Aang la hizo girar sobre sus pies y la atrajo nuevamente hacia él en una danza romántica alrededor de la fuente al son de la música.

Katara lo contempló. Su traje anaranjado mucho más formal que el que solía utilizar, atravesado por una túnica amarilla, destacaba su atractivo cuerpo bien trabajado. Debajo de sus manos, los hombros no demasiado anchos, pero sin duda masculinos, se palpaban fuertes. Sus tatuajes del color del cielo contrastaban con su piel lechosa y sus facciones suaves.

Sus ojos grises como nubes de tormentas poseían un brillo especial que la hipnotizaba. Habían permanecido fijos sobre ella durante toda la velada y Katara no pudo evitar deleitarse al notar que su plan había surtido el efecto que deseaba en él; llamar su atención.

Suki la había ayudado a prepararse, ferviente de la idea de que debía enloquecerlo aquella noche, y ella se dejo hacer.

Le emocionaba la idea de gustarle aún más a Aang.

Y parecía que lo había conseguido. La observaba embelesado y sus labios finos y rosados dibujaban una sonrisa encantadora, producto de las palabras que ella decía.

Espíritus, cuánto adoraba esa sonrisa.

Le encantaba verlo reir, su risa le hacía vibrar el alma con alegría. Le provocaba ganas de divertirlo, de seguir haciendolo feliz. Le nacía un amor inexplicable del pecho.

¿Amor?

De pronto, recordó las palabras de Suki y se preguntó si lo que sentía en su interior realmente era amor. Eso explicaría las ansias que siempre tenía por volver a verlo, la emoción que la inundaba cada vez que estaban juntos, las mariposas que revoloteaban descontroladas en la zona baja de su vientre cuando hablaba con él y le dedicaba aquella mirada llena de un sentimiento que ella no había podido descifrar.

Al menos, hasta ahora.

¿Sería amor lo que percibía en esos preciosos orbes plateados? ¿Las palabras que Suki le confesó eran ciertas?

¿Aang la amaba también?

Si todo era cierto, ¿por qué nunca le dijo nada? ¿Por qué, cuando la noche anterior le preguntó si eran amigos, él no la corrigió? ¿Por qué mentir, por qué ocultarle la verdad?

¿Acaso no se daba cuenta de lo confundida y perdida que se encontraba? ¿De lo enamorada que estaba?

Tengo que averiguarlo.

Sin embargo, cuando hizo la tan ansiada pregunta, Aang no respondió.

El cuerpo del chico se tensó y el baile cesó. Los últimos copos de nieve cayeron tranquilamente sobre el suelo solo para derretirse bajo el silencio sepulcral de los dos. La música del salón oyéndose de pronto demasiado lejana, como un susurro frío del viento.

La expresión de Aang reflejaba una mezcla de confusión y miedo, su vista fijamente en ella como si se debatiera internamente las palabras que iba a emitir, pero que al final, ninguna salió de su boca.

Katara interpretó su silencio de la peor forma. Una respuesta negativa que no quería ser emitida, un rechazo a su confesión que no se animaba a pronunciar para no herir aún más sus sentimientos.

Finalmente, lo comprendió. Había malinterpretado todo de nuevo, se había equivocado otra vez.

Por alguna razón, esta ocasión dolía más.

Ella no entendía por qué Suki le había mentido de esa forma tan vil, pero no le importó, nada importaba ya. Bajó la vista, sintiendo una oleada de lágrimas avecinarse, pero que ella no se permitiría dejar caer. No quería llorar, no frente a él.

―Entiendo―murmuró, exhalando una sonrisa lo más auténtica posible―. Debo irme. Tenias razón, es peligroso que nos vean juntos a solas.

Se dio la vuelta, dispuesta a marcharse. Caminaría un par de pasos, lo suficiente para alejarse de él hasta lograr que la perdiera de vista, y luego correría a algún rincón desconocido para poder echarse a llorar desconsolada con libertad.

Sin embargo, de repente una fuerza la impulsó hacia atrás, chocando su espalda en consecuencia. Aang la rodeó con brazos firmes y se negó a dejarla ir. Se rehusaba a perderla de nuevo.

―No te vayas―ella sintió su aliento tibio cosquilleandole la mejilla.

―Aang, suéltame.

―No me dejes―afianzó su abrazo aún más fuerte, sin apretarla demasiado, pegando a él―. Te lo suplico.

Katara quiso gritar, ¿por qué se lo estaba haciendo tan difícil? Ella solo quería abrir paso al llanto, lejos de él, dejando al menos su dignidad intacta a diferencia de sus sentimientos hechos pedazos.

―Aang...

―Real.

Katara se congeló.

―Real―repitió él―. Somos novios, nos amamos... real.

Ella se quedó pasmada, procesando aquella información. Finalmente, se removió levemente, queriendo girarse y enfrentarlo, sin embargo, Aang solo la abrazó más, temeroso de que decidiera abandonarlo.

―No me iré―prometió, entendiendo la razón detrás de su resistencia―, solo quiero darme vuelta. Quiero verte, Aang.

El chico cedió, aflojando su agarre. Y cuando Katara se volteó, se encontró con una escena inesperada.

Aang tenía los ojos llenos de lágrimas.

Aquellas nubes de tormentas finalmente había liberado su lluvia. Las gotas saladas se mantenían acumuladas sin bajar. Su nariz estaba levemente sonrojada y tenía los labios apretados con fuerza, en un intento fallido de controlar su tristeza, dándole una imagen angelical.

Katara se enterneció y quiso consolarlo. Anheló poder sostenerlo entre sus brazos, mimarlo con caricias suaves y susurrarle que todo estaría bien.

Y fue entonces que se percató de un detalle que no había notado antes; la voz de Aang se había quebrado al hablar.

Había estado conteniendo el llanto, al igual que ella.

Instintivamente, la muchacha se apresuró a él y ahuecó la palma en la pálida mejilla del chico. Lo acarició con dulzura y cariño.

―Lo siento, lo siento mucho. Katara, y-yo... yo no...―Aang habló atropelladamente con la mirada baja. Se limpió las lágrimas con el dorso del puño, pero solo consiguió que salieran más.

―Tranquilo, respira―susurró, en busca de calmarlo―. ¿Por qué no me lo dijiste antes?―quiso saber la muchacha.

―Temía perderte, temía que ya no me quisieras cerca de ti―confesó rápidamente, con la respiración entrecortada―. Apenas te recuperaste del accidente. Cuando despertaste, habías olvidado todo. No sabías quién era, ni siquiera sabías quién eras tú. D-dijeron... dijeron que probablemente todo esto sería temporal, p-pero, no estaban seguros y y-yo... No quería presionarte y que terminaras odiándome. Era más importante que tú estuvieras bien y te recuperaras, aún si nunca llegaras a recordarme.

La muchacha estaba completamente conmovida.

―Aang, mírame―pidió.

Él sacudió la cabeza, incapaz de enfrentarla. Se mantenía cabizbajo, con los puños cerrados a ambos costados del cuerpo.

―Lo siento, lo lamento mucho―el chico se limpió el rostro efusivamente, en busca de borrar los rastros de su tristeza―. Te mentí, te oculté la verdad. Entiendo si estás enfurecida conmigo y comprenderé si ya no quieres verme, y...

Y entonces, Katara se puso de puntillas de pie y depositó un beso al borde la comisura de los labios del muchacho.

Aang se quedó estático, sin saber cómo reaccionar, pero cuando la muchacha se apartó, un delicado rubor se esparció sobre su rostro. Ella reprimíó una risita.

―Hablas demasiado, cariño―concluyó, sujetandose de los hombros del chico. Él la observaba con ojos aún vidriosos y las mejillas sonrojadas, y Katara pensó que lucía como un niño adorable―. No estoy enojada contigo, Aang.

―¿No lo estás?―susurró, un halo de esperanza e ilusión colgando en su voz titubeante.

―No―confirmó y le dedicó una sonrisa tranquilizadora―, aunque admito que si me hubiera gustado saberlo antes, pero eso ya no importa. Me hace muy feliz saberlo ahora―las mariposas aletearon en su estómago y el color subió a sus mejillas por lo que estaba a punto de decir―. Me gustas, Aang. Estoy enamorada de ti, lo he estado todo este tiempo.

El muchacho se quedó pasmado por unos segundos. No obstante, pronto la felicidad iluminó su rostro de alegría. Un brillo especial resplandeció en su mirada y sus labios dibujaron una sonrisa de oreja a oreja.

―¿Estás hablando en serio? ¿Yo te gusto, de verdad? ―preguntó entusiasmado, como un niño pequeño.

Katara no pudo evitar soltar una risita.

―Si, cariño, en serio me gustas.

Repentinamente, los pies de la Maestra dejaron de tocar el suelo. Aang la sujeto de la cintura y dio un par de vueltas con ella en el aire, haciendola reir por la sorpresa.

―¡Oh, Katara, no sabes lo feliz que me haces!―exclamó y la bajó con delicadeza, sin soltarla en lo absoluto―. pero, ¿cómo?

La chica alzó una ceja.

―¿Cómo?―repitió confundida.

―Es que yo creí que me odiabas―confesó, con una mueca nerviosa.

―¿Por qué creías eso?―cuestionó.

―Bueno, cuando despertaste y quise acercarme, me rechazaste―comenzó a enumerar―, ayer me gritaste muy molesta en la cena. También está la vez que me acusaste de estar espiándote y me miraste como si quisieras matarme, y después...

―¡Eso fue porque no sabía lo que había entre tú y yo!―chilló, queriendose morir de vergüenza―. ¡Si me hubieras dicho todo desde un principio, no me habría puesto celosa y no habría actuado de esa...

Fue en ese instante en el que se dio cuenta de que se había quemado sola. Había hablado de más.

Aang la observó impresionado.

―¿Estabas celosa?

Katara maldijo en voz baja.

―No, claro que no. Escuchaste mal―se defendió, orgullosamente.

Una sonrisa de picardía se extendió por el rostro del joven monje.

―Estoy seguro de que escuché perfectamente―dijo―. ¿Por qué estabas celosa? O, mejor dicho, ¿de quién?―inquirió―. ¿De mí? ¿Estabas molesta porque soy mejor Maestro de Agua Control que tú?―bromeó.

―¡Ja, quisieras!― exclamó ella―. Espera a que recupere todo mi potencial y verás, te daré una lección, monje presumido―Katara cruzó los brazos sobre el pecho y le sacó la lengua. Aang rió divertido.

―De eso estoy seguro, no tienes que demostrarme nada―dijo―. Eres increíble, Katara, y la mejor Maestra Agua del mundo.

Ella se sonrojó. ¿Cómo era posible que aquel chico se metiera con tanta facilidad en su corazón y la derritiera de amor con esas palabras? Solo lograba que lo amara aún más.

―Gracias―susurró y enredó un mechón de su cabello entre sus dedos―. Puede que si tengas razón―murmuró con timidez y tomó asiento sobre el césped del jardín―, escuchaste bien... Si estaba celosa.

Aang se sentó a su lado, sus manos apoyadas sobre el suelo detrás de su espalda, dispuesto a escucharla.

―¿Puedo preguntar por qué?―esta vez habló con cariño, sin intención de molestarla.

Katara siguió jugando con su cabello.

―Puede que haya estado celosa de Toph―confesó.

―¿Toph?

―Sí, bueno, es que... ugh―no se enorgullecía de sus actos―. Creí que ella era tu novia. Había decidido renunciar a ti y luego tú viniste con tu personalidad cautivadora y tu sonrisa boba que me enamora. ¡Y me mirabas de esa forma, me ponias nerviosa y...!― Katara se cubrió el rostro, completamente avergonzada y Aang no pudo evitar sonreír ante aquella declaración, feliz de saber que le había gustado tanto a su amada―. El punto es: me molestaba mucho que vinieras a mi y me conquistaras de esa forma. Me hacías más difícil olvidarte a pesar de creer que la amabas a ella.

―Entiendo―aseguró―, pero ¿por qué creías que Toph era mi novia?

―Bueno...―vaciló―, ayer, cuando le pregunté si tenías novia, me dijo que sí. Y antes me comentó que ustedes dos se llaman por apodos. Ella te llama "Pies Ligeros" y tú le dices "Si Fu Toph"―hizo un puchero, pronunciando eso último con cierto desagrado.

Aang liberó una risita y la morena le lanzó una mirada mordaz. Al parecer fue tan intensa que el chico dejó de reir de inmediato y se estremeció.

―¡Oh, no, no me estaba burlando de ti!―aclaró rápidamente―. Es solo que la situación me pareció muy divertida. No puedo creer que solo por eso hayas pensado que Toph era mi novia.

Katara entrecerró los ojos.

―¿"Solo por eso"? ¿Quién los manda a llamarse con apodos, eh?―lo acusó filosa―. Y también sé que a mi no me llamaste "Si Fu Katara" a pesar de que también soy tu Maestra.

Un viejo terror dominó el rostro del chico.

―¡Tenía doce años!―alegó en su defensa―. Además, esa vez fue la única vez que la llamé así―repuso y Katara rodó los ojos―. Está bien, está bien, me disculpo nuevamente por eso― dijo, levantando las manos en rendición y ella solo emitió un "¡hm!"―. Creo que recién no me expliqué bien sobre por qué me da gracia esta situación. Katara, Toph llama a todos por apodos.

―¿Ah, sí?―dijo ella, sarcásticamente.

―Sí―afirmó―. ¿Acaso no te ha llamado a tí "Reina Azucarada" o "Princesita" o algo por el estilo estos días?― inquirió con diversión.

La Maestra Agua estuvo a punto de replicar cuando notó que, de hecho, él tenía razón. Toph si la había nombrado de esa forma el día anterior.

―¿Y qué tal Zuko?―continuó Aang―. Profesor Calor fue idea de Sokka, pero Toph lo bautizó como "Flamitas".

Katara no pudo contener la risa ante el nombre tan ridículo y al mismo tiempo tan acertado del monarca.

―A Sokka lo llama "Ronquidos", "Capitán Boomerang" y "Cola de Caballo"―el chico hizo memoria―, y a mi me tocó "Pies Ligeros", aunque también la he oído decirme "Pies de bailarina" y otros comodines como "Debilucho, blandengue, bebé llorón" y muchos insultos más que también usa con los demás―elevó los hombros, un poco disgustado ante el recuerdo de la chica ciega insultandolo.

―Oh―musitó ella―, ya veo... Lo siento, debí haber parecido una tonta―murmuró, abochornada.

El monje negó con la cabeza.

―Para nada―aseguró, buscando tranquilizarla.

La honestidad en las palabras de Aang la relajó.

Katara pensó que aquello era maravilloso. Aang siempre lograba hacerla sentir segura y cómoda junto a él.

El muchacho derrumbaba todas sus barreras, todas sus defensas, de una manera tan cálida y natural.

¿Siempre había sido así?

―A decir verdad―comenzó a decir el chico, llamando su atención y le sonrió―, nosotros, tú y yo, si nos llamábamos por apodos.

El corazón de la Maestra Agua dio un brinco dentro de su pecho.

―¿De verdad?―dudó―.¿Cuáles eran?

El chico se encogió de hombros y su sonrisa se tornó llena de timidez.

―Hace un momento mencionaste uno.

Confundida, ella revisó mentalmente las últimas palabras que había pronunciado hasta que finalmente dio con aquella a la que se refería el muchacho.

―Cariño―Aang asintió. Aquel sonido salia tan deliciosamente de sus labios y se descubrió a si misma deseando llamar así al chico más veces―. No me di cuenta cuando lo dije...

―Te salió natural―reconoció él―, casi como si...

―Lo recordara―completó Katara.

¿Había sido así? ¿Estaba recuperando la memoria?

Anhelaba decirselo a Aang, contarle que pequeños atisbos de sus recuerdos se alumbraban en el interior de su cabeza, que estaba cada vez más cerca de sanar por completo.

Si tan solo eso fuera cierto.

Fue entonces cuando Katara tomo una decisión.

―Quiero recordarte, Aang―confesó. Apoyó su mano sobre la del chico y se inclinó más cerca de él―. Antes te confesé que me gustabas―dijo―, ¿yo te gusto? Aún con todo lo que ha pasado y en mi condición, ¿aún sientes algo por mí?

―Sí―el Maestro Aire respondió de inmediato sin un atisbo de duda, atrapado en aquellos preciosos zafiros―. Te amo, Katara... nunca dejé de hacerlo.

La felicidad explotó dentro de la muchacha. Las emociones a flor de piel la dominaron y le dieron el valor necesario para seguir.

―En ese caso―y en un movimiento rápido, Katara se subió al regazo del chico. Puso las piernas en cada costado del monje y Aang enredó sus dedos en la cintura femenina por instinto, quedandose sin aliento mientras ella atrapaba su rostro entre la suave piel de sus manos, acercandose a él―, quiero que me enseñes más. Quiero volver a comportarnos como antes, quiero recordar cada detalle de ti, de nosotros― susurró―. ¿Me ayudarás, cariño?

Estaban cerca, demasiado cerca, tanto que sus alientos se entremezclaban. Sus labios separados solo por una casi nula distancia, tentandolos a dejarse llevar, a finalmente romper la barrera y unirse en un beso pasional.

Aquella cercanía era peligrosa, ni hablar de la posición en la que se encontraban. Si alguien los veía así, se armaría un completo escándalo. Su honor se vería manchado para siempre, una señorita y un joven solo podía estar así en la intimidad de su cuarto, como esposos, y la única posiblidad de salvarse era si él se casaba con ella.

Pero eran demasiados jóvenes y aunque se amaran, no quería obligarlo a nada. Era un riesgo enorme permanecer en aquella pose y ella lo sabía. Era consciente del peligro.

Pero, Espíritus... que bien se sentía estar así.

A centímetros de la provocadora boca del muchacho, a tan solo un beso de distancia para reclamarla como suya.

Y sabía, que él también la deseaba.

Aquellos orbes grises como nubes de tormenta pasaron de sus ojos, descendieron a sus labios y volvieron a subir a sus ojos, nervioso, como si mirarla por demasiado tiempo lo haría perder la cordura y el decoro.

El chico se relamió los labios y tragó saliva, perdido en ella, en su presencia, y Katara sintió como el agarre de Aang se afianzaba sobre la tela de su vestido, queriendola mantener en su lugar pero al mismo tiempo deseoso por atraerla y pegarla aún más a su cuerpo.

―Katara...―pronunció su nombre con voz ronca. Una corriente eléctrica recorrió la columna de la chica.

―Dime, Aang... ¿volverías a ser mi novio?

―Pensé que nunca me lo pedirías―dijo y Katara sonrió. El chico se lanzó al frente con la intención de besarla, pero apenas alcanzaron rozarse cuando un aullido escandaloso los asustó.

―¡Avatar Aang! ¡Avatar Aang!―era el Secretario a unos metros de distancia―. ¿Donde está?

La pareja intercambió miradas y se pusieron de pie rápidamente. Corrieron apresuradamente a esconderse entre los arbustos, lejos de la luz de los faroles que alumbraban el jardín. Por suerte, los setos y la espesa vegetación de lugar les había otorgado el tiempo suficiente para lograr ocultarse antes de que el viejo y exasperante hombre pasara por allí.

―Por todos los Avatares, ¿a dónde se ha metido?― refunfuñó con muy poco refinamiento, sin percatarse de que el joven monje se encontraba oculto junto a una bella jovencita detrás de uno de los arbustos cercano a él―. ¿Avatar Aang? ¡El conde Lee ansia hablar con usted! Ha traído a sus hijas con él. ¡Avatar Aaaang!―siguió vociferando hasta alejarse.

Recíen cuando los alaridos se perdieron en el aire, ambos Maestros se permitieron relajarse. El susto y los nervios casí les había detenido el pulso, mas la situación les parecío tan ridículamente divertida que solo pudieron compartir una carcajada cómplice.

―Creo que es mejor volver― propuso Katara―, ya se está haciendo tarde.

Aang asintió de acuerdo.

―Supongo que ya es hora de irnos―le ofreció su mano y la ayudó a salir del frondoso matorral, con cuidado de que la falda del elegante vestido de la chica no se enredase entre las espinas, quedando destrozado―. Sokka ya debe estar preguntandose donde estamos, regresemos al salón.

―Yo no me refería a volver a la fiesta.

Aquel lugar estaba repleto de personas, de gente que querían robar la atención de su amado. No, Katara quería un poco más de privacidad, tener un momento a solas, algo más... íntimo con Aang.

Espero que entienda a lo que me refiero, lo que busco de él.

Aang alzó una ceja.

―¿De qué hablabas entonces?―preguntó.

Katara quiso estrellar su palma contra su frente.

―Estoy algo cansada―declaró la chica―, me gustaría irme a casa.

―Oh―el chico finalmente comprendió y rascó su nuca, apenado por su despiste―, claro. Te acompañaré, le diré a Sokka que nos iremos.

El joven Avatar dio un paso adelante, sin embargo, la morena lo detuvo.

―Le avisé a Suki que quizás me iría temprano y te pediría que me acompañaras―declaró―, ella sabrá explicarle a mi hermano.

―Pensaste en todo, ¿eh?―sentenció admirado. Katara se encogió de hombros con falsa humildad y él rió―, eres increíble, amorcito.

Aquella palabra la hizo derretirse por dentro. ¿Amorcito? ¿Por qué algo tan cursi sonaba tan bien proveniendo de aquel chico encantador? Espíritus, deseaba que la llamara así más seguido.

Caminaron juntos por las calles de piedra, la luz de los faroles y de la luna iluminando su andar. No dijeron nada durante el trayecto, toda la valentía y atrevimiento que los había inundado aquella noche parecía haberse esfumado por completo, abriendo paso solo a la timidez.

Todo se sentía nuevo, emocionante y al mismo tiempo daba miedo. Katara estaba embriagada por los sentimientos que corrían dentro suyo. Todo había sido cierto, Aang la amaba y ella lo amaba a él. Saboreaba la delicia de aquella verdad en lo más profundo de su ser.

Pero también estaba aterrada. ¿Realmente sería capaz de recordarlo? Temía lo que podría pasar si no lo conseguía.

Llegaron a la casa demasiado pronto para la molestia de la Maestra Agua, ella quería seguir disfrutando del paseo con su Aang, enlazados como una pareja formal.

Tal vez ella quería lograr llegar a algo más con él también.

Se adentraron en el edificio, el sitio estaba en penumbras. Con un rápido movimiento de control elemental, Aang encendió las pequeñas lámparas de aceite de la sala y del pasillo, deslumbrando a la chica.

Continuaron en silencio hasta detenerse en el pasillo. Sus habitaciones quedaban enfrentadas, un detalle que ella recién iniciaba a notar, mas ya era tiempo de separarse.

―Esta noche fue...―habló Katara.

―Maravillosa―Aang sonrió y ella lo imitó.

La morena no pudo contenerse más y se lanzó y lo rodeó con los brazos. El chico la recibió gustoso, apretandola también y liberando un suspiro de satisfacción.

―Espiritus, Katara―murmuró, hundiendo la nariz en los rizos oscuros de su novia―, no te imaginas cuán feliz me encuentro ahora... No quiero soltarte.

La Maestra de ojos azules presionó los labios, de pronto las piernas se le habían convertido en mantequilla. ¿Siempre era tan dulce con ella? Ahora entendía por qué lo amaba, por qué todo este tiempo se había sentido atraída hacia él, como si una fuerza invisible la empujase hacia aquel atractivo chico de ojos grises.

―No será por mucho tiempo―sentenció ella―, lo prometo.

Se apartaron después de unos segundos. Se miraron sin saber qué hacer. Katara presentía que debía besarlo. Después de todo, así se despiden los novios antes de dormir, ¿no?

Sin embargo, el coraje que la había poseído minutos antes, cuando casi había unido sus labios con los de él en el jardín de la mansión antes de casi ser descubiertos, la habia abandonado con frialdad a su merced.

Y Aang pareció no atreverse tampoco. De alguna forma, parecía ser muy pronto. En cambio, depositó un beso dulce en la frente de la morena.

Así, cada uno entró a su habitación.

[...]

Salió de bañarse, liberando un gemido de placer. Incluso en la turbulencia de su amnesia, el agua siempre había sido su elemento favorito. La completaba, la llenaba de energía y vitalidad.

Con un grácil movimiento quitó los restos de agua que quedaban sobre su cuerpo, y se adentró en su ropa interior debajo de un camisón de seda azul de tirantes. Suki se lo había regalado, había dicho que no había nada mejor para recuperarse que dormir cómoda.

―Esto es demasiado corto para ser llamado cómodo―susurró, frunciendo el ceño frente al espejo.

Aquella prenda podría decirse que incluso tenía un tinte provocador. La tela era fina, ajustada a la altura del corpiño y vaporosa después, alcanzando a tapar poco más que la mitad de su muslo.

Bueno, quizás le serviría para su plan.

Toc, toc, toc, toc.

Ah, allí estaba.

La muchacha se arregló rápidamente el cabello, dejandolo caer suelto sobre sus hombros estrechos, y se dirigió a abrir la puerta, dejando ver tras el pedazo de madera al chico del que estaba enamorada.

Katara chilló por dentro.

¡Está semidesnudo!

―Lo siento, ¿te desper...uh―balbuceó el chico.

Hacía ya varios minutos que se habian despedido, el tiempo suficiente para que ambos se asearan y pudieran echarse a descansar.

Katara se quedó estática, su lengua se había vuelto de pronto de plomo y se negaba a cooperar para que ella no pareciera una completa estúpida.

Y es que no podía evitar quedarse cautivada ante la exquisita vista que el Avatar le estaba brindando de su cuerpo varonil. Llevaba tan solo un pantalón holgado marrón oscuro. Sus pies descalzos y su torso expuesto.

Katara recorrió cada recoveco y cada detalle de los músculos trabajados que poseía el muchacho, quedandose sin palabras. De pronto, toda clase de pensamientos poco decorosos se colaron en su mente, y se preguntó en silencio si ahora que eran novios, podía pasar sus dedos por aquella área del cuerpo del chico.

Sin embargo, ella no fue la única que quedó pasmada. Cuando logró recomponerse, se percató de que él también se había quedado viendola. Podía sentir su mirada extenderse sobre ella, inmerso en la piel que el camisón corto no llegaba a cubrir, sus mejillas estaban encendidas.

Aquello la excitó aún más.

―Aún seguía despierta―respondió a su pregunta sin terminar―, ¿necesitabas algo, cariño?

Aang reaccionó.

―No... digo, ¡sí! Yo, uh―se aclaró la garganta y rascó su nuca―, venía a devolverte esto. Estaba por ir a tomar un poco de agua a la cocina cuando lo hallé tirado en el suelo―en su palma se encontraba extendida una piedra plana y redonda con el símbolo de las Tribu Agua tallado a mano, tejida a una cuerda de seda azul. Era el collar de su madre―. No quería que te asustaras y lo dieras por perdido en la mañana.

Katara sonrió complacida y lo recibió. Se lo ató alrededor del cuello. No obstante, no parecía haberse extrañado ante el suceso.

Ella lo había dejado caer a propósito para que él lo notara.

La muchacha le agradeció el detalle y él asintió. Cuando ya estaba a punto de retirarse, ella le sujetó la muñeca.

―Quédate a dormir conmigo.

Lo atrajo hasta obligarlo a entrar a la habitación y cerró la puerta tras ella. Lo guió despacio hasta la cama, donde se recostó y lo invitó a colocarse a su lado.

―No estoy muy seguro de esto―vaciló el chico.

―¿No haciamos esto antes? ¿Dormir juntos?―cuestionó incrédula la muchacha.

Aang se sonrojó.

―Sí, lo hacíamos―confesó―, casi siempre.

―Entonces, todo está resuelto. Ven. Dije que quiero recordarte y tú prometiste ayudarme a hacerlo―sentenció la Maestra y esbozó una expresión llena de picardía―. Acércate, ¿o crees que voy a intentar propasarme contigo?

El Avatar soltó una risita y se tumbó a su lado, cubriendose con la sábana hasta la cadera igual que su novia.

―No sería la primera vez que intentaras hacerlo―suspiró.

La expresión de Katara era un poema y Aang río a carcajadas.

―¡Estás jugando conmigo de nuevo!―lo acusó.

―Quizás si, quizás no―dijo con tono travieso―. Lo que sí es seguro es que Sokka me matará.

La muchacha alzó una ceja.

―¿Por qué haría eso? ¿No son ustedes muy buenos amigos?

―Lo somos, sí, pero al parecer eso no incluye una aprobación para dormir con su hermanita menor―sus labios se fruncieron en un falso puchero ofendido―. Pésimo servicio.

Katara soltó una risita.

―Dijiste que soliamos hacer esto seguido―apeló ella―, ¿cómo es que no tuviste problemas antes?

―Bueno, no hay delito si no te atrapan―el Avatar se encogió de hombros con superioridad―. Además, tenía a una muy buena cómplice―reveló, guiñandole un ojo.

Katara dibujó una expresión traviesa. Tal vez no recordara nada de eso, sin embargo, le era muy fácil imaginarse en cada parte del relato. Aquello era algo que definitivamente la describiría.

―Suena a que era muy buena ocultando cualquier rastro o prueba.

―Lo era, como también muy persuasiva―declaró―. Me convencía con mucha facilidad para que arriesgara mi vida colandome en su habitación. ¡Hasta lo hacía dichoso y feliz!

Ambos rieron un rato antes de quedarse en calma. La lámpara de noche los iluminaba delicadamente, permitiendo contemplarse, compartiendo la calidez de otro.

El día habia sido largo, repleto de revelaciones y emociones abrumadoras, pero ahora, en la quietud de la noche, todo parecía encontrar su lugar.

La mirada de Aang era suave, serena, como si el simple hecho de estar allí, juntos, fuera todo lo que necesitaban en ese momento.

―Es extraño... ―murmuró Katara finalmente, rompiendo el silencio sin perder el tono suave de la noche―. Siento que he vivido todo esto antes, pero al mismo tiempo, es como si fuera la primera vez.

Aang sonrió levemente.

―Me pasa algo parecido, en realidad― confesó él en voz baja―. Siempre que estamos juntos se siente como la primera vez. Igual de feliz, igual de emocionate. Igual de mágico.

Katara sonrió, una sonrisa pequeña, pero sincera percibiendo la sangre quemando en sus mejillas. Su mano, que descansaba entre ellos, se movió lentamente hasta tocar la de Aang. Sus dedos se entrelazaron suavemente, como si ese simple gesto significara que todo iba a estar bien.

―Fuiste muy paciente conmigo... ―dijo ella, con un tono más juguetón―. El que yo te haya olvidado debió haber sido bastante frustrante para ti.

―No te preocupes―respondió, inclinando un poco la cabeza hacia ella. No se atrevía a tocarla, a acercarse mucho más, pero con ese simple gesto su cuerpo revelaba su deseo interno por ella, de tenerla cerca―. Mi amor no es frágil. Ya te he esperado antes, y valió la pena. Cada vez.

Durante un momento largo no hubo palabras, solo la sensación de estar completamente conectados. Era como si no hiciera falta nada más, como si todas las explicaciones del mundo estuvieran en la forma en que se miraban.

―A veces siento que... ―dijo Katara en voz baja, casi dudando en decir lo que sentía―todo esto es un sueño. Como si fuera demasiado perfecto para ser real.

Aang levantó su mano y, con una caricia suave, apartó un mechón de cabello que caía sobre la frente de Katara.

―Si es un sueño, entonces no quiero despertar―susurró, con una sonrisa ligera en los labios.

La chica cerró los ojos por un momento, sintiendo el roce de su tacto, y dejó escapar un suspiro de paz.

Cuando volvió a abrirlos, lo encontró allí, tan cerca, con la misma expresión de amor que no podía recordar del todo, pero que ahora reconocía como algo familiar, algo suyo.

―Aang... ―murmuró ella―. Gracias por no rendirte conmigo.

Él la miró con esa ternura que siempre llevaba en sus ojos cuando se trataba de ella. Luego, se inclinó hacia adelante y le dio un beso en la frente, suave y lleno de promesas no dichas.

―Nunca lo haría―dijo en un susurro que se perdió en la quietud de la noche.

Y así, con sus manos entrelazadas y sus corazones latiendo en sintonía, se quedaron mirando sin decir pronunciar nada más hasta que el sueño finalmente los envolvió, sabiendo que, a pesar de lo que habían pasado, estaban exactamente donde debían estar.

Aún si ignoraban el peligro que los estaba acechando fuera de la ventana