Shaka y Mu apenas habían intercambiado palabras cuando abandonaron el local anfitrión de la revelación que Mu. La última proposición del forense todavía pendía sin respuesta, pero Shaka no se iba. Ambos habían caminado hacia el apartamento de Mu, codo con codo, silencio con silencio. La citación del taxi fue anulada, gentileza de la terquedad de Shaka, la única con el privilegio de materializarse en voz alta para insistir en facilitar el desplazamiento de Mu hacia la recta final de su inconcebible decisión.

Únicamente dos maletas y una vieja mochila, todavía con aroma a Facultad, esperaron la llegada del vehículo de Shaka, estacionado durante toda la velada en su parking privado, ubicado a pocas manzanas de allí. Mu cargó el equipaje en el maletero rechazando la muda ayuda que le quiso ofrecer su amigo, el cual regresó a sentarse tras el volante afianzándose a la firme convicción de no hablar.

La actitud de la que Shaka se sentía esclavo no obedecía a ninguna infantil descortesía. Ni tan sólo servía al colérico enfado que había comenzado a masticar apenas una hora atrás. La emoción que el rubio forense luchaba para lograr mantener bajo doma era, simplemente, una profunda tristeza y el inevitable sentimiento de añoranza que ya empezaba a nacer. Mu se sentó a su lado ahorrándose el detalle de dedicarle ningún tipo de mirada, porque la verdad era que ya no le quedaban miradas a las que recurrir, y las palabras se le habían acartonado todas después de arrepentirse haber pronunciado su más inesperada proposición.

«Vente conmigo...»

Qué estúpido e iluso se sentía Mu en esos momentos... Qué bochornoso se hallaba avanzando kilómetros hacia la consumación de su frustración al lado de quién nunca antes le había incomodado... Shaka no le había respondido. No hacía falta. Ambos sabían la respuesta, y no era necesario exponerla en voz alta. Su inexistencia de miradas y sus silencios hablaban por ellos.

La fluidez del tráfico nocturno fue solidaria con la violenta y tensa sensación de su cercana compañía. Llegar al estacionamiento del aeropuerto fue rápido, quizás demasiado, y la despedida definitiva se auguraba más próxima de lo que ambos en realidad deseaban. Para Shaka no era fácil asimilar con tantas prisas la estúpida fuga de su amigo. Para Mu, aceptar que la realidad de alejarse de la quimera elegida por su corazón se estaba aproximando era un detalle que, pese a las semanas transcurridas luego de su decisión, todavía estaba por digerir. El parking se convirtió en el lugar que Mu eligió para acelerar el fin de su agonía cuando habló con voz queda y la mirada esquiva.

─No hace falta que entres. Podemos despedirnos aquí.

Este fue otro golpe bajo propinado sin malicia, los nervios hablaron por él.

─Ahora no estás en disposición de proponer nada, Mu. Entraré y esperaré a que te vayas.

─Pero de verdad que no es necesario...

─Tú no lo decides esto. Después de no contarme nada hasta ahora no vas a privarme de estar aquí.

Shaka fue tajante, frío e incluso altivo en su tono, sorprendiéndose incluso a sí mismo de lo desagradable que había sido.

Mu suspiró con dolor y se cargó sobre un hombro la mochila de estudiante y la resignación. Shaka le agarró una de las maletas y se afianzó a ella, como si así tuviera alguna posibilidad de retenerle. Una vez traspasaron las grandes puertas poco importaba que el reloj se paseara adormilado por las cuatro de la madrugada: el aeropuerto Elefthérios Venizelos bullía en vida, aunque tal vez más sosegada y atolondrada que la que se desplegaría allí mismo unas horas después. Mu echó una ojeada a los mostradores de facturación y no le costó nada dar con el de la aerolínea que lo llevaría a Doha, escala que debía afrontar antes de volar hacia Katmandú. Le urgieron unos segundos para respirar a consciencia y tranquilizar un poco frenético latir de su corazón, y cuando arrancó los pasos que lo precipitaban al intenso final de un capítulo de su vida se abstuvo de echar la mirada hacia las páginas que dejaba atrás. Si lo hacía, dudaría. Y dudar era un privilegio que ahí, en esos momentos y en compañía de Shaka, no se podía permitir.

Shaka le siguió de cerca, con los dientes apretados y sus rasgos enfurruñados. El silencio seguía andando a su paso y , aunque fueron pocos los minutos que transcurrieron hasta que el turno les llegó, el tiempo había parecido dilatarse excesivamente hasta que monótona voz del hombre tras la primera frontera lo aceleró sin compasión.

Shaka se apartó unos pasos mientras Mu cargaba las dos maletas sobre la cinta que las enviaría al estómago del avión. Su ceño seguía fruncido y sus manos no sabían qué hacer ni dónde esconderse hasta que decidieron meterse dentro de los bolsillos de los pantalones vaqueros. Su azul mirada, achicada y ebria de demasiados sentimientos mal mezclados, parecía acusar a Mu de mil delitos distintos mientras éste se descolgaba la mochila y sacaba el billete y el pasaporte.

Ese primer paso se consumó con bastante agilidad, escoltado por una soledad mayor que la que probablemente hubiese experimentado Mu sin nadie a su lado verificando la peor de las huidas.

Todavía quedaban algunos minutos antes de abrirse el embarque y ambos amigos se aceptaron la compañía sin abrir boca mientras avanzaban por los eternos pasillos que conducían a la zona de vuelos internacionales. El momento decisivo se acercaba sin remedio. El acelerón de sus respectivos corazones casi podía percibirse en el aire y Mu no deseaba irse con el regusto amargo de una estúpida pugna de terquedad instalado en su alma, y Shaka... Shaka simplemente se hallaba más falto de palabras que nunca antes en su vida.

El control de pasaporte, billete y pequeñas pertenencias apareció frente a ellos, y allí era donde Shaka se debía quedar. No había ningún pasaje entre sus manos que le permitiera el paso, pese a saber que aún quedaban asientos para ser ocupados. Había escuchado cómo Mu lo preguntaba en el momento de facturar, y había decidido obviar esa insidiosa información completamente fuera de lugar. Para Shaka las cosas no se hacían así. Nadie podía pretender que en dos horas él decidiera abandonar un hogar. Un trabajo. Una familia... Su familia, reduciéndose ella a un solo nombre.

No.

Shaka se sentía traicionado en su confianza y amistad y, plantado allí, enfadado con Mu, consigo mismo y con la añoranza que ya le estreñía la garganta, no podía hacer otra cosa que buscar razones que le ayudaran a comprender ese precipicio de acontecimientos y decisiones sin solución. Shaka pensaba, pensaba y pensaba... y cuanto más lo hacía, más turbación sentía y menos comprensión hallaba. Su mirada se había clavado en Mu, que estaba dejando la mochila, la chaqueta y todos sus pequeños objetos personales dentro de la bandeja que sería leída con la misma desnudez y precisión que ambos sabían leer los misterios de los cadáveres.

Ya sólo restaba traspasar el umbral que permitía un breve lapso de tiempo en tierra de nadie. Sólo unos metros de avance y su distanciamiento se dibujaría irreparable.

Shaka no dio el primer paso para emitir ninguna palabra de cortés despedida. Su herida tristeza y un maldito orgullo sin invitación se lo impedían. Era Mu quién deseaba irse. Nadie le había pedido, ni siquiera recomendado, que cometiera tal estupidez. Y fue el mismo Mu el que no pudo mantener el pulso a un despecho que en nada les favorecía a ninguno de los dos; no había deseado estar acompañado por Shaka justo en ese preciso trance, pero la realidad era que lo estaba, y huir sin despedirse no debía ser una opción.

Simplemente no podía ni quería irse de esa manera.

Suspiró con denso pesar, empujó la bandeja sobre los rodillos que la acercarían a su escrutinio policial, dejó paso a una pareja que le pisaba los talones y se dio media vuelta, acercándose a Shaka y su muda presencia.

Shaka todavía le observaba con la tez enfurruñada, empequeñeciéndole de presión sin desearlo de veras y Mu no alzó su mirada hasta que su mano dio con algo que buscaba en el bolsillo de sus pantalones.

─Son las llaves de mi apartamento ─dijo al tendérselas a Shaka, quien permanecía inmóvil─. No se deben entregar hasta final de mes, y aún quedan unos días... ─añadió, forzándose a conectar su mirada con la de su colega.

─¿Y yo por qué las quiero? ─Shaka seguía sin ser capaz de desprenderse de esa absurda coraza de frialdad, mientras la constante contracción de su mandíbula delataba su propio sufrimiento.

─Quería dártelas en el bar, cuando te dije que me iba... ─aclaró Mu, haciendo descomunales esfuerzos para emular la frialdad recibida.

─Mu... ¿para qué las necesito yo?

─Dije al casero que se las entregarías tú al finalizar el mes. Aún quedan días, así que puedes acceder a casa y... pues... no sé... Quedan cosas allí. Puedes aprovechar lo que te parezca, deshacerte de lo demás o... o dejarlo allí, como quieras.

Shaka sacó la mano del bolsillo donde había permanecido apretada en un incómodo puño, y aceptó las llaves.

Sin mirarlas.

Sin tantearlas siquiera, éstas hallaron destino dentro del mismo recaudo dónde había estado su mano casi todo el rato.

─Debo irme... ─Mu alzó su mirada, borrosa y apagada por estar presenciando una despedida que jamás había soñado tan distante ni tan fría.

─Aún puedes pensártelo.

Una posibilidad plausible. Aun así, rechazada.

─Shaka... el embarque ya está en marcha...

─Katmandú, Mu... ¿de verdad? ¿en serio prefieres Katmandú a lo que tienes aquí?

─Está cerca de mis orígenes.

─Es Nepal, no Jamir... Lo comprendería si te fueras a Jamir, pero no ésto Mu... no ésto...

─Aún puedes pensártelo tú. Visualízalo tan sólo por un instante: gente sin los recursos que tenemos aquí, gente que necesita médicos como nosotros. Podríamos hacer algo bonito... algo bueno. Dar verdadero sentido a nuestra profesión.

Excusas. Insignificantes y estúpidas para justificar una huida sin solución.

Ambos sabían la verdadera razón, y a ambos les dolía no haber sabido superarla con la madurez que se esperaba en su relación.

─Mi casa está aquí, Mu. Mi familia ahora está aquí, junto a Saga.

Mu suspiró, se encogió de hombros y se quedó sin recursos. Hacía tiempo que ya los había perdido todos, y ahora sólo quedaba decir adiós.

─Y mi futuro está allá... Debe comenzar allá. Mundo nuevo. Vida nueva. Gente nueva.

El momento seguía siendo tenso y enfermo de emoción sin liberar, presentando un triste y vacío adiós.

La mochila y los objetos personales se habían atascado, esperando huérfanos en la frontera de nadie, y cuando Mu mostró el ademán de verbalizar la despedida definitiva, fue Shaka el que no pudo resistirse más. De repente se olvidó de su enfado, de su propia tristeza y de su orgulloso malestar. No podía dejar que su gran amigo se fuera así. No soportaría quedarse con el amargo recuerdo de un abrazo retenido, no...

No se lo pensó.

Sólo actuó.

Agotó la inútil distancia que les separaba, le tomó por los hombros y lo abrazó. Con fuerza. Con ganas de sentirse correspondido en el gesto y sintiendo el intenso palpitar de sus respectivos corazones, los cuales exigían no dejarse ir así. Los brazos de Mu dudaron unos instantes antes de entregarse a la necesidad de rodear ese cuerpo que quizás algún día dejaría de amar, pero finalmente se cerraron en la espalda de Shaka, sellando una unión en la que no hacía falta hablar.

Largos instantes permanecieron así, sintiendo cómo la inevitable emoción pugnaba por salir, y sin saber por qué Shaka se vio abocado a romper ese doloroso.

─Vendré a verte... ─dijo, ahogando la voz contra el hombro de Mu al tiempo que sus azules ojos se humedecían y miraban hacia un infinito borroso.

─No...

─Cuando viaje a la India con é. Podemos cambiar un poco los planes, modificar la ruta, encontrarnos por unos días...

─No, no lo harás ─respondió Mu, sellando su mirada mientras inconscientemente se aferraba más a Shaka, enterrando la voz entre sus rubios cabellos.

─Pero seguiremos hablando, por whatsapp, por mail, hay mil maneras...

- No, Shaka. No te voy a responder.

- ¿Pero por qué?

- Ya sabes porque. Necesito tiempo para olvidar.

Shaka suspiró contra el tenso hombro de Mu, y todo lo que pudo pronunciar fue un sentido «perdóname».

- No hay nada que perdonar, Shaka...

- Sí, sí que lo hay... yo... yo nunca he pretendido hacerte sentir mal. Yo te quiero, Mu...

No...

No podía estar pasando esto. Mu se estaba desarmando por completo, y sentir el cuerpo de Shaka abrazado firmemente a él le superó todas las barreras que con tiempo había alzado a base de sólido respeto y férrea fuerza de voluntad.

Ignoró cómo pasó.

Sólo supo que se halló deslizando las manos en ascendente recorrido a través de la espalda de Shaka, procurando aire al abrazo y poder permitirse la tentación de perderse dentro de esa mirada licuada.

A Mu le bastó un segundo de contemplación y sólo una fracción de éste para tomar a Shaka de la nuca y acercarse a su rostro para robarle un fugaz beso.

─Mu, no...

Shaka trató de apartarse tomado por la sorpresa, pero para Mu ya estaba todo perdido.

─No te culpes, Shaka... ─susurró─ No te culpes, prométemelo... ─ sus labios acariciaron los de Shaka al hablar, deleitándose en la sensación de ese roce tantas vecs soñado.

─Amo a Saga. No puedo hacerle ésto... ─respondió Shaka en otro susurro─ No quiero hacerle ésto...

- Un beso, Shaka... Es todo lo que te pido antes de partir. Déjame fabricar este recuerdo, nada más...

Mu no esperó. Volvió a sellar sus labios sobre los de Shaka con más ímpetu. Con más intensidad. Con la misma urgencia y pasión que tantas veces lo había hecho tras sus párpados cerrados mientras soñaba, mientras en secreto deseaba...Y Shaka no se sintió capaz de hacer otra cosa que corresponderle. Con dudas, reservas y timidez primero. Y con amor un instante después. Con amor, sí, pero sin ser capaz de traspasar la barrera que él siempre había asumido pura y fraternal.

Ajenos a todo, presos de un estremecedor torrente de emoción, la megafonía del aeropuerto efectuaba una urgente llamada de atención: el vuelo a Doha esperaba a bordo la subida de su última alma; el nombre de Mu se eschaba en la reclamación.

- Debo irme...- susurró Mu, cortando todo abrazo y contacto para permitirse una última y necesaria conexión de miradas.

Shaka asintió, completamente falto de palabras ante lo que acababa de suceder, sintiendo su mirada tomada y escurridiza al tiempo que su corazón latía completamente desbocado. Mu se forzó a sonreír, respiró hondo y se pasó ambas manos por los cabellos que cubrían su frente en un vano intento de recomponerse de algo que no admitía reconstrucción.

No había nada más que decir. Mu inspiró coraje y se privó de dudar en el momento de alejarse de Shaka, cruzar el control y recuperar con prisas todas sus pertenencias, notando la mirada de su amigo aún fija sobre él, pese a la frágil barrera que ya les imponía fronteras.

─Mu... ─Shaka se acercó a esa zona tierra de nadie todo lo que las autoridades aeroportuarias le dejaron, esperando hasta que Mu dirigió la mirada hacia él una última vez─. Cuando llegues, házmelo saber. Es todo lo que yo te pido, saber que has llegado bien... Luego respetaré tu decisión.

Mu asintió al colgarse la mochila del hombro derecho y recoger los demás objetos personales. Le ofreció una muda sonrisa y se frotó con prisas la aguada mirada mientras la megafonía emitía su último aviso antes del despegue. Shaka seguía ahí, y la última mirada que le dedicó a través de la distancia fue acompañada de otra petición.

─Y tú prométeme que no te culparás por esto que acaba de pasar. No has sido tú, te lo he pedido yo.

Shaka convino con una leve inclinación de cabeza mientras el temido nudo comenzaba a dolerle en la garganta y se le nublaba aún más la mirada.

Mu le imitó el gesto, sonriendo para evitar que las traicioneras lágrimas le robaran la compostura que necesitaba, y emprendió el camino hacia el embarque con paso presuroso y decidido y no volvió a girarse hasta alcanzar la última comprobación de pasaje e identidad, dedicándole la sonrisa de la despedida definitiva.

─Sé feliz, Mu... Sé feliz...

La borrosa figura del joven forense desapareció dentro de la pasarela de embarque y Shaka se restregó la manga por el rostro, rabioso.

No quería llorar.

Y no lo haría...

...pero la añoranza ya se deslizaba por sus mejillas.