El sonido de la lluvia golpeando las ventanas era el único acompañamiento en la penumbra de la sala. Edward Cullen miraba fijamente el vaso de whisky en sus manos, aunque el líquido ámbar hacía tiempo que había perdido su sabor. La casa estaba vacía, salvo por los ecos de una vida que ya no le pertenecía. Las risas, las promesas, las noches en las que Bella juraba amarlo más que a nada… todo se había desvanecido.
Ella había sido su todo, y él, el suyo. Hasta que dejó de ser suficiente.
Edward apretó los dientes al recordar cómo había descubierto la verdad. James, su mejor amigo de la infancia, el hombre al que había confiado secretos y sueños, lo había traicionado. Y Bella… Bella lo había dejado entrar en su corazón y en su cama.
El teléfono vibró en la mesa, sacándolo de sus pensamientos. Era Alice, su hermana. La ignoró, como lo había hecho durante semanas. No necesitaba que nadie le dijera que debía seguir adelante. Él sabía que debía hacerlo. Pero ¿cómo se sigue adelante cuando la persona que amas más que a tu propia vida te apuñala por la espalda?
Finalmente, decidió salir. El aire fresco podría ayudar, o al menos eso se dijo mientras se colocaba la chaqueta. Caminó por las calles de Forks, con la cabeza gacha y las manos en los bolsillos. No se dio cuenta de que estaba cruzando la calle hasta que fue demasiado tarde.
El golpe no fue tan fuerte como esperaba, pero lo tiró al suelo. Se llevó una mano a la cabeza, aturdido. Al mirar hacia arriba, vio a una mujer pelirroja salir apresuradamente del auto que lo había golpeado.
—¡Dios mío! —exclamó la mujer, arrodillándose a su lado—. ¿Estás bien? ¡No te vi!
Edward asintió, aunque su cabeza aún daba vueltas.
—Estoy bien… creo. Fue culpa mía.
La mujer suspiró aliviada y le ofreció una mano para ayudarlo a levantarse.
—Soy Victoria —dijo con una sonrisa nerviosa, con las mejillas ligeramente sonrojadas—. No suelo atropellar gente, lo prometo.
Edward no pudo evitar una pequeña risa amarga.
—Edward. Y no suelo dejarme atropellar.
Sus ojos se encontraron por un momento. Era un encuentro común, nada extraordinario, pero algo en la mirada de Victoria le hizo sentir algo que no había sentido en semanas: curiosidad.
—Déjame invitarte un café —dijo ella rápidamente—. Al menos para compensar… ya sabes, el intento de homicidio vehicular.
Edward dudó por un momento, pero luego asintió. Quizá, por primera vez en mucho tiempo, necesitaba hablar con alguien que no estuviera involucrado en las ruinas de su vida.
