La puerta del pasillo se cerró detrás de Edward con un golpe seco, dejando una estela de emociones que no sabía cómo manejar. Me quedé paralizada, intentando descifrar qué significaba todo aquello. Su presencia, su tono acusador, y la forma en que me miró, como si tuviera derecho a juzgarme.
No podía concentrarme. Todo el mundo en la fiesta seguía bailando, riendo, disfrutando. Yo tomé una copa de vino y me quedé al margen, intentando parecer tranquila. Pero cuando Jacob apareció a mi lado, sentí que mi máscara estaba a punto de romperse.
—Bella, ¿estás bien? —preguntó con una sonrisa cálida que iluminó su rostro.
Alcé la mirada, y ahí estaban esos ojos ámbar que siempre lograban desconcertarme. Una corriente de calor subió por mi cuello hasta instalarse en mis mejillas.
—Sí, estoy bien —respondí, aunque no era del todo cierto.
—Quería hablar contigo sobre Bali. ¿Has pensado en la idea?
Intenté responder con calma, pero la cercanía de Jacob, el brillo de sus ojos, hicieron que mi mente se nublara.
—Lo he estado considerando —murmuré, apartando la mirada mientras sentía el color en mis mejillas intensificarse.
Jacob rio suavemente.
—Bueno, no te apresures. Solo quiero que te relajes y te diviertas. Es lo único que importa.
Le devolví una sonrisa tímida, agradecida por su amabilidad. Pero incluso mientras me hablaba, la imagen de Edward volvía a mi mente. Su mirada gélida, su voz cargada de reproches.
Durante los días siguientes, traté de mantenerme ocupada. Entre las reuniones y los preparativos de la oficina, evitaba pensar demasiado. Pero Jacob siempre encontraba una forma de acercarse, ya fuera con una pregunta sobre el viaje o un simple comentario que me hacía sonreír.
Una tarde, mientras estaba revisando papeles en la oficina, él entró con un par de menús en la mano.
—¿Prefieres comida indonesia o tailandesa? —preguntó, sosteniendo los menús frente a mí.
Lo miré, intentando no perderme en sus ojos. Esa mezcla de miel y ámbar era embriagadora, y antes de darme cuenta, sentí que el calor volvía a subir por mi rostro.
—Lo que tú prefieras está bien —dije, intentando sonar casual.
—Bella, eso no cuenta. Necesito que elijas tú. Este viaje es para que te diviertas.
Con una pequeña risa nerviosa, tomé el menú y lo hojeé, aunque apenas presté atención. Jacob me observaba con una expresión tranquila, pero en sus ojos había algo que me hacía sentir vulnerable, expuesta.
Finalmente, señalé un platillo al azar y se lo mostré.
—Este suena bien.
Jacob asintió, satisfecho.
—Perfecto. Estoy seguro de que te encantará.
Mientras salía de la oficina, me quedé mirando la puerta. ¿Qué me pasaba? ¿Por qué sentía que cada interacción con Jacob me dejaba más nerviosa de lo que debería?
La noche antes de nuestra partida, decidí empacar. Cada prenda que doblaba, cada pequeño objeto que añadía a mi maleta, era un recordatorio de que estaba a punto de embarcarme en algo desconocido. Pero cuando abrí un cajón buscando algo, me encontré con una pequeña caja que no esperaba.
El anillo.
Lo sostuve entre mis dedos, recordando cómo había brillado cuando Edward me lo puso por primera vez. Era un símbolo de todo lo que habíamos soñado juntos, y ahora parecía un peso que no podía soltar.
Lo guardé de nuevo, cerrando la caja con un suspiro.
"No puedes seguir viviendo en el pasado", me dije a mí misma. Pero mientras apagaba las luces y me metía en la cama, los ojos de Edward y los de Jacob se mezclaban en mis pensamientos, creando un torbellino de confusión.
Al día siguiente, Jacob me esperaba en la cafetería con su café habitual.
—Estás más tranquila hoy —comentó, apoyándose contra la barra mientras tomaba un sorbo.
—Intento enfocarme en lo positivo.
Jacob sonrió, y mi corazón dio un pequeño vuelco.
—Eso es todo lo que quiero para ti, Bella. Que encuentres algo que te haga feliz.
Lo miré, atrapada por la calidez en su voz. Y cuando nuestros ojos se encontraron, el ahora familiar sonrojo volvió a encender mis mejillas.
—Gracias, Jacob.
Él levantó su taza en un gesto de aprobación.
—Bali será una experiencia inolvidable, ya verás.
Lo observé mientras se alejaba, preguntándome por qué sus palabras me afectaban tanto. Pero incluso mientras intentaba concentrarme en lo que tenía por delante, la sombra de Edward seguía rondando mi mente, recordándome que mi pasado no era tan fácil de olvidar.
