Eran alrededor de las ocho de la tarde cuando Shura regresó a casa, siendo recibido por una densa oscuridad. Con gestos mecanizados prendió la tenue luz del vestíbulo, dejó las llaves en un cenicero reinventado y el maletín de trabajo en el suelo, al lado del paragüero. Acto seguido se despojó del abrigo, el cual colgó en el perchero, y se miró en el espejo del mueble por simple inercia. Las ojeras que ensombrecían su mirada hablaban de cansancio y la rigidez de sus cervicales avalaban las últimas noches de mal dormir. Shura se aflojó el nudo de la corbata sirviéndose de una sola mano y trató de destensar los músculos del cuello con leves estiramientos hacia un lado y otro. El silencio que reinaba en el piso era casi absoluto, manchado tan sólo por el ronroneo de la nevera en la cocina. Shura también se quitó la americana y cuando encendió la luz del salón se sobresaltó al descubrir a Phansy sentada en la mesa redonda, prácticamente en la misma posición que la había dejado al marchar, unas tres horas atrás. Lo único que cambiaba de la estampa que había despedido el español era que el sol de la tarde había sido sustituido por las luces que moteaban la fachada del edificio frontal, que el abrigo y el bolso de la psicóloga ahora colgaban del respaldo de la silla y los papeles que les habían sido entregados en el notario estaban esparcidos por toda la mesa.
La muchacha apenas se inmutó. Simplemente achicó los ojos por el imprevisto azote de luz y se entregó a un escalofrío que Shura tranquilizó con la caricia de sus manos recorriéndole los brazos.
—Phansy... ¿Qué haces todavía aquí?
El abogado besó sus cabellos y fue a partir de ese sentido gesto que Phansy comenzó a desprenderse de su profundo ensimismamiento con una larga inspiración que elevó sus hombros y rostro, el cual se apoyó contra el brazo de Shura.
—Me he quedado pensando, esto es todo...
Shura cruzó sus manos por debajo de la barbilla de Phansy y las dejó apoyadas sobre sus clavículas, gozando en secreto que la joven se sujetara a ellas con ternura.
—Estás helada...—lamentó al sentir la frialdad de su piel—. Podrías haber encendido la calefacción.
Phansy se encogió de hombros y dejó escapar un largo suspiro.
—Ya lo sé... —admitió con aire ausente—. Simplemente no se me ocurrió.
El abogado observó el desparrame de papeles sobre la mesa y revivió el impacto que ambos habían recibido apenas unas horas atrás.
—No te lo esperabas, ¿verdad?
—¿Tú sí? —sus ojos dorados buscaron los de Shura, visionándolo del revés, volcado sobre ella.
Shura negó con la cabeza y deshizo el abrazo para tomar asiento a su lado.
—Algo sí que me hubiese podido imaginar, pero que te lo legara todo...sinceramente, no.
—Es una fortuna inmensa, Shura... —sus dedos, abiertos como un abanico, recolocaron los papeles que la acreditaban como legítima heredera de una espeluznante cantidad de bienes financieros y de las propiedades inmuebles, incluida la mansión donde Hypnos había vivido las últimas décadas de su vida—. Me cuesta creer que semejante legado quepa aquí encima, que esté encerrado en estos papeles...
—Ahora es todo tuyo, Phansy.
Ella negó con la cabeza, incapaz todavía de creerse que Hypnos hubiese modificado su testamento tan sólo un día antes de suicidarse, eligiéndola a ella como heredera universal de todo su patrimonio, a excepción de las obras de arte que ya tenían residencia propia en algunos museos emblemáticos de grandes capitales como París, Londres, Viena y Nueva York.
—No sé qué hacer con todo ello, esa es la verdad. Me siento abrumada —Phansy levantó un papel y lo leyó por enésima vez, como si esperara que las palabras escritas en él pudiesen cambiar en cualquier momento—. Y siento que es injusto. Es injusto para mí y lo es también para Thane. Además... —sus ojos se aguaron, pero parpadeó varias veces para mantenerse calma y serena— no arregla el daño que hizo si es esto lo que al final pretendió —volvió a dejar el papel, inspiró hondo y clavó un codo sobre la mesa para sostenerse la cabeza. Sus abundantes rizos dorados se desparramaron alrededor del brazo apuntalado y dirigió una mirada cargada de ternura hacia Shura—. Olvidemos esto por un rato, ¿vale? —propuso, sonriéndole— ¿Cómo te ha ido a ti la reunión con Saga?
Shura la observó con devoción antes de responder.
—Bien —admitió al fin, satisfecho—. Ha sido más una charla entre viejos amigos que un traspaso de poderes. Pasado mañana se hará oficial su baja por excedencia y yo asumiré los cargos de fiscal general.
Ambos se sostuvieron las miradas y los delgados dedos de Phansy caminaron por encima de la mesa hasta dar con la mano de Shura y enlazarse en ella.
—¿Nervioso? —preguntó, ladeando la cabeza con sutil coquetería.
Shura no dejó de mirarla, permitiéndose el tiempo para inspirar hondo y erguir el cuerpo hasta pegar la espalda al respaldo de la silla, acopiando valor para hacer frente a la verdad.
—Un poquito —confesó al fin, dejando que la repuesta escapara tímida a través de su boca pequeña.
—Lo harás genial, Shura. Tienes todas las capacidades para ello.
Shura se humedeció los labios y se volvió a palpar la tensión de sus cervicales.
—Bueno... como mínimo lo intentaré.
—Ay, ¡deja de ser tan modesto! —Phansy dejó su mano y le empujó el hombro a modo de regañina—. Sabes que tengo razón. Y sabes que te lo mereces.
Shura sonrió y contempló a Phansy con la dulce sensación de sentirse valorado cosquilleándole por debajo de la piel.
—Ha sido un día largo hoy. Para los dos...
Shura se levantó de la silla y le robó un rápido beso. Sus frentes se tocaron y ambos se regalaron unos instantes de conexión que Phansy aderezó con otro beso y una caricia que se coló por debajo del cuello de la camisa.
—Sí, lo ha sido...
Shura detuvo la caricia con delicadeza y se apartó un paso, maldiciendo la tensión que seguía agarrada a sus hombros.
—Necesito una ducha —dijo, estirándose sin disimulo—. Luego seguimos hablando...
Shura le guiñó un ojo cómplice y Phansy asintió, sonriéndole desde el umbral de una tristeza difícil de descifrar. Asistir a la lectura del testamento de Hypnos había sido el colofón a unos días rebasados de emociones de todos los calibres y colores. Phansy estaba afrontando un duelo incalificable y él...él sencillamente se hallaba a las puertas de una realidad que ahora se le antojaba inmerecida.
Era una falacia negar que nunca había codiciado el cargo de Fiscal General, porque lo había hecho, y en más de una ocasión. Sabía que era capaz de defenderlo con rigor y profesionalidad. Sabía que todos los años de estudio y de trabajo al lado de Saga le habían conferido una experiencia sólida y era consciente que, con su tenacidad y disciplina, podía llegar a hacerse un nombre en el mundo de la justicia. Shura tenía presentes todos estos detalles e, irónicamente, ahora se sentía un impostor. Un impostor que incluso se arrepentía de la arrogancia con la que había aprovechado la ausencia temporal de Saga.
Las últimas semanas no habían sido nada fáciles de vivir a nivel personal, ni mucho menos profesional.
Por supuesto que no.
La frustración que lo aplastó cuando Saga decidió volver a tomar las riendas de la Fiscalía fue casi tan intensa como la que experimentó al ser apartado del caso más gordo de toda su carrera en el mundo judicial, siendo sustituido, además, por el hermano mediocre del gran fiscal.
Para Shura, el caso de Pandora había representado una decepción profesional tras otra y, ahora, verse a punto de asumir el cargo de Fiscal General junto con todas sus consecuencias, lo hundía en un mar de dudas y arrepentimientos que a duras penas lo dejaban pensar.
No te permito dudar, le había dicho Saga. Ni arrepentirte. Todos tenemos anhelos y ambiciones. Y todos cometemos errores. Desempeñarás el cargo con la sobriedad y disciplina que te caracteriza. Confío en ti, como profesional y, sobre todo, como amigo.
Como amigo...
Esa tarde Saga le había hablado todavía como fiscal al mando, pero también lo había hecho como el amigo que en él siempre había conocido. Ambos habían recordado los lejanos días en que sus caminos se habían cruzado en una biblioteca de universidad. Habían rememorado anécdotas y vivencias que los años habían maquillado de manera distinta para cada uno y Saga había acabado hablándole de Aspros.
Saga le había hablado de Aspros en infinidad de ocasiones a lo largo de todos esos años pero, por primera vez, se había permitido hacerlo desde un ángulo donde no interfería la adulación extrema que Shura le había conocido siempre. Sin saber cómo Saga había terminado compartiéndole recuerdos tiernos del Aspros padre, y otros que no lo eran tanto. Le había hablado del dolor silenciado del Aspros rendido con Kanon; un dolor que únicamente ahora, con el paso de los años, Saga sabía leer en esas miradas que él recordaba vacías, en los suspiros que ahora descifraba impotentes en vez de altivos. Y le había hablado también del fracaso en el que se había convertido el Aspros amante, en los años compartidos con Úrsula, en su incapacidad para dar el pequeño paso que Úrsula siempre esperó.
Mi padre se prometió no volver a amar y con esta estúpida promesa arrasó no sólo con su posibilidad de ser feliz, sino también con la de otras personas... No hagas lo mismo que él, Shura... A veces las promesas también pueden romperse. A veces deben romperse...
Fue justo en ese momento que Shura había recordado a Rosa, maldiciendo la subrepticia intención de Saga para conducirlo hasta la esquina de sus pesadillas mejor guardadas y ahora, bajo el cálido abrazo del agua, Shura seguía pensando en Rosa. En el abandono que había sufrido frente al altar de la Basílica del Pilar de Zaragoza. En los murmullos de asombro de los asistentes a la boda. En la expresión atónita del cura. En la vergüenza de saberse desamparado y expuesto ante centenares de ojos morbosos. En la amarga confusión que le había subido por la garganta. En la furia que se había obligado a retener en sus puños tensos. En las lágrimas que habían resbalado por su rostro pálido. En la desolación de su madre y la rabia de su padre. Y en cómo había sido justamente Saga quien había subido al altar y le había sostenido la incomprensión. La ira. El dolor. Y la promesa escupida desde la más honda humillación.
Nunca, Saga... Nunca más en mi vida volveré a amar a ninguna mujer.
Shura lo había cumplido, y lo había ejecutado con un desafecto devastador. Las pocas relaciones que había establecido después habían sido frías y distantes, decapitadas en el mismo segundo en que algún sentimiento de apego hacía el amago de aparecer.
En sus horas más oscuras incluso había llegado a menospreciar el amor, y recordó con una mueca de recriminación hacia sí mismo el día en que se había atrevido a desdeñar la ilusión de Saga, cómo había intentado presentarle mil y una razones por las cuales un capricho pasajero con un joven forense en prácticas iba a naufragar.
Saga, es un crío... Ni siquiera ha acabado los estudios de medicina. Al menos le sacas ocho años... ¿desde cuándo te gustan tan jóvenes? ¿No te estarás encaprichando? Es soso, insulso...
Secretamente había deseado que esa aventura naufragara.
Sus celos habían deseado que naufragara.
Y su rencor había seguido allí, alejándolo de toda posibilidad de vivir una vida un poco menos solitaria hasta que el destino, o el azar, le cruzó a Phansy en su camino.
La joven, hermosa, atractiva y segura psicóloga de la comisaría de policía.
Phansy y su sensual belleza.
Phansy y todas sus magnéticas contradicciones.
Phansy y su bolso sin fondo repleto de heridas, miedos y escudos.
Conocer a Phansy no había sido fácil. Dejarse conocer, tampoco. Los dos se habían acostumbrado a vivir detrás de unos muros altos y gruesos, impracticables para el amor. En la intimidad de la cama se habían entregado unos cuerpos sin marcas, pero cuando las almas comenzaron a desnudarse de verdad, cuando se fueron resquebrajando todas las capas de pretextos bajo las que se protegían, ahí surgieron las heridas.
Aún abiertas.
Aún cubiertas con fuertes vendas de silencio manchadas por el miedo a ser juzgadas.
Shura, tú la amas ¿Qué más da todo lo demás? Olvídate de promesas, olvídate de pasados... El pasado, pasado está... El presente es este, pero tampoco se detiene para esperar a nadie...
El abogado detuvo el agua y se quedó con la cabeza gacha y la mirada perdida. El agua que se escurría por su cuerpo y un escalofrío se esparció por toda su piel. No era fácil asomarse a ese abismo y mirar hacia abajo... No era sencillo pisar la maleza de la traición, los miedos al fracaso, la seguridad de la soledad...
No. No lo era.
Y Phansy era justamente el compendio de todo lo que se había prometido evitar, la suma de todo lo que había criticado en Saga y su diferencia de edad con Shaka, la conjunción de una belleza sublime y un alma en reconstrucción...
Phansy era, simple y llanamente, el motivo por el que había vuelto a sonreír y a sufrir.
Y Phansy estaba ahí.
A pesar de todo y todos, seguía estando ahí.
¿A qué esperas, Shura?
—Sí, Shura...¿A qué esperas? —masculló.
Shura agarró la primera toalla que tuvo a mano de un arrebato y se frotó el rostro y la cabeza con frenesí. La enrolló en su cadera y apenas arrastró los pies en la pequeña alfombra que suavizaba la salida. Abrió la puerta y resistió el golpe de frío con el que lo recibió la atmósfera del pasillo.
Con tres zancadas se personó en el salón y, sin esperarlo siquiera, Phansy se le abalanzó como una exhalación.
—¡Lo tengo! —exclamó con gestos eufóricos—. Crearé una fundación desde dónde se ayudarán a los menores de edad víctimas de abusos sexuales —soltó con un brillo restaurado tanto en su mirada como en su voz—. Lo he visto, Shura, así, de repente —los dedos chasquearon al aire—. Será un espacio seguro, un lugar donde los jóvenes puedan acudir de forma anónima si así lo desean. Incluso habrá una zona con habitaciones y servicios básicos en caso de que necesiten aislarse unos días. Construiré un equipo de psicólogos que esté a la altura de las circunstancias y buscaré la forma de fomentar las denuncias —se dio media vuelta y anduvo de regreso a la mesa, volviendo a ojear algunos de los papeles—. Aún no sé dónde ubicar esta especie de residencia de apoyo... Podría remodelar la mansión... —su cabeza negó levemente, meciendo los abundantes bucles rubios—, aunque hay tanta carga ahí dentro que...no sé. Quizás será mejor pensar en otro lugar... Adquirir algún edificio en las afueras y rehabilitarlo...
—¿Quieres casarte conmigo?
Phansy se quedó congelada, con el gesto sostenido en el aire y las ideas de su proyecto pendidas de la atmósfera, de repente densa.
Shura sentía la garganta árida, el pulso desbocado y el estómago vacío.
—Phansy... ¿Quieres casarte conmigo?
La muchacha se giró hacia él lentamente, como si despertara de un largo sueño, y le miró a los ojos con el ceño fruncido. Una ráfaga de lucidez destensó un poco la rigidez de sus cejas y fue entonces cuando se dio cuenta de que Shura estaba plantado a las puertas del salón, chorreando agua y con una simple toalla bajo su cintura como única indumentaria.
—¿Qué?
El terror y la vergüenza colisionaron en la mirada de Shura.
—Sé que no es la manera —se apresuró a justificar—, que hubiera sido mejor en un restaurante. O durante una cena romántica en casa con un buen vino tinto español. O en medio de un paseo por la playa. O a los mismos pies del Partenón —un brazo se extendió con nervio para señalar la hipotética posición del centro de Atenas—. Sé que la tradición invita a regalar un anillo y sé que...
Phansy había avanzado hasta llegar frente a él.
—Sí.
—No he pensado en nada de esto —confesó Shura, encogiéndose de hombros—. No tengo anillo. No he reservado mesa en ningún restaurante. Ni siquiera he comprado un vino... —Phansy le contemplaba con los ojos brillantes y el corazón a mil—. Y por la manera en que me miras...mejor que olvides lo que acabo de decir...
Shura hizo el ademán de retroceder, pero Phansy le agarró de la muñeca y lo retuvo ahí, mojado, nervioso y totalmente ruborizado en medio de la locura más grande de su vida.
—Sí.
—¿Ves?... Lo...lo siento... —se excusó, refugiándose del bochorno mirando hacia el suelo—. Yo creí que...
—¡Que sí! —exclamó Phasy, colgándose de su cuello— Sí, Shura. ¡Sí!
—¿Sí?
—¡Sí! —Phansy le robó un beso que no tuvo nada de formal y siguió abrazada a su cuello cuando dejó su boca y se perdió en la profundidad de sus ojos rasgados—. Claro que sí, Shura... Si yo...maldita sea, yo te amo desde el primer día que me acerqué a ti...
—Soy casi nueve años mayor que tú...
Shura la tomó de la cintura y la atrajo bien hacia sí. Poco le importaba que Phansy pudiera sentir el temblor que seguía asentado en sus manos y ella simplemente le observó de esa manera tan suya, mordiéndose los labios mientras dejaba de rodearle el cuello y le acariciaba los brazos, fríos y húmedos.
—Al fiscal Samaras no le va tan mal...—le recordó, llevando la caricia hacia arriba hasta juntar sus manos sobre el pecho del abogado.
—No soy un hombre demasiado alegre...
—¿Quién lo dice esto?
Shura alzó la mirada hacia ninguna parte, incapaz de retener un deje de tristeza.
—No hace falta que me lo diga nadie. Sé cómo soy...
Una ráfaga de decepción cruzó por las facciones de Phansy, quien se separó lo justo para poder mirarle directamente a los ojos.
—Eres leal —dijo—. Discreto. Noble. Justo. Comprensivo.
—Aburrido...
—Hogareño. Celoso de tu intimidad. Enamorado de tus montañas. Compañero de tu gente...
—Hay hombres mucho más guapos que yo...
Phansy fingió tomarse algunos segundos para valorar esa afirmación.
—Seguramente. Pero no serán tan sexys como lo eres tú... —los finos dedos jugaron con el vello del pecho de Shura, tironeándolo con sensual malicia—. Y...me apuesto lo que quieras a que no pedirán matrimonio recién salidos de la ducha, chorreando agua y muriéndose de frío...—los dedos rozaron los tiesos pezones del abogado, descendieron por su torso hasta llegar a la frontera impuesta por la toalla y ahí se detuvieron—. Gracias Shura... —Phansy alzó la mirada hacia el rostro de Shura y toda la coquetería del momento se derrumbó con un inesperado golpe de emoción.
—Gracias ¿por qué? —preguntó él, contagiándose de ese aire triste.
—Pues por no ser demasiado alegre —manifestó—. Gracias por ser aburrido. Gracias por haberte convertido en amigo, compañero y amante... —sus dorados se habían aguado de nuevo, pero no importaba, porque los de Shura los acompañaban—. Gracias por dejarme ser yo misma... Por no juzgarme. Por no condenarme... No quisiera otro hombre, Shura. Me da igual que no bailes por casa y que no cantes en la ducha. Que no seas el alma de ninguna fiesta y que no te guste brillar por encima de los demás. Te juro que me da igual —dijo con vehemencia—. Te brilló el alma los días en que me llevaste a tus montañas, que me hablaste de ellas, que me enseñaste a respirarlas...Te brilla cuando me miras. Te brilla cuando una injusticia te supera...—Phansy sintió cómo una lágrima caía por su rostro y se la secó contra su propio hombro—. Aburrido dices...—repitió, negando con la cabeza—. Te apasionas con lo que amas y... ¿sabes que te hace incomparablemente sexy y diferente a muchos hombres? Que no eres consciente que lo haces. Tu entrega es pura, Shura...
Shura se había quedado sin palabras. Un nudo le atenazaba la garganta y las pequeñas manos de Phansy se alzaron hacia su rostro para llevarse las lágrimas que también había caído por sus mejillas.
—Te amo, Phansy... —consiguió pronunciar después de aclararse la garganta—. Te amo como no imaginé poder...
Phansy lo calló con otro beso, y Shura lo correspondió.
Con pasión.
Con entrega.
Con la pureza de un corazón leal y un alma en plena efervescencia.
