Davleia, sobre las 22h

Dimitri alzó la mano a modo de visera cuando el foco le iluminó de lleno. A su lado, Afrodita dejaba que lo atusaran tantas veces como el equipo encargado de la estética considerara necesario: que si un retoque de sus bucles por aquí, que si un poco de maquillaje para matizar los brillos del rostro por allá, el rociado del cabello con laca, la colocación milimétrica del cuello de la camisa... al reportero todo lo venía bien. Una asistente le colocó el micrófono en la solapa de la camisa satinada de color rosa y le sujetó la "petaca" en el cinto de sus ajustadísimos pantalones blancos. El operador de cámara centraba el enfoque sobre ellos dos y el técnico de luz acababa de pulir la intensidad de la iluminación.

—Padre, debería quitarse el gorro —sugirió el chaval—, absorbe demasiada luz y no se aprecia bien el mural del fondo.

—Ni hablar.

—Dimitri, colabore un poco —murmuró Afrodita entre dientes, con el mentón alzado para facilitar la tarea de la maquilladora y sus polvos mágicos.

—Que no, hijo. El gorro no me lo quito.

El técnico soltó un bufido y se concentró de nuevo en la iluminación de la escena hasta conseguir un ángulo más propicio.

El entrevistador se acercó a ellos; todavía llevaba puesto el papel alrededor de cuello, y su maquilladora personal no alcanzaba a perseguirle para poder ultimar su puesta a punto. En sus manos había el guion de la entrevista hecho con prisas y el nerviosismo de entrar en directo la hora de máxima audiencia se notaba en todas las correrías que había alrededor de los dos protagonistas.

«¡Todo el mundo a sus puestos!¡Dos minutos y entramos!»

Al escuchar ese último aviso, Dimitri se encogió unos centímetros más; a su lado, Afrodita sacudió sus bucles y se quedó con el mentón alzado, la boquita de piñón, las piernas cruzadas y el orgullo tan hinchado como su pecho de pavo.

Domicilio de Thane

—¿Tú lo sabías? —Kanon ni siquiera saludó; Thane dio un paso al costado y dejó la entrada despejada—. ¿Lo sabías o no? —insistió el gemelo, una vez dentro.

—No.

—Pero te lo podrías haber imaginado...

—¿Por qué? —Thane cerró la puerta y observó a Kanon, detenido en medio del oscuro salón.

—¡Joder, Thane! ¡Algo raro debiste notar!

—Ya lo detallé en el juicio, Kanon —Thane le pasó por el costado y anduvo hacia la cocina, donde tenía la cena a medio comer y la pequeña televisión encendida.

—Que tenía un trato elitista, dijiste. Que no compartía habitación con nadie. Que lo agasajaban con regalos para poder practicar la pintura. Sí, me acuerdo de todo, Thane, pero...

—¿Pero qué? —Thane se giró de golpe y Kanon tuvo que frenarse en seco para no echársele encima—. Hyppolitos no hablaba conmigo. Y yo suficiente tenía con sobreponerme a los continuos castigos que recibía por ser "un niño infecto de oscuridad". No podía saberlo. No podía —repitió, gesticulando con los hombros encogidos.

—Pero tú...

—Yo nada, Kanon. No soy mago. Ni adivino. Ni obro milagros. Las personas, igual que las almas, guardan secretos. Si Hyppolitos decidió no compartir este horror, sus razones tendría —Thane miró a Kanon con los ojos aguados—. Ahora, si me disculpas, voy a terminar de cenar.

Kanon se mordió la lengua y le dejó hacer, aunque en vez de dejarle solo decidió apoyarse en el marco de la puerta y cruzarse de brazos. En la televisión que el médium tenía en una esquina de la mesada, aparecía un primer plano de Afrodita; detrás de él se avistaba el mural que Hypnos había pintado siendo sólo un niño. El programa se estaba emitiendo en directo, desde el interior de la iglesia de Davleia, y la repercusión mediática de la que gozaría coronaría al reportero sueco como uno de los más populares e intrépidos del año.

Thane acabó con los tres bocados que le quedaban y dio un par de sorbos a un vaso de vino aguado. Se limpió los labios con una servilleta estampada con cuadros blancos y morados, a juego con el mantel de la pequeña mesa, y no dijo nada cuando Kanon apartó la silla que había enfrente y se sentó de costado, con la espalda contra la pared y el codo reposando sobre la mesa.

Era innegable que el joven periodista se encontraba a gusto monopolizando el prime time. A su lado, el viejo cura no parecía disfrutarlo tanto; dejaba el mando de la situación al muchacho que, según él, había aparecido de la nada para investigar la infancia del artista Hypnos. Las preguntas del entrevistador eran cada vez más capciosas, sobre todo cuando las dirigía exclusivamente al párroco, instantes en los que Afrodita acudía a su rescate con una soltura envidiable.

«—¿Creen que, de no haber sufrido abusos sexuales siendo tan sólo un niño, Hypnos no se hubiese convertido en un monstruo?

—Es muy difícil de saberlo a ciencia cierta, pero está claro que algo así es capaz de desestabilizar la salud mental de cualquiera. La pregunta es: ¿si se hubiese detectado entonces, si hubiese recibido ayuda, se habría convertido en un abusador igualmente o no?

—Imagino que saben que han puesto a la Iglesia en pie de guerra. Niegan todo lo que ustedes dos afirman y lo reducen únicamente a "presuntos comportamientos inadecuados de algunos sujetos sin idenfiticar"»

Thane apagó la televisión. Puso el vaso sobre el plato, junto a los cubiertos, y se levantó para dejarlo todo en el fregadero. Ignorando a Kanon agarró la esponja, la empapó de agua y le vertió encima jabón de platos. Sus gestos eran calmados, pero la tensión se leía en la rigidez de sus hombros. En la inexistencia de palabras. En la respiración constante, y pesada.

—¿Tú qué crees? —inquirió Kanon irguiéndose un poco, sin abandonar la comodidad de su asiento.

—¿Qué me quieres preguntar exactamente? —Thane dejó el plato en el escurridor y se giró hacia el abogado—. ¿Si creo que hubiera sido una persona diferente en caso de haberlo hablado con alguien? ¿Si pienso que no habría destrozado la vida de todas las personas que podrían haberlo amado de verdad? No lo sé, Kanon... No tengo estas respuestas. Tal vez ni siquiera existan. Lo único que sé, y por muy egoísta que sea, es que no soy capaz de perdonarlo. Y no sé si algún día lo seré, ¿contento?

—No vengo a juzgarte, Thane... —musitó Kanon, sorprendido por la acritud que le ofreció el médium.

—Quiero estar solo, por favor. No hagas que insista. Ya sabes el camino...

Kanon apretó la mandíbula, sostuvo la mirada a Thane y se levantó sin ocultar su enfado. No hubo más palabras entre los dos, únicamente el portazo que dio la libertad a Thane de descargar su puño contra la mesada.

Una vez.

Dos.

Casi tres...

Thane dejó descansar el puño sobre el mármol y cerró los ojos con fuerza.

El llanto dolía en su pecho.

Las lágrimas ardían tras la prisión de sus párpados apretados.

Ático de Saga y Shaka

Shaka acababa de toparse con la imagen de Afrodita en la televisión cuando escuchó que se abría la puerta de casa. Respondió al saludo que efectuó Saga desde el recibidor y siguió con la mirada fija en la pantalla. Su cuerpo estaba echado en el sofá todo lo largo que era y su cabeza descansaba sobre su antebrazo doblado detrás de la nuca.

Saga se adentró en las penumbras que gobernaban el salón y se despojó de la americana vieja con la que se había abrigado durante el día.

—¿Has cenado?

Un plato pequeño repleto de migas y un vaso medio lleno de coca-cola así lo relataban.

—Poca cosa. No tenía mucha hambre —al ver la intención de Saga de tomar asiento, Shaka clavó los codos y se arrastró un par de palmos, haciéndole lugar—. ¿Sabías que nuestro amigo el periodista está en la tele? Ahora están en publicidad, pero justo lo acaban de presentar junto a un cura muy mayor, el párroco de la iglesia que tiene el mural pintado por Hypnos.

—Era de suponer. Si hubieses visto la que tenía liada en Davleia con los curiosos y la prensa... Parecía el gallo del gallinero —al dejarse caer sobre el sofá, Saga apoyó la espalda contra los mullidos cojines del respaldo y se frotó el rostro con ambas manos—. Qué día más largo...

—¿Vas a cenar algo? He dejado un par de rebanadas de pan tostado. Hay huevos para hacer una tortilla si quieres...

—Ya veré —Saga no ocultó un bostezo leonino y se miró a Shaka con los ojos vidriosos de cansancio—. ¿Cómo te ha ido a ti?. — Shaka se encogió de hombros y volvió a llevarse un brazo detrás de la cabeza mientras con el otro tanteaba el mando a distancia, perdido entre sus piernas—. ¿No encaja el sustituto de Mu? —se preocupó, presionando con cariño el tobillo de Shaka al ver su expresión de hastío.

—Es impuntual—dijo Shaka al fin—. Y desordenado. Va de sabelotodo sólo porque es más mayor y, en realidad, no sabe una mierda.

—Tampoco será tan así... Si le han dado la plaza es porque sus conocimientos la merecen...

—Vale. De acuerdo —Shaka deshizo su cómoda posición y acabó sentado sobre una pierna flexionada—. Aceptemos que el tipo es bueno y tiene años de experiencia. ¿Eso le da derecho a pedirme que intercambiemos los escritorios? ¿Eso le da derecho a quitarme los altavoces de música de la sala de autopsias? ¿A deshacerse de las batas de Mu como si fuesen basura?

—No te cae bien.

—Es un imbécil.

Saga le observó, compasivo. Shaka bajó la mirada y se dedicó a restregar el pulgar por el canto del mando a distancia, seguramente para quitar de ahí algún manchurrón oleoso.

—¿Y qué tal si le dieras tiempo? Total, ¿qué lleváis juntos? ¿Dos, tres días?

—Ayer y hoy.

—Y ya lo has analizado, ¿no? —Shaka no alzó el rostro, pero sí que dirigió su mirada hacia Saga, incisiva y molesta—. ¿O es este tremendo cabreo que llevas encima el que lo ha hecho? Tarde o temprano deberás aceptar que Mu ya no está. Que la forma en que has trabajado durante tres años debe adaptarse a una persona nueva. A manías nuevas.

Shaka volvió a bajar la mirada; restregó sus dedos por el control con más ahínco y, finalmente, lo tiró de nuevo sobre el sofá.

—No me acostumbro a que no esté —dijo, con los ojos aguados enfocados en Saga—. Me jode que no esté. Y sí, ya lo sé...me acabaré acostumbrando e incluso puede que llegue a trabajar a gusto con el nuevo, pero hoy, aquí y ahora, me jode mucho haberme quedado sin el único amigo de verdad que he tenido en toda mi vida.

—Todos tenemos derecho a elegir nuevos caminos...

—¡Que ya lo sé, Saga! —exclamó, apartándose los cabellos del rostro con cierta irritación—. Y lo que ahora mismo deseo más en el mundo es que consiga estar bien y ser feliz... sobre todo ser feliz. Pero lo extraño. Lo extraño mucho.

La música del programa de televisión se coló entre las corrientes de añoranza por las que navegaba el forense y Saga se fijó en la pantalla. En la cámara acercándose hacia Afrodita. En el pobre padre Porfirio sentado a su lado. En los diversos técnicos de imagen y sonido y estética despejando la escena.

Aprovechando los escasos segundos de introducción, Saga se levantó para ir a la cocina y en seguida salió de ella con otro vaso con refresco de cola, las rebanadas de pan tostado y cuatro lonchas de queso que había encontrado en la nevera.

—¿Y a vosotros cómo os ha ido por allí?

Saga dejó plato y vaso sobre la mesita baja y fue hacia la silla donde había colgado la americana para hacerse con las gafas.

—No sé ni por dónde empezar...

—¿Lo que cuenta Afrodita en la crónica de Koinonía lo crees cierto?

Saga se sentó esgrimiendo un ligero quejido de cansancio.

—Lo que hay ahí abajo es espeluznante. Pero en mi opinión eso no es lo peor —las gafas se asentaron sobre el puente de su nariz y el vaso acudió a sus labios—. Lo peor son las cintas. Esta tarde, de regreso, las hemos visualizado enteras el inspector Camus, Dohko, Shura y yo —aclaró al dejar el refresco sobre la mesa y tomar una de las tostadas con queso—. Al juez casi le da un soponcio.

Shaka le observaba con interés.

—¿Tan duras son?

—Lo vestían de niña, Shaka... —Saga dejó la tostada sin probar encima del platito y cruzó los dedos de las manos entre el hueco de sus piernas separadas—. En una de ellas no debía tener más de once o doce años —explicó, mirando al forense—, y salía con el cabello largo y ataviado con un vestido blanco, con florecitas bordadas en la falda. Puedes imaginarte todo lo que le obligaban a hacer antes de violarlo.

—Terrible...—musitó el forense.

—En las otras ya aparece más mayor. Su actitud cambia. Es como si hubiese llegado un momento en que asume esos actos como una parte natural de su vida. No se le lee rechazo, sino entrega.

—Es horrible cómo se puede llegar a manipular la mente de los niños...

—Y hoy es un abusador y un asesino, aunque no se haya podido probar. Y se le ha juzgado por ello. Y debería pagar por ello —reflexionó Saga, enarcando las cejas—, pero luego duele descubrir qué tipo de infancia tuvo, lo que llegó a sufrir en soledad... Todo ello genera una suerte de compasión que colisiona de frente con el rechazo que suscitan sus actos de adulto. Todo se sume en una complejidad muy jodida de digerir.

—E individuos como éste no hacen otra cosa que atizar el fuego de esta complejidad —sentenció Shaka, señalando la televisión con la mirada.

Saga inspiró hondo y volvió a recostar la espalda contra el sofá.

—Sabes que no soy fan de este tipo, que ha llegado a molestarme mucho, pero hoy debo aplaudirlo. Y al pobre viejo que lo acompaña también. Ellos dos han empezado una cruzada que no dejará a nadie indiferente. Removerán conciencias y, tal vez, hasta consigan que las personas se vuelvan más observadoras, empáticas y valientes.

Shaka observó el cansado perfil de Saga durante unos segundos. En la televisión Afrodita tomaba la palabra. El moderado aumento de volumen dio protagonismo total a su voz. Y a la del viejo Dimitri, erigido estandarte de los rebeldes eclesiásticos.

La rueda del escándalo ya estaba en marcha.

Mansión de Hypnos

No era consciente del rato que hacía que Phansy se había ido. O que la había echado, ya no lo recordaba bien. Sólo era consciente que su presencia allí le molestaba, y, más que eso, sus palabras de comprensión y consuelo.

Porque no había nada que comprender.

Como tampoco había nadie capaz de poderlo hacer.

Dos potentes focos ubicados en el suelo, a ambos lados de la anchura de la estancia, iluminaban la pared dónde se iba gestando el mural. Las oscuras figuras altas y enmascaradas se levantaban las sotanas hasta medio muslo. En el centro, los trazos a carbón insinuaban la aparición de una figura pequeña, ovillada. Al costado se apreciaba el olvido de un vestido blanco. Hypnos mojó el pincel en la mezcla que ofrecía un brillante amarillo y lo acercó a lo que parecía la cabeza agachada de un infante. Con una destreza sobrenatural comenzó a conformar los bucles de una alborotada cabellera rubia.

—"El elegido"... —musitó al dar vida a otro bucle dorado—. Siempre has sido el elegido, Hyppolitos... pero nadie lo puede comprender...

Otro toque de pincel y el cambio de color.

Una fina línea avivando una pequeña espalda curvada. Unos brazos frágiles rodeando su propio cuerpo. Unos dedos menudos clavándose en el costillar. Unas nalgas desnudas resguardadas sobre unos piececitos sucios...

—Toda ofrenda recibe una recompensa... El dolor no existe... No hay dolor en lo que se hace por amor...

No hay dolor...

Nunca hubo dolor...

Todo lo que hice fue por amor...