El sonido de la lluvia seguía golpeando la acera mientras Edward caminaba sin rumbo fijo. A medida que avanzaba, la sensación de vacío se hacía más abrumadora. Cada paso lo alejaba más de la realidad, de las decisiones que debía tomar, de las preguntas que jamás encontrarían respuesta. No quería pensar más. No quería sentir más.
Al final de la calle, vio la pequeña tienda de abarrotes, el minisúper donde había cruzado camino con Victoria esa mañana. No se detuvo a pensar en ello, no tenía ganas de hacerlo. Solo necesitaba algo, algo que lo ayudara a apaciguar esa maldita sensación de vacío que lo devoraba por dentro.
Entró al minisúper y el aire cálido le dio la bienvenida. Los estantes llenos de productos y las luces fluorescentes daban una sensación de normalidad, pero para él todo se sentía extraño, ajeno. Se acercó a la sección de bebidas alcohólicas sin pensarlo. Su mano recorrió las botellas, mirando cada etiqueta sin ver nada, hasta que finalmente su dedo se detuvo en una botella de whisky. Era lo que necesitaba: algo fuerte para borrar, aunque fuera por un momento, el dolor que lo acompañaba desde que descubrió la traición de Bella.
Lo tomó con brusquedad y lo sostuvo entre sus manos como si fuera su única salvación. El peso de la botella era un consuelo, un refugio temporal, como si el alcohol pudiera llenar el abismo que se había abierto en su pecho. Caminó hacia la caja registradora, su mente nublada por la idea de escapar, aunque solo fuera por un par de horas.
La cajera lo miró sin decir nada, pero Edward sentía la pesadez de su mirada. El joven frente a él, quizás reconociéndolo, le dio el cambio en silencio. Edward apenas reaccionó, simplemente guardó la botella en su chaqueta y salió del minisúper sin mirar atrás.
Caminó hacia su departamento, los pasos pesados, arrastrando consigo la angustia y el malestar. Cuando llegó a su apartamento, cerró la puerta con un golpe sordo. El silencio del lugar lo envolvió, y de alguna manera, lo hizo sentirse más solo que nunca.
Puso la botella sobre la mesa de café. Miró el líquido dorado que parecía brillar en la oscuridad del apartamento. No importaba que el alcohol solo fuera un escape temporal. No quería enfrentarse a lo que sentía, no quería seguir pensando en Bella, en cómo la vida que había imaginado para ellos se había desmoronado.
Se sentó en el sillón y abrió la botella con un sonido seco. Sirvió un vaso, y el aroma del whisky lo invadió. Sin pensarlo, lo bebió de un solo trago. El ardor quemó su garganta, pero no le importó. Necesitaba sentir algo, aunque fuera dolor. Necesitaba que el vacío desapareciera, aunque fuera por un momento.
Volvió a llenar el vaso, y otra vez, lo vació rápidamente. La sensación de calor comenzó a recorrer su cuerpo, pero el nudo en su pecho seguía allí. No importaba cuántos tragos diera, no iba a desaparecer. Lo sabía. Pero no quería pensarlo. Solo quería que el alcohol lo arrastrara lejos de su propia mente, lejos de sus recuerdos, lejos de todo lo que había perdido.
La habitación giraba lentamente, y aunque Edward pensaba que quizás iba a descansar finalmente, no podía dejar de pensar en Bella. No podía dejar de preguntarse si alguna vez ella lo había amado realmente o si todo había sido una farsa. El dolor se apoderaba de él una vez más, pero esta vez, en lugar de buscar respuestas, simplemente lo aceptaba.
Se dejó caer en el sofá, la botella de whisky entre sus manos, mirando el techo con una mirada vacía. Ya no le importaba el futuro, ni las preguntas sin respuesta. Solo quería ahogarse en la quietud del alcohol y olvidar, aunque fuera por un momento, la pesadilla que se había convertido en su vida.
