DOA GAIDEN - CAPITULO 8

Volumen 2 - El némesis del dragón: La calamidad

Acto 2

Con la furia de la tormenta aplacada, la lluvia ahora caía de manera tranquila sobre la ciudad. Las gotas de agua antes implacables, ahora acariciaban suavemente la superficie de hojas y tejados, revelando la calma que había emergido después de la tempestad.

La energía eléctrica ya restablecida, devolvía la vida a Tairon. Los semáforos volvían a funcionar, los letreros luminosos parpadeaban con vitalidad a la vez que las ventanas de los hogares se encendían con una cálida luz, triunfando sobre la oscuridad que había reinado momentos antes.

El cielo, aunque aún cargado de nubes, mostraba signos de ceder ante la claridad de la luz lunar que intentaba filtrarse tímidamente. En la penumbra, los destellos de las luces de la ciudad se reflejaban en las húmedas superficies, iluminando los contornos de los edificios y creando un resplandor en medio de la oscuridad. Las calles, antes inundadas por la lluvia, ahora reflejaban las luces parpadeantes de farolas y escaparates que titilaban en su esplendor.

Allí, al no encontrar al objetivo en el área asignada, Ryu y Momiji se lanzaron en dirección al oeste: rumbo a los grandes bosques. Desplazándose de un árbol a otro, emergían entre la lluvia para continuar su marcha.

Su camino termino al encontrar a Kasumi de rodillas en el fango mientras evocaba una suave oración frente a varias tumbas sin nombre. Y allí, el bosque que antes estaba lleno de vida, ahora mostraba señales de la brutal batalla que había tenido lugar: Vehículos destruidos, cráteres en la tierra, árboles caídos, arbustos desgarrados y sangre... mucha sangre que daba testimonio del enfrentamiento sucedido. Además, el olor penetrante de la carne putrefacta de los demonios reinaba en el lugar.

Frente a aquellas tumbas improvisadas, Kasumi, con la mirada fija en el suelo, reflejaba el peso de la tragedia. Cada montículo de tierra tenía un par de flores y una estela de madera clavada en la cabecera.

Los sentimientos de Kasumi envolvían el lugar en una pesada aura de tristeza, con los ojos nublados por lágrimas que no podía contener, sintió el peso de la culpa en sus hombros. Entre susurros, sin volver la mirada a sus amigos, dijo: — Llegué tarde... demasiado tarde para salvarlos y yo... yo no pude... no pude hacer nada por ellos —.

Ryu se acercó a Kasumi y la abrazó suavemente, dejando que las lágrimas de la chica se derramaran en su hombro en lo que decía: — Ahora lo ves, esto es parte del dolor que esas criaturas pueden llegar a causar —.

Levantó la mirada y observó los ojos de Ryu buscando consuelo para su llanto y asintió la cabeza mientras decía: — El portal... parece que ha sido activado. Las pisadas en el suelo no parecen ser muy... humanas —.

Mientras Kasumi explicaba lo descubierto en la zona, Momiji se percató de algo que llamó su atención: El cuerpo mutilado de Suzaku yacía en un área cercan. Su cuerpo desnudo era cubierto por larvas y moscas que escapaban y se ocultaban mientras Momiji intentaba despejar el rostro para comprobar su identidad.

Ante el macabro hallazgo, recordó las visiones recientes e hizo un llamado a sus compañeros para mostrar el descubrimiento y en un instante todos se preguntaron lo mismo: — ¿Dónde están Kaede e Irene? —.

La búsqueda dio inicio en los alrededores, siguiendo las pisadas en el fango y las marcas de pies en los árboles. Fueron guiados a un barranco cercano y allí, la tierra estaba deformada en un acantilado de árboles, hierba y gruesas piedras fangosas hasta lo más bajo.

Las luces de la lejana ciudad fueron reflejadas en los ojos de Momiji por un objeto metálico que brillaba en las cercanías. Al investigar, encontraron la wakizashi con el nombre de Irene clavada en el suelo.

La búsqueda de la comandante transcurrió hasta la madrugada, peinando cada centímetro del bosque buscando indicios de vida tanto de Irene como de Kaede además de Bael y sus hombres, sin embargo... todo fue en vano. Los primeros rayos del sol empezaban a mostrarse en el horizonte, las nubes que habían cedido ante el firmamento se dispersaron en el aire, dando paso al astro rey.

Sin resultados en la búsqueda, hicieron una tumba improvisada para Suzaku, recogieron las pertenencias junto al arma de Irene y partieron del lugar.

Mientras tanto, Hayate y Ayane permanecían en su departamento base, pues al no encontrar indicios de escape en la zona custodiada, escaparon del lugar. Escuchando los informes matutinos de la mañana, Hayate recopilaba los eventos ocurridos durante la tormenta en su diario. Ayane, esperaba observando con impaciencia por la ventana el regreso de su escuadra de elite mientras a lo lejos el sol empezaba a emerger, iluminando las empapadas calles de la capital.

Tres golpes resonaron en la puerta del departamento, interrumpiendo el silencio de la mañana. Uno de los hombres de confianza se acercó a la puerta, miró por la rendija y al reconocer la figura, abrió de inmediato. Frente a ellos, empapado y sucio, estaba Kaede, cuyo rostro permanecía oculto tras una máscara.

Kaede hizo una reverencia ante Hayate, quien lo miraba con sorpresa y preocupación: — He vuelto, mi señor —. Dijo aquel hombre con una voz agitada y cansada. Sus ropas estaban desgarradas en los brazos y sus telas permanecían manchadas de sangre.

Examinando su postura, Hayate frunció el ceño y preguntó: — Eres tú... Kaede, ¿Qué ha sucedido? ¿Dónde están Irene y Suzaku? —.

Manteniendo la compostura y enseñando el arma de Suzaku, contestó: — Han muerto, fuimos emboscados por los demonios y la comandante me ordenó huir para informarle lo sucedido —.

La noticia golpeó como un puñetazo en el estómago a Ayane, que escuchaba al otro lado de la sala, desconcertada y triste. Buscó más respuestas en el rostro oculto de Kaede, pero este permanecía impasible dando respuestas cortas mientras esta le daba golpes en el pecho, intentando obtener aún más información.

Al escuchar la noticia de Kaede, Ayane dejó escapar un suspiro que reflejaba tristeza y furia. Sin contenerse, lo tomó por el cuello de su traje: — ¿Cómo te atreves a volver solo? ¿Dónde están Irene y Suzaku? ¿Los dejaste atrás? —. Sus manos lo apretaban con rudeza mientras de su furioso rostro caían lágrimas al suelo.

Aquel hombre permanecía callado ante la furia de la joven que lo sacudía con violencia intentando hacerlo responder y levantando la voz le dijo: — ¡Habla, Kaede! ¡No puedes volver solo y decir nada! ¿¡Dónde están Irene y Suzaku?! —.

Antes de que la tensión pudiera aumentar Hayate intervino intentando calmando el ambiente; retiró las manos de Ayane mientras decía: — ¡Cálmate! Ya fue suficiente. Y tú Kaede, cambia tus ropas y danos un informe completo de lo sucedido —.

Asintiendo con la cabeza, aquel hombre hizo una reverencia y contestó: — Sí, mi señor. Y usted joven maestra, a Irene y a Suzaku los perdí en el bosque, las criaturas los devoraron hasta no quedar nada de ellos. He traído algunos recuerdos para usted —. De sus ropas sacó elementos capturados de las ropas de Suzaku, entre ellos un kunai con varios pétalos de rosa adornándolo.

Ayane se lo arrebató sin decir palabra, se aferró a él y huyó, ocultándose en otra habitación. Sus llantos y gemidos se escuchaban tras las puertas, pues pegado al kunai, en el mango de lanzamiento, estaba adornado con una foto de los tres jóvenes acompañados de su maestra Ayane.

Tras una reverencia ante Hayate, aquel hombre dejó el lugar llevando envainadas en su espalda las espadas de Suzaku y Kaede. Su rostro tras la máscara dibujaba una sonrisa sádica mientras desaparecía en los departamentos cercanos.

Mientras, Ayane aún recobraba su voluntad recordando los rostros y las voces de sus pupilos. Tomó sus espadas con su equipo y se dispuso a abandonar el lugar.

Antes de lanzarse al vacío, hizo un gesto a Hayate indicándole su pronto regreso y desapareció, huyendo a los bosques en busca de respuestas por su propia cuenta.

La mañana seguía su curso y en las profundidades de la naturaleza, Momiji realizaba una ceremonia de purificación, orando a las almas para que descansaran y siguieran su curso. El portal, aunque sellado, permanecía como inactivo, aunque emanando un calor enfermizo que quemaba la hierba al rededor. En su centro fue erguido un altar de madera purificado y un pergamino de sello con la inscripción: — En la tranquilidad del alma, la paz florece. Que los vientos del tiempo guíen las almas caídas y que encuentren su camino hacia la serenidad eterna. en estas memorias, los caídos del Mugen Tenshin son recordados con amor y respeto. Firmado por la sacerdotisa de los Hayabusa, Momiji —.

Tras unas cuentas oraciones, Kasumi hizo un gesto despidiéndose mientras decía: — Los esperaré en casa, chicos —. Un instante después, desapareció columpiándose de una rama a otra en dirección a las grandes urbes de la ciudad. En su camino, observaba desde los tejados el juego y canto de los niños, trasportándola a visiones pasadas compartiendo y añorando su niñez junto a su clan. Sin embargo, cansada y con hambre, se retiró dejando el calor de la ciudad, perdiéndose entre los edificios.

Al mismo tiempo, Ayane se movía con rapidez entre los tejados; cada salto era acompañado de apretones de dientes y puños mientras continuaba su marcha. Más sin embargo, sin que pudieran percatarse la una de la otra nuevamente; tanto Kasumi como Ayane cruzaron los mismos caminos, solo divididas sus miradas por un edificio en medio de las dos. Al final y llegado el medio día, el camino de ayane la terminaría llevando hasta el lugar donde Ryu exploraba el lugar junto a Momiji.

— Ayane, pensé que esperarías nuestro informe junto a Hayate —. Dijo Ryu al presenciar su figura aterrizar desde los árboles.

Arreglando su flequillo mientras observaba alrededor, respondió: — Perdí miembros importantes en este lugar, investigaré el área por mi cuenta —.

Haciendo un gesto, Momiji presentó ante ella el arma de Irene. Tras limpiar el barro y la sangre con un paño, la ofreció diciendo: — La encontramos clavada al lado de un barranco. Su cuerpo... no pudimos encontrar sus restos, lo siento... Ayane —.

Por su parte Ryu le ofreció un mechón de pelo cortado de la cabeza de Suzaku e hizo una reverencia al entregarlo. La miró a los ojos y dijo: — Suzaku ha muerto, encontramos sus restos a la deriva y lo hemos sepultado. Aun continuamos buscando a Kaede —.

Sorprendida por el conflicto de sus investigaciones, preguntó: — ¿Kaede? ¿Cómo es posible? En su informe nos avisó de una emboscada donde Irene y Suzaku fueron devorados —.

Negando con la cabeza y manteniendo la mirada, Ryu contestó: — Suzaku no fue devorado, su cuerpo... fue cortado. No encontramos heridas de mordeduras o carne consumida, en cambio encontramos heridas de espada. Ayane... Suzaku fue asesinado —.

A medida que el reloj avanzaba, el eco de la reciente tormenta comenzaba a desvanecerse. El agua de la lluvia, que se aferraba a las superficies, se evaporaba liberando un aroma fresco y limpio despejando la humedad en cada zona. Los charcos en las aceras se desvanecían gradualmente, revelando las calles de espejismos y colores en cada rincón de la ciudad.

En la zona de departamentos Hayate explicaba los planes junto a sus hombres, sobre la mesa fue desplegado un mapa de la ciudad. Dentro, varias zonas estaban tachadas en un círculo, acompañado del mapa con una lista de enemigos y esta era entregada a cada miembro detallando la foto y el nombre de las siguientes víctimas.

— Hemos rastreado más miembros del culto en las áreas marcadas —. Dijo Hayate, señalando con un dedo los lugares clave. — Nuestro objetivo principal es Bael y sus hombres. La información indica que se han dispersado en la ciudad y en sus alrededores —.

Mientras los escuadrones se agrupan alrededor de la mesa continuaba: — Cada uno tendrá una zona asignada. Según avance la noche, intentaremos estar sobre ellos antes de que puedan reaccionar —.

Junto a él, Kaede anotaba en una libreta los movimientos y los horarios de cada escuadrón. Todo informe y toda precaución no pasaban desapercibidos para anotarlo con sumo detalle.

— A pesar de todo lo sucedido también te enfocas mucho en el trabajo ¿no es así, Kaede? —. Pregunto Hayate al terminar de dictar sus órdenes.

Asintiendo y guardando la libreta contesto: — Ya sabe, maestro. No dejare que la muerte de mis camaradas allá sido en vano. Los vengare, déjelo en mis manos —.

Dando media vuelta, mientras se dirigía a la salida agrego: — Nos veremos pronto maestro, debo atender... un asunto antes de partir, si me disculpa... —. A paso lento abandono el lugar e instantes después su rastro desapareció por completo. Entre tanto, Ayane regresaba a toda velocidad para informar de lo descubierto y sobre los falsos informes de Kaede o lo que fuera aquello.