Sala de reuniones
─¡¿A qué demonios estás jugando, Lune?! ¡Has dejado que el fiscal campe a sus anchas! ¡No has protestado nada! ¡Nada!
Hypnos andaba en círculos y se llevaba las manos a la cabeza como si quisiera peinarse los cabellos con los dedos, pero el gesto era tan repetitivo que lo único que transmitía era la tremenda exaltación en la que se encontraba su ánimo.
Balrog también se hallaba de pie, pero su posición se mantenía quieta, con la espalda muy cerca de la puerta de acceso a esa sala reservada para abogados y clientes. Ambas manos las tenía enfundadas en los bolsillos de los pantalones y la americana la lucía desabrochada.
─Quería conocer las intenciones del fiscal, simplemente.
─Ya, claro. ¿Y tu intervención? ¿Qué tienes que decir sobre ella? ¡Parecía que me estabas acusando tú también! ─Hypnos se giró y se abalanzó airado sobre la mesa, donde apuntaló los brazos y descansó parte de su peso─. No entiendo por qué tanta ofuscación en sacar a la luz detalles de mi vida de hace veinte años. ¡Se me está juzgando por unos abusos y un asesinato que no he cometido y tú encima añades más mierda con el suicido de una chavalita depresiva!
─Fue el periodista Afrodita Eriksson quien redactó un artículo rescatando ese desgraciado suceso.
─¡Pero parece que tú te has aficionado a él, maldita sea! ¡Por tu culpa he acabado extralimitándome en mi declaración y el jodido del fiscal se ha ensañado con mi vida íntima!
Hypnos aprovechó el apuntalamiento de sus brazos para impulsarse hacia atrás y volver a quedar bien erguido. Balrog inspiró hondo, se humedeció los labios y se acercó a la silla más próxima. La arrastró lo justo para hacerse un hueco y tomó asiento, invitando con un gesto a que el artista hiciera lo mismo.
─Siéntate, por favor.
Hyppolitos le miró con el ceño fruncido y los labios apretados. Desde que esa mañana se habían visto en el centro penitenciario que Balrog mostraba un comportamiento inusual. Su mirada había perdido la soberbia con la que lo había conocido y toda su expresión corporal denotaba un cierto relajamiento que al pintor no le gustaba nada.
─Debes detener a Samaras ─ordenó con tono autoritario cuando tomó asiento frente a su abogado.
─¿Del mismo modo que lo hiciste tú con su padre?
Estas palabras constriñeron el estómago de Hypnos. La sensación que Balrog estaba jugando en campo contrario se estaba agudizando cada vez más.
─Limítate a defenderme de los cargos que se me imputan hoy y deja el jodido pasado en paz. Aspros Samaras hace años que está muerto. Yo no tuve nada que ver con el infarto que se lo llevó y si él fue un incompetente en sus funciones no es asunto mío. Ni tuyo. Tu deber...─la voz se le agravó y todo su cuerpo se inclinó hacia adelante, amenazante─ tu jodido deber como abogado es defenderme. Por eso te pago, y muy bien. Demasiado bien ─silabeó, saboreando el amargor que le subía por el esófago.
Lune no dejó de mirarle. Las manos las tenía entrelazadas, descansando sobre la mesa, y una extraña sensación de calma y sosiego le recorría las venas.
─Aún no me has pagado ─sin añadir nada más insertó su diestra entre las interioridades de la americana y extrajo dos cheques con una suntuosa cantidad de dinero escrita en ellos y la hermosa rúbrica de Hyppolitos Sifakis debajo. Los depositó sobre la mesa y los acercó hacia el artista─. No los he cobrado, Hyppolitos. De modo que no tengo ninguna obligación contigo.
─¿Qué estás haciendo, Lune? ─Hypnos miró los dos cheques, intactos.
─Lewis ─corrigió, sumido en esa inmensa calma que le adormecía todos los miedos─. Mi nombre es Lewis, aunque también se me conocía por Garby en el psiquiátrico donde tu hermano Thane estuvo internado.
─No sé qué pretendes, pero nada de esto hace puta gracia, Lune...─masculló, con el rosto enrojecido y las venas de la sien hinchadas.
─Tienes razón, Hyppolitos. Nada de esto tiene la menor pizca de gracia. Y te recuerdo que debes aguantarte la rabia que ahora mismo está gestándose dentro de ti; afuera hay los funcionarios del juzgado, los policías que te custodian, el juez, el fiscal, toda la prensa de este país y parte del extranjero, de modo que...no. No tiene ni puta gracia encontrarse así de acorralado, ¿verdad?
─¿Qué cojones estás haciendo? ─masticó Hypnos, con la mandíbula doliéndole por la presión de sus dientes apretados.
Lune le observó detenidamente. Se fijó en que cómo los años no habían mancillado esa belleza que el artista había poseído de joven y le dolió el pecho al rememorar la ilusión que había conocido en Elsa esa vez, cuando ella le contó que se había enamorado de su mentor, y que él, pese a sus extravagancias de artista consagrado, la correspondía y la mimaba como jamás había hecho nadie.
─¿Sabes la de veces que he imaginado cómo hubiese sido su vida si la hubieras amado tan sólo un poco?
─¡¿De qué coño hablas?! ¡Por el amor de todos los dioses, Lune! ─se exasperó Hypnos, levantándose de la silla con un arrebato que lo alejó del abogado ─¡Pareces otra persona! ¡¿A qué demonios estás jugando?!
─Era una chica alegre ─sonrió con nostalgia─. Siempre lo había sido. Y tenía talento... o si no lo tenía como para triunfar como sí has hecho tú, a mí me encantaban sus pinturas. Ella era feliz con el arte... y yo, imbécil de mí, me alegré que ganara tu jodido mecenazgo...
─¡¿Otra vez con eso, Lune?! ¡¿Con la puñetera niña noruega?! ─gesticuló, exasperado.
Los ojos de Hypnos estaban enrojecidos de furia. La mirada de Balrog, estancada en ese punto donde la luz se mezcla con la tristeza.
─Después de veintiún años aún no he podido olvidar el fuerte olor de la sangre al derribar la puerta del loft donde tú la encerraste. Aún le latía el corazón cuando la encontré en la bañera, desangrándose por las muñecas. Aún no sé cómo fui capaz de tomarla en brazos, de sacarla de ahí, de intentar detener lo inevitable...
Una lágrima descendió por la mejilla de Lune, pero su mirada siguió impasible, firme sobre el deformado rostro de Hypnos quien, poco a poco, fue cambiando de expresión.
─Tú... No, no puede ser... ¡No puede ser, maldita sea! ─sus manos volvieron a los cabellos, los agarraron con fuerza y bajó los brazos como un latigazo para abalanzarse de nuevo sobre la mesa─ ¡¿Quién demonios eres, hijo de la gran puta?!
─Ya te lo he dicho. Mi nombre es Lewis. Lewis Dou Garbellen. Y ya no puedo más, Hyppolitos...
─¡Yo no tuve nada que ver con su muerte! ¡Era una niña borracha y depresiva! ─la vehemencia de las exclamaciones salpicó de saliva el rostro de Lune, quien se limpió el rostro, impasible─ ¡¿Qué culpa tuve yo que no supiera sobreponerse al fracaso?!
─¿A qué fracaso? ¿Al de tu supuesto amor por ella? ─replicó Balrog, ahí sí, sin ahorrar acidez─. Mi hermana te amaba con locura. Tú lo sabías y te aprovechaste de ella. La usaste cómo y cuándo te convino. Y la desechaste como una muñeca rota cuando te aburrió.
Hypnos retrocedió hasta dar con la pared y fue entonces cuando su mente comenzó a recordar esos detalles a los que no supo dar importancia tiempo atrás. Recordó cómo ese serio y altanero hombre llamado Lune de Balrog se había presentado a él con unas credenciales sobre abogacía envidiables. Recordó cómo había depositado en él total y absoluta confianza en el manejo de los entresijos de su vida financiera, cómo le había comenzado a representar legalmente ante temas y situaciones para los que él no tenía ni tiempo ni ganas y, lo más significativo de todo, cómo se había ofrecido sin ningún atisbo de duda a representarlo cuando la justicia comenzó a cercarlo.
─Has estado meses siseando por mi vida, dándome consejos de cómo actuar ante la prensa y los medios, respaldándome en mis actos públicos... con el único fin de ¿qué? ¿vengarte? Eres un jodido hijo de la grandísima puta...─masticó Hypnos, ardiendo en ganas de saltarle al cuello y retorcérselo ahí mismo
─Insúltame todo lo que quieras, es lo único que puedes hacer aquí.
Lune apoyó ambas manos en el borde de la mesa, las deslizó un poco hacia los costados y aprovechó el gesto para sostener su puesta en pie.
─Eres tan necio como lo fue la puta de tu hermana ─le atacó Hypnos, con el sabor de la hiel en el paladar─. Se creía con talento y lo único que sabía hacer era envidiar mi éxito. Era una chavalita de lo más común con aires de grandeza. No fue culpa mía que se enamorara de mí y que no pudiera soportar la realidad de su gris existencia. Y no lo la maté. Se suicidó, joder... ¡Se suicidó ella solita!
Los ojos de Lune seguían inundados de lágrimas que se resistían a caer. El nudo que ahogaba su garganta era duro y difícil de sortear, pero él no iba a ceder. No merecía la espera de años acabarlo todo aporreando al artista como si se tratara de su saco de boxeo. Por muchas ganas que tuviera de reventarlo entero.
─Sí, se suicidó. Ambas muñecas presentaban secciones longitudinales de unos 6cm de largo, por lo cual fue imposible impedir que falleciera desangrada. Pero estas no eran las únicas lesiones que presentaba su cuerpo en el momento de su muerte...no... Sus caderas estaban repletas de moratones. Moratones recientes de dedos grandes cuya posición indicaba que alguien la había sujetado desde atrás con fuerza desmedida, además de desgarros anales. Grado tres. Como las lesiones que sufrió Pandora ─Lune inspiró hondo y clavó su mirada en la de Hypnos─, como las que ahora sufres tú. Estás experimentando en tu propio cuerpo lo que supone dicha tortura... ¿Cómo se siente que te destrocen por fuera? Mal, ¿verdad? Jode no poder sentarte sin sentir dolor, no poder ir al baño sin la sensación que vas a deshacerte en el intento... Pues imagínate este dolor junto al de sentirse destrozado por dentro. Tan destrozado que decides que tu vida no tiene sentido... ¿Puedes hacerlo? ¿Eres capaz de empatizar con algún sentimiento? ¿Puedes sentir algo que no sea este jodido egocentrismo tras el que te mueves como una puta alimaña?
Hypnos no pudo más. Una inusitada fuerza lo lanzó contra Lune e hizo que lo aplastara contra la puerta. Las manos se asían como garras a las solapas de la americana y la nariz, respirando furia, casi rozaba la de su abogado.
─Púdrete en el infierno, hijo de puta.
─Eres tú quien debería haber sido internado en un psiquiátrico hace años. Tú y no Thane...
Los puños de Hypnos presionaron el cuello de Lune. Los pulgares se clavaron sobre la zona de la yugular y apretaron con toda la fuerza de la que fue capaz. El rostro de Balrog comenzó a hincharse y tornarse de un preocupante color morado por la falta de respiración, pero no hizo nada para detenerlo. Se limitó a mirarle dentro de los ojos. A intentar descubrir algún atisbo de remordimiento. Alguna rendija por la que dar con la luz que iluminaba su arte. Algún recodo donde descubrir una porción de alma agazapada...
Algo, lo que fuese que le indicara que ese hombre estaba vivo...
Pero sólo encontró odio.
Un inmenso y profundo pozo de odio.
Balrog balbuceó un sonido ininteligible y boqueó como un pez agonizando por la falta de oxígeno. Hypnos apretó más los puños contra el cuello palpitante de su abogado y cerró los ojos luciendo una extraña expresión de éxtasis. Un gemido de placer se atascó en su garganta y tres golpes repetidos en la puerta lo estamparon de regreso a la realidad.
«¡Tres minutos y se reanuda la sesión, señores!»
Hypnos lo soltó y dio tres pasos atrás.
Balrog tosió como si fuera a arrancarse el vómito y cuando su respiración pudo recomponerse, irguió su cuerpo al tiempo que se adecentaba las ropas y miró a Hypnos con toda la calma de la fue capaz.
─Mi venganza termina ahora y aquí, Hyppolitos. Te juro... te juro que había soñado con este momento durante años. Pero no puedo más...─dijo, abriéndose de brazos, rendido. ─No me necesitas para hundirte ─sonrió, con los ojos llorosos y una triste sonrisa estirando sus labios ─. Tú solo te sirves y te bastas. Que la memoria de tus víctimas te acompañe, Hyppolitos... es todo lo que puedo desearte.
Lune sacó del bolsillo de los pantalones un pañuelo pulcramente doblado y se secó los ojos. Un par más de carraspeos fueron necesarios para acabar de limpiar el paso de su voz y con gestos raudos se arregló el cuello de su camisa y el nudo de la corbata. Sacudiendo los hombros se recolocó la americana y terminó su acicalado con el abrochado del botón.
Al abrir la puerta ubicó a su familia entre los asistentes.
No le hizo falta nada más.
