El estruendo de los combates y el retumbar del suelo lo aturdieron. Los enemigos los rodearon y los atacaron sin piedad.
Aang respiró con dificultad, y se obligó a si mismo a resistir el agotador ritmo de la batalla. ¿Por qué tenian que luchar? ¿Por qué ese grupo de rebeldes no podia respetar la decisión que había tomado la ciudad de Yu Dao? ¿Tan díficil era aceptar una nueva era de paz?
―¡Katara!
Aang escuchó el nombre de su amada siendo pronunciado por una voz que le resultó demasiado familiar. Pertenecía a Sokka.
Solian llamarse unos a otros en medio del enfrentamiento en busca de apoyo, sin embargo, esta vez aquella voz sonó diferente. Estaba cargada de alarma.
Algo se estrujó dentro de su pecho, tuvo un mal presentimiento.
El joven Avatar terminó de enviar lejos a su oponente con un movimiento de Aire Control, y se giró en dirección de donde habia provenido el grito.
Fue en ese momento en el que su mundo se derrumbó.
Sokka estaba arrodillado, con el cuerpo inerte de su hermana entre sus brazos.
Habian herido a Katara.
El tiempo pareció detenerse, los sonidos se callaron, su corazón dejó de latir. No supo en qué momento llegó a ella y se puso de rodillas, pero no se cuestionó demasiado sobre eso. No, eso no era importante. Lo único que importaba era Katara.
―¡¿Qué pasó?!―exigió saber Aang al mayor. Instintivamente se la quitó de los brazos, sujetandola con finura. El rostro de la Maestra Agua manchado por la tierra y el polvo levantados en batalla y pegados por el sudor, sus ojos permaneciendo cerrados.
―¡No lo sé!―el No Maestro estaba temblado, su voz titubeante por el shock―. Estaba peleando con esos rebeldes... Katara estaba a mi lado, y... y, luego...
Un estallido hizo menear el suelo, los edificios a su alrededor flaquearon. Estaban atacando con Tierra Control, lanzando piedras del tamaño de la pata de Appa.
―Katara―la llamó, sacudiendola levemente―. Katara, abre los ojos, ¡Katara!―pero la muchacha no respondió. Aang comenzó a alertarse, alzó su mano hacia la mejilla de la chica, y fue en ese instante en el que lo sintió.
Una sensación liquida y caliente derramandose por sus dedos. El Avatar alejó su mano y se encontró con un fluido rojizo manchandole la piel de escarlata.
Katara estaba sangrando.
El terror se apoderó de él y el miedo a perderla lo ahogó. Soltó un jadeo y el corazón se hundió al notar entonces la herida en el costado de la cabeza de la muchacha, y la sangre cayendo dolorosamente al piso.
Eso era mucha, demasiada sangre.
―¡Traeré a un médico!―sentenció Sokka, volviendo a recomponerse.
Pero cuando estuvo a punto de ponerse de pie, una roca se deshizo sobre ellos en polvo. Toph lo había salvado, y se acercó de prisa, completamente enfurecida.
―¡¿Qué demonios hacen sentados en medio de la calle?! ¡Los van a...―la Maestra Tierra se interrumpió a si misma al percibir a lo que estaba pasando con su sentido sísmico―. Reina Azucarada... ella... ella está...
―¡Sokka, ve!―bramó Aang―. Toph, cúbrelo, yo llevaré a Katara a un lugar seguro―dijo, mientras levantaba a la morena en brazos.
―Pies Ligeros...
―¡Ahora!
Aang nunca habia hablado así, gritado de tal forma, pero Toph y Sokka obedecieron de inmediato.
El joven Avatar se abrió paso a través del campo de batalla, apresurandose lo mas lejos posible del centro de la ciudad, y se adentró en uno de los edificios vacios, cerrando la puerta tras él.
Dejó a Katara sobre el suelo con sumo cuidado, y la observó freneticamente. Aun seguia sangrando.
Sin dudarlo siquiera un segundo, desgarró de un tirón sus túnicas naranjas y amarillas, creando así las suficientes pequeñas tiras de tela, y envolvió lo más rapido posible la herida de la muchacha, buscando detener la hemorragia.
Cuando estuvo lista, volvió a cargarla, apoyandola sobre su regazo, y la acunó con suavidad. Aang gimio al verla, cada vez estaba más pálida, más débil.
―Katara, mi amor, despierta―suplicó, acariciando su mejilla con manos temblorosas. Estaba fría. Su mirada comenzó a volverse vidriosa y el llanto amenazó con romperlo―, por favor... abre los ojos...―rogó, soltando un sollozo sin poder evitarlo―. Tara...―la llamó como solo solía llamarla él.
Pero aún así ella siguió inmóvil.
Un gimoteo de angustia salió de su garganta, la desesperación lo hizo temblar y las lágrimas corrieron libres por sus mejillas. No podía perderla, se rehusaba a que esa idea llegara a pasar. Se obligó a calmarse y a pensar con claridad.
Su pulso, debo revisar su pulso. Tengo que revisar si respira.
Una llama de esperanza y fugaz alivio se encendió dentro de él en el instante en el que percibió su exhalacion. Débil e inestable, pero allí estaba.
La estrechó entre sus brazos, sosteniendola con suave firmeza, y pegó sus labios a la sien de la muchacha, y agradeció en silencio a todos los Espíritus por no habersela llevado.
―Todo está bien, todo estará bien―susurró, mientras intentaba transmitirle algo de calor a la muchacha―. Resiste, amorcito, Sokka ya viene.
Permanecieron así por un largo tiempo.
Después de eso, todo sucedió muy rápido. El conflicto finalmente terminó y Sokka llegó con un médico. Atendieron con velocidad a la muchacha y suturaron sus heridas.
Los minutos se convirtieron horas y los horas en días, pero Katara jamás despertó.
Aang se mantuvo a su lado. Se rehusaba a alejarse, a pesar de la insistencia de Sokka y Toph por turnarse para cuidarla.
Se quedaba dormido en aquella silla a un costado de la cama, solo para despertar asustado en medio de la noche y observar la respiración de la muchacha.
Era una de esas noches cuando, despues de verificar que ella estuviera a salvo, Aang tomó su mano y la pegó a su mejilla.
Se preguntó qué estaba pensando, si ella sentía su presencia a su lado... Si sabía cuánto la necesitaba.
Las lágrimas comenzaron a escocerle los ojos. ¿Así se habría sentido ella cuando él permaneció en coma tantas semanas después del rayo de Azula? Dolía, dolía mucho. La angustia lo estaba carcomiendo por dentro, no sabía qué hacer. La desesperación y la impotencia amenazaban con quebrar su esperanza de que todo mejoraría.
Aang había perdido tanto durante su corta vida. Había perdido todo lo que conocía, a su pueblo y amigos... incluso, Gyatso se había ido, y él estaba bien con eso ahora, de verdad que si, podía soportar el dolor de esas pérdidas.
Pero nunca podría soportar perder a Katara. Y de nuevo, la sola idea le rasguño el alma de forma desgarradora.
Ella era su todo, su razón de vivir. La amaba demasiado.
Sin ella, nada tenia sentido ni razón en ese mundo.
―Por favor, no me dejes...―susurró con la voz quebrada, aferrandose a la mano de su amada―. Te extraño, te necesito, Tara...
El silencio fue su única respuesta.
Hasta que, finalmente, el día tan esperado llegó.
Y cuando Aang la vió, allí parada en medio de la habitacion apenas ingresó, su rostro se iluminó en una enorme sonrisa.
Quiso correr, estrecharla entre sus brazos, llenarla de besos mientras le decía una y otra vez cuanto la había extrañado, cuánto la amaba, y cuán feliz estaba de que ella al fin habia despertado.
Sin embargo, cuando intentó acercarse la chica se alejó.
―¿Quién eres tú?―cuestionó ella, con fría y filosa desconfianza.
El Avatar pensó que era una broma.
―Katara, no sabes lo mucho que...―dio un paso adelante y ella retrocedió uno más.
―Yo no te conozco―sentenció la muchacha.
El Maestro Aire se detuvo, su sonrisa tambaleandose en una cuerda floja.
―Esto ya no es divertido, dejemos de jugar...―pero la muchacha no cedió. Parpadeó confundido―. ¿Katara? ¿Qué sucede?
Aquellos zafiros que tanto habia añorado ahora lo veian con frialdad. Lo analizaba atenta, alerta, como si todo le fuera extraño y nuevo. Parecía... perdida.
―¿Quién eres tú?―volvió a preguntar la chica ante el silencio del muchacho―. ¿Y en dónde estoy?
Aang lo comprendió entonces y su corazón se rompió.
Katara habia perdido la memoria.
[...]
―¡Avatar Aang!
El muchacho dio un pequeño brinco ante el escandolos golpe a la mesa que dio el Secretario General, tomandolo por sorpresa.
Ante él, se encontraba una gran mesa redonda. En sus respectivos lugares, el Gobernador junto al Secretario y otros dirigentes de la ciudad de Yu Dao, lo observaban atentos y de mal humor.
Miró de reojo a Sokka, sentado a su lado con elegante formalidad, pero solo se dió con una negativa de cabeza.
Aang se acomodó mejor en la incómoda silla y se aclaró la garganta.
―¿Si?―preguntó intentando disimular.
―¡Por todos los Espiritus, preste atención!―chilló enfurecido el Secretario, un hombre flaco y anciano, de larga y lacia barba, blanca como la nieve de montaña, y ojos afilados tal serpiente―. Entendemos que usted aun es un... jovencillo, distraido y precoz, pero por favor madure de una vez y enfoquese en los asuntos realmente importantes.
El Avatar arrugó levemente el ceño. Sabía que el hombre tenia razón, él aún tenia quince ¡casi dieciseis! años, sin embargo, que lo trataran de esa forma le molestó un poco.
―Disculpelo, por favor―habló Sokka, elocuente―. El Avatar ha estado cuidando de mi hermana, y no ha...
―¿Hermana?―susurró el Secretario, arrugando los ojos―. ¡Ah, si! La concubina del Avatar―hizo memoria―. Me temo que fue terrible lo que le pasó, oí que se estaba recuperando. Ahora, volviendo a los asuntos que nos competen...
¡¿Qué había dicho?! ¡¿"Concubina del Avatar"?! Aang no podía creerlo. ¡Katara no era su concubina! ¡Ni siquiera era una concubina! Aquello le resultó insultante. Él era consciente de que en el Reino Tierra solian tener aquellas actitudes hacia las mujeres. ¡Por Roku, ni siquiera habian reconocido el papel de Toph durante la pelea contra los rebeldes! Sin embargo, no habia esperado que se refirieran así a Katara.
Sokka parecía igual de ofendido que el chico, su rostro desfigurado en una expresión seria y molesta, pero guardando la compostura. Él le indicó entonces con la mirada que era mejor callar por el momento.
―La celebración se llevara a cabo mañana al anochecer―anunció el Gobernador―. El Señor del Fuego Zuko estará presente para la fiesta que transcurrirá por la noche en honor a los tratados de independencia―dijo―. ¿Qué opina, Avatar?
―Creo que está bien―concordó Aang―. Tengo entendido que el Señor del Fuego estará aquí al amanecer, por lo que tendrá tiempo para hablar con usted de los detalles de los tratados.
―Y con usted―dijo el Gobernador―. Nos honrará contar con su presencia, y la del Embajador Sokka de la Tribu del Agua del Sur.
―Oh, no, me temo que nosotros no estaremos presentes.
Habian planeado partir rumbo al Polo Sur al día siguiente. Tenian esperanzas de que si Katara regresaba a su hogar natal, podría ayudar a recuperar sus memorias.
Volver a donde todo comenzó.
―¡Por supuesto que si!―chilló el Secretario―. Ambos estarán ahí. Especialmente usted, Avatar Aang. Su presencia nos dara el respaldo y el reconocimiento que nuestra independencia necesita ante los ojos de las demás Naciones. Los preparativos están hechos y todo está decidido. Está dicho.
La sesión terminó sin siquiera poder objetar.
El par de muchachos iban de regreso a la casa donde se hospedaban.
―¡No puedo creer lo que hicieron!―se quejó Aang―. Son tan... tan... ¡argh!―gruñó el Maestro Aire.
―Sé que estás molesto―concordó Sokka, caminando a su lado―, pero su razonamiento tiene sentido. El que estes aqui es importante.
―¡Pero, Sokka!―se giró hacia él―. ¡Ibamos a viajar al Polo Sur! Katara tiene que ir allí, para que ella... pueda mejorar.
No pasó desapercibido para el moreno el atisbo de tristeza en la voz del menor.
―Y así será―Aang forzó una pequeña sonrisa que desapareció fugazmente como respuesta―. Katara estará bien.
El Avatar guardó silencio.
―¿Aang?
―¿Y si... no es así?― susurró, llevandose la mano a la cabeza―. Sokka, ¿y si el daño... es permanente? ¿Y si Katara nunca recobra sus memorias?
―Si lo hará―dijo con desconocida convicción.
La verdad era que Sokka también estaba preocupado, la culpa lo habia estado acechando desde el momento en el que sostuvo a su pequeña hermanita, herida, entre sus brazos.
Habia prometido que la protegeria, que jamás permitiría que la lastimaran.
Y había fallado.
Verla allí, postrada en cama sin poder hacer nada más que esperar, lo habia destrozado por dentro. Quiso llorar, rogó a Yue para que lo ayudara y la salvara. Hubiera dado su vida a cambio si hubiera sido necesario.
Y parecía haberlo escuchado. Katara había despertado, sin embargo, había perdido todos sus recuerdos.
No, no habia tiempo para lamentarse. Debía ser fuerte.
Miró al muchacho a su lado, y se sintió agradecido. Katara era amada por alguien bueno.
Los Espíritus sabían que él nunca imaginó a aquel jovencito calvo como su cuñado, al menos no durante la primera parte de su viaje durante la Guerra. Pero tenia ojos, y a diferencia de Toph, él si podía ver con ellos.
Y vaya que observó con atencion el desarrollo de aquel amor.
Fue fiel testigo de cómo su hermana se había enamorado lentamente de aquel mocoso lampiño. Aang se había encantado con Katara desde el principio, eso había sido obvio para cualquiera, pero también presenció cómo aquel flechazo infantil se convirtió con lentitud en un amor verdadero.
Aang amaba a Katara, y los Espiritus sabían que ella también a él.
Aunque ahora mismo no lo recordara.
―Escucha, Aang―Sokka colocó su mano en el hombro del menor con firmeza―. Mi hermana estará bien, mejorará. Ella es fuerte―aseguró―. Esto solo es temporal, pronto volverá a ser la misma chica mandona y molesta que conocemos. Solo tenemos que... esperar, y acompañarla. Ella lo logrará.
El Maestro Aire asintió en silencio. Luego de un par de segundos, las comisuras de sus finos labios se elevaron con suavidad.
―Katara te matará si se entera que la llamaste "mandona" y "molesta".
Sokka arrugó la nariz en reconocimiento.
―Si, pero no lo sabrá, ¿verdad?―sentenció, pasando un brazo por los hombros del muchacho. Aang liberó una risita divertida―. Bien, ahora, deberiamos apresurarnos. Toph y Katara se quedaron solas en la casa, y los Tui y La saben que eso no puede ser bueno por demasiado tiempo.
Aang estuvo de acuerdo. Caminaron un par de minutos, cruzando por el mercado, hasta que el Avatar detuvo su andar. Se liberó del agarre y se aproximó a un puesto, y tomó entre sus manos una pequeña pieza hecha de un precioso cristal azul.
―¿Qué estás haciendo?―dudó el mayor, inspeccionando con curiosidad los exquisitos accesorios.
―Esta mañana vi a Katara algo decaída, quiero llevarle algo, hacer que se anime―admitió con cierta timidez el muchacho, elevando el objeto hasta su vista y mirando con atención cada detalle, asombrado―. ¿Crees que esto le guste?
Sokka parpadeó un par de veces antes de sonreir. Ese chico definitivamente estaba loco por su hermana.
Estaba a punto de responder a su pregunta cuando de pronto, vislumbró algo a la lejanía.
―Tengo una mejor idea―declaró y se apresuró en dirección contraria a través del mercado repleto del gente.
―¿Eh?―balbuceó antes de verlo desaparecer en una nube de polvo―¡Sokka, espera!―gritó Aang, dudando entre si comprar aquel preciado objeto o seguir a su amigo. Finalmente, intentó seguirle el paso.
[...]
Katara estiró su falda una última vez antes de pararse frente al espejo. Y cuando elevó la mirada, se admiró ante lo que el reflejo le mostró.
Frente a ella se erguía una joven Maestra Agua. Su piel morena contrastaba con sus intensos ojos azules y sus rizos castaños, y combinaba armoniosamente con aquel vestido de tonos azules y celestes.
El vestido que aquel chico llamado Aang le habia traido.
El muchacho le había dicho que esa era la ropa que ella solía usar durante sus viajes, y que debió admitir, era demasiada comoda y abrazaba su cuerpo de forma provechosa.
¿Está soy yo? ¿Esta es Katara?
Si era así, se consideraba muy bonita. Al menos, no estaba mal. Alzó sus dedos hasta acariciar con delicadeza el peinado semi recogido que el chico había elaborado con sumo cuidado y dedicación. Sonrió sin poder evitarlo al recordar su pequeño e íntimo encuentro esa mañana.
Aquello se había sentido... especial. Katara no comprendía del todo el sentimiento que comenzaba a correr por su interior. ¿Por qué se sentía así? ¿Aang habia sido importante para ella?
Si hubiera sido así, ya me lo habría dicho.
La amargura de la amnesia abarcó sus pensamientos. Poco después de despertar le explicaron quiénes eran las personas que la rodeaban, y las relaciones que tenía con cada una.
Sokka, era su hermano. Toph Beifong, su amiga y la ¿mejor Maestra Tierra del mundo? Algo así.
Y Aang...
Entonces se percató de un pequeño detalle. Nunca le mencionaron qué relación tenia con aquel Maestro Aire.
―Aang es el Avatar―susurró para si misma―, pero él y yo... somos mas cercanos.
De otro modo, ¿por qué el gran y todopoderoso Maestro de los Cuatro Elementos vendría hasta su habitación y cuidaría con tanto cariño de ella?
¿Eran conocidos de algún lado? ¿Amigos políticos debido a su posición? Porque ella era consciente de que su hermano, Sokka, y ella eran hijos del Jefe Tribal de la Tribu Agua del Sur.
No, no era eso. Además, él le había confirmado que incluso había peinado su cabello antes, eso indicaba que había cercanía entre ellos.
Entonces, ¿qué? ¿Amigos?
¿Acaso... eran pareja?
De pronto, la idea se instaló en su cabeza. La emoción recorrió sus venas como un suave cosquilleo y el corazón le dio un vuelco en el pecho.
¿Y si Aang era su novio?
El reflejo frente a ella copió la sonrisa que sus labios formaron.
Un entusiasmo repentino por ver a Aang se instaló en su cuerpo. Se apresuró hacia la puerta de su habitación.
Al terminar de recorrer el pasillo, se enfrentó con una sala de estar. Los almohadones en el suelo, una pequeña pero elegante mesa en el centro. Una decoración típica del Reino Tierra.
Justo entonces, la puerta trasera se abrió de un portazo, provocandole que un chillido de susto se escapara de su garganta.
―¡Reina Azucarada!― la saludó una chica polvorienta y descalza―. Al fin saliste de esa cueva, ya me habia preocupado... solo un poco.
Katara sonrió levemente, algo insegura y tímida.
―Toph, ¿cierto?
―La misma―dijo, tomando un par de manzanas de la cocina y sentandose despreocupadamente en uno de los almohadones―. Vamos, acércate, no muerdo―su expresión se torció brevemente―, bueno, puede que tu hermano te diga lo contrario. ¡Pero en mi defensa fue porque quiso obligarme a meterme al río para bañarme!
La Maestra Agua tomó asiento a su lado y liberó una risita. Al parecer, la dinamica del grupo era muy divertida.
―No te gusta el agua, ¿verdad?
―Siempre digo que es saludable tener una gruesa capa de tierra―declaró sacudiendo su ropa llena de suciedad, señalando su punto. Mordió una manzana y le ofreció la otra―. ¿Quieres?
Katara se arrepentiría de observar las uñas terrosas en la mano de la muchacha que le ofrecía aquel alimento. Aceptó la manzana a regañadientes.
―Gracias...―dijo, forzando una sonrisa amable.
―Te dio asco, ¿no?―inquirió Toph, antes de darle otro mordisco a la fruta entre sus dedos.
Katara quiso morirse de la vergüenza.
―¿Fui tan obvia?― preguntó la morena―. Lo siento mucho, yo n...
La Maestra Tierra rió.
―Fue mi expresión, ¿cierto?―susurró Katara, avergonzada―. Cualquiera la hubiera visto, lo lamento.
―En realidad, no. Soy ciega―dijo, pasando la mano frente sus orbes nublados.
Katara quería que se la tragara la tierra.
―¡Oh, Espíritus! ¡Lo siento mucho!
La carcajada de la chica Beifong resonó aún más fuerte.
―Tranquila, la primera vez habias reaccionado con mas calma. Si puedo verte, pero no de la misma forma en que lo haces tú.
Toph le explicó sobre su sentido sismico y la Maestra Agua pensó que aquello era algo asombroso.
―Debes ser una gran Maestra Tierra.
―Solo la mejor―se encogió de hombros con falsa humildad―. Después de todo, entrené al Avatar―asintió, terminando de dar el ultimo mordisco―. Hablando de eso, Pies Ligeros ya se está tardando. Que ni crea que se va a escapar, hoy tiene que seguir practicando las nuevas técnicas que le enseñé.
―¿Pies Ligeros?
―Es un apodo entre él y yo―explicó.
¿Un apodo? Katara arrugó el ceño. Aang y ella no se llamaban por apodos.
Una punzada le atravesó el pecho. ¿Qué clase de relación tenian esos dos?
―¿Y él tiene un apodo para ti?―quiso saber.
La menor lo pensó un momento.
―A veces me llama "Si Fu Toph".
Oh, bueno, eso era algo normal. Beifong era su Maestra en Tierra Control.
―Debe nombrar así a todos sus Maestros, ¿no?―dijo, mordiendo por primera vez la manzana.
―No realmente. Tu eres su Maestra de Agua Control y nunca oí que te llamara así.
Katara casi se atraganta. ¿Ella era la Maestra de Agua Control de Aang? Aquella información era nueva. Sin embargo, ¿qué había dicho? ¡¿A ella jamás la había llamado así?! Eso hasta le pareció ofensivo.
¿Aang tenia una mejor relación con aquella chica llamada Toph? ¿Acaso... ella sería su novia?
Sintió su estómago encogerse. ¿Había estado equivocada todo ese tiempo? ¿Y si Toph realmente era la novia de Aang? Aquella posibilidad la destrozó.
¿Y si él y yo... no somos más que buenos amigos?
Tuvo la inminente tentación de preguntarle a la chica directamente, pero su orgullo le impidió hacerlo. No quería parecer como una niña tonta enamorada de alguien imposible, incluso si la amnesia la hubiera justificado perfectamente.
―Aang...― dudó―, ¿sabes si él... tiene novia?
Aquella era una pregunta abierta, mucho más sútil que preguntarle directamente a Toph si era la pareja del joven monje. Sabía que eso todavia era patético, sin embargo no se le había ocurrido algo mejor y necesitaba saber.
Su razonamiento era simple. Si la respuesta era un "No", entonces Katara tendría una posibilidad con el chico. En cambio, si Beifong respondía que "Si", entonces no quedaba duda. Después de todo, ¿por qué otra razón solo tendrian apodos uno para el otro si no eran novios? Espíritus, incluso dolía en su interior lo obvio que era la respuesta a aquella incógnita.
Aún así... aún así, tenia esperanza.
Una sonrisa lobuzna se instaló en el rostro de Toph al mismo tiempo que la puerta principal se abría, dejando ver al hermano mayor de la morena y al chico que ocupaba todos sus pensamientos en ese momento, ambos cargados de bolsas.
―¡Ya llegamos!―anunció el par.
―Sí― contestó la menor en medio del barullo―, si tiene.
