El agua me rodeaba como un refugio. Cada brazada era un intento de ahogar mis pensamientos, de silenciar esa voz en mi cabeza que había vuelto a perseguirme. Soñé con él. Otra vez.

Edward estaba ahí, en mi habitación, como un espectro que nunca se marchó. Su mirada lo decía todo: decepción, incredulidad, esa maldita pregunta que no quería escuchar. ¿Por qué me dejaste? Su voz, tan clara, me dejó paralizada incluso después de despertar.

Intenté ignorarlo mientras nadaba, pero su imagen seguía presente. Era frustrante. Habían pasado semanas desde que me instalé en esta nueva vida, lejos de todo, lejos de él, y me había convencido de que podía ser feliz. Entonces, ¿por qué su sombra seguía persiguiéndome?

Al salir de la piscina, algo llamó mi atención. Pegado en una farola, estaba ese cartel. Mi rostro, impreso en papel, con letras grandes y negras que gritaban SE BUSCA. Me detuve, mirando fijamente mi propia imagen. Me había preparado para esto, sabía que no sería tan fácil desaparecer. Pero en lugar de sentir miedo o culpa, sonreí. Esa Isabella ya no existía, y quienquiera que estuviera buscando, estaba perdiendo el tiempo.

Semanas después, mientras hojeaba el guion en el apartamento de Jacob, sentí que finalmente podía dejar atrás todo lo que me conectaba a mi antigua vida. Esto era algo completamente nuevo, algo solo mío.

—¿Estás segura de esto? —preguntó Jacob, rompiendo el silencio.

Levanté la mirada y lo vi apoyado contra el marco de la puerta, observándome con una mezcla de curiosidad y preocupación.

—Sí, estoy segura. —Mi voz sonó más firme de lo que me sentía.

—No parece que lo estés. —Se acercó y se sentó frente a mí.

—Jake, quiero hacerlo.

Él suspiró, dejando caer los hombros, como si estuviera agotado de intentar convencerme de algo.

—Bella, no tienes que demostrarle nada a nadie.

Fruncí el ceño.

—¿Demostrar qué? Esto no es sobre nadie más, es sobre mí.

Jacob me miró fijamente, como si intentara descifrar algo en mi rostro.

—Espero que sea cierto —dijo finalmente—. Porque si hay algo que no me estás diciendo…

Sentí un nudo en el estómago, pero lo ignoré.

—Jake, no hay nada. Esto es lo que quiero.

Él se levantó, cruzando los brazos.

—Bien. Pero no voy a seguir adelante hasta que estés completamente segura.

—Lo estoy. —Mi respuesta fue rápida, casi desesperada.

—No, no lo estás.

Me quedé en silencio mientras él se alejaba, y el peso de sus palabras se quedó conmigo mucho después de que se marchara.

Un par de semanas más tarde, después de mi rutina diaria, me refugié en el café al que solía ir. Era uno de los pocos lugares donde me sentía realmente en paz, un rincón donde podía desaparecer entre desconocidos.

Estaba concentrada en mi revista cuando una voz familiar me congeló.

—Isabella.

Levanté la vista y ahí estaba. James Nimoy.

Mi corazón dio un vuelco, pero mantuve la compostura.

—James. —Mi voz sonó tranquila, aunque por dentro todo en mí gritaba que saliera corriendo.

Sin invitación, se sentó frente a mí, dejando su portafolio sobre la mesa con una precisión casi teatral.

—Lindo lugar. Nunca pensé que encontraría a Isabella Cullen aquí.

El tono de su voz me irritó, pero no dejé que lo notara.

—No soy Isabella Cullen. No más.

—Ah, claro. Isabella… ¿qué? ¿Smith? ¿Doe? —Su sonrisa fue burlona, pero sus ojos estaban serios.

—¿Qué quieres, James? —pregunté, yendo directo al punto.

—Edward te está buscando. —Dejó caer las palabras como un peso muerto entre nosotros.

Sentí un vacío en el estómago, pero mi rostro permaneció impasible.

—Y qué.

—No está feliz con tu desaparición.

Una risa amarga escapó de mis labios.

—Qué pena.

James me estudió con atención, inclinándose un poco hacia adelante.

—¿De verdad crees que esto se acaba así? Sabes cómo es Edward. No se rinde.

—Entonces tendrá que aprender.

Él dejó escapar una sonrisa ladeada, más bien incrédula.

—Siempre fuiste más fuerte de lo que parecías. Pero sabes que no es tan fácil como crees.

Tomé mis cosas con calma, ignorando su presencia.

—Dile lo que quieras, James. No pienso correr.

Mientras salía del café, sentí su mirada clavada en mi espalda. Sabía que esto no terminaba aquí, pero no me importaba. Había elegido esta vida, y no pensaba volver atrás, sin importar cuánto intentaran arrastrarme de vuelta.