Barrio de Plaka

Mu miró la hora por enésima vez. Shaka se estaba retrasando y eso era algo totalmente inusual en el forense, quien consideraba la puntualidad un acto sagrado. Levantó la mirada para echar un vistazo a la calle y cuando decidió enviarle un whatsapp recordándole la hora, el indio entró por la puerta luciendo la faz colorada y el nervio de quien sabe que llega tarde.

─Lo siento, Mu ─dijo cuando alcanzó la mesa, deshaciéndose de la bandolera y la chaqueta─. Se han complicado algunas cosas en casa.

─¿Saga está bien? ─se interesó Mu, pensando que tal vez la bajada brusca del estrés hubiese ocasionado alguna afección de salud.

─¿Eh? Ah, sí, sí... perfectamente. Sólo es que... nada ─Shaka hizo un gesto al aire como si quisiera espantar las fragmentadas ideas que salían por su boca y apartó la silla para sentarse─ que me he liado haciendo otras cosas y que pensaba que habíamos quedado una hora más tarde. Luego me he acordado que insististe en encontrarnos antes.

«Nunca sabrás mentir, Shaka...», pensó Mu, pero no dijo nada.

─¿Has pedido ya? ─preguntó Shaka, tomando un par de aceitunas que devoró en un santiamén.

─No, ¿cómo voy a pedir? Te estaba esperando ─habló Mu, con un tono que denotaba cierta molestia ─. Las aceitunas las han traído para picar y hacer más llevadera la espera.

─Vale, Mu, lo siento... ─repitió Shaka, encogiéndose de hombros mientras tenía la carta abierta entre las manos─. Tampoco es para tanto media hora tarde.

─Ya. Lo dice el que no le dejaba pasar ni dos minutos a Valentine...

Mu fingía leer la oferta, pero la realidad era que su mente y corazón no conseguían centrarse en ella y, peor aún, habían decidido desquitarse con Shaka por razones que ni él mismo conseguía comprender.

─Valentine debía respetar su horario de trabajo. No es lo mismo ─respondió Shaka con sequedad, olvidándose del menú que dejó cerrado sobre la mesa.

─Claro. No es lo mismo... A los amigos sí se los puede dejar plantados sin avisar.

─¡No te he dejado plantado! ¡Sólo he llegado media hora tarde! ─masculló Shaka, sintiéndose cabreado por momentos─. ¿Qué te pasa ahora conmigo? Parece que sólo quieras verme para echarme en cara mis errores. Si tenemos que cenar así, yo regreso a casa.

Shaka apoyó la espalda en el respaldo de la silla y observó cómo su amigo le rehuía la mirada y, además, parecía tener la suya nublada.

─Perdóname, tienes razón ─dijo Mu al fin, esbozando una sonrisa que sus ojos vestían de tristeza─ La idea era pasar un buen rato, ¿no?

Su atención regresó a la carta y Shaka también retomó el menú. Cuando el camarero acudió a su mesa Mu fue el primero en pedir y Shaka se limitó a señalar que le iba bien lo mismo que elegía su compañero. La elección de vino tinto sí fue convenida por ambos y, al cabo de unos minutos de tenso silencio y ceño enfurruñado por parte de Shaka, la conversación comenzó a fluir por los senderos de los recuerdos tejidos entre los dos. Recalaron en el primer día en que se hablaron en la universidad; el primero en acercarse y mostrar interés había sido Mu, y pronto sus raíces compartidas se encargaron de solidificar una unión estudiantil que inevitablemente acabó derivando en amistad. Recordaron también las noches de estudio en la biblioteca de la Facultad de Medicina, los trabajos en común, las salidas nocturnas, las prácticas en el IMF, el viejo doctor Kopis... La colación de Saga en la conversación fue un detalle totalmente inconsciente por parte de Shaka, y Mu lo vadeó con rapidez al introducir la llegada del problemático Valentine y cómo su vulnerabilidad e inocencia habían acabado embarrándoles a todos en el juicio más mediático de la década.

Después de la cena, y con las rencillas iniciales olvidadas por completo, decidieron continuar la noche en el bar de copas de ambiente asiático que Shaka ya había pisado junto a Saga en alguna ocasión anterior. En el fondo del local había una zona "chill out" más íntima, que ofrecía la posibilidad de seguir conversando con el acompañamiento de música suave y luz más atenuada. Las mesas se hallaban a ras de suelo, por lo que las sillas eran inexistentes, sustituidas por mullidos y grandes cojines que se esparcían sobre un pavimento de gruesas alfombras.

Entre sus manos se iba extinguiendo un gin tónic de Bombay Sapphire y las mejillas de ambos mantenían el sonrosado color que les había nacido durante la cena. Allí, en esa especie de reservado, la rememoración de las anécdotas vividas por los dos fue espaciándose hasta dejarlos en un cómplice silencio que iban regando con el supuesto último combinado.

Mu había bajado la mirada y se estaba dedicando a hacer bolitas con el papel de la servilleta, con aire aparentemente distraído. Un aire que a Shaka le comenzó a chirriar de la misma forma en que lo había hecho el agrio recibimiento que le había despachado Mu un par de horas atrás.

─Mu... ¿estás bien? ─preguntó Shaka, dejando el vaso de tubo sobre la mesa al tiempo que adoptaba una posición más erguida.

─Sí, sí... estoy bien ─Mu le miró de soslayo un solo segundo antes de fijar la mirada sobre las pelotitas de papel que iba fabricando.

─A ti te pasa algo. Te pasa algo y no me quieres decir qué. Por eso estás tan raro ─dijo Shaka, adoptando una actitud sobria y seria─. Es más, hace días que estás raro. No es cosa de hoy sólo porque yo haya llegado tarde.

Shaka calló, pero siguió observando a Mu con sincero interés mientras el corazón de este se aceleraba con fiereza y la necesidad de tragar saliva se tropezaba con el nudo que ataba su garganta. No surgían más palabras que aclararan esa extraña actitud y, cuando el rubio forense decidió desistir en su empeño de saber, la frágil voz de Mu sesgó el momento.

─Shaka... Me voy.

Mu no le devolvió la mirada. Sencillamente no pudo. No lo había pensado así pero ya no podía dar marcha atrás.

─¿Tan pronto? Pensé que querías alargar la noche hasta la madrugada, como en los viejos tiempos.

─No... no me entiendes ─susurró Mu, ahora sí, mirándole de frente─. Me voy a Katmandú.

─¿En tus vacaciones?

─No... ─respondió, luchando para mantenerse firme en su mirada cada vez más nublada─. Para trabajar allí.

Shaka palideció de repente, incrédulo ante lo que acababa de escuchar.

─¿A trabajar?

Mu inspiró hondo y cortó el contacto de sus miradas, focalizándose otra vez en esas estúpidas pelotitas de papel incapaces de calmarle el temblor de los dedos.

─En breve se inaugurará un hospital. El más importante y avanzado de la zona dentro de sus posibilidades... ─susurró─. Urgen médicos. Facultativos que sean capaces de conectar con la población, que comprendan su cultura...

─¿Pero por qué...? ─inquirió Shaka con total incomprensión.

Mu no respondió. No pudo hacerlo. Únicamente se encogió de hombros y cerró los ojos para evitar que las lágrimas le traicionaran, agarrando una nueva servilleta para destrozarla con sus nervios.

─Escucha, Mu... no te me vengas abajo. No te rindas... ─se apresuró a decir Shaka, centrándose en la confusa y pequeña figura que se había convertido su amigo ─. Sé que has sufrido mucho con el caso de Pandora, y con todo lo que hemos tenido que afrontar, pero tú eres un excelente médico forense, el mejor que he conocido... Tus conocimientos forenses hacen falta aquí... ─añadió, apoyando una mano sobre su hombro abatido.

─No, Shaka... no es por el caso de la muchacha. Reconozco que sufrí un tremendo bajón de autoestima profesional cuando tuvimos que realizar la segunda autopsia, pero ése no es el motivo... ─admitió Mu, buscando valor allí dónde lo hubiera perdido para afrontar otra vez la mirada de Shaka, más confusa y temerosa a cada segundo que pasaba.

─Pues si ése no es el motivo, entonces... ¿cuál es?

Shaka se había incorporado totalmente, y ahora observaba a Mu con una profundidad que hería sin ser consciente de ello. Un sentido y urgente suspiro acudió a equilibrar la contenida respiración de Mu, los ojos del cuál comenzaron a brillar de nuevo con un fulgor aguado.

─No puedo más, Shaka... Ya no soy capaz de seguir así...

─¿Así cómo? Mu, me estás asustando...

─¡Así, Shaka! ¡Así! ─exclamó Mu, mirándole dentro de ese azul que también comenzaba a licuarse sin quererlo─. Esperándote...

La espalda de Shaka cayó sobre los grandes cojines por inercia, o quizás empujado por la contundencia de unas palabras que esculpían la realidad que ambos habían tapiado a consciencia.

─¿Te vas... por mí? ─la voz de Shaka se deformó traicionera, evidenciando el dolor que nacía en su inocente alma. Mu asintió, tragando saliva pesadamente, apretando su mandíbula hasta doler─. Mu... pero... ¿por qué? Yo te necesito... yo... yo te quiero... Te quiero muchísimo... ─confesó Shaka, dejando hablar a su corazón por encima de cualquier estúpida directriz ordenada por la razón.

─Ya lo sé, Shaka. Y aquí está el problema. Aprecio que me quieras... pero yo necesito que me ames. Y esto nunca lo podrás hacer.

Las palabras de Mu se convirtieron en un golpe duro, bajo y doloroso. Un golpe demasiado sincero para ambos. Shaka se recostó vencido contra los exóticos almohadones que cobijaban la desnudez de sus confesiones. Una mano indecisa subió hacia su rostro y lo despejó de rubios mechones antes de quedarse sosteniendo la frente mientras sus ojos acuosos seguían fijos sobre las compungidas facciones de su colega.

─Yo... Hostias, Mu... ─dijo Shaka incorporándose de nuevo y aclarándose la voz con un carraspeo que no disfrazó en absoluto la tribulación del momento─. Yo nunca he pretendido hacerte sentir mal...

─Lo sé, Shaka... Y no es tu culpa, así que te pido que no sufras por ello ─replicó Mu, que parecía ir recobrando cierta entereza─. Nunca me has dado pie a nada. Jamás has jugado conmigo, ni antes ni después de ser conocedor de mi verdad, y te lo agradezco... Pero éste no lo ha aceptado nunca... ─continuó, golpeándose suavemente la zona del pecho donde reside el corazón.

─Mu... Tú... Tú eres un chico excepcional, puedes encontrar a alguien mejor que yo, a alguien que te merezca de verdad...

─Y lo he intentado, créeme... Lo he intentado, y ni te imaginas cómo, pero siempre sigues apareciendo tú tras cada rostro que me he atrevido a besar ─unas tímidas lágrimas se condensaron en la verde mirada del forense, quién no hizo nada para ocultarlas─. Deseo verte cada día de mi vida, pero ya no puedo seguir soportando el dolor que cumplir dicho deseo me ocasiona.

Shaka no supo qué decir. Ni mucho menos cómo actuar ante semejante revelación. Mu seguía mirándole de soslayo, aguardando a recibir alguna respuesta que no llegaba mientras él no le ofrecía mirada alguna y se limitaba a contraer su ceño y apretar los dientes para no dejar que la arrolladora tristeza que acababa de apisonarle se expusiera desnuda y sin filtros.

Shaka se había enfadado, y lo había hecho terriblemente.

No con Mu y su confesión.

No con la sinceridad que había nacido entre los dos.

No con la imposibilidad de no ser capaz de corresponderle... No.

Shaka se había enfadado con el egoísmo que le escalaba por el esófago y que estaba masticando con acritud. El egoísmo que no le permitía aceptar que aquél por quién realmente sentía una profunda estima se fuera de su lado. Mu era su colega, su compañero insustituible en el trabajo que siempre habían compartido. Su vía de escape cuando la necesidad de hablar en cercanía aparecía en su alma... Mu era un pilar imprescindible de su vida ajena a la rutina doméstica. Era su vínculo con los orígenes natales que ambos más o menos compartían...

Mu era su amigo, simple y llanamente.

El único que tenía.

─Di algo, Shaka, por favor... ─rogó Mu, incapaz de controlar los desenfrenados latidos de su corazón.

─¿Cuándo te vas? ─la voz de Shaka se presentó fría. Carente de emoción. Tan distante como lo era la aguada mirada que no se atrevía a buscar a Mu.

─De madrugada. En unas horas sale el vuelo que me llevará a Doha. Allí haré el cambio para luego aterrizar a Katmandú.

En ese momento los ojos de Shaka cobraron voluntad propia, clavándose fieros dentro de la acongojada mirada de Mu.

─¡¿Esta madrugada?! ─Mu asintió sin palabras, mordiéndose el labio inferior mientras asumía la cobardía que le había precipitado a no compartirlo antes─. ¡¿Y me lo dices ahora?!

El exótico forense suspiró entrecortadamente, forzándose a mantener la mirada que le lanzaba Shaka.

─Quería posponer este momento lo más que pudiera...

La tristeza estaba aplastando a Shaka más pesada que una losa, pero éste borró sus incipientes lágrimas con tosquedad. Con vergüenza y timidez...

Con ineludible pesar.

─Ahora comprendo la insistencia para cenar juntos, porque debía ser hoy y no otro día... ─la diluida mirada de Shaka rodó hacia el techo después de haberse deslizado por los recuerdos forjados durante esas últimas horas.

─Necesitaba despedirme de nuestra amistad antes de partir...

─¿Y qué pasa con tu puesto de trabajo?

─El director está en conocimiento de mi dimisión desde hace unos pocos días ─. Mu agachó el rostro y parte de su alma. El simple hecho de exponer estas formalidades le dolía por la frialdad que había decidido establecer Shaka a modo de estúpida e inútil protección.

─Pero todas tus cosas siguen allí. En nuestro despacho. Como siempre... Como cada día desde que convertimos ese espacio en nuestra segunda casa...

─Puedes quedarte con ellas. Allí donde voy no necesito nada de eso.

─Me lo tendrías que haber dicho antes, Mu... ¡Maldita sea! ¡Creí que éramos amigos! ─espetó─. Creí que éramos amigos... Tenía derecho a saberlo...

─No podía compartirlo antes.

─¡¿Por qué?! ─exclamó Shaka, sobresaltándole con ese inesperado ímpetu que ahora sí, ahora aparecía acompañado de una mirada que ninguno de los dos sabía descifrar si defendía al enfado, a la tristeza o a una intensa mezcla de ambos.

─¡Pues porque quería evitar precisamente esto!

El tenso silencio se cernió sin remedio sobre los dos. Sólo las lágrimas de sus ojos seguían hablando en nombre de sus acalladas voces.

─Debo irme, Shaka. El taxi no tardará en llegar a mi casa ─susurró Mu, comiéndose el labio inferior mientras Shaka respiraba agitado y sin mirarle.

─Olvídate del taxi.

─No puedo, debo irme. Ya lo tengo todo listo.

─¡No pienso permitir que te vayas en taxi! ¡No voy a dejar que te vayas solo! ─se exasperó Shaka, quién ya no sabía cómo manejar el torrente de nerviosismo e incomprensión que había tomado el control de su razón─. ¡Es que no quiero que te vayas Mu! ¡Soy un condenado egoísta que no quiere que te vayas!¡Dime qué puedo hacer para que cambies de idea!

─¡No puedes hacer nada! Nada...Y debo aceptarlo. Tú amas a Saga. Desde el primer momento que me hablaste de él lo supe. No puedo pedirte que le dejes por mí, de la misma manera que tú no puedes pedirme que me quede a tu lado. No así, Shaka. No así...

Las lágrimas de Mu volvieron a debilitarle la compostura y, evitando verse reflejado en ese azul otra vez, el exótico forense hizo el ademán de alzarse y desaparecer.

Huir de allí...

Huir de la tristeza que le infligía estar siendo protagonista de una de las peores escenas de su vida.

Huir de Shaka y su proximidad.

Huir de su quimera y la posibilidad de ser rozado por ella... fracasando en el intento cuando las manos de Shaka sobre sus hombros lo mantuvieron a su lado, ofreciendo un casto contacto.

─Tiene que haber alguna solución para no terminar así, Mu... ─Shaka apretó los dedos sobre la desazón de Mu al tiempo que sus rostros se respiraban las propias frustraciones a escasos centímetros de distancia y sus miradas se hallaban atrapadas sin remedio una dentro de la otra ─. Tiene que haber otra solución que no sea la de escapar a Katmandú...

Claro que había otra solución. Para Mu sí existía, por mucho que su integridad moral se opusiera a ella. Jamás le había pedido eso a Shaka. Acababa de reafirmarse en su honor como amigo, pero ¿cómo podía irse sin intentarlo de verdad? ¿cómo podía subir a ese avión con el sabor del indigesto"¿Y si?" asentado en su estómago? Jamás se lo había pedido, cierto. Pero las invisibles barreras que siempre alzaba el condenado "jamás" eran quizás tanto o más nocivas que los muros del terco"nunca".

Mu cerró veló su acuosa mirada los segundos necesarios para armarse de todo el valor que no había podido acopiar ante y la expuso de nuevo, hallando la azul mirada de su más íntimo anhelo ante él. Una larga inspiración le urgió para lanzarse al vacío en caída libre, pero ya no había nada que perder...

Nada que ya no hubiera perdido tres años atrás.

─Mu, por favor, busquemos otra solución...

─Yo ya la tengo, Shaka, pero es impertinente. Y arriesgada.

─Aunque lo sea, dímela antes de cometer la locura de irte ─rogó Shaka.

Mu le miró de frente, con el corazón a mil y el alma en las manos.

─Vente conmigo...