Capítulo 7

A pesar de la tranquilidad del entorno, en el interior de la elegante residencia Sitri, un animado grupo disfrutaba de un momento de descanso y conversación.

En el salón principal, Rias Gremory y su nobleza –compuesta por Kiba Yuuto, Shirone y Akeno Himejima– estaban reunidos alrededor de una mesa baja, donde se habían colocado tazas de té y algunos dulces finamente preparados. Frente a ellas, la anfitriona del día, Sona Sitri, compartía la tarde con su amiga.

"Gracias por recibirnos hoy, Sona," dijo Rias, levantando suavemente la taza de té con una sonrisa agradecida.

Sona Sitri, siempre impecable con sus lentes y su uniforme perfectamente ordenado, asintió con una sonrisa ligera pero formal. "No tienes que agradecerme, Rias. Siempre es un placer pasar tiempo contigo y conocer más de tu nobleza."

Akeno, que estaba sentada con una postura elegante, sonrió con su característico aire juguetón. "Debo decir que su té es delicioso, Sona. Realmente tienes buen gusto."

"Lo preparo yo misma," respondió Sona con un leve orgullo, ajustándose las gafas. "La atención a los detalles es importante, incluso en cosas pequeñas como esta."

Kiba, quien hasta ahora había permanecido callado, tomó la palabra con su tono sereno y educado. "Supongo que esa atención también será esencial para lo que se viene. He escuchado que ambas están comenzando a involucrarse en la administración de Kuoh."

Rias dejó su taza suavemente sobre la mesa y asintió, un atisbo de seriedad apareciendo en su rostro. "Así es, Nii-sama, está organizando la transición de responsabilidades. Cleria Belial abandonará la administración de Kuoh, y parece que tanto Sona como yo seremos las nuevas encargadas."

Sona, con su mirada firme, cruzó las manos sobre la mesa. "Es una gran responsabilidad, pero también una oportunidad. Kuoh es un territorio importante, y es nuestro deber manejarlo con cuidado. Ambas familias, los Gremory y los Sitri, tenemos que demostrar que estamos a la altura."

Shirone, que hasta ese momento había estado disfrutando en silencio de los dulces, levantó la mirada con curiosidad. "Entonces… ¿tendremos que mudarnos allí?" preguntó suavemente.

Rias sonrió y asintió, mirando a su Torre con cariño. "Sí, Shirone. La ciudad Kuoh será nuestro hogar. Será una nueva etapa para todos."

Akeno, con su expresión tranquila pero juguetona, agregó: "Y eso que estaba disfrutando de vivir en el Inframundo. Regresare a casa antes de lo previsto."

"Además, trabajaremos juntas, Rias," dijo Sona, dirigiéndole una mirada seria a su amiga. "Tú con tu nobleza, y yo con la mía. Tendremos mucho que planificar en los próximos días."

"Estoy de acuerdo," respondió Rias con determinación. "Trabajaremos duro para que Kuoh prospere. Pero…" Hizo una pausa, su mirada suavizándose mientras miraba a Sona. "También será divertido. Al menos podremos vernos más a menudo."

Por un momento, la seriedad en la conversación se disipó, y ambas compartieron una sonrisa sincera.

••

La luz del sol atravesaba suavemente las ventanas de la amplia mansión Gremory en la Ciudad Kuoh. Era un día claro y tranquilo, típico de la primavera japonesa, y la atmósfera estaba impregnada de un aire de renovación.

Después de instalarse en su nuevo hogar comenzaban a adaptarse un nuevo estilo de vida. La mudanza había sido más rápida gracias a la experiencia de Akeno, quien ya vivía en Kuoh y había facilitado muchas cosas para su llegada.

En el salón principal de la mansión, Rias revisaba algunos documentos sobre la administración de la ciudad. Sentada a su lado, Akeno, tomaba té con elegancia y una sonrisa relajada.

Kiba, siempre atento, miraba por la ventana con calma mientras se mantenía alerta. Cerca del sofá, Shirone, la más silenciosa del grupo, hojeaba un libro mientras mordisqueaba un pequeño dulce.

Rias levantó la mirada de los documentos por un momento y soltó un suspiro apenas audible. La transición a su nuevo papel como administradora de Kuoh no había sido sencilla, pero era una responsabilidad que llevaba con orgullo. Aunque no lo admitiría en voz alta, a veces sentía nostalgia por los días en los que sus únicas preocupaciones giraban en torno a las clases en la Academia Kuoh o los entrenamientos ocasionales que enfrentaba junto a su grupo.

"¿Algo te preocupa, Rias?" preguntó Akeno con su tono dulce de siempre, alzando levemente la taza de té y observando a su amiga con una mezcla de curiosidad y complicidad.

Rias movió la cabeza con suavidad, acomodándose un mechón de su brillante cabello rojo tras la oreja.

"No realmente. Solo me estaba tomando un momento para pensar en todo lo que ha cambiado. Ser la encargada de esta ciudad es... una gran responsabilidad."

Akeno sonrió, con su expresión tranquila habitual.

"Eso es porque confían en ti. No todos podrían asumir un rol como este tan rápidamente. Además, cuentas con nosotros."

La atención de Rias se desvió momentáneamente hacia Kiba, quien continuaba mirando por la ventana, completamente inmerso en su papel de protector silencioso. Su postura relajada no engañaba a nadie: si algo ocurría, sería el primero en reaccionar. Shirone, por su parte, había terminado su dulce, para luego llevar otro a su boca de la bandeja que se encuentra al lado de ella.

"Rias-sama, ¿quieres que me encargue de algo en particular?" preguntó Kiba de pronto, sin apartar la vista de la ventana.

"Por ahora no, Kiba. Todo parece estar tranquilo. Aunque... tal vez podrías coordinar una revisión del distrito comercial. Quiero asegurarme de que los negocios locales se estén adaptando bien a nuestras nuevas directrices."

"Como desees," respondía Kiba con una leve inclinación de cabeza antes de salir de la habitación con un paso firme y seguro.

El silencio en la sala regresó, roto solo por el leve sonido del papel al pasar de Shirone y el té humeante que Akeno seguía disfrutando.

"¿Tienes planes para hoy, Rias?" preguntó Shirone de repente, sin apartar la mirada de su libro.

Rias giró su mirada hacia la joven peliblanca y sonrió con ternura.

"Pensaba que podríamos salir a caminar por la ciudad para ver si todo está en orden. Es importante asegurarnos de que Kuoh se encuentra bien."

Akeno asintió, apoyando la taza sobre el platillo con delicadeza.

"Es una buena idea. Además, un recorrido podría ayudar a Shirone-chan a familiarizarse mejor con la zona."

Rias soltó una risa suave.

"Exactamente. Así también podremos interactuar un poco con los demonios y ver cómo se sienten con los cambios."

"Y podré comprar algunos dulces adicionales," murmuró Shirone con una voz apenas audible, ganándose una sonrisa divertida de Rias y Akeno.

La atmósfera en la sala se volvió más cálida, una sensación de armonía envolviendo al grupo. Había una vida nueva esperándolos en Kuoh, una etapa en la que cada uno tendría que adaptarse a sus roles y responsabilidades. Pero, mientras estuvieran juntos, Rias sabía que podía enfrentarlo todo.

"Entonces, vamos," dijo Rias finalmente, poniéndose de pie con energía renovada. "Shirone, Akeno, acompáñenme. Demos un paseo por la ciudad."

"Entendido," respondieron ambas al unísono.

Mientras salían de la mansión, Rias miró el cielo despejado de primavera y se permitió una sonrisa. Esta era su ciudad ahora, y haría todo lo posible por protegerla y hacerla prosperar.

Las calles de Kuoh estaban llenas de vida. El sol primaveral caía suavemente sobre la ciudad, iluminando los comercios y parques con una calidez que invitaba a pasear. Rias, Akeno y Shirone avanzaban con tranquilidad por la acera, disfrutando de aquel momento de paz.

Shirone, con su habitual expresión estoica, destacaba por llevar en las manos una pequeña bolsa repleta de dulces, que iba comiendo con lentitud mientras seguían caminando. A cada paso, encontraba un puesto o escaparate que llamaba su atención.

"Shirone, si sigues a ese ritmo, no tendrás espacio para la cena," comentó Akeno con una sonrisa juguetona, mirando cómo la joven Torre metía otro pequeño manjuu en su boca.

"Esto no es problema," respondió Shirone con voz baja, mientras masticaba. "Siempre hay espacio para más dulces."

Rias no pudo evitar reír suavemente al escucharla. La tranquilidad de su grupo y la energía de la ciudad la reconfortaban más de lo que hubiera esperado. Después de tanto tiempo lidiando con responsabilidades, sentía que, por un momento, podía disfrutar como cualquier otra persona.

"Todo parece estar en orden," comentó Akeno, observando a su alrededor con mirada analítica pero relajada. "No veo nada que llame la atención."

Rias asintió. "Es cierto. Aun así, nunca está de más ser precavidos."

Aunque su propósito era asegurarse de que Kuoh estuviera libre de cualquier peligro, el paseo pronto se convirtió en una excusa perfecta para relajarse. El mercado local rebosaba de vida: familias, jóvenes estudiantes y comerciantes intercambiaban risas y charlas mientras el aire se llenaba del aroma de pan recién horneado y de los colores vibrantes de los escaparates.

"Rias, mira," dijo Shirone de repente, señalando un puesto lleno de taiyakis, con ojos que brillaban apenas perceptibles bajo su calma habitual.

"¿Quieres uno?" preguntó Rias con una sonrisa, y antes de recibir respuesta, ya se dirigía al vendedor.

Mientras la pelirroja intercambiaba unas monedas por el dulce relleno de anko, Akeno observaba a su alrededor, inclinando la cabeza con ligereza.

"Me sorprende lo tranquilo que está todo. Casi parece que vinimos aquí sin motivo," comentó ella con su tono habitual, a medio camino entre la seriedad y la diversión.

Rias regresó junto a ellas y entregó el taiyaki a Shirone, quien lo recibió con un suave "gracias" antes de darle un pequeño mordisco.

"Quizás no había nada que temer," respondió Rias, su tono más relajado. "Pero eso no importa. Después de todo, hemos disfrutado de una buena caminata, ¿no creen?"

Akeno sonrió ampliamente, asintiendo. "Definitivamente. Aunque Shirone parece ser quien más está aprovechando el paseo."

"Los dulces son importantes," murmuró Shirone con seriedad, provocando una nueva risa en sus compañeras.

Mientras continuaban su camino, el cielo comenzaba a teñirse de suaves tonos naranjas y rosados. El día llegaba a su fin, y con él, la certeza de que la ciudad estaba en paz, al menos por ahora. Rias miró a sus compañeras y sintió una calidez en el pecho. A pesar de los desafíos que sabían que enfrentarían en el futuro, en momentos como este, todo parecía más simple.

"Volvamos a casa," dijo Rias suavemente, guiando a su nobleza por las tranquilas calles de Kuoh.

El sonido de sus pasos se perdió entre el murmullo de la ciudad, dejando tras de sí una estela de risas y aromas a primavera.

••

El sonido metálico de los martillos resonaba en el aire mientras las chispas iluminaban la forja divina. Cada golpe del martillo parecía moldear no solo el metal, sino también el destino mismo. El taller de Hefesto era un lugar donde los límites entre lo terrenal y lo divino se desdibujaban, y era aquí donde el viajero había llegado, cargando el peso de la venganza en su corazón.

Hefesto levantó la vista de su trabajo, sus ojos brillaban con una mezcla de cansancio y curiosidad. Su musculoso brazo dejó el martillo a un lado mientras evaluaba al extraño que había interrumpido su soledad. Aunque era un dios, las cicatrices en su rostro y cuerpo hablaban de las batallas que él mismo había librado, incluso contra fuerzas que superaban a las deidades griegas.

"¿Qué buscas aquí, mortal?" preguntó Hefesto, su voz profunda y resonante, como el eco de un volcán a punto de estallar. "Este no es un lugar para humanos ordinarios."

El viajero, con una mirada firme pero marcada por el dolor de su pasado, dio un paso adelante. Sus ojos reflejaban determinación, un fuego que no se había extinguido ni siquiera frente a la pérdida absoluta.

"Vine a buscar armas, Hefesto. Algo que pueda perforar la carne de un monstruo. Un ser que ni los dioses pudieron detener."

El nombre no fue mencionado, pero Hefesto supo de inmediato a quién se refería. Su rostro se tensó y su postura, normalmente confiada, pareció tambalearse ligeramente. El dios se sentó en un banco junto a la fragua, como si el peso del pasado lo obligara a buscar apoyo.

"Hablas del [Señor Demonio] Rey Oni Sengo, ¿verdad?" Hefesto preguntó, aunque ya conocía la respuesta.

El viajero asintió en silencio.

Hefesto suspiró profundamente y, tras un momento, comenzó a hablar, como si cada palabra le arrancara una espina clavada en el alma.

"Ese ser…" continuó Hefesto mientras se frotaba las manos, su tono cargado de amargura. "Es algo que ni siquiera debería existir. No solo posee un poder inimaginable, sino que también pertenece a esa infame comunidad… el 『Mal Absoluto』. No te culpo por querer enfrentarlo, pero lo que buscas hacer es prácticamente un suicidio."

El viajero no respondió, pero su mirada permaneció fija. Hefesto percibió algo en él, una chispa de determinación que le recordó a los héroes de antaño.

"Bien," dijo Hefesto tras un largo silencio. "Si has llegado hasta aquí, lo mínimo que puedo hacer es darte una oportunidad."

Se levantó y caminó hacia una caja de metal situada en un rincón oscuro del taller. Al abrirla, la luz de la fragua iluminó dos objetos: un casco de un negro profundo que parecía absorber toda la luz a su alrededor y una espada dorada, cubierta de intrincadas inscripciones que emitían un brillo tenue.

"Esta espada," explicó Hefesto mientras la levantaba con ambas manos, "está imbuida con la cosmología del Zoroastrismo. Fue diseñada específicamente para enfrentar a seres como Sengo y Azi Dahaka. Si logras perforar su corazón con esto, morirá."

El viajero extendió la mano hacia la espada, pero Hefesto no la soltó de inmediato.

"Escucha bien. Esta arma requiere más que fuerza física. Necesita que tengas una voluntad indomable. Si permites que la duda, el miedo o el odio se apoderen de ti, la espada no te obedecerá, y tu misión estará condenada desde el principio."

El viajero asintió con seriedad, mostrando que entendía las palabras del dios. Hefesto dejó que tomara la espada y luego alzó el casco.

"Este es el Casco de Invisibilidad de Hades. Es una réplica del original, pero con un poder añadido: puede ocultar tu presencia incluso de Sengo y sus aliados… aunque solo por un tiempo limitado. No malgastes esa ventaja."

El viajero tomó ambos objetos, sintiendo el peso del destino en sus manos.

"Gracias, Hefesto. Me aseguraré de que estos artefactos cumplan su propósito."

Hefesto lo observó durante un momento, antes de añadir con un tono sombrío:

"Recuerda algo. Estas armas te darán una oportunidad, pero no garantizan la victoria. Sengo no es solo fuerte, es astuto. Si fallas, las consecuencias serán terribles, no solo para ti, sino para todo lo que quede en este mundo."

El viajero no respondió, pero en su interior se juró que no fallaría. Con el casco y la espada en su poder, dio media vuelta y abandonó la forja, dejando atrás el calor del taller para enfrentar el frío y despiadado destino que lo esperaba.

Historia Paralela: Cuarta Cita

La noche del 31 de diciembre de 1982 era fría, con un aire gélido que acariciaba las calles iluminadas de Kioto. Las festividades de Año Nuevo ya se hacían sentir: el resonar de las campanas en los templos, los aromas de comida callejera y los fuegos artificiales que ocasionalmente cruzaban el cielo nocturno.

Senji ajustó su abrigo oscuro mientras esperaba, apoyado contra un poste de luz cerca de uno de los templos más famosos de la ciudad. Su expresión era serena, aunque en su interior podía sentir la ligera incomodidad que siempre lo acompañaba en estas situaciones.

"Siempre llego temprano…" murmuró para sí mismo, observando cómo la gente pasaba a su alrededor, muchos vestidos con kimonos tradicionales mientras se dirigían al templo para la primera oración del año, el hatsumōde.

Pero antes de que pudiera perderse en sus pensamientos, una voz familiar lo sacó de su ensimismamiento.

"¡Senji-chan~! ¡Te hice esperar mucho tiempo!"

Giró la cabeza y la vio. Serafall caminaba hacia él con una energía que contrastaba con la calma de la noche. Su kimono era de un vibrante color azul con patrones de flores blancas, resaltando su figura mientras su cabello oscuro estaba recogido en un moño elegante, decorado con un pequeño ornamento de cristal que brillaba bajo la luz de las linternas.

"No llegaste tarde," respondió Senji con su tono calmado, aunque sus ojos no pudieron evitar quedarse fijos en ella por un instante más de lo habitual.

"¿Seguro?" preguntó ella con una sonrisa traviesa mientras ajustaba la bufanda blanca que llevaba alrededor del cuello. "¡Porque no quiero que pienses que no tomo en serio nuestra cita, especialmente siendo Año Nuevo!"

Él negó con la cabeza suavemente. "Estás aquí. Eso es suficiente."

Serafall sonrió ampliamente, cruzando su brazo con el de él sin previo aviso. "Entonces, ¡vamos! Hay muchas cosas que quiero hacer antes de que termine la noche."

Senji suspiró, pero no protestó. La calidez del brazo de Serafall entrelazado con el suyo era reconfortante en la fría noche.

La primera parada fue el templo, donde la multitud ya se aglomeraba para ofrecer sus oraciones. Las campanas resonaban, una por cada uno de los 108 pecados terrenales que los budistas creían que los humanos debían purgar para comenzar el año con un corazón limpio.

"¡Vamos a pedir un deseo juntos, Senji-chan!" dijo Serafall, jalándolo con entusiasmo hacia la fila para las oraciones.

"No soy exactamente alguien que haga este tipo de cosas…" comenzó a decir, pero se detuvo al ver la mirada decidida de ella. "Bien. Solo esta vez."

Cuando llegaron al frente, ambos hicieron una ligera reverencia, siguiendo las costumbres. Serafall cerró los ojos, juntó las manos y ofreció su oración, su expresión juguetona ahora calmada y seria. Senji, por su parte, observó a Serafall por unos momentos antes de cerrar los ojos y murmurar un deseo silencioso.

"¿Qué pediste?" preguntó ella mientras salían del templo, sus ojos brillando con curiosidad.

"No importa," respondió él con un tono evasivo.

"¡Ah, no seas tan reservado, Senji-chan! ¡Yo pedí algo especial!"

"¿Qué pediste?"

Serafall lo miró, su sonrisa ahora más suave y sincera. "Que este sea un año lleno de momentos felices… contigo."

Senji se quedó en silencio, pero algo en su expresión se suavizó, una leve curva en sus labios casi imperceptible bajo la luz tenue del templo.

Más tarde, encontraron un pequeño puesto de comida donde compartieron un tazón de soba caliente, el tradicional plato de Año Nuevo. Serafall, con su energía inagotable, hablaba sin cesar sobre las cosas que quería hacer el próximo año, mientras Senji la escuchaba con atención, intercalando comentarios cortos pero significativos que mantenían la conversación viva.

Finalmente, cuando faltaban pocos minutos para la medianoche, ambos llegaron a un pequeño mirador desde donde podían ver la ciudad extendiéndose bajo ellos. Las luces parpadeantes de Kioto competían con las estrellas, y la emoción de la multitud que se preparaba para la cuenta regresiva llenaba el aire.

"Es hermoso, ¿no crees?" dijo Serafall, con la mirada fija en el horizonte.

"Sí," respondió Senji, aunque su mirada estaba más centrada en ella que en el paisaje.

Cuando comenzó la cuenta regresiva, Serafall se giró hacia él, su expresión mezcla de emoción y nerviosismo. "Senji-chan… gracias por acompañarme hoy. Y gracias por ser alguien tan especial para mí."

"Siempre haces cosas especiales," respondió él, su tono tranquilo, pero sus palabras llevando un peso que ella comprendió de inmediato.

Cuando el reloj marcó la medianoche y los fuegos artificiales comenzaron a iluminar el cielo, Serafall dio un pequeño paso hacia él y, con una mezcla de atrevimiento y ternura, se inclinó para darle un beso rápido en la mejilla.

"¡Feliz Año Nuevo, Senji-chan!" dijo ella, su rostro ligeramente sonrojado mientras volvía a mirar los fuegos artificiales.

Senji tocó su mejilla donde lo había besado, sus ojos brillando con una calidez inusual. "Feliz Año Nuevo, Serafall."

En ese momento, mientras el cielo se iluminaba con colores y la ciudad celebraba, algo cambió entre ellos. Una promesa tácita, un entendimiento silencioso de que este no era solo el comienzo de un nuevo año, sino también el comienzo de algo más profundo entre ambos.