Domingo por la mañana
Phansy hundió el mentón en el grueso buff de lana bermellón con el que se protegía la garganta. El cielo estaba despejado de nubes, pero el aire que barría la calle era frío y cortante. Las manos estaban bien reconfortadas dentro de los bolsillos de su cálido y largo abrigo negro y sus pasos calzaban unas botas de cuero altas hasta la rodilla. El pequeño bolso de asas cortas colgaba de su hombro y quedaba bien sujeto contra su cuerpo gracias a la protección del brazo, y unas llamativas gafas de sol escondían el dorado de unos ojos apenas maquillados.
Había transcurrido bastante tiempo desde que había salido del metro y había llegado hasta ahí, deteniéndose a una distancia prudencial de la dirección que le había facilitado Kanon a través de Saga. El barrio no era lujoso. Ni siquiera modesto. La mayoría de los bajos eran persianas sucias adornadas con grafitis carentes de talento, pertenecientes a negocios que habían perecido hacía tiempo. Varios gatos callejeros salían y entraban por agujeros que decretaban una perfecta frontera entre sus dominios y los de los humanos; algunos estaban magullados, otros delgados y sucios, los que menos aún lustrosos, pero todos recibían la solidaridad de ciertos vecinos que los proveían de alimento, a juzgar por los culos de garrafas de plástico llenos de pienso y agua, depositados cerca de sus agujeros de paso. El tráfico no era muy abundante y los peatones que pasaban por las aceras no le daban la mala espina que sí ofrecían las devastadas fachadas.
Phansy miró otra vez el portal y un estremecimiento le bajó por la espalda hasta desaparecer en sus piernas. Tres escalones a pie de acera ascendían hasta lo que era un rellano viejo. El revestimiento de esa fachada era de color gris, y alguna firma grafitera se podía ver debajo de una ventana protegida con barrotes. Había visto como minutos atrás se alzaba la persiana; incluso le había parecido percibir la cortina interior apartándose ligeramente en un extremo. Sabía que Thane estaba en casa. Y sabía que sólo debía cruzar, presionar el timbre y esperar, pero algo tan sencillo como eso le hacía sentir el corazón en la boca.
La única vez que había hablado con él había sido para hacerle un informe psicológico que falseó por petición de Hypnos. En aquella ocasión apenas le había mirado directamente a los ojos, quizás porque en el fondo sabía que nada de lo que acabaría redactando era verdad. Phansy dio otro pequeño paseo acera arriba, tratando de acopiar el valor que no sentía y, cuando se detuvo, un gato jovencito se restregó por sus botas, maullando con insistencia mientras alzaba el hocico y parecía mirársela con mimo. Phansy tuvo ganas de acariciarlo: el pelo del animal no parecía sucio y el minino se presentaba insistente en sus restregadas y maullidos.
—¿Qué pasa, pequeñín? —dijo, adecuando el tono de voz al mismo que usaría ante un bebé— ¿tienes hambre? La comida esta ahí. Va, sígueme —Phansy deshizo sus pasos avanzando medio girada hacia atrás, comprobando que el gato la seguía— Pssspssspsss, ven...
El gato se había quedado un poco atrás, pero al escuchar ese sonido tan genuinamente estimulante se entregó a un pequeño trote que lo condujo otra vez a revolotear alrededor de las botas de la psicóloga. Phansy se agachó un poco más. No sabía porqué sentía esa extraña necesidad de acariciarle el pelaje, pero cuando estuvo a punto de hacerlo, ese gato y bastantes otros, todos ellos aparecidos de la nada, corrieron hacia las manos que seguramente siempre los alimentaban.
—Puedes acariciarlos, pero no te aseguro que estén libres de pulgas —al menos quince gatos se reunieron alrededor de unas piernas vestidas con vaqueros, todos con la cola en alto y sumidos en una serenata de maullidos que no conseguía armonizarse de ninguna manera—. El que te sigue ha sido el último en llegar. Yo diría que hace pocos días que lo han abandonado, por eso se lo ve todavía tan lustroso.
Thane vació en una bolsa de basura el poco pienso que quedaba en los culos recortados de garrafas de plástico. Los dos que contenían agua los derramó directamente en el suelo y, siguiendo a lo que parecía un ritual perfecto, volvió a colocarlos todos uno al lado de otro y rellenó tres de ellos con pienso nuevo y dos con agua que traía en una botella reutilizada.
Phansy lo observó sin decir nada. Todas las fórmulas que había pensado para introducirse se esfumaron en el mismo instante de darse cuenta de que quien estaba hablando con ella era Thane. El mismo hombre al que había ido a visitar, y el mismo al que todavía no sabía cómo abordar.
El médium sólo le ofreció una fugaz mirada en la que apenas se leía nada. No había molestia en ella, pero tampoco se vislumbraba ninguna traza de alegría. Únicamente el aglutinamiento de gatos alrededor de sus piernas consiguió arrancarle una sombra de sonrisa que ni siquiera lo acompañó hasta una de las papeleras de la calle, donde tiró el pienso reblandecido. Al acercarse de nuevo a la congregación de felinos, Phansy se sujetaba en el asa del bolso con ambas manos y le miraba con una expresión compungida.
—¿Querías verme? —le preguntó Thane, casi con afecto—. Llevas mucho rato caminando acera arriba, acera abajo.
Phansy vaciló. Ladeó el rostro y se arrastró las gafas de sol hacia atrás, dejándolas sobre su cabeza como una diadema.
—Ahora mismo me siento muy ridícula —su voz sonó tímida; sus brazos, replegados sobre su cuerpo, actuaban a modo de escudo ante una repentina emoción que no sabía descifrar.
—¿Ridícula? No... no digas esto, por favor... —un atisbo de dolor cruzó la mirada del médium— ¿Quieres entrar?
Thane señaló su casa al otro lado de la calle y Phansy asintió, aún con timidez.
Atravesaron la calle en silencio y Phansy esperó un par de pasos por detrás mientras Thane abría la puerta y entraba primero. El piso, una planta baja oscura y húmeda, trasladó a Phansy directamente a los años setenta: los muebles eran de madera, recubiertos de barniz oscuro; el sofá y la butaca eran de color verde pino y la araña que colgaba sobre la mesa redonda del salón era de cinco bombillas, aunque Thane accionó un interruptor que únicamente prendió dos. A través de la ventana que daba a la calle entraba un poco de luz natural, pero la altura de los edificios frontales no favorecía que fuera suficiente para crear una atmósfera clara y agradable.
Phansy se adentró hasta quedarse en medio de la pequeña sala de estar. Mirara donde mirara no hallaba indicios de estar viviendo en el siglo veintiuno; el lujo y la ostentación que había conocido en la mansión de Hypnos ahí se reducían a una colección de muebles con más de una vida erosionada en sus esquinas. La atmósfera se percibía espesa y ni el aroma del café recién molido que estaba preparando Thane consiguió disipar el denso olor a soledad que la había abrazado al entrar.
—Puedes sentarte donde quieras. No hace falta que me esperes —el tono del médium fue afable. La invitación, sincera—. He puesto a hacer más café. ¿Te apetece uno? —preguntó desde el umbral de la cocina.
Phansy le miró a los ojos, todavía en silencio, y asintió. A continuación dejó el bolso sobre la mesa y se desprendió del grueso buff de lana. Inspirando hondo para ir tranquilizando su corazón se desabrochó los grandes botones del abrigo negro, se lo quitó dejándolo resbalar por sus hombros y lo dobló con el forro por fuera con la intención de acomodarlo sobre el respaldo de una silla. Se adecentó la falda estrecha del vestido con gestos gráciles y apartó la silla contigua a fin de sentarse en ella.
Thane reapareció con tres salvamesas de ratán y una azucarera. De un buffet con puertas de cristal extrajo dos juegos de tazas de porcelana con motivos florales azules y regresó a la cocina, donde el sonido burbujeante de la cafetera italiana indicaba la subida del café. En seguida regresó sujetando el mango de la vieja cafetera a través de un repasador y se acercó a la joven.
—Dime... ¿En qué puedo ayudarte, Phansy? —Thane sirvió café en las dos tazas y dejó la cafetera sobre el salvamesas más ancho. Su grande mano le ofreció una de las cucharillas y rodeó la mesa con el fin de sentarse frente a ella.
Phansy le siguió observando. Sintió cómo sus ojos se humedecían y partió los labios para exhalar un corto suspiro. La cucharilla rodaba entre sus dedos y al fin aterrizó dentro de la taza.0
—Supongo que debo comenzar con una disculpa —sus dorados ojos miraron el remolino que había causado la cucharilla, ahora depositada sobre el platito—. No fui limpia contigo en el momento de redactar tu informe psicológico cuando el inspector Camus te detuvo —admitió, ahora sí, fijando su mirada en la de Thane—. Mentí en él...
—Ya lo sé, Phansy.
—No es una excusa válida, pero entonces estaba cegada.
La voz de Phansy bordeó el quiebre y sus hombros se volvieron frágiles.
—Entonces tenías miedo. Actuabas condicionada por él.
Un par de lágrimas cayeron por sus mejillas.
—¿No me aborreces? —preguntó, pasándose un pañuelo de papel por el rostro.
Thane negó con la cabeza. Bebió un sorbo de café y, al dejar la taza sobre el platito, lo reafirmó de palabra.
—No, Phansy.
—Pues yo sí me aborrezco... —algunas lágrimas más intensificaron la inmensidad de sus ojos. Un suspiro entrecortado le sesgó las palabras y Thane aguardó, dándole tiempo—. Me aborrezco por haberme dejado manipular. Por creerme sus palabras... Me aborrezco por todo lo que me hizo, por mi permisividad... Me aborrezco por haber sentido deseos de matarle y... al mismo tiempo... —un hipido de emoción le licuó aún más la mirada— ...me aborrezco por haber sentido compasión por él... Era un monstruo, pero aún así..., descubrirlo muerto de esa manera...me dolió... —Thane seguía en silencio, observándola con conmiseración—. Tú... ¿tú sentiste algo por él?
Thane inspiró hondo y se echó hacia atrás, apoyando la espalda contra la silla. No era que la pregunta le disgustara. Él mismo se la había formulado en varias ocasiones a lo largo de su vida, pero que alguien se la planteara de forma tan directa y clara le hizo tomar consciencia de lo compleja que era la respuesta, de lo difícil que se apreciaba el hecho de verbalizarla y de lo doloroso que resultaba escucharla en voz alta.
—Descanso —confesó al fin, buscando mirarse en los aguados ojos de Phansy—. Descanso y liberación —aclaró—. Con su muerte me sentí liberado, o mis emociones se sintieron liberadas. Pero todavía sigo experimentando mucho dolor por todas las personas que su odio me arrebató. Por cómo las destrozó. Y no sólo me hirió a mí. Fue capaz de despedazar la vida de muchas otras personas. Tú eras su propia hija, Phansy... Nada justifica que te sometiera a los abusos que te hizo sufrir. Ni siquiera el hecho de haberlos padecido también él...
—¿Tú...tú lo sabías...? Lo de sus abusos, me refiero...
Thane negó con la cabeza.
—No. Lo supe cuando ese periodista sueco publicó el reportaje. Hyppolitos nunca me lo había confiado, pero es que desde pequeños que vivíamos con un muro de silencio levantado entre los dos. Sólo ahora, si voy atrás en mis recuerdos, puedo identificar ciertas circunstancias extrañas, situaciones que podrían dar pie a sospechas... pero, ¿cómo saberlo entonces? También éramos niños. Estábamos tan desprotegidos y éramos tan vulnerables como lo fuiste tú. Nos creíamos lo que nos decían, y lo asumíamos como lo única realidad posible en el curso natural de la vida.
Unos segundos de silencio y reflexión donde sólo se escuchaban sus respiraciones. Phansy cambió el cruce de sus piernas y Thane bebió otro sorbo de café, paciente.
—Yo debí haberlo detectado —lamentó Phansy tras buscar de nuevo la mirada de Thane—. Soy psicóloga... se supone que tengo aptitudes para leer muchos comportamientos, para comprender sobre qué tipo de vivencias se forjan algunas personalidades. No lo hice —un encogimiento de hombros subrayó la impotencia que se notaba en su voz—. Y me siento fracasada... Me siento fracasada porque pienso que si lo hubiera detectado, si lo hubiera sabido antes, tal vez habría podido ayudarle... —la voz le tembló y otra oleada de lágrimas escapó de sus enrojecidos ojos—. No puedo dejar de pensar que si yo no hubiese estado tan ciega Pandora podría seguir con vida, y estar a tu lado...
A Thane también se le aguó la mirada. Con movimientos comedidos alargó los brazos y tomó la mano que Phansy tenía cerrada sobre la mesa. Ella aceptó el gesto y le miró ladeando la cabeza; las comisuras de sus labios intentaron formar una tímida sonrisa y se agarró con fuerza a la seguridad que le transmitía ese gesto tan sencillo y a la vez tan cargado de afecto.
—Ante él eras su hija, Phansy, no una psicóloga.
Phansy cerró los ojos con fuerza y sostuvo el llanto que le sacudió el pecho. Las lágrimas ya no tenían ningún freno efectivo y acabó alzando la unión de su mano con las de Thane para sujetarse a ella con todas las fuerzas posibles.
—Envidié tanto a Pandora... —lloró, completamente entregada a su catarsis— Envidiaba que la presentara al mundo como su hija, que se dejara ver con ella en público, que la exhibiera en las inauguraciones de sus exposiciones, que se enorgulleciera de su compañía... —sus manos temblaban y su respiración surgía entrecortada—. Yo quería ese amor. Yo quería estar a su lado, acompañarlo, poderle gritar al mundo entero "este es mi papá". Pero a mí no me dejaba salir de casa. Me colmaba de lujos, de juguetes, de vestidos. Incluso a veces, y estos eran los momentos más mágicos, me daba un lienzo y me dejaba pintar a su lado. Pero yo no podía decir al colegio que tenía un padre famoso. Ni siquiera podía decir que tenía un padre. Menos aún lo que hacía con él. Porque ese era "nuestro secreto"... Era lo que me hacía más especial que Pandora. Y era a lo que me agarraba para no perder ese padre que tenía algunos fines de semana... Pero quien está muerta es Pandora. No yo. Y me siento culpable de ello... Tan culpable...
El llanto volvió a ganarla, consiguiendo escapar de su amarre y Thane se levantó de la silla y se aproximó a ella, dejando sus manos para acariciarle el rostro, mojado de lágrimas.
—No tienes la culpa de nada. Y yo no te guardo rencor por nada, ¿de acuerdo?, por nada.
Phansy alzó las manos y las llevó sobre las de Thane.
—Gracias...
Thane era calma. Thane era serenidad. Era comprensión. Thane era todo lo que ella había deseado encontrar en el padre que la vida le ofreció y se sintió embargada por una terrible necesidad de abrazarse a esa luz vestida de nostalgia.
Sin cuestionarse.
Sin juzgarse.
Sin esperar a cambio nada más que ese silencio dentro del cual descubría una inmensa capacidad de aceptación tan pura como fascinante.
—Aunque tarde... ¿puedo considerarte mi familia?
La voz de Phansy se ahogó contra el hombro de Thane.
—Por supuesto —Thane mantuvo el abrazo hasta que Phansy decidió darle aire, instante en que ambos se percibieron con sosiego—. Estoy aquí para ayudarte y acompañarte, Phansy. Siempre que quieras y lo necesites.
Phansy estiró sus labios en una sonrisa en la que aún pesaba la tristeza y se adecentó el rostro como pudo. El abismo que el llanto había abierto en su mirada aún se mostraba brillante, pero las lágrimas ya no caían.
—Hace días que tengo sus cenizas... —sus ojos se desviaron un momento y las manos retorcieron el pañuelo de papel con el que se había secado las lágrimas y repasado la nariz—. Las dejé en su mansión —un nuevo encogimiento de hombros delató la inseguridad que sentía ante dicha decisión—. No me sentía cómoda llevándolas a mi apartamento; tampoco quería que estuvieran en el piso de Shura, que es donde ahora vivo... —Thane la escuchaba sin mostrar ningún intento de interrupción—. Te parecerá una tontería, ¿no?
—En absoluto.
—No sé qué hacer con ellas —la voz se acercó de nuevo a ese punto quebradizo difícil de vadear—. No tengo ningún nicho ni panteón... Por lo que sé, él tampoco lo tenía... No sé donde su alma puede descansar mejor... Ni siquiera sé si lo que acabo de decir tiene algún sentido...
—Quieres que te ayude a buscar el mejor lugar donde poder despedirte de él.
—Donde podamos despedirnos de él. No puedo hacerlo sola...
Thane la miró, largamente. Era innegable que los rasgos de su hermano se habían impreso en ella: el abundante cabello rubio, la penetrante mirada dorada, las líneas de una belleza que tal vez habían sido la maldición de ambos.
—Buscaremos un lugar donde el alma de Hyppolitos pueda sentirse bien —la tranquilizó.
—He pensado en el mar... —propuso Phansy con la calma de sentirse acompañada—. Dicen que el mar lo cura todo...
—Sea el mar, entonces.
Phansy sonrió y se secó una nueva lágrima a punto de caer.
Thane le sonrió en respuesta y con esta calidez se abrazó a sí mismo.
La vida le acababa de ofrecer un nuevo motivo por el que existir.
Una nueva luz a la que velar y proteger.
