Saga se sentó en el sofá y deslizó las manos por encima de la tapicería nueva, de un color grisáceo que ayudaba a conseguir un tono decorativo neutro; los muebles del salón también seguían una línea minimalista con tendencias nórdicas y las cortinas únicamente lucían una delicada cenefa gris oscura en la parte inferior. Todavía no había electrodomésticos, pero como mínimo el trabajo de pintura ya estaba solventado, gracias finalmente a la contratación de un equipo profesional, y la renovación del mobiliario acababa de zanjarse con la llegada del sofá de tres plazas y una butaca a juego.

El olor a pintura fresca seguía respirándose en el ambiente y Saga pensó en lo frío e impersonal que le parecía todo. Miró el sofá y de repente lo encontró pequeño e insuficiente. Deslizó su mirada por el suelo y las baldosas se le antojaron antiguas y desfasadas. Se fijó en una de las esquinas y vio que aún quedaban manchas de pintura por quitar. Paseó sus verdes ojos por la pared vacía de decoración y llegó a la puerta de la cocina, barnizada con un tono oscuro que no combinaba nada con los muebles que había elegido. Sin saber a cuento de qué todo comenzó a parecerle feo y su mente se empeñó en buscar infinitas razones que avalaban el error cometido con la toma unilateral de esa decisión: que si el piso era demasiado pequeño, que los muebles podrían ser de mejor calidad, que en el suelo luciría mejor si se hubiese puesto parqué... De la cocina mejor ni hablar; el mobiliario era el heredado de los antiguos inquilinos y, aunque ahora estaba limpio y practicable, los años ochenta transpiraban por doquier, los fogones necesitaban una nueva instalación y la nevera todavía no estaba ni comprada, y si se ponía a pensar en el baño y en su inodoro de color salmón le acaecían todos los males.

...

—La cisterna del wc pierde agua —informó Saga desde la calidez de su propio sofá.

—Seguramente habrá que cambiar la válvula de descarga. Esto hasta lo podemos hacer nosotros mismos. En el IMF pasa a cada momento... —Shaka dejó las dos copas de vino que tenían a medias sobre la mesita baja y se sentó en la esquina, con la espalda bien acogida por un par de grandes cojines y las piernas estiradas sobre un puf.

—Y tiene ese engrudo negro ahí en el fondo que no se desaparece con nada —una mueca de asco deformó sus labios, pero no pareció afectar la sensibilidad de Shaka.

—Pues se compran unos polvos desincrustantes y si no sale probamos con salfumán —Shaka se quitó la goma con la que se había sujetado el cabello a lo largo del día y propició que este cayera libre sobre sus hombros.

—Los muebles que elegí son muy simplones —siguió criticándose Saga.

—¡Están bien, Saga! —exclamó el forense, rozando la extinción de su paciencia—. Y los de los dormitorios también. No son exquisitos —admitió, escenificando algún gesto de grandeza—, pero son nuevos y útiles. Al final esto es lo que importa, que sirvan para su cometido.

—¿Te gusta entonces como queda?

La duda seguía presente, tanto en la pregunta como en el tono tímido de su voz.

—A mí sí —Shaka alargó el brazo y agarró su copa, a la que le dio un sorbo—. Eres tú que tienes problemas con todo. Primero lo alquilas sin compartir la idea con nadie y, ahora que lo tienes listo, parece que lo aborrezcas —Saga arrugó la nariz y también alcanzó la copa de vino—. No puedes estar comparándolo continuamente con ésto —continuó Shaka, paseando la mirada y el vino por el vasto espacio del ático.

Saga también bebió un sorbo e hizo una mueca que oscilaba entre la decepción y el disgusto.

—Puede que tengas razón...

—De dos áticos tú hiciste uno, y es inmenso. Lo decoraste a tu gusto e invertiste en él lo que te dio la gana. Gracias a tu trabajo pudiste permitírtelo, y está genial, es totalmente legítimo —expuso Shaka, con la copa en la mano y el cabello suelto asilvestrando su aspecto un tanto cansado—, pero esto no quita que un piso más pequeño y amueblado de forma básica no sea funcional. Y el de abajo lo es. Ahora lo es —rectificó, después de recordar cómo lo vio la primera vez.

Saga apuró del tirón el poco vino que le quedaba y dejó la copa sobre la mesita antes de tomarse la libertad de tumbarse y apoyar la cabeza sobre el regazo de Shaka.

—Ya lo sé, Shaka. Es sólo que... Nada. Olvídalo —Saga buscó el mando a distancia de la televisión por debajo de su costillar y comenzó a pasar canales hasta que dio una película que justo estaba empezando. En los créditos de inicio salía el nombre de Tom Hanks y por lo que Saga pudo comprobar chequeando la información del film, trataba sobre un secuestro en alta mar—. Captain Phillips se titula —dijo, fingiendo un aire distraído.

—Está bien. Es un drama de acción.

Saga movió la cabeza lo justo para visionar a Shaka y descubrirlo con la copa cerca de los labios y su azul mirada fija en la pantalla.

—¿Ya la has visto?

—Sí, en el cine. Cuando la estrenaron.

Saga arrugó el ceño y recordó una de todas las reprimendas que últimamente le había despachado el juez Dohko: «deberías ir más al cine; eres joven Saga, espero que hayas comprendido el valor que tiene la vida», le había sermoneado en una ocasión cuando él mismo le admitió su falta de dedicación al ocio y, en concreto, en escaso aporte al mundo cinematográfico.

—Irías con Mu, imagino... —dedujo sin mucha alegría.

—Siempre iba al cine con Mu. Era como nuestra tradición de los viernes. Además, tú tampoco has mostrado nunca mucho interés en ello...

—¿Me estás reprochando algo?

Saga clavó el codo en el sofá y alzó la cabeza para encarar a Shaka. El mal humor que lo había acuciado durante la tarde parecía querer surgir de nuevo, aunque esta vez Saga lo retuvo detrás de sus dientes apretados mientras Shaka rodaba la vista al techo e inspiraba profundo.

—No, Saga —dijo, visiblemente cansado de tanto gruñido acumulado de días—. Tú me preguntas y yo te respondo. Tú insinúas y yo te confirmo. —Shaka dejó la copa casi vacía sobre la mesita y obligó a Saga a erguirse cuando decidió sentarse de medio lado con una pierna doblada bajo su trasero—. Ahora soy yo el que te va a preguntar —advirtió el forense—. ¿Cuántas veces hemos ido al cine tú y yo juntos?

—¡Al principio de salir íbamos a menudo!

—Íbamos a enrollarnos...

Saga chasqueó la lengua y desvió la mirada.

—Es muy burdo decir esto. Como si yo fuese igual que mi hermano...

Shaka se mordió los labios y las palabras e inspiró hondo otra vez, dándose tiempo para ordenar todo lo que quería decir sin acercarse demasiado a la ofensa.

—Mira Saga, no tengo ni idea de lo que hace Kanon cuando va al cine. Ni siquiera sé si va al cine. Lo único que sé es que, a mí, esas películas de las cuales no recuerdo nada me encantaban. Y me encantaban porque estaba contigo, porque sí, aunque ahora te de vergüenza reconocértelo, me ponía a mil que te sacaras la máscara del fiscal altivo y profesional que comenzabas a lucir. Era adrenalínico.

—Peeeero... —pinchó Saga, un poco molesto.

—Pero luego, cuando comenzamos a vivir juntos, me acostumbré a tu rutina —Saga bajó la mirada y demasiados recuerdos desagradables acudieron de nuevo a su mente—. Comenzaste a trabajar más, a tener casos más importantes, a dedicarles más tiempo. Yo entendí que necesitaras volcarte en ello, pero ahora no te puede molestar que yo saliera con Mu a cenar por ahí ni que fuéramos al cine. Es más, yo te informaba de ello, aunque ahora me doy cuenta de que tal vez ni me escuchabas... —las facciones de Saga se habían ensombrecido y su mutismo comenzaba a resultar tenso—. Lo siento Saga, pero tú me has preguntado...

La televisión seguía emitiendo la película, ajena a la extraña discusión que había generado. Saga desvió la mirada hacia la pantalla y tragó saliva con esfuerzo. En su garganta se había formado un nudo, pero no era de emoción, sino de rabia.

Rabia hacia sí mismo.

Rabia hacia unas actitudes tras las cuales se había sentido muy holgado y cómodo.

Unas actitudes que aún costaba asimilar como egoístas.

—No he sabido ser una buena pareja.

—No digas esto, Saga... —una repentina tristeza subió a los ojos de Shaka.

—Soy un egoísta y un egocéntrico, esta es la verdad. Kanon tiene razón cuando dice que lo del piso lo he hecho para guardar las apariencias, para ser el hijo ejemplar que siempre he sido... Para ser mejor que él, esto es lo que le faltó decir, aunque seguro que lo piensa...

Shaka se irguió a la defensiva y Saga apretó los dientes, desviando la vista.

—Saga...no vayas por ahí, por favor... Saga, mírame... —pidió Shaka, con tono suave—. No creo que lo del piso lo hayas hecho por egoísmo, ni por ser mejor que Kanon ni por guardar las apariencias. Lo has hecho porque te ha salido del corazón —Saga soltó una larga exhalación y apoyó la cabeza contra el sofá mirándose a Shaka con ternura, dejando que el forense acariciara su mano hasta entrelazarse con ella—. Estás afrontando un año de muchos cambios. Y yo también... Todos —resumió, encogiéndose de hombros ante la evidencia—. Todos nosotros estamos encajando piezas nuevas, y no es fácil. Nada fácil —recalcó—. Tú estás asentando las bases para recibir una nueva familia, Kanon saldará las deudas con su pasado, Shura lo hará tan bien que no dejará que vuelvas —le picó con una sombra de sonrisa— y yo quiero creer que algún día superaré el dolor que supone cruzar el jodido duelo por una amistad.

Saga estrechó la mano de Shaka con fuerza. Desde que Mu se había ido que el carácter del forense se había oscurecido un poco, pero Saga no había querido profundizar por motu propio en un tema que, para él, no era esencial. Saga era bueno evitando frentes en los que sus prioridades debían ceder peldaños y Shaka lo era guardándose bien adentro unas emociones que, sin embargo, ahora estaban intentando salir.

—Echas en falta a Mu, ¿verdad? —preguntó, envalentonándose a traspasar un tabú con nombre propio, y ahí las facciones de Shaka se transformaron en una expresión de pura tristeza que le aguó la mirada sin remedio.

—Muchísimo —admitió Shaka al fin, forzándose una sonrisa que acabó cruzada por una lágrima.

—¿Sabes algo de él?

—Que llegó bien. Nada más. Así lo pactamos.

Shaka se restregó la manga de su jersey de hilo grueso por el rostro y se dejó derrumbar contra el parapeto de cojines que tenía detrás.

—Podéis hablar por whatsapp, o por mail si ahí los móviles no funcionan bien...

—No quiere —expuso Shaka por primera vez en voz alta, rompiendo el secretismo con el que había estado guardando los últimos momentos vividos al lado de Mu—. Me pidió silencio y tiempo.

—¿Tiempo para qué?

—Pues para olvidarme, Saga... ¿para qué va a ser?

—Nunca se va a olvidar de ti, como tú tampoco lo vas a olvidar a él.

Shaka suspiró y se entregó a unos segundos de íntima conexión con su propio dolor, aún vivo.

—Me siento culpable de su marcha —confesó—. Y también me siento egoísta por detestar que no esté más aquí conmigo, por haber perdido nuestras conversaciones, nuestros momentos juntos... —sus ojos enrojecidos buscaron los del fiscal, anhelando hallarlos compañeros— ¿Ves? No eres el único egocéntrico...

—Te sientes solo...—se aventuró Saga, haciendo un sincero ejercicio de empatía.

Shaka lo observó durante unos segundos más y finalmente asintió y negó a la vez, mordiéndose los labios antes de hablar con la voz rota.

—No es que me sienta solo realmente... es que siento que una parte muy importante de mí ha quedado vacía de golpe... —intentó explicar—. Y luego, en el IMF, me cabrea todo lo que hace el sustituto de Mu, no porque lo haga bien o mal, sino simplemente porque no es Mu. Porque no puedo escuchar música con él en la sala de autopsias. Porque no puedo esperar que saque una botella de ginebra o vodka y un par de vasos de plástico del cajón de su escritorio durante las noches de guardia. Porque no puedo contarle cuando algo de ti me gusta o me hace rabiar... Porque ese tío nuevo no sabe nada de mí, y yo no sé nada de él y...y, lo peor de todo, es que no me apetece saber nada de él ni que él sepa nada de mí. Porque no es Mu. No es mi amigo. Mi amigo ya no está. Y jode, Saga... Jode mucho dejarlo ir...

Saga le contemplaba con tristeza. No le gustaba en absoluto descubrirlo tan frágil y, menos aún, no haber sabido ser su apoyo en el momento adecuado. Le soltó la mano y alzó la suya hasta el rostro del forense. Le acarició la mejilla húmeda con el pulgar y dejó que la ternura se deslizara por los cabellos sueltos que le enmarcaban el rostro y caían sobre el pecho.

—¿Por qué no me compartiste todo esto cuando se fue?

Todo el ánimo de Shaka se encogió junto a sus hombros.

—Acababa de terminar el juicio. En seguida sobrevino la aparición del reportaje de Afrodita y la súbita muerte de Hypnos... Tú estabas valorando qué hacer con tu futuro y luego ya nos encontramos con el tema del piso y la próxima llegada de tu familia...

—Tú también eres mi familia —recordó Saga, repentinamente serio.

—No quería molestarte en exceso con la marcha de una persona que ni siquiera apreciabas demasiado...

Las excusas de Shaka se iban terminando y así lo delataban las dudas cada vez más patentes en la debilidad de su voz.

—¡Shaka, por favor! No siempre sé leer los silencios de quienes me rodeáis...

El forense se sujetó la frente y contempló a Saga otorgándole la razón con otra dosis de esos difíciles silencios, rindiéndose al fin a la evidencia.

—Tal vez necesitaba digerirlo un poco primero...

Saga dibujó una sutil sonrisa y volvió a juguetear con los largos mechones rubios que esa noche vivían libres de ataduras.

—Así que ginebra y vodka en vasos de plástico... —dijo, más burlón que sorprendido.

—Y sin hielo.

—Uuuhhhg...

Ahí Shaka rio un poco, lo justo para destensar el dolor anquilosado.

—Sí. Uuuhhg... Pero después de horas sin curro y sin dormir, no nos sabía tan mal —Saga inspiró, enarcando las cejas y partiendo los labios para esgrimir algo que Shaka detuvo ahí con una advertencia—. Y no me digas que pasará, Saga...

—Es que pasará.

—Ya lo sé. Y estoy trabajando en ello. Pero no me apetece que me recuerdes lo bonito que volverá a ser todo o que encontraré nuevos amigos cuando menos me lo espere. Ahora no.

Las palabras que Saga había preparado querían salir a pesar de la sugerencia de permanecer mudas, pero la firmeza que vio en la expresión del forense pareciendo aguardar la coletilla de rigor consiguió que cambiara la positividad de manual por una retirada cauta.

—Está bien. Todo lleva tiempo —razonó—. Y yo debería saberlo mejor que nadie, ¿no?

Shaka asintió y se aproximó a Saga para besarle los labios, susurrando un sincero «gracias» que fue correspondido con otro beso.

—Mañana no trabajas —dijo Saga, separándose un poco. El forense negó con la cabeza y una idea loca cruzó por la del fiscal—. Pues vayamos al cine. Hoy. Ahora. ¿Qué te parece?

Shaka le miró entre sorprendido y tentado, aunque su mente racional analizó el panorama en fracciones de segundo.

—Saga, a estas horas ya debe estar en marcha la última sesión de la noche...

—Pues vayamos a alguna sesión golfa(1). Seguro que todavía se hace en algunas salas.

Al fiscal le brillaba la mirada por la emoción que le generaba su propia proposición mientras que Shaka intentaba encajar ese brusco cambio en las perspectivas de la noche.

—Es posible que sí, pero... ¿qué quieres ir a ver? ¿estás al tanto de la cartelera actual? ¿hay alguna que te interese?

Saga se levantó del sofá, se atusó la ropa y se plantó frente a Shaka, con las manos en la cadera y la mirada rejuvenecida tres años.

—¿A ti te importa la peli? Pues a mí tampoco.

(1) Sesión golfa: es una forma vulgar de refererirse a las sesiones de cine u otros espectáculos que empiezan a altas horas de la noche o de madrugada. Se usa el término "golfa" porque antaño, al ser sesiones que terminan sobre la de la madrugada, se consideraba que acudían a ellas personas vividoras, golfas u holgazanas. El género puede ser cualquiera y el precio acostumbra a ser más económico.