Lune llevaba sintiendo su cercanía desde que habían alcanzado el rellano del ascensor que los bajaría directamente al parking y puso todo el esfuerzo en concentrarse en su familia; en el silencioso apoyo que le ofrecía Ingrid, todavía afianzada a su brazo; en la presencia de sus hijos, entregados a fortalecer una unión que habían creído fracturada. Se propuso volver a alzar ese muro de soberbia e indiferencia que había exhibido siendo Balrog y así eludir la familiar energía que le recorría el espinazo, erizándole la piel del alma. Lune se propuso muchas estupideces, pero cuando llegaron al estacionamiento privado de los juzgados, el perfume de Elsa mezclado con el intenso olor ferroso de la sangre le alcanzó de nuevo.

Ignoró la tenue brisa que insistía en acariciarle el rostro y avanzó junto a su esposa, rumbo al coche. Ingrid se frotó la nariz con gesto inconsciente y arrugó los labios en una mueca de disgusto.

─Este olor...─se quejó─. Me recuerda a...

─Al piso de Elsa cuando la encontramos ─dijo él, deteniéndose.

─Sí... Qué extraño, ¿no?

Balrog no respondió. Sencillamente se giró y miró hacia el vestíbulo de acceso al parking, distinguiendo la oscura silueta de Thane, apostada bajo la luz amarillenta y parpadeante de un fluorescente a punto de perecer. Por inercia Ingrid dirigió la vista hacia el mismo punto y una repentina ráfaga de comprensión hizo que soltara el brazo de Lune para acariciarle la espalda con ternura.

─No. No es extraño...

Los hijos estaban unos metros más allá, molestándose con tonterías, ajenos a las razones de una espera que los mantenía inmóviles al lado del coche. Ingrid se apartó de su marido, le cogió el maletín y el abrigo y extendió la mano con la palma hacia arriba, moviendo los dedos en reclamo de algo que no llegaba.

─Dame las llaves del coche y ve a hablar con él, Lewis. Nosotros te esperamos aquí.

Lewis echó una nueva ojeada al vestíbulo y ya no vio ninguna silueta, pero el aroma de la muerte de Elsa seguía ahí, mezclándose con el olor atrapado del carburante. Inspiró hondo, se aflojó el nudo de la corbata con gesto nervioso y se atusó la americana sin dar un paso adelante, como si algo le retuviera anclado en el espacio seguro de su abatimiento.

─Lewis...os lo debéis ─insistió Ingrid después de rodear el coche y accionar la apertura desde el mismo costado del copiloto─. Chicos, subid. Papá regresa enseguida.

Lewis soltó la respiración de golpe y se humedeció los labios, dándose tiempo para pensar unas excusas que ni él mismo se creía. Ingrid y sus hijos ya habían entrado en el coche y escuchó cómo comenzaba a reproducirse el último recopilatorio musical grabado con sello adolescente.

Ingrid tenía razón: no podía demorar su disculpa ni un instante más. Se armó de un valor que trastabillaba y deshizo el camino con paso firme; el eco de sus pisadas se mezcló con las melodías que escapaban de su coche y el ritmo de su corazón aumentó hasta conseguir hacerse notar en todo su pecho. Balrog avanzó, y lo hizo con la íntima propuesta de mantener el rostro erguido y el temple como escudo ante el ataque indiscriminado de una emoción para la que no tenía otra defensa.

Thane le esperó, paciente, con la espalda apoyada contra el muro, la mirada ensombrecida por la protección de su fiel gorra de visera y las manos al buen recaudo de los bolsillos de su chaqueta vieja. Al escuchar la aproximación del abogado se apartó de la pared y se movió hasta volver a quedar bajo la parpadeante iluminación del fluorescente, y fue entonces cuando Lewis detuvo su paso y sus almas se confrontaron, regalándose unos instantes de mutuo reconocimiento donde las palabras ni siquiera aparecieron.

Thane le observó con esa ternura paternal que siempre escapaba a través de las costuras de su dolor y, cuando vio cómo Lewis bajaba el rostro incapaz de sostenerle la mirada, extinguió el espacio que los separaba y lo abrazó.

En silencio. Con afecto. Y con sincera comprensión.

En un primer momento Lewis pareció resistirse, mantenerse frío, distante e impasible, pero Thane no lo soltó. Aguardó la llegada de la inevitable aceptación que Lewis debía ofrecerse a sí mismo y al fin notó los brazos de su antiguo amigo del psiquiátrico rodeándole la espalda y la rendición cayendo sobre su hombro.

─Lamento haberme comportado como un estúpido contigo...─dijo Lewis, con tremenda timidez

─Lo sé. Lo sé, Garby.

─Debía hacerlo...

El íntimo reconocimiento se dilató hasta Lewis se apartó, vencido por la vergüenza de haberse visto envuelto en un abrazo que por el que no se había preparado. Thane le respetó el distanciamiento y dejó que su falso orgullo luchara para recuperar algún destello de la soberbia y altivez con los que había forjado el rostro de Lune, fracasando en el intento. La esencia de su alter ego lo había abandonado por completo y allí ni siquiera existía Lewis. Quien había decidido emerger a la luz y mostrarse en toda su pureza era el alma de ese joven de veintidós años que se había desvivido por defender todas y cada una de las injusticias que su sencillo y noble corazón no había podido tolerar.

─Necesitaba vengar a Elsa. Se lo prometí...─dijo, con la voz a punto de quiebre─. Necesitaba cumplir mi promesa y... y no he podido...─Lewis calló y trató de evitar el nudo en su garganta─. No he podido ─repitió, encogiéndose de hombros.

─Eres un hombre de buen corazón, Garby... ─ Thane seguía mirándole, sin juicio y sin rastro de la incomprensión surgida días atrás─. Siempre lo has sido.

─Ya...─ una sonrisa sarcástica y el desvío de mirada no fueron suficientes para evitar que las ganas de llorar afloraran con fuerza─. Un hombre de buen corazón no se enquista durante veintiún años en el odio y la venganza.

─Poseer buen corazón no exime experimentar sentimientos incómodos. Todos los tenemos, Garby... Todos. Pero aceptarlos y comprenderlos no nos convierte en malvados, sino en humanos.

Lewis se mordió el labio inferior y sonrió con derrota; los ojos le brillaban con intensidad y sostener la compostura ya no era necesario. No allí. No ante él.

─Supongo que tienes razón... Thane...─dijo, atreviéndose al fin a pronunciar su nombre.

Thane asintió, sonriendo con esa templanza tan suya, y Lewis dio un paso atrás al tiempo que giraba el rostro hacia donde su coche seguía estacionado─. Debo irme. Me esperan...

Una última comunión de miradas, dos retrocesos más y la urgente decisión de dar media vuelta y huir de esa extraña atmósfera que siempre se percibía alrededor de Thane.

─Gracias, Garby ─dijo Thane, congelando sus pasos.

─No me las merezco, Thane.

─Sí. Te las debo. Sabes que sí.

─No... No sé de qué me hablas ─Lewis ladeó el rostro para ver a su viejo amigo por encima de la línea de su hombro.

Thane sonrió con tristeza, contemplando a Lewis a través de la sombra que proyectaba su gorra con visera.

─Tienes un don, Garby. Abrázalo y no lo sueltes nunca. Elsa está feliz cuando te sabe feliz, no necesitas más para reivindicar su memoria.

El brillo que había copado la mirada de Lewis se diluyó al instante y Thane desapareció de su vista con la discreción que siempre lo había caracterizado.

Estudio de Afrodita

El reproductor de vídeo VHS se detuvo y comenzó a rebobinar la última de las cintas visionadas. La pantalla ofreció un salvador fondo de color azul y Afrodita se frotó los ojos con más ahínco del necesario antes de arrastrar las manos hasta dejarlas cubriendo su boca. En otras circunstancias se hubiera puesto a mil mirando videos similares, pero esas grabaciones eran distintas... Había algo en ellas que las convertía en sumamente humillantes, repugnantes y delictivas. Sobre todo las supuestas "misas" más antiguas, donde el principal protagonista era un hermoso niño de largos cabellos rubios y asustada mirada ambarina, un niño al que vestían de niña, al que apodaban "Hypnos" y al que castigaban de forma severa cuando no era capaz de tragarse los vómitos que le subían por la garganta cuando las eclesiásticas vergas que debía atender eran más grandes que su infantil boca. Dimitri no superó la comprobación del primer video y Afrodita tuvo que hacer de tripas corazón para resistir las siguientes. La del 79 fue simplemente demoledora: el niño que en la del 74 aparecía asustado y agredido en más formas de las que un ser humano con corazón puede asumir, en la del 79 se mostraba como un envase vacío. El niño convertido en chico actuaba con un descaro y una iniciativa que conseguía castrar la excitación de cualquier aficionado al consumo de la pornografía más cruda y hardcore. Su mirada, la única que se veía en los vídeos, era completamente opaca. Sus gestos, mecanizados. Su entrega, sumisa. El muchacho nombrado "Hypnos" era, simple y llanamente, un objeto de carne y hueso concebido para el uso y disfrute de hombres enfermos y adictos a prácticas sexuales altamente punibles. Si el niño aún poseía miedos, esperanzas, emociones y alma, el joven del último video se presentaba despojado de todo sentimiento compasivo, incluso hacia sí mismo. No se leía ninguna traza de vida en sus expresiones hieráticas y aceptaba cualquier tipo de práctica sexual, por abusiva que fuera, como si se tratara de una máquina programada para satisfacer a quienes tenían en las manos los mandos del control de su voluntad.

─Dimitri, ya puede salir...─dijo al fin, bajando las manos hacia sus muslos, los cuales también frotó con nervio antes de clavar sus dedos cerca de las rodillas.

«¡No! ¡No quiero verlo!»

─¡Ya lo he parado! ¡No va a ver nada más! ─gritó, enfadado con el viejo, consigo mismo, con el mundo y con la mera existencia del ser humano.

«¡No le creo! ¡Usted es muy pillo! ¡Me está engañando para hacerme ver más!»

─¡Jodeeer, que ya está! ¡Créame! ─el sueco se alzó del extremo de la cama y se precipitó hacia la puerta del pequeño baño, lugar de auto reclusión elegido por el anciano cura. Tomó la manija con una desconocida rabia recorriéndole cada nervio de su cuerpo y la accionó varias veces, sin éxito─. ¡Abra la puerta, Dimitri! ¡Le juro por su dios que ya no verá nada más! ─ante la falta de movimiento y respuesta palmoteó la puerta un par o tres de veces ─¡Dimitri! ¡Abra de una jodida vez! ─el sonido del pestillo al deslizarse hizo que Afrodita se apartara un poco y tratara de recuperar una compostura que no entendía cómo cojones había perdido─. ¡Por fin! ¡¿Qué le costaba, eh?!

─Mi Dios no permite estas atrocidades, hijo...

La nariz de Dimitri medio asomó por la pequeña apertura, sin atreverse todavía a salir del refugio.

─Pues lamento decirle que desgraciadamente sí las permite... ─Afrodita se había puesto con los brazos en jarra y las manos apoyadas en ambos lados de su cadera ─ Antes, ahora y siempre, por si le quedaba alguna duda.

─¡Eso es obra del diablo! ─escupió el viejo, sacando un brazo por el espacio entre marco y puerta, señalando la pantalla con un dedo tembloroso─ ¡Todos ellos fueron corrompidos por el mismísimo satanás! Yo los conocía, hijo... los conocía a todos... eran buenos siervos de Dios... Cuando los conocí eran buenos hombres...─Dimitri estalló en lamentos y lloros, momento en que el huesudo cuerpo dejó de ofrecer resistencia y Afrodita pudo abrir bien la puerta.

─Escúcheme ─dijo, tomándolo de los hombros─: hemos identificado a una de las víctimas. Si destapamos esta "obra del diablo" ─recalcó─ tal vez las demás víctimas se atrevan a denunciar los abusos que sufrieron. ¡Ya es hora que la puta iglesia comience a asumir su mierda, joder! ─Afrodita zarandeó el viejo cura con más ímpetu del necesario, siendo consciente de ello cuando le pareció que el esqueleto iba a desmoronársele entre las manos─. ¡Con diablo o sin él le aseguro yo que sus colegas no se veían muy afligidos mientras se follaban a ese chaval!

─¡Ay, hijo! ─gimoteó el párroco, sumido en una espiral de lamentos que volvió a esconderlo dentro.

─¡Arrrrrg! ¡Me está poniendo de los nervios! ¡Salga del baño de una puta vez! ─se encabritó Afrodita, que lo agarró de un brazo y tiró de él hacia afuera─. ¡¿No se da cuenta que el muchacho que sale en casi todos los vídeos es el mismísimo Hyppolitos Sifakis?!

─¿Sale en más? ─gimoteó, incrédulo─ ¡Pobre criatura! ─Dimitri se agarró otra vez al llanto, tapándose la cara con una de sus manos huesudas.

Su iglesia lo convirtió en un monstruo. Estoy convencido que, de no haber sufrido toda esa clase de humillaciones y abusos, hoy sería una persona distinta.

─¿Y si no es él? ─preguntó con inocencia─. Podría ser cualquier otro niño...

─¡Qué más da, Dimitri! ¡Fuese quien fuese ahí se cometen delitos! ─exclamó el sueco, sin paciencia─. Pero el caso es que sí lo es. Lo es, para empezar, por su aspecto físico, el cual apenas ha cambiado con los años. Lo es porque en las grabaciones le llaman Hypnos, siendo este su apodo artístico. Lo es porque no dejan de hacer referencia al talento de sus manos y al gran sacrificio que hace para salvar el alma enferma de su hermano con sus ofrendas a dios. Lo es porque, de niños, ese hombre y su hermano médium estuvieron internados en el colegio de Davleia. Lo es porque ahí es donde está el macabro escenario de varias de las grabaciones. Lo es porque fue Hyppolitos quien pintó el fresco del altar con tan sólo diez u once años de edad. Lo es, Dimitri... Sin ningún tipo de duda. Y mire dónde está ahora: en medio de un juicio mediático acusado de abusos sexuales y homicidio en primer grado.

─¿Y qué piensa hacer con todo esto, hijo? ─sollozó el cura.

─ Pues mi trabajo, Dimitri, mi trabajo ─Afrodita gesticuló como si estuviera cansado de ir pronunciando obviedades.

─¿Y yo? ¿Qué debo hacer yo?

El viejo se acercó con pasitos cortos y encorvado a la cama del periodista, sentándose en ella después de ubicar bien la altura del colchón. Afrodita inspiró hondo y dejó caer una mano al costado del muslo mientras la otra volvía a fijarse sobre la cadera.

─Puede dedicarse a rezar─ soltó de repente, gesticulando con la mano suelta. ─Rece para que la Iglesia deje de corromper almas inocentes. Sí, eso es: rece. Pero rece mucho, porque ya lleva veintiún siglos de acumulación de mierda...O...puede hacer otra cosa─Afrodita se acercó a Dimitri y se sentó a su lado, mirándoselo de costado mientras entrelazaba las manos entre las piernas separadas─: denuncie. Denuncie lo que encontró en el sótano del internado de Davleia. Aunque los depravados ya estén muertos, denuncie. Que se sepa lo que pasaba ahí. Que la mierda salpique apestosa por todos los rincones. Que salpique tanto que no pueda borrarse el rastro ni con tres manos de pintura celestial.

─No sé si tengo fuerzas para hacerlo, hijo... ¿sabe lo que implica llevar a cabo lo que propone? Es peor que pretenderse David ante un invencible Goliat...

Afrodita se comió sus propios labios al tiempo que extraviaba la mirada entre su red de pensamientos, ideas y conclusiones precipitadas.

─Sí ─dijo, asintiendo a la vez con la cabeza─. Supone tenerlos cuadrados. Grandes y cuadrados. Cuadradísmos ─aclaró, por si todavía quedaba alguna duda.

─No sé si me queda vida para soportarlo...─lloriqueó Dimitri de nuevo, debatiéndose entre el querer y el temer.

Afrodita resopló el bucle de cabello que le cosquilleaba sobre las mejillas.

─¿Y si le prometo que le ayudaré a soportarlo? Que no le dejaré solo... ¿lo hará? ─inquirió, impaciente─ ¿confía en mí, después de todo?

Dimitri exhaló un suspiro tan largo que parecía que la vida se le iba con él.

─Es la persona más espontánea, desvergonzada, extravagante, irritante y tenaz que he conocido jamás ─dijo del tirón─, pero tiene un fondo más puro que muchos que aparentan santidad...

─Entonces... ¿sí? ¿denunciará?

Dimitri fingió pensárselo, para más exasperación del periodista.

─Con una condición ─aclaró, irguiendo la espalda en la medida que la curvatura de su espina dorsal le permitía.

─Ya estamos...─Afrodita negó con la cabeza, pero una sombra de sonrisa cruzó por su rostro ─ A ver... ¿qué quiere? ¿una limosna para arreglar un techo que no gotea?

─Una copita de ese vino que compró cuando cenamos en Davleia... O dos... ─aclaró Dimitri con rapidez, recuperando la picardía que aún guardaba de su juventud.

Afrodita se rio. Y por primera vez en días, lo hizo con ganas. La compañía de Dimitri se le antojaba como la de un niño grande al que consentir un poco para conseguir obediencia y, en realidad, ¿qué le costaba una botella de vino tinto de calidad aceptable?

─De acuerdo ─aceptó sin ocultar la sonrisa de victoria─. Y mire lo generoso que me he vuelto, que le compro una caja de seis botellas si quiere ─a Dimitri se le aguaron los ojos con la misma rapidez que su boca empezó a salivar─, pero primero al lío. Usted denuncia, yo escribo y juntos aguantamos el chaparrón.

El sueco le tendió la mano y Dimitri le correspondió el gesto, ofreciendo sus huesos cubiertos de venas, nervios y piel para zanjar el contrato que acababan de contraer.

En el momento que periodista y párroco zanjaban su acuerdo, los juzgados de Atenas se vaciaban y un furgón policial conducía a Hypnos de regreso al centro penitenciario de Korydallos.

Sin abogado que lo defendiera.

Sin familia que lo apoyara.

Sin más fe en la sentencia que la enfermiza soberbia que le gobernaba el alma.