Capitulo 7 - Acto 3
DOA Gaiden Volumen 1: La caída del Mugen Tenshin
La oscura noche se cernía sobre la capital del vasto imperio de Vigoor, envuelta en un manto de nubes colosales que cubrían el firmamento. La ciudad yacía en la penumbra; sometida al capricho de una tormenta sin precedentes. Las gotas de lluvia caían con furia transformando las calles en un entramado de charcos y riachuelos que fluían en las aceras y avenidas de la ciudad.
Las familias ante la repentina interrupción de la energía, encendían veladoras en sus hogares, creando pequeños oasis de luz que resaltaban de una casa a otra como si intentasen luchar contra la oscuridad absoluta que reinaba en todos los rincones.
Bajo la tormenta y soportando las ventiscas, Hayate aguardaba junto a su hermana y junto a Irene. Tras él, un puñado de camaradas esperaban sus órdenes mientras custodiaban desde las alturas de las casas las entradas de las alcantarillas en el distrito de Dworku. Las capuchas de sus trajes de combate cubrían sus rostros, dejando que sus ojos exploraran cada rincón del distrito en busca del más mínimo movimiento.
La caída de un rayo cercano marcó la llegada de Ryu junto a Momiji, apareciendo frente a ellos y uniéndose a su búsqueda mientras Kasumi observaba desde lejos con unos prismáticos, buscando pistas de los enemigos en los alrededores.
En un momento de silencio y de repente, varias tapas de las alcantarillas salieron volando, disparadas al cielo con presión. De las alcantarillas, fueron expulsados varios perdigones que, tras dar un rebote contra el suelo, liberaron grandes cantidades de un gas blanco que cubrió el lugar, ayudando a su salida.
Una hilera de camionetas blindadas encendió las luces en una zona cercana, mientras los hombres que surgían de las alcantarillas escapaban con rapidez, ingresando a los vehículos.
Hayate, mirando sorprendido cómo habían anticipado su movimiento dijo: — ¡Síganlos! ¡No dejen que escapen! —. Las siluetas del grupo se dispersaron en todas las direcciones tras la caravana que avanzaba a gran velocidad en dirección a las modernas urbes de la ciudad, saltando entre los edificios siguiendo desde lo alto el camino de sus objetivos.
Pese a todo, la persecución se detuvo cuando vieron cómo la caravana se adentraba en un túnel. Haciendo una mueca de descontento, Hayate ordenó a todos dispersarse en tres direcciones. Los túneles subterráneos daban acceso a las afueras de la zona norte, este y oeste de la capital y sin pensarlo dos veces, cada grupo se dio a la persecución antes de que estos emergieran nuevamente a la superficie.
Ryu y Momiji se dirigieron al norte, Hayate y Ayane se dirigieron al este y el grupo de Irene se dirigió al oeste. Sin mas, todos desaparecieron del lugar en dirección a su objetivo.
Kasumi, observaba a una distancia prudente sus movimientos y tras una corazonada decidió ir al oeste, donde la salida del túnel conectaría con los grandes bosques aledaños a la capital.
Bajo el manto de la tormenta, el grupo de Irene saltaba de un edificio a otro, intentando rebasar a los objetivos que se movían bajo las entrañas de la ciudad. Las gotas de lluvia entorpecían sus movimientos, haciendo que el camino en sí empezara a volverse más desafiante. Sus rostros cansados por el peso del agua y las extensas distancias recorridas eran reflejo del exhausto recorrido en dirección a los grandes bosques.
Susaku, tratando de mantener el ánimo en alto, dijo: — ¿Puedes creerlo? ¡Cazar degenerados y asesinos bajo la lluvia! Al menos así parecemos más heroicos, ¿no creen? —. Irene con una sonrisa irónica, respondió: — Si ser héroe significa estar empapada y resfriada, entonces prepárense para llamarme superhéroe —.
Kaede con su habitual tono serio, intervino: — Aun así, estoy bastante feliz de poder cazar a esas cucarachas asquerosas, no puedo esperar para que solo sean una triste mancha de sangre en mis armas —.
Sus siluetas continuaban en dirección de la salida superficial del túnel; pese a la tormenta y las aguas, la complicidad, los chistes y las burlas persistían, haciendo enojar a la comandante que en pleno camino los golpeaba mientras se preguntaban: — ¿El que gane la caza podrá besar a la comandante o a la maestra Ayane? —.
Kasumi a lo lejos los seguía, ocultando su avance tras tejados y estructuras. Su cuerpo temblaba de terror absoluto, pero no de ellos... de algo mas. Cada célula de su frágil cuerpo le rogaba que se alejara de las cercanías del bosque, pero aun así no se detuvo.
Armándose de valor seguía los pasos de Irene, aquella que alguna vez casi fue su ejecutora con su grupo de élite, oculta con sus ropas negras bajo la lluvia su silueta era apenas perceptible a la distancia.
Al mismo tiempo, Momiji y Ryu avanzaban hacia el norte buscando interceptar a los enemigos. Sin embargo, su marcha fue detenida por la súbita agitación en la respiración de Momiji que, presionando su pecho, no pudo decir más que: — Es una trampa. Algo terrible está por ocurrir, maestro Ryu —.
Ryu con incredulidad, respondió: — ¿Una trampa? Si esos sujetos salen por la zona que nos corresponde, no podremos alcanzarlos en campo abierto. ¿De qué estás hablando, Momiji? —.
Sin posibilidad de avanzar y cayendo de rodillas en una terraza cercana, la joven respondió: — Hay algo... algo no está bien. ¡Puedo verlo! ¡Si no los detenemos ahora, ese hombre nos despedazará a todos! —. Su agitación hacía que su respiración quedase en shock y su corazón empezó a palpitar con un desenfreno que nunca antes había presenciado. Agarrándose de los pies de Ryu, suplicó: — Debemos ir al oeste, esos malditos no están escapando. Esta noche traerán a esas criaturas y a el... aquel demonio que mis sueños han presenciado —.
Acomodándola en la terraza de la casa, la hizo descansar mientras decía: — Espera aquí, si no pasan por nuestra zona pronto, iremos al oeste para apoyar a Irene —.
Ryu desapareció, mientras que Momiji pasmada por el miedo de su visión quedó inmóvil aferrándose a su arma, observando con horror cómo los rayos de la tormenta se estiraban en una única dirección: el oeste.
Mientras, la escuadra de Irene se movía con agilidad entre los edificios y a lo lejos, cerca al túnel que daba salida a la ciudad, observó cómo la caravana de vehículos emergía para continuar su marcha en dirección a las profundidades del bosque.
Bajo el manto de la tormenta saltaban de un edificio a otro, persiguiendo la huella de los enemigos que se alejaban más y más en las afueras de la capital. La lluvia se intensificaba, haciendo que sus movimientos se entorpecieran y con frustración se sacudían bajo los tejados para continuar su persecución.
Kaede, fastidiado por la situación y con el cabello empapado, chasqueó los dientes y con mal humor dijo: — No puede ser. ¿Por qué tienen que aparecer en nuestra posición? ¡Y encima con esta lluvia infernal! —.
Susaku, entre risas, bromeó: — ¿Tienes miedo, Kaede? No creí que algo así te afectara —.
Irene, intentando contener la risa, agregó: — Vamos, chicos. Dejemos las quejas para después. Están intentando huir, concéntrense —.
Las risas continuaron mientras el grupo se dirigía hacia la entrada del bosque. Kaede, molesto, se burló de sí mismo: — No es eso... ni que fuera a derretirme con la lluvia. Sigamos, pero... comandante. ¿Teme lo mismo que yo, no es así? —.
Susaku aun riendo, respondió: — Siempre exageras. Seguro solo estamos persiguiendo a un par de ancianos corruptos mas. No hay nada de qué preocuparse —.
Irene, a pesar de la situación, mantuvo la seriedad y advirtió: — No bajen la guardia. Me preocupa que se dirijan al portal. Algo... algo no cuadra bien, si se ven en peligro, escapen de inmediato —.
Las risas y burlas se desvanecieron mientras el grupo avanzaba hacia la entrada del bosque. La preocupación se reflejaba en sus rostros y la comandante Irene, con una mirada más severa, guio al equipo hacia las entrañas de la oscura naturaleza, inconsciente de que la verdadera amenaza podía estar a punto de revelarse.
En las profundidades de los montes, algunos miembros del clan custodiaban la entrada del portal; impidiendo que nadie se acercara. Pero para su sorpresa, vieron la llegada de una columna de vehículos que frenaron en seco cerca de su posición.
Entre tantas figuras distinguieron de inmediato a Bael, que portaba en sus espaldas la estatua de la deidad. Esta, a medida que avanzaba al portal, emitía una luz fosforescente mientras emanaba un aura envolviéndose a sí misma y a Bael.
Sin dudarlo, los guardianes custodios se lanzaron desde los árboles en dirección a Bael, apuntando las espadas a su cabeza. Sin embargo, antes de siquiera acercarse, una multitud de armas de fuego se detonaron al mismo tiempo; alcanzándolos y despedazándolos en un instante.
El eco de los disparos resonó en la inmensidad del bosque, llegando a oídos de Irene que, detectando la dirección del sonido, comprendió el objetivo de sus enemigos: traer a las criaturas del otro lado del abismo.
Tras un breve trayecto, los tres encontraron la entrada del portal y pese a todo, sus rostros se empalidecieron al contemplar de nuevo la figura de Bael sosteniendo la deidad en alto frente al portal.
Las marcas en sus manos y espalda comenzaron a resplandecer con un brillo purpureo, iniciando el ritual de acceso al otro mundo. Kaede impulsado por su instinto, intentó lanzarse hacia Bael, pero el terror de lo que emergía del portal lo paralizó en el lugar.
El inhumano resplandor de los alrededores, combinado con los llantos y las risas, marcaba la llegada de los demonios que surgían de las profundidades, acompañadas de sonidos que mezclaban rugidos de bestias y gemidos espeluznantes.
Las primeras criaturas que emergieron tenían cuerpos deformes y extremidades desproporcionadas; sin embargo, trataban de dar un aspecto humanoide. Sus ojos brillaban con una malévola inteligencia y sus garras afiladas palpitaban como ganchos ansiosos por desgarrar la carne.
Los tres, sin posibilidad de mover un músculo ante la brutal presencia de las criaturas, observaban cómo una tras otra emergía de las profundidades del averno.
Una y otra, mas y mas y luego de una docena de seres repulsivos que yacían de rodillas frente a Bael, empezaron a surgir otras criaturas que se arrastraban desde el abismo, babeando sangre negra y a veces verdosa en tanto emitían sonidos guturales y aterradores. Eran seres asquerosos y sin forma definida, con apéndices retorcidos y bocas babeantes que exudaban una esencia putrefacta, tiraban de sus propios cuerpos para moverse alrededor del portal mientras ayudaban a otros seres a emerger del lugar.
Irene, con sus ojos fijos en la pesadilla desatada y en contra su voluntad, convenció a Susaku y Kaede de que debían atacar a Bael antes de que pudiera invocar a más seres infernales. La urgencia los envolvía en un manto de desesperación y la comandante empuño su wakizashi antes de que la marea de horrores se volviera incontrolable.
Asintiendo la cabeza, entre los tres accedieron a regañadientes. Kaede superó su miedo paralizante y asintió, mientras Susaku apretaba los dientes con furia. La lluvia persistente caía sobre ellos, pero el rugir de las criaturas y el resplandor del portal creaban un ambiente ominoso que eclipsaba la tormenta.
Bael con cada criatura que invocaba, comenzaba a mostrar signos de fatiga. Cayó sobre una rodilla, sosteniéndose con dificultad y su nariz empezó a sangrar; mientras el brillo en sus marcas palidecía ante el esfuerzo de llamar más entidades. Sin embargo, su determinación desafiante persistía y nuevas hordas de demonios emergían de la profundidad.
Según salían del portal, el agua de la tempestad se evaporaba al tocar sus cuerpos y dentro del portal, las risas de millones de seres infernales se sobreponían con los millones de almas atormentadas en el abismo.
Irene y sus acompañantes se lanzaron sin piedad al caos en los alrededores. Susaku e Irene lanzaron varios kunais explosivos, adhiriéndolos a las llantas de los vehículos y haciéndolos explotar; lo que provocó que una cadena de fuego los consumiera.
Mientras tanto, Kaede se lanzó en dirección a los demonios, su espada brillaba pese a la tormenta como un faro de esperanza y golpe tras golpe, desmembraba y ejecutaba a las criaturas desprendiéndoles los brazos y las cabezas. Al morir, los demonios caían en el fango: fundiéndose con la tierra. Dejando una estela de humo mientras su carne se evaporaba.
La lucha se encrudeció intensificó al unirse Susaku e Irene que, sin dejar una sola oportunidad a los guardias, los mutilaron en instantes cortándoles las cabezas y los brazos antes de disparar. A toda velocidad atacaban, cortaban y destajaban, cortando a través de las hordas que no paraban de llegar del interior del portal. Una tras otra, las criaturas eran repelidas y aunque sus ropas se desgarraban por la lucha, resistían, peleando para no dejar un solo centímetro.
El primer contacto lo recibía Kaede, que aguantaba los embates con su espada para un momento después contratacar y mutilar a todos los que se ponían en frente. Las criaturas emitían chillidos y gritos espantosos al ser atacadas, pero aun así, no detenían su avance.
Suzaku, cubría sus flancos perforando los cuerpos y decapitando a los seres que intentaban rodearlos, mientras que Irene cubría sus espaldas, lanzaba shurikens y kunais a la vez que hería con arcos fatales de su pequeña espada a los que lograban superar su férrea formación.
El olor mortecino que emanaba del otro lado del portal consumía sus pulmones, haciéndolos toser de vez en cuando y obligándolos a hacer una retirada paulatina, dejando un manto de cadáveres descompuestos que se fundían con la tierra.
Del portal emergieron tres gigantescas criaturas que se arrastraban por el suelo como babosas pálidas con tentáculos viscosos. Sus tentáculos se alargaban, buscando herir a los jóvenes y aunque las heridas que causaban eran leves, la fatiga se sumaba a cada encuentro con mas y mas de las criaturas deformes.
Su masa gelatinosa serpenteaba por el suelo, dejando un rastro de baba amarilla tras su paso y las venas en sus cuerpos transportaban sangre negra hacia su interior. En lugar de cabeza, llevaban frente a su cuerpo el rostro de un anciano decrepito con las arrugas corrompidas por gusanos, sumado a una boca que parecía estar emitiendo un gemido eterno.
Una última ola de seres emergió de las profundidades y Bael, exhausto, cayó al suelo inconsciente. Los demonios lo rodearon junto a la estatua de Orochi, impidiendo que se acercaran, mientras emitían gruñidos esperando el próximo movimiento de sus presas.
Como un rayo de esperanza, el portal perdió su luz junto a la estatua de Orochi, el sello de Bael dejó de brillar y, entre una risa pausada y cómica, Susaku dijo: — No eran tan duros después de todo —. Mientras tanto, limpiaba la sangre que escurría de sus profundas heridas.
Kaede con su respiración agitada, escupió sangre para contestar: — Apenas podemos caminar, estúpido. ¿De qué demonios estás hablando? —.
Irene, observaba con tristeza sus ropas rasgadas y las heridas en sus piernas. Y al escuchar la conversación de sus camaradas regaló una leve sonrisa pese a su cansancio: — Por ahora ha sido un gran trabajo, acabemos con esto y vámonos, necesito una ducha —. Tras dar un paso adelante piso algo baboso y dijo con repulsión: — ¡Maldita sea que asco!, ¿eso es un brazo? —.
Tras las risas, rompieron su silencio y como tres fieras insaciables empezaron a dirigir su marcha al lugar donde Bael era custodiado por sus hombres y por los demonios. Sin embargo, Irene logró percatarse de algo peculiar: Parecía que los seres no se refugiaban de ellos, sino del portal en sí, mientras una única risa escapa del otro lado.
Los relámpagos y el agua se intensificaron en el lugar, los vientos helados parecían que fueran a arrancar los árboles desde la raíz. La lluvia de truenos continuó su caída por los alrededores del lugar y un segundo después, un rayo impactó el portal, haciéndolo emitir un brillo colosal en tanto daba paso a aquel que aguardaba emerger desde lo profundo del abismo.
Aquellos que han presenciado la superficie infernal, finalmente pudieron verle; aquel engendro del abismo que era acompañado por el coro de mil demonios y una lluvia frenética de relámpagos.
