Un nudo.
Dos...
...y la comprobación de su resistencia con un par de tirones secos.
«Eres único...especial... Tus ofrendas salvarán el espíritu corrompido de oscuridad que habita en tu hermano... Elevarán la esencia de tu alma al reino de los bendecidos...»
¿Qué reino, Hyppolitos?¿El de la sumisión?¿El de la vejación? ¡Abusaron de ti durante años! No bendijeron tu alma..., no, al contrario...¡te despojaron de ella!
Otro nudo.
Lágrimas aguando la visión.
«Te estás convirtiendo en una decepción, Elsa... Tu arte es insulso. Pueril. Un retroceso en tu carrera...»
Mentira, Hyppolitos...sabías que era buena, y sabías que te amaba... Formabais una pareja hermosa... Nunca fue una decepción, pero a ti te superó no saber compartir el éxito con ella...
Ni con nadie...
Dientes apretados. Un gemido atorado a mitad de garganta y las lágrimas escapando de sus ojos al anudar el cuarto trecho.
«Lo siento, Hyppolitos; amo a mi marido, voy a tener una hija con él»
Violet te mintió, sí, ¿y qué? Destrozaste a Elsa por ella... Fuiste un imbécil... Huiste del amor cuando lo tenías sin necesidad de mendigarlo...
Pandora nunca te perteneció... y Phansy... Phansy fue un regalo que moría de admiración hacia ti y la ensuciaste igual que hicieron ellos contigo... Ella ya era única y especial...ya lo era...
Y tú la destrozaste.
Igual que destrozaron ellos a ti.
—¡No!
Tienes un hermano...
Siempre lo tuviste, aunque te consumieras en el odio para el que te habían adiestrado...
—¡Cállate! ¡Cállate ya!
Manos en las sienes. Palmas aplastando el pulso de las venas hinchadas bajo la sudada piel. El lejano recuerdo de querer acudir a él, de compartir esos sucios secretos que lo convertían en el ser más puro y especial... El ascenso del vómito abrasándole la garganta, el infecto sabor de la rabia estallando en su paladar...
Estás podrido, Hyppolitos...
«No les debías nada, papá...»
La oscuridad sesgada por la titilante luz de las velas. El denso olor a humedad. Máscaras. Frío esparciéndose por su expuesta piel blanca e inocente...
Repugnancia...
Dolor...
Miedo...
Terror.
El llanto robándole la respiración. Los brazos rodeándose el cuerpo y las talentosas manos agarrándose al costillar, clavando los dedos en la carne. La frente apoyada contra el suelo y la espalda arqueada y convulsa por el desconsuelo. Las emociones por décadas reprimidas, agolpándose unas encima de las otras, pugnando por ser la primera en salir.
Shura detuvo el coche frente a la mansión de Hypnos y paró el motor después de levantar el freno de mano.
—Quiero acompañarte.
Phansy resopló con cierto hastío y dirigió la mirada hacia la fachada que se erigía a través del muro perimetral.
—No es necesario, Shura. Ya te lo he dicho mil veces.
En su regazo había otra bolsa con un par de refrescos, un sándwich y una crema de verduras que se podía calentar en el microondas en su mismo envase.
—No se merece nada de lo que estás haciendo por él —incidió el abogado.
Phansy se giró y le miró directamente a los ojos durante un par de segundos en los que el silencio se volvió tenso.
—Ya lo hemos hablado— dijo al fin, con el ceño fruncido.
—Y sigo sin entenderlo, Phansy. —Shura apoyó la cabeza en el asiento e inspiró encogiéndose de hombros—. No consigo comprender por qué insistes en convertirte en su salvadora.
—¡No pretendo salvarlo!
—¡Sí lo haces! —Shura se giró en el asiento y apoyó un codo sobre el volante—. ¡Parece que hayas olvidado todo lo que te ha hecho! ¡Parece que no recuerdes que tú misma quisiste matarlo!
A Phansy se le aguaron los ojos y la respiración se le volvió más rápida.
—Sí lo recuerdo. Lo recuerdo todo, Shura —dijo con enfado—, y no te pido que lo entiendas, como tampoco te pido que me acompañes. Esto es algo entre él y yo.
—Esto es una sinrazón, Phansy...
Phansy le sostuvo la mirada antes de volver a girarse hacia la casa. Ahí, en la fría oscuridad vespertina de febrero, parecía más grande y lóbrega que nunca.
—Te guste o no es mi padre. — Phansy sujetó la bolsa con comida y abrió la puerta del coche decidida a bajarse—. Que quiera ayudarle no implica que olvide, Shura —susurró con el rostro ladeado por encima de su hombro—, pero ahora sí puedo interpretar ciertas actitudes que tú, simplemente, no puedes.
—Que ahora resulte que también fuera una víctima no borra todo el daño que ha hecho. No se merece tu compasión.
—Y yo tampoco merecía la tuya. Aun así, la tuve —dijo la muchacha, encarándolo de nuevo después de refrenar la primera intención de bajarse del coche.
Shura tragó saliva y todas las justificaciones a sus desacuerdos que se habían agolpado detrás de sus dientes. Los rasgos de su rostro se ensombrecieron y Phansy transformó la determinación de su mirada en algo parecido a la ternura cuando acarició el dorso de la mano de Shura, culminando el gesto con un sencillo apretón a sus dedos.
—Confía en mí, Shura... Sé a lo que me enfrento, y ya no le tengo miedo.
El abogado alzó la unión de sus manos y besó los dedos de Phansy antes de suspirar y resignarse.
—Está bien —dijo, bajando las manos hasta apoyarlas sobre su muslo—. Pero ten cuidado. Yo estaré esperándote aquí fuera.
Phansy esbozó una tenue sonrisa, agarró la bolsa y bajó del coche. Traspasó el muro por la puerta trasera y recorrió el jardín en dirección a la entrada principal. Ya no había la congregación de morbosos e increpadores de días atrás, pero ella prefería seguir usando el acceso secundario para evitar estar tan expuesta. Sus pies pronto encontraron el camino de baldosas de piedra que serpenteaba por el césped y los tacones de sus zapatos comenzaron a cantar con un ritmo avivado por frío. El aliento se condesaba a su alrededor a cada espiración y sus mejillas se vistieron de un hibernal color rosado que de inmediato se extendió hacia su nariz, medio escondida bajo un grueso cuello de lana bermellón. Pronto bordeó la casa y, al doblar a la derecha, sus pies se frenaron en seco: frente a la puerta principal aún había la bolsa que había dejado ahí el día anterior. Por inercia alzó la mirada hacia el piso superior en busca de algún punto de luz, pero ningún destello parecía traspasar la opacidad de las persianas ni el grosor de las cortinas. El estómago se le contrajo cuando comprobó que los víveres seguían intactos y un inesperado nerviosismo se apoderó de sus dedos cuando buscó la llave para entrar. Dejó la nueva bolsa al lado de la otra y se enfadó con su propia torpeza cuando las llaves le cayeron al suelo. Volvió a asirlas con nervio y cuando consiguió abrir la puerta, la abrazó una oscuridad asfixiante.
Allí no había nadie.
Ni un ruido. Ni una luz. Sólo suciedad y desorden. Mucho más de lo que testimonió la última vez que entró. El ambiente olía a cerrado y la oscuridad bailoteaba a su alrededor, apenas arañada por la luz que se filtraba de la calle. Al avanzar un paso uno de sus pies topó con una botella que rodó por el suelo. Cuando deslizó la mano por la pared en busca del interruptor el instinto le sujetó la respiración y, finalmente, con la luz se hizo el caos: prendas de ropa sucia esparcidas por el parqué, varias botellas de vino y de licor vacías y olvidadas sin ningún tipo de decoro, un par de cuadros de factura paternal descuartizados por el suelo. Dónde antes había habitado el más exquisito de los lujos Phansy alló el más descarnado de los abandonos.
—¿Papá?
Nada.
Phansy tragó saliva, se despojó del cuello de lana y avanzó con cautela. El corazón le martilleaba el pecho, pero sus pies parecían decididos a tomar el camino que conducía al taller.
—¿Papá? Soy Phansy... No iba a entrar, pero no cogiste la comida que te traje ayer... ¿Estás bien?
Tal vez borracho y dormido en algún rincón. Quizás inconsciente por el alcohol y la inanición...
—Papá, sé que estás en casa... No...no quiero molestarte...
Los tacones resonaban entre la densa quietud. El corazón le latía en la garganta y el estómago seguía contraído en un extraño estado de alerta. Al llegar al pasillo que conducía hacia el taller avistó luz escurriéndose por debajo de la puerta cerrada y escuchó el súbito inicio de O Fortuna.
Un suspiro de alivio atravesó sus labios. El corazón pareció ralentizarse un poco cuando avisó de su presencia golpeando la puerta con los nudillos un par de veces.
—Papá, soy Phansy... —dijo anunciándose de nuevo mientras asía la manija y empujaba levemente la puerta— creí que te había pasado algo...
***
L
Un grito desgarrador arrancó a Shura de sus pensamientos. La sangre escapó de su rostro y apenas fue consciente de la celeridad con la que llegó a la entrada.
—¡Phansy!
«¡Papá! ¡No, no, no! ¡Papá!¡Ayuda!»
—¡Mierda! —exclamó Shura con el corazón a mil— ¡Phansy! ¡¿Dónde estás?!
Las botellas tiradas por el suelo casi le hicieron caer. Trastabilló hasta ampararse en un mueble repleto de ropa y se irguió sin tiempo. Los lamentos de Phansy acuchillaban sus oídos y lo único que Shura se vió capaz de hacer fue seguir el camino que marcaban los repetidos gritos de auxilio. Atravesó la casa sin fijarse siquiera por dónde pasaba. Sólo reparó en que su diestra llevaba agarrado un atizador que ni sabía dónde lo había encontrado y corrió hacia la desesperada voz.
—¡Phansy!
—¡Shura! ¡Ayúdame!
El atizador cayó al suelo. Phansy gruñía y lloraba abrazada a las piernas de Hypnos, tratando desesperadamente de alzar todo su peso para aflojar el cerco del cuello. Shura corrió hacia ella, agarró las piernas del artista a la altura de los muslos y trató de empujar hacia arriba. Phansy se apartó, resbaló con un charco que parecía ser orina y trastabilló hasta poder apoyarse en una silla derribada.
—¡Hay que cortar el lazo! ¡Hay que cortar el lazo! —repetía sin cesar, moviéndose sin orden ni rumbo hasta reparar en la silla —¡Un cuchillo, Shura! ¡Debemos cortar el lazo! —gritó al levantar la silla y subirse en ella hasta quedar a la altura del rostro desfigurado de su padre —¡Shura! ¡Dame un cuchillo, joder! —Las manos le temblaban. Las lágrimas y los mocos humedecían sus bellas facciones, ahora desencajadas. Tocó el rostro de Hypnos y necesitó notarlo cálido. Miró sus ojos abiertos y los descubrió bañados en sangre, extraviados... vacíos... —¡Shura! ¡Haz algo, por favor!
Shura hizo acopio de todas sus fuerzas para mantener el cuerpo de Hypnos en alto, pero su temperamento racional hizo que agarrara una de sus muñecas y comprobara el pulso.
—No hay latido... —murmuró, aflojando el sostén de un peso muerto.
—¡Shura! ¡No lo sueltes! ¡Se ahoga!
—Phansy, baja... —dijo, tratando de agarrarla de una mano para tranquilizarla.
—¡Busca unas tijeras! ¡Un cuchillo! ¡Lo que sea! —gritó, zafándose del agarre sin darse cuenta— ¡Se está ahogando!
—Phansy, déjalo... —insistió Shura, ahora tomándola de ambas manos, sujetándola con fuerza.
—¡Hay que hacer algo! —Phansy trató de liberarse otra vez, pero en esta ocasión la fuerza de Shura se lo impidió —¡Debo ayudarle!
—No puedes, Phansy...
—¡Esto es decisión mía!
—¡Ya está muerto, Phansy! ¡Ya está muerto! —gritó Shura con rabia, consiguiendo así la atención de Phany, quién se sorbió los mocos y negó con la cabeza, comiéndose los temblorosos labios —Sí...ya está muerto, Phansy...
—No... —gimoteó ella, agachándose lentamente sobre la silla— No...
—Sí... —Shura dejó sus manos para tomarla de los hombros y abrazarla con fuerza—. Ya no tiene pulso. Su piel está fría...
—No, Shura...
Es español acarició su cabeza cuando Phansy la hundió en su hombro y comenzó a llorar con desconsuelo.
—Vamos, baja de la silla y salgamos de aquí. Voy a llamar al juez y a la policía.
—Y a la ambulancia, Shura...
—Sí, y a la ambulancia...
Shura mantuvo a Phansy abrazada contra su pecho, acariciándole los cabellos con una ternura teñida de nerviosismo. No pudo evitar alzar la mirada hacia el rostro de Hypnos, estudiándolo por unos segundos. El largo cuerpo se balanceaba levemente en un espacio que ahora se daba cuenta que era diáfano. La soga, confeccionada con retazos que no supo deducir bien de qué, estaba atada y bien atada al entramado metálico de la iluminación. Como telón de fondo de semejante estampa, se extendía un enorme mural aún con olor a pintura fresca. En él pudo distinguir varias figuras femeninas en una esquina; en la opuesta, una niña se le pareció extremadamente a una versión infantil de Phansy. Debajo, entre las manchas de pintura que salpicaban el suelo, vislumbró la solitaria presencia de un sobre cerrado.
Demasiado tarde para todo, Hyppolitos... pensó para sí, sintiéndose embargado por una extraña mezcolanza de emociones.
Demasiado tarde...
