[Aang]
Los primeros rayos de sol vetearon el cielo y se colaron entre las cortinas, picándole suavemente la piel de la espalda. Aang se removió con somnolencia, dispuesto a levantarse en automático para meditar, sin embargo, cuando abrió sus párpados despacio se encontró con una vista gloriosa.
Katara yacía dormida a su lado.
Los finos y oscuros mechones caian delicados y desordenados sobre la suave piel morena, iluminada apenas por la luz del día. Sus largas pestañas azabache, sus labios levemente entreabiertos, invitándolo a beber de ellos el dulce néctar de un beso.
Aang se sonrojó con aquel pensamiento y no pudo evitar que una sonrisa boba se instalara en su boca al recordar la noche anterior.
¡Katara estaba enamorada de él! Incluso en la neblina de su amnesia, seguía teniendo sentimientos por él. Espíritus, se sentia el chico más afortunado del mundo entero.
Con sus dedos menudos acomodó los mechones que caían revoltosos sobre la cara de la Maestra Agua, y los colocó cuidadosamente detrás de la oreja. Katara soltó un suspiro entre sueños y él agrandó su sonrisa.
La amo tanto.
Siempre había disfrutado esos momentos, en los que dormitaban y descansaban juntos. Durante el tiempo en el que viajaban en incógnito por la Nación del Fuego y dormían a la intemperie, en ocasiones solian compartir lecho sobre la acolchada pata de Appa. Se dedicaban miradas en medio de la tranquilidad de la noche, dibujaban trazos lentos con sus dedos sobre la palma de la mano del otro hasta caer rendidos en los brazos de Morfeo.
No había palabras entre ellos, no hacían falta. Solo la presencia del otro era suficiente para brindarles paz.
Y era esa paz que veía reflejada en las facciones de su novia, la que se prometía a sí mismo proteger.
Se había hecho un juramento hace tiempo, mucho antes de que ella le correspondiera aquella vez en el balcón en Ba Sing Se. Velaría por ella y la mantendría a salvo hasta el último de sus días.
Pero había roto su promesa.
Habían herido a Katara en su presencia.
La frustración y la impotencia corrieron por su interior. Si tan solo hubiera sido más cuidadoso, si hubiera estado más alerta. Era consciente de que ella era perfectamente capaz de luchar y defenderse por sí misma, pero quizás se confió demasiado. Fue descuidado, inmaduro.
Debió ser más ágil, debió ser más precavido. Debió esforzarse más. Debió...
La Maestra Agua se removió aún dormida, sacándolo abruptamente del castigo mental que se estaba imponiendo. Él relajó el semblante serio que no se habia dado cuenta que estaba esbozando y acarició la mejilla de la chica, con roces suaves y fugaces para no molestarla.
Casi te pierdo, Tara. No permitiré que pase otra vez.
Transcurrieron los minutos y no había indicios de que Katara quisiera despertar. Aang exhaló una risita muda, recordando el hecho de que su hermosa novia no era precisamente una persona madrugadora.
La ausencia de ruido en el resto de la casa y el inicio del canto de los pájaros en el jardín le indicaron que aún era muy temprano, por lo que decidió que era mejor cerrar los ojos nuevamente. No volvería a dormir, por supuesto. Una vez despierto, le era difícil reconciliar el sueño hasta el anochecer. Un viejo hábito de monje. Mas, consideró que podía esperar mientras descansaba junto a la hermosa muchacha.
Sí... eso estaba bien.
[Katara]
Cuando se levantó, se sorprendió al ver a Aang en su cama. Recordó entonces que había sido ella quien lo había invitado a pasar la noche.
Y él se había quedado a su lado todo ese tiempo.
Mariposas aletearon de felicidad en su vientre ante aquel hecho.
Durante el baile, la verdad había salido a la luz y finalmente todo comenzaba a encajar en su mente revuelta. Aang la amaba.
Él es mi novio.
El pensamiento le provocó ganas de chillar de emoción como una niña pequeña, pero se contuvo. Aang parecía estar sumido en un sueño sereno y calmo, y le pareció casi una crueldad despertarlo.
La muchacha se apoyó en un codo y lo contempló con atención. El rostro atractivo del chico le resultaba adorablemente encantador en contraste con su varonil y trabajado cuerpo.
Aang yacía tan solo con su pantalón café suelto, dejando expuesta su figura tentadora a los ojos de la muchacha.
Incluso exhausto es guapo. Eso lo hace aún más peligroso.
La noche previa solo fue capaz de darle un vistazo fugaz, pero ahora, con la luz del día y con el Avatar durmiendo plácidamente a su merced, tenia todo el tiempo del mundo para analizarlo a detalle.
Recorrió su torso, iniciando por sus hombros y recordó contenta lo firmes que se sentían bajo sus manos mientras bailaban. Deambuló por sus clavículas, bajando por sus pectorales y abdomen. Estudió también sus tatuajes, el camino que hacian alrededor de esos brazos fuertes hasta el dorso de aquellas manos masculinas.
Katara liberó un suspiro y estiró la mano deteniéndose a centímetros de alcanzar la piel del pecho del Maestro Aire, reprimiendo el impulso de tocarlo.
Se preguntó si lo habría hecho antes alguna vez. ¿Tendrían esa clase de cercanía?
En ese instante una pregunta aún más interesante y atrevida se instaló en sus pensamientos. Siguió camino abajo y descendió su tacto fantasmal hasta posar su vista sobre la entrepierna de Aang
¿Habría llegado a tocar aquella parte prohibida del cuerpo del muchacho? ¿Hasta qué punto había alcanzado su relación? ¿Habrían... pasado ese límite de intimidad?
Se esforzó por encontrar siquiera una pista de información en el fondo de su cerebro, pero no halló nada. Buscó en su memoria muscular y solo se encontró con el anhelo de colocar la palma sobre el miembro del joven monje.
Su sonrojo se intensificó, avergonzada de su propio deseo.
¿Y si lo hacía? Aang estaba dormido y solo sería un segundo, ni siquiera se enteraría. Una acción con el único fin de estimular sus memorias
―Soy una pervertida― se reprochó a si misma en un susurro inaudible.
Aunque eso no la hacía desearlo menos.
Katara alejó la mano y volvió su mirada al rostro de Aang, en un esfuerzo por alejar de su mente aquellas escandalosas y peligrosas ideas que la incitaban a hacerlas realidad, y se quedó observando a su chico de ojos grises.
Se sentía realmente afortunada de tenerlo a su lado.
Anheló tanto besarlo en ese preciso instante.
Un beso si estaba permitido, ¿verdad? Ahora que era consciente de que eran pareja, quizás podía dudar de todo lo demás, pero no de eso. Estaba segura de que debieron haberlo hecho antes.
Y si unía sus labios con los de él, ¿tal vez lograría activar sus memorias?
Independientemente de si aquello funcionara o no, ella realmente quería besarlo. Con el latir acelerado, acortó nerviosa la distancia entre los dos. La respiración del chico acarició su piel.
―Prometo recordarte, Aang-―susurró, sin notar que el chico debajo suyo se derretía en nervios, necesidad y amor por ella―. Te amo.
Justo en ese instante, la puerta de la habitación fue golpeada con insistencia.
―¡Katara!―se oyó―. ¡Ya levántate, tenemos que preparar todo!
El estruendo inesperado asustó a la joven pareja. Katara pegó un chillido y Aang se cayó de la cama, soltando un quejido de dolor.
Y antes de que ella pudiese decir algo, el pedazo de madera se abrió y dio paso a su hermano.
―Katara, te dije que te lev...
Los ojos del moreno se clavaron inmediatamente en la escena: Aang semidesnudo y Katara aún envuelta en sábanas.
La expresión del moreno se volvió seria e intimidante. Su vista se posó directamente en Aang y Katara supo inmediatamente lo que su hermano se estaba imaginando.
Carajo.
―¡¿Qué demonios hiciste con mi hermana?!― rugió el guerrero, avanzando hacia el joven con las manos ya apretadas en puño.
―¡Espera! ¡No es lo que piensas!―Aang se puso velozmente de pie y trató de calmarlo pero el Guerrero ya se dirigía a golpearlo.
―¡Sokka, no!―Katara corrió y se interpuso entre los dos muchachos justo a tiempo―. ¡¿Qué demonios crees que estás haciendo?!
―¡¿Yo?! ¿Qué está haciendo él, semidesnudo en tu habitación?―gritó―. ¡Hazte un lado, Katara! ¡Esto es un asunto entre Aang y yo!
―¡Puedo explicarte! Si tan solo me...―quiso apaciguarlo Aang pero Sokka cortó sus palabras.
― ¿Explicarme? ¿Explicarme qué? ¡¿El cómo te cogiste a mi hermana?!―el Guerrero le dio un empujón al Avatar pero cuando quiso estrellar su puño en la cara del monje, Katara protegió al Maestro Aire y tuvo que contenerse. Suki llegó en ese instante debido al escándalo y al darse cuenta de lo que sucedía, sujetó el brazo de su novio.
―¡Sokka, basta!―ordenó la Guerrera Kyoshi.
―¡No te atrevas a tocarlo!―amenazó Katara―. ¡Él no hizo nada malo!
―Oh, silencio. ¡Tú también estas en muchos problemas, jovencita!―aseveró Sokka.
―¡¿Pueden callarse, montón de idiotas?! ¡Quiero dormir!―Toph interrumpió enfurecida en la habitación, con sus cabellos hechos un alboroto y ojeras bajo los ojos ciegos. Cruzó los brazos sobre el pecho en posición firme y autoritaria―. Creo que lo que Pies Ligeros y la Princesita intenta decirte es que él se quedó a cuidarla, cabeza hueca―gruñó la Bandida Ciega―. Aún hay rebeldes sueltos por allí y estos dos fueron los primeros en regresar. No había nadie más en casa y Reina Azucarada todavia no ha recuperado el dominio completo de su elemento. Si hubiera sucedido un ataque, ¿crees que ella se podría haber defendido sola?―lo cuestionó con una ceja alzada―. Por supuesto que no―se respondió―. Probablemente Pies Ligeros se ofreció a protegerla y como sabemos lo melosos y cursis que son, seguramente Reina Azucara no quiso que durmiera en el piso. Si hubieran hecho algo, yo lo hubiera sentido. Créeme―hizo una mueca de asco―. ¿Eso responde a sus dudas, detective?
Katara le agradeció internamente a la muchacha por salvarlos con tan buena excusa e hizo una nota mental de no tener a Toph cerca si queria tener intimidad.
Sokka se volteó hacia la joven pareja y los interrogó con la mirada, no muy convencido.
―¿Es cierto? ¿Eso fue lo que pasó?
―¿Eh?―Aang reaccionó―. ¡Sí, si, así es! ―se aclaró la garganta y esbozó una mueca nerviosa―. Eso fue exactamente lo que sucedió.
Sokka miró a su hermana y ella solo asintió, mucho mejor disimulada que Aang.
El Guerrero de la Tribu Agua tensó los párpados con sospecha, solo para finalmente liberar un suspiro y relajar sus hombros y puños.
Aang y Katara compartieron un respiro de alivio en silencio.
―Comprendo―musitó―. Disculpame, Aang. Creo que me exalté demasiado―se disculpó posando su mano sobre el hombro del menor, avergonzado por el escándalo que había armado―. Es que, ya sabes, es mi hermanita y debo protegerla. Te acusé cuando solo habias estado haciendo lo mismo. Perdóname, amigo.
Aang sonrió y asintió tímido.
―Todo está perdonado―aseguró―. Sabes que respeto mucho a Katara, Sokka. No haría nada indecente con ella.
La Maestra Agua no pudo evitar decepcionarse un poco al escuchar aquellas palabras. ¿Entonces él no la tocaría hasta casarse?
Genial, muchas gracias, Sokka.
―¿Y bien? ¿Acaso yo no merezco una disculpa también?―se quejó, resentida―. Irrumpiste en mi cuarto y casi golpeas a MI novio.
―En primer lugar, señorita, este no es TU cuarto; es una casa prestada―aclaró Sokka, levantando un dedo para demostrar su punto―. En segundo, respeto tu privacidad como mi hermana pero reitero mi autoridad como hermano mayor para entrar de todos m... Espera, ¿"novio"?
Sokka parecía confundido y Katara se sonrojó.
―¿Acaso tú...
―No―aclaró Katara, apenada por destrozar las ilusiones de su hermano―. Sigo sin recordar. Anoche Aang y yo hablamos y... salieron algunas cosas a la luz. Yo sigo enamorada de él. Ahora estamos juntos de nuevo.
―¡Me alegra tanto oir eso!―Suki se acercó y tomó entre las suyas las manos de Katara―. Estoy por feliz por ustedes, chicos. Y me complace saber que el vestido funcionó―dijo, susurrando lo último y le guiñó un ojo a la morena.
Katara sonrió complice.
―¡Al fin!―concordó la Bandida Ciega―. ¿Saben lo fastidioso que fue presenciar cómo se querian y no se decian nada? Ni hablar de los lloriqueos de niñita de Pies Ligeros.
La Maestra Agua observó como las mejillas del Avatar se teñian de carmín furiosamente.
―¡Yo no lloriquee!―se defendió ofendido el Maestro Aire, y a Katara le pareció muy lindo.
―Eso no fue nada―se quejó el guerrero, dramáticamente―. ¡Ahora vendrá lo peor! Estarán todo el dia acaramelados y dándose besitos. ¡Oogie!― a Sokka le dieron arcadas de tan solo imaginarlos y el grupo no pudo evitar reír―. Bien, ya que todo está aclarado, es hora de prepararnos para irnos. ¿Alguien más tiene hambre?
―¿Irnos?―dudó la Maestra Agua―. ¿A dónde?
Sokka sonrió.
―Hoy viajaremos al Polo Sur.
[...]
Poco después del desayuno, se reunieron en la sala alrededor de un mapa. Pronto comenzaron a discutir las posibles rutas para llegar a su destino.
No obstante, Katara se percató de un detalle. Aang lucía preocupado. Tenia el ceño fruncido levemente y aunque tenía la vista clavada en el pedazo de papel frente suyo, ella sabía que el muchacho tenía la mente en otro lado.
Justo entonces, alguien llamó a la puerta principal.
―¡Zuko!―exclamó contenta al divisar quien se hallaba detras de la puerta.
―Katara―la saludó, no esperando encontrarse con ella―. Es bueno verte de nuevo―sonrió calmo―. Vine por Suki y a despedirnos. La corte real pronto se marchará.
―Adelante, pasa―el monarca ingresó.―. Nosotros también estamos a punto de partir.
De pronto, un barullo de voces retumbó por toda la sala.
―Ya lo noto―sentenció burlón el Maestro Fuego ante el escándolo que se veía y oía al otro lado de la sala―. Dejame adivinar, ¿no se ponen de acuerdo otra vez?
Katara rió divertida.
―Eso parece―estuvo de acuerdo, contemplando la escena. Aang y Sokka se debatían efusivamente apuntando distintos extremos del mapa―. No sabía que eras adivino.
Zuko se encogió de hombros y cruzó los brazos, restandole importancia.
―Solo los jueves, no cobro mucho―dijo y Katara rió―. Esto sucede todo el tiempo. Siempre alguien tiene que contradecir a Sokka, aunque sea solo para molestarlo.
La Maestra Agua asintió. Ella no recordaba nada en absoluto sobre el muchacho con una cicatriz a su lado, pero era capaz de concluir que se trataba de alguien realmente agradable. Era un buen amigo.
―Déjame adivinar quién fue hoy... ¿Toph?―probó Zuko.
Katara arrugó la nariz. No creía que fuera ella precisamente.
―En realidad...
―¡Y yo te estoy diciendo que por esta ruta no, Sokka!―aseveró Aang con firmeza.
Sokka soltó un gemido cansado y se dejó caer en el respaldar de la silla, completamente frustrado. Zuko y Katara se acercaron a la mesa.
―¿Qué está sucediendo aquí?―pidió saber. El grupo se giró, notando de repente la presencia del Maestro Fuego.
―¡Zuko!―Aang lo saludó, gustoso de verlo. El monarca le correspondió y tomó asiento al lado de Toph y Katara junto a Aang.
―¡Al fin alguien cuerdo!―clamó Sokka―. Zuko, ¿puedes decirle a Aang que deje de refutar todas y cada una de mis ideas? ¡Estoy harto!
―No refuto todas tus ideas― repuso Aang―. Simplemente no has mencionado una con la que este de acuerdo.
A Sokka le tembló un ojo.
―¡¿Ves?!
―¿Que es lo que te molesta?―indagó Zuko―. Sokka suele trazar buenas rutas de vuelo. Dudo que no haya alguna decente entre sus opciones.
―¡Gracias!―exclamó el moreno.
―No es que haya algo malo en sus rutas―vaciló el Maestro Aire.
―¿Entonces?―insistió Zuko―. Ayer te morías porque se dirigieran al Polo Sur. Elijan una ruta y ya.
Aang no dijo nada y fue en ese instante en el que Katara lo comprendió.
―Quieres quedarte―pronunció.
Aang la miró sorprendido y ella entendió que había logrado leer su interior.
―Eso es ridículo―protestó el Guerrero de la Tribu Agua―. ¿Por qué querría quedarse? Aang era el primero que deseaba marcharse a Wolf Cove.
―No, Katara tiene razón―suspiró el joven monje―. Yo... creo que es mejor quedarnos un tiempo más.
―¡¿Qué?! ¿Por qué?―protestó Sokka―. No hay motivo para quedarnos, Aang.
―Si lo hay―repuso el Avatar―, los rebeldes.
―Los atrapamos en el último combate.
―No a todos y lo sabes―refutó Aang, serio.
La tensión era palpable. Katara podía sentir la preocupación y la incertidumbre dentro de su novio, y quiso ayudarlo de alguna forma.
Entonces, se percató de que había un cabo suelto.
―Si esos rebeldes son tan peligrosos, ¿por qué no han atacado ya otra vez?―preguntó ella de pronto―. Tuvieron muchas oportunidades de hacerlo.
El silencio fue evidente.
―La Princesita tiene razón―Beifong entrecerró los ojos―. ¿Por qué no lo han hecho? Ni siquiera los he sentido cerca.
―Toph, ¿cuantos escaparon ese día?―quiso saber el Avatar.
Aang no había querido saber demasiados detalles de lo que sucedió al final de aquella fatídica batalla, por lo que no habia preguntado nada desde el accidente. Solo le importaba Katara, lo demás era insignificante.
―Alrededor de unos veinte o treinta hombres―respondió la Maestra Tierra.
―¿Tantos?―se quejó Sokka―. ¿Por qué no los capturaste, Toph?
―No estoy orgullosa, ¿de acuerdo?―refunfuñó Beifong―. ¡Había muchas personas! Todos corrieron en diferentes direcciones. Los estaba siguiendo cuando deje de sentir sus vibraciones de repente. Esos malditos desaparecieron en el polvo.
―Tal vez subieron a algún árbol, o a un lugar de gran altura durante la persecusión―dedució Zuko―, es probable que tengan información sobre el punto ciego en tu habilidad, Toph. Eso los vuelve mucho más peligrosos.
―¿Ahora lo entiendes?―continuó Aang―. Sokka, sabes que Katara es mi prioridad y este viaje es importante, pero no podemos dejarlos sueltos. Si no intervenimos...
―Y eso es justamente lo que no debes hacer. Intervenir―sentenció el monarca de la Nación del Fuego ante la expresión estupefacta del Maestro Aire―. Yu Dao ahora es un estado independiente, Aang. Sabiamos que no todos estarían de acuerdo con eso, pero tú ya cumpliste con tu deber como Avatar al detener la rebelión. Si Yu Dao quiere permanecer libre debe demostrarse a sí misma y al mundo que puede lidiar con problemas como estos. Si sigues involucrandote cuando ya no hay una gran amenaza, las demás Naciones podrían tomarlo como un intento de influenciar en sus asuntos internos y te verán como una amenaza.
Aang tuvo que reconocer que no había visto ese lado de la moneda y que Zuko, muy a su pesar, tenia un punto.
―Incluso si se van, no considero que los rebeldes sean capaces de enfrentar a un ejército con tan solo treinta hombres―continuó Zuko―. No creo que te necesiten aquí, Aang. Yu Dao puede encargarse de esto.
El resto del grupo se quedó en silencio, esperando su decisión. Aang estaba tenso, Katara sabía que el chico estaba estresado y que dentro suyo se estaba librando una batalla interior.
La Maestra Agua rozó sus dedos con los del muchacho y los enredó con los de él, transmitiendole confianza y seguridad.
Todo estará bien.
Aang le sonrió y finalmente dejó ir el aire que no sabía que estaban conteniendo sus pulmones.
―De acuerdo.
Los demás celebraron la decisión.
―¡Perfecto! Nos iremos en una hora―anunció Sokka.
Y con eso dicho, todos se pusieron de pie dispuestos a alistar lo necesario para el viaje.
―No recuerdo cómo era viajar en barco―admitió Katara, apenada―. Suena emocionante.
―¿Barco?―cuestionó la Bandida Ciega―. ¿Quién te dijo que tomaríamos un bobo barco, Reina Azucarada?
―¡Oh, es verdad!―reconoció Aang, percatandose de su error―. No has visto a Appa.
Katara parpadeó confundida.
―¿Appa?―dudó―. ¿Qué es un Appa?
