[Aang]
La noche los alcanzó rápidamente y el inicio del baile se hizo inminente.
La música alegre inundaba el enorme salón que habían dispuesto en honor a los importantes invitados diplomáticos. Las velas iluminaban cálidamente el lugar en conjunto a los exquisitos adornos rojos, dorados y verdes que decoraban las paredes, a la par del estandarte de la ciudad de Yu Dao luciéndose con imponencia y elegancia. Comida deliciosa y bebidas infinitas, todo ese lujo a su merced solo para que Zuko y él decidieran refugiarse en un rincón, pegados a las largas cortinas que caían en cada esquina, intentando pasar desapercibidos ante los ojos de los nobles y rogando porque no los atraparan en sus garras de conversaciones políticas sin fin, cosa que, gracias a sus vestimentas representativas de su nación, no era nada sencillo de lograr.
Aang gimió por lo bajo en protesta y cansancio.
Cuánto deseaba que Katara estuviera ahí, al menos poder verla a lo lejos. Su mera presencia hacía que todo se sintiera mejor.
Luego de que Toph los forzara a abandonar la casa, se dirigieron al encuentro de Zuko. Sin embargo, solo pudieron darse poco más que un saludo afectuoso antes de que el Gobernador se enterase de su llegada y los obligase a realizar un formal recorrido por la ciudad y su mansión. Toph se escapó en la primera oportunidad que tuvo, la muy cobarde.
Solo pudieron huir de él ante la réplica de que era la hora de alistarse para la velada. Aang se apresuró a regresar a la casa en la que se hospedaban para volver a ver a su amada.
Sin embargo, apenas golpeó la puerta de entrada, recibió una respuesta de lo más amarga.
―Largo de aquí―ordenó Suki, abriendo la puerta sólo lo suficiente para dejar ver la parte superior de su cuerpo―. No pueden entrar, nos estamos alistando para la fiesta.
―Pero, cariño―se quejó Sokka―, nosotros también tenemos que prepararnos
―¡Sí! Nuestras ropas están ahí―continuó Aang, intentando echar un vistazo dentro, pero Suki bloqueó cualquier éxito que pudiese tener moviendo su cabeza a la par que él―. Katara está dentro, tengo que hablar con ella―sin embargo, la guerrera Kyoshi era inflexible―. ¡Suki!―gruñó.
―Te dije que no, Aang. No insistas―respondió, con un aire de total tranquilidad―. Estos son sus trajes―les entregó una pila de ropa cuidadosamente doblada―, vayan a bañarse y vestirse a los aposentos de Zuko, seguro que no le molestará.
El Maestro Aire frunció el ceño. ¿Por qué tanto misterio? ¿Por qué le prohibía ver a Katara? Sabía que ella estaría a salvo con Suki, pero por alguna razón, de pronto no le agradaba tanto la guerrera Kyoshi.
―Y yo te dije que tengo que verla―sentenció el Avatar.
Lejos de sentirse amenazada, las comisuras de la boca de Suki se elevaron un poco más.
―Me lo agradecerás más tarde―aseguró.
Estuvo a punto de protestar nuevamente cuando de pronto escuchó aquella voz melodiosa y encantadora hablándole desde el interior de la casa.
―¿Aang?―la oyó. Su voz tembló un poco, parecía... nerviosa.
―¿Katara?―la llamó, parándose desesperado de puntillas de pie. Se esforzó por espiar aunque sea un centímetro detrás de su amiga, pero fue inútil―, ¿pasa algo, estás bien?
―Si―respondió ella―. Suki me está ayudando a vestir, no puedes entrar ahora. Te veré más tarde en el baile, ¿de acuerdo?
Aang suspiró aliviado. Al menos, no parecía estar enojada con él, aún quería verlo. Todo estaba bien.
―De acuerdo.
Y es que ese era su gran miedo, que Katara decidiera alejarse para siempre de él.
La noche anterior habían hablado, se habian acercado, pero cuando ella le preguntó si era su amigo, no pudo negarlo. No pudo decirle la verdadera relación entre ellos dos. La dulzura de saber que ella confiaba y quería apoyarse en él se mezcló con la amargura de no haberse atrevido a confesarle que la amaba, que ellos se amaban.
Porque él no estaba seguro de que eso fuera verdad.
Katara había olvidado quién era él y lo que significaba para ella. Él era un extraño. ¿Realmente podría seguir teniendo sentimientos de amor por alguien a quien no conoce? Aang se había resistido a responder a esa pregunta porque la respuesta dolía demasiado.
―¿En qué estás pensando?―Zuko lo devolvió al presente, bebiendo el contenido de su copa al lado del monje. Ambos permanecían apoyados contra la pared, en busca de descanso.
―En Katara―confesó el muchacho, abrumado.
―¿Cómo fue que no lo adiviné?―bromeó el Señor del Fuego.
Aang exhaló una sonrisa torcida.
―Antes no tuvimos tiempo de hablar con calma―continuó Zuko―, pero ahora parece que estamos a salvo―dijo, apuntando en la dirección en la que los nobles se mantenían enfrascados en una calurosa discusión, mientras que Sokka se dirigía discretamente a la mesa del buffet―. Oí sobre lo que le pasó a Katara, ¿está todo bien?
―Si, lo está―un suspiro abandonó los labios del Maestro Aire―. Estuvo unos días inconsciente, pero su cuerpo se recuperó adecuadamente de las heridas―continuó, mirando a la multitud de invitados―. Perdió la memoria, los médicos dijeron que podría ser temporal y que no podemos hacer nada más que...
―Sé que Katara está bien―lo interrumpió el Maestro Fuego―, no creo que debas preocuparte sobre su memoria. Aang, estamos hablando de Katara. Ella es fuerte. Además, le debo dinero―una mueca arrugó los labios del monarca―, y peor aún, Sokka le debe dinero. Créeme que no pasará mucho antes de que lo recuerde―el joven Avatar soltó una tenue risa―. Me refería a ti. ¿Está todo bien contigo? Sé que debió ser... difícil verla herida. Sokka escribió en la carta lo que sucedió en la batalla y... el día que ella despertó
Aang no quería hablar de eso, no ahora.
―La extraño― fueron las únicas palabras que salieron de su boca―. La extraño mucho, Zuko.
El Maestro Fuego guardó silencio.
De pronto, un murmullo ruidoso empezó a levantarse entre la gente. Aang estaba demasiado disperso para percartarse de ello, pero el motivo de aquella emoción no paso desapercibido para el joven monarca.
―Creo que sé cómo animarte.
El Avatar se giró con una ceja alzada, sin comprender, y el mayor le indicó con un ademán que mirara hacia delante.
Y fue entonces que el tiempo se detuvo.
El mundo dejó de girar, todo a su alrededor permaneció quieto, y las personas que estaban ahí desaparecieron poco a poco de su vista, dejando de importar.
Todas, excepto una.
Katara avanzó por el salón en dirección a él. Llevaba un hanfu del color del cielo, su falda vaporosa flotando con cada paso. El cinturón azul marino, con detalles en dorado, abrazaba su cintura de manera refinada, haciendo conjunto con la chaqueta de mangas largas y anchas del mismo color y resaltando así el hermoso zafiro brillante de sus ojos. Su cabello semi recogido caía sobre sus hombros, sujeto apenas con una horquilla de cristal, sus mechones sueltos se meneaban al caminar, dándole una apariencia etérea.
Aang se quedó embelesado al verla, fascinado con su belleza, igual que aquella primera vez en que la vio tras despertar al salir del iceberg.
Los preciosos orbes de Katara se encontraron con los de él, y Aang de pronto no supo cómo se hacía para respirar.
Su corazón latió con desmesurada fuerza contra su pecho, la boca se le secó. Se sintió feliz, y luego nervioso y después aterrado, una montaña rusa de emociones subía y bajaba en su interior al ver cómo la chica que amaba con locura desde hacía años se aproximaba a él.
¿Qué le diría? ¿Él se veía bien, su ropa no estaba sucia, olía adecuadamente? De repente se consideró indigno de estar frente a ella, pero Espíritus... no deseaba estar en ningún otro lugar que no fuera a su lado.
Y cuando menos lo pensó, ella ya estaba frente suyo.
―Hola―la voz de Katara sonó como terciopelo en sus oídos y le dedicó una pequeña sonrisa.
Aang no pudo apartar la vista de los labios de la muchacha, pintados suavemente de carmín, moviéndose al hablar y tentándolo vilmente a besarla.
Zuko le hundió el codo en las costillas, un recurso doloroso pero efectivo, para que el Maestro Aire finalmente reaccionara, y fue recién en ese instante en el que Aang se dio cuenta de que tenía la mandíbula abierta.
―T-tú..., digo, yo... uh...―su lengua de pronto se negó a colaborar y se le enredó penosamente. Katara rió con dulzura por lo bajo, y el joven Avatar sintió la sangre aleteandole sobre las mejillas. Tui y La, necesitaba calmarse―. Quiero decir― se aclaró la garganta―. Hola―dijo con un toque de torpeza.
―Ahora entiendes por qué no podiamos dejarlos entrar―Suki apareció del brazo de Sokka, portando un elegante hanfu similar al de Katara, con tono verdosos y negro, y detalles en rojo y dorado, emanando elegancia y belleza―. Queríamos darles una sorpresa.
―Y si que nos la dieron―concordó Sokka, dándole un pequeño beso en la mejilla a su amada―. Están preciosas, cariño.
Suki infló el pecho de orgullo.
―Si, están bellísimas―murmuró el joven monje, sin poder apartar la vista de la Maestra Agua
Las mejillas de Katara se tornaron de un cálido tono rojizo. Oh, Espíritus, ¿lo había pensado o lo había dicho en voz alta?
Sin embargo, parecía que, hubiera hecho lo que hubiera hecho, a ella le había gustado. La muchacha dio un paso adelante y se posicionó a su lado.
―Creo que es aquí donde me presento, otra vez―Zuko dio un paso adelante, llamando la atención de la Maestra Agua―. Es un gusto verte de nuevo, Katara. Soy Zuko.
―Mejor conocido como Profesor Calor―dijo Sokka.
El Maestro Fuego entrecerró los ojos en frustración.
―Para ti, soy el Señor del Fuego―le sentenció al Guerrero de la Tribu Agua.
―Oh, disculpe usted, Su Gran Fogosidad― continuó el moreno, soltando una carcajada en el momento en el que Zuko se agarró el puente de la nariz, implorando por paciencia. Suki liberó una risita discreta.
Katara buscó la mirada de Aang entre el barullo, reflejando confusión y preguntando en silencio. El Maestro Aire sonrió dulcemente y le guiñó un ojo, transmitiendole tranquilidad, y fue entonces cuando Katara se relajó un poco.
―Es bueno verte de nuevo, Zuko―Katara dio una pequeña reverencia―. Por tu forma de hablar, imagino que somos buenos amigos.
El Maestro Fuego unió las manos detrás de su espalda y abrió la boca, dispuesto a responder, pero ningún sonido salió de sus labios. Arrugó las cejas, sin saber qué decir con exactitud. Aang, Sokka y Suki no pudieron evitar reir ante ello.
―Podría decirse que lo somos... ¿no?―dudó el monarca, buscando la ayuda de sus amigos.
―Parecían llevarse bien durante los últimos años―respondió con indulgencia el Maestro Aire.
―No hubo peleas por un tiempo― continuó Sokka, asintiendo.
Katara arqueó una ceja.
―¿Por qué pelearía con Zuko?―cuestionó la morena. Una nueva risa atacó al grupo.
―La pregunta sería: ¿por qué no pelearías con Zuko?―contestó Sokka, divertido―. Digamos que no tuvieron un buen comienzo, hermanita. Él solía perseguirnos para atrapar a Aang y entregárselo a su padre.
―Me disculpé por eso―refutó el Maestro Fuego.
―Le diste una paliza en el Polo Norte―siguió el Guerrero de la Tribu Agua.
―También cuando se unió al grupo―continuó Aang.
―Me amenazaste de muerte―confesó Zuko, avergonzado―, un par de veces.
―¿De verdad? No imaginó por qué lo habré hecho― Katara cruzó los brazos sobre el pecho, sarcástica y divertida. El grupo rió nuevamente―, pero supongo que, de alguna forma, todo eso quedó en el pasado y ahora somos cercanos, ¿no es así?―le preguntó extendiendo la mano.
El Señor del Fuego le correspondió, estrechando su mano con la de ella despacio.
―Me honra poder decir que sí.
El joven monje la admiró contento. Le llenaba el alma verla feliz. Lo devolvía a aquellos momentos en los que todo estaba bien, cuando la tragedia aún no los había alcanzado y sus corazones aún eran uno solo.
―¡Avatar Aang, Avatar Aang!
Esa voz, esa horrible voz.
El chico cerró los párpados con fuerza, negándose a su realidad, antes de esforzarse por esbozar la mejor expresión de cordialidad natural que podía fingir.
―¡Secretario General!
El hombrecillo delgado y anciano venía acercándose con prisa, meneando las largas mangas de su túnica y portando una sonrisa de serpiente interesada.
Aang no podía mentir, ese hombre realmente no le agradaba, mucho menos desde que pronunció aquellos comentarios asquerosos sobre Katara. Sin embargo, él también era el Avatar. Su deber y los valores que le habían inculcado los monjes lo obligaban a permanecer en calma y no tomar represalias.
Por ahora.
―El Gobernador lo está buscando― anunció una vez que llegó a ellos―. Importantes personas de la alta nobleza llegadas del Reino Tierra desean hablar con usted.
Aang se quejó en su interior, a pesar de que su expresión y postura reflejaban lo contrario. No quería hacerlo, estaba harto y cansado de lidiar con las discusiones e intereses políticos, a pesar de que sabía que era parte de sus obligaciones como Avatar acudir cuando lo llamasen.
Una fina mano se enredó con la suya de imprevisto. Katara lo sostenía con cálida fuerza y sintió cosquillas en el estómago por el satisfactorio contacto.
―¿Es necesario que asista de inmediato?―la muchacha cuestionó al Secretario General con aquella determinación tan característica suya. Se plantó con firmeza ante él, valiente y decidida y, por un instante, Aang olvidó que ella había perdido la memoria―. El Avatar se encuentra algo cansado ahora mismo, irá más tarde. Si sería tan amable de excusarlo con el Goberna...
―Señorita Katara―masculló con molestia el anciano, cortandola―, veo que se está recuperando con avidez. Demasiada, diría yo―continuó él―. Pero, me temo que dada su situación es entendible que haya olvidado el hecho de que una mujer debe mantenerse callada y...
―Iré de inmediato―Aang lo interrumpió con severidad. Su rostro ya no reflejaba ninguna amabilidad, sino una seriedad amenazante que hizo callar y aclarar la garganta al Secretario.
―Bien―dijo el hombre―, sígame por aquí, por favor.
El molesto hombrecillo dio la vuelta y empezó a andar hacia la otra punta del salón. El Avatar estaba dispuesto a seguirlo, pero no sin hacer algo antes.
―Gracias por eso―murmuró conmovido, apretándole la mano con suavidad. Katara le sonrió, tímida.
―Lamento no haberte podido salvar.
―Estaré bien―se encogió de hombros―, podré soportarlo solo si me permites invitarte a un baile después, cuando logré librarme de esas momias.
Katara rió divertida.
―Me encantaría.
Sus labios se tensaron de felicidad y fueron esas palabras las que lo armaron de valor. Se agachó hasta el oído de la Maestra Agua, aprovechando que Sokka y Zuko se habían puesto a discutir en voz baja sobre los nobles.
―Déjame decirte que te ves muy hermosa―le susurró lo suficientemente cerca como para que su aliento le cosquilleara la piel a la muchacha―, no solo esta noche. Siempre.
Y, antes de que su valentía terminara de diluirse por completo, fue tras del Secretario General.
[...]
La buscaba entre la multitud, abriéndose paso entre los invitados, necesitado por encontrarla.
―Lo siento, tengo un compromiso―se disculpó con cada señorita que trataba de detenerlo para una pieza de vals, sin parar su andar―. Con permiso, lo siento.
Ubicó a lo lejos a una muchachita de vestido formal, cabellos oscuros y ojos esmeralda que, al parecer, acababa de llegar. Sin necesidad de intercambiar palabras, Toph le dedicó una mueca cómplice al Avatar y le hizo un gesto señalando el jardín. Aang le agradeció en silencio.
Se escabulló por la terraza, el camino de mármoles acabando en el límite marcado por el césped. El jardín de la mansión del Gobernador era grande, derrochando riqueza. Aang recorrió los pasillos de árboles, arbustos y setos en busca de la muchacha.
Hasta que finalmente, la encontró.
Sola, cercana a una fuente, su atención cautivada por el brillo de las estrellas en el cielo nocturno. Apoyaba su peso de una pierna a otra lentamente al ritmo de la música que se escuchaba a lo lejos, proveniente del salón. Su vestido meneándose con ligereza, sus ojos brillando con ese encantador azul, hipnotizandolo por completo.
Ella cerró los párpados y sonrió, disfrutando de la brisa nocturna, ignorante de la presencia del muchacho, y Aang pensó que no podía existir mujer más bella y perfecta que ella en la Tierra.
Cuando la música se detuvo para comenzar una nueva pieza, decidió que era el momento. Apretó los labios, y pensó las palabras que deseaba emitir.
De pronto se sentía muy nervioso, como aquella época en la que todavía eran unos niños y él se esforzaba por confesarle sus sentimientos en medio de una guerra. La incertidumbre de ese entonces lo acosaba nuevamente al no saber cómo se sentía ella con respecto a él.
Fue en ese instante en el que tomó una decisión.
La conquistaría, se ganaría su amor nuevamente.
―Es una noche muy bonita, ¿no lo crees?―dijo, acercándose.
Katara se sobresaltó al oírlo, pero el alivio inundó su expresión al reconocerlo.
―Lo es.
Aang se detuvo frente suyo.
―Pero no tan bonita como tú―sentenció el Avatar, con una sonrisa melosa.
Katara rió por lo bajo, sus mejillas coloradas por el efecto de sus palabras.
―Eso es muy dulce―respondió ella, acortando la poca distancia entre ellos, quedando casi nula. El pulso del Avatar se aceleró, pero no retrocedió ni un centímetro―. Si me permite decirlo, usted también es muy atractivo, Avatar Aang―susurró, con un tono aterciopelado que hizo estremecer al joven muchacho. La chica colocó sus finas manos en los hombros masculinos.
Aang tragó saliva, estaban cerca, demasiado cerca. ¿Y, acaso estaba sucediendo lo que creía que estaba sucediendo? ¿Katara estaba coqueteando con él?
No obstante, incluso si era así, aquella cercanía era peligrosa.
―Katara...―murmuró él, perdido en los exquisitos orbes zafiro de la muchacha, y le sujetó la muñeca con finura, en un vano intento por detenerla. La lengua se le volvió de plomo, su cerebro fue incapaz de formular otras palabras que no fueran de amor hacia ella―, deberíamos... deberíamos volver.
Las normas lo prohibían, las buenas costumbres condenaban que Katara y él se mantuvieran en esa posición, tan cerca uno del otro, sin la compañía de un chaperón.
Si alguien los veía, mancillaría la reputación de la muchacha. Incluso si era de público conocimiento que eran una pareja, aún no estaban casados. Aún si ambos hubieran estirado los límites de aquellas reglas en el pasado, dándose roces y besos acalorados a escondidas de los ojos ajenos, no permitiría que ella fuera deshonrada en público.
―No quiero irme. Una nueva canción acaba de empezar―repuso la Maestra Agua, dando el último paso para destruir la poca lejanía que aún había. Sus cuerpos se rozaron e instintivamente el chico puso una mano en la cintura femenina. Eso solo hizo sonreír aún más a Katara―, y aún me debes un baile.
―¿Aquí? ¿Ahora?―dudó.
―Si no es ahora, ¿cuándo?―lo tentó la muchacha―. Sé lo que te preocupa, pero nadie nos verá. Todos estan demasiado ocupados dentro―dijo―. ¿O acaso el todopoderoso Avatar se siente inseguro de bailar con una linda damisela como yo? ¿Quizás no se siente suficiente y tiene miedo?― lo retó en broma.
Aang parpadeó un par de veces, antes de que las comisuras de su boca dibujaran una sonrisa socarrona y traviesa. Oh, no, esa muchachita no se burlaría tan fácilmente de él y saldría triunfante.
¿Quería jugar? Pues bien, jugarían.
―En ese caso―canturreó. Retrocedió un par de pasos, soltándose del agarre de la chica para su sorpresa. Hizo una reverencia caballerosa y le extendió la mano―, ¿me permitiría bailar esta pieza con usted, bella señorita?―preguntó con picardía―. Prometo que será divertido.
Katara soltó una risita y aceptó la invitación, uniendo sus manos.
―Será un placer, mi señor.
Él la tiró con suavidad hacia él otra vez y la tomó delicadamente de la cintura con la otra mano. Lento, comenzaron a moverse y girar al ritmo de la música.
―Solo intenta no pisarme los pies esta vez―dijo él.
La muchacha se puso roja y su cara se convirtió en una mezcla de indignación, confusión y molestia.
―¡Yo nunca hice eso!―protestó.
Aang rió mientras seguían bailando.
―No que tu recuerdes―siguió bromeando para molestarla.
Katara se quedó pasmada y el joven Avatar no pudo evitar soltar otra carcajada.
―Estás mintiendo―lo acusó, entrecerrando los ojos.
―Tienes razón, me atrapaste― se encogió de hombros, culpable―. Lo cierto es que eres una excelente bailarina.
―Gracias―dijo, presumida y galante―, sabía que pronto reconocerías mi talento natural.
Ambos rieron. Katara soltó la mano del chico, y en cambio le rodeó el cuello con los brazos. Aang suspiró, dejándose llevar por el tacto placentero, y sujetó la cintura femenina con ambas manos, acercándola aún más.
Se movieron al son de la melodía que provenía de la lejanía, en silencio, disfrutando de la presencia del otro, de poder abrazarse, sentirse, tocarse. Estaban perdidos el uno en el otro, mirándose con paciencia, con cariño.
El ambiente se cargó de comodidad, de la complicidad de pareja. Todo se sentía tan perfecto, tan único, tan natural. Ya nada ni nadie importaba, tan solo ellos dos ahí, en ese preciso instante y en ese preciso lugar.
Entonces, decidió que quizas podía hacer ese momento aún más especial. Quería deslumbrarla. Con un rápido movimiento, sin soltarla del todo, controló el agua de la fuente y la elevó, explotandola en el cielo.
Pronto pequeños copos de nieve empezaron a descender, creando una vista mágica. Katara contempló aquello, fascinada como una niña pequeña ante el espectáculo.
Él se regocijó por dentro al verla y fue allí cuando notó el detalle que ella llevaba en el cuello.
―Estás usando el collar― susurró, contento por verlo nuevamente en su lugar. No se había percatado de que había faltado todo este tiempo, hasta ahora.
―¿Esto?―la chica llevó sus dedos hasta alcanzar el dije―, Suki me dijo que debía ponermelo―dudó―. ¿Es importante de alguna forma?
―Mucho―afirmó el monje―, pertenecía a tu madre. Significa mucho para ti.
Katara presionó sus labios, comprendiendo.
―¿Puedo preguntarte algo?―pidió ella.
―Lo que sea.
―Son...varias cosas, en realidad―vaciló ella―. Mientras no estabas, y durante estos días, me han dado información sobre quién... quién se supone que soy. Pero, me he dado cuenta, que también comencé a sacar conclusiones que resultaron erróneas― Aang se preguntó cuáles serían―. Quiero que me digas si lo que sé o lo que pienso son datos reales o no.
El Avatar asintió.
―De acuerdo.
―Estuviste atrapado en el hielo durante cien años―empezó.
―Real―respondió―, tú me rescataste de ahí. Desde entonces hemos estado juntos. Viajamos por el mundo, buscando Maestros para que me entrenaran en los demás elementos y así vencer al Señor del Fuego anterior. Tú fuiste mi Maestra de Agua Control luego de abandonar el Polo Norte.
Una pequeña sonrisa tranquila se dibujó en el rostro de Katara.
―Hago todo lo que Sokka me ordena―continuó la muchacha.
Aang rió y negó con la cabeza.
―Falso. Él es un buen hermano mayor para ti, pero en realidad, es él el que te obedece la mayoría del tiempo―aseguró el Avatar.
―Sospeché que estaba mintiendo respecto a eso―rió la Maestra Agua―. Bien, la siguiente es... Toph está... enamorada de ti.
El Maestro Aire negó una vez más. Hizo girar a la muchacha con un movimiento elegante y limpio, para luego atraerla hacia él nuevamente.
―Falso―sentenció con seguridad―, ella está interesada en alguien más.
Antes de olvidarlo todo, Katara y él eran los únicos que tenian conocimiento sobre los sentimientos nunca confesados de Toph con respecto a Sokka.
Deseó con todas sus fuerzas poder decirle toda la verdad.
No solo sobre Toph, sino sobre ellos dos. Anhelaba aprovechar esa oportunidad para confesarle que en realidad eran pareja. Que su corazón no dejaba de latir por ella, que había nacido para amarla con todo su corazón.
Todavía la quería todo el tiempo, en un rincón de su corazón lleno de anhelo, seguía esperando que todo volviera a ser como era antes mágicamente.
Sin embargo, no quería presionarla. No quería que sus sentimientos significaran un peso para ella. Incluso si había decidido conquistarla, iría poco a poco, tendría paciencia.
No era momento de agobiarla con sus propios sentimientos, así que, dudando, una vez más se tragó las palabras "te amo".
Aang no se percató de ello, pero Katara liberó un suspiro de alivio en silencio luego de su respuesta.
―Amenacé a Zuko de muerte.
―Real―dijo―, por mucho tiempo estuviste enfadada con él por habernos traicionado en la catacumbas de Ba Sing Se.
―¿Tan grave fue?―titubeó la morena―. No se ve como alguien malo. Ustedes parecen buenos amigos también.
―Lo somos, ahora si―aseguró él.
―¿Entonces? ¿Qué hizo para que me molestara tanto?
―Ayudó a su hermana, Azula, cuando tenía la posibilidad de elegir otro camino, después de que le diste una oportunidad y confiaras en él. Fue una batalla dura, ella era feroz y llena de maldad. Estábamos en desventaja, yo quise recurrir al Estado Avatar para salvarnos y ella...―Aang no quería decirle, se rehusaba a revivir experiencias dolorosas, pero Katara insistió hasta que finalmente lo obligó a ceder―, me asesinó. Estuve muerto, Katara, pero tú me trajiste de nuevo a la vida.
La Maestra Agua se quedó en silencio, procesando sus palabras y desvió la vista.
―Después de eso, lograste hacer que me recuperara― prosiguió el Avatar―, ya estoy bien, gracias a ti. Con el tiempo, Zuko quiso redimirse, se unió a nosotros para ayudar a derrotar a su padre, pero tú no lo aceptaste ni confiaste en él por meses, y fue entonces cuando lo amenazaste. Temías que planeara lastimarme otra vez, no dejarías que algo asi sucediera de nuevo. Finalmente, él se ganó tu perdón y el de todos.
Katara asintió.
―Debí quererte mucho. Debiste importarme demasiado si estaba dispuesta a cumplir mi amenaza con tal de protegerte―susurró.
Aang no supo qué responder.
―Sí―finalmente dijo―, y tú eres igual de importante para mí.
Y es que ella era la única razón por la que aún respiraba, por la que aún vivía, para darle su amor sincero. Todos los recuerdos de amor entre ellos eran todas sus razones para seguir.
Katara elevó la mirada y lo enfrentó.
―Esta es mi última pregunta― él asintió, expectante. Los últimos copos de nieve cayeron destinados al suelo―. Tú y yo nos amamos.
Aang se congeló. Su cuerpo se tensó y dejó de bailar. El tiempo pareció detenerse, sus latidos resonaron en sus oídos.
―Aang―dijo―, ¿es verdad que somos novios?
