Centro penitenciario de Korydallos
Thane depositó las llaves, el móvil y la billetera en la bandeja de la taquilla blindada, dejando su documentación de identidad arriba de todo. El cajoncito metálico desapareció de un brusco arrastre y la voz del otro lado le llegó a través de un micrófono bastante desajustado.
«¿Visita ordinaria?»
─Sí
«¿Tiene cita previa?»
─No.
«Nombre del interno»
─Kagaho Bennu.
El funcionario tecleó en nombre y en seguida le apareció la ficha de Bennu en la pantalla de su ordenador. Soltó un corto suspiro, tomó el teléfono y apretó uno de los muchos botoncitos que debían tener conexión directa con varias secciones de la prisión.
«Visita para el interno 5438, Kagaho Bennu. No estaba programada... Ah ¿no necesita distancia?... De acuerdo, lo mando a la sala.»
El hombre cortó la comunicación dándole a un botón rojo y buscó otro que también presionó, todo ello sin despegarse el teléfono de cable del oído.
«El señor Thane Sifakis ─dijo, agarrando el DNI para chequearlo por los dos lados─ se reúne a la sala de visitas con el preso 5438. No se contempla necesaria la protección de ninguno de los dos»
Durante todo ese trance Thane no dijo nada. Únicamente se limitó a mirar las acciones mecanizadas del funcionario sin verlas, hasta que la rauda reaparición de la bandeja le sobresaltó. En ella había una cinta de color azul con la placa de visitante. El médium la cogió y, antes que pudiera colgársela del cuello, se abrió una puerta a su derecha.
─¿Señor Sifakis? ─Thane asintió─. Acompáñeme. La visita durará veinte minutos, a no ser que el interno o usted deseen terminarla antes. Le recuerdo que no pueden tocarse de ninguna manera y, claro está, intentar intercambiar ningún tipo de objetos por debajo de la mesa está totalmente prohibido. El interno no está considerado peligroso, pero si veo algún movimiento raro le engrillaré a la mesa en un santiamén. ¿Ha entendido las normas? ─Thane volvió a asentir, esta vez pronunciando un quedo «sí».
Bennu seguía muy delgado. A Thane se le encogió el alma cuando los ojos del chaval dieron con él, iluminándose al instante. El médium forzó una sonrisa que no pudo esconder la tristeza radicada en sus ojos y se sentó frente a él con la calma que tanto le caracterizaba.
─¿Cómo estás, hijo? ─preguntó Thane.
─Bien... Dentro de todo, bien ─ El muchacho se encogió de hombros y le miró de frente─. Los compañeros me respetan. No me meto con ellos, ellos no se meten conmigo. He conseguido algunos colegas... Estoy en una tribu, como lo llaman aquí.
Thane se humedeció los labios y lo observó largamente, ocasionando que fuera Bennu quien rompiera la conexión de miradas por un instante.
─Hyppolitos ya no está preso ─informó Thane, sin dejar de mirarle.
─Lo sé.
Otro encogimiento de hombros y unas rápidas nubes emborronándole la mirada.
─Mejor así, Bennu. Mejor así.
─No estoy de acuerdo ─replicó a media voz─. Pandora se merece justicia.
─Pero no eres tú quien debe ofrecérsela ─Bennu se mordió los labios y desvió la mirada de nuevo; Thane se cruzó de manos sobre la mesa para poder inclinarse hacia él lo máximo posible ─. Mírame, Kagaho. No te corresponde a ti ejercer la justicia. Y me alegro que Hyppolitos esté libre. Sí. Me alegro por ti. Ibas a cometer una estupidez y ahora ya no puedes.
El muchacho le miró furibundo.
─No iba a cometer ni...
─Bennu, por favor... A mí no puedes negármelo. Te conozco como si fueras mi hijo.
Los ojos de Kagaho seguían fijos sobre Thane, pero el furor que le generaba la serenidad del médium le aguó la mirada.
─Pandora sí que era tu hija. ¿Cómo puedes no tener ganas de vengarte? Ese hijo de puta la destrozó. Se merece... ─una ojeada al costado comprobó cómo el guardia no le quitaba el ojo de encima─ Sabes lo que les hacen a los cerdos cuando los sacrifican, ¿no? ─rectificó.
─Y te lo repito, Bennu, no nos corresponde a nosotros sacrificar cerdos.
─¡Pero es que a mí me da igual! ¡Yo ya estoy aquí! ─exclamó mordiendo las palabras.
El guardia de la sala avanzó un par de pasos, con unos grilletes pendiendo de su mano.
─¿Va todo bien?
Ambos asintieron y respiraron hondo, cada uno a su manera, manteniéndose callados hasta que el funcionario regresó a la pared.
─Bennu... sé que amabas a Pandora ─Thane retomó la palabra y el sosiego que el momento necesitaba─. Y sé que me aprecias mucho a mí. Entiendo que el dolor que sientes sea terrible y que tu corazón te pida vengarte de todo el mal que nos ha hecho Hyppolitos, pero no has elegido el mejor camino para ello. Te dejaste gobernar por la rabia y ahora estás pagando unas consecuencias que no te mereces. Eres un buen chico, Kagaho... Eres un buen chico.
─Pero maté un hombre. A sangre fría. Y lo he confesado. No me queda otra que quedarme aquí y cumplir la condena que me corresponde. Treinta años... Cuarenta... ¿qué más me daba ya?
─Tienes veinte años. Debe darte mucho más que igual. La vida es un regalo precioso, hijo. Y voy a sacarte de aquí. Te buscaré un abogado. Además, me consta que tienes buen comportamiento y esto es un detalle que suma mucho.
─Un abogado ─se rio Bennu sardónicamente─. Kanon, ¿no?.
─No. Te buscaré a alguien ajeno a tu vida y a tu dolor. Y saldrás de aquí, te lo prometo.
Bennu inspiró hondo y se apoyó contra la silla, humedeciéndose los labios mientras rompía el contacto de miradas. Thane le observaba paciente, desde la ternura que siempre invadía su alma, con las manos todavía cruzadas sobre la mesa y los pulgares bailando en círculos.
─No tengo dinero. Y tú tampoco. Te lo robé para cruzar Grecia y cometer mi crimen confeso. El panorama es una mierda ─dijo Bennu, conectándose de nuevo con la mirada de Thane sin moverse un ápice.
─Del dinero ni te preocupes.
─¡Claro que me preocupo! No deberías ir dejando los ahorros por los cajones. Podrían robarte otra vez ─trató de aleccionarle en un vano intento de bromear─. Es más justo que te lo gastes para ti.
─Y eso haré, Bennu. Te considero como el hijo que nunca tuve. Eres mi familia, muchacho. Aunque me lo ruegues y repatees, no voy a olvidarte aquí.
Comisaria de Policía de Atenas,
7:00 de la manaña
viernes 5 de febrero de 2016
El inspector Camus entró en su despacho y se quitó la chaqueta, quedándose en cuerpo de camisa y con el arnés de hombro del arma visible. El francés no podía quejarse: llevaba días durmiendo del tirón y bien y en la Comisaría no había más movimiento del habitual. Al menos no había entrado ningún delito de sangre, y eso no sabía si tomárselo como una buena señal o, por el contrario, como el maquiavélico recordatorio que la calma siempre acaba desapareciendo cuando uno se relaja de mente y cuerpo.
DeathMask y Milo se habían tomado vacaciones y él tan sólo deseaba que todo siguiese en esa tónica de tranquilidad unos días más o, como mínimo, hasta que uno de los dos regresara. DM había sido readmitido como inspector y se había procedido a una subdivisión de áreas de acción con colaboración conjunta en caso de ser necesario, por lo que el trabajo futuro se auguraba más llevadero.
Camus empezaría su jornada laboral preparándose el segundo café del día y evaluando los informes de los casos que delegaría a DM una vez el italiano regresara. Cuando llegó a la cafetera Nespresso eligió la cápsula de un café largo y antes de apretar el botón rellenó el depósito de agua, momento en que un policía a punto de jubilación llamó a su puerta y le anunció que un niño y un abuelo querían interponer una denuncia.
─Deben tramitarla en las oficinas de la planta baja, ya lo sabes Loucas ─dijo mientras comprobaba que el depósito de agua estuviese correcto.
─Y se lo he dicho, inspector. Pero el jovencito insiste en que deben hablar con usted. Sólo con usted.
Camus miró al agente y arqueó las cejas, extrañado.
─¿Concretamente conmigo?
El policía hundió el cuello entre sus hombros y estiró el labio inferior, incapaz de hallar alguna explicación razonable.
─Son raros de narices. Los dos. Parecen una de esas parejas cómicas de las películas mudas en blanco y negro.
Camus vació el cargado de la cápsula, cogió el café y se giró hacia el hombre.
─Pues diles que pasen. A ver con qué nos sorprenden justo a las puertas del fin de semana.
Un pequeño sorbo le quemó los labios, los cuales fueron relamidos con discreción antes de apartar la silla y tomar asiento.
─Dimitri, cálmese de una vez. Me está poniendo más nervioso de lo que ya estoy.
Afrodita trató de no mirarle y se llevó el pulgar a la boca para seguir repelando las pieles alrededor de la uña; a su lado, el movimiento oscilante del párroco lo estaba irritando sin medida. Dimitri no cesaba de mecerse hacia adelante y atrás, con el culo al borde de la silla de plástico anclada a una estructura metálica. Sus huesudos y venosos dedos se sujetaban como un par de garras en el esa de un maletín de cuero casi tan viejo como él y las dudas le reptaban por la espalda hasta erizarle los cuatro pelos escondidos debajo del gorro de lana.
─¿Y si lo dejamos para otro día? ─susurró, mirándose al periodista con compunción.
Afrodita gruñó, alzó el mentón hacia el techo y se frotó el rostro con frenesí, dejando que su cabeza se apoyara contra la pared.
─Por el amor de su dios, Dimitri... ya lo hemos hablado... ─dijo Afrodita con la voz ahogada entre sus manos.
─¡Pero no van a conseguir nada!
─Eso no lo sabemos. En todo caso lo tendrán que decidir ellos ─Afrodita se sentó de medio lado, sobre una pierna doblada bajo su trasero ─. Escuche, Dimitri: le vuelvo a repetir que mi reportaje ya está amaneciendo en los quioscos ─aguantándose las ansias como podía echó una ojeada al reloj de pulsera ─, y en la web de Koinonía salía a las siete en punto. Ya debe haber lecturas. Y opiniones de todo tipo ─el viejo le miraba con los ojos hundidos y aguados, permaneciendo amarrado al maletín como si fuese un salvavidas─. Le aseguro que la Iglesia no va a salir indemne de lo que he escrito, así que... usted decide si quiere convertirse en un valiente que lucha contra toda la mierda que descubrimos entre los dos o si, por el contrario, agacha la cabeza y simplemente deja que "las cosas pasen", como llevan haciendo muchos de sus colegas desde hace siglos.─ Dimitri agachó la cabeza, sí, pero lo hizo entre sus hombros cuando le subió un sollozo de pavor que no pudo controlar; Afrodita lo observó con pena, rodeándole el miedo con un brazo que acabó dándole un achuchón de ánimo─. ¡Venga, hombre! Piense en que tal vez ayudará a otras personas con su denuncia. Y mostrará que también hay curas comprometidos con la fe cristiana y todo eso...
Dimitri sacó ese pañuelo arrugado de tela que Afrodita aún no sabía dónde narices lo guardaba y se sonó la nariz con la rabia de un infante.
─Nos comerán vivos, hijo... Lo sabe ¿verdad?
─Pues que nos echen sal para saber mejor, ¿qué quiere que le diga, Dimitri? ─Afrodita irguió la espalda sacando pecho y estiró los brazos por encima de los respaldos de las sillas─. Para cambiar las cosas hay que tocar los cojones, y defender los propios. Y de eso, usted y yo andamos sobrados ─le dijo, mirándoselo de refilón al tiempo que le guiñaba un ojo.
Dimitri asintió con timidez y se volvió a sonar, sobresaltándose al sentir que la puerta contigua a él se abría de sopetón.
─El inspector Camus les espera. Por aquí, por favor.
El policía con el que habían hablado minutos antes salió al pasillo y extendió un brazo en la dirección que debían seguir. Afrodita se puso en pie de un brinco, disimulando a la perfección la flojera de sus piernas, y le tendió la mano a Dimitri, quien la tomó con el mismo temblor que gobernaba todo su cuerpo.
Camus tenía la atención vertida sobre un informe cuando Afrodita se personó en su despacho. Dimitri parecía haberse atascado en la puerta, y el tira y afloja de voluntades en el que se enzarzaron los dos hizo que el inspector alzara la mirada y apartara los papeles a un costado de la mesa.
─¿En qué puedo ayudarles, señores? Me han dicho que quieren presentar una denuncia ─preguntó, frunciendo el ceño al descifrar la identidad del joven ─. Un momento... ¿Tú no eres...
─Afrodita Eriksson, inspector.
─Periodista ─acotó Camus.
─Eso mismo.
─¿Y usted...? ─Camus inclinó el cuerpo hacia su flanco izquierdo para poder ver bien a quien seguía anclado bajo el umbral de la puerta.
─Él es el padre Dimitri ─informó Afrodita, tirándole del brazo inútilmente.
─¡Porfirio, hijo! ─exclamó el viejo, zafándose del agarre─ Padre Porfirio, párroco de la iglesia de Davleia, inspector ─aclaró, encogiéndose unos centímetros más al poner su mirada sobre la incomprensión del francés.
─¿Y se les ofrece...?
─Eh... nada... En realidad, nada en lo que usted pueda ayudar...─murmuró el viejo, echando un paso atrás.
─¡Denunciar a la Iglesia! ─prorrumpió Afrodita, volviendo a tomar el brazo de Dimitri para arrastrarlo a su lado─. ¿Nos podemos sentar, inspector?
─Por favor... ─Camus extendió el brazo para ofrecer el par de sillas que había delante suyo y apoyó la espalda en la silla mientras se reacomodaba al arnés del arma─. Soy todo oídos.
─Mi amigo Dim... Porfirio... ─comenzó a explicarse Afrodita, siendo el primero en tomar asiento, aunque sin soltar el brazo del viejo─ Porfirio y yo descubrimos algo muy turbio y confuso en el sótano de las propiedades eclesiásticas de Davleia. Ahí se cometieron abusos sexuales a menores de edad en las décadas de los 60, 70 y probablemente 80 y 90 también. El artista Hypnos fue una de las víctimas ─soltó sin pensar─. Aquí tenemos las pruebas.
De un tirón sentó a Dimitri a su lado y le arrebató el maletín que el cura había estado custodiando hasta el momento. Camus se acercó a la mesa y cruzó las manos debajo del mentón, usándolas de apoyo para una tensión que se iba incrementando con rapidez.
─¿Están seguros de lo que dicen? ─preguntó con recelo, intuyendo que estaba a punto de zambullirse en un lodazal muy espeso y peligroso─. Éstas son afirmaciones muy graves. Se necesitan pruebas contrastadas y sólidas para venir aquí a esgrimir esta acusación...
─¡Es que las tenemos! ─exclamó Afrodita, sintiéndose de repente cabreado.
─Debería ver el sótano con sus propios ojos, hijo...─susurró Dimitri, retorciéndose las manos ante la imponencia del inspector─ Y las cintas... las cintas son terribles...
Afrodita aplastó sobre la mesa un sobre lleno de fotografías del sótano tomadas por él mismo; encima, las cintas que les fueron entregadas por la monja del Monasterio de Dafni.
─Cuando vea las "misas" aquí grabadas y el protagonista de todas ellas entenderá porque mi blog de periodista y todas las redes sociales deben estar echando humo ahora mismo ─presumió Afrodita, taladrando las pruebas con la rigidez de su dedo índice─. Aquí hay algo muy gordo, inspector, y yo ya lo he aireado, por lo que la mierda ya es de dominio público. Ahora está en usted hacer un buen uso de todo esto como mejor lo crea.
─¿Misas? ─preguntó Camus, agarrando una de las cintas.
─Primero lea mi crónica ─Afrodita le tendió el móvil con el reportaje recién estrenado copando toda la pantalla─. Luego chequee las "misas".
Alrededores de Syntagma, 8:00 de la mañana
Phansy llevaba un café entre manos y quería detenerse en el primer quiosco con oferta de prensa y comida para comprarse un koulouri. No había tenido tiempo de desayunar en casa y la hora de reincorporarse al trabajo se le estaba echando encima.
En contra de la protectora opinión de Shura, la joven había decidido que volver a la rutina laboral sería el primer paso para ir recuperando la normalidad que su vida había perdido durante los últimos meses. Comenzaría chequeando papeleo administrativo y, poco a poco, ya iría retomando sus funciones de psicóloga.
Pagó el koulori con el dinero justo, lo sujetó con la misma mano que llevaba el café y se reacomodó el asa del bolso que se le había deslizado brazo abajo mientras realizaba el pago. Todos los gestos estaban impresos de la naturalidad cotidiana de quien se abastece para comenzar bien el día; todo parecía ir desarrollándose según la pauta deseada, hasta que su dorada mirada decidió dar un repaso a las revistas recién salidas a la calle...
Hasta que recaló en la publicación semanal de la revista Koinonía, ubicada a triple espacio y en primera fila.
La portada entera estaba ocupada por una fotografía reciente del gran artista Hyppolitos Sifakis.
Debajo de su bello rostro y en grandes letras, el titular de la crónica firmada por Afrodita Eriksson golpeaba de lleno:
"De Hyppolitos a Hypnos, la génesis de un monstruo"
Agradecimientos especiales para Ms_Mustela: el título de la crónica que redacta Afrodita le pertenece. En su momento me pareció tan fascinante y acertado que supe que ESE debía ser el titular de la crónica del año.
Gracias miles Ms_Mustela, por compartirme tu idea y por permitirme hacer uso de ella.
