La cena en el gran salón del castillo resultó ser una experiencia mucho más incómoda de lo que había anticipado. A pesar del calor de las antorchas y la abundancia de comida sobre la larga mesa de madera, el ambiente estaba cargado con una tensión invisible. Los murmullos de los sirvientes y las conversaciones dispersas entre los guerreros presentes se entremezclaban con el eco del crepitar del fuego.
Edward, sentado en el extremo principal de la mesa, mantenía una expresión estoica. Sus ojos recorrían el salón con la precisión de un halcón, pero rara vez se detenían en mí. Victoria, por otro lado, parecía empeñada en monopolizar su atención. Su risa sonaba demasiado alta para la ocasión, y cada vez que hablaba, se inclinaba un poco más cerca de él, como si el espacio entre ellos no fuera suficiente.
Me obligué a concentrarme en la comida frente a mí. El pan recién horneado y la carne asada deberían haber sido un festín para mis sentidos, pero cada bocado me sabía insípido bajo el peso de mis pensamientos. Jasper, sentado a mi lado, masticaba en silencio, sus ojos observando cada detalle del entorno como si esperara un ataque en cualquier momento. Alice, por su parte, mantenía una sonrisa encantadora mientras intentaba iniciar una conversación trivial con uno de los guerreros cercanos.
—Debiste habernos esperado —dijo Alice en voz baja, inclinándose hacia mí. Su tono era amistoso, pero el ligero reproche era inconfundible.
—No fue intencional —me defendí, sintiendo un leve rubor subir a mis mejillas—. Me perdí en el camino.
—Tal vez si prestaras más atención a tu entorno… —intervino Jasper con suavidad, aunque su mirada fija en el guerrero al otro lado de la mesa revelaba su constante estado de alerta.
—Lo tendré en cuenta —respondí, deseando que la conversación terminara ahí.
Edward se levantó entonces, y todo el salón cayó en un repentino silencio. Con un gesto tranquilo pero autoritario, ordenó a uno de los sirvientes que trajera más vino. Su mirada cruzó brevemente con la mía, y por un instante, juraría haber visto algo más que simple cortesía en sus ojos. Pero al momento siguiente, su expresión volvía a ser impenetrable.
Victoria también se levantó poco después, lanzándome una mirada que bordeaba la desdén antes de volver a centrar su atención en Edward.
—Espero que la comida sea de su agrado —dijo con voz melosa, su tono claramente destinado más para él que para el resto de nosotros.
—Es más que suficiente —respondí educadamente, aunque cada palabra salía con esfuerzo.
La cena continuó en un tira y afloja constante entre silencios tensos y conversaciones forzadas. Después de un tiempo que pareció interminable, los sirvientes comenzaron a retirar los platos vacíos, señalando el fin del banquete.
Edward se acercó a nosotros mientras nos levantábamos de la mesa.
—Mañana comenzaremos a discutir cómo pueden ser útiles aquí —dijo, su tono neutral pero firme—. Será importante que comprendan nuestras costumbres y formas de combate.
Alice asintió con entusiasmo, mientras Jasper simplemente inclinaba la cabeza en señal de acuerdo. Yo, por mi parte, sentía que cada vez estaba más atrapada en un mundo que no comprendía del todo.
—Estaremos listos —respondí, aunque mi voz sonó más decidida de lo que me sentía realmente.
—Bien —respondió Edward, su mirada fija en mí por un momento más antes de girarse y marcharse del salón.
Mientras observaba su figura desaparecer en la penumbra, no podía dejar de preguntarme si algún día entendería realmente qué era lo que nos unía. O si el tiempo, ese enigma cruel, terminaría por separarnos para siempre.
El amanecer se deslizó por el cielo escocés con una lentitud casi burlona, pintando el horizonte con pinceladas grises y doradas. El canto de los primeros pájaros anunciaba el comienzo de un nuevo día, pero para mí, la noche apenas había terminado.
A pesar del cansancio que pesaba sobre mis párpados, dormir había sido imposible. Los sueños recurrentes de Edward y la inexplicable frialdad con la que ahora me trataba giraban incansables en mi mente. Cada vez que cerraba los ojos, su imagen aparecía, seguida del eco distante de su voz formal y distante. Me removía bajo las mantas, tratando de acallar el tumulto de pensamientos, pero el esfuerzo era en vano.
Cuando finalmente desistí, la habitación comenzaba a iluminarse con la luz tímida del amanecer. Me senté en la cama, abrazando mis piernas mientras el frío de la piedra bajo mis pies desnudos me anclaba a la realidad. El aire olía a humedad y piedra antigua, un recordatorio constante de que ya no estaba en el mundo que conocía.
Alice y Jasper dormían en habitaciones contiguas, y me pregunté si ellos habían logrado descansar. Alice, con su aparente despreocupación, seguramente habría dormido como un bebé. Jasper, por otro lado, era una fortaleza de control, pero el conflicto latente que palpé durante la cena debió haber dejado alguna huella en él también.
Decidí que quedarme en la habitación no me haría ningún bien. Me vestí con el vestido que la señora Fitzgerald había dejado colgado en el perchero. Aunque seguía siendo una prenda voluminosa y pesada, al menos me estaba acostumbrando a manejar la longitud de las faldas. Me recogí el cabello en una trenza desordenada y salí al pasillo.
El castillo estaba envuelto en un silencio expectante, roto solo por el eco de mis pasos. A pesar de lo imponente de sus muros y la dureza de su ambiente, había algo casi reconfortante en la quietud del amanecer. Me encontré vagando sin rumbo, mis dedos rozando las frías piedras como si pudieran revelarme los secretos que escondían.
Casi sin darme cuenta, llegué al salón principal. Las mesas estaban vacías y la chimenea apagada, dejando que el aire helado reclamara el espacio. Caminé hasta una de las ventanas altas, observando el exterior. Desde mi posición, podía ver cómo los guerreros del clan comenzaban sus actividades matutinas. Entre ellos, una figura destacaba: Edward.
Él estaba hablando con Jacob, su consejero de guerra, y otros hombres que parecían estar discutiendo asuntos serios. Incluso a la distancia, su presencia era innegablemente magnética. Me encontré estudiándolo, intentando descifrar qué se ocultaba tras esa fachada reservada. ¿Qué era lo que lo mantenía tan distante? ¿Era solo el peso de su posición o había algo más?
—Bella.— La voz de Alice me sobresaltó, sacándome de mis pensamientos. Me voltee para encontrarla caminando hacia mí con una energía que solo ella podía poseer tan temprano en la mañana.
—¿No podías dormir tampoco? —pregunté.
Ella sonrió, pero había algo en su mirada que me dijo que había percibido más de lo que yo quería revelar.
—No como tú. Pero supongo que este lugar tiene una forma de mantenerte alerta, ¿no crees?
Asentí, incapaz de expresar en palabras las complejas emociones que bullían dentro de mí.
—Jasper está afuera, explorando los terrenos. Pensó que quizá querrías unirte más tarde.— Alice cambió de tema con suavidad.
—Tal vez lo haga. Necesito despejar mi mente.
Ella me apretó el brazo suavemente antes de retroceder.
—No te preocupes tanto, Bella. Las cosas siempre tienen una forma de resolverse, incluso cuando no podemos ver cómo.
Sus palabras resonaron en mi mente mucho después de que se marchara, y mientras observaba al clan moverse en el exterior, me pregunté si también había una solución para el enigma que era Lord Edward. Solo el tiempo lo diría.
