Sala de reuniones

─¡¿A qué demonios estás jugando, Lune?! ¡Has dejado que el fiscal campe a sus anchas! ¡No has protestado nada! ¡Nada!

Hypnos andaba en círculos y se llevaba las manos a la cabeza como si quisiera peinarse los cabellos con los dedos, pero el gesto era tan repetitivo que lo único que transmitía era la tremenda exaltación en la que se encontraba su ánimo.

Balrog también se hallaba de pie, pero su posición se mantenía quieta, con la espalda muy cerca de la puerta de acceso a esa sala reservada para abogados y clientes. Ambas manos las tenía enfundadas en los bolsillos de los pantalones y la americana la lucía desabrochada.

─Quería conocer las intenciones del fiscal, simplemente.

─Ya, claro. ¿Y tu intervención? ¿Qué tienes que decir sobre ella? ¡Parecía que me estabas acusando tú también! ─Hypnos se giró y se abalanzó airado sobre la mesa, donde apuntaló los brazos y descansó parte de su peso─. No entiendo por qué tanta ofuscación en sacar a la luz detalles de mi vida de hace veinte años. ¡Se me está juzgando por unos abusos y un asesinato que no he cometido y tú encima añades más mierda con el suicido de una chavalita depresiva!

─Fue el periodista Afrodita Eriksson quien redactó un artículo rescatando ese desgraciado suceso.

─¡Pero parece que tú te has aficionado a él, maldita sea! ¡Por tu culpa he acabado extralimitándome en mi declaración y el jodido del fiscal se ha ensañado con mi vida íntima!

Hypnos aprovechó el apuntalamiento de sus brazos para impulsarse hacia atrás y volver a quedar bien erguido. Balrog inspiró hondo, se humedeció los labios y se acercó a la silla más próxima. La arrastró lo justo para hacerse un hueco y tomó asiento, invitando con un gesto a que el artista hiciera lo mismo.

─Siéntate, por favor.

Hyppolitos le miró con el ceño fruncido y los labios apretados. Desde que esa mañana se habían visto en el centro penitenciario que Balrog mostraba un comportamiento inusual. Su mirada había perdido la soberbia con la que lo había conocido y toda su expresión corporal denotaba un cierto relajamiento que al pintor no le gustaba nada.

─Debes detener a Samaras ─ordenó con tono autoritario cuando tomó asiento frente a su abogado.

─¿Del mismo modo que lo hiciste tú con su padre?

Estas palabras constriñeron el estómago de Hypnos. La sensación que Balrog estaba jugando en campo contrario se estaba agudizando cada vez más.

─Limítate a defenderme de los cargos que se me imputan hoy y deja el jodido pasado en paz. Aspros Samaras hace años que está muerto. Yo no tuve nada que ver con el infarto que se lo llevó y si él fue un incompetente en sus funciones no es asunto mío. Ni tuyo. Tu deber...─la voz se le agravó y todo su cuerpo se inclinó hacia adelante, amenazante─ tu jodido deber como abogado es defenderme. Por eso te pago, y muy bien. Demasiado bien ─silabeó, saboreando el amargor que le subía por el esófago.

Lune no dejó de mirarle. Las manos las tenía entrelazadas, descansando sobre la mesa, y una extraña sensación de calma y sosiego le recorría las venas.

─Aún no me has pagado ─sin añadir nada más insertó su diestra entre las interioridades de la americana y extrajo dos cheques con una suntuosa cantidad de dinero escrita en ellos y la hermosa rúbrica de Hyppolitos Sifakis debajo. Los depositó sobre la mesa y los acercó hacia el artista─. No los he cobrado, Hyppolitos. De modo que no tengo ninguna obligación contigo.

─¿Qué estás haciendo, Lune? ─Hypnos miró los dos cheques, intactos.

─Lewis ─corrigió, sumido en esa inmensa calma que le adormecía todos los miedos─. Mi nombre es Lewis, aunque también se me conocía por Garby en el psiquiátrico donde tu hermano Thane estuvo internado.

─No sé qué pretendes, pero nada de esto hace puta gracia, Lune...─masculló, con el rosto enrojecido y las venas de la sien hinchadas.

─Tienes razón, Hyppolitos. Nada de esto tiene la menor pizca de gracia. Y te recuerdo que debes aguantarte la rabia que ahora mismo está gestándose dentro de ti; afuera hay los funcionarios del juzgado, los policías que te custodian, el juez, el fiscal, toda la prensa de este país y parte del extranjero, de modo que...no. No tiene ni puta gracia encontrarse así de acorralado, ¿verdad?

─¿Qué cojones estás haciendo? ─masticó Hypnos, con la mandíbula doliéndole por la presión de sus dientes apretados.

Lune le observó detenidamente. Se fijó en que cómo los años no habían mancillado esa belleza que el artista había poseído de joven y le dolió el pecho al rememorar la ilusión que había conocido en Elsa esa vez, cuando ella le contó que se había enamorado de su mentor, y que él, pese a sus extravagancias de artista consagrado, la correspondía y la mimaba como jamás había hecho nadie.

─¿Sabes la de veces que he imaginado cómo hubiese sido su vida si la hubieras amado tan sólo un poco?

─¡¿De qué coño hablas?! ¡Por el amor de todos los dioses, Lune! ─se exasperó Hypnos, levantándose de la silla con un arrebato que lo alejó del abogado ─¡Pareces otra persona! ¡¿A qué demonios estás jugando?!

─Era una chica alegre ─sonrió con nostalgia─. Siempre lo había sido. Y tenía talento... o si no lo tenía como para triunfar como sí has hecho tú, a mí me encantaban sus pinturas. Ella era feliz con el arte... y yo, imbécil de mí, me alegré que ganara tu jodido mecenazgo...

─¡¿Otra vez con eso, Lune?! ¡¿Con la puñetera niña noruega?! ─gesticuló, exasperado.

Los ojos de Hypnos estaban enrojecidos de furia. La mirada de Balrog, estancada en ese punto donde la luz se mezcla con la tristeza.

─Después de veintiún años aún no he podido olvidar el fuerte olor de la sangre al derribar la puerta del loft donde tú la encerraste. Aún le latía el corazón cuando la encontré en la bañera, desangrándose por las muñecas. Aún no sé cómo fui capaz de tomarla en brazos, de sacarla de ahí, de intentar detener lo inevitable...

Una lágrima descendió por la mejilla de Lune, pero su mirada siguió impasible, firme sobre el deformado rostro de Hypnos quien, poco a poco, fue cambiando de expresión.

─Tú... No, no puede ser... ¡No puede ser, maldita sea! ─sus manos volvieron a los cabellos, los agarraron con fuerza y bajó los brazos como un latigazo para abalanzarse de nuevo sobre la mesa─ ¡¿Quién demonios eres, hijo de la gran puta?!

─Ya te lo he dicho. Mi nombre es Lewis. Lewis Dou Garbellen. Y ya no puedo más, Hyppolitos...

─¡Yo no tuve nada que ver con su muerte! ¡Era una niña borracha y depresiva! ─la vehemencia de las exclamaciones salpicó de saliva el rostro de Lune, quien se limpió el rostro, impasible─ ¡¿Qué culpa tuve yo que no supiera sobreponerse al fracaso?!

─¿A qué fracaso? ¿Al de tu supuesto amor por ella? ─replicó Balrog, ahí sí, sin ahorrar acidez─. Mi hermana te amaba con locura. Tú lo sabías y te aprovechaste de ella. La usaste cómo y cuándo te convino. Y la desechaste como una muñeca rota cuando te aburrió.

Hypnos retrocedió hasta dar con la pared y fue entonces cuando su mente comenzó a recordar esos detalles a los que no supo dar importancia tiempo atrás. Recordó cómo ese serio y altanero hombre llamado Lune de Balrog se había presentado a él con unas credenciales sobre abogacía envidiables. Recordó cómo había depositado en él total y absoluta confianza en el manejo de los entresijos de su vida financiera, cómo le había comenzado a representar legalmente ante temas y situaciones para los que él no tenía ni tiempo ni ganas y, lo más significativo de todo, cómo se había ofrecido sin ningún atisbo de duda a representarlo cuando la justicia comenzó a cercarlo.

─Has estado meses siseando por mi vida, dándome consejos de cómo actuar ante la prensa y los medios, respaldándome en mis actos públicos... con el único fin de ¿qué? ¿vengarte? Eres un jodido hijo de la grandísima puta...─masticó Hypnos, ardiendo en ganas de saltarle al cuello y retorcérselo ahí mismo

─Insúltame todo lo que quieras, es lo único que puedes hacer aquí.

Lune apoyó ambas manos en el borde de la mesa, las deslizó un poco hacia los costados y aprovechó el gesto para sostener su puesta en pie.

─Eres tan necio como lo fue la puta de tu hermana ─le atacó Hypnos, con el sabor de la hiel en el paladar─. Se creía con talento y lo único que sabía hacer era envidiar mi éxito. Era una chavalita de lo más común con aires de grandeza. No fue culpa mía que se enamorara de mí y que no pudiera soportar la realidad de su gris existencia. Y no lo la maté. Se suicidó, joder... ¡Se suicidó ella solita!

Los ojos de Lune seguían inundados de lágrimas que se resistían a caer. El nudo que ahogaba su garganta era duro y difícil de sortear, pero él no iba a ceder. No merecía la espera de años acabarlo todo aporreando al artista como si se tratara de su saco de boxeo. Por muchas ganas que tuviera de reventarlo entero.

─Sí, se suicidó. Ambas muñecas presentaban secciones longitudinales de unos 6cm de largo, por lo cual fue imposible impedir que falleciera desangrada. Pero estas no eran las únicas lesiones que presentaba su cuerpo en el momento de su muerte...no... Sus caderas estaban repletas de moratones. Moratones recientes de dedos grandes cuya posición indicaba que alguien la había sujetado desde atrás con fuerza desmedida, además de desgarros anales. Grado tres. Como las lesiones que sufrió Pandora ─Lune inspiró hondo y clavó su mirada en la de Hypnos─, como las que ahora sufres tú. Estás experimentando en tu propio cuerpo lo que supone dicha tortura... ¿Cómo se siente que te destrocen por fuera? Mal, ¿verdad? Jode no poder sentarte sin sentir dolor, no poder ir al baño sin la sensación que vas a deshacerte en el intento... Pues imagínate este dolor junto al de sentirse destrozado por dentro. Tan destrozado que decides que tu vida no tiene sentido... ¿Puedes hacerlo? ¿Eres capaz de empatizar con algún sentimiento? ¿Puedes sentir algo que no sea este jodido egocentrismo tras el que te mueves como una puta alimaña?

Hypnos no pudo más. Una inusitada fuerza lo lanzó contra Lune e hizo que lo aplastara contra la puerta. Las manos se asían como garras a las solapas de la americana y la nariz, respirando furia, casi rozaba la de su abogado.

─Púdrete en el infierno, hijo de puta.

─Eres tú quien debería haber sido internado en un psiquiátrico hace años. Tú y no Thane...

Los puños de Hypnos presionaron el cuello de Lune. Los pulgares se clavaron sobre la zona de la yugular y apretaron con toda la fuerza de la que fue capaz. El rostro de Balrog comenzó a hincharse y tornarse de un preocupante color morado por la falta de respiración, pero no hizo nada para detenerlo. Se limitó a mirarle dentro de los ojos. A intentar descubrir algún atisbo de remordimiento. Alguna rendija por la que dar con la luz que iluminaba su arte. Algún recodo donde descubrir una porción de alma agazapada...

Algo, lo que fuese que le indicara que ese hombre estaba vivo...

Pero sólo encontró odio.

Un inmenso y profundo pozo de odio.

Balrog balbuceó un sonido ininteligible y boqueó como un pez agonizando por la falta de oxígeno. Hypnos apretó más los puños contra el cuello palpitante de su abogado y cerró los ojos luciendo una extraña expresión de éxtasis. Un gemido de placer se atascó en su garganta y tres golpes repetidos en la puerta lo estamparon de regreso a la realidad.

«¡Tres minutos y se reanuda la sesión, señores!»

Hypnos lo soltó y dio tres pasos atrás.

Balrog tosió como si fuera a arrancarse el vómito y cuando su respiración pudo recomponerse, irguió su cuerpo al tiempo que se adecentaba las ropas y miró a Hypnos con toda la calma de la fue capaz.

─Mi venganza termina ahora y aquí, Hyppolitos. Te juro... te juro que había soñado con este momento durante años. Pero no puedo más...─dijo, abriéndose de brazos, rendido. ─No me necesitas para hundirte ─sonrió, con los ojos llorosos y una triste sonrisa estirando sus labios ─. Tú solo te sirves y te bastas. Que la memoria de tus víctimas te acompañe, Hyppolitos... es todo lo que puedo desearte.

Lune sacó del bolsillo de los pantalones un pañuelo pulcramente doblado y se secó los ojos. Un par más de carraspeos fueron necesarios para acabar de limpiar el paso de su voz y con gestos raudos se arregló el cuello de su camisa y el nudo de la corbata. Sacudiendo los hombros se recolocó la americana y terminó su acicalado con el abrochado del botón.

Al abrir la puerta ubicó a su familia entre los asistentes.

No le hizo falta nada más.

dejó a toda la sala sin aliento.

Dohko parpadeó un par de veces, atónito.

─Discúlpeme, señor Balrog...─ dijo, frotándose la barbilla con cierta preocupación─ pero no sé si le he entendido bien...

─Sí, su señoría, lo ha entendido perfectamente: renuncio a la defensa del señor Hyppolitos Sifakis.

Tecleos frenéticos. Tomas de notas a la desesperada. Flashes... El foco de atención diseccionado hacia tres direcciones sin punto de intersección posible: por un lado, Balrog, luciendo un rostro que parecía haber rejuvenecido diez años de golpe; frente a él, Hypnos, con la soberbia revitalizada y un intenso fulgor asentado en su achicada mirada; esquinado en la zona de la fiscalía, Saga y su asombro, casi equiparable al del juez.

─¿El señor Sifakis ha sido notificado previamente de dicha decisión?

─Sí, su señoría. Y es irrevocable. Los motivos que suscitan mi renuncia están en conocimiento del señor Hyppolitos Sifakis. Así mismo, le solicito permiso para poder entregarle al fiscal y a su asistente un par de sobres donde les expongo una breve explicación del porqué de esta decisión que tomo de forma totalmente unilateral.

Dohko se quedó mirándolo como si el tiempo se hubiese congelado sólo para él hasta que se dio cuenta de ello y regresó a la sala, rascándose el cogote para disimular la rotura de esquemas que le había caído encima.

─Adelante. Sin demorar, por favor ─dijo al fin, sacudiendo el aire con la misma mano que volvió a llevarse a la nuca.

Lune caminó hacia su mesa, la rodeó y levantó el maletín para dejarlo sobre la silla. Sin tener que rebuscar mucho sacó dos sobres en los que se podía intuir la escritura de un nombre en cada una de ellos. Sus labios dejaron pasar una larga exhalación mientras observaba por última vez esas dos misivas que había escrito de su puño y letra la noche anterior. Cerró los ojos por un momento que no midió y cuando se supo con la serenidad necesaria, se dio media vuelta y avanzó hacia la zona ocupada por Saga y Kanon.

─Fiscal Saga Samaras... Le agradecería que leyera esta carta cuando se encuentre a solas ─dijo, mirándole a los ojos ─. Créame si le digo que de veras lamento habernos conocido en estas circunstancias, Saga.

Saga tomó la carta. Vio su nombre escrito con lo que se le antojó una rápida caligrafía y notó por el grosor que ahí dentro algo más que cuatro palabras.

─Lo haré, señor Balrog. Gracias por el gesto.

Una traza de sonrisa cruzó por el rostro de Balrog, quien asintió con la mirada y recibió la misma consideración por parte del fiscal. Cuando Lune buscó la presencia de Kanon, sus facciones se relajaron todavía un poco más; el gemelo del fiscal le observaba con el ceño fruncido, los brazos cruzados y la espalda completamente pegada al respaldo de la silla. La desfachatez que le ofrecía debía ser la misma que lo había introducido en ese hospital psiquiátrico de alta seguridad, consiguiendo que, a partir de ese momento, todo el bosquejo vengativo que Lune se había ido armando a lo largo de unos oscuros veintiún años se derrumbara como un frágil castillo de naipes.

─Kanon Samaras... No son recuerdos que llegan desde Lamia, pero sí que Lamia está presente en la explicación que te debo a ti.─Balrog le tuteó y amplió su triste sonrisa cuando Kanon alargó el brazo y aceptó la entrega

─Puto Garby... ─susurró Kanon al leer el leve brillo que nacía en la mirada de Balrog.

─Señores... aunque cueste de creer, ha sido un placer ─susurró con una voz tan tenue que únicamente Saga y Kanon fueron partícipes de esa última frase.

Lune les ofreció una tímida reverencia y regresó sobre sus pasos hasta posicionarse de nuevo en el centro de la sala.

─Su señoría, si me permite, me retiro también del tribunal.

─Permiso concedido...

Dohko resopló. Clavó un codo en la mesa y apoyó la cabeza en su mano nerviosa, la cual pasó a rascar entre los cabellos cercanos a la sien. Cerca de él, Hypnos respiraba con pesadez, pero se mantenía en silencio, con la mirada fija en quien hasta el momento había sido su abogado.

Balrog se acercó a su zona para recoger todas sus pertenencias y abandonó la sala por el pasillo central con la misma serenidad que lo había hecho al entrar, acarreando el maletín de piel en una mano y el abrigo colgado del brazo contrario. Ingrid y sus hijos le esperaban en la gran puerta de acceso y, cuando los alcanzó, su esposa se apresuró a cogerle el abrigo para poder colgarse de su brazo. Emma fue quien abrió la puerta de par en par para procurar una cómoda salida y Oskar se acercó tanto a Lune que el abogado comenzó a desnudarse de su farsa en ese preciso instante, cuando cambió el maletín de mano y acarició con ternura la nuca de su hijo, dócil y dispuesto a ser mimado.

Toda la concurrencia tenía la atención puesta en esa inesperada espantada, y no fue hasta que la puerta se cerró de nuevo que el juez reaccionó como pudo ante la nueva situación.

─Señor Hyppolitos Sifakis...─Dohko carraspeó al darse cuenta que su voz había salido atropellada─. Está en su derecho de pedir la presencia de otro abogado.

─Voy a representarme yo mismo.

El asombro que aún envolvía la sala subió la intensidad unos tonos más.

─Se puede aplazar el juicio hasta que disponga de un nuevo abogado, señor Sifakis... ─insistió Dohko.

─Sé que también tengo el derecho de representarme yo mismo. Pienso hacer uso de él.

─De acuerdo, de acuerdo...─Dohko escribió algunas palabras, dejó el bolígrafo sobre sus papeles, cruzó los dedos de la mano y volvió a carraspear ─Que conste en acta que, a partir de este momento, día 1 de febrero de 2016, a las 11:36 horas, el señor Hyppolitos Sifakis asume su propia representación ante este tribunal. ¿La fiscalía tiene alguna pregunta más que hacer antes de pasar a los alegatos finales?

Kanon miró a Saga cuando éste se levantó, únicamente para dirigir toda la atención del jurado y la mediática hacia su persona.

─No, su señoría.

─Señor Hyppolitos Sifakis, ¿está usted listo para escuchar el alegato de la fiscalía y proceder usted mismo con el alegato de su defensa?

─Sí.

Dohko inspiró sin disimulo y soltó el aire con el bufido más largo de todos los que había despachado durante el juicio.

─Señor Samaras, cuando desee.

Kanon alargó el brazo por debajo de la protección que le confería la mesa y buscó la pantorrilla de Saga para apretarla con afecto; «vamos hermano, quédate a gusto», le susurró, cómplice.

Saga le sonrió de medio lado y aprovechó para llevar su mano sobre la mesa abrir en modo de abanico algunos papeles; en ellos había anotadas algunas ideas básicas que repasó con visión de ave rapaz, leyéndolas en diagonal antes de levantar la mirada hacia el jurado y comenzar con la actuación.

El eco de sus pasos al rodear la mesa se escuchó rompiendo el tenso silencio que se había instalado en el tribunal; incluso los periodistas que seguían tecleando en sus ordenadores portátiles parecían hacerlo con más lentitud y cautela. Saga se regocijó en el sonido que hacían sus zapatos al pisar el pulido pavimento de la sala y se acercó lo suficiente a Hypnos para poder asomarse a sus ojos y ser testigo del ardor que burbujeaba dentro de ellos.

La pugna visual que mantuvieron fiscal y acusado se dilató varios segundos. Segundos en los cuales la mente de Saga recuperó mil y un recuerdos, sentimientos y emociones que, finalmente, lo habían convertido en el hombre que se hallaba ahí de pie, en el mismo lugar que once años atrás su padre había perdido la vida y donde iba a reivindicar su memoria, aunque fuese un gesto que sólo acabara guardando para él.

Acto seguido, dirigir su atención al jurado popular fue interesante; era la primera vez que se encontraba participando en un juicio con esas características y, saberse con el protagonismo total y absoluto frente a nueve personas sujetas a seducción verbal, le insufló una dosis de adrenalina tan intensa que no pudo evitar sonreír cuando fue pasando la vista de rostro a rostro, buscando los que iba a elegir para conectar su mirada y sembrar la indiscutible veracidad de sus palabras.

─Hyppolitos Sifakis...─dijo al fin, girando el rostro para observar al acusado de frente─, un gran artista, sin duda. Un hombre capaz de imprimir una alma luminosa e infinita en sus obras cuando, en su vida de ciudadano, todo lo que siembra y ha sembrado, es oscuridad. ─El primer corte en el discurso llegó aquí, acompañado de una descara inspección─. Hypnos, tal y como es conocido en el mundo del arte, es una persona con dos caras bien diferenciadas: la excelsa y rebosante de luz, la que sólo conocen sus lienzos, y la macabra, la que surge a flote cuando los objetos que tiene alrededor se salen del estricto control al que le gusta someterlos. Y digo «objetos» ─Saga gesticuló con el dedo índice bien rígido para enfatizar su concreción al mismo tiempo que escrutaba a los miembros del jurado─ porque para el señor Hyppolitos, las personas carecen de valor. Para él, las personas son simples medios a través de los cuales sentirse importante. Único. Irrepetible. Irreemplazable... ─ahí dio dos pasos atrás, ladeó todo su cuerpo hacia Hypnos y se quitó las gafas, guardándolas plegadas en su mano─. Y digo también «control» porque cuando estas personas que han ido cruzándose en la vida del gran artista han osado elegir caminos ajenos a los de su voluntad, la frustración de verse apartado, relegado, ninguneado... olvidado ─las cejas de Saga se arquearon, permitiendo que ampliara su mirada─, cuando sucede o ha sucedido esto, señores del jurado, es ahí cuando aflora la urgencia de reconducir la situación.

Hypnos seguía sumido en un obligado silencio. Únicamente el gesto de pasar saliva y apretar la mandíbula indicaba que su cuerpo seguía respirando. En la zona de la fiscalía, Kanon se había sentado al borde de la silla, con ambos codos clavados sobre la mesa y las manos entrelazadas sobre el esparcimiento de papeles. Las piernas no paraban de botarle y el nerviosismo que le despertaba la intervención de su gemelo se exudaba por todos los poros de su ser.

─No estamos juzgando los gustos íntimos y sexuales del señor Hyppolitos...─aclaró, acercándose al jurado hasta quedar apenas a dos palmos de la barandilla─ cada uno con su cuerpo puede hacer lo que quiera, tener las parejas que le apetezca y practicar el sexo como le plazca, siempre y cuando la persona o personas con las que se lleven a cabo dichas prácticas sexuales lo hagan por propia voluntad y sean mayores de edad. Hasta este punto no hay ningún problema, y la vida íntima del señor Sifakis no hubiese tenido la más mínima importancia si las consecuencias de sus actos sexuales no fuesen un denominador común a lo largo de su vida. Pero lo son. ─Saga volvió a alzar la mano con la que sujetaba las gafas, aunque este detalle no impidió que reforzara sus palabras con la ayuda de sus precisos gestos─. Todas las mujeres que por alguna razón han sido importantes en su vida han sufrido abusos sexuales practicados por él ─ahí estiró el brazo y apuntó a Hypnos mientras mantenía la mirada sobre el jurado, escenificando una indiferencia hacia la presencia del artista que intuyó que le iba a escocer.

Saga aprovechó el pequeño clímax que había logrado para detener sus palabras. Intentó pasar saliva, pero no pudo. Tenía la boca seca y el esquema de alegato que había interiorizado parecía desvanecerse poco a poco a cada paso que iba dando. Tuvo la tentación de girarse, de buscar a Kanon con la mirada, de preguntarle sin palabras si creía que iba bien, pero se abstuvo de todo ello. Si necesitaba compañía y apoyo, lo tenía. Lo llevaba sintiendo desde de la primera jornada del juicio, aunque la sensación de estar envuelto por un halo de perfume antiguo y familiar se había intensificado al dirigirse hacia el centro del tribunal. Cerró los ojos por un momento, inspiró hondo para llenarse de esa fuerza que presentía a su alrededor y se desabrochó el botón de la americana, sintiéndose más libre de movimientos y buscó enfurecer a Hyppolitos un poco más, dedicándole un estudio que no disimuló antes de recuperar el hilo de sus palabras.

─Todas las mujeres importantes de su vida, señor Hyppolitos...─repitió─. Todas, a excepción de una: Violet Heinstein ─Hypnos agudizó la mirada y apretó los labios de forma casi imperceptible; Saga se fijó en esa leve contracción de todo su rostro y esbozó una leve sonrisa ─. No se preocupe, señor Sifakis, enseguida recuperaré la triste historia de Violet, pero comencemos a recordar datos con orden cronológico, ¿no les parece, señores del jurado? ─Saga se tomó la aproximación al jurado con calma y altanería, y optó por detenerse frente a la chica más joven de los nueve componentes, sentada en la hilera inferior─. La primera víctima fue una joven noruega de la cual no teníamos conocimiento hasta que el buen trabajo periodístico del señor Christian Eriksson sacó a la luz hace apenas un par o tres de días: Elsa Dou Garbellen, se llamaba. La crónica del reportero dejaba intuir que entre la joven y el artista había existido algún tipo de relación personal que con el tiempo había ido deteriorándose hasta culminar con el suicidio de la joven Elsa. El mismo señor Hyppolitos ha mencionado que por ese entonces le gustaba practicar sexo duro con la señorita Dou, haciendo un repetitivo hincapié en la presunta fragilidad mental de la joven y en su adicción al alcohol, la cual, según él, había contribuido a fisurar la psique de una persona cuyo talento no supo evolucionar.

Saga se detuvo, alzó su puño zurdo hacia sus labios y medio apoyó el rosto en ese delicado sostén; la mirada la esparció por el suelo que se extendía ante sus pies y fingió reflexionar cuidadosamente la elección de sus siguientes palabras.

─Admito que no tengo pruebas fehacientes de que, con respecto a la señorita Elsa Dou Garbellen, el acusado actuara fuera de la ley. Sólo poseo la intuición que a partir de ese momento se fueron asentando los cimientos de un comportamiento sumamente patológico, el cual se fue agravando con el tiempo. Un comportamiento que lo llevó a abusar sexualmente de la señorita Melnik, su propia hija biológica, nacida de una relación consumada con una prostituta de quince años que ejercía la prostitución en la red de burdeles con chicas menores, destapada en el año 1989. Repito: año 1989, anótenlo bien, señores del jurado ─presionó Saga, apoyando el dedo índice y corazón en la barandilla mientras el anular y el meñique seguían sujetando las gafas ─. Este mismo año nace Phantasos Melnik, el señor Hyppolitos comienza a gozar de fama internacional y, oh curiosidad, su nombre es el único de todos los hombres influyentes en la sociedad cultural y política de la época que no aparece en las listas de detenciones liderada por el inspector Manigoldo Granchio. Y no aparece porque el señor Sifakis hizo uso de la extorsión. De la amenaza. De la manipulación antes mencionada para reconducir los acontecimientos hacia la seguridad de su férreo control. Y aquí sí tienen las pruebas de ello.

─Vamos Saga...─susurró Kanon para sí mismo, todavía con las piernas botando y las ganas de comerse los cigarrillos enteros arañándole por dentro.

Saga se cambió las gafas de mano y se sirvió del bolsillo de su pantalón para secar el sudor que había impregnado la palma de su diestra.

─Año 1994 ─continuó─. En este año coincide el fallecimiento de Elsa con el inicio de una nueva etapa profesional. La familia Heinstein entra en juego en la vida del señor Hyppolitos Sifakis y, con ella, la aparición de Violet ─. Saga se giró hasta quedar frente a frente con Hypnos, manteniéndose con el porte altivo y la mano aún escondida en el bolsillo, exhibiendo un genético dominio de escenario ─. Cómo no amarla, ¿cierto, señor Sifakis? Violet era joven... Violet era bella... Violet era prohibida...─pronunció con malicia─. Tal vez esa fue la única en que experimentó en sus carnes el verdadero amor...Sí, recuerdo que durante el juicio ha asegurado que no fue así. Que no se enamoró de Violet... pero la verdad es que lo hizo. ─Hypnos parecía hacer grandes esfuerzos para mantenerse estoico, pero las involuntarias contracciones que sufrían sus facciones traicionaban su propia puesta en escena. Saga le sostuvo la afrenta visual durante unos pensados segundos antes de inspirar y volver a girarse hacia el jurado. ─ Hyppolitos se convenció que esa mujer joven, hermosa, vital y casada con un hombre aburrido y simplón, no se podría resistir a sus indiscutibles artes de seducción. Y tal vez esta posibilidad hubiese sido factible... incluso llegó a parecérselo en algún momento, pero el sueño que el señor Hyppolitos se había creído se quebró en el preciso instante que su hermano Thane, el niño que veía fantasmas en un orfanato convertido en un reconocido y contrastado médium espiritual, apareció en la vida de Violet.

Saga calló. Observó a todos los miembros del jurado popular, uno a uno, como si estuviera grabando su verdad en la psique de todos ellos, y luego dejó que su mirada se deslizara de puntillas por la concurrencia de la sala, recayendo un instante sobre el sombrío rostro de Thane.

─¿Alguien de ustedes ha estado celoso alguna vez? ─preguntó de repente, arqueando las cejas para dramatizar más su interés─. La de estupideces y barbaridades que se cometen cuando el veneno del descarte inunda las venas, ¿verdad? ─algún miembro del jurado cambió la expresión de su rostro e incluso pareció responderle mentalmente, dándole una razón que Saga cazó al vuelo─. Estoy seguro que alguna vez en la vida, quien más quien menos, ha saboreado este amargor... esta frustración de no ser el primero, el mejor, el elegido... Yo mismo lo he experimentado bajo mi propia piel y...─se humedeció los labios y esbozó una triste sonrisa─ les puedo asegurar que la versión que entonces conocí de mí está muy lejos de ser, como mínimo, respetable. ─En ese momento Saga viró el rostro hacia Hypnos y aguardó unos segundos, mirándole fijamente ─ Cómo le dolió ser rechazado por primera vez en su vida, señor Hyppolitos...Cómo le envenenó por dentro la certeza de haber perdido cualquier tipo de control...