Edward tamborileaba los dedos sobre la taza de café, mirando de reojo a la mujer frente a él. Había insistido en llevarlo a una pequeña cafetería en las afueras de Forks después del "accidente". Victoria, como se había presentado, hablaba poco, pero cada palabra que decía tenía un filo cortante, como si estuviera siempre lista para un enfrentamiento.
—Entonces… ¿eres de por aquí? —preguntó ella, rompiendo el silencio.
Edward tomó un sorbo de su café, decidiendo cuánto debía revelar. Ya había aprendido, por las malas, que confiar demasiado rápido podía ser peligroso.
—Sí, toda mi vida. —Evitó entrar en detalles.
Victoria asintió lentamente, observándolo con esos ojos intensos que parecían capaces de leer más allá de lo que uno decía. Ella también estaba siendo cautelosa, lo sentía. Como si estuviera evaluándolo, buscando algo.
—Eres demasiado joven para llevar tantas sombras encima —dijo de repente, sin rodeos.
Edward arqueó una ceja, incómodo con la percepción de aquella extraña.
—¿Y tú eres demasiado joven para ir atropellando gente?
Ella dejó escapar una carcajada seca, pero su expresión rápidamente volvió a ser seria.
—¿Siempre respondes con sarcasmo?
—¿Siempre haces preguntas incómodas? —replicó él.
Hubo un momento de silencio, una especie de tregua silenciosa mientras ambos volvían a sus respectivas tazas. Edward no podía evitar preguntarse qué había detrás de la agresividad de Victoria, aunque no quería admitir que le interesaba.
Finalmente, ella suspiró, como si se diera por vencida.
—Mira, no quería incomodarte. Solo pensé que un café podría aliviar un poco lo que sea que llevas encima.
Edward la observó de nuevo, sus dedos aferrándose con más fuerza a la taza.
—¿Y por qué te importa? Apenas me conoces.
Victoria se encogió de hombros, pero su mirada se endureció.
—Tal vez porque sé lo que se siente. No confío fácilmente en nadie, pero… bueno, supongo que a veces los golpes de la vida hacen que reconozcamos a otros que están igual de rotos.
Él no respondió de inmediato. Había algo inquietantemente honesto en esas palabras, algo que hizo que bajara la guardia, aunque fuera solo un poco. Pero justo cuando pensaba qué decir, el sonido de su teléfono lo interrumpió. Miró la pantalla, y su estómago se retorció al ver el nombre: James.
Victoria notó el cambio en su expresión y, por un instante, casi pareció preocupada.
—¿Todo bien?
Edward apagó la pantalla y se levantó abruptamente.
—Gracias por el café, pero tengo que irme.
Ella lo miró con una mezcla de confusión y frustración.
—¿Eso es todo?
Él asintió, sin molestarse en explicar. No iba a arrastrar a nadie más a su desastre personal. Pero mientras salía por la puerta, no pudo evitar escuchar a Victoria murmurar para sí misma:
—Lo que sea que te persigue, no va a soltarte solo porque huyas.
