Ático de Saga y Shaka

Martes 2 de febrero de 2016

Saga dio una vuelta sobre la cama y miró la hora otra vez: las 4:53. También había chequeado las 4:17, las 3 y algo y las 2 y media. Lo poco que había conseguido dormir había sido a ratitos, y con el sueño tan ligero que cualquier movimiento de Shaka o cambio en su respiración le molestaba. Igual que disponer de poca frazada con la que taparse porque al forense se le había antojado abusar de ella. Igual que esa arruga en la almohada que no conseguía alisar... Saga soltó un tedioso bufido y miró la silueta de Shaka, de espaldas a él, con más edredón del necesario encima y el engorro de una de sus piernas ocupando más espacio del tácitamente convenido. El fiscal trató de apartarla empujándola con su propia pierna, pero todo lo que consiguió fue que Shaka rezongara entre sueños y que la estirara aún más en la dirección opuesta a sus deseos.

Así no hay quien duerma, se quejó al levantarse de un arrebato.

Uno de los pies no consiguió calzarse la pantufla a la primera, y fue empujándola de mala gana con la punta de los dedos para colocarla en la posición propicia para el ensartado podal, pero el aumento de su mal humor sólo conseguía darle vueltas y puntapiés.

A la mierda.

De una sacudida se deshizo de la que sí se había calzado y decidió andar con los pies desnudos. Cuando llegó a la puerta reparó en que no había cogido el móvil, regresó hacia su mesita de noche en su búsqueda, se tropezó con las pantuflas y maldijo entre dientes. Para más fastidio, Shaka inspiró sonoramente y masticó un par de veces mientras su subconsciente se daba cuenta del generoso espacio que había al otro lado y decidía girarse hacia allí, ocupando la totalidad de la cama.

Saga trató de respirar hondo y calmarse, pero necesitaba salir de allí a riesgos de acabar echándole las culpas de su mala noche a Shaka cuando, en realidad, la única responsable de sus horas en vela era la tensión de una espera a la que no se había enfrentado nunca.

La calefacción conseguía mantener una temperatura agradable las veinticuatro horas del día, razón por la cual Saga no hizo el esfuerzo de vestirse; su torso lo cubría una camiseta de algodón de manga corta, de color gris claro; el bóxer no se alejaba de su colección de colores oscuros y las piernas las lucía desnudas. Sin calcetines. Y sin pantuflas, detalle que maldijo cuando entró en la cocina para prepararse un café y pisó terrazo en vez de parqué.

No entiendo cómo Shaka va descalzo todo el tiempo, gruñó mentalmente.

Café en mano, se acercó al ventanal y comprobó que la oscuridad de la noche seguía intacta, aunque algunas gotas de lluvia comenzaban a motear el suelo de la terraza.

Encima va a llover...

Sacudió la cabeza y se rascó la nuca con rabia. Todo le molestaba, incluso el curso meteorológico de unas horas que se le antojaban interminables. Ese no saber cuándo se iba a resolver el juicio le estaba azorando los nervios y tal vez tomarse un café en ayunas a las cinco de la madrugada no era la mejor idea que podría haber tenido, pero la noche ya estaba perdida, la incertidumbre servida y el sofá entero para él. Bebió dos sorbos que le quemaron hasta el estómago, dejó la taza sobre la mesita baja y ocupó los tres asientos con todo el largo de su cuerpo. En la televisión no daban nada bueno, pero en algún canal de cine le salió "Top Gun" y decidió que esa iba a ser la mejor consorte del café en la compañía de su desvelo.

─Saga... Saga, despierta... ─Shaka le zarandeó el hombro sin mucha respuesta. No quería que la llamada que tenía en espera se impacientara, pero arrancar a Saga de un profundo sueño no siempre era una tarea agradecida. El forense se agachó entre la mesita y el sofá, liberó el mando de la tele de las garras de Saga y le apartó con cuidado los mechones que le cubrían medio rostro─. Saga, despiértate, te llaman del juzgado...

...te llaman del juzgado...

El fiscal entreabrió los ojos y arrugó ceño y nariz, demorando unos segundos en ubicarse y algunos más en recordar cómo había llegado hasta ahí.

─¿Qué...? ─atinó a preguntar, clavando los codos en el sofá para incorporarse un poco.

Shaka se puso en pie y le tendió el móvil, procurando mantener tapada la entrada y salida de voz.

─Del juzgado, Saga. Parece importante.

El súbito despertar de sus sentidos lo sentó en el sofá de un brinco, arrebató el móvil de las manos de Shaka y se despertó la voz con un rápido carraspeo.

─¿Sí?...Fiscal Samaras, sí, soy yo... ¿Ya? ¿Tan pronto? ... ─un suspiro de alivio le relajó los hombros─. De acuerdo... Hoy a las 12... Perfecto. Gracias ─Saga cortó la llamada y giró la cabeza de lado a lado en busca de Shaka, encontrándolo arrimado al ventanal de la terraza ─. Hay veredicto ─informó, con la mirada despierta del todo─. Se ve que dan un tiempo de margen para que el jurado popular descanse un poco y poder coordinar a todas las partes, incluida la prensa.

─Me lo he imaginado. Una llamada del juzgado tan pronto no es habitual.

Shaka tampoco se había vestido de calle aún y lucía un atuendo muy similar al de Saga, quien se personó a su lado y también observó el diluvio que estaba cayendo.

─ A todo eso...¿qué hora es? ─preguntó por inercia al tiempo que lo comprobaba en su teléfono móvil.

─Alrededor de las siete ─informó Shaka, con la vista aún en la cortina de agua ─¿Nervioso? ─preguntó, ahora sí, mirándose a Saga─. No has dormido en la cama...

─¿A ti qué te parece? ─le espetó.

─Vale, vale, no te enfades ─Shaka alzó una mano a modo de disculpa, señalando así que no le apetecía estrenar el día de mal humor─. La pregunta sobra, ya lo sé.

Shaka enfurruñó la mirada e hizo el ademán de alejarse, pero Saga lo agarró del brazo y lo retuvo a su lado.

─Perdona...─suspiró─. Sí, lo estoy. Mucho.

Saga se encogió de hombros ante la parquedad de la única respuesta que podía ofrecer y rodeó a Shaka entre sus brazos. Shaka correspondió el gesto y se abrazó a él sin hacerle notar que había entendido su muda petición de afecto y mimo. Ambos fueron conscientes de sus mutuas respiraciones durante unos largos instantes en los que Shaka acariciaba la espalda de Saga y este apoyaba el mentón sobre el cómplice hombro del forense.

─Voy a preparar el desayuno ─le susurró Shaka en el oído antes de besarle el cuello y separarse ─¿Qué te apetece?

─Lo que quieras ─sonrió Saga, resistiéndose a soltarle la mano a pesar de la intención de Shaka de alejarse.

─¿Seguro? Porque hoy me apetece irme a Asia...

Saga valoró la advertencia.

─De acuerdo, entonces que mi té que no sea muy especiado.

Shaka le sonrió y al fin escapó de su mano para dirigirse a la cocina y empezar con su cometido. Saga aún le observó unos instantes y no pudo evitar pensar en caliente cuando vio cómo Shaka se acomodaba los calzoncillos atrapados entre sus firmes nalgas. Un pequeño insuflo de ganas le cosquilleó en la entrepierna, pero obvió la placentera sensación para no incrementarla más de lo visualmente disimulable. Quiso volver a fijarse en el torrente de lluvia que no amainaba, pero sus ojos se enfocaron en el reflejo de su cuerpo con aspecto desaliñado y en el móvil que todavía seguía en su mano. Debía informar a Kanon y decidió no dejarlo para después. Al fin y al cabo, su hermano era de dormir poco y seguro que no le molestaría si le llamaba antes de la aceptable frontera de las ocho de la mañana.

Los tonos de llamada se sucedieron hasta que saltó el contestador, pero Saga no se dio por vencido y lo volvió a intentar. Sabía que Kanon era descuidado y tanto podía ser que tuviera su teléfono en silencio como que estuviera olvidado en cualquier bolsillo o rincón del piso. La señal se repitió cuatro veces más y nada. Ninguna respuesta por parte de su gemelo. Escribirle un whattsapp fue la siguiente idea, pero antes de poder enviarlo, la llamada acudió a él.

─¡Kanon!... Ay, hola Rhadamanthys... ¿Te he despertado? ─preguntó, cerrando los ojos y frotándose la frente con nervio al temerse lo peor─ ...Lo siento, no sabía que habías abierto el pub hasta tarde... ¿Y Kanon? ─preguntó con cautela, puesto que la voz del Wyvern no se escuchaba muy agradable─ Me llamas desde su móvil... Sí, claro, a la piscina...tiene costumbre de ir a nadar de madrugada... Ya, bueno, es un dejado, ya lo sabemos...pues nada...cuando regrese, si puedes hacer el favor de decirle que se leerá el veredicto hoy a las 12 del mediodía... Estupendo, gracias Rhadamanthys, y discúlpame por haberte despertado...No, sí, me sabe mal, no era mi intención... ¿Ah, sí? ¿vendrás? ─dijo, abriendo los ojos con sorpresa─ Perfecto, te lo agradezco. Hasta luego entonces, nos vemos.

La llamada se cortó con rapidez y Saga se arrimó más a la cristalera, echando la vista al cielo negro y codificado por la lluvia. El vaho de su respiración se condensó sobre la superficie y de repente le asaltaron unas irrefrenables ganas de estirar los brazos por encima de su cabeza, arquear la espalda y bostezar todo el sueño que no había disfrutado por la noche.

Domicilio de Dohko, sobre las 10 de la mañana

Dohko subió la puerta del garaje y asomó la cabeza al exterior, resignado. O dejaba la bicicleta e iba metro o se enfundaba el traje impermeable y acarreaba con las consecuencias de pedalear bajo la lluvia. También tenía la opción de llamar a un taxi y ahorrarse todo el trajín que supone desplazarse sin coche en un día de lluvia, pero el carismático juez no era muy amigo de tener que regatear y regatear para conseguir una carrera de, como mínimo, veinte desorbitados euros.

─Parece que pronto aclarará...─dijo para sí mismo, poniendo mueca de murciélago mientras parecía ensimismado mirando al cielo─. ¿Quién dijo miedo? Si son cuatro gotas de nada... Decidido: en bici.

Dohko pasó por el costado del coche que jamás utilizaba y el cual estaba tapado con una fea lona de color verde militar. Tenía su atuendo antilluvia colgado en un perchero del fondo y cuando regresó dando la vuelta por el otro lado del coche, cubierto con un amplio chubasquero gris oscuro, los pantalones de plástico a juego y las botas de agua de color morado, tropezó con un gran martillo olvidado en mal lugar.

─¡Arrrg! ¡se lo tengo dicho! ¡una y mil veces! ─refunfuñó, gesticulando airado─ ¡Es que se lo tengo dicho, maldita sea! ¡Que ordene sus chirimbolos! ¡¿Qué le cuesta?! Pero no...como siempre, a lo suyo..."aquí lo tomo, aquí lo dejo"...

Dohko se agachó para recoger la herramienta y por el rabillo del ojo reparó en algo que no había registrado antes entre todo el desorden del garaje. Giró la cabeza y se quedó con el pompis expuesto, la espalda echada hacia adelante, una mano apoyada en su rodilla y la otra tentando una gruesa tela negra que cubría un bulto de dimensiones preocupantes. Un bulto de forma peculiar y que estaba muy bien escondido debajo de la supuesta mesa destinada a "trabajos artesanales".

─¿Qué narices es esto? ─se preguntó, retirando la tela con cierto temor─. Nooo. Me niego. Es que me niego. No quedamos así. No. No y no ─ Dohko se irguió sintiendo cómo iban crujiendo todas las bisagras de su cuerpo. Hizo una bola con el trapo negro y la tiró de mala gana contra la mesa repleta de polvo, lijas, esquirlas de acero, lápices, alguna que otra regla y escuadra y papeles con garabatos que no entendía ni dios─. Porque ahora no puedo, pero cuando llegue esta tarde...cuando llegue me va a escuchar ─amenazó mirando hacia la puerta interior de acceso al garaje, con los brazos en jarra y los morros acusando un gran enfado.

En contra de su optimista pronóstico la lluvia comenzaba a arreciar de nuevo, pero mojarse un poco no suponía nada ante el cabreo que iba ganando terreno dentro del embalaje plástico que protegía al juez Dohko.

Afueras de Atenas, casa de Balrog

Lewis había amanecido descansado. Esa había sido la primera noche que había podido dormir del tirón desde ni recordaba cuándo. La imagen que le devolvía el espejo del baño era la de un hombre de cuarenta y dos años, con la frente despejada de nubes y la mirada limpia de rencor. El cabello gris le rozaba los hombros, todavía húmedo y oscurecido después de la ducha matutina, y el afeitado que estaba llevando a cabo no arrastraba esa necesidad de pulcritud y esmero con la que se había obsesionado durante las últimas semanas. Ya no importaba quién le viera y quién no, quién analizara su aspecto y sus motivos y quien lo juzgara por pisar un juzgado en defensa de un monstruo mediático de talento consagrado. La cáscara de Lune se iba diluyendo igual que la espuma del gel de afeitar y Lewis limpió la cuchilla bajo el grifo, se secó la cara con suaves toquecitos de toalla y se masajeó la piel con un after shave de aroma muy agradable. Sobre la tapa del wc se había preparado la ropa que luciría a partir de esa misma mañana, y ya sólo le quedaba enfundarse la camisa blanca de manga corta y cuello de pico, anudarse el cabello, calzarse las zapatillas cómodas y esperar la llegada de la ambulancia que transportaba a Angela.

La habitación ya estaba lista. Todos los enseres para garantizar su buen cuidado, en orden. La abundante medicación que debía administrarse, preparada con las dosis indicadas. La paciencia y la entrega para procurarle un último trayecto de vida tranquilo y rodeado de amor, más que asegurada. Angela había expresado su deseo de fenecer en casa y, a pesar que Ingrid había asimilado el dolor de no poder ofrecérselo, Lewis había insistido en hacerse cargo de todo hasta la hora de la partida definitiva. No había ofrecido a su esposa ningún margen de discusión y él mismo había dedicado toda la tarde anterior en gestionar el traslado y disponer todo el instrumental necesario para hacer el camino lo más llano posible.

¡Papá, ya llegan!, exclamó Emma desde la puerta.

Lewis se echó una última ojeada en la rejuvenecida imagen que le ofrecía el espejo y se dirigió a la puerta de casa, la cual sus hijos habían dejado abierta para acudir a recibir la ambulancia. La camilla que transportaba a Angela estaba bien tapada para evitar que la lluvia la empapara; los sanitarios que la acompañaron hasta la entrada se esmeraron en hacerlo lo más rápido posible y cuando traspasaron el umbral de la puerta, las últimas reminiscencias que podían quedar de Lune de Balrog desaparecieron por completo. Lewis se apresuró a colaborar con sus colegas; sostuvo el gotero mientras retiraban las mantas térmicas e impermeables, tomó con afecto una de sus manos inmóviles, acarició con ternura su faz pálida.

─Su habitación es la primera del pasillo, ahora vengo ─señaló.

Los enfermeros siguieron su indicación y él se giró hacia su esposa, a quien no había visto desde la noche anterior. Ingrid se bajó la capucha del abrigo y se despojó de él; el corto trayecto de la ambulancia a casa lo había empapado completamente. Algunos de sus cabellos también estaban mojados y el frío de esa lluviosa mañana de febrero se había asentado en sus mejillas coloradas.

─Gracias, Lewis...

Ella se le abrazó, y él no pudo hacer otra cosa que corresponderle el abrazo y estrecharlo con fuerza.

─Te prometo que haré todo lo que pueda para que no sufra ─susurró, besándole la cabeza con ternura.

─Lo sé...

Cuando los enfermeros salieron de la habitación Ingrid tuvo que acabar de firmar todo el papeleo que legalizaba el traslado y cuidado de Angela a su domicilio, el cual iba a ser supervisado las veinticuatro horas del día por personal sanitario cualificado. Lewis firmó los apartados que le correspondían y, una vez zanjada su parte, fue hacia la habitación y se acercó a Angela. El último ictus le había arrebatado la capacidad de hablar y a Lewis se le hizo un nudo en la garganta cuando vio que su suegra abría los ojos, le reconocían y se licuaban al transmitir una sentida y sincera sonrisa.

─Angela...voy a estar todo el tiempo contigo, ¿vale? ─dijo, tomándole una mano para guardarla entre las suyas y besarla.

Angela cerró los ojos y las lágrimas surcaron los pliegues de su piel gastada y pálida. Lewis se las secó con los dedos y tomó asiento en un taburete que había dispuesto al lado de la cama mecanizada.

─¿Sabes que me acuerdo mucho del día en que te conocí? ─a la anciana se le abrieron los ojos un poco más, como si demandara más explicación─. Nevaba. Esa madrugada nevaba mucho ─comenzó a relatar Lewis, como quien cuenta un cuento─, y... Ingrid y yo estábamos en el portal, pues...ya sabes, "enrollándonos" para decirlo finamente...─los ojos de Angela se movieron y volvieron a sonreír─ y tú nos pillaste. Sí. En plena faena ─dijo él, enarcando las cejas y suspirando ante la evidencia─. Y en vez de escandalizarte, regañar a Ingrid o echarme a mí calle abajo de una patada en el culo, nos dijiste, textualmente ─recalcó con el índice alzado al tiempo que erguía la espalda y cambiaba la voz ─ "La nieve arrecia, chicos...¿os pensáis quedar en la calle o preferís seguir con lo vuestro arriba? Yo hasta las dos del mediodía no termino el turno". A Angela se le iluminaron los ojos; Lewis sintió escozor en los suyos─ Pues...¿sabes qué? Te hicimos caso ─dijo, guiándole un ojo a punto de desborde ─, y no sólo te hicimos caso esa madrugada, no... Luego...─al reparar en la presencia de Ingrid en la puerta, se acercó un poco más a Angela y fingió hacer su confesión algo más discreta─ luego Ingrid me traía la agenda de todos los fines de semana que trabajabas en turno de mañana y esperábamos a que doblaras la esquina para subir y...bueno... tu cama era más cómoda que la Ingrid.

─¡Lewis! ─exclamó su esposa desde el umbral, actuando enfado cuando en realidad sonreía y lloraba a partes iguales.

─No me vengas ahora con remilgos, Ingrid... tu cama chirriaba y algunos muelles del colchón se clavaban en la espalda ─se lanzó él, sabiendo que ese juego inocente hacía sonreír el corazón de Angela.

Una triste sonrisa cruzó por el rostro de Lewis cuando miró a su esposa, y le tendió la mano para pedirle que se acercara, tomándola de la cintura una vez la tuvo al lado para sentarla sobre su muslo. Ingrid le rodeó el cuello con un brazo y extendió el otro para coger la mano de su madre y acariciarla repetidamente con el pulgar.

─Con Ingrid hemos pasado baches, no te lo niego ─siguió contándole a Angela─. Además, estoy convencido que siempre has sabido cuándo las cosas nos han ido un poco torcidas, pero...─Lewis se miró a Ingrid y le besó la mejilla─ yo la quiero mucho a tu hija...

Ingrid le besó la frente y apoyó su húmeda mejilla sobre la sien mientras con una mano seguía sosteniendo la piel inmóvil de su madre y con la otra acariciaba el pecho que asomaba por el cuello de la camisa sanitaria.

Juzgados, alrededor de las 11 de la mañana

Kanon aspiró el cigarrillo con tanto ahínco que casi consumió un tercio de canuto de una tacada. Al soltar el humo se quedó revoloteando a su alrededor y la pesada cortina de lluvia que seguía cayendo intensificó el desagradable olor de la nicotina. Saga hizo una mueca de desagrado y echó un paso atrás. Ambos estaban apostados a una esquina de la fachada de los juzgados, protegidos bajo el pórtico y detrás del cordón policial, aguardando el momento al aire libre en vez de hacerlo en el resguardo del interior, el cual estaba sobrepoblado de periodistas y fotógrafos que aún no tenían permiso para acceder a la sala procesal.

Saga había evitado el asalto de los reporteros todo lo que había podido; no le apetecía ir vaticinando el resultado de un juicio que no sentía ganado del todo. A Kanon pocos se atrevían a molestarle y, curiosamente, la lluvia conseguía que todo el mundo de la prensa se preocupara más por el bienestar de sus equipos técnicos que de rascar declaraciones inútiles de aquí y de allá.

Kanon volvió al cigarrillo con la misma voracidad y cuando soltó la nueva bocanada de humo Saga no se pudo aguantar más.

─Estás fumando como un desesperado.

─Estoy nervioso.

─¡Y yo! ¿Pero hace falta fumar como si te fuera la vida en ello?

─¡¿Y qué te molesta que fume, o cómo fume?!

─Deberías dejarlo.

Kanon chasqueó la lengua e hizo una mueca de hastío con los labios.

─Que sí, Saga, que sí... Y tú deberías dejar de ser tan cansino.

Una nueva calada copó los pulmones de Kanon, que no dudó ni un segundo en exhalarla lenta y concentradamente sobre el rostro de su gemelo.

─¡Kanon, joder! ─espetó Saga ayudado de un indiscreto empujón.

─Nos hemos despertado de mala leche hoy, ¿eh? ─Kanon no sólo no se tomó a mal la reacción de Saga, sino que aprovechó el momento para incordiarle un poco más─ ¿Shaka no te consintió?

Saga negó con la cabeza, resoplando y mirando al frente mientras cambiaba el peso de pie.

─Apenas he dormido. Eso es lo que pasa.

─A ver Saga, tampoco hay que ser angurriento con los polvos... Total, no hace falta hacerlos tántricos y que duren toda la noche...

─¡Que no, Kanon! ¡No se trata de eso! ¡No he dormido y punto! ¡El sexo no tiene nada que ver! ─exclamó, girándose hacia Kanon ─Además, a Shaka no le va lo tántrico, imaginas demasiado.

─Ya, ya... todo es probar, hermanito... ─Kanon aspiró una última vez, pinzando el pitillo con dos dedos y quemándose los labios por apurar demasiado─. Oye...¿esa cosa que parece un duende envuelto en plástico no es el juez Dohko? ─preguntó, achicando un ojo por la molestia del humo sobre su rostro.

Saga agudizó la vista e inspiró hondo, arqueando las cejas.

─Pues puede ser. Siempre viene en bicicleta.

A Dohko nadie le molestó. No hubo ni un solo ojo avizor que relacionara ese individuo bajito, plastificado y con el casco de ciclista amarillo fosforito con el juez del caso judicial más mediático de la década. Después de asegurar bien la rueda delantera en el aparcamiento de bicicletas y de sacar el sillín para evitar el robo, Dohko subió la escalinata principal con toda la libertad del mundo, pero con un ritmo en sus botas de agua moradas que no denotaba precisamente calma. Fue ascendiendo escalón tras escalón con casi con furia y, cuando cruzó el cordón policial con cómicas zancadas, reparó en la presencia de la fiscalía esquinada bajo la zona porticada.

No lo dudó. Su enfado necesitaba escapar por algún lado y el fiscal iba a ser el elegido. Dohko se acercó a Saga y Kanon, se detuvo a un metro de ambos sin importarle que el aguacero lo siguiera empapando y se miró a Saga como si el fiscal pudiera solucionarle algo.

─¡Un yunque, Saga! ¡Un jodido yunque tengo escondido en casa! ─ exclamó, abriéndose de brazos ─. Lo próximo será convertirme la barbacoa en forja, sino ya lo verás... ¡Ya lo verás, en serio! ¡No me mires así! ¡Sé lo que digo!

Dohko pasó por al lado de los gemelos caminando como un pato que deja huellas y Saga lo siguió con la mirada, todavía estupefacto por la que le acababa de caer sin saber de dónde ni por qué.

Kanon simplemente se rompió en carcajadas. Entre risa y risa sacó otro cigarrillo, lo puso entre sus labios y cuando activó el mechero volvió a echarse a reír con ganas, teniendo que abortar el prendido.

─Cuidadito en cómo le vayas a mirar cuando decrete la sentencia, ¿eh? ─balbuceó con el cigarrillo colgando entre sus labios─. Seguro que sabrá lo que se dice...

Saga volvió a mirar el camino de agua dejado por Dohko, aún sin palabras, y Kanon retiró el pitillo de boca y se sujetó el estómago por ese ataque de risa que no parecía tener fin.