sentimientos o comprendiéndolos con una gran claridad. Por el contrario ─prosiguió Saga, con las gafas apartándose de su rostro para quedarse colgando de la mano─, una persona que no conecta emocionalmente con los demás puede presentar rasgos de ecpatía o, en el peor de los casos, psicopatía ─Saga se permitió los segundos que quiso para observar con detenimiento a todos los miembros del jurado ─¿Cómo se considera usted? ─Hypnos tomó aire y partió los labios para responder, pero Saga le interrumpió ─Desestimen mi pregunta antes que la defensa proteste ─una mano aireó la idea mientras su mirada se fijaba en Balrog ─ Año 1991. Oslo. Ahí comienza su relación de mecenazgo con una joven estudiante de Bellas Artes llamada Elsa.
─Ya he contestado sobre este tema.
─Usted...─Saga se giró para acercarse a su mesa, se colocó las gafas y agarró uno de sus papeles. Pivotando de nuevo sobre sí mismo, encaró al acusado y caminó hacia su posición ─tenía veintinueve años.
─Sí.
─Y ya era padre ─agregó, leyendo la relación de fechas importantes en la vida de Hypnos y los sucesos correspondientes a cada una de ellas.
Hypnos exhaló un largo suspiro. Su expresión se había tornado ceñuda y faltar a esa verdad era una cuestión que ya no podía eludir.
─Sí.
─Phantasos Melnik había nacido en 1989, cuando usted gozaba de unos esplendorosos veintisiete años. Hija de una prostituta menor de edad.
─No tenía conocimiento que las mujeres de ese burdel eran menores ─se defendió Hypnos sin esperar a que su abogado intercediera por él.
─No le he hecho ninguna pregunta todavía, señor Sifakis... ─Saga escenificó una perfecta ofensa ante la falta de paciencia del acusado.
─Fiscal Samaras, concrete ─ordenó Dohko, desperezándose de su cómoda posición únicamente para tomar un sorbo de tila, ya medio fría.
─¿Ha estado enamorado alguna vez?
Hypnos miró a Balrog, quien le observó impasible. Saga también desvió su atención hacia el costado de la defensa; incluso Dohko parecía estar preparándose para aceptar una protesta que no llegaba. Y que continuó sin aparecer.
─Le repito la pregunta. ¿Ha estado enam...
─Sí. ¡Sí! ─exclamó Hypnos hacia Saga.
─¿De Elsa? ¿de Pandora? ¿de la madre de Phantasos? ¿de su propia hi...
─No ─gruñó, con la respiración cada vez más agitada.
─¿Ha mantenido alguna vez una relación estable de pareja?
Hypnos volvió a mirar a su abogado, reclamando una protesta que no escuchaba. Balrog le sostuvo la mirada, inspiró hondo y cuando parecía que iba a levantarse o a ejecutar algún tipo de intervención, se limitó a reacomodarse en la silla y cruzar una pierna encima de la otra.
─Señor Sifakis...
─No.
─¿Por qué? ─Saga fingió extrañeza. Dejó pasar otros segundos calculados y se permitió fijarse bien en las facciones furibundas del artista ─. Antes ha afirmado que siempre ha estado rodeado de personas que han admirado su talento, que incluso le han tenido celos. Un hombre como usted, con la gran sensibilidad que sin duda posee para poder crear el sobrecogedor arte que surge a través de sus manos... es difícil aceptar que no haya gozado nunca la dicha de una relación sólida, aunque sea por un espacio de tiempo limitado.
─Eso es asunto mío.
─Es asunto de todos los aquí presentes si tenemos en cuenta que varias de las mujeres que se han cruzado en su camino están fallecidas, señor Hyppolitos... Es un denominador común bastante preocupante.
─¡Yo no he matado a nadie! ¡Elsa se suicidó!
─Elsa...─repitió Saga, con cierta cantinela ─. La «chavalita», tal y como se ha referido a ella usted mismo hace apenas unos minutos, ha pasado a tener nombre. ¿No mantuvo nunca una relación sentimental con Elsa Dou Garbellen?
─¡No! ¡Ya lo he dicho! ¡Fue ella quién se enamoró de mí!
Lune bajó la mirada hacia sus propios recuerdos y apretó los dientes. El bolígrafo que aún estrujaba en su mano no cesaba de dar vueltas y vueltas entre sus dedos, aún estando cerca de sus labios cerrados. Entre el público, Ingrid se enjuagó una lágrima traicionera y Saga anduvo con brío hacia su zona, donde Kanon le entregó cuatro papeles con una misma imagen impresa en ellos.
─El pasado viernes, el periodista Afrodita Eriksson, publica desde Oslo un artículo sobre el recorrido del señor Hyppolitos Sifakis por tierras noruegas y, por primera vez, sale a relucir el nombre de Elsa Dou Garbellen. Esta es la instantánea que acompaña el reportaje y debajo se puede leer una parte del texto ─Saga ofreció uno de los papeles al ujier que custodiaba el jurado popular, otro lo dio al juez y el tercero que quería entregar fue a parar sobre la mesa de Balrog, instante en que el fiscal aprovechó para observar al abogado defensor con atención. Lune le devolvió la mirada sin pestañear, sin moverse un centímetro siquiera, aunque sí le siguió con los ojos cuando Saga, después de insinuarle una tenue sonrisa, regresó delante del artista─ ¿Puede decirme quien sale en esta fotografía, señor Sifakis?
Hypnos agarró el papel a regañadientes.
─Las personas salen de espaldas ─dijo secamente ─. Podría ser cualquiera en cualquier fiesta ─hizo el ademán de devolver el papel a Saga, gesto que el fiscal rechazó alzando una mano a modo de freno.
─No se preocupe, señor Hyppolitos, ─Saga ubicó a la mujer y a los dos adolescentes que asumió como familiares de Lune, precipitándose al vacío─ tenemos familiares de Elsa en la sala, y le aseguro que están más que dispuestos a reconocerla en esa imagen y en otras más que nos dan una buena comparativa de vestuario y peinado de esa noche, la cual, según redacta el señor Eriksson, fue la de su primera exposición en solitario.
─¿Y qué que salga Elsa?
─Y es innegable que el hombre que parece querer tomarla de la cintura es usted: un hombre joven, alto y atlético, con el cabello rubio a ras de hombros, custodiando el éxito de su pupila noruega...
─¿Dónde quiere llegar, señor Samaras? ─se impacientó Dohko.
─No lo sé, su señoría. Pero el pasado viernes el señor Eriksson publica este reportaje desde Oslo. Como se pudo apreciar, su silla en la sala estuvo vacía un par de días y hoy la ocupa otro compañero suyo de profesión. Afrodita Eriksson sigue sin aparecer, pero el señor Lune de Balrog también ha insistido en sacar a relucir este caso de suicido de los años noventa. ¿Hay algo de esa época que debamos saber, señor Sifakis?
─La chica murió por suicidio, no sé qué relación tiene esto conmigo.
─Según mis elucubraciones, usted fue la última persona conocida por la joven que la vio con vida.
─Puede ser. Ya lo he dicho. Le llamé un taxi. Di la dirección de su domicilio y pagué la carrera por adelantado. Me quedé en la fiesta hasta altas horas de la madrugada.
─¿Mantuvo una relación sentimental con Elsa Dou Garbellen?
─No.
─¿En alguna ocasión practicó sexo con ella?
─No.
─Pero durante días estuvo llamándola por teléfono porque su presunto estado mental le preocupaba.
─Era mi artista protegida, ¡¿cómo no iba a preocuparme por su bienestar?!
Saga inspiró hondo y aguantó la respiración para darse unos preciosos instantes de reflexión. Hypnos se estaba poniendo nervioso, Lune no protestaba nada y la tensión se podía cortar con el filo de una hoja de papel. Necesitaba seguir echando mano de todos los faroles que pudiera, pero la ayuda externa que había solicitado estaba demorándose demasiado. Dio media vuelta para llegar a la mesa, tomó el vaso de agua para darle un largo trago y cuando lo dejó en su lugar se acercó hacia Kanon con sutileza.
─Necesito a DM. Ya.
Kanon arrastró la silla con su falta de delicadeza habitual y rodeó el lateral de la sala para ir en busca del italiano, aunque antes que pudiera alcanzar la entrada, esta se abrió y dejó paso al ex inspector y a Shaka, recién llegado al juicio después de unas pocas horas de trabajo en el IMF. Saga sonrió para sus adentros: DeathMask aparecía con la cabeza erguida, su particular andar firme y desenfadado y un fajo de tres papeles en la mano. Detrás de él, Shaka buscaba un lugar libre en las filas posteriores de la sala, hallándolo cerca de Defteros y Úrsula; del hombro del forense colgaba la mochila bandolera que siempre le acompañaba al trabajo y a Saga se le acabó de abrir un trocito de cielo.
─Aquí está el registro de llamadas que ha solicitado el fiscal ─esgrimió DM a viva voz, entregando los papeles al circunstancial asistente del fiscal mientras también disfrutaba de su porción de protagonismo fugaz.
Kanon echó una curiosa ojeada a lo que le acababa de entregar DM y a duras penas pudo tragarse la carcajada que le sacudió el pecho por dentro. En lugar de eso consiguió vestirse con un rostro serio y profesional, y no dudó en avanzar seguro hasta su zona y ofrecerle los papeles al fiscal. Saga ni los examinó. Caminó hacia Hypnos y lo miró directamente a los ojos.
─Pues bien, he aquí el registro de llamadas que ejecutó y recibió Elsa Dou Garbellen durante los dos meses anteriores a quitarse la vida ─Hypnos apretó los dientes y un tic nervioso contrajo repetidas veces una de sus cejas. Saga bajó la vista a los papeles y no pudo evitar maldecir a gritos dentro de su cabeza la ayuda aportada por DeathMask. Procurando que el contendido de esos papeles no traspasara su pequeña zona de control, hizo un medio canuto con ellos y regresó su atención al artista─. ¿Sabe cuántas llamadas recibió Elsa de su parte? ¿Puede decirme un número aproximado? Puesto que tan preocupado estaba...
─No lo recuerdo. Hace veinte años, señor Samaras ─masticó Hypnos─. ¿Cómo iba a recordar esto?
─Porque usted mismo ha afirmado que su preocupación le condujo a efectuar muchas llamadas... ─Hypnos no contestó. Se concentró en recuperar su rostro de vanidad y alzó el mentón mientras clavaba su mirada sobre el fiscal─. ¿Sabe cuántas, señor Hyppolitos Sifakis? ¿Prefiere que le ayude a recordar? ─Saga deshizo el canuto de papeles, fingió estudiarlos concentrándose en mostrar una expresión seria y profesional y volvió a levantar la mirada hacia el acusado ─. Durante las seis últimas semanas de vida de Elsa, la joven artista no...
─Tal vez no la llamé ─dijo Hypnos, viéndose atrapado. Saga enarcó las cejas con gran teatralidad y se acercó un paso más, como si quisiera escucharle mejor─. Tenía otros asuntos entre manos. Acababa de inaugurar en Londres y pasé unos días aquí, en Grecia, tratando de combinar mi nuevo trabajo con mi propia carrera artística y el mecenazgo de la joven.
─¿Acaba de mentir, quebrantando así su juramento de decir únicamente la verdad?
─No miento. Digo que no lo recuerdo bien.
─No la llamó, señor Sifakis...─ afirmó Saga, acercándose al estrado hasta poder oler el odio que exhalaba el aura de Hypnos ─. Ni una sola vez... Y, dada su repentina mala memoria...─prosiguió al alejarse un poco, aprovechando el momento para echar un vistazo a la concurrencia y ubicar a Shaka entre ella─ ¿es posible que no recuerde tampoco si mantuvo alguna relación con la chica que fuera más allá de lo estrictamente profesional? Insisto en ello porque también acaba de llegar el informe de la autopsia que se practicó a Elsa Dou Garbellen y puede revelarnos más detalles que su memoria ha olvidado...
Shaka arrugó el ceño ante esa revelación totalmente falsa y Saga se posicionó en el centro del tribunal, ignorando por completo a Lune y entregado al cien por cien a una de sus escenificaciones más ciegas y arriesgadas. Hypnos soltó un sonoro suspiro que lo medio levantó de la silla, únicamente para estirarse con rabia la americana y sentarse otra vez. Miró a su abogado con destellos de odio y se encaró a Saga con aires de suficiencia.
─Mantuvimos alguna que otra relación sexual, sí. Pero jamás establecimos una relación sentimental.
─Y no se enamoró nunca de su pupila noruega.
─No.
─Aunque sí mantenían relaciones sexuales que tal vez pudieron confundir los sentimientos de Elsa, puesto que usted ha afirmado que ella sí se enamoró de usted...
─¡¿Qué control iba a tener yo de lo que pasaba por su cabeza?!
─No lo sé señor Sifakis, dígamelo usted. ¿Ejercía algún tipo de control sobre esa chica? ¿Era empático con ella? ¿O le daba igual lo que pudiese sentir?
─¡Esto es surrealista! ─exclamó Hypnos echando la mirada hacia lado y lado, furibundo ─¡Se me acusa de violación y del asesinato de mi hija Pandora y se me interroga por el suicidio de una loca!
─¡Señor Hyppolitos Sifakis! ¡Cálmese! ─le espetó Dohko ─¡Y fiscal Samaras, deje de marear!
─¡¿Violó también a Elsa?! ─exclamó Saga, pisando las voces de acusado y juez. El corazón le latía desbocado dentro de su pecho pero una sensación desconocida le impulsaba a tirarse al vacío de cabeza─ ¿¡Mantuvo relaciones sexuales no consentidas con ella?! Acaba de llegar a la sala el informe forense, no le aconsejo que corra el mismo riesgo de «no recordar», tal y como le ha sucedido con las llamadas ─los papeles entregados por DM eran estrujados entre sus manos tensas y los frenéticos latidos retumbaban en sus propios oídos.
─¡Practicábamos sexo, ¿y qué?! ¡Sexo duro, sí! ¡Pero esto no es delito! ¡Ni es violación! ¡Ni es señal implícita de enamoramiento! ¡Éramos jóvenes y nos gustaba el sexo, no hay más! ─Vociferó Hypnos, hastiado.
─No hay más...
─¡Exacto! ¡No hay más! ─Hypnos se agarró con ambas manos al reposabrazos de su silla y levantó la cabeza hacia Dohko ─¡Solicito una reunión con mi abogado!
─No he terminado mi turno de preguntas, su señoría ─expuso Saga, con los puños cerrados a ambos lados de su cuerpo.
─¡Receso de cinco minutos! ─decretó Dohko, mazo en mano─. Nadie abandona la sala y usted, señor Sifakis, tendrá la reunión con su abogado una vez el fiscal finalice su intervención, ¿queda claro?
Hypnos gruñó para sus adentros y acuchilló a Balrog con la mirada. Saga soltó todo el aire que había mantenido dentro en un sencillo acto de liberación y se aproximó a su mesa para rodearla y tomar asiento en su silla. Kanon le miró de soslayo, cubriéndose con la mano una pícara sonrisa. Saga se sacó las gafas y las dejó al lado de los papeles proporcionados por DeathMask, los cuales mantenían la forma enroscada en la que habían sido moldeados desde su llegada a manos del fiscal.
─No hay más saunas con final feliz en toda Grecia, ¿no? ─susurró Saga ojeando a Kanon de refilón, fingiendo una tremenda ofensa al tiempo que aplanaba los papeles y volvía a leer su contenido ─ Incluso tenemos ofertas de fin de semana o por días.
─También hay precios especiales para grupos, en la segunda hoja ─se rio Kanon, desarmando el cómodo cruce de sus piernas para acercarse a su gemelo con actitud jocosa ─podríamos alquilar una sauna para Shaka, Rada, tú y yo, ¿qué te parece? Una orgía en familia o un intercambio de parejas...─al fin, la carcajada que Kanon tenía guardada dentro salió al aire libre─ puto DM de los cojones, el tío es la ostia cuando quiere.
─Me ha parecido que volvíais a invocar mi nombre...─el italiano se personó detrás de los gemelos y les rodeó los hombros a ambos, inclinándose lo suficiente para entrometer su rostro entre Saga y Kanon─ No me podéis negar que os he proporcionado una información de lo más útil...Si os fijáis, en Atenas mismo hay una de muy céntrica que ofrece contactos o alquila espacios para parejas o grupos, con jacuzzi, aceites aromáticos, zona de masajes... En resumen, una buena oferta para los domingos tarde, que son siempre tan jodidamente aburridos...
Saga le miró de refilón sin añadir nada más, pero Kanon no podía parar de reír al dejar que su imaginación trabajase por los dos.
─Gracias, DeathMask... Tu aportación ha sido muy útil ─susurró Saga con ironía.
─Ya me diréis qué tal os va si probáis alguno de estos locales ─un par de palmaditas sincronizadas y un apretón cariñoso en cada hombro ─. Eso sí... la próxima vez que me la juegues así, amigo Saga, entrego mi aportación directamente al juez.
DeathMask le guiñó el ojo y desapareció con la misma rapidez que se había personado a sus espaldas.
Al otro lado de la sala, Balrog mantenía la mirada perdida y ajena a su cliente. En el estrado, Hypnos estaba siendo custodiado por dos policías que le vigilaban los movimientos, aunque nada podían hacer para impedir que cada poro de su piel exudara un aroma muy parecido al más profundo de los odios.
