[Aang]
El duro entrenamiento al que Toph lo había sometido durante toda la tarde le había dejado los músculos deshechos, pero eso no disminuyó en absoluto el entusiasmo que lo recorría por completo.
Y es que la emoción de aquella mañana aún permanecía dentro de él. Camino a casa, Sokka lo motivó a intentar algo que animaría a Katara y, tenía la esperanza, la estimulara a recordar.
Estofado de Ciruelas de Mar.
Aang conocia la receta, había presenciado a Katara prepararlo mil veces, y aunque ciertamente el aroma y el sabor no era de su agrado, sabía que era la comida favorita de su amada. Y él haría lo que fuera por ella.
Afortunadamente, la receta no llevaba carne.
Cuando la cena estuvo lista, Toph y Sokka aparecieron de inmediato, tal animales voraces listos para devorar todo a su alcance, y los pasos tan familiares de Katara resonaron acercándose por el pasillo.
Aang mordisqueó su labio, conteniendo su exaltación. Y es que no había visto a Katara desde que llegó, mucho menos hablar con ella. Habían tenido un buen inicio y se aferraba a la esperanza de que todo estaría bien. Incluso si conseguir que la muchacha recobrara la memoria tomara tiempo, al menos se esforzaría para agradarle y ganar su confianza.
Y, quizás, volver a conquistarla.
Apretó con fuerza el pequeño objeto que se mantenía resguardado en el bolsillo izquierdo de su pantalón, asegurándose de que seguía ahí, intacto, y una sonrisa se instaló en su rostro de forma permanente al ver a su amada llegar.
―¡Katara!―la saludó, quizás demasiado entusiasta.
La morena cruzó miradas con él pero no le sonrió. El corazón del Avatar se hundió un poco.
―¡Rápido, Pies Ligeros! Nos morimos de hambre―se quejó la Maestra Tierra desde la mesa.
―En seguida voy― murmuró el muchacho, aun perdido en su confusión.
¿Por qué Katara no parecía feliz de verlo? ¿Estaba enfadada con él?
No, seguro estoy pensando demasiado.
El Maestro Aire sirvió la comida rápidamente y tomó asiento en el lado continúo a Katara.
La cena inició, acompañada de la ruidosa conversación que sostenian Toph y Sokka sobre una vieja apuesta. Aang no los escuchaba realmente, solo veía de reojo a la Maestra Agua.
Estaba molesta.
Estaba seguro, podía reconocer las señales. El ceño levemente fruncido, el adorable puchero que hacía con sus labios sin darse cuenta, el cómo su nariz se arrugaba tiernamente cuando algo no le simpatizaba. Él sabía que algo le pasaba, la pregunta era: ¿qué?
Decidió que lo averiguaría y en el camino, intentaría sacarle una sonrisa.
―Son un poco ruidosos, ¿no lo crees?―le preguntó, llamando su atención.
Katara dio un imperceptible respingo al oirlo hablar y alzó una ceja.
―¿Qué?
―Toph y Sokka―apuntó hacia ellos con un ademán con la cabeza y le dedicó una sonrisa.
―Oh―arrugó sus labios en una mueca―, si, algo. Podré haber perdido la memoria, pero si algo aprendí estos días es que Sokka no puede actuar como una persona civilizada si tiene comida cerca.
Aang liberó una risita.
―A veces me cuesta creer que son hermanos― dijo el Avatar.
―Oh, no, no. Tienes razón―concordó la morena―, es adoptado. A él lo trajeron los lobos.
Aang casi se ahoga mientras bebía por la risa. ¡Aquello no era justo! Se suponía que era él quien debía hacerla reir y animarla. En cambio, era ella quien lo estaba haciendo sentir mejor a él.
No obstante, sus esfuerzos no habían sido del todo en vano. Una risita salió de la garganta de la chica ante su intento patético de toser y reír al mismo tiempo.
―Te ves muy bonita con ese peinado―la halagó, tímido, una vez que recuperó la compostura―. Me alegra mucho que te gustara.
Aang no estuvo del todo seguro, pero creyó ver que las mejillas de la chica se tornaron de un suave tono rosado.
―Me encanta―aseguró―. ¿Dónde aprendiste a hacer cosas así?
―Ya te lo dije, tuve una excelente maestra―respondió orgulloso.
El joven Avatar no fue consciente de ello en ese momento, pero el humor de la muchacha cambió drásticamente.
―Ya veo―gruñó, apartando de pronto la mirada con indiferencia y comenzó a mover la cuchara dentro de su plato con fastidio―. Estoy segura de que fue muy buena en eso.
Aang asintió.
―Ella es una muchacha... muy hermosa. Dulce y encantadora, como no te puedes imaginar―el calor le cosquilleaba el rostro―. Me enseñó muchas cosas... Es muy importante para mi.
―Suena como si estuvieras muy enamorado de ella.
―Lo estoy.
Los nervios lo atacaron. ¿Debería decirle? ¿Confesarle que era ella de quien estaba hablando? Su corazón le imploraba que se lo dijera, que al fin revelara la verdadera relación entre los dos.
Pero su mente ordenaba todo lo contrario. Esos días habían sido un tsunami de cambios para ella y aún se estaba recuperando de sus heridas físicas. ¿No estaría presionandola demasiado al revelarle que en realidad eran novios? ¿Que estaban enamorados y se amaban?
Ella no sabe quién soy. ¿Actuará guiada por mis palabras o por lo que realmente siente?
¿Y si... ahora no siente nada por mi?
Un sonido brusco lo sacó de su ensoñación. Katara se puso de pie, estampando la servilleta sobre la mesa con fuerza, llamando la atención de sus amigos.
―Terminé de comer―anunció con severidad, dispuesta a irse.
Aang le sujetó la muñeca, impidiendo que se marchara.
―Pero apenas probaste bocado―repuso preocupado―. Come un poco más antes de irte, por favor. Es tu comida favorita y debes recuperar fuerzas para...
―¡No me trates como si estuviera enferma, Aang!―gritó enfurecida―. No soy una maldita inválida.
El chico se congeló. Ella estaba muy enojada. Enojada con él.
―¿Katara, qué sucede?― quiso saber Sokka.
―No creo que Pies Ligeros se refiriera a eso, Princesita―intentó apaciguarla la Maestra Tierra.
Sin embargo, aquello sólo pareció enfadarla aún más.
―¿Katara?―vaciló el Avatar―. ¿Qué pasa? ¿Hice algo que te molestara?
Ella no respondió, ni siquiera se dignó a verlo.
Aquello acuchilló el alma del joven monje.
―Estoy muy cansada―sentenció la morena―. Creo que es mejor que me retire.
Pero Aang se negaba a liberar el brazo de la muchacha.
―Katara...―susurró en una súplica dolorosa.
Sus zafiros permanecieron clavados en el suelo.
El Maestro Aire finalmente lo entendió y la dejó ir. Katara desapareció entre el pasillo y el sonido de la puerta de su habitación cerrándose retumbó en el lugar.
―¿Qué demonios fue todo eso?―exigió saber la Bandida Ciega―. ¡En un momento, los latidos de emoción de la Reina Azucarada aturdian mis oídos y al siguiente, estaba hecha una furia! ¿Qué carajos le dijiste, Pies Ligeros?
Aang tampoco lo entendía, ¿qué había hecho mal? ¿En qué parte se había equivocado? ¿Donde cometió el error? Todo era demasiado. La mente le daba mil vueltas y las naúseas lo amenazaron.
De repente tuvo muchas ganas de llorar.
―Seguro metiste la pata―continuó Toph.
―Quizás fueron las ciruelas de mar―propuso Sokka, metiendo otra porción en su boca―. No te ofendas, Aang, pero la comida de la Tribu Agua no es tu especialidad.
―¡Las Ciruelas de Mar fueron tu idea!―le reprochó al Guerrero y enfurecido también, abandonó la habitación.
Se dirigió hacia el jardín y se impulsó con su Aire Control hasta la cima del techo.
Se sentó en el tejado, bajo el cielo nocturno, e intentó calmarse. Hundió la mitad de su rostro entre sus brazos, apoyados en sus rodillas, sus cejas arrugadas en una mueca de molestia.
Aang no entendía qué habia pasado. Él tan solo se había preocupado por ella, se había esforzado, ¡incluso momentos antes rieron juntos! Y luego, ella le gritó como si él fuera su peor enemigo.
Y la forma en la que lo miró... Sus ojos destilaban desprecio.
Aang gimió, incapaz de sostener por más tiempo las gotas que se habían acumulado en sus ojos.
Sabía que esto era muy difícil para Katara. Había perdido la memoria, había sido herida en batalla.
Pero también era difícil para él.
Él también había sido herido, él también había perdido algo.
La había perdido.
Un sollozo escapó vilmente de sus labios.
Se repitió mil veces a sí mismo que todo estaría bien, que su condición sería temporal. Se consoló en la idea de que Katara era fuerte y que se recuperaría pronto.
Pero la verdad es que tenía mucho miedo.
Estaba aterrorizado. ¿Qué iba a hacer si ella nunca lograba recordarlo? Si ella no recobraba la memoria. ¿Olvidaría todo lo que habian vivido? ¿Jamás volvería a amarlo?
Se sentía un egoísta, el peor ser del planeta. Espíritus, ¡Katara había olvidado incluso quién era ella! Él debería estar deseando que se recuperara por el bien de ella misma, que recordara una vez más a su madre, a su hermano, a su padre y abuela. Incluso si no lo recordaba a él, debería estar deseando eso para ella.
Debería estar enfocado en ayudarla en todo lo que pudiera. Porque la amaba, incluso si no estaba con él.
Pero aquí estaba, llorando desconsoladamente.
Llorando porque lo destrozaba el hecho de que no lo recordara, llorando por la impotencia de despertar y ver que Katara no lo amaba, que no lo reconocía y que no era más que un extraño para ella.
Y cada vez que él intentaba acercarse, ganar su confianza, ella se alejaba. En el instante en el que pensó que había podido encender una chispa que traeria de vuelta a la antigua muchacha del que estaba enamorado, se apagaba con la misma velocidad con la que habia aparecido.
―Soy un idiota―se dijo a si mismo entre lágrimas, cerrando los puños con fuerza contra sus rodillas.
El joven Avatar se quedó ahí, liberando pequeños sollozos en soledad.
[Katara]
Había golpeado la puerta al cerrarla, pero no le importó.
Estaba enfurecida. No, eso no, ¡estaba iracunda!
¿Cómo se atrevía? ¡No podía creerlo! Era un descarado.
Había estado toda la tarde esforzándose por no sucumbir ante la tristeza de saber que Aang jamás sería para ella, cuando de pronto aparece él con aquella sonrisa encantadora y su carisma tan cautivador a acelerarle los latidos.
Ella sabía que no tenía posibilidad, pero había decidido disfrutar ese breve momento en el que él solo la miraba a ella. Aunque fuese una ilusión, una mentira, por unos instantes eran solo ellos dos en el mundo.
Hasta que mencionó que estaba enamorado de otra chica.
Katara se dejó caer al suelo con lágrimas de rabia y desilusión cayéndole de los ojos.
―¿Qué necesidad tenia de refregarme en la cara que ama tanto a Toph?―gimoteó, escondiendo el rostro entre sus brazos―. Es un imbécil rompecorazones.
Y encima, la había tratado como a una niña, queriendo obligarla a comer. ¡Podía cuidarse de si misma! No estaba enferma. No era frágil ni indefensa.
¡De todas las formas en las que quisiera que Aang la viera, débil y enferma no era una de ellas! Ella quería gustarle, que la amara como mujer, por ser ella misma, no que le tuviera lastima.
Pero sabía que todo era su culpa por hacerse ilusiones.
Estaba abrumada, todo era demasiado. La verdad era que lo sucedido solo habia sido una excusa, la gota que rebalsó el vaso, y explotar. Detestaba su condición, estaba cansada de no saber nada, de hacer conjeturas y equivocarse, de ilusionarse y magullarse el corazón, todo en tan poco tiempo. Se sentía perdida, confundida y agotada.
Quería volver a ser quien era ella, porque ni siquiera estaba segura de ello. No conocía a la Katara que veía frente al espejo.
Odiaba eso, odiaba sentirse así, odiaba no recordar nada, odiaba tener amnesia.
Detestaba el hecho de que Aang no la amaba. Se decía a si misma que si tan solo pudiera recuperar su memoria, todo sería diferente.
Pero ni todos los recuerdos del mundo cambiarían el hecho de que Toph era la dueña del amor del Maestro Aire.
Y era eso lo que le molestaba aún más sobre Aang.
¿Por qué si tenía novia, la ilusionaba? ¿Por qué venía a ella y causaba que su corazón se acelerara? Que las mejillas le ardieran, que las mariposas le revolotearan en el estómago, y que deseara constantemente tocarlo, abrazarlo y besarlo.
Un sollozo escapó de sus labios.
Katara no supo cuánto tiempo pasó ahí, pero en algún punto se cansó de llorar y las lagrimas se le secaron. Sacó el rostro de la fortaleza que la mantenían oculta y vio los rayos que la luna llena colaba entre las cortinas.
De pronto, se volvió consciente del aleteo que le recorría la sangre. Salió de su habitación y se dirigió al jardín. Caminó despacio, hasta llegar al estanque que había allí.
Era como si el agua la llamara, como si implorara por ella. Una necesidad que reclamaba ser satisfecha.
Entonces decidió complacerla.
El Agua Control era lo único perteneciente a su pasado que permanecía con ella, que no la había abandonado.
Comenzó a practicar las formas básicas, con gracia y elegancia. No sabía lo que estaba haciendo, le era desconocido el nombre de las técnicas y de dónde las había aprendido, no obstante, su cuerpo las reproducía con total perfección.
Katara se maravilló con la capacidad de su propio don.
Llena de confianza y ánimo, rió feliz ante las elaboradas formas de control elemental que conseguía llevar a cabo.
Hasta que intentó realizar el látigo de agua.
La agilidad y ligereza con la que había dominado el líquido vital se esfumó como niebla a la hora de intentar lograr la forma que se manifestaba en su cabeza. De repente el agua dócil y obediente se negó a seguir sus órdenes.
La muchacha solo consiguió esbozar una extensión de agua y estirarla antes de que en el instante en el que supuestamente debía azotar su objetivo, se diera vuelta y casi la golpeara a ella.
―¡Argh, maldición! ¿Por qué no funciona?―gruñó, frustrada―. No puede ser tan difícil. Está bien, ¿qué tal si...―pero el cambio de posición fue contraproducente y terminó dándose una dolorosa bofetada de agua en la frente.
Un mar de rabia y vergüenza la inundó por dentro y fue incapaz de notar la presencia que se aproximaba con cautela tras ella hasta que fue demasiado tarde.
Dio un pisotón y controló el elemento con ferocidad hacia un lado.
―¡¿Por qué no cooperas?!
―¿Te gustaría que te ayud...
Pero la conversación simultanea fue interrumpida por un sonoro ¡splash!
Katara se dio la vuelta, solo para encontrarse a un joven monje completamente empapado.
―¡Por todos los Espíritus!―exclamó la chica, llevándose las manos a la boca―. No te oí venir, ¿estás bien?
El Maestro Aire le dedicó una sonrisa entre tosido y tosido. Al parecer, habia tenido la boca abierta cuando le entró la bocanada de humedad.
―E-estoy...―no pudo evitar toser de nuevo―. Estoy bien― se aclaró la garganta―. De todos modos, ya necesitaba un baño―bromeó, intentando hacerla sentir mejor.
Katara sonrió sin darse cuenta.
―Quizás si― pero se esforzó en fingir seriedad. No se le olvidaba que seguía molesta con aquel chico―. Me asustaste.
―Perdón―se disculpó. Con un suave movimiento de muñeca, el Avatar se quitó el líquido restante de sus ropas, asombrando a Katara en silencio―. Estaba en el techo y vi que tenías problemas con tu Agua Control, así q...
―¿Me estabas espiando?―lo cortó ella, entrecerrando los ojos con enojo.
―¡No!―respondió Aang rápidamente―. No a propósito al menos―confesó, rascando su nuca.
Los orbes plateados de Aang brillaban hermosamente bajo la luz de la luna y Katara no pudo evitar perderse en ellos momentáneamente. Y fue entonces que se percató de un detalle.
Aang tenía los ojos hinchados.
Mirándolo bien, Katara notó que tenia los párpados levemente inflamados y la punta de la nariz aún enrojecida. ¿Acaso había estado llorando?
Un aguijón le punzó el pecho y de pronto se sintió terriblemente culpable por como lo había tratado unas horas atrás.
¿Acaso había llorado por su culpa? ¿Lo habría ofendido de sobremanera, herido sus sentimientos? ¿Debería... disculparse?
No. Ella también se había deshecho en lágrimas a causa suya. Estaban a mano. Además, quizás ella ni siquiera era la razón por la que el Avatar tenía roto el corazón. Seguramente tuvo alguna discusión con Toph o algo por el estilo. ¿Por qué debería tenerle lástima?
Su vida amorosa no es mi asunto.
―Entiendo―pronunció Aang de pronto, su voz reflejando desilusión y tristeza, interpretando el silencio de la Maestra Agua como un rechazo evidente hacia su presencia―. Te dejo sola―murmuró, dispuesto a marcharse.
―Espera―Katara lo detuvo.
El Avatar se volteó a verla.
Y ante su mirada, los nervios la atacaron repentinamente. ¿Por qué se ponía así cuando estaba con él? Katara no lo entendía.
―Antes de que te mojara―inició, apenada por el accidente―, dijiste algo sobre... ayudarme, ¿no es así?
Aang apretó los labios y asintió.
―Con el Látigo de Agua―respondió―. Te estaba costando conseguirlo.
Ella mordió su labio antes de continuar.
―¿Podrías enseñarme...―pidió en un susurro débil―, por favor?
Katara pensó que Aang estaría enfadado con ella, quizás accedería a enseñarle con malhumor o renuencia ante como se había comportado con él. Sin embargo, grande fue su sorpresa al ver que era todo lo contrario.
Su rostro se iluminó en rebosante felicidad.
―Por supuesto―concedió emocionado―, será un placer.
Él le enseñó pacientemente el movimiento, finalizando la demostración con éxito. La chica trató de imitarlo, pero falló nuevamente.
―No entiendo qué estoy haciendo mal―gruñó la chica.
―Déjame ayudarte―el muchacho se colocó detrás suyo, tomándola desprevenida―. Permiso―pidió y Katara solo pudo asentir. Él empujó su rodilla contra la de ella para que doblara un poco las piernas en la posición correcta y sujetó sus muñecas―. Debes equilibrar tu peso en ambas piernas, sé consciente de cómo fluye el agua. El truco está en la muñeca, ¿lo ves?
Pero en lo único que la Maestra Agua podía pensar era en la extrema cercanía con aquel encantador muchacho. La forma en la que la sostenía, la calidez que transmitía y el sonido envolvente de su voz provocaban que una corriente eléctrica atravesara su cuerpo.
Sus tatuajes celestes resplandecian en su piel lechosa bajo la luz de la luna en contraste con la suya color chocolate, uniéndose en una combinación hipnotizante. Su masculina presencia detrás suyo, su aliento tibio acariciándole la oreja al hablar causó que sus piernas temblorosas como si fuera de mantequilla.
Sintiendo cómo su latir enloquecía y la sangre subía velozmente a sus mejillas, no pudo resistir el impulso de girarse a un costado para verlo.
Oh Espíritus, no debio hacer eso.
Ella era una cabeza más baja que él, por lo que lo primero que se encontró al voltearse fue con el cuello del muchacho, aquel irresistible pedazo de su ser. Estaba tan cerca de sus labios, tan solo unos pocos centimetros que la separaban, evitando así que ella depositara un beso fugaz en aquel íntimo lugar. Su nuez de adán resaltaba en él, haciendolo parecer mas masculino, mas atractivo ante ella.
Al subir, observó su mandíbula, levemente marcada y dejando atrás los rasgos infantiles del chico, pero no demasiado todavía. Sus mejillas eran tersas, demostrando así sus facciones cada vez más adultas, pero aún eran lo suficientemente adorables e irresistibles como para querer ahuecarlas sus manos en ellas y llenarlas de besos tiernos. Después, su tentación mas grande: los labios de Aang.
Eran finos y rosados. No estaba segura de cómo es que lo sabía, pero tenia el presentimiento de que eran increíblemente suaves, dulces y cálidos. Tenia la indecorosa necesidad de pasar horas besándolo hasta que los pulmones se le quedaran sin aire y los labios le quedaran hinchados por la satisfactoria actividad.
Katara mordisqueó su labio inferior, anhelando esa oportunidad.
Pasó a su nariz, recta y perfecta, ya casi sin rastro del tono rojizo por el llanto. Y finalmente, sus ojos.
Esos ojos en los que fácilmente se podía perder para siempre.
Y en los que podía conectar con él.
Podía ver el interior de Aang a través de sus ojos. Era como si fuera una ventana abierta a su ser, solo accesible para ella. Solo cuando él la miraba, sentía que todo quedaba al descubierto, que él se abría a ella y ella a él. Se transmitían paz.
Y también la hacían enloquecer.
Y fue entonces en el que pensó que aquella posición y aquellos pensamientos le eran familiares. Los había vivido antes.
Tenia el impulso de dejarse caer, apoyarse contra el pecho del chico, y tenía la abrumadora sensación de que él la recibiría gustoso, la abrazaría apretadamente con sus fuertes brazos. Los besos fantasmales hacía eco sobre su rostro, las risas de ambos oyéndose a lo lejos.
Todo parecía tan natural, tan vívido. Tan real.
¿Es esto un recuerdo o solo un producto de mi imaginación? Si me dejo llevar, ¿pasará lo que presiento o me rechazará?
―Bien, ahora inténtalo―la voz de Aang la devolvió al presente―. Tú puedes, Katara.
Ella asintió con la cabeza, aunque la verdad era que no había escuchado ni una sola palabra de lo que él había dicho. Había estado demasiado ocupada deleitandose con la agradable vista de su cuerpo.
Al menos, parecía no haberse dado cuenta y eso la alivió un poco. Hubiera sido muy vergonzoso si la hubiese atrapado.
Cerró los ojos y respiró profundo. Cuando los abrió, se movió instintivamente, realizando la técnica con éxito.
―¡Lo hiciste!―la festejó―. ¡Sabía que podías lograrlo! Estoy muy orgulloso de ti.
―Todo fue gracias a ti―Katara sonrió.
―Tuve una excelente Maestra de Agua Control―repuso el Avatar, alzando los hombros.
Katara liberó una risita.
―Veo que el alumno superó a la maestra― cruzó los brazos sobre el pecho.
Esta vez fue Aang quien soltó una risita contenta.
―No tanto como crees―confesó. Tomó asiento sobre el césped a la orilla del estanque y apoyó sus manos en el suelo detrás de su espalda―. No hay mejor Maestra Agua que tú, Katara. Y no lo digo yo solamente, lo dicen también todos los Maestros a los que has derrotado y humillado en el Polo Norte.
―¿Realmente hice eso?―inquirió, sentándose a su lado.
―Eso y más―afirmó el Avatar, sonriendo con admiración―. Te enfrentaste a temibles Maestros Fuego, venciste a Pakku, el más grande Maestro Agua que hay, quién por cierto ahora es tu abuelo.
―¿Mi abuelo?
―En realidad, se casó con tu abuela hace poco―alzó los hombros―. Habían estado comprometidos en el Norte, pero ella huyó al Sur cuando era joven y se reencontraron durante nuestro viaje para detener la guerra―explicó rápidamente―. Es una larga historia, je―admitió―. Te la puedo contar después... si quieres―murmuró, inseguro.
Katara comprendió la actitud reservada de Aang. Ella había sido cruel y agresiva antes, parecía no querer incomodarla aún más.
Se sintió culpable por eso, asi que le dedicó una sonrisa amable.
―Eso me gustaría mucho―aseguró.
Los orbes plateados del chico tomaron un brillo especial.
―También ayudaste a que nos colaramos en el Palacio del Rey Tierra. Era una emergencia―aclaró rapidamente―. Teniamos que hablar con él urgentemente. Luchaste con decenas de Maestros Tierra―recordó con orgullo―. Estuviste asombrosa.
Una sensacion cálida la inundó al oirlo decir eso. Estaba contenta y orgullosa de haberlo impresionado.
―¿Qué más?
―Hmmm, bueno. Estuvo la vez que ayudaste a un pueblo, habian muchos enfermos, adultos y niños, y tu los sanaste y liberaste. Ayudaste a finalizar la Guerra de los Cien años.―continuó―. Venciste a la mas poderosa y aterradora Maestra Agua de todos los tiempos. Aunque..., preferiría que mantuvieras en el olvido ese hecho.
―¿Por qué?―preguntó―. Dices que la vencí, ¿no es así?
Las comisuras de la boca de Aang se tensaron en una mueca vacilante.
―Si, así es, pero...―dudó― es un recuerdo... doloroso, especialmente para ti.
Katara no lo sabía, pero Aang quería protegerla. Él más que nadie era consciente del sufrimiento que le había causado el enfrentamiento con Hamma y el haber usado Sangre Control, incluso si fue en defensa propia. Él había sido su acompañante fiel en cada noche de luna llena, secandole las amargas lágrimas y animandola a practicar Agua Control para hacerla sentir mejor y demostrarle que ella no era ningún monstruo.
Si pudiera, hubiera evitado que ella tuviera que pasar por eso. De algún modo, ahora podía al no explicarle lo que pasó.
―...¿la maté?― susurró asustada, cortando el silencio que se había instalado.
―¿Qué? ¡No!― Aang se enderezó de inmediato e instintivamente puso su mano sobre la de ella―. Escúchame bien. Katara. Tú nunca has asesinado a nadie.
Aunque, él sabía, eso no era del todo cierto. Durante sus batallas en la época de la guerra, habían herido de gravedad a muchas de las personas con las que se habian enfrentado. Incluso en medio del combate, muchos de sus enemigos no se pusieron de pie nuevamente. Pero esa era una verdad que los perseguía a todos, no solo a Katara, y que se habían obligado a ignorar. En ese entonces era defenderse o morir.
Katara se sintió aliviada ante las palabras del muchacho.
Se percató de que realmente no tenia idea de quién era ella, pero Aang sí. Ella sabia que era hija del Jefe Tribal del Sur, que Sokka era su hermano y Toph y Aang sus... amigos. Pero no sabía nada de ella misma, de su personalidad y esencia, más allá de lo que Toph le había revelado esa mañana.
―¿Puedo preguntarte algo?―pidió.
―Por supuesto―accedió él con una sonrisa dulce.
―¿Nosotros... éramos cercanos?
Aang no respondió. Su sonrisa se congeló y sus ojos reflejaron nostalgia.
―¿No?―dudó la morena.
―Si lo éramos―respondió finalmente―, mucho.
Katara apretó los labios.
―¿Éramos amigos?
Aang pareció querer decir algo, abrió su boca, mas no salió ningún sonido al principio.
―Nosotros...―vaciló―, sí. Somos mejores amigos.
No le estaba mintiendo, al menos no completamente. Incluso siendo pareja, ambos también eran el mejor amigo del otro. Asi habían iniciado.
Katara sintió un pinchazo en su corazón. Asi que eso eran. Solo mejores amigos.
Se obligó a sí misma a sonreír
―Me alegra saberlo―eso era verdad―. Aang, he estado muy confundida. Ni siquiera sabia cuál era nuestra relación ni cómo debía tratarte o en quien confiar. Pero ahora... creo que puedo confiar en ti.
El joven monje sonrió levemente.
―Siempre puedes hacerlo, Katara.
―¿Puedes ayudarme a recordar quién soy?―pidió―. Así como ahora, cuéntame cómo soy, enséñame lo que conocía, haz que haga las cosas que solía hacer. Por favor, Aang, ayúdame a recuperar mi memoria.
Él asintió, serio, y presionó la mano de la chica con cariño.
―Te lo prometo―juró―. Haré lo que sea para ayudarte.
Katara sonrió enternecida y estiró el brazo.
―¿Amigos?―preguntó ella.
El Avatar parpadeó un par de veces y pareció dudar un segundo antes de estrechar su mano.
―Amigos.
Y por alguna razón, ella sintió como si le arrancaran dolorosamente algo de su interior. Aquella palabra poseía un sabor agridulce.
―¿Puedo preguntarte algo yo?―ella asintió―. ¿Es por eso que estabas enfadada antes? ¿Porque estabas confundida?
―Si―confesó avergonzada―. Me sentía perdida y molesta. Pero no te merecías que te tratara como lo hice en la cena―declaró arrepentida―. Lo siento mucho.
―No lo decía por eso― aclaró él.
―Lo sé, pero aún así lo lamento.
Aang le dedicó media sonrisa.
―Todo está bien―sentenció―. Te perdono―dijo―. Sin embargo...
―¿Sin embargo?―la chica arqueó una ceja.
―Aún no estamos a mano―reveló con picardía―. Tú me empapaste antes―le reprochó―. Para ser justos, ¡debería devolvértela!― y entonces metió la mano al agua y salpicó a la muchacha entre risas.
Katara chilló, toda la falda de su vestido quedó humedecida.
Eso no se iba a quedar así.
―¡Oye! Eso no es justo. ¡Ahora verás!― y ella también lo salpicó, iniciando asi un pequeño combate entre los dos.
Estaban tan absortos en su infantil diversión que ninguno notó que alguien los estaba vigilando.
[...]
Katara arrastró sus pies por el pasillo y tomó asiento en la mesa mientras bostezaba. Aang llegó de la cocina con dos platos repletos de frutas cortadas para el desayuno y le entregó uno a la muchacha. Ambos intercambiaron miradas y una sonrisa cómplice al notar el rostro de cansancio del otro. La noche anterior permanecieron despiertos hasta tarde. Espíritus, habían dormido muy poco.
―Hola―le susurró él.
―Hola―respondió ella de la misma forma―. Buenos días.
―Sí, buenos días a mi también―los interrumpió Sokka. Se sentó en una de los lados de la mesa y cruzó los brazos sobre el pecho, observándolos con suspicacia―. ¿Puedo saber desde cuando se llevan tan bien ustedes dos? Anoche se pelearon como perros y gatos.
―Déjalos en paz, Cola de Caballo―Toph se ubicó en su lugar con una expresión burlona―. Claramente tuvieron una noche de reconciliación apasionada―soltó una risotada.
Sokka le tiró una servilleta en la cara.
Katara se removió un poco incómoda. ¿Era esa una indirecta? ¿Estaba siendo demasiado obvia? ¿Se había pasado de la raya? La noche anterior había descubierto que Aang y ella solo eran amigos, pero eso no diluyó en absoluto sus sentimientos románticos por él.
Aún así, no quería interponerse en la relación del muchacho con Toph.
―Solo tuvimos una pequeña charla―aclaró ella―. Y quisiera disculparme por cómo actué anoche. Estaba un poco nerviosa.
―Tranquila, Princesita―la consoló la Maestra Tierra―. Estuvo bien, para ser sincera. Comenzaste a actuar como tú otra vez.
Katara arqueó una ceja. ¿Ella solía ser así de malhumorada?
―Sí sí, como sea―insistió Sokka―. ¿Y esta maravillosa reconciliación cuándo sucedió? Me imagino que habrá sido en horas adecuadas para el decoro, ¿verdad?
El Avatar y ella se miraron.
―Buenoo...―Aang quiso empezar a explicar pero justo entonces alguien llamó a la puerta principal.
Sokka se puso de pie y abrió la puerta, llevándose una sorpresa.
―¡Suki!―el Guerrero se abalanzó a los brazos de la chica.
Luego del efusivo encuentro, la joven guerrera entró y Katara pudo tener una mejor vista de ella. Era una muchacha hermosa, de oscuros ojos verdes y cabello castaño rojizo que le llegaba hasta los hombros.
―Ella es la novia de Sokka―le murmuró Aang―, y una gran amiga tuya.
La Maestra Agua quedó maravillada y se cuestionó en silencio cómo es que su hermano había logrado conquistar a tan elegante chica.
―¡Katara!―Suki hizo a un lado a Sokka inmediatamente al verla. Cruzó la habitación y la rodeo con sus brazos en un afectuoso abrazo. Se sentía... acogedor. La presencia de Suki le resultaba tranquilizadora y entendió entonces que ella era buena―. Oí lo que pasó. Me alegra tanto ver que estás bien.
Katara solo atinó a asentir.
―Supongo que deberíamos ir a buscar a Zuko―suspiró Sokka―. El Gobernador y los ministros deben estar volviendolo loco.
Aang soltó una risita.
―Apuesto por eso.
―Oh, si, cuando me envió primero mencionó algo sobre que por favor vayan en su auxilio ―rió Suki―. Adelante, nosotras nos prepararemos para el baile.
―¿Baile?―cuestionó Katara―. ¿Qué baile?
―Olvidé decírtelo―confesó Aang, avergonzado―, hoy por la noche el Gobernador dará una fiesta para celebrar los tratados de Independencia de laa Colonias. Debemos asistir.
―Y supongo que tampoco te llevaron de compras para un nuevo vestido―Suki los miró acusatoriamente. Sokka y Aang se encogieron culpables―. Hombres. Bien, vayan con Zuko. Yo me encargo de ellas.
―Yo mejor acompaño a estos dos idiotas―sentenció Toph, empujando a los susodichos hacia afuera antes de que pudieran protestar, y huyendo de la catastrofe que seria para ella un día de modas―. ¡Nos vemos!
Las dos chicas se quedaron solas. Katara vio con recelo como se llevaban a Aang lejos de ella.
Suki acompañó a la Maestra Agua a su habitación y sacó la ropa de la pequeña maleta que traía consigo. Había prendas del día a día, pero también hermosos y exquisitos vestidos.
Entre ellos, uno en especial del color del océano, con detalles en hilo plateado dibujando patrones de olas.
―Pruébate este―le sugirió ella―. ¡Estoy segura que te quedará hermoso!
Cuando Katara se lo probó y se miró al espejo, tuvo que admitir que le encantaba.
―Te ves preciosa―sentenció la Guerrera Kyoshi, sujetándola por los hombros.
La morena se sonrojó.
―Eres muy amable, Suki―confesó la Maestra Agua―, lamento mucho no poder recordarte.
Suki negó con la cabeza ante el reflejo y le dedicó una sonrisa amable.
―No te preocupes―la tranquilizó―, no tienes que forzarte. Estoy segura que pronto tu memoria regresará por si sola―le prometió―. Mientras, nos tienes aquí para apoyarte. Puedes preguntarme todo lo que quieras saber. Yo soy tu amiga.
Amiga.
Eso sonaba bien. Le agradaba tener una amiga. Quería decir, Toph habia sido cordial y simpática, pero no podía evitar sentir cierta incomodidad hacia la muchacha ciega. Después de todo, a ambas les gustaba el mismo chico.
―¡Oh, mira!―le mostró una horquilla para el cabello, con una flor de cristal azulado y transparente y delicadas perlas colgando de la punta―, esto combina perfecto con tus ojos. ¡Aang se quedará babeando cuando te vea!
Suki siguió repitiendo frases parecidas a medida que iba probandole prendas o accesorios en la cabeza. Por supuesto que a ella le encantaba la posibilidad de dejar embelesado al joven muchacho. Tan solo la idea de verlo hipnotizado, incapaz de alejar la vista de ella, le emocionaba y sus labios se tensaban irresistiblemente en una sonrisa.
Pero él no era suyo. La culpa de estar conquistando a un chico que no le pertenecia la acosaba. Se preguntó entonces por qué Suki le estaba diciendo eso. ¿No era mejor darle estos consejos a Toph?
Cuando la Guerrera terminó de decorarla, la enfrentó.
―Sigues mencionando a Aang―dudó―. ¿Por qué me importaría tanto impresionarlo?
Suki la miró. Parecía totalmente confundida.
―¿No te lo dijeron?―cuestionó―. Aang y tú son novios.
