Domicilio de Balrog
Lewis entró en la habitación de Ángela después de haberse regalado una larga ducha. Lucía el cabello gris todavía húmedo y peinado hacia atrás; su cuerpo lo cubría una de sus camisetas de algodón blancas y sus piernas las vestían unos pantalones de chándal de color gris claro. Ingrid estaba dormida, sentada al lado de su madre, pero con la cabeza reposando sobre la cama, apoyada en su brazo doblado en una posición difícil. El impulso de rectificarle la postura hizo que se acercara a ella, pero al descubrirla completamente dormida desistió de la intención.
Hacía un par de días que apenas dormían. El estado de salud de Ángela iba empeorando por momentos y ambos sabían que se hallaban en la recta final de un camino que se estaba tornando largo y tortuoso. Un respirador mantenía los pulmones de Ángela activos; la alimentación se suministraba vía intravenosa y la consciencia parecía haber desaparecido de su mirada, extraviada en algún punto imposible de ubicar.
Lewis se sentó en la silla opuesta al lado que ocupaba Ingrid y encendió la televisión, dejándola en un volumen lo suficientemente bajo como para poder sentirse acompañado. El compás que marcaba el respirador llegaba a ser hipnótico, aunque no consiguiera acoplarse al lento ritmo que marcaba el monitoreo del corazón. Lewis bostezó, se frotó los ojos con fuerza y cogió la mano de Ángela mientras se recostaba en la silla con la intención de dormitar un poco.
En la televisión se iban sucediendo los anuncios sin que nadie les prestara atención, y el noticiero matinal abrió la información con un titular de última hora: "Se halla el cuerpo sin vida del artista Hyppolitos Sifakis en su domicilio de Atenas". Lewis abrió los ojos de golpe y se incorporó un poco, lo justo para alcanzar el mando a distancia y subir un pelín el volumen. "Las primeras hipótesis sobre la muerte apuntan al suicidio; recordamos que el artista había sido recientemente procesado por varios delitos, entre ellos se le imputaba el asesinato de su hija adoptiva, Pandora Sifakis, crimen del cual había sido decretado no culpable por falta de pruebas fehacientes. Sifakis había sido puesto en libertad bajo fianza antes de la publicación de la crónica donde se destapaba un pasado de presuntos abusos sexuales llevados a cabo por..."
El pitido continuo y agudo del monitor de los latidos cardíacos le robó toda la atención. Ingrid alzó la cabeza de inmediato y parpadeó como si no supiese dónde estaba despertándose. El molesto pitido seguía sonando y cuando pudo ubicar todas las piezas del momento se miró a Lewis, asustada.
Él se alzó de la silla y silenció el pitido. Detuvo el goteo del suero y acabó de cerrarle los ojos con una caricia que viajó hacia el rostro de Ingrid.
—Se acaba de ir...
Ingrid tomó la mano de su marido y se agarró a ella, sintiendo cómo los ojos se le inundaban. Entre lágrimas observó el rostro de su madre, irónicamente relajado, incluso con una sombra de sonrisa moldeando sus labios.
—¿Se... se ha ido tranquila? —preguntó, con la voz rota.
Lewis asintió, tragando saliva. Su mirada también se nubló y sintió que, si hablaba, las palabras saldrían quebradas. En algún lugar de la habitación seguían parloteando sobre el inesperado fallecimiento de Hyppolitos Sifakis, pero Lewis sencillamente apagó la tele y rodeó la cama hasta llegar al lado de Ingrid, a quien abrazó con fuerza mientras le besaba los cabellos.
Piso de Shura, últimas horas de la tarde
—Saga, pasa...
Shura se hizo a un lado y Saga se adentró un par de pasos, deteniéndose en medio del recibidor.
—¿Cómo está Phansy? —preguntó al no ver a la joven por ningún lado.
—Está descansando. Me ha resultado difícil convencerla de que fuera a echarse un rato, pero finalmente se ha dormido —Shura se pasó una mano por los cabellos y acabó apoyándola detrás de la nuca para estirarse el cuello mientras señalaba el salón con la mirada—. Entra... ¿quieres tomar algo? ¿café? ¿cerveza? ¿agua? Yo me voy a preparar un café. El enésimo del día.
—Otro para mí entonces.
Shura se adentró en la cocina y Saga le siguió, sintiéndose con la suficiente confianza de tomar asiento en una de las sillas que acompañaban una pequeña mesa adosada a la pared. Ninguno de los dos dijo nada mientras el español se enfrascaba en la preparación de los cafés; Saga simplemente le observaba desde el afecto que le tenía desde siempre y Shura se dejaba acompañar por su cómplice y silenciosa presencia.
—¿Ya están los resultados de la autopsia? —preguntó al dejar las tazas sobre la mesa. Saga respondió con un sonido atrapado en sus labios cerrados y se hizo con la cucharilla para servirse una dosis de azúcar— ¿y qué dice Shaka?
—Lo que supusimos todos al ver el escenario, que la muerte fue por asfixia. Se descarta totalmente que haya sido un ahorcamiento post mortem.
—Ya.
Shura se sentó con la espalda contra la pared. Cruzó las piernas y dio un corto trago al café. Sus gestos eran secos y la evasión de mirada hacia Saga revelaba trazas de un profundo enfado. Saga removió el café, dio un sorbo y dejó la tacita sobre el plato, haciéndola rodar con la mirada clavada en ella. Una larga inspiración fue todo el sonido que llenó la cocina cuando el fiscal se apoyó en el respaldo de la silla y se fijó en la expresión ceñuda de su amigo.
—¿Qué te ocurre, Shura? —preguntó sin rodeos—. Y no me digas que nada porque sabes que no te voy a creer.
Shura tamborileó la mesa con los dedos hasta que cerró la mano en un puño y se giró hacia el fiscal, medio cruzándose de brazos sobre la superficie.
—Pues pasa que estoy cabreado, Saga —dijo con los dientes apretados—. Pasa que me siento impotente. Y frustrado. Pasa que hemos estado semanas viviendo en un infierno y ahora me da la sensación que todo se ha acabado con prisas y mal.
—En el juicio hicimos lo que estaba en nuestras manos —Saga habló con un tono calculadamente neutro, tratando de no atizar más el enfado de su colega—. Sabíamos que no teníamos pruebas rotundas, que todo quedaba en probabilidades.
—El juicio fue un puto fracaso, Saga.
—Yo no lo veo así.
Shura esgrimió un sonido irónico que pareció desacreditar la opinión de Saga.
—Hyppolitos es... era —rectificó— un perturbado mental, un ser abominable. Ahora, gracias a la inestimable aportación de ese periodista que se da de postín y al suicidio, pasará a ser un mártir: ¡"La víctima convertida en monstruo se suicida para expiar unos crímenes que cometió como consecuencia de los maltratos que recibió siendo un niño inocente"!—exclamó, abriéndose de brazos para enfatizar los titulares que ya se manifestaban en su imaginario—. Todos estos meses de trabajo y sufrimiento no han servido de nada, Saga. ¡De nada! —exclamó al golpear la mesa con el puño.
—No estoy de acuerdo, Shura.
—¡Venga ya! —se quejó el español haciendo un aspaviento con el brazo mientras negaba con la cabeza y se apoyaba en la pared, rehuyendo la mirada de Saga—. Un jodido mártir, eso es en lo que se convertirá.
—Es posible —admitió Saga, exhibiendo una actitud receptiva y racional—. Puede ser que la opinión pública acabe asumiéndolo así, pero la corriente de pensamiento que adquiera el colectivo social no es algo que nosotros podamos controlar. Lo que sí puedes controlar es tu vida, Shura, y me niego a aplaudirte cuando dices que este proceso de meses no ha servido de nada. Justamente antes que transcurrieran estos meses que tanto lamentas tú eras un hombre solitario sin más aliciente en la vida que el trabajo —le recordó el fiscal.
Shura achicó los ojos y se miró a Saga degustando el amargor de la bilis a las puertas del paladar.
—Je, mira quién fue a hablar —replicó con tono burlón—. Como si tu propia adicción al trabajo no hubiese conseguido que Shaka te jodiera con tu hermano... Como si te olvidaras que casi te mueres en medio de un juicio, igual que le pasó a tu padre...
Saga frunció el ceño y se apartó de su amigo, agarrándose a ambos lados de la mesa con los brazos bien estirados.
—¿A qué vienen estos ataques, Shura? —inquirió, molesto— ¿Qué te crees? ¿Que estoy orgulloso de lo que ocasionó en mi vida la adicción al trabajo? Pues no, no lo estoy, Shura... pero he sabido salir adelante. He sabido reconocer lo bueno que ha surgido de todo ello. He asumido mi parte de culpa y me he visto obligado a hacer un ejercicio de comprensión que me ha dolido mucho. Pero gracias a todo ello he conseguido reforzar mi relación con Shaka, y también con mi hermano. Y estoy esforzándome cada día en valorar más la vida y dar la medida justa de importancia al trabajo.
Shura parecía que no le escuchaba. Su mirada, aguada de rabia, se paseaba por las esquinas de la cocina y la mandíbula la apretaba cada vez que tragaba frustración mezclada con impotencia.
—Muy bonito todo —dijo al fin, con amarga ironía—. Idílico. De manual de autoayuda.
—Shura... Shura, mírame... —pidió Saga, abandonando la posición de alerta que había adoptado segundos atrás—. Comprendo que estés enfadado con el sistema judicial, con el mundo, con todos. Entiendo que sientas que no hemos asistido a un proceso justo, pero debes dejarlo ir... Soltarlo y fijarte en quién tienes a tu lado ahora mismo. ¿Recuerdas las veces que me juraste y perjuraste que no te volverías a enamorar jamás? —Shura se frotó los ojos con tosquedad y parpadeó un par de veces antes de focalizarse en Saga, fingiendo altivez— Estos meses que consideras estériles han traído a Phansy a tu vida. También comprendo que te moleste este repentino apego que ella ha comenzado a sentir por este hombre que tanto detestas, pero no deja de ser su padre, Shura... —Saga le sostuvo la mirada unos segundos antes de proseguir—. Si algo he aprendido durante este último medio año, es que no podemos manipular las decisiones de los demás, nos gusten o no. Permite que ella procese toda esta situación como necesite; lo único que tienes que hacer es seguir siendo el pilar en el que te has convertido en su vida, sin juzgarla —Shura bajó la mirada, la cual volvía a lucir aguada y se llevó una mano a los labios, como si quisiera detener el impulso de derrochar más palabras hirientes—. Te conozco, Shura... Somos amigos desde la universidad y sé que, muy a pesar de tu férreo juramento, esta muchacha te ha iluminado la vida. Le amas, y ella te ama a ti. Quédate con eso y acepta que, para bien o para mal, Hypnos siempre formará parte de su vida.
Saga calló y otorgó unos instantes de silencio en los que la complicidad entre ambos volvió a ser un poco palpable.
—Detesto... —murmuró Shura, tomando aire antes de dirigir su rasgada mirada hacia Saga— detesto tanto todo el mal que le hizo... Y detesto tanto que ella ahora sienta compasión y tristeza por quien le robó la infancia y la adolescencia, por quien es un asesino. ¿Sabes lo que ponía la nota que había dejado el retrato de Phansy? —Saga negó con la cabeza, aunque podría llegárselo a imaginar—. "Lo siento". Nada más. ¿Realmente crees que ese fue uno de sus últimos pensamientos? ¿Que fue sincero?
Saga valoró la respuesta inspirando profundamente.
—No lo sé, la verdad.
—Phansy se ha agarrado a estas dos únicas palabras. Se las cree. Y me cabrea que lo haga.
Saga alargó el brazo por encima de la mesa y posó su mano afectiva sobre el hombro de su amigo.
—Apuesto lo que quieras a que lo único que ahora Phansy necesita es que estés a su lado. Que lo estés sin reprenderla, sin juzgarla. Aunque te cueste.
Shura se frotó los ojos de nuevo, esta vez procurando no dejar rastro de las incipientes lágrimas que estaban a punto de escapar.
—Está bien... Está bien, Saga, lo haré...
—Lo sé.
Saga sonrió y apretó amicalmente el hombro de su asistente, quien le miró con renovado interés.
—¿Y tú? ¿De dónde has sacado tales dotes de psicólogo?
El fiscal dejó escapar una tibia sonrisa cuando retrajo el gesto.
—¿Será justamente por los enormes ejercicios de comprensión y empatía que me he visto obligado a hacer? ¿Será porque todavía estoy luchando contra el irracional rechazo que siento hacia mi tío Defteros? —expuso, arqueando las cejas— ¿Será porque finalmente soy consciente de que todos somos jodidamente imperfectos?
Una irónica sonrisa osó estirar un poco los apretados labios de Shura.
—De modo que el implacable fiscal Saga Samaras ahora se asume imperfecto.
—Aunque me joda. Sí. Lo soy. Como lo fue también mi padre.
A ese café le siguió otro. La charla se trasladó de la cocina al salón y los senderos que tomó poco a poco se fueron alejando de Hyppolitos. Phansy seguía descansando todo lo que no había podido hacer la última noche y Shura se permitió relajarse un poco y compartir con Saga algunas de sus intenciones a corto plazo.
—De trabajo te quería hablar también...—Saga se mantuvo cómodo en el sofá, pero a Shura la expresión se le volvió a ensombrecer—. Quería hacerlo desde hace unos días; no sé por qué no encontré el momento adecuado.
—¿Habrá cambios en la fiscalía?
—Me temo que sí, Shura...
—¿Como consecuencia del resultado de este último juicio?
—Más por decisión personal.
Shura se humedeció los labios y los apretó a riesgos de adelantarse a lo que fuese que tuviera que comunicarle Saga, aunque el corazón le comenzó a latir con fuerza y el estómago sintió el vacío que anticipa una mala noticia.
—Me gusta mi trabajo —dijo al fin, poniéndose nervioso ante el silencio con el que le acompañaba Saga.
—No tengo la menor duda.
—Que no te asistiera fue decisión tuya. Y la respeté. Lo siento si te ofendo, pero no creo que tu hermano sea mejor que yo desempeñando tareas de fiscal —se defendió, descolocándose aún más cuando Saga se lo miró sonriendo.
—No me ofendes, Shura. Yo tampoco podría trabajar demasiado tiempo seguido con Kanon. Consigue sacarme de mis casillas con una destreza abrumadora.
—¿Entonces? —Shura dejó el vaso en el que se había servido un trago y cruzó las manos entre sus piernas al tiempo que despegaba la espalda de la butaca y se inclinaba hacia adelante—. Ve al grano, Saga. No me está gustando nada cómo avanza esta conversación.
Saga esbozó una sonrisa, dio un pequeño sorbo a la copa que Shura también le había servido y también dejó el vaso sobre la mesita dispuesta entre los dos.
—Lo he pensado mucho y mi decisión va a ser irrevocable —dijo, frunciendo el ceño y angustiando aún más a Shura— : me tomo un año sabático, lo que implica que tú pasarás a desempeñar el cargo de Fiscal General de Atenas y que heredas con pleno derecho la investigación de los abusos sexuales que destapó el periodista que te cae tan bien.
Shura palideció. Partió los labios para esgrimir unas palabras que no conseguían voz y tragó saliva con dificultad antes de poder sacudir la cabeza y negar la oferta.
—No, Saga, no lo hemos hablado...
—Lo estamos haciendo ahora.
—Pero es muy precipitado.
—Estás perfectamente capacitado para hacerlo, y...tal y como te dije antes, quiero tomarme la vida de otra manera. Quiero descansar, viajar con Shaka, mentalizarme para un reencuentro con mi madre... No puedo hacerlo si no doy un paso al costado. Y no digo que lo dejo, sólo te pido un año.
Shura valoró la decisión con toda la rapidez racional que pudo.
—¿Un año y vuelves?
—Un año y vuelvo, aunque tal vez de asistente. O de juez —dijo, guiñándole un ojo— ¿Sabes que Dohko se jubila?
—¡No! ¿En serio?
—Me temo que acabamos con él.
Saga lo dijo tan serio que Shura no pudo evitar mirárselo con estupor antes de echarse a reír. Primero con timidez, pero de inmediato la carcajada ganó espacio hasta que ambos amigos terminaron distendiéndose a costa del peculiar juez.
Domicilio de Thane
Kanon tocó el timbre un par de veces, pero el médium no acudía a abrirle. Las persianas del salón que daban a la calle estaban bajadas, pero aún así dejaban pasar indicios de que ahí dentro había luz.
El abogado volvió a tocar el timbre, pero en esta ocasión lo secundó con un par de golpes de su puño contra la puerta.
—¡Thane! ¡Soy yo, Kanon! ¡Sé que estás en casa! ¡Ábreme!
Nada. La puerta no se movía y Kanon volvió a aporrearla hasta que se quedó con el puño sin destino y la triste presencia del médium ante sí.
—No tengo ganas de hablar, Kanon —dijo con voz cansada.
Kanon le observó la palidez que gobernaba su rostro, las profundas ojeras que hundían sus ojos violeta, el abatimiento de unos hombros que había conocido anchos y soberbios.
—Traigo comida china —dijo Kanon, mostrándole una bolsa de papel con algunos envases humeantes— y un par de cervezas frías —añadió, señalando dos botellas que había dejado en el suelo.
—No tengo hambre.
—Pero yo sí. ¿Puedo pasar? Rada está trabajando en el pub y mi hermano no está en casa para joderlo a él, así que... he pensado que podríamos cenar juntos. Si no quieres charlar no pasa nada, podemos ver una peli.
Thane inspiró paciencia y se tomó unos segundos para sopesar cómo decir que no quería compañía a quien se estaba inventando mil excusas para dársela.
—No te vas a ir, ¿verdad? —preguntó al fin, observando a Kanon con esa ternura paternal que tanto se había acostumbrado a exhibir.
—No, Thane.
El médium sonrió con tristeza y bajó el rostro, corroborando que, en efecto, también había dos cervezas frías esperando ofrecer compañía.
—Las películas me gustan de acción.
Kanon ensanchó una sonrisa de victoria y se agachó para coger las dos botellas.
—¿Denzel Washington? ¿The equalizer?
—Todavía no la he visto —dijo Thane, apartándose de la puerta para dejar paso a aquél que empezaba a considerar más hijo que conocido.
—Es muy buena. Yo fui a verla al cine con Saga. A él no le gustó mucho, pero a mí sí.
Kanon entró y Thane cerró la puerta tras él. Quizás no hablarían de lo que acababa de ocurrir, o quizás sí. De momento les esperaba una cena improvisada y una dosis de complicidad en la que las palabras tampoco hacían falta.
