Sala procesal, 12 del mediodía
En la sala no cabía ni un alfiler. Varios de los asistentes a la resolución del juicio se habían tenido que quedar de pie alrededor de los asientos; la prensa parecía haberse multiplicado en la misma medida que los curiosos y los estudiantes de Derecho que acudían de ojeadores. Shura y Phansy habían tenido la precaución de llegar con tiempo y habían podido elegir desde dónde presenciar el desenlace, pero no habían conocido la misma suerte Defteros y Úrsula. Ni Shaka, quien se había escapado del IMF dejando a Mu al mando de todo su trabajo. El forense había optado por quedarse de pie cerca de la puerta de acceso, lugar que también ocupó Rhadamanthys cuando llegó con la chupa de cuero empapada y los cabellos más revueltos que nunca. DM y el inspector Camus habían elegido la otra esquina, donde también tenían que ejercitar la paciencia y aguante de sus piernas, pero quien no se vislumbraba por ningún lado, ni sentado ni de pie, era Thane.
Hyppolitos apareció causando un gran murmullo entre los asistentes. Las cámaras fotográficas se pelearon para conseguir el mejor ángulo y los cronistas corrieron a ocupar sus sillas para dar rienda suelta a su trabajo de redacción y publicación al minuto.
Después de Hypnos, los alguaciles dieron paso a los nueve miembros del jurado popular; algunos entraron con la cabeza gacha, otros con una energía renovada por el simple hecho de saber que su calvario también acababa.
Dohko entró con paso rápido y una carpeta bajo el brazo. En esta ocasión no le seguía de cerca ninguna tila y la expresión que mostraba era ceñuda. El cabello lo lucía un poco húmedo y completamente despeinado, detalles que parecían no importarle en absoluto. Se sentó sin decir nada, abrió la carpeta y extrajo el acta que previamente le había sido entregada por la chica designada presidenta del jurado popular.
Saga había enmudecido desde que sus pies habían pisado la sala. Kanon no había parado de revolotear arriba y abajo; incluso había ido a curiosear entre los fotógrafos y camarógrafos para acelerar los pasos de un tiempo que no quería avanzar. Ahora se hallaba sentado al lado de Saga y rebuscaba en sus bolsillos el paquete de chicles que debía salvarlo de las ganas de fumar que llevaban acosándolo desde la madrugada.
─¿Quieres? ─el fiscal negó con la cabeza─. ¿Qué miras? ¿La zona de la defensa?
─¿Te puedes creer que me duele verla vacía?
Kanon también la miró: las dos sillas estaban bien arrimadas a la mesa, los vasos de agua boca abajo sobre una servilleta, la superficie libre de papeles, dosieres y bolígrafos.
─Se hace raro, sí.
Saga deslizó la mirada hacia Hypnos, quien había sido conducido directamente al estrado para escuchar la lectura del veredicto y la sentencia.
El artista todavía no había levantado la mirada, como si estuviera sumido en una especie de introspección capaz de repeler todas las palabras que se iban a disparar contra él. Por otro lado, su aspecto se presentaba pulcro y esmerado; el traje que vestía no era el mismo del día anterior, así como la camisa y la corbata. Todo había sido elegido cuidadosamente para no repetir ningún color y mostrar al mundo que, aún sin defensa de su parte, Hyppolitos Sifakis seguía poseyendo medios para cuidar su imagen y el orgullo con el que debía presentarse en público.
─Nos encontramos aquí reunidos porque el jurado popular seleccionado para decretar el veredicto del juicio del señor Hyppolitos Sifakis ha llegado a un acuerdo ─dijo Dohko sin previo aviso, sujetando el acta entre sus manos.
─Joder Saga, sin anestesia ni nada ─Kanon se sentó con algo más de decencia apoyó los codos en la mesa.
─Hoy Dohko no quiere andarse con rodeos ─supuso Saga, entreteniendo su diestra con un bolígrafo.
─El acta está correcta ─anunció el juez, mirándose al jurado─. Señor Sifakis, puede ponerse en pie para escuchar el veredicto al que el jurado popular ha llegado por mayoría después de horas de deliberación.
Los murmullos se esparcieron por toda la sala; las cámaras fotográficas volvieron a echar humo e Hyppolitos se levantó de la silla exhibiendo la soberbia que, ahora sí, le alzó el mentón y rasgó la mirada.
La muchacha más joven de los nueve, la que destilaba cierta actitud pasota y despreocupada, había sido la elegida para ser la portavoz del jurado. Se levantó de su lugar sin titubear ni un segundo, y se aclaró la voz al tiempo que se miró al juez y esperó alguna señal más antes de proceder.
─Adelante, cuando quiera. El tribunal escucha la lectura de su veredicto.
─Vale, pues...─un nuevo carraspeo y la escalada súbita de los nervios por la garganta ─ El jurado popular aquí reunido ─una ojeada de soslayo recayó sobre la punzante observación que le profesaba Hypnos, detalle que le devolvió la mirada sobre el papel de inmediato ─El jurado popular aquí reunido ─repitió, dándose cuenta cuánto temblaba el papel entre sus manos─ después de valorar las pruebas, ponerlas en común, discutir y llegar a un acuerdo, sobre el delito de amenazas y coacción, considera al señor Hyppolitos Sifakis...: culpable.
El runrún de la sala incrementado con la primera resolución; Hyppolitos impasible y el juez Dohko con el mentón apoyado en la palma de su mano y la otra sosteniendo el mazo, listo para llamar la atención del público al mínimo escándalo.
La jovencita tragó saliva, decidió no mirar más hacia la figura del artista y trató de vocalizar con claridad y lentitud, a pesar del temblor que también sentía en su garganta.
─Del delito de abuso sexual e intento de violación de la señorita Melnik, el jurado considera al señor Hyppolitos Sifakis...: culpable.
Un suspiro entrecortado atravesó el pecho de Phansy. Los ojos se le aguaron por la flojera que conquistó todo su cuerpo en cuestión de segundos y Shura entrelazó su mano con la de ella con más firmeza. Algunos periodistas alzaron la voz más de lo estrictamente necesario, y algunos incluso se giraron para ubicar a la hija del acusado entre el público y hacer crónica de su natural reacción.
─¡Orden! ─exclamó Dohko, entre golpe y golpe de mazo.
─Vamos bien, Saga, vamos bien ─susurró Kanon con la adrenalina a tope.
─Queda lo peor...
─¡Joder, hermano! No seas tan negativo ─masticó Kanon, inconforme.
─¡Portavoz del jurado, prosiga! ─ordenó Dohko.
La chica soltó un largo soplido. Parpadeó un par de veces y sacudió las manos para intentar sostener el papel con más solidez.
─Del delito de violación y homicidio en primer grado de la señorita Pandora Heinstein de nacimiento, Sifakis de adopción... el jurado considera al señor Hyppolitos Sifakis...─ la muchacha se detuvo; pronunciar las siguientes palabras suponía una responsabilidad que en ningún momento había deseado tener sobre sus espaldas. Sentía la mirada de Hypnos acuchillándola sin discreción alguna e intentó obviarla con todas sus fuerzas al tiempo que tomaba aire y aspiraba valor ─ No culpable.
La chica se dejó caer en su asiento con evidentes signos de cansancio y algún que otro deje de disconformidad con el texto que acababa de leer. La sala se convirtió en un hervidero de movimientos, flashes y voces. Hyppolitos sencillamente cerró los ojos y respiró con un alivio que le destensó todos los músculos de su cuerpo altivo. En el banco de la fiscalía Kanon no daba crédito a la última resolución del jurado y Saga aplastó el bolígrafo sobre la mesa.
─¡Mierda! Lo sabía ─masticó con impotencia.
─¿Están tarados o qué? ¡¿No culpable?! ─se exasperó Kanon ─¡¿En serio?!
─No lo están declarando inocente ─aclaró Saga, enfadado─; consideran que todas las pruebas indican que puede haber sido él, pero no hay ninguna que sea lo suficientemente clara para poder considerarlo autor material de los hechos.
─¡Joder, Saga! ¡ya sé qué significa "no culpable"! ¡pero no estoy de acuerdo! ¡No es justo, joder! No es justo...
Visto el gran revuelo que se estaba armando en la sala, Dohko dio tres golpes de mazo para lograr un poco de silencio y reunir toda la atención sobre él.
─¡Este tribunal valida y acepta el veredicto resuelto por el jurado popular! ─exclamó. ─ ¡Se condena al señor Hyppolitos Sifakis a 5 años de prisión por los delitos de amenazas, coacción, abuso sexual e intento de violación de la señorita Phantasos Melnik! ¡Así mismo, se lo exime de los cargos de violación y homicidio en primer grado de la señorita Pandora Sifakis por falta de pruebas fehacientes! ─leyó, ante la sorpresa de casi toda la concurrencia─. ¡Dicha pena puede conmutarse con el pago de una fianza equivalente a 500.000 euros, vigente a partir de hoy mismo! ¡Se procederá a la retirada del pasaporte del señor Hyppolitos Sifakis por riesgo de fuga del país y se establece la obligación de comparecer ante este tribunal cada vez que así sea requerido! ¡La fiscalía dispone de 40 días naturales para recurrir la sentencia! ¡Hoy, 2 de febrero de 2016, declaro el juicio de la Fiscalía General de Atenas contra el señor Hyppolitos Sifakis sentenciado y archivado!
─¡Juez Dohko! ¡Espere!
Saga no se había podido resistir. Aprovechando la confusión que sacudía la sala había conseguido perseguir la escapada de Dohko hasta llegar a su despacho. Al magistrado le estaba faltando tiempo para deshacerse de la toga y Saga no esperó siquiera a ser recibido.
─¿Cómo lo deja en libertad?
─No te gusta la sentencia, pues recúrrela. Te acabo de dar 40 días ─Dohko colgó la toga en el perchero y se giró hacia Saga, quien le observaba desde la puerta, entre cabreado y decepcionado ─. Pero si lo haces, volverás a perder el tiempo.
─ ¡Ese hombre es culpable! ─Saga avanzó unos pasos y se detuvo cuando Dohko rodeó su escritorio y se dejó caer en la silla.
─¡Ya lo sé, Saga! ─exclamó─. Pero ¿qué puedo hacer? Debo remitirme a las pruebas y a la decisión de un jurado popular de nueve personas en el que, por mayoría, han decidido declararlo "no culpable". ¡Por mucho que nos moleste no hay fisuras en el veredicto! ─la espalda se apoyó de golpe contra el respaldo, balanceando la silla, y las manos se agarraron en el extremo de los reposabrazos─. Y la sentencia es ajustada al veredicto. De la señorita Melnik sólo hay una denuncia reciente. Si hubiese habido más, de años anteriores, de incluso cuando era menor de edad, hubiese podido aplicar el agravante, pero no es así, Saga... Y, maldita sea, tú lo sabes todo esto.
Saga soltó un suspiro que apenas logró suavizar un poco el subidón de impotencia que había sufrido al escuchar la condena.
─Pagará la fianza. Posee caudal suficiente para hacerlo. Esta noche mismo dormirá en su casa sin siquiera estar sometido a un grillete electrónico de control. Está dejando libre a un hombre muy peligroso.
─Saga... cierra la puerta, por favor─. El fiscal arrugó el ceño con incomprensión, pero hizo caso al juez─. Este hombre en la cárcel no duraría con vida ni una semana más ─dijo, señalando la silla libre con la mirada.
─Tal vez sea lo que se merece ─decretó Saga, aceptando la invitación de sentarse.
─O tal vez no. Sabes de sobra que la ley interna de las cárceles es cruel con los condenados por delitos de abuso sexual, sobre todo si hay menores de por medio. Ya estuvieron a punto de matarlo...
─¿Me está diciendo que ha decretado esta sentencia tan suave para protegerlo de hipotéticas violaciones y palizas?
─No, Saga. He decretado esta sentencia porque puedo hacerlo. Y debo hacerlo dadas las circunstancias del proceso. ¿Pero acaso te crees que no pagará suficiente estando en libertad? ─dijo Dohko, echándose hacia adelante hasta poder apoyar los codos y antebrazos sobre el escritorio, cruzando las manos. Saga le observaba con los ojos achicados, reticente aún a querer asumir sus razonamientos─. Actualmente es el rector de la Facultad de Bellas Artes; dime, ¿cuánto tiempo crees que pasará antes que lo destituyan del cargo? ¿de veras piensas que, después de este juicio que se ha visto en toda Grecia y parte del mundo, habrá galerías que quieran exponer sus obras? Es una persona pública, Saga, y su currículum ha quedado manchado. Muy manchado. La vida misma lo castigará lo suficiente, amigo fiscal.
─¿Y si vuelve a violar? Entonces, ¿qué?
─Sus presuntas víctimas siempre han sido personas cercanas a él. El señor Hyppolitos Sifakis es un depredador que se toma su tiempo para estudiar a las presas, acercarse a ellas y ganarse su confianza para saber cuándo atacarlas─ reflexionó Dohko─. Ahora está solo. Y la población sabe de qué pie cojea.
─De acuerdo ─admitió Saga─. Pero ¿y si dadas las nuevas circunstancias visita un burdel y abusa de las chicas? ¿o acecha a quien sea por la calle y la asalta sin aviso?
─Entonces, si se dan estos casos, esperemos y roguemos que haya denuncia. Y que las pruebas que se recolecten sean lo suficientemente buenas para proceder con más eficacia y rapidez.
Saga se quedó unos segundos mirándolo, con una mano sujetándose el mentón y los dedos de la otra golpeteándose el muslo.
─No es justo.
Dohko inspiró, enarcó las cejas y se empujó con ambas manos hacia atrás, haciendo correr la silla un par de palmos antes de poner los pies al suelo y levantarse.
─¿Y qué es lo justo? Lo que es justo para ti no lo es para el señor Sifakis, y lo que es justo para él no lo es para ti. Desgraciadamente la justicia es así: compleja. Para que la balanza se equilibre siempre hay que presionar y aceptar a partes iguales. De no hacer estos ejercicios que también implican una buena dosis de aceptación y renuncia, una de las partes siempre estaría satisfecha al cien por cien y la otra sumergida en las tinieblas más absolutas y, si algo no funciona bien en el mundo, querido Saga, son los extremos. Ahora, si me disculpas... ─Dohko anduvo otra vez hacia el perchero y agarró el chubasquero ─me voy a casa. Necesito solventar unos asuntos domésticos antes que estos se salgan de madre.
─¿El yunque? ─tanteó Saga, poniéndose también en pie.
El juez sacudió el chubasquero sin importarle mojar el suelo y se lo enfundó de una arrebolada.
─¿Sabes lo que me jode más de todo esto? ─dijo, aproximándose a Saga con el ceño arrugado y los pantalones de plástico colgando de una mano─ Que hace meses y meses que me insiste en vender el coche: "que no lo usamos", "que para qué lo queremos", "que sólo ocupa lugar", "que aprovecharemos más el espacio"... Pero lo que quiere ─señaló con el dedo índice muy cerca de su nariz─ lo que en realidad quiere, aunque no me lo diga, es convertir mi garaje en una forja. Desde que se ha prejubilado que se ha aficionado a un maldito programa estadounidense que se llama... ¿cómo se llama?... ─pensó, rascándose el mentón y mirando al techo en busca de las palabras entre las bombillas de la araña─ "Forged in fire", eso es. Ahí hacen cuchillos, ¿sabes?. Van armeros a hacer cuchillos, o espadones, o dagas, yo que sé, lo que les mandan los jueces. ¡Y se cree que puede hacer lo mismo! ─exclamó, abriéndose de brazos mientras se dejaba caer en el viejo sofá para poder ponerse los pantalones impermeables─. ¡Lo último que me falta es tener una fragua en el garaje! ¡¿qué se creía?! ¡¿que no encontraría el yunque?! ¡No se necesita un maldito yunque para hacer "pequeños trabajos artesanales"!
Saga se lo miraba divertido; ser observador directo de la peculiar metamorfosis del juez no tenía precio. Incluso había conseguido olvidarse de la sentencia por un momento.
─Está bien que la gente tenga aficiones más allá del trabajo...─ trató de razonar Saga─. También es importante aceptar según qué circunstancias y ceder en otras, para mantener el equilibrio de la balanza...
─¿Te estás burlando de mí? ─inquirió el juez, a punto de perder la compostura al calzarse las botas de agua.
─En absoluto, juez Dohko. Sólo intento dar contexto y solidez a sus propios consejos.
Dohko se miró al fiscal con la duda de si su última frase guardaba cierta guasa o no y decidió no continuar regalando reflexiones sobre su vida en casa. Lo último que le quedaba para ponerse encima era el caso fosforito, el cual decidió llevarlo en la mano, junto al sillín de la bicicleta.
─Recuerda, cuarenta días para que puedas recurrir la sentencia, pero no te lo aconsejo Saga ─dijo al pasar por su lado, dándose la libertad de sujetar el brazo del fiscal en modo paternal─ Olvídate de este caso. Descansa todo lo que deberías haber hecho después de tu infarto y relájate un poco. Disfruta de la vida, que eres muy joven. Y no tengas prisa por querer ser como tu padre. Él ya fue. Tú eres ahora. No tienes nada que envidiarle.
─Gracias, juez Dohko
El juez hizo un ademán con la mano para esparcir la súbita solemnidad que envolvía esas últimas palabras y anduvo hacia la puerta dando patosas zancadas.
─Cierra al salir, Fiscal. Que tengas buena semana.
Saga se despidió cortésmente y echó una curiosa ojeada por los rincones del despacho, el cual se le antojaba más una salita de estar de un piso viejo que una oficina de un recinto institucional.
─Después de todo, quizás sí me merezca un descanso... O dos.
