"It's hard for me to love myself right now
I waited, hated, blamed it all on you
Needed to be strong, yet I was always too weak
So again only blamed myself for this state we are in
I will take what you have for me now, it's not too late"

(...)

"I need you less and less
And every day leads us farther away
From that moment

It's hard for me to hate myself right now
Finally I'm understanding me
One day we may have whole new me's and you's
But first I need to learn to love me too"

Paid in full, Sonata Arctica

Hacía un par de horas que ambos hermanos estaban trabajando en silencio. Kanon apenas había abierto la boca y se había concentrado en la pintura de la habitación que le había asignado Saga sin emitir ni una sola queja. Ante la propuesta de poner la radio y escuchar música o algún programa matinal, su respuesta había sido un simple encogimiento de hombros subrayado por un desganado «me da igual».

Saga se lo había mirado de reojo, extrañado, y había acabado eligiendo una emisora de música actual. Kanon no se había presentado hasta esa misma mañana, y lo había hecho arrastrando un ánimo taciturno que aún parecía adherido a su aura, limitando su actividad a mojar el rodillo, pintar, beber café y fumar.

Fumar mucho.

Saga no dijo nada cuando vio que su gemelo se acercaba otra vez a la cafetera que él mismo había conectado en un enchufe del salón, pero cuando por el rabillo del ojo reparó en que Kanon se llevaba otro cigarrillo a los labios, dejó el rodillo en el escurridor y se abalanzó hacia él para arrebatárselo de la boca.

—Ya basta de fumar por ahora.

—¿Qué haces? Devuélvemelo —Kanon quiso recuperarlo, pero Saga se escondió la mano—. Saga, joder...

—Es el séptimo desde que has llegado.

—Ah, ¿ahora me los cuentas? —preguntó, irónico y cabreado.

—Frena un poco, sólo te pido esto.

—¿Pero a ti qué cojones te importa?

Kanon arrugó el ceño, alcanzó el paquetillo que había tirado sobre un bote de pintura por estrenar y agarró otro cigarro.

—¡Que ya vale, Kanon!

Saga arremetió contra él y esta vez se lo sustrajo todo, viéndose repelido de inmediato por un empujón bastante mal medido.

—¡¿Estás imbécil o qué?! ¡No soy un puto crío! —Kanon le miró furibundo. La fuerte respiración se apreciaba incluso en el movimiento de los hombros tensos y las ojeras que subrayaban sus ojos delataban una evidente falta de descanso—. No eres papá para controlarme así, y ya soy mayorcito —agregó, acercándose un paso con la mano tendida hacia arriba—. Devuélvemelo.

Saga negó con la cabeza, manteniendo el material lejos de cualquier intento de alcance.

—Soy tu hermano, y me preocupas.

Kanon chasqueó la lengua y miró a cualquier parte, apoyando las manos en la cadera.

—Hay que joderse...

—A ti te pasa algo —Saga se aproximó hasta quedar a un palmo distancia y se fijó en la enrojecida mirada que lucía su hermano—. No te he visto hasta hoy y desde el sábado que hablamos ya han pasado unos cuantos días.

Kanon le contempló con altivez, encogiéndose de hombros.

—¿Y? Tenía cosas que hacer.

—No tenías nada que hacer.

—Me estás cabreando, Saga... Devuélveme el puto tabaco.

—No. No hasta que no me cuentes qué te pasa.

Kanon se llevó las manos a la cabeza y resopló impaciente al dar la espalda a Saga, cambiando las ganas de estrangularle por otra acción más elegante.

—Vete a la puta mierda —masculló al tomar la chaqueta de cuero que había dejado en el suelo de la entrada—. Y contrata a alguien que lo haga bien. Como pintor eres pésimo.

La chaqueta revoleó alrededor de sus hombros y se la enfundó con gestos bruscos. Se palpó los bolsillos para ubicar las llaves y la billetera y abrió la puerta sin mirar atrás, ignorando los movimientos de Saga acercándose a él.

—Creí que te gustaría la idea. Estoy haciendo un gran esfuerzo, Kanon. Deberías valorarlo.

A Kanon se le escapó una risilla sarcástica que le hizo dar un paso al costado y girarse hacia su gemelo, a quien aplaudió con exagerado desprecio.

—Bravo, hermanito. Lo valoro. Valoro mucho lo bueno que llegas a ser —las palmas seguían, espaciadas y fuertes—. Bravísimo —Saga había fruncido el ceño y Kanon detuvo su peculiar aplauso para apoyar de nuevo las manos en la cadera—. Pero yo me pregunto, Saga...: ¿toda esta puta pantomima la haces de corazón o simplemente para quedar bien ante los demás? Porque ya me imagino cómo se hinchará tu jodido ego cuando elogien tu gesto de caridad...

—Te estás pasando... —advirtió Saga masticando las palabras.

—¿Yo me estoy pasando? —contraatacó Kanon—. Yo no he tomado solito esta decisión —el dedo índice pinchó insidioso el pecho de Saga—. Yo no te he liado a pintar un piso espantoso sin siquiera preguntarte si te iría bien —el dedo volvió a pinchar, jugando peligrosamente con la paciencia de Saga—. Yo no he ignorado tu opinión sobre algo que a mí sí me importa, no como a ti, que sólo lo haces para guardar las apariencias, para seguir siendo el hijo ejemplar que siempre has sido —zanjó, ahora con un intento de empujón.

A Saga la mirada le centelleó de rabia.

—Que te jodan —dijo al estampar el paquete de tabaco contra el pecho de su hermano, quien fue incapaz de agarrarlo antes que cayera al suelo—. Si no quieres participar en esto, lárgate —Kanon se agachó para recoger el paquete de cigarrillos y Saga abrió la puerta de par en par—. Vete. Vete y dedícate a fumar, que es lo único que se te da bien.

Kanon le miró con odio. Las ganas de hacerle daño volvieron a recorrerle los nervios de los brazos y cerró los puños con fuerza, reteniendo el torrente de ira que pugnaba por salir.

—¡Púdrete, imbécil! —escupió.

—¡Lejos de ti!

Kanon quiso controlar la puerta, pero Saga fue más rápido y se la cerró en las narices con un golpe tan severo que reverberó por todo el hueco de escalera. La furia que seguía presa en el cuerpo de Kanon estalló en forma de patada contra la pared y Saga deambuló rabioso por el piso, descargando su frustración agarrando un bote de pintura casi vacío que revoleó sin rumbo creando un verdadero enchastre.

Kanon ardió en ganas de romperse los puños contra la puerta, de derribarla a patadas y de gritar todos los insultos que se le cruzaran por la cabeza. Alzó los brazos y se agarró los cabellos, tirando de ellos hacia atrás al tiempo que se presionaba las sienes con los codos y sentía cómo una incontrolable desesperación le subía por la garganta.

No...

No iba a llorar.

Se lo había prometido a sí mismo demasiadas veces durante los últimos meses, pero desde hacía unos días que respirar costaba, dormir era una quimera inalcanzable y comer apenas le aplacaba las ansias. Únicamente el tabaco tenía ese efecto sedante que le regalaba unos minutos de desconexión, pero cada vez esos paréntesis eran más cortos y menos efectivos.

El dolor en el pie comenzó a ser acuciante y se halló sentado en los peldaños de la escalera sin ser consciente de haberlo decidido. Un cigarro torcido acudió a sus labios y sólo pudo prenderlo después del cuarto o quinto intento. Los dientes lo mordieron para dejarse las manos libres y, envuelto en humo, se deshizo el nudo de la zapatilla deportiva a fin de poder quitársela con cuidado; sentía el pulso latiéndole con fuerza en el dedo pulgar y cualquier intento de moverlo dentro del calzado le producía un suplicio que se auguraba preocupante.

—Mierda... puto gilipollas que eres, Kanon... —siseó por el latigazo de dolor.

Con los cordones bien flojos fue despojándose de la zapatilla hasta liberar el pie completamente, fijándose en el calcetín y la escandalosa mancha de sangre. El humo que salía del cigarro mordido le irritaba los ojos y la más que probable descubierta del dedo gordo machacado y ensangrentado no contribuía a mejorar nada. Kanon aspiró una larga calada que expulsó por la nariz, manteniendo el cigarro atrapado entre sus dientes mientras apoyaba el pie sobre su muslo zurdo y se quitaba el calcetín con más tiento del que había tenido durante todo el día.

Y sí, ahí estaba el resultado: la uña partida por la mitad, la sangre embadurnándolo todo y un moratón que parecía ir cobrando vida propia ensanchándose por los arrabales del pie.

Pero Kanon no iba a llorar.

Y menos por eso.

El dolor era intenso pero soportable; el tiempo y la naturaleza se encargarían de sustituir una uña sin solución y las gotas de sangre que habían caído al suelo se podían limpiar con un pañuelo.

—Mierda, joder... ¡Mierda! —exclamó, sosteniendo el cigarro entre sus dedos temblorosos al tiempo que se restregaba esa misma mano por la sien—. ¡Mierda, mierda, mierda!

Una ráfaga de tres puñetazos contra la pared secundó ese nuevo derroche de frustración, consiguiendo que la puerta del piso se abriera de golpe.

—¡¿Quieres irte de una jodida vez?!

Saga calló al instante. La visión de su gemelo con la cabeza presionada entre sus manos, el pie ensangrentado y las convulsiones de su cuerpo augurando llanto le acabaron de dar la razón sobre sus sospechas: a su hermano le ocurría algo.

—Te has reventado el dedo...

Kanon le miró con un deje de desprecio, se soltó las greñas y aspiró una nerviosa calada.

—No me digas —respondió con agrura en medio del humo—. No me había dado cuenta.

Saga chasqueó la lengua y soltó un bufido de disgusto.

—Kanon...

—¿Qué?

—Va, subamos a casa. Te lo curaré.

Kanon llegó al piso de Saga colgado de su hombro. Se sentó donde su hermano le indicó y guardó un necesario silencio. Se mordió el labio con fuerza apenas Saga le vertió un chorretón de agua oxigenada sobre la uña rota, y se tragó mil maldiciones cuando una gasa impregnada de povidona iodada le hizo arder el dedo todavía más.

Saga le curó el dedo como pudo, lo envolvió con un vendaje liviano y le ofreció un par de calcetines limpios.

—¿Me vas a contar qué te pasa? —Kanon le miró sintiendo cómo se le ataba de nuevo la garganta. Se mordió otra vez el labio y negó con la cabeza casi al mismo tiempo que Saga asentía de la misma manera y se sentaba en la misma mesita auxiliar donde Kanon tenía el pie apoyado—. Sí lo vas a hacer.

Kanon siguió sin articular palabra. Desvió la mirada hacia un rincón e inspiró de manera entrecortada. Saga seguía ahí, sentado frente a él, con la mano agarrando afectuosamente su pierna extendida, como si ese simple gesto pudiese transmitirle algún tipo de consuelo.

—Fui a hablar con el juez Dohko —susurró al fin, cabizbajo y mirándose a Saga de refilón.

—¿Con Dohko? ¿Por qué?

Los ojos de Kanon se aguaron.

—No puedo seguir ocultando lo que hice. Necesito pagar por ello —dijo con la voz floja.

Saga palideció al instante y un repentino vacío contrajo su estómago.

—Acordamos silencio, Kanon... —recordó, cortando de inmediato el gesto de afecto para erguirse en posición de alerta.

—No le hablé de ti. Ni de DM. Sólo le expuse mis actos.

—¿Tus actos? Pero el juicio está registrado, Kanon. Puede consultarlo... —el ceño fruncido de Saga no auguraba precisamente calma— ¿eres estúpido o qué? ¡Nos puedes hundir a todos!

—¡El caso ha prescrito, Saga! ¡Y no! ¡No soy tan estúpido como crees! ¡He esperado a que prescribiera para no meteros en la mierda! ¡Ni a ti ni a DeathMask! ¡Pero yo no puedo más! ¡No sé qué cojones hacer con mi puta vida! Sólo... sólo sé que necesito ordenar piezas, hacer limpieza...

Saga le observó con la preocupación inscrita en sus ojos y se alzó de la mesita de un arrebato. Con pasos airados se alejó de su hermano y trató de respirar conscientemente varias veces a fin de evitar entrar en otro bucle de reproches e insultos.

—¿Qué te dijo Dohko? —preguntó al cabo de unos segundos, todavía dándole la espalda.

Alguna lágrima resbaló por la faz agotada de Kanon.

—Que lo estudiaría. Y que esta tarde me dictará la pena a cumplir.

Saga se llevó las manos a los cabellos y se los echó hacia atrás, manteniendo la sujeción en la nuca. Su cabeza negó en silencio e inspiró con fuerza antes de dejar caer los brazos como si pesaran más que el plomo y girarse hacia su hermano.

—Estábamos bien con eso, Kanon. Lo teníamos superado... No comprendo por qué narices has tenido que remover toda esa mierda justo ahora.

—¡Ya te lo he dicho, joder! ¡Porque necesito comenzar a hacer algo bien en mi vida! ¡¿Tanto te cuesta de entender?! —exclamó, abriéndose de brazos.

Saga chasqueó la lengua y volvió a deambular por el salón. No dijo nada más. No le miró a la cara. Sólo anduvo y anduvo sin mucho sentido, con el índice diestro plegado sobre sus labios y la otra mano apoyada sobre la cadera.

—Deberías habérmelo consultado —murmuró, deteniendo sus rodeos en medio de esa repentina incertidumbre.

—¿Para qué? ¿Para que me quitaras la idea de la cabeza?

El fiscal abrió los ojos con incredulidad y se giró hacia él, lanzándole una mirada fulminante.

—¿Que para qué? —repitió— ¡No estabas solo en eso, joder! ¡Yo te ayudé! ¡DM te ayudó! ¡Tu capricho nos puede arruinar la carrera! —exclamó, casi fuera de sí.

Kanon le sostuvo la mirada y no replicó de inmediato. Si lo hacía corría el riesgo de volver a experimentar esos nefastos deseos de hacerle daño, y no quería ceder a ello. No quería dejarse gobernar por aquellos impulsos nocivos y destructores con los que tanto había coqueteado años atrás. En lugar de eso se concentró en respirar un par de veces y acabó agarrando los calcetines limpios, enfundándose únicamente uno de ellos con gestos rabiosos. Acto seguido se calzó la zapatilla deportiva y obvió como pudo el latigazo de dolor que le cruzó por el dedo.

—Das rabia, Saga... —dijo al levantarse del sofá, ignorando la sombra amenazante que su hermano cabreado proyectaba sobre él— «Yo, yo, yo y sólo yo». No cambias. No contemplas que aquí, tu «yo» no pinta nada.

Saga se mordió las palabras que se había agolpado tras la barricada de sus dientes. Todas ellas eran malévolas e hirientes, y lo sabía. Era consciente cuánto podía llegar a zaherir a Kanon si permitía que su preocupación hablara por él y se tragó todas las réplicas a consciencia, obligándose a dar un paso al costado y observando cómo su gemelo cojeaba hasta el recibidor. Tampoco dijo nada cuando Kanon se entregó a un nuevo acto de rebeldía al prenderse un cigarrillo en territorio vedado y fue cuando éste abrió la puerta que experimentó una ligera ráfaga de empatía, la cual le hizo rebajar el ego y valorar la inquietud de su hermano desde una nueva perspectiva.

—¿A qué hora has quedado con el juez Dohko? —preguntó, casi como si esgrimiera una disculpa.

Kanon sujetó la puerta abierta y le miró de soslayo, con el cigarrillo colgando de sus labios.

—¿Qué más te da? —preguntó con derrota.

Saga inspiró hondo y relajó su postura enfundándose las manos manchadas de pintura en los bolsillos de los pantalones de chándal.

—No estuviste solo entonces. No voy a dejarte solo ahora.

Kanon apresó el cigarrillo entre sus dedos y se humedeció los labios mientras conectaba su mirada con la de Saga.

—No hace falta que vengas a vigilar lo que casco sobre ti y lo que no. Te he dicho que no te metí en mi mierda. Me gustaría que confiaras un poco en mí.

Saga asintió, sujetándose a una necesaria templanza.

—Sea lo que sea que dicte Dohko, no quiero que estés solo.

Silencio.

Una intensa calada al pitillo, una mirada sesgada y una larga exhalación de humo.

—A las cuatro —respondió—. En su despacho de los juzgados.