Las luces parpadeaban suavemente sobre las mesas decoradas con detalles navideños mientras el bullicio de los empleados llenaba la sala. Jacob siempre sabía cómo organizar una fiesta que dejara a todos hablando durante semanas. Este año no había sido la excepción. Desde el catering hasta la música en vivo, no había escatimado en nada para la celebración de Navidad antes de las vacaciones.

María y yo estábamos de pie junto a la mesa de los aperitivos, observando cómo algunos compañeros improvisaban pasos de baile en la pista que Jacob había hecho instalar.

—¿No te parece raro ver a todos tan relajados? —preguntó María, llevando una copa de ponche a sus labios.

—Es Jacob. Tiene esa habilidad de hacer que todos bajen la guardia. —Miré hacia el centro de la sala, donde él estaba rodeado de un grupo de empleados, gesticulando animadamente mientras hacía reír a todos.

—Hablando de Jacob, ¿sabes que va a anunciar algo grande?

—¿Anunciar qué?

—No lo sé, pero lo mencionó cuando me pidió que le ayudara con los preparativos. —María se encogió de hombros, con esa sonrisa traviesa que siempre llevaba consigo—. Deberías estar más atenta, Bella. Eres una de sus favoritas.

—¿"Favorita"? —Reí, sacudiendo la cabeza—. Eso suena como si tuviera preferencias.

—Bueno, yo diría que las tiene. —María me guiñó un ojo antes de alejarse para saludar a otros compañeros.

No tuve tiempo de procesar su comentario porque, unos segundos después, Jacob apareció frente a mí con esa sonrisa despreocupada que siempre parecía iluminar toda la sala.

—¿Y tú qué haces aquí sola, Swan? —preguntó, tendiéndome una copa de ponche.

—María estaba aquí hace un momento —respondí, tomando la copa con una pequeña sonrisa.

—María está ocupada jugando a ser la anfitriona. —Se inclinó ligeramente hacia mí—. Y tú deberías disfrutar más de la fiesta.

—Estoy disfrutando.

—No lo parece.

Suspiré, llevándome la copa a los labios mientras evitaba su mirada. Jacob tenía una forma de hacer que todo pareciera más fácil, pero también era desconcertante cuando se centraba por completo en ti.

—Entonces, Bella, ¿qué planes tienes para las vacaciones? —preguntó, cambiando de tema con esa facilidad característica suya.

—Nada decidido aún. María mencionó algo sobre invitarme a su casa.

—¿María? —Jacob rió suavemente—. Bueno, eso suena bien, pero yo tengo una idea mejor.

Fruncí el ceño, sintiendo que algo más venía.

—¿Qué idea?

—Una semana en Bali.

—¿Qué?

—Sí, Bali. Sol, playa, relajación total. Te lo mereces después de todo lo que has trabajado este año.

Sacudí la cabeza, sintiéndome un poco abrumada.

—Jacob, no creo que eso sea… apropiado.

—¿Por qué no? —preguntó, cruzando los brazos frente a su pecho—. No hay nada de inapropiado en tomarte un descanso.

—Es… irregular.

Jacob soltó una carcajada, atrayendo algunas miradas de los empleados cercanos.

—¿Irregular? Bella, tú necesitas redefinir lo que es normal.

Lo miré, intentando encontrar las palabras adecuadas para rechazarlo sin ser brusca. Jacob era mi jefe, pero también alguien a quien respetaba y, en cierto nivel, apreciaba. Sin embargo, su invitación cruzaba una línea que no estaba lista para explorar.

—Déjame pensarlo, ¿de acuerdo? —dije finalmente.

—Claro. —Sonrió, aunque pude notar un rastro de decepción en sus ojos—. Pero espero que digas que sí.

Cuando la fiesta terminó, salí del edificio con la mente llena de pensamientos contradictorios. María me había invitado a su casa, lo cual era fácil de aceptar, un plan sencillo y normal. Pero Bali… Bali era otra historia.

Las luces parpadeaban en mi campo de visión cuando me dirigía a la salida. Me topé con un grupo de empleados que reían y conversaban animadamente, pero fue cuando crucé el umbral que vi algo que me hizo detenerme en seco.

Edward.

Sus brazos envolvían a una mujer rubia, ambos sonrientes y ajenos al mundo que los rodeaba. Fue como si el aire se hubiera escapado de mis pulmones. Me atraganté con mi ponche y lo escupí con un tos nerviosa.

—¡Bella! —exclamó María al notar mi reacción—. ¿Estás bien?

Me limpié la boca con la servilleta y asentí, tratando de recuperar la compostura.

—Sí, solo… pensé que había visto a alguien conocido.

María me miró con un ceño fruncido, pero optó por no presionarme.

—Vamos, salgamos de aquí antes de que te quedes más tiempo. —Me agarró por el brazo y me arrastró fuera del salón.

Logré respirar con más libertad una vez en la calle.

—¿Estás segura de que estás bien? —insistió María, preocupada.

—Sí, sí. Solo un pequeño shock —mentí, tratando de mantenerme firme. Pero sabía que si había visto a Edward en esa fiesta, entonces todo estaba a punto de complicarse de nuevo.

Busqué con la mirada por todo el edificio, recorriendo cada rincón y cada pasillo en busca de ese destello de cabello oscuro que tan fácilmente podría reconocer entre la multitud. Me sentía como una adolescente perdida, atrapada en un pasado que no quería volver a ver.

Finalmente, al final del pasillo principal, vi lo que temía encontrar.

Edward.

Mi corazón dio un vuelco. No sabía si era la ansiedad o la excitación lo que lo había hecho aparecer en medio de la fiesta de Navidad, pero allí estaba, exactamente donde no quería que estuviera.

—Edward —susurré, apenas audible.

No se movió, como si fuera un espejismo en medio del bullicio. Me dirigí hacia él con la certeza de que mi pasado no iba a desaparecer fácilmente.

Las luces del edificio apenas parpadeaban mientras recorría los pasillos a toda prisa, buscando con desesperación confirmar lo que acababa de ver. Edward. Mi corazón latía con fuerza, acelerado, como si estuviera corriendo una maratón. ¿Era posible que estuviera aquí? ¿En esta fiesta, de todas las cosas?

Dudé. Tal vez era solo mi mente jugándome una mala pasada. Después de todo, lo había soñado tantas veces que su rostro había quedado grabado en mi memoria como un fantasma que nunca me dejaba en paz. Pero no. Había sido demasiado real.

Doblé un pasillo más, y entonces lo vi. Estaba ahí, de pie, con su inconfundible porte, su cabello desordenado y su mirada intensa fija en mí.

—Edward —susurré, sintiendo que la garganta se me cerraba.

Él no respondió de inmediato. Simplemente me observó, como si intentara procesar que realmente estaba frente a él. Luego, lentamente, comenzó a caminar hacia mí.

—Isabella Swan —dijo, y su voz era un golpe directo a mi pecho.

—Edward, yo…

—¿Tienes alguna idea de lo que has hecho? —interrumpió, su tono bajo pero cargado de una intensidad que me hizo retroceder un paso.

—Yo… no sé a qué te refieres. —Mi voz temblaba, y odiaba lo evidente que era mi nerviosismo.

—No sabes a qué me refiero. —Soltó una risa amarga, pasando una mano por su cabello—. Bella, llevas meses desaparecida. Meses. ¿Sabes cuántas personas te han estado buscando? ¿Sabes lo que he pasado por tu culpa?

Sentí que la sangre abandonaba mi rostro.

—Yo… necesitaba un tiempo.

—¿Un tiempo? —Sus ojos brillaban con una mezcla de incredulidad y furia—. ¿Un tiempo para desaparecer sin decirle a nadie dónde estabas? ¿Un tiempo para fingir que tu vida anterior no existía?

Su reproche me golpeó como un látigo. Había esperado muchas cosas al volver a verlo, pero no esto.

—No estaba fingiendo —dije en voz baja—. Solo… no podía quedarme.

—¿Por qué? —preguntó, su tono más controlado pero igual de severo—. ¿Qué fue tan terrible que te hizo creer que esta era la mejor opción?

Sentí que los ojos se me llenaban de lágrimas, pero me negué a dejarlas caer. No frente a él.

—No lo entenderías.

—Entonces explícame —insistió, dando un paso más hacia mí. Su proximidad era abrumadora, y pude sentir la fuerza de su presencia como una carga sobre mi pecho—. Explícame por qué decidiste desaparecer y dejarlo todo atrás.

Lo miré fijamente, tratando de encontrar las palabras adecuadas. Pero, ¿cómo podía explicar algo que ni siquiera yo entendía del todo?

—No quiero volver a esa vida, Edward —dije finalmente, mi voz apenas un susurro.

Él cerró los ojos brevemente, como si mis palabras lo hubieran herido físicamente.

—Esa vida incluye a personas que te quieren —replicó, su tono más suave, pero no menos intenso—. A mí.

La sinceridad en sus palabras me desarmó por completo.

—No puedo hacer esto ahora —dije, retrocediendo un paso.

—Bella…

—No. —Sacudí la cabeza, intentando mantener la compostura—. No puedo hablar de esto aquí.

Él me miró fijamente durante lo que parecieron siglos, antes de asentir con lentitud.

—Esto no ha terminado. —Su tono era firme, una promesa tanto como una advertencia.

Y sin decir nada más, se dio la vuelta y desapareció por el mismo pasillo por el que había llegado.

Me quedé allí, temblando y sintiendo el peso de su mirada aún clavado en mi alma. Mi vida había estado tranquila por meses, pero ahora, con Edward aquí, sabía que todo estaba a punto de desmoronarse nuevamente.